Con la caída de Tula , otra gran oleada de pueblos nómadas se dirige como un torbellino hacia el sur, invade las tierras de los pueblos sedentarios y arrasa todo a su paso. Son los cazadores bárbaros que se enfrentan de nuevo a los agricultores civilizados. Tula vencida, no quedaba ningún poder lo bastante fuerte para oponerse a sus incursiones. Conocemos a estos nómadas con el nombre genérico de chichimecas. Esta palabra no indica una tribu específica sino más bien un conjunto de grupos, a veces bastante diferentes, que se alían en ciertos momentos y en otros combaten entre ellos, pero cuyo rasgo común es un seminomadismo.
La palabra chichimeca en náhuatl significa, según se dice, "linaje de perros". No debemos dar a este nombre el sentido infamante que tendría entre nosotros, ya que muy probable se refiere a un nombre tribal en que el perro es el tótem de la tribu, como es tan frecuente encontrar en otras varias partes de América y aun, a veces, en el centro y noroeste de México. Con el tiempo, el significado de este nombre se amplió hasta incluir no sólo a los chichimecas originales, sino a todos los recién llegados o a los emigrantes que llevaban vida nómada. Por lo tanto, en un sentido general, vino a simbolizar la oposición entre el chichimeca bárbaro y el tolteca culto. Es posible también, como lo ha sugerido Jiménez Moreno, que el nombre chichimeca provenga de una vieja leyenda de origen huichol. Cuentan que la madre de los dioses habló a un leñador anunciándole un diluvio en el que morirían todos los hombres, para salvarse debía encerrarse en un tronco hueco, en la curiosa compañía de una perra. Esto hizo el leñador y como la diosa cerró muy bien el tronco, éste flotó hasta que pasó la inundación y salieron el leñador y su perra. Se instalaron en una cueva y él salía diariamente a cortar leña. Como el leñador era el único hombre sobreviviente, le extrañaba muchísimo que, al regresar a la cueva, todos los días encontrara agua del río y tortillas calientes. Presa de curiosidad decidió esconderse y entonces vio que la perra se quitaba la piel y se convertía en una mujer. Mientras iba al río a traer agua, el leñador quemó la piel de la perra. La mujer inmediatamente empezó a gritar sintiendo terribles dolores en la espalda, y es que tenía la espalda quemada al igual que la piel de la perra. El leñador le echó el agua con la que se preparaba la masa para las tortillas y con eso se alivió. Después se casaron y sus hijos explican las palabras "linaje de perros". Tal vez sea el recuerdo de esta historia lo que hizo que al aparecer los chichimecas en el valle de Puebla les arrojaran el agua del nixtamal, llamándolos hijos de perros.
A primera vista resulta un poco difícil entender cómo estos cazadores nómadas
pudieron reunir la fuerza suficiente para asediar y aun vencer a los grandes
imperios establecidos. Pero las ruinas de Chalchihuites y especialmente de La
Quemada, así como sitios en Durango, Querétaro y otros indican que estas tribus,
aunque fundamentalmente nómadas, no lo eran del todo. Habían construido centros
donde probablemente se reunían para las fiestas o para comerciar, que sirvieron
de núcleo de atracción a grupos esparcidos. Durante siglos recibieron influencias
teotihuacanas y toltecas y muchos rasgos civilizados. La Quemada, en Zacatecas,
es una ciudad de extensión considerable rodeada de muchas otras poblaciones
que dependían de alguna fuente permanente de abastecimientos. Esta fuente no
podía ser sino la agricultura; es decir que, en este caso, como en varios otros,
se habían formado en el área de los nómadas islotes agrícolas más ricos y poderosos.
En otras palabras, la frontera de Mesoamérica se extendía más al norte que en
el siglo XVI
. Estos sitios demuestran la existencia de grupos con
una cohesión más o menos permanente y una población bastante mayor que la que
jamás hubiera podido tener una simple tribu de cazadores-recolectores. Sin embargo,
La Quemada, con todo y su tamaño y el evidente esfuerzo que representa, está
lejos de llegar a los refinamientos de otras ciudades de su época. Los edificios
son de piedra sin tallar y sin empleo de mezcla. Las paredes no están revestidas
de estuco y no encontramos ningún rastro de murales o de escultura. Esto es
cierto en todos los sitios al norte de Mesoamérica.
Es probable que de esta ciudad, o de otras similares, salieran los innumerables grupos que en diversos momentos se lanzaron a la conquista de sus vecinos del sur.
Entre todos estos grupos se mueve uno de mínima importancia y que quizá sólo asistió como espectador, o cuando menos con un papel insignificante, a la ruina del imperio tolteca. Debía, con el tiempo, ilustrarse extraordinariamente; se trata de los mexicas, que aparecen por primera vez en el escenario de la historia.
Los datos más antiguos que poseemos sobre ellos son semihistóricos y semilegendarios. Se cuenta que salieron de una cueva situada en una isla llamada Aztlán, de donde, por cierto, deriva su nombre de aztecas, aunque éste era más bien su nombre de "mexicas", de aquí el mexicano de hoy. Con el tiempo y las grandezas se harán llamar "culhuas", para indicar con ese término su descendencia tolteca, es decir, civilizada.
Eran, por lo pronto, una pequeña tribu dirigida por cuatro jefes-sacerdotes cuya única posesión de valor era un bulto en el que estaba envuelta la estatua de un dios, hasta entonces desconocido: Huitzilopochtli. Este dios, al triunfar su tribu, se convertiría en el gran dios del Anáhuac. Después de largas emigraciones se habían instalado en los alrededores de Tula, y ahí había tenido lugar un acontecimiento mitológico-astronómico que tanto había de pesar en sus destinos futuros. Cuenta su leyenda que vivía en Tula una señora viuda, de conducta irreprochable, que había tenido una hija y cuatrocientos (es decir, innumerables) hijos. Un día estaba esta piadosa señora barriendo el templo y se encontró una bola de plumas que guardó en su seno. Pasados algunos meses notó que estaba encinta y, un poco más tarde, su hija y sus hijos se dieron cuenta de ello. Indignados ante lo que consideraban como una ligereza de su madre, decidieron matarla. Armáronse los 400 hijos y marcharon contra la viuda. En ese momento oyó una voz dentro de ella que le decía: "No temas"; y nació un hijo grande y vigoroso armado de todo a todo, como la Minerva clásica. Llevaba en las manos no sólo el átlatl y el escudo, sino una nueva arma divina de efectos definitivos: la serpiente de fuego, que es el rayo, con la cual cortó la cabeza de su hermana y mató a los innumerables hermanos. Este guerrero prodigioso era nada menos que el dios Huitzilopochtli.
