II. LA EMERGENCIA DE LA IDEA DEL TIEMPO

El cerebro no es un �rgano del pensamiento, sino un �rgano de la sobrevivencia, como las zarpas y los colmillos. Est� hecho de tal forma, que nos hace aceptar como verdad cosas que s�lo son ventajas.
ALBERT SZENT GYORGI


Non in tempore, sed cum tempore Deus creavit caela et terram.
SAN AGUSTIN

Efecto: el segundo de dos fen�menos que siempre ocurren juntos en el mismo orden. El primero es llamado causa y se dice que genera al otro (cosa que no es m�s sensata de lo que ser�a —para alguien que nunca ha visto a un perro, salvo en la persecuci�n de un conejo— declarar que el conejo causa al perro).
AMBROSE BIERCE

Cuando sigue a los sentidos, la raz�n vuela con las alas cortadas.
DANTE ALIGHIERI

A aqu�l que mire al mundo racionalmente, el mundo le devolver� a su vez un aspecto racional.
HEGEL

Por lo tanto decimos que hombre es proceso, y, precisamente, el proceso de sus acciones.
A.GRAMSCI

El tiempo sustituy� al espacio en el inter�s de los fil�sofos y se transform� en el motor oculto que mueve las concepciones contempor�neas del mundo.
RIZIERI FRONDIZI

EL HOMBRE tiene una paup�rrima idea acerca de c�mo funciona el cerebro, de qu� es el pensamiento, de cu�l es la relaci�n entre mente y realidad; no tiene m�s que conjeturas sobre la �ndole del tiempo, y hace muy poco que ha comenzado un balbuceo sobre la naturaleza de los lenguajes. A pesar de esas ignorancias, ya hace much�simos siglos que se lanz� a afirmar, osadamente, que los animales viven en un continuo presente. Uno de los que le dio estatuto acad�mico a semejante idea fue Descartes, quien afirmaba que los animales no eran m�s que aut�matas sin alma. Esas actitudes se prolongan hasta nuestros d�as: basta escuchar a un amante del toreo, o de la ri�a de gallos. Es com�n encontrarse con gente que afirma que el sentido del dolor, del tiempo y todas las facultades mentales que poseen los seres humanos irrumpieron de pronto un buen d�a, cuando el hombre hizo su aparici�n en el planeta; ignoran que el cerebro humano es el producto de largas edades evolutivas. Es como si se afirmara que el hombre aprendi� a construir refrigeradores, les puso gabinetes para congelar agua y fabricar cubos de hielo, mantequeras, anaqueles para botellas para, de pronto, �albricias! encontrarle una funci�n: conservar alimentos y sustancias perecederas en su interior. Si bien en este libro afirmamos una y otra vez que los sistemas biol�gicos evolucionan a saltos, y que las propiedades emergen como funciones de una nueva configuraci�n adoptada por el sistema, el concepto que tenemos del tiempo no es independiente del aparato con el que captamos la realidad externa (suponiendo que haya una); este aparato fue perfeccionado a lo largo de millones y millones de a�os, de modo que, para el momento en que efectu� la transici�n hacia un cerebro humano, ya ten�a la mayor parte de sus formaciones dise�adas.

Los animales son capaces de establecer relaciones muy sutiles con el tiempo. As�, Pavlov demostr� que cuando a un perro se le da comida peri�dicamente, por ejemplo cada 20 minutos, se le provoca un reflejo incondicionado de segregar saliva. Pero llega un momento en que el animal se acostumbra y, si ahora, al llegar a los pr�ximos veinte minutos, se omite la comida, el animal segrega la saliva de todos modos, puesto que se ha condicionado a hacerlo despu�s de esperar veinte minutos. De modo que ha medido con bastante exactitud el periodo que estableci� el experimentador y ha cronometrado a su organismo para responder programadamente en el momento que deb�a coincidir con la recepci�n de la comida.

Para rastrear los or�genes del sentido del tiempo debemos remontarnos hasta la etapa prebiol�gica en la que, como vimos en el cap�tulo I, ya exist�an procesos c�clicos (los ciclos de Morowitz), y se presentaba un ambiente lleno de periodicidades (noche/d�a, verano/invierno, bajamar/pleamar, etc�tera). Esos ciclos imprimieron, de entrada, conductas r�tmicas a los organismos, y los seres que lograron adecuarse al ciclaje temporal tuvieron indudables ventajas evolutivas (Ar�chiga, 1983).

La superficie terrestre, ya con su bi�sfera a toda orquesta, cambia su aspecto dependiendo de la hora del d�a: se puebla con diferentes especies de animales que emergen de sus madrigueras con regularidad cronom�trica para retornar a ellas al cabo de varias horas y, seg�n la �poca del a�o, todo el paisaje cambia, pues tanto animales como vegetales aparecen o se transforman al paso de las estaciones (Ar�chiga, 1983). Las especies desarrollaron la habilidad de cambiar su pelo, de tener cr�as, de hibernar y de migrar coincidiendo con los cambios estacionales, tal vez porque eso les dio m�s oportunidades de sobrevivir que aquellas que no tend�an a hacerlo. Tambi�n sus organismos son sistemas c�clicos (disparo de potenciales de acci�n en neuronas, latidos, digestiones, sue�os/vigilias, menstruaciones). En una escala mucho m�s inferior, el plasmodio, organismo unicelular que se aloja en nuestras c�lulas y nos produce la malaria, invade nuestro torrente sangu�neo peri�dicamente, coincidiendo con las horas del d�a en que pica a la v�ctima su vector, el mosquito an�feles. As� se maximizan sus posibilidades de ser inyectado luego a una segunda persona y reproducirse. Cualquiera que, a causa de un viaje transatl�ntico haya alterado dicho ciclaje, comprende en carne propia las consecuencias del desfase.

Un organismo necesita coordinar los ritmos de sus distintas funciones y, tambi�n, estar �l mismo coordinado con los ritmos del medio ambiente. No sorprende entonces que existan sincronizadores y piezas maestras de relojer�a que se fabrican en cumplimiento de un programa gen�tico. Konopka y Benzer (1971) aislaron mutantes de la mosca de la fruta (Drosophila) que tiene ritmos circ�dicos m�s largos que los de las moscas salvajes, otras con ciclos m�s cortos, y aun otras que tienen abolidos los ritmos circ�dicos. Bargiello y Young (1974), Reddy y colaboradores (1984) y Rosbash y Hall (1985), localizaron la alteraci�n gen�tica de estas mutantes en las bandas 3B1-2 del cromosoma X. Al aislar el DNA que porta tales bandas y traducirlo in vitro, Jackson y colaboradores (1986) obtuvieron una prote�na que parece constituir una parte fundamental del reloj biol�gico de la Drosophila. Es decir, que ya se conoce por lo menos una mol�cula cuya funci�n biol�gica es asociarse con otras para integrar un reloj biol�gico.

