II. HISTORIA DE LA PRIMERA BOMBA

EL PRIMER artefacto nuclear utilizado contra una poblaci�n humana hizo explosi�n sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Era una de las tres bombas fabricadas por los Estados Unidos mediante un proyecto cient�fico-militar que durante tres a�os agrup� a gran parte de los f�sicos m�s brillantes de la �poca. �Por qu� tantos cient�ficos, incluida una decena de Premios Nobel, brindaron su apoyo a una iniciativa b�lica? La respuesta requiere conocer las circunstancias vividas por estos hombres y mujeres de ciencia durante los a�os anteriores al proyecto.

La llegada del siglo XX hab�a marcado el comienzo de una revoluci�n inesperada para las ciencias f�sicas. Los primeros indicios de que algo nuevo ocurr�a eran ciertas observaciones casuales de fen�menos sin explicaci�n aparente. En 1895, el alem�n Wilhelm C. Roentgen, en la Universidad de Wurzburgo, hab�a notado que sus tubos de descarga el�ctrica emit�an rayos invisibles capaces de atravesar la mano de su esposa y dejar la imagen de sus huesos en una placa fotogr�fica. Como no sab�a de qu� se trataba, el mismo Roentgen los llam� rayos X. Durante los a�os siguientes, Henri Becquerel junto con Pierre y Marie Curie, en Par�s, descubr�an diferentes tipos de rayos invisibles que eran emitidos espont�neamente por las sales de uranio y otros elementos. A pesar de que no era posible comprender la naturaleza de estos fen�menos a partir de las leyes de la f�sica conocidas hasta entonces, fue tal el inter�s cient�fico despertado por estos descubrimientos que sus autores merecieron prontamente el Premio Nobel: Roentgen en 1901, y Becquerel junto con el matrimonio Curie en 1903.

Y los descubrimientos continuaban. El ingl�s J. J. Thompson en 1900 demostr� que los �tomos, considerados hasta entonces como los bloques fundamentales de toda la materia, estaban compuestos por part�culas m�s elementales a�n, los electrones. Primero en Canad� y luego en Inglaterra, el neozeland�s Ernest Rutherford realiz� una serie de experimentos con los cuales primero logr� identificar las radiaciones de Becquerel y los Curie, y luego, utiliz�ndolas para bombardear elementos conocidos, demostr� que los �tomos ten�an en su centro un n�cleo masivo. Estas evidencias experimentales sirvieron al dan�s Niels Bohr para proponer en 1913 el modelo planetario del �tomo conocido hoy en d�a, seg�n el cual los electrones giran en �rbitas circulares alrededor del n�cleo, de modo parecido al giro de los planetas alrededor del Sol.

A pesar de contener ideas radicalmente opuestas a las de la f�sica aceptada hasta entonces, el "�tomo de Bohr" gan� popularidad r�pidamente al conocerse nuevos resultados experimentales que lo apoyaban. El modelo de Niels Bohr exig�a que ciertas propiedades de los electrones, como su energ�a o el tama�o de la �rbita, estuviesen cuantizadas. Esta noci�n de discontinuidad era fundamentalmente diferente de los conceptos cl�sicos. En opini�n del matem�tico H. Poincar�, la nueva f�sica no-continua (cu�ntica) ser�a "la revoluci�n mayor y m�s radical ocurrida en la filosof�a natural desde los tiempos de Newton".

En 1905, el f�sico Albert Einstein hab�a propuesto una teor�a de la medici�n del tiempo y del espacio conocida como relatividad especial que, entre otros resultados, predec�a algunos fen�menos peculiares: la masa de los cuerpos aumentar�a a medida que �stos se movieran a mayor velocidad, la velocidad de la luz ser�a la m�xima velocidad alcanzable, masa y energ�a ser�an equivalentes pudi�ndose transformar una en otra. Reci�n propuesta la teor�a, fue simplemente pasada por alto, hasta que alrededor de 1908 comenz� a ser tomada en serio y ya en 1912 Einstein fue propuesto por primera vez como candidato al Premio Nobel. Finalmente, obtuvo este galard�n en 1921, pero no por su famosa teor�a sino por la explicaci�n del efecto fotoel�ctrico.

