En sus relaciones con el mundo, a lo largo del siglo de su construcci�n nacional, M�xico primero tuvo que luchar por consolidar su independencia, defendi�ndose de los tratados ruinosos que le quer�an imponer a cambio de su reconocimiento como naci�n independiente, y despu�s debi� enfrentar la agresi�n de las grandes potencias que quer�an apoderarse de su territorio, de sus riquezas y de su soberan�a.
Ante la falta de un gobierno estable debido a las constantes guerras internas y la bancarrota permanente, durante la primera mitad del siglo XIX M�xico fue considerado por la comunidad internacional como un Estado incapaz de gobernarse con mano propia. El doctor Reynaldo Sordo Cede�o nos da cuenta detallada de la situaci�n imperante en el pa�s en el cap�tulo primero de la presente obra.
Consumada la Independencia en 1821, �sta fue reconocida por Espa�a hasta 1836. La riqueza del territorio mexicano se hab�a convertido en leyenda desde la difusi�n de obras como el Ensayo pol�tico sobre el Reino de la Nueva Espa�a del bar�n Alejandro de Humboldt1, que la describ�an en toda su magnitud.
Las potencias de la �poca vieron a M�xico como un rico bot�n con forma de cuerno de la abundancia.2 El pa�s fue objeto de un intento de reconquista por parte de Espa�a en 1829 y en 1838 de un primer intento de intervenci�n por parte de Francia con la llamada Guerra de los Pasteles. La separaci�n de Texas en 1836 fue el antecedente de la invasi�n y de la guerra contra Estados Unidos en 1847, que ocasionar�a la p�rdida de m�s de la mitad del territorio nacional.
Una vez consumada su independencia, Estados Unidos inici� su proyecto expansionista. Inicialmente esta acci�n se fue concretando a costa de sus vecinos. Compraron a los franceses la Louisiana y a los espa�oles las Floridas, avanzaron sobre el territorio indio lanzando a su poblaci�n al sur y, finalmente, pusieron su mira en el territorio mexicano.3 En el ensayo del doctor Jos� Luis Orozco, cap�tulo segundo de la presente obra, puede hacerse el seguimiento detallado del pensamiento norteamericano.
Desde finales de la �poca virreinal entraron a Texas colonos norteamericanos y prosiguieron su entrada durante las primeras d�cadas del M�xico independiente, viol�ndose las leyes que establec�an que los colonos fueran cat�licos y que no tuvieran esclavos.
El 22 de febrero de 1819 los gobiernos de Espa�a y Estados Unidos firmaron el Tratado Transcontinental, que modific� los l�mites de la frontera norte. El Tratado Adams-On�s marc� el inicio del modelo que seguir�a la Uni�n americana en su carrera expansionista: "tomar territorio por la fuerza, y despu�s negociar su cesi�n"4, como bien ha afirmado Josefina Zoraida V�zquez, autora del cap�tulo tercero de la presente obra.
La ratificaci�n del Tratado Adams-On�s tuvo lugar apenas unos d�as antes del Plan de Iguala, con el que se lograr�a consumar la independencia de M�xico. O sea que, aun antes de ser independiente, el pa�s tuvo ya la presi�n de su vecino del norte.
Pueblo y gobierno de Estados Unidos estaban persuadidos de que todo el territorio vecino que M�xico no pudiera gobernar deb�a ser norteamericano.5
El primer embajador de Estados Unidos en M�xico, Joel R. Poinsett, ofreci� cinco millones por el territorio de Texas el 25 de agosto de 1829. La propuesta fue rechazada y, al a�o siguiente, se decret� una ley de colonizaci�n que prohib�a la entrada de colonos norteamericanos. No obstante, el avance continu� con el apoyo del gobierno norteamericano hasta lograr la independencia de Texas y, posteriormente, su incorporaci�n.
Al establecerse en M�xico la Constituci�n centralista de 1836, los colonos establecidos en Texas argumentaron que con ello se romp�a el pacto federal de la Constituci�n de 1824, por lo que consideraron tener el derecho de formar un Estado libre y soberano. El general Samuel Houston, con armas que obten�a del gobierno norteamericano presidido por Andrew Jackson, organiz� la sublevaci�n.
El 1� de marzo de 1836 Texas proclam� su independencia definitiva de M�xico y nombr� Presidente a David G. Burnett y vicepresidente a Lorenzo de Zavala. El caudillo militar que fung�a como �rbitro de la pol�tica nacional, Antonio L�pez de Santa Anna, se puso al mando de las fuerzas que har�an frente a los rebeldes.