En general se sospecha que algo es o puede actuar como reloj biol�gico cuando se le descubre una funci�n aut�nomamente c�clica. As�, el ojo del molusco Aplysia californica, o la gl�ndula pineal del gorri�n, cuando son aislados del organismo y cultivados in vitro sintetizan hormonas las que no secretan en forma continua, sino que descargan en oleadas peri�dicas. Cuando estas estructuras no est�n in vitro, sino en el cuerpo de esos animales, dichas descargas peri�dicas se vierten a la sangre y constituyen se�ales qu�micas que pueden funcionar como marcapasos para lograr la coordinaci�n del resto de los �rganos.

El hecho de que estos relojes sean end�genos, no quita que deban ser "puestos en hora" gracias a la interacci�n con el medio. Cuando Bunning (1967) cri� varias generaciones de Drosophilas en la oscuridad, sus ciclos se fueron desfasando. Pero bast� que, varias generaciones despu�s, iluminara a las larvas con un pulso de luz de algunos minutos, para que las mosquitas retomaran el ritmo que sus antecesores les hab�an legado a trav�s de los genes en el cromosoma X.

Podr�amos concluir, entonces, que los organismos, desde las conductas peri�dicas de sus reacciones moleculares; hasta el comportamiento de los unicelulares, y las integraciones multicelulares, est�n equipados con osciladores peri�dicos de frecuencias variadas, que se articulan y sincronizan con el medio para funcionar satisfactoriamente. Es como si nuestros relojes no s�lo marcharan con energ�a solar sino que, adem�s, la utilizaran para ponerse en hora. En conclusi�n: en el momento en que la naturaleza desarroll� al hombre, ya sab�a c�mo equiparlo con un mecanismo de relojer�a autosincronizable.

La periodicidad que emana del funcionamiento del organismo parece originar un sentido temporal: creemos darnos cuenta de un tiempo que transcurre. Para Fern�ndez-Guardiola (1983) se trata de un sentido semejante a la capacidad de ver u o�r, excepto que, para el hombre, su p�rdida es m�s disruptiva que la ceguera o la sordera. As�, por ejemplo, Beethoven ya era sordo cuando compuso su Novena Sinfon�a, y Borges era ciego cuando escribi� sus �ltimos poemas, pero cuando una persona pierde su sentido temporal, pierde tambi�n la cordura. Pero, a diferencia de la vista o la audici�n, cuyos receptores son los ojos y los o�dos respectivamente, el receptor del sentido del tiempo no se conoce. Sabemos del color porque lo vemos y del sonido porque lo escuchamos, pero �c�mo sabemos del tiempo? La luz es el est�mulo para la vista, y el sonido para la audici�n, pero �cu�l es el est�mulo para el sentido del tiempo? En principio, la naturaleza podr�a haber escogido dos fuentes:

1) La experiencia interna. Nuestro organismo suele trabajar calladamente. No nos informa acerca de c�mo coordina la digesti�n, aunque por ah� sintamos un c�lico; no nos mantiene al tanto de c�mo hace entrar y salir el aire de los pulmones para que respiremos, aunque por ah� suframos disnea y entonces s� nos enteremos; nos mantiene ajenos a la circulaci�n de nuestra sangre, aunque por ah� nos alarmemos por alguna palpitaci�n, o se nos ruboricen las mejillas. A pesar de esa ignorancia, nuestro sistema nervioso se mantiene perfectamente al tanto de tales funciones y las regula a lo largo de ochenta a�os, d�a y noche con su centro cardiomoderador, su centro respiratorio, su aparato neuroend�crino, etc�tera. Sabemos que, adem�s, los ciclajes de intestinos, pulmones, coraz�n, gl�ndulas de secreci�n interna y otras funciones tambi�n est�n sincronizados. Cabe la posibilidad de que al igual que c�licos, extras�stoles, disneas, sed, hambre, etc�tera, nuestro organismo permita a veces dejar llegar a nuestra conciencia alguna manifestaci�n del tic-tac org�nico. La experiencia interna es entonces una fuente potencial de informaci�n temporal. Gracias a ella podemos impacientamos en la sala de espera de un dentista, aunque no ocurra movimiento alguno en el ambiente.

2) La experiencia externa. Podemos informarnos del paso del tiempo en base a los cambios y movimientos en el mundo que nos rodea. As�, podr�amos habernos quedado dormidos en la sala del dentista y, al despertarnos, comprobar con el reloj que ha pasado media hora sin que lo hubi�ramos detectado por referencias internas de nuestro organismo. Ambas fuentes, interna y externa, definen el mismo orden temporal. Los presentes experimentados internamente se corresponden a la par de los sucesos externos.

Es comprensible que el orden temporal interno y el de los sucesos externos se correspondan y est�n coordinados. Despu�s de todo, el tacto, la vista, el olfato y la audici�n no tienen caracter�sticas comunes, y podr�an ser percibidos como espacios diferentes, sin embargo tambi�n est�n coordinados y se combinan para darnos una imagen integrada de la realidad (Broad, 1937). Curiosamente, tambi�n est� coordinado el sentido espacial. Y decimos "curiosamente" , porque cuando suena un disparo a diez metros nuestro t�mpano se pone a vibrar, las neuronas de nuestros nervios auditivos hacen salir potasio, entrar sodio, desplazar calcio, variar su potencial el�ctrico, y que las se�ales el�ctricas as� generales viajen varios cent�metros por nuestro cr�neo, liberando mol�culas transmisoras.

Estas mol�culas se pegan a receptores, causan la despolarizaci�n de otras neuronas, generan nuevas se�ales que se cruzan y combinan con las percibidas por el otro o�do y, finalmente, en la oscuridad de nuestro cerebro, percibimos el estampido. Si todo eso hubiera generado un n�mero menor de se�ales por unidad de tiempo, habr�amos dicho que el tiro fue disparado a mayor distancia. De manera que transformando pulsos el�ctricos y combinaciones de mol�culas por unidad de tiempo, nuestro cerebro est� "seguro" de que ah� afuera hay un espacio. Despu�s, combinaremos el resultado de esta experiencia del espacio con el resultado del ver, del oler, del tocar, del caminar, y "sabremos" c�mo es "la realidad" exterior. Todos los sentidos est�n, en suma, coordinados para proporcionarnos una correspondencia entre el sentir y el pensar. Es la memoria la que hace de puente temporal entre dos percepciones. L�stima que no tengamos idea de qu� demonios ser� la memoria, pues la naturaleza, como dijo san Agust�n, se maneja nada m�s que con presente. No nos provee de un "antes de" ni de un "despu�s de". De todos modos, el hecho de que se forman paquetes informativos del mundo exterior, a los que llamamos objetos (ver cap�tulo III), permite retenerlos a pesar de que la percepci�n cambie despu�s. Esas im�genes memorizadas se podr�n romper en partes y recombinar para formar otras nuevas.