Estas ideas y nuevas teor�as constitu�an una visi�n revolucionaria de las ciencias f�sicas. A Europa acud�an f�sicos de todas partes del mundo a pasar uno o dos a�os con Niels Bohr en Copenhague, con Rutherford y su grupo en Cambridge, o con Max Born en Gotinga. Eran tiempos llenos de entusiasmo, discusi�n, pol�mica, y nuevas ideas. Los laboratorios y universidades europeos recib�an una corriente continua de visitantes dispuestos a presentar sus teor�as a la consideraci�n del resto de la comunidad cient�fica. Uno de ellos se lamentaba de que era necesario "aprender nuevos m�todos te�ricos casi cada semana".

Pero estos a�os de felicidad para aquellos que viv�an en el ambiente intelectual y acad�mico europeo pronto llegaron a su fin. A partir de 1932, estudiantes jud�os que desde Polonia o Hungr�a hab�an llegado a Alemania a estudiar, comenzaron a sentir el odio racial de parte de sus compa�eros partidarios de la doctrina nacional-socialista. Entre quienes nunca olvidar�an lo que signific� la irrupci�n pol�tica en la paz acad�mica de las universidades y laboratorios de Gotinga, Hamburgo y Berl�n se contaban los j�venes f�sicos Eugene Wigner, Leo Szilard y Edward Teller. Los Premios Nobel J. Stark y P. Lenard declararon que la teor�a de la relatividad de Einstein era charlataner�a jud�a y cualquier trabajo que utilizara las ideas de Einstein o de Bohr era peyorativamente calificado como "f�sica jud�a". En la primavera de 1933, el id�lico ambiente acad�mico de Gotinga se transform� en un campo de batalla pol�tica como consecuencia de la imposici�n del "nuevo orden", un mes despu�s del ascenso de Hitler al poder. Desde Berl�n lleg� la orden de despido para siete profesores de la Facultad de Ciencias, entre los que se contaba el prestigioso f�sico te�rico Max Born. Grupos fan�ticos quemaban libros con las ideas de Thomas Mann, Bertolt Brecht, Sigmund Freud y Albert Einstein. Niels Bohr recib�a en su Instituto en Copenhague a algunos de los f�sicos forzados a abandonar Alemania y lo mismo ofrec�an las instituciones universitarias inglesas. Pero los refugiados eran muchos y solamente los Estados Unidos contaban con suficientes posiciones acad�micas para todos. Hasta 1936, fueron m�s de 1 600 los intelectuales —un tercio de ellos cient�ficos— expulsados de sus trabajos en los pa�ses ocupados por Hitler. Einstein se fue de Berl�n al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en 1933, e incluso Niels Bohr debi� abandonar su Instituto diez a�os m�s tarde y dirigirse, primero a Inglaterra y luego a los Estados Unidos.

En los Estados Unidos exist�a un gran apoyo institucional y del p�blico en general a las ciencias f�sicas. Los f�sicos estadounidenses m�s brillantes, y que hab�an tenido la oportunidad de pasar una temporada en Europa, regresaban convencidos de que s�lo lograr�an progresar en el conocimiento del �tomo si el trabajo experimental y el an�lisis te�rico profundo se realizaban al un�sono. Las universidades se interesaban en los nuevos descubrimientos y comenzaban a ofrecer puestos acad�micos y fondos para la investigaci�n en f�sica. Los avances tecnol�gicos conseguidos por f�sicos en empresas privadas norteamericanas durante la primera Guerra Mundial hab�an logrado que la opini�n p�blica reconociera y apreciara los avances t�cnicos producidos por la ciencia aplicada.