Es curioso comprobar cómo se conservó viva y profundamente creída la historia de este nacimiento y la eficacia infinita de la serpiente de fuego. En 1521, en los últimos días de la defensa de la capital azteca contra Cortés, Cuauhtémoc decide que ha llegado el momento de recurrir al arma suprema. Se implora al dios Huitzilopochtli y se viste a un guerrero joven y valiente con los vestidos de un antiguo emperador conocido como gran general victorioso. Sobre todo se le pone en la mano el arma del dios con la cual podrá vencer a los españoles. Sale a la lucha, pero tras una ligera escaramuza en la que sólo logra tomar prisioneros, tiene que retirarse. El arma divina había fracasado. La conquista era, pues, inevitable.
Pero volviendo al mito del nacimiento de Huitzilopochtli, la viuda significa la Tierra, de donde nacen todas las cosas; la hija es la Luna y los 400 hijos son las estrellas que palidecen y desaparecen totalmente al levantarse el Sol representado por el dios Huitzilopochtli. Siendo éste el dios de los mexicas, su identificación con el Sol es de primera importancia, pues los convierte en el "pueblo del Sol", como lo ha dicho brillantemente Alfonso Caso.
Serán, por lo tanto, los representantes del Sol en la Tierra y los encargados de mantenerlo con vida. Esta dignidad y esta obligación van a pesar fuertemente sobre su historia y nos explican muchos de sus episodios. Pero dejemos esto para más tarde, ya que por ahora sólo se trata de una tribu de ínfima importancia.
El fin del siglo XII
y los primeros años del siglo XIII
ven sucederse una serie de interminable de pequeñas invasiones chichimecas que
sólo son un preludio de la gran invasión de 1224, la de los chichimecas llamados
de Xólotl. Éstos parecen proceder de una región cercana al valle del Mezquital.
Su jefe, Xólotl, los lanza en una carrera de conquistas que había de acabar,
como en todos los casos, por establecer una nueva dinastía y un nuevo imperio
sobre las ruinas de los anteriores. En los códices pictóricos, este grupo de
Xólotl aparece como un cazador vestido con pieles de venado y habitando cuevas.
"Cuando se establecieron nuestros antepasados, nuestros primeros, quienes vinieron a gobernar el país incultivado de las yerbas y los árboles, el páramo; los bienes que traían consigo eran codornices, serpientes, conejos y venados y los comían cuando pasaban a sus años y días en las caminatas. Dieron buen ejemplo los demás porque levantaron y conservaron sus pueblos y su señorío sólo con la ayuda del Ipalnemoani, porque en todo vive el Señor del mundo".
En pocos años parecen haberse apoderado de una gran parte del valle de México y tras algún otro intento establecen su capital en un nuevo sitio llamado Tenayuca. En este lugar levantan una pirámide que sería continuamente ampliada por sus sucesores; resulta muy importante hoy día, pues es el único monumento chichimeca del valle de México que conocemos bien. Toma muchos de sus elementos arquitectónicos de templos más antiguos; pero inaugura cuando menos una nueva idea más económica: el colocar dos templos separados sobre un solo basamento. En sus primeras épocas, una enorme escalinata lleva a los dos santuarios. Más tarde es separada en dos secciones iguales por una ancha alfarda. En esta forma cada uno de los templos conserva su independencia y tiene la misma importancia. Uno de ellos estaba dedicado al representante principal de la civilizaciones antiguas, Tláloc, el dios de la lluvia; el otro, al gran dios tolteca-chichimeca, Tezcatlipoca.
El templo de Tenayuca, hábilmente explorado y en parte reconstruido hace unos años, resulta una de las visitas interesantes que hace en los alrededores de la ciudad de México. Sus numerosas superposiciones están construidas con el mismo sistema: un núcleo de piedra y tierra revestido de pequeñas piedras, recubierto a su vez de una gruesa capa de estuco. Independientemente de la magnitud del edificio mismo, se admiran las espléndidas serpientes y cabezas que lo rodean y que, siguiendo en parte la tradición inaugurada en Tula, forman el "muro de serpientes". Se han encontrado en Tenayuca alrededor de 800 serpientes de formas y tamaños diversos.
Indudablemente que se trata en conjunto de un edificio dedicado al culto solar, especialmente al de sol poniente, el sol moribundo que tanto preocupará al alma indígena. Así este aspecto del culto solar, como el muro de serpientes, como los dos templos colocados sobre la misma base, serán imitados siglos más tarde en Tenochtitlan, sólo que en proporciones mucho mayores. Allí Tláloc seguirá reinando en uno de los templos, pero en el otro encontraremos a Huitzilopochtli en vez de a Tezcatlipoca, puesto que se trata del gran templo mexica donde naturalmente su propio dios habrá tomado el sitio principal. Este cambio en realidad es menor de lo que pudiera imaginarse a primera vista, ya que Huitzilopochtli no es sino un Tezcatlipoca de cuño más reciente.
Xólotl, con todo y la construcción que empieza de este santuario de Tenayuca, sigue siendo fundamentalmente un nómada y por tanto cambia continuamente de residencia. Las crónicas nos dicen que sus agentes no sembraban, lo que no es exactamente cierto. No sembraban maíz, pero sí algunas otras semillas. Aunque eran fundamentalmente cazadores, completaban el producto de la caza, para entonces bien escasa en el valle de México, con cosechas temporales que no necesariamente implican una permanencia fija en un sitio determinado.
Xólotl es un nuevo Mixcóatl. Nos lo representan las fuentes como otro conquistador siempre victorioso y como el terror de los pueblos que lo rodean. Podría fácilmente compararse a Gengis Khan; los dos son la avalancha que viene de las estepas y que, como un Atila a pie seca todo a su paso. Además, tanto Xólotl como Mixcóatl son los primeros en usar en la América Media el arco y la flecha, arma mucho más eficaz que el átlatl de los viejos sedentarios.
Si Xólotl no tiene la fortuna de procrear un hijo tan ilustre como Quetzalcóatl, en cambio se convierte en el origen de un linaje que había de reinar casi sin interrupción hasta la conquista española. Sus descendientes, además de ocupar el trono chichimeca, se mezclarán con todas las familias reinantes; entre ellos se cuenta otra de las figuras más extraordinarias del México antiguo, Nezahualcóyotl, el rey poeta de Tezcoco.
Los restos de los toltecas venían sufriendo persecuciones sin cuento a manos de los nuevos pueblos dominantes. En una forma muy pintoresca, la historia tolteca-chichimeca nos relata la forma en que, civilizando a los chichimecas, lograron una vida más fácil.