De ello podemos inferir que hay, en el establecimiento de la funci�n sensorio-temporal, estas etapas (Fern�ndez Guardiola, 1983):

1) Procesos qu�micos en los que ciertas enzimas, por ser las m�s lentas, limitan la velocidad de reacci�n; tambi�n hay reacciones cuya producci�n es peri�dica, es decir, no entregan una cantidad estable de producto, sino por altibajos c�clicos. Estas reacciones activan canales de membranas en las neuronas generando pulsos el�ctricos cuyo n�mero, en algunos circuitos, sufre oscilaciones peri�dicas; tenemos as� que algunos productos qu�micos y algunas se�ales neuronales hacen de osciladores que sirven de base a conductas temporales.

2) Partiendo de este material, se organizan ritmos end�genos, tales como el sue�o, la vigilia, la actividad, el reposo, la marcha, el rascado, la respiraci�n, el estro, la hibernaci�n.

3) Los ritmos end�genos, que son regulatorios (tienden a mantener la homeostasis) interact�an con el medio, y las se�ales externas le provocan respuestas de control que tienden a mantener la adaptaci�n (as�, despertamos espont�neamente a las siete pero nos cercioramos mirando el reloj).

4) La integraci�n de esas funciones nos da la capacidad de medir duraciones: se trata de un tiempo subjetivo, al que podemos poner en evidencia tratando de estimar, sin mirar el reloj, en qu� medida ha transcurrido.

Pues bien, ya tenemos la gama de recursos que ofrece la biolog�a para que la naturaleza d� un paso m�s y promueva la aparici�n del hombre. Y ahora �qu�?

Las evidencias paleontol�gicas y antropol�gicas indican que el hombre primitivo era una especie de mono, al que la naturaleza le rale� los bosques impidi�ndole saltar de un �rbol a otro, oblig�ndolo a caminar por las praderas en busca de sustento. Este mono o prehombre se hizo primero recolector de las carro�as que dejaban abandonadas los animales cazadores, y luego �l mismo se aventur� a cazar (Sinclair y Leakey, 1986). Tuvo entonces que competir con otros cazadores, que ejerc�an este oficio desde millones de a�os antes, y que en ese �nterin hab�an ido perfeccionando las mejores garras, los m�s sutiles olfatos, la capacidad de correr muy velozmente, las quijadas con los m�s afilados colmillos, tales como leones, hienas y perros de pradera.

Pero ese bicho, menos dotado, aprende a erguirse sobre sus patas traseras, puede ver m�s lejos y esto le permite detectar predadores y presas con mayor anticipaci�n. Se selecciona la postura erecta. La postura modifica la pelvis y los beb�s nacen inmaduros. No importa: las madres que caminan erectas tienen brazos libres para acarrearlos. Las manos libres pueden empu�ar palos y agarrar piedras. M�s adelante se llevar� un palo o una piedra con premeditaci�n (la premeditaci�n implica una anticipaci�n y un sentido del tiempo). Despu�s se escoger� un buen palo, al que ya podemos ir llamando garrote. M�s tarde el palo se convertir� en un buen garrote, o se partir� una piedra de modo que le quede un canto afilado o una punta aguzada; comenzar� as� una transformaci�n de los objetos que requiere de cierta habilidad.

Estos hom�nidos aprendieron a explorar cada posibilidad y a tener modelos din�micos de la realidad. La habilidad para aprender era ventajosa: fue seleccionada. El individuo que exploraba m�s, y que pod�a imitar m�s r�pidamente las t�cnicas y tretas de sus compa�eros tuvo m�s oportunidades. Dec�amos m�s arriba que las se�ales recolectadas por los sentidos permit�an construir paquetes informativos que llamamos objetos, y que tienen cierta autonom�a ante los cambios de las circunstancias externas. Podr�amos agregar aqu� que el aparato de fonaci�n, acoplado tambi�n a esa pasta f�sico-qu�mica combinadora de se�ales, el cerebro, permiti� simbolizar y codificar el resultado de esas manipulaciones informativas. Los lenguajes que as� se establec�an permitieron manejar m�s �gil y eficientemente el esquema de la realidad que se iba elaborando.1 Si, como dec�a Bacon, el conocimiento es poder, lo desconocido es fuente de inseguridad. El reconocimiento de esa inseguridad debi� haber sido angustiante. Pero si la angustia provocaba un mayor esfuerzo por explorar, buscar alternativas, resolver las cosas con nuevos recursos, tiene que haberse seleccionado el hom�nido capaz de angustiarse ante lo desconocido, de hacerse un modelo de circunstancias futuras y prever riesgos (Cereijido, 1978).

De modo que el mam�fero que ten�a la habilidad de generar el concepto de tiempo y de ordenar la realidad a lo largo de cadenas causales (un antes, donde ubica las causas, seguidas de un despu�s, donde ubica los efectos) obten�a una realidad biol�gica mejor y ten�a m�s posibilidades de sobrevivir (Jerison, 1973).

Algunos autores postulan que la intuici�n humana del tiempo fue ayudada por el sentido del ritmo. Pero uno podr�a muy bien dar vuelta a esta afirmaci�n y creer justamente lo contrario. Lo cierto es que el hombre aprendi� a usar se�ales de la naturaleza para organizarse temporalmente. Evans-Pritchard (1968) y otros investigadores refieren que ciertos pueblos de �frica utilizan el ganado como reloj (por ejemplo: "los bueyes van a pastar" corresponde a las cinco o seis de la ma�ana). Otros lo miden por la demora de procesos naturales (por ejemplo, una cocci�n de arroz). Pero no necesitamos irnos a lugares tan remotos para encontrar ejemplos. Todos estamos acostumbrados a escuchar expresiones tales como "en menos de lo que canta un gallo", "sali� como salivazo de m�sico", "hasta que las velas no ardan", "cada muerte de obispo", "para cuando los sapos cr�en cola" y otras tantas que dan idea de duraciones, velocidades, tardanzas o imposibles.

