EPÍLOGO

ANTES de 1980, los experimentos que buscaban al monopolo magnético hubieran tenido éxito si alguna de las siguientes tres condiciones fuera cierta: la masa del monopolo no es tan grande como para que parejas de monopolos-antimonopolos pudieran formarse en el choque de las partículas que se producen en los grandes aceleradores; los monopolos se capturan eficientemente por la materia común y corriente y quedan en ella confinados por fuerzas magnéticas, de tal forma que un campo magnético externo muy fuerte los podría arrancar; los monopolos se mueven muy rápidamente, de tal manera que ionizan a su paso fuertemente la materia.

Ninguna de estas tres condiciones, desgraciadamente, es válida para el monopolo magnético predicho en la Gran Teoría Unificada, cuya más prominente predicción es que el protón no es estable, que puede decaer con una vida media grandísima. Por ello ahora se buscan monopolos en detectores subterráneos gigantescos, como los que se han construido para detectar los neutrinos cósmicos o el decaimiento del protón. Estos experimentos imponen cotas superiores al número de monopolos presentes en los rayos cósmicos. Estas cotas son todavía muy altas y no satisfacen a los astrónomos, pues habría hecho desaparecer ya el campo magnético de las galaxias.

De todas formas, la presencia del monopolo sería manifiesta de la manera más clara en experimentos como el de Cabrera: el cambio en el flujo magnético que se produciría cuando un monopolo cruzara un anillo superconductor. Este efecto no depende de la masa ni de la velocidad del monopolo, que siguen siendo una incógnita. Si el experimento es, como el de Blas Cabrera, suficientemente cuidadoso, se podría detectar el monopolo. No obstante, otros experimentos, realizados con el mismo aparato que ya describimos y con otro cuya eficiencia es mayor, no han logrado detectar otro evento como el del 14 de febrero de 1982. Aunque no se han hallado, todavía, deficiencias claras y específicas en el experimento de Stanford, un solo evento no basta para convencer a los físicos de que el monopolo magnético existe.

Sin embargo, los físicos siguen buscando... En un experimento reciente, cuyos resultados fueron publicados en la revista inglesa Journal of Physics en octubre de 1985, el físico soviético V. F. Mikhailov observó algunos efectos interesantes que bien podrían delatar al monopolo magnético. Mikhailov preparó un aerosol de pequeñísimas partículas ferromagnéticas, cuyo radio es apenas de 100 Angstroms, y las expuso a un rayo láser muy potente. Luego las sujetó al campo magnético producido por un alambre donde circula una corriente eléctrica y observó cómo se mueven los minúsculos ferromagnetos. La gran mayoría de las partículas del aerosol cumplen lo esperado: son insensibles al campo magnético producido por la corriente eléctrica del alambre y ejecutan tan sólo un movimiento browniano, como corresponde a partículas tan pequeñas. Empero, Mikhailov observó doce trazas peculiares inmersas en el mar de trayectorias brownianas. Esas trazas particulares sólo pueden explicarse si se supone que las correspondientes doce partículas llevan a cuestas un monopolo. Una vez más, la evidencia experimental es magra y quizás, como en ocasiones anteriores, el descubrimiento de la carga magnética resulte sólo un espejismo. La gran ilusión, no obstante, sigue en pie.

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