Durante un eclipse solar en 1919 se confirmaron algunas de las predicciones hechas por Albert Einstein y �ste se transform� en figura p�blica de nivel mundial. Los peri�dicos estadounidenses de la �poca "discut�an" la teor�a de la relatividad y a una conferencia sobre este tema, ofrecida durante una visita a los Estados Unidos en 1921, asistieron miles de neoyorquinos. El presidente Harding lo recibi� en la Casa Blanca y le confes� no comprender sus teor�as, pero s� todo lo que su persona significaba para los votantes jud�os... El p�blico se interesaba por la ciencia, y en particular por lo que ocurr�a en los laboratorios de f�sica nuclear. El f�sico norteamericano Arthur Holly Compton reuni� 2 000 asistentes en el City College de Nueva York para una conferencia cient�fica, y en 1934 Einstein daba charlas en Pittsburgh cobrando 50 d�lares por la entrada.

Ernest Lawrence, constructor del primer ciclotr�n en Berkeley, California, era la personificaci�n de la f�sica nuclear en los Estados Unidos. Anunciaba p�blicamente sus planes para construir grandes aceleradores, aparec�a en la portada del Time, y su experimento en el que se transform� platino en oro por medio de una reacci�n nuclear fue noticia de primera p�gina. En 1938, la madre de Lawrence, v�ctima de un c�ncer p�lvico inoperable, fue sometida a un tratamiento de radioterapia (irradiaci�n controlada) con equipo creado por el grupo de Lawrence en Berkeley, y logr� ser curada. Este hecho, considerado como milagro de la ciencia en esos d�as, ayud� a afianzar la imagen p�blica de que la f�sica nuclear era �til, y en general que la investigaci�n en ciencia b�sica pod�a resultar beneficiosa para la sociedad. La opini�n p�blica norteamericana de los a�os 30 agradec�a a la ciencia los avances tecnol�gicos que gozaba en su vida diaria.

�stas eran las condiciones que los Estados Unidos ofrecieron a los f�sicos expulsados de las universidades europeas. Los intelectuales jud�os, incluidos en los primeros exiliados de la Alemania nazi, encontraban trabajo estable en el mundo acad�mico estadounidense. En 1941, m�s de 100 f�sicos extranjeros, entre ellos ocho Premios Nobel, hab�an conseguido una posici�n en universidades norteamericanas. La mayor�a eran alemanes de ascendencia jud�a, o c�nyuges de una mujer jud�a. Los refugiados se adaptaban al estilo de vida estadounidense, contaban con un n�mero abundante de alumnos, acceso a laboratorios, respeto p�blico, y fondos para realizar su investigaci�n.

Durante los a�os de cambios pol�ticos en Europa continuaba la serie de descubrimientos relacionados con las propiedades del n�cleo at�mico. Enrico Fermi, en Roma, era el l�der del trabajo experimental. Su trabajo consist�a en el estudio sistem�tico de los n�cleos y lo realizaba bombarde�ndolos con neutrones, una part�cula reci�n descubierta en 1932. Entre los elementos estudiados estaba el uranio, que parec�a romperse en trozos m�s peque�os al recibir el choque de un neutr�n. Nunca antes se hab�a observado tal fisi�n y Fermi se neg� a creerlo. En 1935, los franceses Fr�d�ric Joliot e Irene Curie anunciaron p�blicamente la posibilidad de que estas fisiones nucleares liberaran una cantidad enorme de energ�a. Leo Szilard, quien hab�a huido de Alemania y estaba en Inglaterra, fue de los pocos que pens� seriamente en esta posibilidad y se dio cuenta de que si se encontraba un elemento que al fisionarse emitiese al menos dos neutrones extras, ser�a posible establecer una reacci�n en cadena que liberar�a energ�a de modo violento y en cantidades mucho mayores que las obtenidas con explosivos qu�micos. En 1938, los f�sicos alemanes Hahn y Strassmann, en Alemania, demostraron que al bombardear uranio con neutrones se produc�an n�cleos m�s peque�os. Su ex colaboradora Lise Meitner, refugiada en Suecia a causa de su origen jud�o, junto con su sobrino Otto Frish, un alumno de Niels Bohr, comprendieron que lo observado correspond�a a la fisi�n del n�cleo de uranio. Publicaron sus resultados en febrero de 1939.