El hombre primitivo se encontr� metido en el problema de la existencia. Nac�a en medio de una cultura que, por mas rudimentaria que hubiera sido, ya ten�a una forma de llevarlo en brazos y amamantarlo, de cuidarlo, de obligarlo a respetar sus tab�es, sus mayores, sus mandatarios o sus dioses, de iniciarlo en los quehaceres comunitarios, en una palabra, de restringirlo con un sistema de valores y una visi�n del mundo. Esa comunidad lo asistir�a y lo har�a part�cipe de rituales apropiados para cada una de sus transiciones (como la pubertad por ejemplo) o del medio (un cambio estacional).

El hombre tuvo la obsesi�n de la causalidad y su mente gener� modelos explicativos. Ante un terremoto, el primitivo dir�a quiz� que un gigante subterr�neo estaba enojado. Un geof�sico moderno lo explicar� en t�rminos de movimientos de placas de la corteza terrestre que provocan acomodamientos y temblores. Los modelos m�s ancestrales parecen ser entonces los sagrados. Tanto para los primitivos como para Bacon con el conocimiento era poder, pero ese poder emanaba de una fuerza divina.

Los primitivos eran tambi�n buenos relativistas: no ten�an el tiempo y el espacio separados. En la Antig�edad los templos y el calendario se construyeron juntos, en un lugar y en una posici�n cuidadosamente estipulada. Attali (1982) hace notar que las palabras tiempo y templo tienen el mismo origen y que, hasta la reforma de Cl�stenes, ocurrida en el 510 a.C. en Atenas, los calendarios griegos son lunisolares, y la arquitectura guarda una relaci�n con lo divino y lo c�smico. La forma, dimensiones y orientaci�n de la pir�mide maya de Kukulk�n est�n calculadas de tal modo que una vez al a�o, por espacio de unos veinte minutos en el equinoccio, el juego de luz y sombras en los escalones asemeja una gigantesca serpiente que desciende por ellos.

Mircea Eliade (1964) afirma que, despu�s de reconocer la importancia del Sol, los primitivos advirtieron que la Luna era un ser mucho menos regular: crece, decrece y llega a desaparecer como si estuviera sometida a la ley universal del nacimiento, del devenir y de la muerte. Las fases de la Luna revelaron —se�ala Eliade— un devenir c�clico (siembras, lluvias, cosechas, menstruaciones, fertilidad) ligadas a un tiempo concreto, distinto del tiempo astron�mico. El de la Luna era un tiempo "vivo". La "irregularidad" de la periodicidad lunar oblig� al hombre a estudiar y a perfeccionar su modo de establecer correlaciones.

Eliade tambi�n opina que, tanto en la religi�n como en la magia, la periodicidad significa ante todo la utilizaci�n indefinida de un tiempo m�tico hecho presente. Como el rey-sacerdote encarnaba al dios invisible del cielo, los rituales que realizaba eran repetici�n de acciones divinas, y por lo tanto deb�an corresponder exactamente, en tiempo y en car�cter, al ritual all� en lo alto. Todos los rituales tienen la propiedad de suceder ahora, en este instante. El tiempo que presenci� el acontecimiento ahora conmemorado (y repetido por el ritual en cuesti�n) se hace presente, es re-presentado.

Los antiguos ten�an la noci�n, por as� decir, de dos tipos de tiempo: el del cosmos, que era repetible indefinidamente, y el de la duraci�n profana. Para ellos la verdadera historia era una mito-historia, que registraba �nicamente la repetici�n de los gestos arquet�picos de los dioses. El segundo tipo de tiempo, el profano, el de todos los d�as, el dom�stico, no pose�a en cambio ninguna trascendencia, era una suma de detalles triviales. Llegado cierto momento, que el sacerdote sab�a como calcular, se realizaban ceremonias que permit�an abolir el tiempo profano y vivir el sagrado... o tratar de hacerlo. Era un intento mortal de integrarse a la irreversibilidad divina escapando, dentro de lo posible, del deterioro terrenal.

Conviene hacer aqu� una recapitulaci�n del material presentado en este cap�tulo con el objeto de hacer varias consideraciones acerca del enfoque que seguiremos hasta terminarlo. Hemos partido de reacciones c�clicas y conductas peri�dicas de los organismos unicelulares; hemos mencionado la b�squeda de prote�nas codificadas por los genes de la Drosophila relacionados con sus ritmos circ�dicos; describimos luego la periodicidad de las funciones de los organismos superiores y su "puesta en hora" con base en se�ales del medio (d�a/noche, pleamar/ bajamar, verano/invierno); aludimos tambi�n a la posibilidad de que la presi�n evolutiva haya favorecido al primate capaz de ordenar experiencias y conductas a lo largo de una flecha temporal que redundar�a en la formaci�n de cadenas causales; hicimos ciertas consideraciones sobre la importancia que habr� tenido para los hom�nidos el formularse modelos din�micos de la realidad, es decir, que incluyeran la variable tiempo; y, finalmente, concluimos con un esquema de la concepci�n del tiempo que pueden haber tenido algunos pueblos primitivos.

Como este libro se propone describir el enfoque del tiempo y de la muerte que tenemos nosotros, que estamos inmersos en una civilizaci�n derivada fundamentalmente del pensamiento griego y judeocristiano, debemos en este punto desentendernos de manera un tanto arbitraria de concepciones del tiempo y de la muerte que puedan haber tenido otros pueblos de la Tierra. Pero aun esa simplificaci�n nos resulta insuficiente. Por un lado, nos encontramos con m�s de un tiempo: el profano y el divino. Por otro lado, el tiempo profano se ir� desdoblando en un tiempo cotidiano, y en otro que fue objeto de un tratamiento m�s acad�mico, que a su vez se ha desdoblado con el correr de la historia en un tiempo filos�fico y otro cient�fico. Con el �nico fin de ordenar nuestra exposici�n, continuaremos en este cap�tulo con la descripci�n del tiempo a partir de los primeros pensadores griegos hasta llegar a las concepciones f�sicas y a las teor�as filos�fico-psicol�gicas de principio de este siglo. Dedicaremos cap�tulos especiales al papel del tiempo en la mente y al desarrollo de la noci�n del tiempo en el ni�o, y dejaremos para el cap�tulo IX las descripciones del tiempo que emanaron de concepciones cient�ficas.

Caos y Gea engendran a Urano, dios del Cielo, quien a su vez se unir� a su madre para engendrar diversas criaturas de las que se horroriza, y a quienes va encerrando en lo profundo de la Tierra. Irritada por esta conducta de su hijo-esposo, Gea maquina vengarse, pero de entre sus v�stagos s�lo consigue la complicidad de Kronos. Gea extrae de su seno el acero, fabrica con �l un harpe (hoz de corte afilado), se acuesta con Urano y, cuando �ste hab�a conciliado el sue�o, Kronos le corta los test�culos. De tal palo tal astilla: Kronos tambi�n devora a sus hijos uno tras otro, hasta que el tercero, Zeus, ser� ocultado por su madre, Rea. Entre ambos confundir�n a Kronos, haci�ndole tragar una piedra, y Zeus pasar� a ser "el que existe en todo tiempo", el hijo del Tiempo.

