I
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        BLANCO el cielo. Montañas oscuras 
          se destacan en fondo gris perla. 
          Sobre el pico más alto ha prendido 
          su penacho de luz una estrella. 
          Un alfanje de plata la luna, 
          |recortando las nubes, semeja, 
          y un lucero, muy pálido y triste, 
          desde el negro perfil de la sierra, 
          somnoliento, su blanca mirada 
          arrojando, al morir, parpadea; 
          a la vez que otros astros se ocultan 
              en el seno de la húmeda niebla.
  
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        II
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        Los nocturnos ruidos se apagan 
          y se apagan también las estrellas. 
          Por el Este sus franjas de oro 
          de la aurora gentil mensajeras, 
          tiende el sol que en su lecho de nubes 
          como un rey oriental se espereza. 
          Y las sombras, buscando refugio, 
          de Occidente en los mares navegan 
          y el espacio atraviesan veloces, 
          tripulando sus góndolas negras. 
          Sólo Venus esplende, vibrando 
          su mirada imperiosa de reina.
  
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        III
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        En la tierra las cosas presienten 
          un instante solemne, y esperan 
          Surte el agua, las fuentes palpitan, 
          se estremece la oscura arboleda 
          y entre el hondo temblor de las frondas 
          laten almas que cantan y vuelan. 
          Son alados espíritus: brotan 
          del ramaje; las hojas despliegan 
          el sutil pabellón de esmeraldas... 
          Todo es vida y calor, todo tiembla 
          cuando el sol, rosa inmensa de fuego, 
          su lumínico polen dispersa. 
		 
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        IV
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        A lo lejos se siente el estruendo 
          del trabajo y la lucha que llegan. 
          El reposo es momento que pasa, 
          perdurable tan sólo es la brega. 
          ¡Hombre, sus!, abandona tu lecho, 
          que la vida te llama y espera. 
          Ya en tu seno las vísceras laten, 
          ya en tus sienes la sangre golpea. 
          ¡La montaña calcárea, a tus huesos; 
          sus entrañas de hierro, a tus venas, 
          y a tu espíritu ardiente los rayos 
          en que inunda tu Dios las esferas! 
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