LA CIUDAD SIEMPRE HA ESTADO AQUÍ

Aparte del rigor científico y la tenacidad con los que Lyell documentaba y sostenía sus puntos de vista, su capacidad para comunicar sus hallazgos geológicos en forma llana fue muy importante para que sus ideas tuviesen amplia aceptación en la sociedad de aquella época. Escribía con pocos tecnicismos, usando un lenguaje sencillo, de forma que todo el público entendiese lo que deseaba comunicar. En una carta a un amigo, redactada cuando aún no terminaba el manuscrito de la primera edición de los Principios, le comentaba: "Voy progresando despacio, pero enteramente a mi gusto. Cuánto más difícil resulta escribir para el público general que para el mundo científico; a pesar de esto, al menos la mitad de nuestros sabios piensan que escribir popularizando la ciencia es un acto de condescendencia, que no están muy preparados a realizar". Siempre que podía, ilustraba sus ideas con datos o ejemplos que fuesen del conocimiento de sus lectores, y recurría a formas literarias para ayudar a transmitir una idea o un hecho complejo. Reproduciré a continuación una famosa alegoría (a las que era afecto a recurrir con frecuencia dado su interés didáctico) contenida en sus Principios, la cual resume no solamente la idea central del uniformitarismo, sino también y en forma filosófica, algunos de los obstáculos mentales que limitan la visión humana del universo y de la naturaleza que lo rodea.

En la alegoría Lyell se describe a sí mismo como un longevo personaje y relata:

En una ocasión pasé por una bella y populosa ciudad y pregunté a uno de sus habitantes cuántos años hacía que la habían fundado. Me contestó: "Ciertamente es una gran ciudad, pero no sabemos hace cuánto se fundó y nuestros ancestros tampoco lo saben; siempre ha estado aquí".
Cinco siglos después, volví a pasar por el mismo sitio, pero no pude encontrar rastro alguno de la bella ciudad. Le pregunté a un pastor que se encontraba recogiendo forraje, si sabía cuándo había sido destruida la ciudad. "Vaya pregunta la suya —me contestó—, este sitio siempre ha sido una pradera en la que pastan vacas, como usted lo ve ahora; nuestros padres y antepasados nunca nos han hablado de que existiera en este lugar la bella ciudad a la que usted se refiere."
Volví a pasar por el mismo sitio cinco siglos después, y me encontré que estaba cubierto por el mar; a la orilla había unos pescadores a los que pregunté azorado hacía cuánto que el mar había cubierto la espléndida pradera que ahí había. "¿Pradera? —me preguntaron—. Vamos, vamos, una persona respetable como usted no debería estar haciendo este tipo de preguntas; el mar ha cubierto este sitio desde los tiempos más remotos. "
Otro medio milenio después tuve la curiosidad de visitar nuevamente el mismo lugar para encontrar entonces que el mar había desaparecido y que un viajero esperaba a la orilla del camino; le pregunté al viajero si sabía hace cuánto que había ocurrido el cambio de paisaje. Su respuesta fue similar a las anteriores. Finalmente, después de un lapso igual, regresé al mismo sitio para encontrarme de nueva cuenta una ciudad, más grande y bulliciosa que la primera que había visto un par de milenios antes; al tratar de inquirir sobre la antigñedad de la ciudad, recibí la siguiente respuesta: "Ciertamente es una gran ciudad, pero no sabemos hace cuánto se fundó y nuestros ancestros tampoco lo saben; siempre ha estado aquí".

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