El camino hacia el norte fue largo y penoso. Los soldados, mal armados, sin experiencia, muchos de ellos descalzos y pr�cticamente desnudos, iban acompa�ados de mujeres y ni�os y de otros hombres que eran reclutados conforme se acercaban a San Antonio.
Despu�s de recorrer m�s de 1,500 kil�metros, se encontraron frente al �lamo, lugar donde estaban pertrechados los texanos. El 4 de marzo de 1836 la plaza fue tomada a sangre y fuego y los sublevados fueron derrotados y ejecutados por �rdenes de Santa Anna, lo mismo que los hombres de las fuerzas de James W. Fannin capturados por �rdenes de Santa Anna.
Tras estos triunfos Santa Anna fue detr�s de Samuel Houston; sin embargo, la fatiga que dominaba a los soldados mexicanos precipit� su derrota: las fuerzas estadounidenses los sorprendieron cuando descansaban sobre las m�rgenes del r�o San Jacinto. Santa Anna trat� de huir, pero fue hecho prisionero.
En Galveston fue obligado a firmar dos tratados, uno de ellos "secreto", sin validez oficial, ya que Santa Anna no era Presidente en ese momento y, por lo tanto, no ten�a facultades para llegar a ning�n acuerdo oficial. Seg�n este tratado, el militar mexicano se compromet�a a no volver a levantarse en armas contra Texas, mientras que por el otro se obligaba a intentar influir en su gobierno para que se reconociera la independencia texana.
Prisionero durante siete meses, Santa Anna fue llevado a Washington ante el Presidente Jackson. En los compromisos que contrajo con el gobierno norteamericano a cambio de su libertad en este episodio y en sus acciones posteriores durante la propia guerra, se fundamenta la acusaci�n de traici�n a la Patria, ya que muchos autores concluyen que �l fue responsable de la derrota de M�xico al ayudar directamente al triunfo del enemigo.6
En la carta reservada del almirante Alex Slidell McKenzie a James Buchanan, jefe del Departamento de Estado, contenida en el Diario del Presidente Polk, el almirante narra el encuentro que tuvo con Santa Anna en La Habana, donde le manifest� el deseo de Estados Unidos de adquirir mediante un tratado "algunas porciones del territorio norte de M�xico consistentes en tierras bald�as o escasamente pobladas, y en parte pobladas ya por nativos de Estados Unidos (...) a cambio de una amplia compensaci�n de dinero en efectivo que servir�a para restaurar sus finanzas, consolidar su gobierno e instituciones y cimentar su poder y prosperidad con tendencias a protegerlo contra futuras usurpaciones y asegurarle la posici�n entre las rep�blicas del nuevo mundo que el Presidente de Estados Unidos desear�a verlo ocupar"7. Si hab�an comprado territorio a Francia y a Espa�a, por qu� no hacerlo a su vecino mexicano que andaba en apuros econ�micos.
Seg�n Slidell, Santa Anna redact� una nota como respuesta al Presidente estadounidense, cuyo original fue destruido por �l mismo. En este documento, asegura que Santa Anna "no vacilar�a en hacer concesiones antes que consentir que M�xico estuviera gobernado por un pr�ncipe extranjero que los monarquistas est�n tratando de elevar [al trono]" y que prefer�a "un arreglo amistoso a los estragos de la guerra que pueden ser calamitosos para su pa�s (...) que si el gobierno de los EE. UU. estimula sus patri�ticos deseos, ofrece responder con una paz tal como se ha descrito".
Asimismo, Slidell sostiene que Santa Anna suger�a que el general Taylor avanzara "a la ciudad de Saltillo, que es una buena posici�n, obligando al general Paredes a luchar, puesto que considera f�cil su derrocamiento, y hecho esto el general Taylor puede avanzar hacia San Luis Potos�, cuyo movimiento obligar� a los mexicanos de todos los partidos a llamar a Santa Anna". M�s adelante refiere que le sugiere atacar San Juan de Ul�a y ocupar Tampico, lo cual resultar�a muy f�cil para el Ej�rcito estadounidense.
Slidell se�ala que Santa Anna ped�a que se guardara el mayor secreto sobre esta conversaci�n, "puesto que sus compatriotas, sin apreciar sus ben�volas intenciones de librarlos de la guerra y de otros males, podr�an formarse una opini�n dudosa de su patriotismo".
