INSERTO en soledad  
        de palabra vertida  
        que apenas hiriera el silencio,  
        siento la voz del sueño  
        con su descenso casi imperceptible  
        y sus labios de hielo,  
        mas no el letal dolor que de mí nace,  
        ni la perenne dicha del misterio aclarado  
        más allá de las cosas,  
        del último verano de la sangre  
        que en su final latir  
        crece trémula y nos inunda  
        de su postrer sollozo,  
        sino el misterio mismo con su propia presencia,  
        sus invisibles alas, sus invencibles olas  
        y la marea con que ahoga  
        la más inundada palabra  
        o aun la propia voz,  
        y llega sobre el lecho, silencioso,  
        negando su sonido,  
        a destacar su dura esencia  
        a despertar mi sueño con su sombra,  
        a rescatarse en mí  
        como cristal que guarda el recuerdo del aire,  
        como cuando el silencio  
        navega en aguas del silencio,  
        y sobre mi cuerpo desnudo,  
        tocando con su piel la húmeda frialdad  
        de mis labios y voz,  
        llegando hasta debajo de mis párpados,  
        me inunda lentamente, me apresa con sus redes  
        y en su océano quedo  
        como última voz abandonada  
        o el naufragio de sombra sobre sombra,  
        y comprendo que sueño y sombra,  
        confusos para siempre,  
        no pueden exclamar: "Ésta es mi sangre".  |