Anexo

Cascabel: la serpiente divina

Miguel Rubio Godoy

Su historia está muy ligada a la nuestra; es un depredador formidable y ha logrado adaptarse a una diversidad de ambientes. Pero no es tan agresiva como suele pensarse.

Quizá haya pocas criaturas más emblemáticas del Nuevo Mundo que las serpientes de cascabel. Antes de los viajes de Cristóbal Colón, en Europa, África o Asia no se había visto ninguna; poco después del descubrimiento de América capturaron la imaginación de los europeos tanto por la rareza de su cascabel como por la peligrosidad de su veneno.

Estos reptiles, también llamados crótalos, se encuentran desde el suroeste de Canadá, hasta Argentina, y en este extenso territorio ocupan prácticamente todos los hábitats disponibles. Los pueblos americanos las elevaron al rango de seres divinos: las serpientes eran consideradas mediadoras entre los humanos y los dioses, y una de las principales deidades mesoamericanas es la célebre serpiente emplumada, Quetzalcóatl para los mexicas, Kukulkán para los mayas.

En cualquier visita a una zona arqueológica o museo de antropología salta a la vista la variedad y abundancia de representaciones de serpientes que nos legaron nuestros ancestros, y de hecho, los crótalos se colaron a la iconografía que hoy nos representa como mexicanos: en el escudo nacional, el águila sujeta una serpiente de cascabel.

Serpientes hay muchas en todos los continentes, a excepción de la Antártida. Obviamente, lo que distingue a la serpiente de cascabel es la presencia de este apéndice sonoro en la cola. Este se compone de una serie de segmentos de queratina (el mismo material que forma nuestras uñas) huecos y engarzados, que chocan entre sí cuando el animal los agita para alertarnos de su presencia con el inconfundible y ciertamente un tanto atemorizador sonajeo. Al escucharlo, la mayoría de los animales y las personas sensatas retroceden y dejan al reptil en paz, que es justamente lo que éste busca, pues a pesar de su mala fama es un ser pacífico y más bien tímido.

La serpiente cambia el cuero

Muchas de las cosas que se dicen popularmente de los crótalos son falsas o exageraciones. Uno de los mitos más extendidos es que el número de segmentos del cascabel corresponde a la edad en años del animal. Los cascabeles aumentan cada vez que la serpiente cambia de piel, lo cual sucede dos o más veces por año. Pero como con cualquier otra estructura expuesta a la interperie, los segmentos se desgastan o rompen de vez en cuando, y por eso, no obstante que sus portadoras vivan 20 a 30 años, rara vez cuentan con más de una docena de cascabeles.

Al igual que el ser humano y muchos otros animales, los ancestros de los crótalos llegaron a América atravesando el estrecho de Bering hace varios millones de años. Estas serpientes ancestrales dieron origen a los vipéridos americanos que incluyen, además de las serpientes de cascabel en todo el continente, a los cantiles en Norteamérica y a las nauyacas y otras serpientes sin cascabel en Centro y Sudamérica.

Todos los vipéridos cuentan con la característica que le valió el nombre a la temida –y temible– nauyaca: el apelativo viene del náhuatl nahui que significa cuatro y yacatl, nariz; también se le conoce como cuatronarices y terciopelo. Desde luego, los vipéridos no tienen cuatro narices, pero ciertamente presentan cuatro orificios en el rostro. El primer par, presente en cualquier reptil, son las narinas que conducen el aire a la boca y luego a los pulmones. El segundo par de orificios, que se localiza entre las narinas y los ojos, alberga órganos termosensibles con los que los vipéridos captan las minúsculas diferencias de temperatura que emana el cuerpo de sus presas.

Este par de sensores de calor les permite localizar animales de sangre caliente incluso en la oscuridad total, pues los pueden “ver” mediante el halo de luz infrarroja que emiten al estar más calientes que el medio ambiente. Es curioso que si bien no tienen cuatro narices, los vipéridos sí tienen dos maneras de oler: una digamos la tradicional, mediante receptores olfativos en los conductos nasales; la segunda es única en los reptiles, pues consiste en usar las puntas de la lengua para arrastrar moléculas hasta un par de fosas situadas en el paladar.

