XVII. LA IMAGINACI�N EN LA CIENCIA

EL INVESTIGADOR cient�fico se concibe habitualmente como un individuo estricto, profundamente comprometido con su ocupaci�n profesional, escrupuloso hasta la exageraci�n en toda clase de detalles, cr�tico riguroso e implacable de sus propias ideas y resultados y de los de sus colegas, esc�ptico (en principio) de cualquier proposici�n avanzada en su campo de investigaci�n por sujetos sin credenciales ortodoxas, y no diferentes a su rango y jerarqu�a en el mundo acad�mico contempor�neo. Este �ltimo lo concibe formado por una improbable combinaci�n de sus amigos, investigadores excelsos y hombres de bien todos ellos, que por supuesto comparten y apoyan sus ideas, y un grupo de sujetos ignorantes, mal informados y hasta fraudulentos, que sistem�ticamente se oponen en p�blico a ellas.

La descripci�n anterior es una caricatura de la realidad, pero como todas las caricaturas contiene mucho de cierto. Una proporci�n importante del p�blico informado seguramente aceptar�a que el cient�fico es un hombre "fr�o y calculador", cuidadoso de que sus emociones y deseos personales no intervengan en su trabajo profesional. "El objetivo de la ciencia —se dice a s� mismo— es la comprensi�n de la naturaleza, que debe ser la misma para todos los que la contemplamos y disfrutamos. Ser�a absurdo que yo dejara que este dolor de muelas que hoy tengo influyera en la imagen de la verdad que persigo, que debe ser la misma para todos los seres humanos, con o sin dolor de muelas."

El hombre de ciencia caracterizado en el p�rrafo anterior sufre de algo mucho m�s grave que un dolor de muelas; su enfermedad no es f�sica sino filos�fica, y puede diagnosticarse como un caso desesperado de realismo epistemol�gico. Esta escuela no es nueva dentro de la filosof�a de la ciencia, pero en a�os recientes ha cobrado br�os renovados. Su postulado central es que existe un mundo exterior que posee una realidad independiente de nuestra percepci�n de ella, y que la ciencia es simplemente lo que resulta de la interacci�n entre la realidad exterior y nuestro intelecto. El realismo epistemol�gico tiene otras consecuencias que no ignoro, pero que no considero relevantes para mi prop�sito en estas l�neas.

El problema central con el realismo epistemol�gico es que no toma en cuenta la participaci�n decisiva del cient�fico como factor determinante de lo que se conoce como realidad. La existencia del mundo exterior como una colecci�n pr�cticamente infinita de cosas, hechos y relaciones no es una realidad independiente de nosotros sino una interpretaci�n que hacemos de lo que percibimos a trav�s de nuestros sentidos, de lo que nos ense�an nuestros padres y de lo que aprendemos en la escuela primaria, sobre todo en los primeros a�os. Es por eso que puede aceptarse que la realidad que percibimos es en gran parte producto de la experiencia, tanto colectiva como (especialmente) personal. Un ejemplo sencillo servir� para aclarar este punto: imaginemos a un joven estudiante de medicina examinando una radiograf�a de un paciente, junto con su maestro en radiolog�a. Indudablemente que los dos miran lo mismo: un conjunto de manchas m�s o menos oscuras en una placa transl�cida. Pero tambi�n es indudable que los dos no ven lo mismo: lo que resulta ininteligible para el estudiante es f�cilmente interpretado por el maestro. La diferencia entre estos dos observadores es la experiencia, que el joven no tiene mientras que su maestro s� posee, como una de sus virtudes m�s caras. Si aceptamos que el maestro est� viendo con mayor fidelidad y penetraci�n a la realidad, entonces tambi�n aceptamos que la realidad de la "realidad" depende en gran parte del observador. La contribuci�n de nuestra propia e individual psicolog�a a lo que se conoce como "realidad" tambi�n se adivina f�cilmente cuando consideramos t�rminos como "bueno", "justo", "hist�rico" o "verdadero".

El punto que me interesa subrayar es que la ciencia es una actividad humana, por lo que todos los esfuerzos por presentarla como independiente del H. sapiens y sus formas tradicionales y especificas de actuar est�n destinados al fracaso. Una de las caracter�sticas m�s propias del hombre es su imaginaci�n, su capacidad para crear dentro de su cabeza mundos diferentes a los que experimenta, situaciones completamente distintas a las que le ha tocado vivir o a las que han ocurrido y ya han sido fielmente registradas a trav�s de la historia. La sustituci�n del mundo verdadero por un mundo imaginario no pasar�a de ser un problema meramente te�rico si no fuera porque hist�ricamente ha sido la forma principal como la ciencia ha transformado al mundo.

El cient�fico s�lo tiene una manera de explorar a la naturaleza: imagin�ndose primero c�mo podr�a ser, inventando explicaciones posibles de la realidad, dise�ando modelos te�ricos que pretenden duplicar la estructura y funciones de segmentos m�s o menos estrechos de la naturaleza, y despu�s confrontando en forma cr�tica y rigurosa sus imaginaciones, inventos y modelos te�ricos con la realidad misma. Dentro de este esquema de la actividad cient�fica, la imaginaci�n ocupa un papel fundamental y justifica plenamente la consideraci�n de la ciencia como una actividad esencialmente creativa.

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