"Durante un año los colonos hicieron sufrir mucho a los toltecas, porque querían destruirlos. Por eso los toltecas suplicaron a su dios y amo llorando de tristeza y de tribulaciones y le dijeron: 'Señor nuestro, amo del mundo, por quien todo vive, nuestro Creador y Hacedor, ¿ya no nos brindarás aquí tu protección? Los xochimilcas y los ayapancas nos molestan mucho porque desean destruir nuestro pueblo. Tú sabes bien que no somos muchos. Que no perezcamos a manos de enemigos. Compadécete de nosotros que somos tus vasallos y aleja la guerra. Dios hombrudo, escucha nuestro lamento y llanto. Que no seamos destruidos. Antes bien, que el poderío de nuestros enemigos sea aplastado y que perezca su pueblo y su dominio, su nobleza y su gente'. Y luego él contestó y ellos escucharon una voz que les dijo: 'No estéis tristes ni lloréis. Yo ya lo sé. Ya os digo, Icxicóuatl y Quetzalteuéyac, idos al cerro de Colhuaca, allá están los chichimecas, grandes héroes y conquistadores. Destruirán a vuestros enemigos, los xochimilcas y ayapancas. No lloréis. Idos ante los chichimecas e imploradles insistentemente. Observadlo bien. Todo esto os lo mando'."
Después de seis días de marcha, llegaron al cerro de Culhuacan y encontraron a los chichimecas dentro de la cueva. Tras una serie de ritos mágicos, obtuvieron los embajadores toltecas que salieran los chichimecas junto con su intérprete, necesario ya que hablaban una lengua distinta. A continuación, dijeron los embajadores: "Escucha, Couatzin (el interprete), venimos a apartaros de vuestra vida cavernaria y montañesa". Terminada la conversación, ambas partes entonan un canto prácticamente ininteligible para nosotros y los chichimecas entienden por fin el fondo del mensaje. Consiste éste en proponerles un acuerdo por medio del cual los toltecas civilizarán a los chichimecas y éstos les ayudarán en la guerra contra sus opresores. "Nos buscan", dicen, "por motivo de su guerra y la vara tostada y el escudo son nuestra suerte y nuestro destino". Terminada la conferencia, los embajadores toltecas ennoblecen a los jefes chichimecas, perforándoles el septum de la nariz en la forma tradicional con el hueso del águila y del jaguar. Y como dice la crónica, "aquí terminan los caminos y los días".
Esta extraordinaria transacción, en la cual cada parte permuta los productos
que posee los toltecas la civilización, los chichimecas la fuerza armada,
produce con el tiempo magníficos resultados. Veremos la fusión de las dos fuerzas,
tradición y novedad, producir el imperio mexica. Este proceso que la crónica
indígena nos muestra en forma mágica y simplificada, se desarrollará durante
los siglos XIII
y XIV
. Y nos recuerda lo que ya había
acontecido con los nonoalcas en Tula. Los chichimecas, rodeados de los viejos
pueblos sedentarios que habían conquistado, sin hacerlos desaparecer, absorbieron
poco a poco la vieja cultura tolteca. Es el caso típico entre Grecia y Roma.
Esta fusión se acelera con la llegada, bajo el reinado de Tlotzin, nieto de Xólotl, de una serie de emigrantes más cultos portadores de antiguos conocimientos. Los más interesantes son los que las crónicas nombran los "regresados". Probablemente se trate de un pueblo que había vivido en el valle, emigró a la Mixteca, adquiriendo allí la refinadísima cultura de esa gente y después volvió al valle de México, de donde el nombre con que la conocemos. Posiblemente a estos "regresados" se deba la fina orfebrería mexica, descendiente directa del estilo mixteco, así como el arte de pintar los jeroglíficos y los libros históricos que tan desarrollado se encontraba en esa región oaxaqueña. Se dice que estos emigrantes, junto con otros que llegaron en ese época, levantaron las primeras casas de Tezcoco hacia 1327 e introdujeron entre un grupo chichimeca la agricultura, la cerámica y muchos otros adelantos. Debido al aumento que en esta época tiene el nivel de los lagos, las chinampas vuelven a ser una importante fuente de productos.
Los cambios causan un cisma, ya que una parte de los chichimecas, más reaccionaria que la otra, se negó a aceptar estas novedades y trató de imponerse; pero fue vencida y desde ese momento el grupo más adelantado obtiene el predominio y lleva a la monarquía chichimeca a convertirse, un siglo más tarde, bajo el reinado ilustre de Nezahualcóyotl, en el centro mismo de la cultura indígena, lo que con el tiempo valió a Tezcoco el nombre de la "Atenas americana".
Para llegar a este momento glorioso, la monarquía chichimeca fue como
la España de los Reyes Católicos una monarquía sin capital fija. Sólo a
mediados del siglo XIV
se instala definitivamente en Tezcoco, volviéndose
sedentaria. Pero antes de proseguir con la historia de estos chichimecas, nos
es necesario estudiar en somera revista cuando menos algunos de los grupos más
importantes que se habían instalado en diversas fechas en el valle de México.
Sin ellos serán ininteligibles los acontecimientos ocurridos en los siglos XIII
a XVI
.
Durante el tiempo de la supremacía chichimeca en el valle de México se conserva
un último reducto, Culhuacan, donde han venido a refugiarse los toltecas vencidos.
Allí reina, durante el siglo XIII
y parte del siglo XIV
,
una dinastía que legítima o ilegítimamente se hace descender de los reyes de
Tula y por tanto de Quetzalcóatl. A esto debe su prestigio. Además, aprovecha
hábilmente esta situación, ya que había de ser un imperativo que el gobernante
tuviera sangre tolteca. Por ello vamos a ver a los jefes de los nuevos grupos
que entran en el valle desear un jefe o una mujer de la casa de Culhuacan. Para
los señores de Culhuacan, estas alianzas dinásticas permiten, cuando menos,
una sombra de independencia.
Habíamos dejado a los mexicanos en Tula, convirtiendo a su dios en sol; ni por esta transformación divina había de mejorar rápidamente su situación. Así los vemos ir de sitio en sitio hasta que después de 1215 llegan al valle de México, donde siguen cambiando continuamente de residencia. En general son mal recibidos en todas partes y a poco tiempo de instalados expulsados, ya que su conducta resulta insufrible a sus vecinos. Rápidamente adquirieron una fama bien merecida de pendencieros, crueles, ladrones de mujeres, falsos a su palabra. Por otro lado, en extremo valientes, "los mexicanos se sostuvieron únicamente mediante la guerra y despreciando la muerte" como dicen los Anales de Tlatelolco.
La "Historia de Tlatelolco desde los tiempos más remotos" menciona su pobreza
y su simplicidad primitivas: "su indumentaria y sus bragueros eran fibra de
pluma, sus sandalias de paja entretejida, asimismo sus arcos, sus morrales".
La descripción de los mexicanos en este nivel cultural nos recuerda a los nómadas
del norte de Mesoamérica, en donde, hasta el siglo XVI
, el modo
de vida casi no cambió ya que no participaron de la civilización con la que
lindaban al sur. El descubrimiento de la cueva de la Candelaria, cerca de Torreón,
ha mostrado algunos objetos probablemente similares a los usados por los mexicas
en la época de su peregrinación. En efecto, en la Candelaria se conservaron
cosas de madera o de tela que la humedad ha destruido en otras partes: sandalias
de fibra, arcos o lanzadores, cuchillos de piedra con mango de madera pintada,
redes utilizadas como bolsas, gruesas mantas coloreadas con que se envolvía
a los muertos, etcétera.
