HACE un momento 
                mi madre y yo dejamos de rezar. 
                Entré en mi alcoba y abrí la ventana. 
                La noche se movió profundamente llena de soledad. 
                El cielo cae sobre el jardín oscuro. 
                Y el viento busca entre los árboles 
                la estrella escondida de la oscuridad. 
                Huele la noche a ventanas abiertas, 
                y todo cerca de mí tiene ganas de hablar. 
                Nunca he estado más cerca de mí que esta noche: 
                las islas de mis ausencias me han sacado del fondo del mar. 
                Hace un momento, 
                mi madre y yo dejamos de rezar. 
                Rezar con mi madre ha sido siempre 
                mi más perfecta felicidad. 
                Cuando ella dice la oración Magnífica, 
                verdaderamente glorífica mi alma al Señor y mi 
                espíritu se llena de gozo para siempre jamás. 
                 
                Mi madre se llama Deifilia, 
                que quiere decir hija de Dios, flor de toda verdad. 
                Estoy pensando en ella con tal fuerza 
                que siento el oleaje de su sangre en mi sangre 
                y en mis ojos su luminosidad. 
                Mi madre es alegre y adora el campo y la lluvia, 
                y el complicado orden de la ciudad. 
                Tiene el cabello blanco, y la gracia con que camina 
                dice de su salud y de su agilidad. 
                 
                Pero nada, nada es para mí tan hermoso 
                como acompañarla a rezar. 
                Todos los días, al responderle las letanías de la 
                Virgen 
                Torre de Marfil, Estrella Matinal, 
                siento en mí que la suprema poesía 
                es la voz de mi madre delante del altar. 
                Hace un momento la oí que abrió su ropero, 
                hace un momento la oí caminar. 
                Cuando me enseñó a leer me enseñó 
                también a decir versos, 
                y por ese tiempo me llevó por primera vez al mar. 
                 
                Cuando la pobreza se ha quedado a vivir en nuestra casa, 
                mi madre le ha hecho honores de princesa real. 
                Doña Deifilia Cámara de Pellicer 
                es tan ingeniosa y enérgica y alegre como la tierra tropical. 
                Oigo que mi madre ha salido de su alcoba. 
                El silencio es tan claro que parece retoñar. 
                Es un gajo de sombra a cielo abierto, 
                es una ventana nueva acabada de cerrar. 
                Bajo la noche la vida crece invisiblemente. 
                Crece mí corazón como un pez en el mar. 
                Crece en la oscuridad y fosforece 
                y sube en el día entre los arrecifes de coral. 
                Corazón entre náufrago y pirata 
                que se salva y devuelve lo robado a su lugar. 
                La noche ahonda su ondulación serena 
                como la mano que en el agua va la esperanza a colocar. 
                 
                Hermosa noche. Hermosa noche 
                en que dichosamente he olvidado callar. 
                Sobre la superficie de la noche 
                rayé con el diamante de mi voz inicial. 
                Mi voz se queda sola entre la noche 
                ahora que mi madre ha apagado su alcoba. 
                Yo vigilo su sueño y acomodo sus nubes 
                y escondo entre mi angustia lo que en mi pecho llora. 
                 
                Mi voz se queda sola entre la noche 
                para decirte, oh madre, sin decirlo, 
                cómo mi corazón disminuirá su toque 
                cuando tu sueño sea menos tuyo y más mío. 
                 
                Mi voz se queda sola entre la noche 
                para escucharme lleno de alegría, 
                callar para que ella no despierte, 
                vivir sólo por ella y para ella, 
                detenerme en la puerta de su alcoba 
                sintiendo cómo salen de su sueño 
                las tristezas ocultas, 
                lo que imagino que por mí entristece 
                su corazón y el sueño de su sueño. 
                 
                El ángel alto de la media noche, 
                llega. 
                Va repartiendo párpados caídos 
                y cerrando ventanas 
                y reuniendo las cosas más lejanas, 
                y olvidando el olvido. 
                Poniendo el pan y el agua en la invisible mesa 
                del olvidado sueño. 
                Disponiendo el encanto 
                del tiempo enriquecido sin el tiempo; 
                el tiempo sin el tiempo que es el sueño, 
                la lenta espuma esfera 
                del vasto color sueño; 
                la cantidad del canto adormecido 
                en un eco. 
                El ángel de la noche también sueña. 
                Sólo yo, madre mía, no duermo sin tu sueño! 
                 
              Las Lomas, 8 de marzo de 1942 
          |   
       |