Al no existir el documento original de la nota redactada por Santa Anna, no es posible cotejar si realmente el ex Presidente mexicano plane� la derrota del propio ej�rcito que �l comandar�a.8
Sin embargo, Luis G. Zorrilla se�ala que al regreso de Santa Anna a M�xico, sobre todo a partir de que lleg� a la Ciudad de M�xico el 14 de septiembre de 1846, corr�a el rumor de sus "arreglos secretos" con el gobierno de Estados Unidos. Afirma que en Londres el peri�dico The Observer public� el 4 de octubre un art�culo en el que destacaba que el arreglo "consist�a en la restauraci�n del federalismo con garant�a norteamericana, frontera en el Bravo, y la California como territorio separado bajo la protecci�n de Estados Unidos. El Presidente Polk hab�a consultado con varios miembros prominentes del Congreso acerca del pago inmediato de medio mill�n de d�lares a L�pez de Santa Anna al firmarse el tratado de paz, y despu�s del informe de Slidell McKenzie urgi� en un mensaje confidencial al Senado, fechado el 4 de agosto, para que estudiara la proposici�n de soborno, pues deber�an tener fondos disponibles al firmarse el tratado de paz; el Senado aprob� en lo general el plan. El 8 de octubre Polk envi� a ambas C�maras el proyecto por dos millones, pero por ir junto con el Wilmont Proviso, [plan] que abogaba por la no aceptaci�n de la esclavitud en los territorios que obtuvieran en M�xico, no fue aprobado antes de que el Senado entrara en receso"9.
Por su parte, Carlos Mar�a de Bustamante ataca con vehemencia a Santa Anna, a quien acusa de ser "el verdadero insuflador por los Estados Unidos para que nos destruy�semos y qued�semos sometidos a su oprobiosa dominaci�n". Asimismo, habla sobre los tratados secretos y un pago de tres millones de pesos que "se asignaron para el que sojuzgase a M�xico"10.
A continuaci�n, Bustamante cita el referido art�culo de The Observer, tomado del diario de un amigo suyo: "Evidente es que Santa Anna retorn� a M�xico en una completa inteligencia (� full undes tan dign) con el gobierno de Washington (�) Los t�rminos del arreglo son: la restauraci�n del gobierno federal mexicano de 1824 bajo la garant�a de los Estados Unidos cuya naci�n acepta para frontera el R�o Grande. La California ser� organizada en territorio separado (distine territuri) bajo la protecci�n de Estados Unidos"11. (sic)
El hecho es que pasada la derrota de San Jacinto, M�xico no emprendi� ninguna otra campa�a para recuperar Texas, que fue reconocida como naci�n independiente por Estados Unidos en 1837, por Francia en 1839 y por Inglaterra en 1840. Finalmente, durante la Presidencia de James Knox Polk, Texas se anex� a Estados Unidos el 29 de diciembre de 1845, cuando el Congreso lo acept� como estado de la Uni�n, "primera forma del imperialismo actual", seg�n escribiera don Justo Sierra.
Por lo anterior, M�xico rompi� las relaciones diplom�ticas con el pa�s del norte. La guerra era deseada por Estados Unidos y aceptada en M�xico por la opini�n p�blica. En diciembre de 1846, Carlos Mar�a de Bustamante presentaba un proyecto para fortificar al pa�s y repeler una posible invasi�n estadounidense.12 En esta ocasi�n, Bustamante propon�a que nuestro pa�s se fortificara con dep�sitos y f�bricas de p�lvora y ca�ones, "y todo cuanto pueda necesitarse para continuar una guerra de monta�a con qu� destruir los m�s numerosos ej�rcitos". M�s adelante, ped�a que se combatiera a los estadounidenses con la misma entrega que durante la Guerra de Independencia: "(�) que hoy se haga a los angloamericanos una guerra como la que se hizo en la Rep�blica desde 1810 hasta 1821, aunque fue de hermanos a hermanos".
Mientras, las acciones expansionistas de Estados Unidos continuaban. El Presidente Polk quer�a que M�xico aceptara como l�mite de Texas el r�o Bravo y no el Nueces, que era el l�mite real reconocido por los propios norteamericanos en el Tratado Adams-On�s con Espa�a en 1819. Quer�a adem�s comprar Nuevo M�xico por cinco millones de pesos y la Alta California por veinticinco. Las propuestas presentadas por los agentes diplom�ticos John Parrot y John Slidell fueron rechazadas por el gobierno mexicano.