Leo Szilard, reci�n llegado a los Estados Unidos, dise�� su propio experimento y crey� confirmar que del uranio se emit�an neutrones extras. Teniendo este resultado, se preocup� seriamente por la posibilidad de que su descubrimiento fuera conocido tambi�n por los f�sicos alemanes y que Hitler ya hubiese puesto en marcha un plan para producir una bomba. Incluso en la prensa norteamericana se especulaba respecto a tal posibilidad. Szilard intent� proponer al resto de los f�sicos nucleares la autocensura respecto de los nuevos resultados, pero no cont� con gran apoyo. En marzo de 1939, aun despu�s de haber recibido una petici�n de Szilard en el sentido opuesto, Joliot public� un art�culo anunciando el logro de una reacci�n en cadena: quer�a que el triunfo fuese reconocido como franc�s.

Leo Szilard solamente encontr� eco a su creciente preocupaci�n en sus colegas E. Wigner, E. Teller y V. Weisskopf, y juntos decidieron informar al gobierno norteamericano sobre la situaci�n. Dada la popularidad de Albert Einstein, le solicitaron que fuese �l quien firmara una carta al presidente F. D. Roosevelt. Esta carta, con fecha 2 de agosto de 1939, informaba de los descubrimientos de Fermi y Szilard, mencionaba la posibilidad de que la construcci�n de bombas altamente poderosas ya se hubiese iniciado en Alemania (el hijo del subsecretario de Estado alem�n, Von Weiszacker, trabajaba en el Instituto Kaiser Wilhelm en Berl�n, donde se realizaba investigaci�n con uranio), y solicitaba fondos especiales para acelerar la investigaci�n de estos asuntos en los laboratorios universitarios norteamericanos. Dos meses despu�s, un comit� especial nombrado por Roosevelt recibi� a Szilard, Wigner y Teller, y accedi� a destinar 6 000 d�lares a las investigaciones, cantidad que se extrajo del presupuesto del ej�rcito y la armada. Pasaron dos a�os antes de que un proyecto organizado llegase a existir.

En Alemania, mientras tanto, el gobierno hab�a organizado en dos ocasiones reuniones de f�sicos nucleares para discutir el posible uso de la energ�a nuclear. Entre las primeras medidas tomadas estaba la prohibici�n de exportar el uranio de las minas checoslovacas, pa�s entonces ocupado por Hitler. El "Proyecto Uranio" alem�n, destinado a controlar el desarrollo de la investigaci�n nuclear, se centr� en el Instituto de F�sica Kaiser Wilhelm en Berl�n, bajo la direcci�n de W. Heisenberg. Seg�n declaraciones posteriores de �ste, su aceptaci�n del cargo se debi� a su inter�s por impedir que un arma nuclear cayera en las manos de un dictador que parec�a estar dispuesto a todo. La misi�n principal de los cient�ficos m�s involucrados fue desviar la atenci�n del gobierno de la posibilidad de construir una bomba y, en cambio, orientar el trabajo hacia la utilizaci�n de la energ�a nuclear en procesos industriales. Noticias de las acciones del Proyecto se filtraban a los Estados Unidos y fueron malinterpretadas como indicios de un proyecto b�lico alem�n. El grupo de Heisenberg trat� de comunicar a sus colegas ingleses y norteamericanos la realidad, pero debido a desconfianza mutua el mensaje no fue recibido.

En 1942, el primer ministro brit�nico W. Churchill y el presidente norteamericano F. D. Roosevelt acordaron concentrar en el territorio estadounidense los equipos cient�ficos de ambos pa�ses que ya trabajaban en la bomba. La direcci�n general del llamado Proyecto Manhattan recay� en el Comit� Militar Pol�tico, compuesto por tres militares, los generales Styer, Groves, y el almirante Purnell, y por dos civiles, V. Bush y J. B. Conant. Vannevar Bush, ingeniero electricista, hab�a sido vicepresidente del Massachusetts Institute of Technology, y James B. Conant, qu�mico org�nico, hab�a sido presidente de la Universidad de Harvard. Cerca de 150 000 personas llegaron a participar en el Proyecto, la mayor�a de ellas sin saber cu�l era su objetivo. No m�s de una docena de individuos ten�a una visi�n global de la empresa. Los cient�ficos que accedieron a entregarse totalmente a la construcci�n de un arma nuclear lo hicieron convencidos de la necesidad de contar con tal recurso si es que Hitler tambi�n lo obten�a. Muchos opinaban que, una vez logrado un equilibrio entre ambos bandos en guerra, se deber�a renunciar al uso del artefacto. La existencia de una bomba alemana era una idea siempre presente en sus mentes, hasta el punto de referirse a ella como si fuese una realidad.