Por fin, no sabemos bien cómo, lograron establecerse en Chapultépec, donde, gracias al valor estratégico del lugar, permanecieron bastantes años, posiblemente hasta una fecha que varía entre 1299 y 1323. El cerro famoso, de gran valor estratégico, donde años después los emperadores mexicanos mandarían grabar sus retratos en la roca viva, donde edificarán una casa los virreyes españoles, donde tendrá lugar la defensa heroica de los Niños Héroes y Maximiliano dejará un espléndido palacio, es hoy muy justamente el Museo de Historia Mexicana. Aquí los mexicanos conocieron los primeros años de una tranquilidad relativa.
Para entonces tenían una cultura más avanzada y aun bastante completa. Habían
aprendido algo de las técnicas agrícolas, aun de las más avanzadas, como la
de las chinampas. En los momentos de crisis volvían a su pobreza original, pero
conocían aunque no pudiera utilizarla la civilización de sus vecinos.
Así sabemos que ya tenían entonces libros pintados, un calendario, fiestas cíclicas
y aun construcciones de piedra, por muy rudimentarias que hayan sido. Pero Huitzilopochtli
velaba, y logró hacerlos cada vez más odiosos a sus vecinos hasta que se formó
una coalición contra ellos encabezada por los tepanecas y la gente de Culhuacan.
Por traición lograron los aliados que salieran los hombres de su fortificación
y mientras tanto cayeron sobre las mujeres y los niños. Con esto desmoralizaron
a los mexicanos y los vencieron llevándolos prisioneros. El jefe, Huitzilíhuitl
el Viejo, fue sacrificado en Culhuacan y los demás quedaron cautivos de los
culhuas. Un poema antiguo narra este episodio:
La margen de la tierra se rompió funestos presagios se levantaron sobre nosotros el cielo se dividió sobre nosotros y sobre nosotros bajó Chapultépec aquel por quien todo vive... |
Poco después de la terrible derrota de Chapultépec, Achitómetl, rey de Culhuacan, les da tierras en Tizapan con la esperanza secreta de que las innumerables serpientes de ese sitio destruyan a los mexicanos, pero irónicamente cuenta la crónica que "los mexicanos se alegraron grandemente en cuanto vieron las serpientes y las asaron y cocieron todas y se las comieron". Cuando los emisarios del rey de Culhuacan le contaron esto, dijo desolado: "Ved pues cuán bellacos son: no os ocupéis de ellos ni les habléis".
Con todo y la atracción de tan deliciosos banquetes, los mexicanos no duraron mucho en Tizapan; su dios velaba y no les permitía establecerse en el lujo, muy relativo, de un festín de serpientes.
Según la Crónica mexicáyotl les dijo Huitzilopochtli: "Oíd, no estaremos aquí sino más allá donde se hallan quienes apresaremos y dominaremos; mas no iremos inútilmente a tratar familiarmente a los culhuacanos, sino que iniciaremos la guerra; os lo ordeno, pues, id a pedirle a Achitómetl su vástago, su hija doncella, su propia hija amada; yo sé y os la daré yo".
Incontinenti fueron los mexicanos a pedir a Achitómetl su hija doncella; rogáronsela diciéndole: "Todos te suplicamos nos concedas, nos des tu collar, tu pluma de quetzal, tu hijita doncella, la princesa, noble nieta nuestra que la guardaremos allá en Tizapan". Y al punto dijo Achitómetl: "Está bien, mexicanos, lleváosla pues". En cuanto llegaron a Tizapan dijo Huitzilopochtli: "Matad, desollad os lo ordeno, a la hija de Achitómetl y cuando la hayáis desollado vestidle el pellejo a algún sacerdote. Luego id a llamar a Achitómetl". Los mexicanos hicieron lo ordenado y Achitómetl, habiendo aceptado la invitación, se presenta con hule, incienso, papel, flores, tabaco y alimentos para ofrecérselos al dios. Coloca su ofrenda a los pies del pretendido dios que se encontraba en un cuarto oscuro, pero al hacer fuego para quemar el incienso se da cuenta de que el dios no es sino un sacerdote vestido con la piel de su hija. "De inmediato, llamó a gritos a sus copríncipes y a sus vasallos diciéndoles: '¿Quiénes sois vosotros, ¡oh culhuacanos!, que no veis que han desollado a mi hija? No durarán aquí los bellacos, matémoslos, destruyámoslos y perezcan aquí."
La consecuencia de esta horrible historia es naturalmente otra guerra en la que los mexicanos son expulsados de Tizapan; como nadie quiere aceptarlos, se ven obligados a refugiarse en el agua, en los pantanos, a esconderse entre los juncos. Huitzilopochtli, terrible e inmutable, sigue ordenándoles todo lo que han de hacer. La vida casi acuática de esta gente en estos momentos permite a los sacerdotes del dios dar su dictado supremo, el más hábil de cuantos habían pronunciado: la fundación de Tenochtitlan sobre una isla. Insignificante el principio, este acontecimiento debía tener las más grandes repercusiones sobre el futuro de México.
La Crónica mexicáyotl en forma poética narra este episodio. Nos cuenta que estando desterrado y sin sitio en el cual colocar el templo de su dios Huitzilopochtli se les aparece de nuevo y les ordena que sigan buscando hasta encontrar el lugar preciso que, desde el principio de los tiempos, él tiene señalado para la fundación de la capital mexicana. "Dentro del carrizal, se erguiría y lo guardaría él, Huitzilopochtli, y ordenó a los mexicanos. Inmediatamente vieron el ahuehuete, el sauce blanco que se alza allí y la caña y el junco blanco y la rana y el pez blanco y la culebra del agua y luego vieron había una cueva. En cuanto vieron esto lloraron los ancianos y dijeron: 'De manera que aquí es donde será, puesto que vimos lo que nos dijo y ordenó Huitzilopochtli, el sacerdote'... Luego volvió a decir Huitzilopochtli: 'Oíd que hay algo más que no habéis visto todavía e idos incontinenti a ver el Tenoch en el que veréis se posa alegremente el águila, la cual pone y se asolea allí por lo cual os satisfaréis, ya que es donde germinó el corazón de Copil. Con nuestra flecha y escudo nos veremos con quienes nos rodean, a todos los que conquistaremos, apresaremos, pues ahí estará nuestro poblado, México, el lugar en que grita el águila, se despliega y come, el lugar en que nada el pez, el lugar en que se desgarrada la serpiente y acaecerán muchas cosas'. Y llegados al sitio vieron cuando erguida el águila sobre el nopal come alegremente desgarrando las cosas al comer y así que el águila los vio agachó muy mucho la cabeza, aunque tan sólo de lejos la vieron y su nido todo él de muy variadas plumas preciosas, y vieron, asimismo, esparcidas allí las cabezas de muy variados pájaros. E inmediatamente lloraron por esto los habitantes y dijeron: 'Merecimos, alcanzamos nuestro deseo, puesto que hemos visto y nos hemos maravillado de donde estará nuestra población. Vámonos y reposemos'..."