Polk decidi� seguir entonces el camino de la provocaci�n para conseguir sus prop�sitos. Envi� a Zachary Taylor para que incursionara en el territorio en disputa al sur del r�o Nueces y propiciara un encuentro armado con el Ej�rcito Mexicano. Los primeros enfrentamientos causaron las derrotas de Pedro Ampudia en Palo Alto y de Mariano Arista en Resaca de Guerrero. El armamento de las fuerzas invasoras fue en todo momento superior al de las mexicanas.
En defensa de su soberan�a, el 7 de julio de 1846 M�xico declar� la guerra a Estados Unidos. En el decreto por el que Bustamante daba a conocer el estado de guerra, el gobierno aseguraba que se informar�a "a las naciones amigas y a toda la Rep�blica, las causas justificativas que la obligan a defender sus derechos, sin otro recurso que el de repeler la fuerza con la fuerza, en la violenta agresi�n que le hacen dichos Estados"13. Meses m�s tarde rechaz� una propuesta de James Buchanan, quien pretend�a la firma de un tratado de paz a cambio de cesiones territoriales.
Luego de tres d�as de combate, Taylor tom� la plaza de Monterrey. Santa Anna parti� hacia el norte al mando de un ej�rcito de m�s de veinte mil soldados, que durante el recorrido fue diezmado por las bajas temperaturas y las marchas forzadas. El 23 de febrero de 1847 se libr� en la Angostura una de las batallas m�s importantes de la guerra. La lucha se desat� cuerpo a cuerpo y el arrojo de los improvisados soldados mexicanos por momentos rechaz� a las fuerzas invasoras. Finalmente se impuso la disciplina del Ej�rcito estadounidense y la superioridad de su armamento. En marzo desembarcaron otras tropas invasoras en Veracruz al mando del general Scott.
En Churubusco y Molino del Rey se libraron algunas de las batallas definitivas antes de la toma del Castillo de Chapultepec. En ambos casos, nuestras fuerzas se batieron con hero�smo, a pesar de encontrarse en desventaja ante la artiller�a del invasor.
Al narrar los pormenores de la Batalla de Churubusco, el general Manuel Rinc�n destaca que el desempe�o del Ej�rcito Mexicano llam� la atenci�n del enemigo: "235 conciudadanos nuestros han derramado su sangre en defensa de la patria; el campo enemigo qued� sembrado de cad�veres, entre los que se cuentan jefes de mucho valor y gradaciones, oficiales y tropa, cuya p�rdida les es muy sensible; y sin duda por eso el enemigo elogia y admira nuestra resistencia"14.
Tras las derrotas del Ej�rcito Mexicano en Sacramento, Veracruz, Padierna y Churubusco, se solicit� un armisticio. El gobierno mexicano rechaz� entonces un proyecto de tratado mediante el cual se hubiera cedido a Estados Unidos no s�lo Texas, sino tambi�n las Californias, Nuevo M�xico y una franja territorial que correspond�a a los estados de Sonora, Chihuahua, Coahuila y Tamaulipas.
Roto el armisticio, se sucedieron nuevas derrotas ante las fuerzas del general Taylor, quien tom� Molino del Rey, donde de acuerdo con Jos� Lino Alcorta, ministro de Guerra y Marina, las fuerzas nacionales se batieron "con toda la decisi�n que inspira el honor, la justicia de la causa que se sostiene y el deseo de reparar pasadas desgracias"15.
Los norteamericanos procedieron entonces a bombardear el Castillo de Chapultepec, el cual era defendido solamente por los generales Nicol�s Bravo y Felipe Xicot�ncatl, al mando del Batall�n de San Blas y de j�venes alumnos del Colegio Militar. La batalla se llev� a cabo el 13 de septiembre de 1847 con un intenso bombardeo que comenz� desde las cinco de la ma�ana y concluy� a las siete de la noche.
Es preciso recordar que el Castillo no era una fortaleza en sentido estricto, ya que hab�a sido construido exclusivamente como casa de recreo de los virreyes. En su parte militar, el general Bravo hizo hincapi� precisamente en que el Castillo no era una fortificaci�n que pudiera resistir el embate del Ej�rcito estadounidense, adem�s de que las fuerzas nacionales eran inferiores en n�mero y armamento: "El edificio principal carec�a de solidez necesaria para resistir ni unas cuantas horas el bombardeo; faltaban las piezas de sitio indispensables para contrarrestar el fuego; y con todas sus defensas bajas y exteriores, quedaba al asaltante abierta la espalda de la posici�n, s�lo protegida naturalmente por los edificios de Molino del Rey, abandonados al invasor"16.
