ÁRBOLES A LOS QUE LES FALTAN RAMAS
Darwin reconoció la falta de "una secuencia completa de eslabones" en la cadena de sucesión de cada nueva especie o en la variación de una que disminuye en su tamaño o desaparece. Todos los organismos pueden clasificarse jerárquicamente como entidades pequeñas contenidas en otras cada vez más grandes. El primer sistema de clasificación de las especies en el mundo occidental fue propuesto en 1735 por Carl von Linné (o Linneo, en español), naturalista sueco. Linneo usó un sistema binomial, es decir de dos nombres, para reconocer cada especie animal y vegetal. El primero de esos nombres es el género, designación compartida por varias especies que pertenecen al mismo y el segundo es el nombre propio de cada especie. Por ejemplo, el género Phaseolus contiene varias de las especies que conocemos con el nombre vulgar general de frijoles; Phaseolus vulgaris corresponde al frijol negro, Phaseolus coccineus al frijol ayocote, etc. De la misma forma que las especies se agrupan en géneros, éstos se reúnen en categorías mayores. El género Phaseolus se agrupa en la subfamilia de las papilionáceas, que contiene muchos otros géneros, como Vicia (las habas), Pisum (los chícharos), Erythrina (los colorines); esta subfamilia se agrupa, junto con la subfamilia de las cesalpináceas (por ejemplo, el tabachín) y las mimosáceas (por ejemplo, las acacias) en la gran familia de las leguminosas. A su vez, las familias se agrupan en órdenes; así, las leguminosas se sitúan en el orden de las rosales, junto con otras familias como las rosáceas; los órdenes se agrupan en clases y divisiones (o Phyla en el caso de los animales). Desde luego, y dependiendo de la complejidad de los grupos, se pueden presentar categorías intermedias entre las mencionadas. El sistema propuesto por Linneo fue pensado para aplicarse a unos pocos miles de plantas que eran todas las que se conocían en Europa en el siglo XVII.
En el continente americano y mucho antes que Linneo, los mayas utilizaban un sistema de nomenclatura para clasificar las plantas muy similar al binomial del naturalista sueco y que aún se conserva parcialmente en nuestros días. Este sistema tenía el problema de que no se podía aplicar a todas las plantas, sino sólo a un grupo de unos pocos miles que eran las utilizadas y mejor conocidas por ellos.
En el contexto del pensamiento evolutivo la ordenación jerárquica de los organismos sugiere que hay una genealogía entre los grupos, es decir que existe entre ellos una relación de descendencia desde un pasado más o menos remoto. Los fósiles se adecuan, evidentemente, a este mismo modelo. Los fósiles de las épocas más Precámbrico inferior recientes o cercanas a nuestro tiempo deben de estar relacionados entre sí en las categorías más pequeñas de la escala jerárquica, es decir, en los géneros y en las especies, mientras que los de las épocas más antiguas tendrían que estarlo en el nivel de las categorías más grandes, las clases o Phyla. El árbol genealógico de los animales vertebrados que se encuentra en la figura 4 muestra lo anterior. En ese árbol algunos grupos superiores, por ejemplo los mamíferos marsupiales, aparecen más recientemente que los grupos menos complejos, como son los reptiles o los peces. Si se extendiera con mayor detalle cada una de las ramas de este árbol se encontraría el mismo patrón; por ejemplo, ninguna familia de mamíferos aparece antes de los 75 millones de años y ningún orden de mamíferos se encuentra antes de 90 millones de años; los mamíferos se hacen cada vez más raros y menos diversos a medida que se remontan los 120 millones de años.
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Figura 4. Esquema que ilustra los principales grupos animales involucrados en el proceso evolutivo del hombre. Nótese que los grupos con los que en el pasado remoto estuvo emparentado el hombre son todos fósiles ya extintos que difieren notablemente de sus contrapartes actuales. Así, los anfibios del Devónico superior, por ejemplo, son muy distintos de las ranas o las salamandras actuales.
En la síntesis que Darwin hizo de sus dos capítulos sobre la naturaleza del registro geológico y de la aparición sucesiva de formas orgánicas en dicho registro, hay dos afirmaciones que me parece que expresan en forma sumaria la integración de su pensamiento con el de Lyell. Darwin escribió: "Si se probase que los animales más antiguos se asemejan hasta cierto punto a los embriones de los animales recientes de la misma clase, el hecho del progreso de los organismos en la escala de la naturaleza sería mucho más inteligible". Los estudios de anatomía comparada nos demuestran ahora que éste es el caso; un ejemplo de ello son las diversas fases embrionarias del feto humano, que en su desarrollo recapitulan aspectos de nuestro pasado ictiológico y reptiliano. La otra aseveración establece que: "...las principales leyes de la paleontología proclaman claramente, como a mí también me parece, que las especies han sido producidas por una generación ordinaria: las formas viejas son suplantadas por formas nuevas y mejoradas de vida, producidas por las leyes de la variación que aún actúan a nuestro rededor, y son preservadas por la selección natural".
Charles muy bien pudo haber proseguido en el campo de la geología y convertirse en un geólogo renombrado. Sus contribuciones a este campo fueron importantes, por lo que logró un lugar reconocido entre los científicos de su tiempo. Tenía además suficiente información de campo como para seguir publicando trabajos cómodamente y así situarse en los círculos científico-sociales que reforzaran su posición. No ocurrió así. A esto contribuyó su aislamiento en Down que lo alejó de la vida social y científica de Londres, e incluso del mismo Lyell, a quien podía visitar cada vez con menos frecuencia. También es necesario considerar que el lugar científico logrado por Lyell era de tal dimensión, que Charles debió haber sentido que su papel en la geología se reduciría simplemente al de un proveedor de información adicional y de confirmación a un esquema conceptual ya bien definido por el gran geólogo. Finalmente, porque con seguridad pensó que era en el terreno de la definición de lo que él llamaba "el problema de las especies" donde yacía el reto intelectual más importante que había descubierto y donde podría hacer, según sus propias palabras, "una contribución útil, aunque sea humilde".
14 George G. Sympson, Fósiles e historia de la vida, Barcelona, Labor (Biblioteca Scientific American), 1985.
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