Desde su creaci�n en 1942, el Proyecto Manhattan fue dirigido por el general Leslie Richard Groves. Se construyeron tres ciudades para realizar los diferentes trabajos: Oak Ridge en el estado de Tennessee, donde se trabajaba en la separaci�n del uranio para obtener el is�topo fisionable 235; Hanford en el estado de Washington, donde se produc�a otro is�topo fisionable, el plutonio 239, y Los �lamos en Nuevo M�xico, donde se dise�aban y fabricar�an las primeras tres bombas. Muy importante para estos proyectos fue la labor dirigida por Fermi en el Laboratorio Metal�rgico de la Universidad de Chicago, que culmin� con la puesta en marcha en diciembre de 1942 del primer reactor nuclear. Inmediatamente despu�s de este logro, el gobierno norteamericano destin� 400 millones de d�lares al Proyecto Manhattan. Los costos totales se estiman en unos 3 000 millones de d�lares.

El laboratorio de Los �lamos fue construido sobre una colina a 56 km de Santa Fe, la ciudad m�s cercana. Jefe del laboratorio fue nombrado el f�sico norteamericano Robert Oppenheimer, quien condujo la empresa de modo admirable, tanto por su capacidad de organizaci�n como por su encanto personal. Gracias a esta cualidad, fue capaz de convencer a cientos de f�sicos nucleares de que formaran parte del Proyecto, como tambi�n logr� limar las asperezas que surg�an continuamente entre los investigadores y el personal militar que supervisaba el laboratorio. La vida de los investigadores en Los �lamos carec�a por completo de comodidades y confort y estaba siempre vigilada hasta en sus m�nimos detalles. Toda correspondencia y conversaci�n telef�nica con el exterior estaba censurada y ni siquiera los parientes m�s cercanos pod�an enterarse de qu� se trataba el Proyecto. Los cient�ficos m�s importantes ten�an asignado un vigilante personal que los segu�a a todas partes.

En el oto�o de 1943 se form� un servicio de informaci�n especial, con la asesor�a cient�fica del f�sico holand�s Samuel Goudsmith, que deb�a llegar a Europa junto con las primeras tropas aliadas e informarse del estado de la investigaci�n nuclear alemana. Al capitular la ciudad de Estrasburgo el 15 de noviembre de 1944 ante las tropas norteamericanas, Goudsmith se dirigi� al Instituto de F�sica de la Universidad que hab�a dirigido Carl F. von Weiszacker, el f�sico alem�n mencionado por Einstein en su carta a Roosevelt. Von Weiszacker hab�a huido y los f�sicos que fueron detenidos se negaron a dar ninguna informaci�n. Goudsmith encontr� entre los documentos del Director elementos suficientes como para convencerse de que el temido plan b�lico nuclear alem�n no exist�a. Alemania no contaba con f�bricas para separar el uranio ni para producir plutonio, ni siquiera un reactor como el de Fermi en operaci�n. El atraso respecto del desarrollo nuclear en los Estados Unidos era de unos dos a�os, lo que significaba que Alemania no podr�a construir la bomba antes del fin de la guerra.

