VII. ALGO M�S SOBRE JAP�N

CONCLUIDAS las observaciones del tr�nsito venusino, nuestros astr�nomos pudieron tambi�n dedicar algo de su tiempo a cumplir con gran cantidad de compromisos sociales, derivados de la popularidad que adquirieron con motivo de sus observaciones.





Figura 11. El Fuji Yama tomado de Viaje de la Comisi�n...

Per� y Espa�a eran los �nicos pa�ses de habla hispana que ten�an representantes diplom�ticos en Jap�n. Seguramente la afinidad latina se hizo manifiesta y los miembros consulares de esas naciones insistieron en honrar a los mexicanos.

El se�or Ojeda, ministro plenipotenciario de Espa�a, dio una fiesta en honor de sus hermanos de ultramar pocos d�as despu�s del 9 de diciembre, mientras que el agregado del Per� con frecuencia los convid� a comer. Tambi�n el gobernador de Kanagawa organiz� una comida en honor de los astr�nomos de nuestro pa�s.

D�az Covarrubias manifiesta el tedio que siempre le hab�an producido los banquetes de ceremonia, pues en ellos no era posible dejar a un lado las rigurosas reglas de la etiqueta. Sin embargo, de las fiestas que en honor de los miembros de la Comisi�n Astron�mica Mexicana se dieron en ese entonces, dice:

a pesar del frac de rigor y de las corbatas y los guantes blancos, aquellos convites, m�s bien que presentar el aspecto de banquetes de pura etiqueta, ten�an el de reuniones de antiguos amigos que se aman tanto como se respetan.


Pero no todo fue fiestas; el m�todo astron�mico desarrollado por D�az Covarrubias poco antes y publicado en franc�s a su llegada a Jap�n hab�a sido muy bien aceptado por los cient�ficos ah� reunidos. El ministro de Instrucci�n P�blica lo remiti� al Colegio de Ciencias de Tokio, donde los profesores europeos y estadounidenses que trabajaban ah� dieron un informe muy bueno de esa obra, por lo que el ministro la hizo traducir al japon�s para que fuera utilizada por los estudiantes de dicho centro.

D�as despu�s del 9 de diciembre el mismo ministro pidi� a D�az Covarrubias que le hiciera favor de visitar el Observatorio Imperial de Tokio y diera su opini�n sobre el instrumental y los m�todos de trabajo. Francisco D�az Covarrubias hizo la visita solicitada, informando por escrito y de la manera m�s detallada al ministerio sobre el resultado de ella, y al mismo tiempo dio sugerencias y opiniones encaminadas a mejorar ese centro cient�fico.

Libre ya de la continua preocupaci�n que le caus� la responsabilidad de la Comisi�n Astron�mica Mexicana, D�az Covarrubias pudo dedicarse un poco a observar las costumbres del pueblo japon�s. Estas quedaron consignadas en su libro, y al compararlas con algunas de las narraciones que sobre los mismos temas ha hecho Francisco Bulnes, se encuentran con frecuencia diferencias notables. Un ejemplo claro es en lo relativo al papel social de la mujer en aquel pa�s asi�tico. Como se vio, Bulnes parece querer destacar la parte m�s negativa de esa relaci�n, mientras que D�az Covarrubias, aunque acepta que en el pasado la mujer japonesa era una esclava, asegura que debido a los cambios pol�ticos y sociales que se estaban desarrollando en Jap�n durante el tiempo de su visita, la mujer ya era libre de elegir su destino.

Hoy nadie puede obligar a una joven como suced�a antes, a que permanezca presa y por decirlo as�, vendida muchas veces por su misma familia, en esos centros de corrupci�n. Si �stos existen en aquel pa�s, lo mismo que en todos los dem�s, las infelices que lo habitan, lo hacen al menos voluntariamente, est�n vigiladas por la autoridad, sujetas a determinados reglamentos y las casas p�blicas tienen se�alado un barrio especial en cada ciudad.


Por otra parte, y seguramente debido a su entrenamiento como funcionario p�blico, D�az Covarrubias proporciona gran cantidad de informaci�n sobre la cultura, el comercio y la industria japonesa, haciendo notar las ventajas que del peso mexicano, una moneda fuerte y de circulaci�n normal en Asia y especialmente en Jap�n, podr�a obtener nuestro pa�s al establecer relaciones diplom�ticas y comerciales permanentes con el Imperio del Sol Naciente.

