EL TIEMPO PROFUNDO

Otros aspectos, aparte de los estrictamente geológicos y paleontológicos, atrajeron la atención de Charles Lyell. Entre 1860 y 1861 estudió los datos acerca de la existencia del hombre primitivo en Europa, lo que lo motivó a publicar, al año siguiente, su libro Sobre las pruebas geológicas de la antigñedad del hombre. En este libro Lyell presenta el estado de conocimiento hasta ese momento acerca de la prehistoria del hombre, basándose en información proveniente de los hallazgos de herramientas de piedra y de varios metales; asimismo, dedica especial atención al hallazgo, en 1856, de un esqueleto humano en la cueva Feldhofer del valle del Neanderthal, río tributario del Rin, en Alemania. Lyell argumenta que si el hombre actual se deriva de un ancestro común, el proceso debe de haber llevado mucho tiempo para permitir el desarrollo de las diversas razas que se conocen en la actualidad, tales como la mongólica, la negra o la caucásica. Aunque Lyell comenta en este libro las ideas de Darwin y Wallace acerca de la evolución, aceptándolas como una clara explicación de una serie de fenómenos biológicos hasta entonces inexplicados, no toma posición personal alguna respecto a las ideas sobre la selección natural, y menos aún hace referencia a que el hombre pudiese tener un ancestro común con otros animales, idea que por mucho tiempo le pareció inaceptable. Sin embargo, en la décima edición de sus Principios, que se publicó un par de años después del homenaje que la Real Sociedad le hizo a Darwin en 1864 al otorgarle la Medalla Copley, Lyell modificó varias partes de su obra para adecuarla a las ideas de Darwin, que finalmente había acabado por aceptar. Sus capítulos sobre la distribución geográfica de las especies utilizan la teoría de Darwin como la única explicación posible de los fenómenos biogeográficos. La décima edición fue la final, y la mejor, que Lyell pudo hacer de su monumental obra.

La etapa final de la vida de Lyell transcurrió en forma por demás favorable; aparte de sus problemas con la vista, nunca tuvo limitaciones físicas para su trabajo. Además de contar con una posición económica holgada, en parte por la fortuna heredada de su padre y en parte por los beneficios que la venta exitosa de sus libros le aportó, su vida familiar fue siempre feliz. Lyell se ganó, tozudamente, una reputación de rehuir puestos directivos o responsabilidades administrativas en las sociedades a las que pertenecía, con excepción de su muy querida Sociedad Geológica, en la que sirvió un periodo como presidente. Siempre fue su propio jefe, ya que nunca aceptó un cargo pagado en alguna institución de enseñanza o investigación. Los honores por parte del gobierno británico no le fueron escamoteados. En 1848, a los 51 años, recibió la investidura de caballero, convirtiéndose en Sir Charles Lyell. La Real Sociedad le otorgó la Medalla Copley y la Medalla Real y la Sociedad Geológica (Geological Society of London) le impuso la Medalla Wollaston. En 1864 fue electo presidente de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (British Association for the Advancement of Science), y recibió un título nobiliario por parte de la reina Victoria.

Hacia el final de la década de los sesenta, Lyell empezó a perder aceleradamente la vista y a tener una salud muy quebrantada. Fuertemente afectado por la repentina muerte de su esposa Mary, su compañera fiel y dedicada a lo largo de 40 años, acaecida el 25 de abril de 1873, Charles muere el 22 de febrero de 1875, después de una enfermedad que lo mantuvo postrado varios meses en su casa de la elegante calle Harley en Londres.

Charles Lyell fue enterrado, con todos los honores, en la abadía de Westminster. En ese momento ingresaba a la profundidad de la escala temporal que había contribuido a establecer en el pensamiento científico, y finalmente social, de su tiempo.

La reputación de Lyell, así como la de Darwin, sufrió altibajos después de su muerte, particularmente cuando Lord Kelvin, el famoso físico inglés, propuso, basado en cálculos de la velocidad de enfriamiento de la Tierra, que ésta no podía tener más de 25 millones de años. La elegancia y la aparente infalibilidad de los métodos físicos usados por Kelvin atrajeron la atención de muchos científicos, e incluso de geólogos, quienes empezaron a resucitar los ya superados conceptos del catastrofismo. Sin embargo, Kelvin había puntualizado al hacer sus cálculos que éstos serían inválidos si existiese alguna fuente constante de calor en el interior de la Tierra. Aunque Lyell había sugerido que tal fuente debería existir para mantener la actividad ígnea de los volcanes, esto no fue verificado hasta el descubrimiento, debido a Ernest Rutherford, de la radiactividad, al inicio del siglo XX, cuando demostró la existencia de una fuente interna de calor en la Tierra. Basándose en esta nueva información, los físicos hicieron cálculos que les permitieron determinar la edad de la Tierra en por lo menos 4 000 millones de años, un tiempo aún más profundo del que Lyell había postulado como requisito para que tuvieran lugar los procesos de evolución geológica que él había propuesto como moldeadores de la Tierra y de la vida sobre ella.

No todas las proposiciones de Lyell fueron correctas. Su teoría de que los monolitos fueron siempre transportados por icebergs resultó errónea, ya que éstos generalmente son transportados por el lento movimiento de los glaciares. Su sobrestimación de la fuerza erosiva del mar ha sido también desautorizada, al igual que su insistencia sobre la inmutabilidad de las especies. No obstante, incluso en aspectos en los que estaba equivocado, Lyell siempre usó una secuencia de razonamientos muy estricta, y se mostró siempre abierto a aceptar nuevas ideas y a corregir las propias, comportamiento difícil de observar en otros científicos.

La aportación más importante de Lyell fue el establecimiento de la geología como ciencia, lo cual logró gracias al uso de la disciplina más estricta y el razonamiento más riguroso, con lo que redujo a un mínimo su enorme carga anecdótica y especulativa. Sus criterios básicos sobre las causas de los procesos geológicos se mantienen en la actualidad con la misma fortaleza con que fueron propuestos en su tiempo. Sus bases de analogía entre las condiciones ambientales que operan en el presente con las del pasado, sentaron los cimientos para el desarrollo de la paleoecología.

Con lo anterior, Lyell logró algo más importante: introdujo un nuevo concepto de la escala temporal, algo que antes resultaba simplemente inconcebible. Charles Lyell provee a la ciencia de su tiempo del concepto de tiempo profundo, escala temporal que rebasó desde luego cualquiera de las escalas en uso en el ámbito cognoscitivo de su época; era una escala que el hombre nunca había tenido posibilidad de imaginar y menos aún de sondear en su contexto empírico, o en el de su marco de referencia religioso. Pensar en dimensiones temporales, ya no digamos de miles de millones, sino aun de cientos de miles de años, era tan exótico incluso para los hombres ilustrados de entonces como pretender que hubiesen logrado caminar por la superficie lunar.

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