"Asentaremos luego el Tlachzuitetelli y su Tlalmomoztli. Así, pues, paupérrima y misérrimamente hicieron la casa de Huitzilopochtli; cuando erigieron el llamado oratorio era todavía pequeño, pues estando en tierra ajena cuando se vinieron a establecer entre los tulares y los carrizales de dónde habían de tomar piedra o madera, puesto que eran tierras de los tepanecas así como de los tezcocanos encontrándose en el lindero de los culhuacanos, por todo lo cual sufrían muchísimo. Todo esto en el año 2-casa (1325) de que naciera Jesucristo, nuestro Salvador, fue cuando entraron, llegaron y se asentaron dentro del tular y el carrizal, dentro del agua en Tenochtitlan los ancianos mexicanos aztecas".
La fundación de Tenochtitlan resulta no sólo el episodio más característico de toda la historia azteca, sino el que mejor nos revela su modo de ser, esa combinación de inteligencia práctica y habilidad política mezclada al fanatismo y al desdén del sufrimiento.
Así, es interesante hacer notar, en primer lugar la selección aparentemente absurda, en realidad extraordinaria, que los sacerdotes hicieron del sitio en que habían de fundar su ciudad. Un pequeño islote, casi un pantano del que sólo sobresalían una rocas, rodeado de cañaverales, en el lago de Tezcoco. Sitio tan poco atractivo, que ninguno de los innumerables habitantes anteriores lo había ocupado. Los brillantes directores aztecas deben haber comprendido el valor estratégico y político que representa este sitio. Tratándose de una isla la defensa era muy fácil, ya que sólo podía atacársela por agua; pero además estaba colocada en los confines de tres reinos, por lo que en realidad, siendo de los tres, no era de ninguno. Daba a los nuevos pobladores una posición de relativa independencia y les permitía apoyarse en cualquiera de sus vecinos, en contra de los otros.
En el transcurso del siglo siguiente habían de aprovechar a fondo esta ventajosa posición y los vamos a ver, como mercenarios de Azcapotzalco, atacar a los demás, luego aliarse con Tezcoco para vencer a los tepanecas y así sucesivamente, hasta colocarse por encima de todos, conservando siempre su ciudad libre de ataques enemigos. Desgraciadamente no nos es posible saber hasta qué punto los jefes se dan cuenta de todas estas ventajas; pero es evidente, a través de toda la historia de la peregrinación, que aunque sea confusamente, buscaban un sitio similar, una "tierra prometida", y que estaban decididos, por todos los medios, a llevar a su pueblo a la hegemonía de los valles.
Con el tiempo, la isla había de presentar otra gran ventaja; ésta de tipo comercial. El sistema de transporte que prevalecía en el México antiguo era tan primitivo que solamente el hombre podía utilizarse como animal de carga. Como la rueda no pasó de ser un juguete, no había vehículo alguno de tracción. En estas condiciones, el transporte de mercancías, sobre todo cuando se trataba de alimentar una ciudad grande, se convertía en un problema prácticamente insoluble. En cambio una sola canoa, con poco esfuerzo, podía hacer el trabajo de muchos hombres durante varios días. Este factor constituye seguramente una de las causas del desarrollo extraordinario que pronto había de alcanzar Tenochtitlan. Otra vez el lago parece dictar los destinos mexicanos.
Otras de sus armas eran la austeridad y el fanatismo. No permitiendo durante siglos que la población se quedara nunca permanentemente en parte alguna, obligándola continuamente a moverse, impedían así la acumulación de riquezas, el aprovechamiento de tierras cultivadas, o la formación de costumbres de ocio y de lujo, los hombres aztecas estaban eternamente preparados para la guerra o para el sacrificio, justamente porque tenían tan poco que perder, porque su vida estaba lejos de ser agradable. La pobreza misma del sitio escogido los obligaba a tratar continuamente de arrebatar a sus vecinos más ricos todas las cosas que ellos no tenían, o si no podían hacerlo por la fuerza, a trabajar sin descanso para obtenerlas por comercio; así vemos, por ejemplo, que a poco de fundada su ciudad se dedican a reunir una gran cantidad de peces, camarones, anfibios y otros productos de la laguna para permutarlos por madera o piedra para construir el templo de su dios, aun antes que sus propias casas. Trabajo, austeridad, fanatismo.
Ya es tiempo de preguntarnos quién es ese Huitzilopochtli que a través de siglos guía a su pueblo convirtiéndolo en un "pueblo elegido". En las crónicas siempre aparece como el dios supremo cuya voz es escuchada con temor y reverencia por los sacerdotes. Evidentemente se trata de un pequeño, muy pequeño grupo tal vez no más de cuatro personas de sacerdotes-directores que, usando del artificio de la voz divina, guían a su pueblo y forman el destino de los mexicas. Lo interesante del caso es que desde el principio de su historia se tiene la impresión muy clara de que seguían un verdadero programa preestablecido, programa que se desarrollará a través de siglos; de una concepción de gobierno brutal pero genial que, seguida al pie de la letra por esta pequeña, indomable élite, llevará a su pueblo a través de miles de peligros, privaciones y sacrificios, hasta obtener el triunfo final, el imperio. El pueblo es empujado sin consideración a su cansancio o a su hambre, con todo y las mujeres y los hijos que se mueren, contra todo, hacia el destino que esta élite le ha prometido. Claro que es imposible pensar en que los mismos dirigentes pudieran haber establecido y seguido este plan, casi diabólico, a través de tanto tiempo. Pero los primeros formaron el "tipo" que fue seguido por sus descendientes hasta el fin. Huitzilopochtli habla sin descanso, en todas las ocasiones importantes, como el más cruel pero también como el más hábil de los políticos. Nunca se cansa, nunca se detiene, nada le basta. Durante quince generaciones su voz temible abruma al pueblo de trágicos consejos de violencia sin un minuto de reposo.
El triunfo mucho más tarde ha de significar para Huitzilopochtli, como para todos los pueblos que triunfan brutalmente, el principio del fin. Al momento del apogeo mexica ya no oímos su voz poderosa repercutir a través de las crónicas. Ya el pequeño grupo de jefes se ha convertido en una vasta aristocracia que no puede tener ni la fuerza ni la coherencia originales. El imperio y la riqueza habrán de gastar la voluntad inquebrantable de los primeros tiempos.
El momento culminante de la historia de estos sacerdotes geniales y terribles, el momento en que mejor vemos trabajar su brillante inteligencia, es justamente éste de la fundación de su ciudad.