Los informes de Goudsmith se filtraron r�pidamente a la comunidad cient�fica que trabajaba en el Proyecto Manhattan y, como era de esperarse, causaron gran preocupaci�n entre los investigadores. La motivaci�n principal para su trabajo hab�a desaparecido. Ya nada justificaba continuar fabricando la bomba. Estados Unidos continuaba en guerra contra el Jap�n, pero este pa�s jam�s podr�a haber fabricado un arma nuclear. Estos asuntos se discut�an acaloradamente tanto en Los �lamos como en el Laboratorio Metal�rgico en Chicago. Comenz� entonces la movilizaci�n de cient�ficos en contra del uso de la bomba. Niels Bohr ya se hab�a preocupado por las consecuencias que tendr�a una decisi�n unilateral norteamericana sobre el empleo de armas nucleares, y a comienzos de 1944 hab�a enviado un memor�ndum a Roosevelt y Churchill buscando un acuerdo entre los Estados Unidos, la Gran Breta�a y la Uni�n Sovi�tica para controlar un posible aprovechamiento de la energ�a nuclear. En su escrito, Bohr manifestaba su confianza de que "la considerable colaboraci�n entre los cient�ficos de todo el mundo constituir�a una ayuda" y que "la relaci�n personal entre los cient�ficos de todas las naciones brindar�a excelente oportunidad para inaugurar un contacto provisional y extraoficial". Bohr entreg� personalmente el documento a ambos gobernantes, y ninguno de ellos tom� en serio sus sugerencias.

Leo Szilard se dirigi� de nuevo a Einstein pidi�ndole que firmara una nueva carta dirigida a Roosevelt, para exponerle el cambio en la situaci�n pol�tica mundial y previni�ndole contra el posible inicio de una carrera armamentista. Roosevelt muri� de repente el 12 de abril de 1945 y no lleg� a leer la misiva. El nuevo presidente, Harry S. Truman, nunca recibi� personalmente a Szilard y as� permaneci� sin conocer detalles del proyecto del cual no sab�a demasiado. En cambio, lo envi� con J. Byrnes, quien ser�a dentro de poco el nuevo ministro de Relaciones Exteriores. Este hombre demostr� en la entrevista bastante ignorancia sobre asuntos internacionales, y opin� que ser�a in�til y contrario a la soberan�a nacional el renunciar a un proyecto de millones de d�lares en que hab�an tenido participaci�n m�s de 150 000 personas.

El ministro de Guerra de Roosevelt, Henry L. Stimson, exigi� a Truman que reuniera a algunos expertos del Proyecto Manhattan para recibir informaci�n y consejo sobre la utilizaci�n de los artefactos nucleares. Los cient�ficos opuestos al Proyecto recibieron con gran optimismo la noticia de la reuni�n, hasta que se enteraron de la composici�n del grupo. La comisi�n estaba constituida por cinco pol�ticos —incluido J. Byrnes— y por tres cient�ficos que desde 1940 se hab�an relacionado �ntimamente con la investigaci�n dirigida a fines militares. Ellos eran V. Bush, J. B. Conant y Karl T. Compton. Esta comisi�n ten�a anexo un grupo de cient�ficos, el Comit� Interino, formado por R. Oppenheimer, E. Fermi, Arthur H. Compton y Ernest Lawrence. Todos los cient�ficos mencionados, excepto Enrico Fermi, eran considerados por el resto de la comunidad como leales a los intereses militares.

El 31 de mayo y el 1 de junio fueron convocados la comisi�n y el comit� para que consideraran "la energ�a at�mica" de manera global en la futura relaci�n del ser humano con su ambiente, y no solamente desde el punto de vista militar. Las sesiones de deliberaci�n del comit� contaron con la presencia del general Groves, y su defensa del empleo de la bomba fue fundamental a la hora de redactar las recomendaciones que la comisi�n hizo al Presidente. �stas inclu�an tres puntos principales: la bomba deb�a ser utilizada lo antes posible contra el Jap�n; deb�a emplearse contra un objetivo que fuese tanto un centro militar como de vivienda, y no deb�a advertirse a nadie sobre la naturaleza del arma.