Puntualicemos entonces: para los griegos, durante el Caos no exist�a el tiempo; no podemos resistir la tentaci�n de recordar que, para los termodinamistas modernos, en el equilibrio el desorden (caos) y la entrop�a llegan al m�ximo y el tiempo (cuya flecha depend�a del crecimiento entr�pico) no tiene direcci�n, no transcurre; para los griegos, el Universo surge de un ordenamiento del Caos, y uno de sus primeros dioses es Kronos (dios fundador) que se transforma en Cronos 2 (dios del Tiempo). Attali (1982) se pregunta si la transformaci�n de Kronos en Cronos es un accidente puramente fon�tico, o es la clave de la relaci�n del tiempo y la violencia entre los griegos, Cronos es el dios de la historia y Zeus el de lo complejo. Kronos —para Attali— es el dios del deseo, y Zeus es el esp�ritu que destrona al deseo; es entre pueblos que tienen esta visi�n del mundo que aparecen los primeros fil�sofos, los que han de fundar las bases de nuestra actual visi�n del mundo.

Las escalas temporales de los procesos son a veces tan diversas que, vistos por el hombre, los lentos son considerados como objetos permanentes. Pero una estrella no es una "cosa" estable, sino una configuraci�n pasajera que adopta el proceso de la materia universal; una ola no es m�s que una distribuci�n fortuita en la compleja interacci�n de las mareas con los vientos; un copo de nieve es un estado transitorio del agua mientras desciende del cielo, y un hongo at�mico es un arreglo circunstancial de materia expandida tras el estallido. La configuraci�n del mism�simo Universo, tal como la vemos hoy, no es m�s que un estado ef�mero de un largu�simo proceso que empez� all� por la Gran Explosi�n. Incluso la forma que nosotros le vemos jamas ha existido, pues consideraciones relativistas nos ense�an que el proceso c�smico cambia m�s r�pidamente de lo que nos tarda en llegar la informaci�n para verlo. La controversia entre el paradigma de transformarse y cambiar, en oposici�n al de ser y pertenecer es muy antigua pues comenz�, por lo menos, con los fil�sofos griegos. Her�clito sostuvo que el fluir del tiempo es la esencia de la realidad. Siempre se cita su afirmaci�n de que uno no puede ba�arse dos veces en el mismo r�o, porque su agua pasa y se va, cambia. Por el contrario Parm�nides y Zen�n manten�an que el ser es

3.est�tico y permanente pues, tomando a la l�gica como un indicador de la realidad mejor que la experiencia, pensaban que el cambio es (l�gicamente) inconcebible. Para ellos la realidad era inm�vil, y el tiempo era mera ilusi�n (Eggers Lan, 1984).

Para Plat�n, m�s tarde, los objetos constan de dos partes o aspectos: su forma, idea o esencia y su materia, individualidad, o manifestaci�n sensible. El Universo quedaba as� dividido en el mundo de las formas, que era intelectual, real y permanente, y el mundo de las apariencias y el cambio. Para Plat�n los seres que viven en el tiempo son seres ca�dos desde la Creaci�n. S�crates imagin� que Dios, despu�s de crear el Universo ordenado a partir del caos, decidi� hacer una imagen m�vil. Movilidad implicaba cambio, y este cambio era el que generaba al tiempo. El tiempo no pod�a existir entonces sin el cambio. En su F�sica, dice que si uno y el mismo movimiento recurre, ser� uno y el mismo tiempo. Ilustraremos el punto (Cereijido, 1983): Juli�n cumple 50 a�os, se pone nost�lgico y pide a Dios que lo env�e a su juventud. �l le avisar� a Dios cuando quiera que lo regrese a su edad actual. Dios cumple y Juli�n queda as� atrapado en un tiempo circular, del que no puede escapar, puesto que a los quince o veinte a�os no le pasaba por la cabeza algo tan disparatado como que �l era un hombre de 50, trasladado por unos d�as a los 15, ni se le pod�a ocurrir pedirle a Dios que lo regresara (?) de nuevo a los 50. De modo que, al llegar a los 50 y recorrer las mismas etapas de su vida, volver�a a ponerse nost�lgico y a pedirle a Dios que lo enviara a su juventud (Cereijido, 1983). En general, las conocidas "m�quinas del tiempo" de las historietas y series televisivas, falsean el punto: env�an a uno al pasado, con lo cual se supone que repiten todas las distribuciones, configuraciones y estructuras del pasado, pero as� y todo, en ese pasado uno sabe que pertenece al futuro, lo cual, por supuesto, no suced�a en el pasado. Regresando a la idea aristot�lica: si uno pudiera regresar todo a la misma posici�n, para que pueda cumplirse el mismo movimiento, entonces ser� el mismo tiempo. Para insistir: cada vez que el reloj se pone en la posici�n de marcar las cuatro, para �l son las cuatro. Precisamente cuando Zen�n de Citio fund� la escuela estoica en el siglo III a. C., se�al� que la circularidad del tiempo implica un determinismo r�gido: si todo se vuelve a distribuir en la misma forma, no puede dejar de cumplir exactamente los mismos actos. Arist�teles consider� tambi�n que el tiempo es el n�mero de movimientos respecto de un antes y un despu�s, sobre todo cuando lo que cambia es el lugar que se ocupa, la posici�n (loco-moci�n). �l distingui� un elemento cuantitativo (duraci�n) de uno direccional (de pasado a futuro).

Florescano (1982) nos se�ala que tambi�n las culturas nahuas tienen un tiempo sagrado por excelencia, en el que todo existi� por primera vez, cuando el Cosmos fue hecho a partir del Caos, y estuvo cargado de toda su fuerza vital. Ese tiempo perfecto es inmediatamente atacado por la duraci�n, que trae consigo desgaste y deterioro c�smicos. Las culturas nahuas tambi�n ten�an la idea de recuperaci�n, de nueva creaci�n, que instaura otra vez el momento primordial en el que todo es vuelto a crear. La celebraci�n del Fuego Nuevo se anticipa al cataclismo final por el procedimiento de restaurar cada 52 a�os la vitalidad del Cosmos. La idea de una constante creaci�n y destrucci�n del Cosmos es igualmente ajena al acontecer temporal profano de los hombres. M�s que una temporalidad o una cronolog�a, el pensamiento m�tico propone una genealog�a, una continua filiaci�n del presente respecto del pasado.