Sabían que para un pueblo como ellos, sólo este sitio de Tenochtitlan, despreciado por todos lo demás, les daba la posibilidad de llegar al fin de sus ambiciones, de convertirse en un gran poder. Empiezan por comprender que sólo si son forzados querrán los mexicas vivir en esa isleta pantanosa. Tal vez por ello los obligan a representar el drama que había de costar la vida a la hija de Achitómetl de Culhuacan. Entonces ya no es cuestión de escoger; ya no queda sino el lago, eterno centro de los destinos del México antiguo. Pero no bastaba la compulsión física; era necesaria la compulsión moral. Entonces resulta que al establecerse en el lago se cumplen las profecías, ya que en el lago descubren muy a su satisfacción la famosa águila, sobre el tunal, sobre la piedra, comiéndose a la serpiente, en el sitio mismo donde había sido arrojado el corazón de Copil.
Una vez asentados los mexicanos en su isla y construido el primer templo de su dios, que no fue sino un pobre edificio que desaparecerá en el esplendor futuro, comprenden que no es posible ir demasiado aprisa. Aún no son siquiera dueños del islote en que se han refugiado. Aprovechando sus cualidades principales, el valor y la habilidad guerrera, se convierten en mercenarios del poder más cercano a ellos constituido en este tiempo por los tepanecas que reinan en Azcapotzalco. Éstos les imponen además de la obligación de ayudarlos en la guerra, una serie de tributos, a veces excesivos, a cambio de su protección. Son, por tanto, en parte mercenarios y en parte tributarios de los tepanecas. Éstos, para molestarlos, les pedían como tributo cosas imposibles; por ejemplo, debían llevarles patos de la laguna que pusieran huevos en el momento de ser entregados.
En 1367, siempre en provecho de Azcapotzalco, destruyen Culhuacan, el último centro de alguna importancia donde todavía, como una verdadera supervivencia histórica, reinaban gentes que se consideraban toltecas. Este evento tiene una importancia futura, ya que abría la "sucesión tolteca" que años más tarde los mexicanos reinvindicarán en su provecho. En 1371, la otra fracción mexicana, los tlatelolcas, toman Tenayuca, que conquistan también para provecho de Azcapotzalco y a expensas de los señores chichimecas de Tezcoco.
Cinco años más tarde, se consideran lo bastante importantes para tener un rey, como lo han hecho ya los de Tlatelolco. Entonces, con su gran habilidad política, no lo piden a la casa reinante de Azcapotzalco, la aparentemente más fuerte, sino que eligen a un descendiente del desposeído rey de Culhuacan. Este primer señor de los mexicanos se llamaba Acamapichtli. Esta selección, a primera vista insignificante, iba a darles un cierto derecho a reivindicar a su favor la sucesión tolteca, puesto que se considerarían de aquí en adelante como los legítimos herederos de los viejos reyes. Había de germinar esta idea y este vago derecho en forma tan fructífera, que cien años más tarde los mexicanos serían dueños no sólo de casi todo el imperio tolteca sino aun de tierras mucho más extendidas, pretendiendo ser los reivindicadores de una herencia ancestral.
Pero esta gloria futura todavía está en la mente de los dioses. Por lo pronto, Acamapichtli, dominado por Azcapotzalco, se lanza en una larguísima guerra contra la gente del valle de Morelos, guerra que no debía terminar sino muchos años después de su muerte y cuyos episodios relataremos más tarde.
Ya hemos hablado mucho de los tepanecas de Azcapotzalco. Es necesario regresar
un poco atrás para ocuparnos de este grupo que va a llenar el escenario político
del valle hasta la segunda década del siglo XV
. Esta gente, originaria
del valle de Toluca, había conservado en grado bastante alto la civilización
tolteca, ya que esa región no parece haber sido invadida en el siglo de confusión
que sucede a la caída de Tula. Una vez en el valle, establecen su capital en
el sitio que había servido de epílogo a la civilización teotihuacana: Azcapotzalco,
hoy día un barrio al noreste de la ciudad de México. Este acontecimiento sucede
hacia 1230. Durante poco más de un siglo, Azcapotzalco progresa lentamente bajo
una serie de reyes oscuros. Pero hacia 1363 ocupa el trono un hombre extraordinario,
Tezozómoc, bajo cuyo reinado, que dura hasta 1426, Azcapotzalco se convierte
en la ciudad más importante del valle.
El largo reinado de Tezozómoc está marcado por una serie interminable de guerras. Ya vimos que, utilizando como mercenarios a los mexicanos, conquista Culhuacan. Esta victoria abre a la ambición tepaneca todo el sur del valle y la posibilidad futura de pasar a los llanos de Morelos. Vimos también cómo conquistaron Tenayuca, la hasta poco antes capital de los señores chichimecas. Esta nueva conquista despierta su apetito hacia la posibilidad de englobar finalmente todo el antiguo imperio de Xólotl. En efecto, con momentos de tregua y otros de guerra, Tezozómoc no abandona un instante su empresa hasta lograr mucho más tarde el triunfo total.
Pero para lograr sus fines necesita consolidar su posición en la región del
sur del valle de México, absorbiendo un grupo considerable de señoríos independientes
de los que no nos hemos ocupado aquí para no hacer aún más confusa esta historia,
pero que daban a los valles centrales durante le siglo XIII
y la
mayor parte del XIV
un carácter feudal a base de muchos pequeños
señoríos en continuas luchas, alianzas y rupturas. Esta situación recuerda la
de Italia en época similar, donde vemos el mismo juego eterno y vano de ligas
más movedizas que la arena, de estériles batallas y de efímeras victorias.
Habiéndose apoderado de todo el centro del valle entre Culhuacan y Tenayuca, podía Tezozómoc proseguir tanto hacia el norte como hacia el sur. En esta dirección ya hemos visto que lanza sus mercenarios como punta de flecha sobre la región de Morelos. Al norte quedaban, aislados y listos para ser vencidos, por un lado Xaltocan y por otro el poderío chichimeca. Xaltocan cae hacia 1400 y entonces ya sólo falta llevar a su fin la conquista de Tezcoco y de su imperio.
Este imperio había sido dividido en señoríos, lo que facilitó la empresa. Así lo vemos caer uno a uno. Cuando Ixtlilxóchitl sube al trono de Tezcoco, probablemente en 1409, la situación ya es angustiosa y su reinado de nueve años se pasa en continuas alertas y falsas promesas de paz de parte de Tezozómoc.