La formaci�n de estas comisiones hab�a suscitado reuniones de discusi�n en los laboratorios del Proyecto. Un grupo de siete cient�ficos opuestos al uso de la bomba contra Jap�n, tres f�sicos, tres qu�micos y un bi�logo de la Universidad de Chicago, entre los que se contaba Szilard, decidieron enviar un memor�ndum al Ministerio de Guerra con sus opiniones respecto de las consecuencias pol�ticas y sociales de la energ�a at�mica. El grupo era encabezado por el Premio Nobel J. Franck y el documento, conocido como el Informe Franck, fue enviado el 11 de junio de 1945. Citamos algunos de sus p�rrafos m�s sobresalientes:
Nosotros, un peque�o grupo de ciudadanos del Estado, hemos descubierto durante los �ltimos a�os, por la fuerza de las circunstancias, un grave peligro para la seguridad de nuestro pa�s y para el futuro de todas las naciones, un peligro del cual nada sospecha todav�a el resto de la humanidad.
El desarrollo de la energ�a nuclear no significa tan s�lo un aumento de la fuerza tecnol�gica y militar de los Estados Unidos, sino que crea tambi�n graves problemas pol�ticos y econ�micos para el porvenir de nuestro pa�s.
Si no se crea un control internacional eficaz sobre los explosivos nucleares es seguro que, una vez que hayamos descubierto por primera vez para el mundo entero nuestra posesi�n de armas nucleares, las dem�s naciones empezar�n una carrera para la obtenci�n del armamento nuclear.
Creemos que estas reflexiones no hablan en favor de que las bombas nucleares se empleen en un ataque pronto e inesperado contra el Jap�n. Si los Estados Unidos fueran el primer pa�s que empleara este nuevo medio de destrucci�n terrible de la humanidad, renunciar�a con ello al apoyo del mundo entero, acelerar�a la carrera de armamentos y echar�a por el suelo las oportunidades para un futuro pacto internacional con el fin de controlar estas mismas armas.
Si el gobierno se decidiera por una demostraci�n pr�xima de las armas nucleares, tendr�a la posibilidad de conocer la opini�n p�blica de nuestro pa�s y de otras naciones y de tenerlas en cuenta antes de decidirse a lanzar estas armas sobre el Jap�n. De esta manera podr�an las otras naciones compartir en parte la responsabilidad de una resoluci�n tan decisiva.

El prestigio de los cient�ficos que suscrib�an el Informe Franck y la fuerza de sus argumentos hicieron que el Ministro de Guerra sometiera el informe reci�n recibido a la consideraci�n del Comit� Interino, el que 15 d�as antes hab�a emitido sus propias recomendaciones. La reuni�n tuvo lugar en Los �lamos el 16 de junio y seg�n lo que Oppenheimer cuenta:

Fuimos invitados a dar nuestra opini�n sobre si la bomba deb�a ser empleada o no. Creo que la raz�n por la cual nos pidieron esta opini�n fue que un grupo muy famoso y serio de cient�ficos hab�a presentado una demanda para que no fuera empleada. Y efectivamente, desde cualquier punto de vista, mejor era no hacerlo.[...] Dijimos que en nuestra calidad de cient�ficos no nos consider�bamos capaces de responder a la pregunta de si deb�an o no ser empleadas las bombas; que nuestra opini�n estaba dividida tal como lo hab�a estado la de muchos otros previamente informados.[...] Tambi�n dijimos que cre�amos que la explosi�n de una de las bombas en un desierto, a modo de advertencia, no ten�a probabilidades de impresionar demasiado.


La divisi�n entre las opiniones de los miembros del comit� a que se refiere Oppenheimer es la resistencia que opuso Lawrence al empleo del arma contra Jap�n. Hay que agregar un hecho m�s, que probablemente influy� en la decisi�n final del presidente Truman. El Informe Franck hab�a sido llevado personalmente por �ste a Washington, donde se encontraba A. H. Compton, miembro del Comit� Interino. El mismo Compton relata que ley� el informe y trat� de arreglar una entrevista entre Franck y el ex ministro Stimson, cabeza de la comisi�n asesora, pero que �ste no se encontraba en la ciudad. Entonces, fue Compton quien le transmiti� el Informe Franck al ex secretario junto con una nota suya en la que expresaba su propia opini�n respecto al informe, en el sentido que "si bien demostraba las dificultades que podr�a provocar el uso de la bomba, no mencionaba, en cambio, la probable salvaci�n de muchas vidas, ni tampoco que si la bomba dejaba de utilizarse en esa guerra el mundo no tendr�a la advertencia adecuada de lo que podr�a ocurrir si estallaba otra". Y as�, la petici�n del grupo de Franck fue rechazada y el plan de bombardear a Jap�n sigui� adelante.

