1.3 ¿Cómo hemos actuado frente a esta diversidad?

A partir de los ejercicios que hemos realizado, y con el apoyo del texto que acaban de leer, podemos decir que nuestra realidad es diversa, tanto en el ámbito de lo social como en el de nuestro salón de clases. Así, no podemos hablar de una sociedad homogénea, como tampoco podemos calificar como tal nuestras escuelas y aulas.

Los niños y los maestros en el aula. Conocimientos y saberes propios

En realidad estaba iniciando mi trabajo de investigación. Era un día lunes, el primer día de clases de la semana. Estuve presente desde el homenaje a la bandera nacional que se acostumbra realizar en la escuela. Pasado ese evento, los alumnos y los maestros tanto de educación preescolar como de primaria procedieron a pasar a sus respectivas aulas.

Mi tema de investigación era en torno a las relaciones socioafectivas entre la maestra y los alumnos, y entre los alumnos mismos en educación preescolar. Así pues, pasé al salón de tercer grado. Estuve muy atenta al trabajo de la maestra con los niños. El tema que estaban abordando era: Vamos a dibujar todos. (Signos: M - maestra, N - niña, niña o niños [según el caso], I - investigadora.)

M- A ver niños, vamos a continuar, ¿qué les parece si dibujamos?

N- Sí, maestra (en coro, sólo algunos).

M- Muy bien, eso me da alegría, eso quiere decir que tienen muchas ganas de trabajar hoy, ¿verdad que sí?

N- Sí, maestra (en coro, sólo algunos).

M- Bueno, entonces a dibujar se ha dicho, ya saben las reglas, ahí están los materiales para que los usen, y no se vayan a pelear, cuando agarren un material, luego de usarlo, lo regresan a su lugar y así a todos les va a tocar y así no habrá problemas, ¿me escucharon?

N- Bueno, maestra (en coro, sólo algunos).

Me parecía una buena forma de trabajo la que practicaba la maestra. Yo veía asombrada cómo los niños se concentraban en lo suyo, igual unos agarraban unas crayolas, otros agarraban unas hojas que por cierto eran de reuso, otros pintaban haciendo rayas u otra cosa, así, todo iba de maravilla; me parecía que los niños disfrutaban el momento, y en efecto, no había problemas, salvo un caso que fue resuelto sin muchas dificultades por la maestra al recordarles las reglas. Llegó el momento de la entrega de los trabajos. Casi todos lo hicieron al mismo tiempo, a excepción de una niña que fue de los últimos en entregar. Veamos lo que sucedió.

N- Aquí está mi trabajo, maestra.

M- Ah, qué bueno, a ver (silencio mientras lo observaba). ¡Pero qué es esto!, ¿hay acaso algún árbol con flores de color morado? Pero, ¿qué has hecho?, de plano, ¿de dónde sacaste este árbol con flores de este color? (risas). A ver, pregúntale a tus compañeros a ver qué dicen (risas). Bueno, lo bueno fue que sí hiciste algo, no como Alfonso, que se la pasó rascándose la cabeza. Ten tu dibujo, ya lo vi.

Sin responder a su maestra, la niña se retiró evidentemente muy triste. Al ocupar su lugar, noté que me miraba de reojo; cuando sentía su mirada, yo volteaba a verla y ella se agachaba. Yo tenía ganas de intervenir, tenía ganas de hablar con ella, sin embargo, me tuve que esperar hasta la hora de la salida para acercarme a ella. Para lograrlo, comencé a hablarle de su bonito peinado, de su morral lleno de bonitos y vistosos colores. Cuando creí conveniente, le pregunté sobre su dibujo:

I- ¿Y tu dibujo que hiciste en el salón?

N- Está en mi morral (en tono de molestia y con un semblante de desconfianza).

I- Bueno, en el salón no lo pude observar bien, pero me gustó mucho. ¿Me lo puedes mostrar?

N- ¡Nooo! (otra vez en tono molesto).

I- ¿Por qué no me lo quieres mostrar? Tan bonito que lo hiciste, te prometo que te lo devuelvo rápido, sólo quiero verlo un momentito.

N- Es que no sirve, no sirve.

I- ¿No sirve? ¿Por qué no sirve?

N- Porque así dijo la maestra.

I- No, tan bonito que lo hiciste, a ver, déjame verlo tantito.

N- Aquí está, ni sirve.

La niña sacó su dibujo del morral con actitud insegura, se puso a llorar fuertemente y se echó a correr, lo cual me preocupó mucho, porque muy cerca de ahí estaban los padres de familia haciendo un trabajo de la escuela. Cuando la alcancé le dije que la invitaba a tomar un refresco en la tiendita de don Nicolás, lo cual no aceptó, pero sí quiso dialogar conmigo respecto de su dibujo, así que le dije:

I- Ah, gracias, mira qué bonito dibujo, qué color tan bonito el de tu árbol.

N- No, no sirve.

I- Pero, por qué dices eso si está muy bonito.

N- La maestra dijo que está mal.

I- Noo, la maestra te lo dijo jugando.

N- No, no le gustó (se me quedó viendo muy molesta, como diciendo “tú también eres igual”. En verdad tenía una mirada de coraje; al menos eso era lo que alcanzaba a ver en ella.)

I- Yo creo que sí le gustó.