El problema se plantea desde los primeros días del reinado. En 1410, Ixtlilxóchitl convoca a la ceremonia de su jura como soberano chichimeca. A ella no asisten, según su historiador descendiente del mismo nombre, sino dos señores. Los demás se excusan pretextando la defensa de las fronteras. Pero la ausencia más ominosa a esta ceremonia es la de Tezozómoc, el viejo tirano, que no sólo se niega a asistir, sino que pretende competir en la sucesión ya que ambos reyes eran descendientes de Xólotl. Manda a Ixtlilxóchitl una embajada portadora del supremo insulto: una carga de algodón en bruto para que le sea devuelta en mantas tejidas. Esto indica, según la costumbre indígena que considera a Ixtlilxóchitl como una débil mujer que sólo es capaz de hilar algodón. El problema es crucial para Ixtlilxóchitl. Si devuelve el algodón con palabras injuriosas manteniendo así su dignidad, esto significa de inmediato la guerra contra Tezozómoc. Ixtlilxóchitl. no tiene ejércitos ni armas preparadas. Entonces se somete, para ganar tiempo. Manda reclutar soldados, fabricar armas y concentrar en el centro mismo de su país todas las fuerzas, hasta entonces dispersas en sus posesiones lejanas.
Así, al principio las pretensiones del rey tepaneca parecen no tener éxito, e Ixtlilxóchitl toma el poder muy a pesar de su rival. Se casa con una hermana de Chimalpopoca de México, por cierto nieta de Tezozómoc, y empieza a reinar.
En 1414 Ixtlilxóchitl ve claramente que la situación se vuelve cada vez más desesperada. Decide en ese año hacer jurar a su hijo, Nezahualcóyotl, como su heredero. Con ello piensa obtener dos ventajas: salvar , si no su reino, cuando menos el derecho futuro de su dinastía, y además saber cuáles señores le son aún leales. Era difícil definir esto sin una ceremonia que claramente deslindara los campos, ya que Tezozómoc emplea no sólo la guerra, sino la astucia, la traición, las alianzas y aun la corrupción para allegarse amistades en el campo opuesto.
Ixtlilxóchitl da cita a todos los jefes cerca de Huexotla en una gran llanura donde ha mandado construir un trono. Llegado el día, se desarrolla pomposa ceremonia conforme a los viejos ritos toltecas: pero en presencia de muy pocas personas importantes, pues la mayor parte ha preferido no asistir por temor a Tezozómoc.
El lamentable resultado de esta junta inicia la agonía del trono de Ixtlilxóchitl. Éste, con un nuevo ejército, logra empezar otra campaña, al principio victoriosa, ya que invade terrenos de Azcapotzalco y aun dice su cronista (muy favorable a él y por tanto difícil de aceptar íntegramente) que Tezozómoc, perdido, pidió la paz. Ixtlilxóchitl la acepta, considera la guerra terminada y manda disolver su ejército. El hecho es que en 1418 las tropas de Tezozómoc están a las puertas de Tezcoco: muchos de sus antiguos enemigos se han pasado a su campo e Ixtlilxóchitl se encuentra casi solo.
Acompañado de su hijo Nezahualcóyotl, y rodeado de sus últimos fieles, se hizo fuerte en un bosque donde, viéndose perdido, se retiró a una barranca profunda. Bajo un gran árbol caído pasó la noche en compañía de su hijo y de dos capitanes. Al salir el sol, al día siguiente, llegó un soldado a decirle que lo habían descubierto y que a gran prisa venía gente armada para matarlo. Entonces pidió a los soldados que lo dejaran solo, llamó a su hijo y le dijo: "Hijo mío muy amado, brazo de león, Nezahualcóyotl, ¿adónde te tengo de llevar que haya algún deudo o pariente que te salga a recibir? Aquí ha de ser el último día de mis desdichas y me es fuerza el partir de esta vida; lo que te encargo y ruego es que no desampares a tus súbditos y vasallos, ni eches en olvido de que eres chichimeca, recobrando tu imperio que tan injustamente Tezozómoc te tiraniza y vengues la muerte de tu afligido padre, y que has de ejercitar el arco y las flechas. Sólo resta que te escondas entre estas arboledas porque no con tu muerte inocente se acabe en ti el imperio tan antiguo de tus pasados".
Después de tan tierna escena, el pequeño príncipe se esconde y entre las ramas ve cómo los enemigos matan a su padre, Una vez idos, recoge el cuerpo y ayudado por algunos amigos adereza el cadáver y lo quema. Ixtlilxóchitl fue el primer emperador chichimeca quemado según los ritos y ceremonias toltecas en vez de ser enterrado en una cueva con sus antepasados.
Con la muerte de Ixtlilxóchitl comienza el "gobierno en exilio" de la dinastía chichimeca representada por el joven Nezahualcóyotl, "el coyote hambriento", legítimo heredero del imperio. Este muchacho, de juventud tan azarosa, había de convertirse en la figura más ilustre de su siglo por lo pronto tiene que refugiarse de un sitio a otro, perseguido implacablemente por el odio de Tezozómoc, que deseaba verlo desaparecer ya que era el único rival legítimo que quedaba. Poco después se establece en Tlaxcala y a veces en la corte de su tío Chimalpopoca.
Nos relatan las crónicas innumerables episodios más o menos verídicos, de las aventuras que ocurrieron a Nezahualcóyotl durante su exilio. Los peligros no le impidieron, como dice su descendiente, irse "por diversas partes de las tierras no dejando reino, ciudades, provincias, pueblos y lugares que no entrase en ellos para conocer los designios y voluntades de los señores de estas partes. En unas le recibían con mucho regocijo; en otras muy secretamente, avisándole que se guardase de sus enemigos. A veces disfrazado entraba y oía lo que se decía de él, averiguando por tanto la opinión de los señores y las órdenes de Tezozómoc". Tanto preocupaba su vida al tirano que hasta dicen que lo soñó dos veces. "La una hecho águila real, que le daba grandes rasguños sobre su cabeza y que parecía que le sacaba las entrañas y el corazón y que le despedazaba los pies".
En medio de aventuras sin cuento, escapando siempre de la ira de Tezozómoc, protegido a veces por su astucia y otras por los muchos parientes importantes que tenía, el joven Nezahualcóyotl ve pasar con amargura los años del exilio, pero mientras él tiene la juventud que le permite esperar, su rival, el viejo Tezozómoc, está cada vez más enfermo no de enfermedad sino de años, "y era tan viejo, según parece en las historias y los viejos principales me lo han declarado, que lo traían como a una criatura entre plumas y pieles amorosas metido y siempre lo sacaban al sol para calentarlo y de noche dormía entre dos braseros de fuego grandes que jamás se apartaba de la calor porque le faltaba la calor natural". Como era de esperarse en estas circunstancias, por fin muere el tirano en 1426, y un aire de independencia sopla entonces en el valle.
El largo reinado de Tezozómoc, 63 año tuvo una importancia mucho más grande que la simple consolidación de la supremacia tepaneca. Tezozómoc fue el primero que, desde los días ya lejanos de la caída de Tula, logró unir bajo su dominio directo o indirecto, por medio de su quíntuple alianza", todo el valle de México, gran parte de los otros valles circundantes y aun terrenos mucho más lejanos, ya que sus tropas llegaron hasta la región de Taxco. Esto marcó el fin de innumerables pequeños señoríos que se habían dividido esas tierras como una consecuencia de la dispersión de los toltecas. A los tepanecas, en cierto modo, cabe el honor de haber puesto fin a esta situación. al reunir esos feudos semiindependientes, preparan la unificación mayor que harán los mexicas.