Ya en la era cristiana, Plotino, san Agust�n y santo Tom�s de Aquino continuaron considerando la idea de un Universo permanente, perfecto y divino, habitado por las deidades, y otro cambiante, imperfecto y terreno habitado por los hombres. Pero se advierte en estos pensadores un forcejeo demasiado obvio por adaptar la idea de tiempo a los marcos conceptuales del misticismo de la �poca. El forcejeo trataba, concretamente, de asignar papeles al Creador y al Mes�as judeocristianos. La genealog�a de los problemas que preocupaban a San Agust�n se inici� desde los astr�logos caldeos de los siglos VII y VI a.C., quienes, al igual que sus antecesores babilonios, cre�an que los cielos eran divinos, y por lo tanto identificaban a cada planeta con una deidad (Mercurio, Venus, Marte). Pensaban que, observando sus movimientos, se pod�an predecir sus intenciones. Si la conducta de los planetas hubiera sido irregular, haciendo algo nuevo cada vez, la tarea de los astr�logos habr�a sido en realidad muy dif�cil y, probablemente, no la habr�an iniciado. Pero dado que los movimientos eran c�clicos y se repet�an una y otra vez, la operaci�n no parec�a tan dif�cil y, por lo tanto, ten�a sentido ser extremadamente cuidadoso y preciso en las observaciones. Kidinnu (siglo VI a.C.) calcul� el movimiento solar con una exactitud tal que s�lo fue superada en nuestro siglo. Cabe recordar que caldeos, babilonios y griegos carec�an de telescopios.

Caldeos y babilonios fueron elaborando la idea del Gran A�o, una especie de hiperciclo temporal muy largo, del cual el a�o com�n era tan s�lo un peque�o fragmento. Sus estaciones duraban edades descomunales, en las que predominaban el (r�o invernal, los rebrotes primaverales, etc�tera. Seg�n S�neca, fue el sacerdote babilonio Berossos quien se instal� en la isla griega de Cos (patria de Hip�crates y de Apeles) e introdujo en el mundo griego la idea del Gran A�o. Para Berossos, las estrellas se iban desplazando hacia la constelaci�n de C�ncer y, cuando lograran juntarse, se acabar�a el Gran A�o actual y dar�a comienzo uno nuevo. Despu�s Plat�n, en su Timeo, se refiere al Gran A�o y, con base en sus escritos, hay quien calcula que durar�a unos 36 000 a�os de los nuestros. M�s tarde, como ya lo mencionamos, Zen�n de Citio (siglo III a.C.) retoma la idea del tiempo circular.

De manera que Agust�n, el obispo de Hipona, en el norte de �frica, hereda estos esquemas conceptuales, pero tambi�n profesa una religi�n en la que el Mes�as ya ha llegado y que, como expresara san Pablo en su Ep�stola a los hebreos, lo ha hecho por primera y �nica vez, y no seguir� llegando en sucesivos Grandes A�os. M�s a�n, el ap�stol hab�a repudiado expresamente a la astrolog�a, que era la fuente misma del concepto de un ciclaje universal. El futuro san Agust�n est� al tanto de ambas posiciones y opta por un modelo de tiempo lineal, pero en el que a�n se advierten los remanentes de las macroestaciones del Gran A�o. Tomando como base los d�as del G�nesis b�blico, el santo imagina que el primer d�a comenz� con la Creaci�n y termin� con el Diluvio; el segundo transcurri� desde No� hasta Abraham; el tercero lleg� hasta David; el cuarto hasta el Cautiverio; el quinto hasta el nacimiento de Cristo, y el sexto, que es el corriente, durar� hasta el d�a del Juicio Final, cuando Dios va dar fin al tiempo. Como veremos en el capítulo IX, esta idea de que Dios no crea el Universo en un tiempo que ya ven�a transcurriendo y lo acaba cuando se le antoja, sino que crea y extingue al tiempo, es uno de los puntos centrales de ciertas cosmolog�as cient�ficas modernas, si bien hoy est�n despojadas de toda connotaci�n sagrada.

Aparte de sus preocupaciones m�sticas, san Agust�n dej� meditaciones sobre la naturaleza del tiempo, que tienen gran importancia a�n en nuestros d�as. Por ejemplo, afirm� que hay tres tiempos y que los tres son presentes: 1) el presente del presente en el que estamos hablando; 2) el presente del pasado, del que s�lo nos qued� una memoria actual; y 3) el presente del futuro, del que por ahora s�lo tenemos una expectativa. Para resolver el engorro de que el Creador hubiera hecho chapucer�as como nosotros, que decaemos y morimos, san Agust�n postul� que Dios crea cosas, las inyecta en el mundo y... ahora s�: decaen. Los que inauguraron la decadencia parecen haber sido Eva y Ad�n, al pecar y ser expulsados del Ed�n.

Pero la idea de los ciclos temporales parece estar demasiado ligada a la naturaleza humana (caldeos, babilonios, griegos, nahuas, etc�tera) como para hacerla a un lado f�cilmente. Por eso la Iglesia se tuvo que ocupar una y otra vez de condenarla. Uno de los sacerdotes que lo hizo m�s fervientemente fue Etienne Tempier, obispo de Par�s, en 1277. La fecha nos indica que, a m�s de doce siglos de comenzado el cristianismo, la idea del tiempo c�clico segu�a perdurando. En realidad perdur� casi hasta nuestros d�as. Daremos dos ejemplos. A fines del siglo XIX, Friedrich Nietzsche lleg� a la conclusi�n de que, si el tiempo es infinito (se puede dar un sinn�mero de ciclos) y el Universo es finito (tiene una cantidad determinada de componentes) entonces, inevitablemente, se volver� a dar otra vez la configuraci�n presente. En segundo lugar, el Universo se sigue expandiendo desde que comenz� all� por la Gran Explosi�n. Lo hace, por supuesto, porque el impulso, recibido en la explosi�n, le permite superar la fuerza de gravedad que tiende a re-atraer a las galaxias en expansi�n. Cabe preguntarse si la fuerza de gravedad ser� todav�a suficiente como para re-atraerlo, o si, por decirlo as�, la explosi�n fue demasiado fuerte y el Universo se expandir� por siempre jam�s; en el primero de los casos el Universo sufrir�a un colapso, seguido de otra gran explosi�n y otro nuevo colapso... y tendr�amos as� otro ciclaje que, dependiendo del balance de fuerzas, podr�a ser eterno. Ser�a prudente puntualizar que esta situaci�n no refleja necesariamente nuestra opini�n. S�lo quer�amos se�alar que la idea de los ciclos es tan importante que sigue reapareciendo en uno u otro contexto aun en nuestros d�as.

