EL HOMBRE QUE COME CON EL CAPIT�N
El compa�ero de camarote de Charles result� ser John Lort Stokes, un joven gal�s de 19 a�os, quien estaba a cargo de la elaboraci�n de los mapas, parte esencial del trabajo cartogr�fico que el Beagle ten�a comisionado realizar durante su traves�a. Charles y Stokes se llevaron afortunadamente muy bien durante todo el viaje.
Parec�a que el viaje nunca se iniciar�a; retrasos en el avituallamiento, seguidos de lo que parec�an ser interminables tormentas que imped�an que el barco zarpase, atrasaron la fecha original de salida del Beagle del 4 de noviembre hasta despu�s de la Navidad. Charles hab�a agotado todo lo que se pod�a hacer en Plymouth para permanecer razonablemente ocupado en espera del buen tiempo para zarpar. La espera durante esos dos meses, en los que la angustia lleg� a enfermarlo, le result� un infierno. Finalmente, el 27 de diciembre de 1831, despu�s de varios intentos fallidos de zarpar, al t�rmino del almuerzo, el viento del este hinch� las velas del Beagle y lenta, pero definitivamente, dejaron la bah�a de Plymouth y las costas de Gran Breta�a por los siguientes cinco a�os.
La primera experiencia de Charles acerca de la vida disciplinaria de la Marina Real no se hizo esperar. Apenas hab�an perdido en el horizonte la costa de Plymouth, toda la tripulaci�n fue requerida en la cubierta principal para presenciar el castigo que algunos miembros de la tripulaci�n recibir�an por haber descuidado sus obligaciones, despu�s de la monumental borrachera adquirida el d�a de Navidad en el puerto. Algunos fueron degradados, mientras que otros recibieron hasta 45 azotes con el "gato de nueve colas", un l�tigo que no har�a sonrojar de pena a un experto verdugo de la Inquisici�n. El espect�culo, obligatorio para todos los que viajaban en el barco, le revolvi� a Charles el est�mago, el cual se mantuvo en ese estado la mayor parte del primer mes de traves�a, debido al mareo. Lo �nico que lo manten�a, dentro de la miseria de su mareo, con el deseo de seguir viviendo era el pensamiento de que pronto pondr�a pie en las islas Canarias, de las que hab�a le�do tanto en los fascinantes relatos de Alejandro de Humboldt durante su estancia en Cambridge.
El 7 de enero de 1832 avizoran el orgulloso pico del volc�n Teide, en Tenerife; se dirigen a Santa Cruz, la ciudad principal de la isla para anclar y aprovisionarse, cuando, a la entrada del puerto, una lancha tripulada por las autoridades locales les niega el permiso para desembarcar, ya que les hab�an llegado noticias de que se hab�a desatado una epidemia de c�lera en Inglaterra. Si quer�an desembarcar, les dijeron, ten�an que observar una cuarentena de dos semanas, ya que los habitantes de las islas no deseaban arriesgarse a una epidemia de tal naturaleza. FitzRoy encuentra inaceptable la idea de esperar tanto tiempo simplemente para que Darwin tuviese la oportunidad de conocer las islas y de inmediato dirigen la proa al sur, hacia el archipi�lago de Cabo Verde, tambi�n frente a la costa africana.
El desencanto de Charles fue may�sculo; hab�a so�ado durante su estancia en Cambridge y en las animadas discusiones con John Henslow recorrer estas islas, conocer su ex�tica flora y fauna y, sobre todo, escalar sus numerosos volcanes y colectar rocas de ellos. Tampoco le fue dado tener un poco del deseado descanso del insoportable bamboleo marino. Sin embargo, debido a que el mar se torn� m�s considerado con su est�mago y a que cada vez se acostumbraba m�s al movimiento del barco, Charles empez� a incorporarse a la vida normal del mismo y a tomar regularmente sus alimentos en compa��a de FitzRoy. Sus primeras colectas fueron de organismos marinos, atrapados con una red especial que �l mismo fabric� a bordo, as� como de algunos insectos, especialmente langostas migratorias, que eventualmente cruzaban el curso del barco. Pronto, como todos los dem�s a bordo, Charles se gan� apodos por parte de la tripulaci�n. El primero y m�s respetuoso fue el de "fil�sofo"; el segundo, y que ten�a que ver con sus intentos de colectar insectos voladores a bordo, fue el de "cazamoscas"; pero en realidad, la tripulaci�n empez� a distinguirlo como "el hombre que come con el capit�n", ya que esto era lo m�s notable e inusitado para los marineros.
Cinco d�as despu�s de alejarse de las Canarias, el Beagle avist� el archipi�lago de Cabo Verde, frente a las costas de Senegal, y se dirigi� a la isla de Santiago para desembarcar en Praia. Charles no tard� m�s que lo estrictamente necesario para poner pie en lo que era la primera tierra tropical en su vida. Se intern� en la isla y sus sentidos se congestionaron con los colores, los aromas y los sonidos de multitud de flores, aves, insectos y plantas tropicales que ve�a por primera vez. La geolog�a de la zona y en especial las formaciones volc�nicas de la isla, llamaron enormemente su atenci�n. Por primera vez Charles durmi� con la desbordante satisfacci�n de haber empezado a cumplir la funci�n para la cual se hab�a embarcado en el Beagle.