La moneda mexicana que, seg�n hemos dicho, conserva all� a�n tal prestigio que ni el trade dollar de los angloamericanos ha podido destruir; a pesar de tener este �ltimo un valor intr�nseco algo mayor que el de nuestro peso, la moneda mexicana, dec�amos, va a consumirse en �ltimo resultado al Asia. Para ello sigue actualmente el camino m�s largo, recorriendo un trayecto superior a siete mil leguas y dejando al paso en muchas manos parte de su valor; mientras que enviado por nosotros al Asia, no tendr�a que recorrer m�s que un camino de dos mil leguas, sin perder la parte de su valor que hoy deja en poder del comercio europeo. Y cuando se reflexiona que de esta manera obtendr�amos en cambio de nuestra plata art�culos muy apreciables de la industria asi�tica, o aun de la industria europea que habitualmente consumimos y que en �ltimo caso, podr�amos pagar con dinero situado en el Asia, todos los efectos que nos env�a el comercio de Europa, no podr� negarse que bajo cualquier aspecto que se considere la cuesti�n, nuestras relaciones directas con Asia deben ser altamente provechosas para M�xico que despu�s de la Independencia ha sido exclusivamente tributario de la Europa.

Consecuente con su formaci�n liberal, D�az Covarrubias simpatiz� con los cambios pol�tico-sociales que el joven emperador japon�s estaba llevando a cabo para incorporar a su pa�s dentro del grupo de las naciones desarrolladas. Alab� especialmente los esfuerzos que la milenaria sociedad japonesa hac�a para modificar sus arcaicas estructuras feudales y convertirlas en la avanzada de una sociedad democr�tica.

En esa atm�sfera de cambio, eran frecuentes situaciones como la que a continuaci�n se relata.

Cuentan entre otros casos, que cuando el Gobierno compr� sus primeros buques de vapor, envi� algunos oficiales a Yokohama para que los recibieran de manos de los marinos extranjeros que los hab�an conducido hasta all�. Tan pronto tomaron posesi�n de ellos, despidieron a todos los empleados extranjeros, incluso los maquinistas, y comenzaron a maniobrar por s� solos; pero poco pr�cticos sin duda en el manejo del mecanismo, les fue imposible detener el buque cuando quisieron hacerlo para no estrellarse contra la costa y lo �nico que pudieron conseguir por medio del uso del tim�n, fue permanecer describiendo grandes c�rculos en la rada, al mismo tiempo que ped�an auxilio a los barcos anclados en las inmediaciones, hasta que por fin algunos mec�nicos de �stos, lograron abordar el vapor y detener la m�quina.


Sean o no ciertas, este tipo de an�cdotas demuestran el esp�ritu de cambio que los japoneses trataban de desarrollar.




Figura 12. Gran Buda De Kamura. Estatua de bronce cuya altura es de diecis�is metros. En Viaje de la Comisi�n...

Debe ser claro que en un trabajo de s�ntesis como el presente, no es posible relatar todo lo que los autores de los libros rese�ados consideraron importante decir sobre Jap�n, pero antes de dejar definitivamente ese pa�s, leamos lo dicho por D�az Covarrubias sobre una de las costumbres m�s incompatibles con la mentalidad judeocristiana de Occidente.
La costumbre japonesa que probablemente excita en m�s alto grado la admiraci�n de los extranjeros, es el suicidio llamado hara-kiri y que consiste en abrirse el vientre o destriparse. Este g�nero de suicidio es a veces impuesto por la ley, o al menos concedido como gracia a las personas de rango o de valer, pues se considera deshonroso que sea el verdugo quien les corte la cabeza. Sin embargo, en tales casos siempre se tiene listo un ejecutor para que, si es necesario, abrevie los sufrimientos del condenado, porque suele la muerte no ser instant�nea y para salvarse de la deshonra, basta haberse herido con valor.


En otras ocasiones el hara-kiri es enteramente voluntario y un modo de evitar el deshonor que recaer�a sobre un individuo por alguna falta en el cumplimiento de sus deberes, por haber desmerecido la confianza de sus superiores, por haberles dado un consejo grave y no aceptado, por producirles este consejo malos resultados o por cualquier otra culpa semejante, aunque sea de aquellas que las leyes no castigan.


En casos de esa naturaleza el hara-kiri es p�blico y solemne. La persona que se cree en el deber de dar fin a su existencia de esa manera, fija de antemano el d�a en que ha de tener lugar el sacrificio y convoca a sus parientes, a sus amigos, a sus subordinados, para que lo presencien. Llegado el momento supremo, se presenta ante la reuni�n vestido de blanco, que es el color adoptado para amortajar los cad�veres, y ce�ido el vientre con una faja del mismo color. Expone brevemente y por lo general en una poes�a, la causa determinante de su resoluci�n; en seguida se sienta y con un tant�, pu�al muy afilado y agudo, se hiere el lado izquierdo del vientre, llevando despu�s el cuchillo con un movimiento r�pido hacia la derecha para abr�rselo completamente.


Como ejemplo de lo anterior; D�az Covarrubias habla de una historia que mucho le impresion� y que era contada con frecuencia en aquel tiempo.