Estas fosas contienen el llamado órgano de Jacobson, que es sumamente sensible a los olores e incluso permite distinguir pequeñísimas diferencias de concentración entre los extremos derecho e izquierdo de la lengua, con lo que la serpiente puede seguir rastros olorosos con facilidad.

Si la serpiente oyera...

Las serpientes no tienen extremidades (aunque algunas especies aún conservan los vestigios de las patas traseras), pero son sumamente ágiles y se las ingenian para moverse por cualquier tipo de terreno, incluyendo el agua, y trepar sin mayor dificultad. Mientras que otros reptiles, como los cocodrilos y los caimanes, emplean las patas para proyectar todo su cuerpo al atrapar presas, las serpientes sólo lanzan su extremo frontal. En preparación al lanzamiento, elevan el cuello y adoptan una postura más o menos en forma de letra “S”.

Al atacar a un animal, enderezan su sinuosa figura, acelerando la cabeza hacia su objetivo.

La serpientes matan a sus presas ya sea inoculándoles veneno o asfixiándolas al enrollarse alrededor suyo. Carecen de párpados, pero sus ojos están protegidos por duras escamas transparentes. Tampoco tienen orejas y sus oídos son disfuncionales, pero son muy sensibles a las vibraciones del suelo y pueden detectar algunos sonidos mendiante receptores nerviosos conectados a sus escamas. A diferencia de las aves y los mamíferos, no son de sangre caliente; regulan su temperatura asoleándose cuando están frías y resguardándose del sol cuando hace demasiado calor.

Las serpientes no pueden perseguir presas a gran velocidad durante periodos largos, pero son maestras en el arte de la emboscada y sus colores y patrones hacen que sea muy difícil verlas en su medio ambiente. Así cuando un ratón desprevenido pasa cerca de una serpiente de cascabel enrollada en espera de un bocadillo ambulante, tal vez no se dé cuenta de su error hasta que es demasiado tarde: el ataque de la víbora es tan repentino que incluso hace falta repasarlo en cámara lenta para examinar las distintas fases que lo componen.

Tan sólo transcurre una veintésima de segundo desde que la sierpe inicia la ofensiva hasta que su cabeza alcanza al roedor. Durante este brevísimo intervalo, su boca se abre ampliamente y del maxilar superior se proyectan un par de largos colmillos huecos que estaban retraídos contra el paladar. Primero alcanza el cuerpo del roedor la mandíbula inferior y un poco después el maxilar superior inserta los colmillos. Una vez dentro del cuerpo de la presa, los colmillos fungen como las agujas de una jeringa, pues están conectados a un par de glándulas que contienen veneno, y éstas son apretadas por fuertes músculos, de tal modo que las toxinas fluyen a gran presión a través de los colmillos hacia la herida que causaron. Finalmente, la serpiente abre la boca y libera al seguramente atolondrado ratoncillo, que saldrá despavorido pero no llegará muy lejos. Las serpientes no pueden masticar su comida, pero tienen la posibilidad de dislocar sus mandíbulas, además de que sus cuerpos y vértebras son sumamente flexibles, lo que les permite tragar bocados gigantescos: algunas serpientes pueden comerse el equivalente a la mitad de su masa corporal de una sentada. Por supuesto, después de semejantes maratones gastronómicos, tienen que reposar un buen rato, a veces durante ¡unas cuantas semanas o incluso, meses!.

Crea fama y échate a dormir

Las serpientes son animales maravillosamente adaptados a su entorno y depredadores muy exitosos, pero desafortunadamente no son célebres desde la antigüedad por estas características, sino por el hecho de que algunas especies son muy venenosas. Hoy día se estima que en el mundo cada año unas 10 mil personas son mordidas por víboras, lo cual explica por qué se han investigado con tanto ahínco cómo funciona su veneno.