En el siglo XVII Locke postul� que nuestras ideas provienen de dos fuentes, sensaciones y reflexiones, y que pueden dividirse en simples (por ejemplo las ideas de calor, forma, dureza) y complejas, cuando las produce nuestra mente al actuar sobre las ideas simples. La idea del tiempo es justamente una de las complejas, porque surge del reflexionar sucesivamente sobre varias ideas. La idea de tiempo tendr�a origen, entonces, en el cambio (o paso) de una noci�n a otra. La distancia (cantidad de cambio) entre dos partes de dichas sucesiones generar�a la idea de duraci�n. Locke declar� que, en �ltimo t�rmino, toda idea del tiempo est� relacionada con nuestra experiencia sensible.

Tambi�n Isaac Newton se vio obligado a referirse al tiempo. No introdujo conceptos nuevos, sino posiciones pr�cticas que necesitaba para desarrollar sus concepciones f�sico-matem�ticas. Tanta importancia tuvieron �stas, que su actitud para con el tiempo es imitada consciente o inconscientemente hasta nuestra �poca. Newton acept� que hab�a un tiempo absoluto, verdadero, matem�ticamente regular, y que fluye con independencia de cualquier factor externo; y otro tiempo (al que llam� duraci�n), relativo y aparente, que identificaba con el tiempo com�n, medible por el cambio y movimiento de las cosas (el de las agujas de un reloj, el de la Tierra alrededor de su eje, etc.). En general los autores se refieren a esos dos tiempos newtonianos llam�ndolos absoluto y relativo respectivamente.

Sin embargo, cuando consideremos las opiniones de Newton sobre el futuro de la humanidad, obtendremos un cuadro muy diferente. Newton estaba convencido de que el mundo iba acerc�ndose a su fin. Pens� que la eternidad del planeta y su gente no estaba asegurada, que el cometa de 1680 le hab�a errado a la Tierra por muy poco, y hasta hizo comentarios al libro prof�tico de Daniel. En una carta que escribi� en diciembre de 1675 a Henry Oldenburg, que era entonces secretario de la Royal Society, afirm� que la naturaleza era un "trabajador perpetuamente circular", que pod�a hacer fluidos a partir de lo s�lido (fusi�n), vol�tiles a partir de lo fijo (sublimaci�n), fijos a partir de lo vol�til (condensaci�n, precipitaci�n) delicadezas de lo tosco, tosquedades de lo delicado, y por fin se refiri� a lo que hoy llamar�amos "ciclos ecol�gicos".

Tomando alguno de los conceptos de Locke, Leibniz afirm� que la sucesi�n de percepciones nos despierta la idea de duraci�n, pero �sta ya existe en potencia dentro de nosotros. Fuera del mundo, el tiempo (y el espacio) son puramente imaginarios. El tiempo —afirm�— es metaf�sicamente necesario. El hecho de que adem�s exista en realidad, es una contingencia que dependi� de que Dios se hubiera decidido a crear cosas que duran y ocupan espacio.

A�os m�s tarde, refiri�ndose a las intuiciones (experiencias directas de los contenidos sensoriales) Kant postul� que los fen�menos captados tienen forma y materia. Sin embargo, cre� una categor�a de intuiciones, que llam� puras, en las que la materia del fen�meno est� ausente: los fen�menos est�n reducidos exclusivamente a su forma. Tales intuiciones puras constituyen formas de sensibilidad que existen a priori, y no se corresponden con las sensaciones en s�. Para Kant, el tiempo no es un concepto emp�rico. Seg�n �l, uno puede percibir secuencias temporales, porque ya tiene a priori la capacidad de captarlas. El tiempo, dijo, no es propiedad de las cosas, sino del instrumento con el cual las vemos. Pero, al igual que Newton, Kant concluy� que hay un tiempo independiente de nosotros, que no es relacional, ni requiere que las cosas que existen fuera de nosotros se muevan y cambien de lugar. Hay una dificultad en conciliar la idea kantiana de que el tiempo subsiste por s� mismo con la de que es una mera forma de la intuici�n, la cual nos fuerza a ver al mundo en forma temporal.

Si bien podemos decir que ya con Newton las modificaciones al concepto de tiempo comenzaron a provenir m�s de la f�sica que de la filosof�a, es a comienzos del presente siglo que el estudio f�sico-matem�tico de la realidad oblig� a cambiar dr�sticamente esas ideas. Una de las nuevas ideas se origina al medir la velocidad de la luz.

Supongamos que queremos medir la velocidad de la luz y que para ello trabajamos con el rayo que nos llega desde una estrella ubicada en el plano de la rotaci�n terrestre. El sentido com�n nos llevar�a a esperar que, si medimos su velocidad cuando la Tierra va hacia la estrella, obtendr�amos un valor m�s alto que si la medimos seis meses despu�s, cuando la Tierra viaje en sentido opuesto. Esto es similar a la diferencia que hay entre que nos choquen el auto desde atr�s o de frente. Lo parad�jico fue que, medida en ambas direcciones, la velocidad de la luz result� ser id�ntica. Cuando ya no fue posible atribuir estos resultados a errores experimentales, hubo que proponer reformas a los esquemas conceptuales. El lector puede consultar los libros de Reichenbach (1958) o el de Weyl (1952) para una exposici�n detallada de los experimentos e interpretaciones a que este efecto dio lugar.

Una de las explicaciones, la de Albert Einstein, lo llev� a desarrollar la Teor�a de la Relatividad, una de cuyas consecuencias fue que la simultaneidad es relativa a un sistema de coordenadas. A escala humana, nos resulta dif�cil imaginar la falta de simultaneidad entre todos los puntos del Universo, porque la velocidad de la luz es tan grande (300 000 km por segundo) que nos resulta monstruosamente impensable. Pero pasando de una se�al luminosa a una se�al postal, nos resultar�a f�cil entender que no se podr�an sincronizar los relojes de las distintas capitales del mundo enviando cartas que dijeran "ya", para que en cada pa�s los ajustaran al mismo cero. A los que cre�an que el presente es una especie de vag�n en el que nos desplazamos por un riel temporal desde el pasado hacia el futuro, la Teor�a de la Relatividad les pregunt�: �Presente? �Qu� presente? �El "ya" en Tokio o el "ya" en Buenos Aires? Esto acab� con la posibilidad de que exista una secuencia temporal objetiva y universal para todos los hechos que ocurren en el Universo, puesto que cada observador —ubicado en instante del tiempo con un n�mero, o considerar al tiempo prioridad afirmando que la nuestra es la verdadera. Como dec�a Einstein: "La sensaci�n subjetiva de un tiempo psicol�gico nos permite ordenar nuestras impresiones y decir que un evento precede a otro. Pero utilizar un reloj para conectar cada instante del tiempo con un n�mero, o considerar el tiempo como un continuo unidimensional, es desde ya un capricho."

