III. EL ATOMISMO DE LOS GRIEGOS

COMO nos interesa aqu� relatarla, la historia de la f�sica, o filosof�a de la naturaleza, empieza con Dem�crito, cuatrocientos a�os antes de Cristo. En la antigua Grecia, Dem�crito y sus disc�pulos profesaban la doctrina del atomismo, seg�n la cual las partes m�s elementales de la materia son diminutas, s�lidas, incompresibles e indivisibles. Siendo indivisibles, se les llam� �tomos. Dem�crito afirmaba que los cambios ocurr�an en el universo seg�n se colocaban esas min�sculas part�culas; las propiedades de la materia, por su parte, correspond�an a las caracter�sticas de los �tomos que la formaban. Con ello, la concepci�n del mundo era m�s objetiva, ya no dependiente de los caprichos del hombre; Las sensaciones de dulce, amargo y �cido, se deb�an a �tomos con diferentes caracter�sticas: �tomos lisos, sin protuberancias que rasguen y que irriten nuestros sentidos, producir�an una sensaci�n dulce, mientras que �tomos rugosos o con aristas cortantes nos dejar�an una sensaci�n amarga o �cida.

Aunque la doctrina de Dem�crito pueda parecer ahora ingenua, se deben reconocer sus grandes implicaciones filos�ficas. La naturaleza se separa del albedr�o humano y se hace externa, independiente, aun indiferente al hombre.

Contrasta esta concepci�n atomista de la naturaleza con las ideas plat�nicas, seg�n las cuales un pensamiento ordenador hab�a construido al mundo, siendo los elementos �ltimos de la materia los cuerpos simples, los poliedros regulares. El tetraedro, el m�s sutil, el m�s agudo, es el constituyente del fuego; el octaedro, el del aire, que puede descomponerse en dos tetraedros; el cubo, el de la tierra y �l icosaedro, el del agua. Con ello se explican los cuatro elementos de Emp�docles, quedando suelto el �ltimo elemento, al cual corresponder�a el otro poliedro regular, el dodecaedro; parece ser que Dios emple� el dodecaedro para el Todo, cuando dibuj� el orden final. Contrasta esta geometrizaci�n de la f�sica, en la que los entes m�s elementales son los cuerpos plat�nicos, con el n�mero ilimitado de posibilidades que ofrecen Dem�crito y su escuela.

Muy poco de nuevo nos proponen para entender la estructura de la materia Arist�teles y su escuela, o la ciencia medieval. De hecho, antes del siglo XIX, los grandes cient�ficos se ocuparon m�s bien del movimiento macrosc�pico de los cuerpos y de la astronom�a, y no fue sino hasta los trabajos del qu�mico franc�s Joseph Proust y de su colega ingl�s John Dalton, que el concepto at�mico de Dem�crito revivi� y tom� su lugar en la ciencia.

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