X. EP�LOGO


El tiempo y el espacio son esquemas con arreglo a los cuales pensamos, y no condiciones en las que vivimos.
ALBERT EINSTEIN

El del flujo del tiempo es claramente un concepto impropio para la descripci�n del mundo f�sico, que no tiene pasado, presente ni futuro. Solamente es.
THOMAS GOLD

Los cient�ficos de la naturaleza, en su mayor�a, probablemente tengan arraigada la creencia de que debe ser posible dar una descripci�n completa de las leyes de la naturaleza sin hacer referencia expl�cita a la conciencia o a la intervenci�n humanas.
A.J. LEGGETT

Mientras que la inmanencia es racional, el trascender es irracional. El tiempo es trascendencia pura, y por lo mismo es ininteligible.
F. ROMERO

PARA que podamos observar y describir al Universo como lo hacemos, fue necesaria una largu�sima evoluci�n, que fue haciendo cada vez m�s complejos a los organismos y fue desechando a la mayor�a de las especies. Si la evoluci�n pudo poner a prueba tantos y tantos organismos hasta producir al hombre, fue gracias a dos cosas: Primero, a que las enzimas aceleraron la qu�mica biol�gica, y as�, los organismos puestos a prueba funcionaron con escalas de unos pocos a�os y no de edades geol�gicas; y, segundo, a que, una vez concluido cada ensayo, los organismos se fueron muriendo y dejaron lugar para que se ensayaran nuevos modelos.

La muerte transform� a la superficie de la Tierra en un enorme y eficaz banco de pruebas, lo cual permiti� el surgimiento de la especie observadora, la buscadora de sentido, el hombre. Si se hubieran generado organismos sin crisis importantes, que se hubieran mantenido por millones y millones de a�os como pastas metab�licas no progresivas, con reacciones qu�micas a escalas de tiempos geol�gicos como los continentes y las monta�as, probablemente no se habr�a llegado a la criatura humana durante un tiempo en el cual todav�a las condiciones de vida en la Tierra nos permiten existir, es decir, mientras el agua es l�quida, despu�s de que se form� una atm�sfera protectora de los rayos c�smicos, y antes de que el Sol se enfr�e o se dilate como una gigantesca estrella roja y nos cocine.

Hoy la evoluci�n est� pasando por nosotros. Que se sepa, hoy no hay otra especie, m�s avanzada o, si la hay, ha de tener como estrategia que la nuestra la ignore: el �ltimo nivel emergente en la jerarqu�a biol�gica, a la que nos referimos en el cap�tulo I, es la mente pensante.

Como una computadora cuyos circuitos vienen ya instalados de f�brica, pero cuyos programas deben ser cargados y habilitados, el reci�n nacido tiene un organismo con circuitos neuronales articulados en cumplimiento de un delicad�simo programa gen�tico, pero su aparato ps�quico debe ser desarrollado con ayuda de la crianza y la educaci�n. Las restricciones que impone la cultura a trav�s de �l hacen que una regi�n del aparato ps�quico en formaci�n pase a funcionar en forma inconsciente, y no parezca incluir al tiempo de la l�gica aristot�lica entre sus variables.

Para facilitar la descripci�n nosotros hemos comparado a la memoria con una enorme biblioteca en la que las historias de Asurban�pal, Atila, Col�n, Quetzalc�atl, Pascal y Bol�var ya est�n especificadas, detalle por detalle, invariables en tiempo, pero s�lo cuando se lee cada frase de esas historias los personajes en cuesti�n cobran "vida". Entonces, es la parte consciente del aparato ps�quico la que, al procesar esta informaci�n secuencialmente, genera la sensaci�n de que el tiempo fluye. Pero despu�s la mente estudia la realidad exterior para tratar de objetivar, de comprender el paso del tiempo. A pesar de ello, desde el nivel subat�mico hasta el gal�ctico y el universal, no parece encontrar nada en que apoyar la noci�n de que el tiempo fluye.

La muerte parece desempe�ar entonces dos papeles fundamentales: en primer lugar, como ya lo mencionamos m�s arriba, permiti� que la evoluci�n perfeccionara r�pidamente un modelo de organismo pensante: el hombre lleg� a pensar como hoy lo hace gracias a que fue generando civilizaciones, y fue insertando a sus descendientes en culturas que les restringieron posibilidades, que los encauzaron como al r�o entre las monta�as de nuestro cap�tulo I, que los obligaron a sumergir deseos y fantas�as en un inconsciente. Hoy estamos apenas en los umbrales de una comprensi�n de qu� es y c�mo funciona el inconsciente que atesora informaci�n sobre datos y vivencias, y c�mo se forma y madura hasta generar un adulto que balbucea sobre la vida, el tiempo y la muerte. En segundo lugar, el hombre, volvemos a repetir, le dio a la b�squeda de seguridad la forma de b�squeda de significado. Pero la muerte, precisamente, no permite alcanzar la certeza de qu� suceder� despu�s: lo obliga a buscar significados, explicaciones, a pensar. Pero pensar, ya lo dijimos, es escoger aspectos de la realidad y ordenarlos a lo largo de cadenas causales como pel�culas compaginadas en una cineteca. Al asignar significados a esas secuencias, el hombre cree sentir que hay un tiempo que fluye. Cuando llegue a su estado adulto, comprender� que ese fluir lo llevar� inevitablemente a la muerte.

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