En un enfrentamiento a todas luces desigual, puesto que Santa Anna se hab�a negado a enviar refuerzos al Castillo, los estragos sobre la construcci�n fueron cuantiosos. En la batalla murieron los j�venes estudiantes del Colegio Militar quienes, de acuerdo con los testigos, fueron los �ltimos soldados que sostuvieron la defensa del Castillo. Ello simboliza la defensa heroica de la Patria.
El 14 de septiembre de 1847 onde� en Palacio Nacional la bandera de las barras y las estrellas. Dos d�as despu�s Santa Anna renunciaba a la Presidencia de la Rep�blica y su lugar era ocupado por Manuel de la Pe�a y Pe�a. La resistencia de los habitantes de la capital fue valiente, pero de hecho la guerra estaba terminada.
Ignacio Manuel Altamirano culp� de la derrota a la falta de preparaci�n de nuestros mandos militares, as� como a la carencia de patriotismo de las clases privilegiadas. "En esta campa�a se pusieron de manifiesto, m�s que nunca[,] la impericia de los antiguos generales salidos del n�cleo iturbidista de 1821, su falta de energ�a y de arrojo que s�lo sab�an emplear en las guerras intestinas, cuando no ten�an que combatir m�s que las huestes improvisadas en el mot�n o reclutadas en los campos de labranza, sino tambi�n la indiferencia y la falta de patriotismo de las otras clases llamadas privilegiadas, de lo que constitu�a la aristocracia partidaria del centralismo, que no supo hacer el sacrificio de sus intereses en aras de la patria"17.
En este sentido, Manuel Balbont�n se�ala que nuestro Ej�rcito era "desarreglado e incompetente por su n�mero", adem�s de que el material de guerra escaseaba y no hab�a un manejo racional de �ste. Por ello, concluye que "no era absolutamente posible que [M�xico] pudiera sostener una guerra con expectativas de buen �xito"18.
La derrota fue el resultado no s�lo del proceder de un hombre, sino de la conjunci�n de muchos factores adversos que impidieron que nuestro pa�s pudiera triunfar sobre el enemigo invasor.
Despu�s de tener ocupada la capital de la Rep�blica diez meses, obligado por la fuerza de las armas, el gobierno nacional firm� el Tratado de Paz, amistad y l�mites entre M�xico y Estados Unidos en Guadalupe Hidalgo. M�xico perdi� Texas, la porci�n territorial de Tamaulipas situada entre los r�os Nueces y Bravo y los estados de la Alta California y Nuevo M�xico y recibi� quince millones de pesos como indemnizaci�n de guerra. El Tratado fue firmado por Bernardo Couto, Miguel Atrist�in y Luis G. Cuevas, por la parte mexicana, y por Nicholas Philip Trist, por parte del gobierno norteamericano, el 2 de febrero de 1848.
Couto, Gonzaga Cuevas y Atrist�in, encargados de las negociaciones, se�alaron que el gobierno los hab�a comisionado "en sustancia a recoger los restos del naufragio". Sab�an que la p�rdida del territorio era inevitable, ya que "los convenios de esta clase realmente se van formando en el discurso de la campa�a seg�n se ganen o se pierdan las batallas", y "no hacen sino reducir a formas escritas el resultado final de la guerra"19.
Ante las circunstancias, para nuestros diplom�ticos lo m�s importante en esos momentos era conservar la independencia nacional. "La desgracia de M�xico no provendr� de falta de territorio", afirmaban los miembros de la comisi�n negociadora. En el mismo sentido se pronunciaba el ministro de Relaciones Exteriores, Luis de la Rosa, quien consideraba que nuestro pa�s se encontraba en peligro de "perder la independencia y nacionalidad, por la imposibilidad de sostener la guerra"20.