N- No, no le gustó, no le gustó.

I- Pero, ¿por qué dices que no le gustó?

Al hacerle esta pregunta, vi que se quedó muy pensativa y, después de un rato, me dijo:

N- Maestra, maestra, te invito a mi casa. Vamos a mi casa a tomar pozol.

I- Bueno, vamos pues.

Creo que el haber aceptado su invitación fue como una forma de romper el hielo. Considero que le inspiré confianza, tanto así que me tomó de la mano y nos fuimos caminando hasta la entrada de su casa. A nuestra llegada ladraron los perros y entonces salió doña Antonia (la madre de la niña) a ver quién llegaba. En ese justo momento, Marianita (ése era el nombre de la niña) me tomó con más fuerza de la mano y me dijo:

N- Ven, ven, vamos por acá.

Mientras esto sucedía, doña Antonia le habló diciéndole: “Niña, deja a la maestra, deja que venga acá, que pase. ¿A dónde la vas a llevar?” A doña Antonia, a sus otros hijos y a mí misma nos causaba gracia y mucha risa lo que estaba pasando. En realidad yo no comprendía las intenciones de la niña. Mientras tanto ella muy seria y ahora sí como enojada, me jalaba más y más fuerte con sus lindas y suaves manos, como todo niño que, cuando tiene que enseñarle algo a un adulto, lo jala y lo jala hasta llevarlo a donde quiere. Una vez que llegamos al lugar que quería, unos metros detrás de su cocina, se paró muy segura de sí misma. Luego luego vi que enfrente de nosotras estaba un arbolito, justo con flores de color morado. En ese momento comencé a comprender su intención. Mariana me dijo enseguida:

N- Aquí está mi arbolito, mi mamá lo sembró y yo le echaba agua cuando estaba chiquito. Ahora ya no necesita de mí, porque se espera hasta que la lluvia llega. Fue el que yo dibujé en la escuela.

En realidad, estaba atónita, no sabía ni qué decir. Lo que sí sé es que tenía ganas de llorar, aunque no pude hacerlo. No sé, como que me sentía parte del problema porque yo también soy maestra de preescolar; tenía cierto conflicto conmigo misma. La verdad es que no sabía qué hacer, así que me quedé viéndola fijamente y la abracé fuerte, pero muy fuerte. Luego le dije:

I- Ya ves, te dije que estaba muy bonito...

N- Sí (me interrumpió), pero es que mi maestra dijo que no servía (se quedó pensativa otra vez, luego continuó). Bueno, pero creo que tenía razón mi maestra; es que yo creo que no conoce bien el mundo todavía, por eso no le gustó.

I- ¿No conoce el mundo la maestra?

N- No, no conoce bien el mundo, y como de por sí no sale a pasear, creo que es por eso.

I- Pero, ¿cómo es eso de que no conoce el mundo?

N- ¿Qué no oyes, pues? ¡Ya te dije que no conoce el mundo! Por eso no le gustó.

Como se puede observar, mi pregunta delataba, sin duda, mi sorpresa ante su comentario. Realmente me tenía impactada. Después, frente a su madre, yo no sabía por dónde empezar para explicarle la situación, hasta que la misma Marianita, muy valientemente, le contó lo que había ocurrido. Así, ya más tranquila, aunque eso sí, suspirando notoriamente a cada rato y muy profundo, ella y su madre me invitaron a pasar a la cocina, donde disfruté de un rico pozol. Además de hablar con doña Antonia de lo bonito, creativo e inteligente que son los niños, comentamos acerca de los colores de las flores y de cosas de la vida comunitaria.

Méndez Sánchez, I. Información recopilada en el proceso de investigación para tesis de Maestría en Educación y diversidad cultural, “Identidad y autoestima en preescolar”. San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México: upn, 2002.

Los estereotipos

Los estereotipos son una especie de “etiquetas” que colgamos a las niñas y los niños sin que necesariamente correspondan a sus personalidades. Algunas veces sólo porque en una ocasión un niño actuó con lentitud en la escuela le decimos “flojo” de ahí en adelante. O a una niña le decimos “lista” o “inteligente” todo un año escolar nada más porque un día resolvió pronto un problema.

Con mucha frecuencia, los estereotipos que imponemos a los demás corresponden a nuestros más profundos prejuicios y, de esa manera, los expresamos. Con frecuencia, cuando tenemos ante nosotros a una persona diversa la etiquetamos, en lugar de conocerla para comprenderla, en lugar de dialogar con ella con el respeto que merecen todas las personas humanas.

Hay estereotipos positivos y negativos. Pero todos hacen daño, porque las niñas y los niños están vivos, cambian, corrigen, aprenden, se retrasan y se superan día a día. Si les ponemos etiquetas que les duren para todo el año (en ocasiones para siempre), los volvemos estatuas y eso nos impide aprender de ellos, además de contemplar, apoyar y propiciar su movimiento, su dinamismo, su desarrollo identitario.

La diversidad nos enriquece

Las personas somos distintas. Tenemos diversas costumbres, estatura y color de piel. Actuamos, sentimos y opinamos de manera diferente.

Cuando hay opiniones distintas se enriquecen las conversaciones, se descubren nuevas ideas y se encuentran mejores soluciones para todos.

sep. Libro integrado. Primer grado. México: sep, 2000, p. 167.