El 16 de julio de 1945 se hizo estallar, en un terreno de pruebas cerca del pueblito de Alamogordo, en Nuevo M�xico, la primera de las tres bombas nucleares existentes entonces. Al ensayo asistieron la mayor�a de los investigadores de Los �lamos que durante dos o tres a�os hab�an colaborado en el proyecto. La reacci�n de cada uno de ellos ante lo que observaron fue una mezcla de sentimientos encontrados: entusiasmo y orgullo por haber sido parte de la empresa, pero al mismo tiempo sorpresa y estupor por la magnitud del efecto logrado.

De inmediato, despu�s del ensayo de Alamogordo que trascendi� al p�blico como la explosi�n accidental de un arsenal cerca de Santa Fe, grupos de cient�ficos pertenecientes al Proyecto Manhattan comenzaron a recolectar firmas para solicitar al Presidente que se abstuviera del uso de la bomba contra Jap�n. Este pa�s se defend�a obstinadamente de la superioridad militar estadounidense, y en c�rculos diplom�ticos de los Estados Unidos se ten�an indicios de que estar�a dispuesto a capitular de modo honroso. La petici�n de los investigadores a la Casa Blanca propon�a que, adem�s de brindarle al Jap�n la oportunidad de capitular, se tomaran a la brevedad medidas de control internacional sobre este nuevo tipo de armas. La circulaci�n del documento fue prohibida por las autoridades militares y Szilard lo envi� a Truman con s�lo 67 firmas de cient�ficos. La suerte que corri� la petici�n fue similar a la de documentos anteriores: termin� en las manos del Comit� Interino que se mantuvo fiel a sus recomendaciones anteriores. El argumento de mayor peso en favor del uso de la bomba fue la salvaci�n de muchas vidas humanas, que se lograr�a de inmediato con el fin de la guerra.

Ir�nicamente, esto se consigui� a costa de la muerte de cientos de miles de japoneses, los habitantes de Hiroshima y Nagasaki. (Las cifras de v�ctimas en estas ciudades var�an seg�n la fuente informativa: entre 100 000 y 210 000 muertes inmediatas m�s unos 100 000 o 150 000 heridos graves, muchos de los cuales probablemente no sobrevivieron.)

El 6 de agosto, un avi�n bombardero B 29 norteamericano dej� caer sobre el centro de la ciudad de Hiroshima la primera bomba de uranio y tres d�as despu�s, sobre Nagasaki, el �ltimo de los tres artefactos construidos por el Proyecto. El anuncio presidencial posterior al bombardeo de Hiroshima dec�a: "La bomba tuvo m�s poder que 20 000 toneladas de dinamita... Es el control de los poderes b�sicos del universo". En palabras del papa Pablo VI, 20 a�os despu�s, fue "una carnicer�a de indecible magnitud". El 15 de agosto se conoci� la noticia de la rendici�n incondicional del Jap�n.

Para un grupo numeroso de investigadores del Proyecto, la destrucci�n, dolor y muerte ocurridos en las ciudades japonesas fueron la evidencia dolorosa de un hecho hasta entonces desconocido: despu�s de Hiroshima y Nagasaki el cient�fico ya no podr�a desconocer su responsabilidad en el uso que la humanidad haga de sus descubrimientos. Muchos de los participantes en el Proyecto se retiraron de �l terminada la guerra, y regresaron a las universidades a continuar con sus proyectos de investigaci�n b�sica. Otros prosiguieron desarrollando conocimientos y t�cnicas dirigidas a la guerra, en parte atra�dos por los millonarios presupuestos militares, que no se limitan a los laboratorios directamente dependientes de la Defensa, sino que tambi�n inundan las universidades y laboratorios privados. Tanto unos como otros estuvieron de acuerdo en la necesidad urgente de un sistema internacional de control de la energ�a nuclear que incluyera de modo particular a la Uni�n Sovi�tica. Resultados positivos en esta l�nea s�lo se lograron algunos a�os m�s tarde, una vez que la Uni�n Sovi�tica cont� con sus propias armas nucleares.

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