Ito-Gompe, samurai de las tropas del pr�ncipe de Matsu-d�ira-Tamba, se hizo el hara-kiri pensando que hab�a deshonrado con sus acciones a su comandante. En 1862 hubo un levantamiento popular en contra de los extranjeros. El Taukun encarg� a ese samurai la protecci�n de la Embajada de Inglaterra, poni�ndolo al frente de quinientos hombres. Con anterioridad, Ito-Gompe hab�a recibido de los ingleses algunas injurias, por lo que se hab�a convertido en ac�rrimo enemigo de los b�rbaros. No siendo capaz de ver con indiferencia que las tropas de su pr�ncipe estuvieran siendo usadas para proteger a los ingleses, provisto de la contrase�a, una noche entr� en la embajada y en unos cuantos segundos, con la rapidez y destreza de los conocedores de las artes marciales de Jap�n, destroz� con su sable a dos ingleses. Despu�s de escapar sin ning�n problema, se dirigi� a su casa y dejando escrita esta poes�a, se hizo el hara-kiri.

Kam�-kase-wo nanikawa-matan saya-nikuki yemishiva-tachi-ni kiri-haraitsutsu.


Su traducci�n al espa�ol la proporciona tambi�n Díaz Govarrubias:

�C�mo podr�a esperar con paciencia a que los vientos divinos sean los que arrojen de mi pa�s a los b�rbaros? Ya yo comenc� a arrojarlos con el filo de mi espada.


Consecuente con su formaci�n liberal, no pudo condenar de manera absoluta el acto del hara-kiri y opin� sobre �ste, lo siguiente:

No debemos aplaudir estos actos sangrientos en que una indomable energ�a se sobrepone a los instintos m�s naturales del hombre: nos lo prohiben los principios de la moralidad admitidos por la civilizaci�n de Occidente; pero confesamos que nuestra pluma se resiste a condenarlos con la severidad absoluta. Si reprobamos el hecho final, tambi�n admiramos tanto como respetamos los m�viles que lo determinan, cuando reconocen por origen el honor y la dignidad.


Habiendo concluido los trabajos necesarios para el correcto aprovechamiento de los datos astron�micos obtenidos durante el tr�nsito venusino, D�az Covarrubias, muy a su pesar, decidi� dejar Jap�n y emprender el viaje de regreso.




Figura 13. Restos del observatorio de D�az Covarrubias. Fueron relocalizados por los japoneses en 1974 para conmemorar el centenario de la observaci�n del tr�nsito de Venus en su pa�s. Saito y Shizuyo, Collective Review on the Transit of Venus Observed In Japan, 1874

Hizo saber a sus compa�eros que ir�an a Par�s, ciudad que en aquellos a�os era considerada por muchos como la capital cient�fica y cultural del mundo. Ah� publicar�a los resultados obtenidos por los miembros de la Comisi�n Astron�mica Mexicana.

Manifest� que se har�a as� pues debido al clima de incomprensi�n en el que se hab�a formado dicha comisi�n, tem�a que los miembros de �sta fueran atacados por los opositores del presidente Lerdo de Tejada de haber ido a pasear a un alto costo hasta Jap�n, y siendo incapaces de obtener datos astron�micos de valor, los habr�an copiado de los presentados por otros grupos de cient�ficos.

Temiendo que algo pudiera pasarles en el viaje de regreso, entreg� una copia completa de las observaciones realizadas por los comisionados al embajador de Espa�a, suplic�ndole que la enviara a nuestro pa�s en el caso de que se enterara de que algo fatal les hubiera ocurrido a ellos.

En la noche del l� de febrero de 1875 los cinco astr�nomos se embarcaron en el vapor Volga, dejando para siempre el Imperio del Sol Naciente.

La ilustraci�n de estos cinco mexicanos, as� como el car�cter cient�fico de la misi�n que los llev� a tan lejano pa�s, causaron una profunda impresi�n en algunos de los funcionarios del gobierno japon�s. De manera reiterada agradecieron la labor que nuestros compatriotas hab�an hecho en favor de aquel pa�s. Muestra de ello fueron las palabras que el ministro de Instrucci�n P�blica dijo al final de la comida que en honor de nuestros compatriotas organiz� durante los �ltimos d�as de enero:

Vuestra presencia en este pa�s nos ha sido tan grata como provechosa: porque hab�is dado a nuestra juventud la instrucci�n que en algunos ramos no ten�a. A diferencia de los europeos, no nos hab�is tra�do el estruendo de las armas, sino la fraternidad de las ciencias. As�, pues, si entre nuestros respectivos pa�ses faltan a�n las relaciones diplom�ticas, que se establecer�n alg�n d�a, estad seguros de que, por vuestro intermedio, las de la amistad quedan ya aqu� establecidas.

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