Pero Tezozómoc gobernaba un grupo que no era realmente local, ya que hablaba el matlatzinca, en vez del náhuatl, y cuyas raíces por tanto no pudieron ser tan hondas. Ésta era la debilidad profunda de su imperio, oculta durante su brillante reinado, pero que a su muerte debía aparecer muy claramente.
La extraordinaria inteligencia de Tezozómoc, ayudada por su perfidia y su falta total de escrúpulos, fue completada por la fortuna de una larguísima vida que le permitió llevar a cabo su obra. Logró así prestigio incomparable. Pero su obra, como todas las obras de violencia, no podía perdurar.
No sólo utilizó la guerra como arma de expansión, sino una tortuosa política de alianzas y traiciones que le habían de valer el apoderarse de un número de sitios que no había podido vencer con su fuerza militar, o cuya conquista lo hubiese obligado a una serie de campañas. Apoyó su proceder con una sistemática serie de alianzas dinásticas. Con el tiempo había casado a muchos de sus hijos y nietos con los herederos de casi todos los señoríos del valle de México. A través de su dispersa familia intervino en los asuntos de todas las ciudades y se convirtió en el señor indiscutido de la región.
Desgraciadamente tenemos pocos datos sobre este personaje, que sería muy interesante conocer más a fondo. Aparece y desaparece fugazmente en las crónicas; pero lo poco que sabemos de su personalidad nos hace pensar que, mucho mejor que César Borgia, habría servido como modelo para El príncipe de Maquiavelo.
Dejó en la mente de sus sucesores políticos una nueva fórmula del arte de gobernar, fórmula admirablemente adaptada a las calidades de los mexicanos que, como dice Jiménez Moreno, "aprendieron en la escuela de Tezozómoc de Azcapotzalco". Los vamos a ver pronto aplicar brillantemente esos principios de realismo brutal. Pero antes necesitamos regresar un poco hacia atrás para estudiar lo que durante los años del esplendor tepaneca aconteció en Tenochtitlan.
A la muerte de Acamapichtli, el primer señor, sube al trono su hijo Huitzilíhuitl, que siempre por cuenta de Tezozómoc, guerrea victoriosamente contra varios pueblos del valle y sobre todo continúa la lucha contra la gente del valle de Morelos, capitaneada ésta por el señor de Cuernavaca.
Entre las pausas de la lucha, nos cuenta la Crónica mexicáyotl cómo Huitzilíhuitl se enamora de la hija del señor de Cuernavaca: "Su corazón fue solamente a Cuernavaca, por lo cual inmediatamente envió a sus padres a pedirla por esposa".
Pero el padre de la joven era un brujo: "Llamaba a todas las arañas así como al ciempiés, la serpiente, el murciélago y el alacrán, ordenándoles a todos que guardasen a su hija doncella, que era bien ilustre, para que nadie entrase donde ella ni bellaco alguno la deshonrara; estaba encerrada y muy guardada hallándose toda clase de fieras por todas puertas del palacio; a causa de esto había muy gran temor y nadie se acercaba al palacio. A esta princesa la solicitaban los reyes de todos los poblados porque querían casarla con sus hijos; pero su padre no aceptaba ninguna petición".
En cuanto oyó el de Cuernavaca que el señor de México solicitaba a su hija, dijo a los enviados: "¿Qué es lo que dice? ¿Qué podrá él darle? Lo que se da en el agua, de modo que, tal como él se viste con ropa de lino acuático, así la vestirá. Y de alimentos ¿qué le dará? ¿O acaso es aquel sitio como éste donde hay de todo, viandas y frutas muy dilectas, el imprescindible algodón y las vestiduras? Idos a decir todo esto a vuestro rey antes que volváis aquí". Muy afligido se hallaba Huitzilíhuitl al saber que había sido rechazada su petición cuando en sueños se le apareció el dios Tezcatlipoca y le dijo: "No te aflijas, que vengo a decirte lo que habrás de hacer para que puedas tener a la doncella. Haz una lanza y una redecilla con las cuales irás a casa del señor de Cuernavaca donde está enclaustrada su hija. Haz también una caña muy hermosa; ésta adórnala cuidadosamente y píntala bien plantándole además en el centro una piedra muy preciosa, de muy bellas luces. Irás a dar allá por sus linderos, donde flecharás todo e irá a caer la caña en cuyo interior está la piedra preciosa allá donde está enclaustrada la hija del rey de Cuernavaca y entonces la tendremos". El enamorado hizo exactamente lo que el dios le había indicado y cuando cayó la caña la doncella la vio bajar del cielo, la tomó, la rompió por el medio y vio dentro la piedra preciosa. Quiso, muy femeninamente, asegurarse de que era buena la piedra, mordiéndola; pero se la tragó y ya no pudo sacarla, con lo cual se halló embarazada. Siendo el señor de México la causa del embarazo, su padre se la dio por esposa.
Al leer cuidadosamente la crónica, nos damos cuenta de que esta página de amor es bastante menos romántica de lo que parece a primera vista; en realidad, así como la joven demuestra su interés al morder la piedra para ver si era fina, el móvil verdadero del señor de México era menos la pasión que el deseo de obtener la rica producción de algodón de la región de Morelos y desquitarse justamente de lo que le reprochaba su futuro suegro, o sea, de andar vestido de ropa tejida con plantas acuáticas. A partir de estas fechas se podía adquirir ropa de algodón en el mercado de Tlatelolco.
A la muerte de Huitzilíhuitl, en 1417, lo hereda Chimalpopoca, nieto, por su madre, de Tezozómoc de Azcapotzalco.
Este parentesco fue muy provechoso a los mexicanos, ya que el abuelo de su nuevo rey les exigía cada vez menos tributos. Probablemente se deba al parentesco de Chimalpopoca con Tezozómoc el que haya sido elegido al rango supremo, pues apenas tenía doce años cuando subió al trono. Los diez años de su reinado fueron poco importantes en los anales mexicanos. En 1426 muere cargado de años y de gloria el viejo Tezozómoc y estalla entre dos de sus hijos una guerra, pues ambos pretendían ser sus herederos.
Chimalpopoca comete el peor error que pueda hacer un gobernante: apoya al hermano que pierde la batalla. El vencedor, Maxtla, manda matar a la mayor parte de los que, partidarios de su hermano, han conspirado contra él. Chimalpopoca fue encarcelado y parece que ahí se le ahorcó a los 22 años de edad.
Con la muerte de Tezozómoc y el fin poco glorioso de su nieto Chimalpopoca, llegamos al momento más importante de la historia mexicana, cuando se inicia una nueva etapa que lleva a Tenochtitlan a la hegemonía sobre los valles centrales.
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