La interpretaci�n de Einstein descart� la noci�n de tiempo absoluto de Newton, e introdujo, en cambio, la idea de que el tiempo es un aspecto de la relaci�n entre el Universo y un sistema de referencia (el observador). Fue Minkowski (1908) quien argument�: "Nadie ha notado jam�s un lugar excepto en un tiempo, ni un tiempo, excepto en un lugar." �l llam� "punto-universo" al punto espacial observable en un punto del tiempo. La totalidad de todos estos puntos-universos constituyen un "universo". Su tratamiento matem�tico muestra que los diferentes observadores tienen distintas proyecciones en tiempo y espacio. Hoy, al "universo" formado con los puntos de Minkowski se le llama espacio-tiempo. Desde entonces no se considera que la realidad, ubicada all� afuera, exista en un espacio de tres dimensiones, en el que "fluye" el tiempo, sino en un continuo de cuatro dimensiones, donde tiempo y espacio est�n unidos indisolublemente. Desde Minkowski, el tiempo (por s� solo) y el espacio (por s� solo) est�n condenados a disolverse en meras sombras, y solamente una clase de uni�n entre los dos preserva una realidad independiente.

�C�mo reaccionaron los fil�sofos ante estos desarrollos f�sico-matem�ticos del tiempo? Bergson (1963), por ejemplo, estaba de acuerdo con que el tiempo es la clave para entender a la realidad pero, se quej�, el tiempo de la Teor�a de la Relatividad resulta de una idealizaci�n, y no es apto para describir a la naturaleza ni a los seres vivos. "Ese es un tiempo espacializado —dicen los bergsonianos—, ni siquiera tiene algo en com�n con el tiempo de la termodin�mica, pues por lo menos �ste transcurre con los procesos." Pero cuidado: los bergsonianos tampoco est�n de acuerdo con que el tiempo dependa del movimiento en el-mundo-de-ah�-afuera como quieren los termodinamistas. Bergson concibi� dos tipos de tiempo. El primero, la duraci�n, es la forma que asume la sucesi�n de nuestros estados de conciencia cuando nuestro ego "se larga a vivir". En cambio, el otro tiempo es concebido cuando ponemos juntos nuestros estados de conciencia, cuando expresamos la duraci�n en t�rminos espaciales, como si formaran una cadena o una l�nea continua. Pero por el contrario, nosotros nunca separamos un estado de conciencia del otro haciendo un corte neto y abrupto. Jam�s nos aparecen como elementos discretos de una sucesi�n. Siempre se mezclan y funden unos con otros de tal forma que las memorias del pasado se mezclan con las espectativas del futuro. As�, el reloj no tiene simult�neamente sus agujas en las doce menos cinco, en las doce, ni en las doce y cinco. Es la permanencia del individuo lo que le permite, mientras percibe el presente (es decir, que son las doce), recordar que el reloj marcaba las doce menos cinco y predecir que luego ha de marcar las doce y cinco. Bergson se desentiende de las teor�as generales y se aboca a los problemas particulares. No tiene sujeto transcendental, sino sujeto psicol�gico. Con �l nace la psicolog�a del tiempo.

Otro de los fil�sofos modernos que sigui� su propio desarrollo del concepto de tiempo fue Martin Heidegger (1927). Primero se quej� de que se hubiera entificado al Ser. El Ser no es una cosa: hay que regresar a los presocr�ticos, propuso. En consecuencia introdujo el concepto de Dasein, que algunos autores traducen en castellano por el "ser-ah�" y otros en cambio utilizan en su idioma original, para evitar conflictos con la abundante nomenclatura introducida por este fil�sofo alem�n. Para Heidegger el Ser no es un ente, sino que "va siendo". Heidegger sostiene que el Dasein ve su propia existencia soportada en la Nada. El Dasein experimenta la Nada como Angustia. El Dasein es un no-a�n. A primera vista, nos puede resultar un tanto confuso que Heidegger afirme que el Dasein es un algo que no-es-a�n, sin embargo, luego afirma que la �nica manera de existir que tiene el Dasein es proyectando posibilidades. Mientras haya un no-a�n, el Dasein seguir� convirti�ndose en no-a�n(es). El l�mite estar� dado por la muerte. La muerte pone un l�mite en el cual el Dasein se completa, pues ya no le queda por delante ning�n no-a�n. "La Muerte —explica Heidegger— es la posibilidad de la absoluta imposibilidad del Dasein." Heidegger concluye de all� que el Dasein busca completarse abarcando a la muerte, y que es entonces "un Ser relativo a la muerte".

En el cap�tulo I nos referimos a las ideas de Morowitz, quien considera que la vida depende de un flujo de energ�a, y por tanto, adem�s, de una provisi�n de energ�a, necesita un sumidero final, un potencial m�s bajo hacia el que el agua de los r�os y la excitaci�n de los electrones deben caer, si es que han de dar origen a la vida y a la industria. Ese fluir no s�lo genera sistemas biol�gicos y los obliga a funcionar, sino que los empuja a progresar a trav�s de crisis que, finalmente, desembocan en la muerte. Ya Hegel (1966) hab�a se�alado que: "La muerte genera al hombre en la naturaleza, y lo fuerza a progresar hacia su destino final." Aunque no es l�cito apoyarse en analog�as, resulta interesante notar que el paradigma de una muerte que no desempe�a el papel de tragedia equ�voca que viene a interrumpir las cosas, sino el de participante activo en el transcurrir de la vida, influye tanto a termodinamistas como a bi�logos y a fil�sofos.

Aunque entre las posiciones que acabamos de exponer esquem�ticamente ya apareci� la angustia, todas ellas tienen que ver con la parte consciente de la mente humana. En los pr�ximos cap�tulos analizaremos esta sobresimplificaci�n, exponiendo, para empezar, los modelos m�s en boga que intentan comprender la mente.

NOTAS

1 Hay que hacer notar que la cin�tica de un modelo se adapta a la din�mica de la mente del hombre. Es decir, cambia su escala de tiempo natural por una mental, en la que el hombre puede entender los procesos f�cilmente. As� llevamos a escala de tiempo explicativo fen�menos tan r�pidos como la fosforilaci�n de la glucosa, o tan lentos como la evoluci�n de una estrella, o podemos leer en una hora en qu� consisti� la Revoluci�n Francesa. En todas estas explicaciones adaptamos lo sucedido a nuestra escala de tiempo mental.

2 Kronos, en griego, se escribe Kpóvos y Cronos, Xp�vos.

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