La firma del Tratado tuvo muchos opositores, sobre todo entre quienes quer�an seguir luchando hasta el �ltimo hombre y aquellos que rechazaban la idea de que se sancionara con la firma de un tratado semejante despojo. En este sentido, Valent�n G�mez Far�as, como representante de "26 diputados m�s del partido puro", se pronunciaba en el Congreso por la defensa del territorio: "Tanta debilidad sin haber dado hasta ahora a nuestro implacable enemigo prueba alguna de vitalidad de nuestra parte (�) nos presentar�a a la faz del mundo como un pueblo indigno de figurar en la gran familia de las naciones, y alentar�a a nuestro conquistador para volver dentro de pocos a�os, ya no por otra fracci�n de nuestros terrenos fronterizos, sino por lo dem�s de nuestro territorio, trat�ndonos en lo sucesivo, como a las tribus b�rbaras que han logrado exterminar". Consideraba que a pesar de la p�rdida de sangre que nos costar�a mantener el conflicto armado, "proclamamos solemnemente la continuaci�n de la guerra, porque es el �nico arbitrio que nos queda"21.
En el mismo sentido se pronunciaba el gobierno del estado de Jalisco, cuando present� un acta de protesta contra la firma de un tratado que nos llevar�a a una "paz llena de oprobio y de verg�enza. La paz es un bien cuando se establece con ventajas, con dignidad y espont�neamente; pero ella es el mayor de los males cuando es ignominiosa y arrancada por la violencia y por la traici�n; el resultado en este caso es la esclavitud, es el desprecio universal, es la verg�enza eterna"22.
Pero las condiciones en las que se encontraba el pa�s reclamaban la paz. Justo Sierra se�ala c�mo �sta era una necesidad, inclusive desde antes de la anexi�n de Texas. "La guerra nos hab�a desarmado; ni ten�amos soldados (nueve mil hombres diseminados en el pa�s), ni artiller�a, ni fusiles (menos de 150 en los dep�sitos). S�lo quien ignore cu�l era la situaci�n de anarqu�a del pa�s, las tendencias al desmembramiento ya claras en diversos estados, la facilidad con que gran parte de la sociedad aceptaba la tutela americana por cansancio de desorden y ruina, las ideas de anexi�n que surg�an en grupos compuestos de gente ilustrada, la actitud de la gente ind�gena, f�cilmente explotable por los invasores; s�lo quien esto ignore o lo ponga en olvido, puede condenar la obra de Pe�a y Pe�a y sus insignes colaboradores: un combate m�s, que habr�a sido un nuevo desastre y una humillaci�n nueva, y una parte de Chihuahua, Sonora y Coahuila se habr�an perdido (�) Bajo el imperio de una necesidad suprema, puede y debe una naci�n ceder parte de su territorio para salvar el resto."23
La indemnizaci�n que recibi� M�xico por concepto de la guerra, dec�a el ministro De la Rosa, no equival�a a una compra de los territorios. "No se ha vendido una parte del territorio nacional por quince ni por veinte millones de pesos a que equivale la indemnizaci�n, sino que cediendo esa parte del territorio, se recobra con la paz cuanto la naci�n hab�a perdido por el mal �xito de la guerra; se recobran nuestros puertos, nuestras ciudades, nuestras fortalezas; nuestra artiller�a y un inmenso material de guerra; se recobra y redime la capital de la naci�n, que ha sido v�ctima de tantas calamidades, y cuya poblaci�n ha hecho tan grandes sacrificios en defensa de toda la Rep�blica."24
El Tratado de Paz, amistad y l�mites de Guadalupe Hidalgo todav�a est� vigente. Por �l, M�xico se vio despose�do de m�s de la mitad de su territorio.
Los pocos art�culos que en algo favorec�an a nuestro pa�s fueron pronto derogados, como aquel en el que los estadounidenses se compromet�an a respetar a los ciudadanos mexicanos que quedaran en el lado ahora norteamericano y que, seg�n si les hac�a falta mano de obra, se les obligar�a a adoptar la nacionalidad estadounidense -como en el caso de Nuevo M�xico- o si, por el contrario, les eran �tiles sus tierras, se les obligar�a a abandonarlas, como en el caso de California ante el hallazgo de vetas aur�feras. Tambi�n se derog� el art�culo en que se compromet�an a no lanzar a los indios salvajes al sur, cosa que continuaron haciendo.
La historia de los conflictos entre pa�ses fronterizos siempre ha sido azarosa; adem�s, en este caso, M�xico es tambi�n la frontera de Iberoam�rica, de toda una cultura con ra�ces distintas frente a la norteamericana, anglosajona y protestante. Los ensayos que contiene la presente obra, En defensa de la Patria, dan cuenta de este proceso.
En defensa de nuestra Patria, hombres y mujeres empe�aron sus vidas. Corresponde a los mexicanos de cada generaci�n conservarla y engrandecerla.