Anexo 2

El famoso grito

Sábado 14 de septiembre de 1810

Después de rogarle mucho a mi papá, aceptó que lo acompañara a visitar a un primo suyo, Ignacio Garcés, que vive en las afueras de Dolores. El tío es de baja estatura, gordito y tiene un vozarrón que espanta a cualquiera.

En un rato saldremos a montar caballo. El de mi papá es blanco y se llama “El jinete veloz”, el mío café oscuro y le decimos “La yegua que vuela”. Nos iremos a galope y esperamos llegar al atardecer a Dolores. Mi papá me explicó que atravesaremos un camino muy plano, bordeado de cultivos de maíz, trigo y avena.

Yo estoy muy emocionado. No conozco Dolores. Mi mamá dice que es una población pequeña, con una iglesia muy bonita, muchos comercios de españoles y fábricas de lana. Mi tío Ignacio es dueño de una de ellas.

Lunes 16 de septiembre de 1810

Al levantarnos a las 9 de la mañana, papá, tío Ignacio, mis primos y yo no encontramos a los esclavos y criados que nos hacen el desayuno, nos preparan el baño y nos ayudan a vestir. Nos sentíamos medio perdidos. Después de un buen rato, se presentó un amigo de mi tío, tembloroso y asustado.

Después de sentarse en un sillón y tomar un sorbito de agua, nos dijo con un hilo de voz:

—Escóndase ustedes, porque acabo de saber que el cura Miguel Hidalgo y Costilla se rebeló en el centro del pueblo de Dolores.

Asombrado mi tío preguntó:

—¿Pero cómo fue? ¿Qué sucedió exactamente?

—No sé con exactitud cómo ocurrió el levantamiento, porque yo no lo vi. Pero les diré lo que varias personas me contaron. Algunos dicen que el 15 de septiembre a las 12 de la noche –aunque otros aseguran que fue en la madrugada del 16–, el cura Hidalgo, que se encontraba leyendo en su biblioteca, escuchó fuertes golpes en su puerta. No sabemos quién tocaba. Puede haber sido un tal capitán Allende o quizá un tal Aldama. En todo caso el cura Hidalgo lo hizo pasar rápidamente y se cuenta que platicaron lo siguiente:

—¿Qué le trae por aquí a estas horas tan avanzadas?

—Nuestro plan de lanzarnos a la revuelta, señor cura, fue descubierto y hay órdenes para aprehenderlo a usted. Vine a advertirle —dijo el misterioso visitante.

—Pero ¿cómo se supo que tomaríamos las armas el 1 de octubre?

—Nos denunció alguien a las autoridades. Tal vez algún moribundo lo comunicó a su confesor o quizá alguna persona acobardada habló en Guanajuato o en Querétaro. ¡El asunto es que estamos perdidos...!

—¿Perdidos? —repitió Hidalgo indignado—. ¡No, yo no me siento perdido! Debemos lanzarnos a la rebelión inmediatamente. Tenemos armas, gente en diferentes poblaciones y toda Nueva España se nos unirá, porque ya están cansados de tanta hambre, injusticia y pobreza.

—Empezaron inmediatamente los preparativos. Algunos dicen que Hidalgo convocó a mucha gente frente a su casa. Otros, que mandó tocar las campanas de la iglesia. Ante el gentío reunido gritó:

—¡Viva América! ¡Viva Fernando VII!

Inmediatamente sus seguidores distribuyeron armas entre los hombres. Todos se fueron a la cárcel a liberar a los presos y, en su lugar, apresaron y encerraron a algunos españoles.

Después de tomar aliento, nuestro amigo comentó:

—A usted y a mí no nos perjudicaron porque nuestras casas están en las afueras de Dolores, pero nuestros criados se unieron a los rebeldes.

Al oír tales noticias, papá se levantó de golpe y dijo:

—No necesito saber más. Me voy a Guanajuato inmediatamente...

Martes 17 de septiembre de 1810

Llegamos al anochecer a Guanajuato, rendidos y muertos de hambre. Mamá ordenó a nuestra esclava Chole que preparara una copiosa cena. Cuando nos sentamos a la mesa, papá relató a mamá, Ximena y Antonio lo ocurrido en Dolores. Agregó:

—En mi opinión, Hidalgo no debería haber tomado las armas. Al saberse descubierto, debió haber huido para salvar su vida y la de los capitanes Allende, Aldama y demás sublevados.

—No, papá —dijo Antonio—, no ha huido porque sabe que seguramente será encontrado, juzgado y fusilado. Este castigo merecen todos los traidores cómo él. A mi entender debió de haber permanecido fiel a Fernando VII, rey de España, aunque esté preso en manos de los franceses.

Con aire sombrío agregó:

—Yo temo a la chusma que ha reunido, querrá despojarnos de nuestras propiedades y provocará un gran desorden.

—Hidalgo tiene razón —exclamó Ximena enojada—. América es para los “americanos” y es necesario mejorar la vida de esa “chusma”, de gente como Chole, de nuestra lavandera y de Lucio y Pedro González, los trabajadores de la mina de papá. Mucha gente se unirá a Hidalgo.

Papá enrojeció de rabia y Antonio golpeó la mesa con el puño y gritó enfurecido, a mi hermana:

—Ximena, ¿de dónde sacas esas ideas peligrosas y traidoras? —y con una sonrisa burlona agregó: —¿No será que ya te contagió Juan Manuel?

Mamá, al oír los gritos empezó a llorar y, entre sollozos, suplicó:

—No se peleen, no se dividan por este asunto. Ahora debemos permanecer unidos porque se rumora que Hidalgo y sus huestes se acercan a donde tomaron el estandarte de la Virgen de Guadalupe y la nombraron su protectora.

—Y a nosotros —pregunté yo—, ¿quién nos protegerá? Tengo mucho miedo...

—...Yo tengo que confesarte querido diario que tengo mucho miedo. ¿Qué nos sucederá cuando Hidalgo entre a Guanajuato? ¡No quiero ni pensarlo!

Lerner S., Victoria, La vida de un niño en tiempos de la independencia.