EL PROGRESO DE LA CIENCIA

LA PERCEPCIÓN que las personas tienen de la ciencia resulta, con frecuencia, intrigante y curiosa. Por lo general, las diferentes sociedades de cada país tienen grados diferentes de cultura científica, que tienden a estar relacionados con el grado de avance científico del país correspondiente, aunque no siempre es el caso.

Comúnmente consideramos a una persona, cuya actividad profesional se ubica fuera de la ciencia, como científicamente culta, si conoce al menos un campo del conocimiento científico (como podría ser la física), dentro del cual tiene idea de una teoría (por ejemplo la de la relatividad) y sabe quién fue su autor (en este caso, Albert Einstein); su grado de cultura científica será tanto mejor cuanto pueda describir con mayor detalle de qué trata dicha teoría.

No obstante, sería muy raro que esta persona, a la cual hemos calificado como poseedora de un determinado nivel de cultura científica, tuviese conocimiento del proceso mental por el cual Einstein llegó a concebir una idea, al mismo tiempo tan concreta y tan compleja, como la teoría de la relatividad. Este proceso es particularmente importante: refleja no sólo los múltiples caminos que las ideas científicas toman en la mente de una determinada persona, sino también la forma en que el pensamiento de sus colegas —no únicamente en el área estricta de su disciplina, sino a veces también en áreas periféricas— influye, moldea, ayuda a reinterpretar datos y conceptos conocidos y, finalmente, inspira el acto creativo de la innovación científica. Este acto creativo puede estar representado por una nueva teoría que aclara numerosos fenómenos que antes no tenían una explicación satisfactoria bajo una teoría global, o bien por un nuevo concepto o un nuevo paradigma.

En mi opinión, el proceso de cómo se llega a una idea revolucionaria e innovadora en la ciencia ilustra en forma más interesante la naturaleza de la investigación científica que la nueva idea misma.

Para muchos, la ciencia está constituida por la acumulación de descubrimientos o "inventos", ya que ésta es la manera en que, a través de diversos medios, recibe la información de su desarrollo. Aun en los reconocimientos científicos más importantes, como el premio Nobel, el énfasis está en sólo una parte de la creación científica: la de los aspectos utilitarios. La imagen de la ciencia como una simple acumulación de hechos y datos es distorsionada e incompleta, ya que hace caso omiso de la forma en que se originan los conceptos y las ideas, o se mejoran los ya existentes, lo cual es básico para la generación de los "productos terminados" de la ciencia. El entendimiento del mundo que nos rodea se logra mejor mediante grandes avances conceptuales que por la simple acumulación de hechos y datos.

Einstein, como cualquier otro científico, no habría podido elaborar la teoría de la relatividad si hubiera estado aislado del pensamiento de sus colegas físicos, tanto sus contemporáneos corno los que le precedieron. Los elementos que empleó para desarrollar la teoría general de la relatividad se originaron en el conocimiento de sus colegas, gran parte del cual tenía varios años de haberse producido.

Las ideas y los conceptos que constituyen el cuerpo medular del conocimiento científico de la humanidad se desarrollan poco a poco, en un lento proceso de comparación, de selección de la información disponible, de evaluación de datos e ideas y, finalmente, de su incorporación a dicho cuerpo de conocimientos. Sin embargo, en muchas ocasiones el progreso en la ciencia ocurre por medio de abruptos y dramáticos cambios. Cambios que pueden iluminar de golpe el escenario de la fenomenología natural, o bien romper el "equilibrio del conocimiento" de la humanidad, estableciendo un continuo proceso de construcción, crisis, demolición y reconstrucción de las ideas en una nueva síntesis, a partir de la cual se renueva el ciclo.

Lo anterior define el avance de la ciencia como un proceso poco predecible, un tanto aleatorio; pero el avance sigue y tiende a volverse menos impredecible y aleatorio en la medida en que se entienden mejor los fenómenos de la naturaleza y se intuye más el derrotero que el conocimiento puede seguir.

Es indudable que la evolución de las ideas puede recorrer caminos equivocados y llegar a callejones sin salida, y que la diversificación de las ideas tiene periodos de crisis, de gran actividad y de estabilización. Por ello, la historia del pensamiento científico está caracterizada por un desarrollo discontinuo, no solamente en orientación, sino también en intensidad.

Las síntesis innovadoras en la ciencia tienen origen en la conjunción de ideas que previamente aparecen inconexas. Esta síntesis es generadora de grandes cambios en la historia de la ciencia cuando dos disciplinas que se habían desarrollado independientemente confluyen y generan un nuevo orden, dando unidad a lo que parecía ser improbable. Sin embargo, este proceso de "hibridación", ya sea entre ideas aisladas o entre disciplinas diferentes, no es sencillo, ya que produce una interferencia mutua y un intercambio de características, cuyo resultado es una transformación entre los dos componentes.

La reinterpretación de las ideas existentes y del conocimiento previo ha desempeñado un papel central en el desarrollo de la ciencia. Esto no implica que la adquisición de información y datos nuevos tenga importancia secundaria, ya que el valor de la experimentación y la observación empírica es capital. Sin embargo, la colección de datos y hechos fuera de una matriz selectiva de pensamiento, es decir de una teoría, sí puede resultar irrelevante. Thomas H. Huxley, de quien haré referencia con mayor detalle más adelante, comentaba que aquellos que en la ciencia insisten en no ir más allá de los hechos rara vez llegan a ellos, y que la ciencia está hecha de hipótesis que aunque después han sido comprobadas, tenían muy poco fundamento en el momento de su proposición. El físico Sir Lawrence Braggs, ganador del premio Nobel por descubrir estructuras cristalinas mediante la utilización de rayos X, propone que la esencia del quehacer científico reside no tanto en el descubrimiento de nuevos hechos, sino en encontrar formas nuevas y originales de interpretarlos. Baste recordar que Copérnico revolucionó la manera de pensar de la humanidad acerca del movimiento planetario antes de la invención del telescopio, el instrumento que más ha ayudado a los astrónomos a lograr nuevos hallazgos acerca del universo en que vivimos. Los hechos en que se basó para explicar el movimiento de los planetas eran conocidos por todos, y sin embargo nadie los había interpretado como lo hizo Copérnico.

La información, los datos y las cifras representan las pequeñas piezas necesarias para construir un mosaico; sin embargo, la manera de combinar y colocar las piezas es lo que logra los diseños con significado y lo que crea las nuevas formas.

Existen en la estructura de la ciencia fuerzas internas que la sostienen pero que en ocasiones actúan como poderosas barreras contra el avance del conocimiento. Estas fuerzas constituyen lo que podríamos llamar el "establecimiento científico", esto es, organizaciones tales como los centros de investigación, las sociedades científicas, los mecanismos de difusión del conocimiento original, entre los que se encuentran las revistas científicas, etc. Al igual que toda organización humana, adolecen de males como los intereses de grupo o de individuos. Sin embargo, en estricto honor a la verdad, aunque tales estructuras hayan bloqueado algunas ideas innovadoras, al final de cuentas la verdad termina por imponerse a los intentos para preservar el statu quo en una disciplina. No obstante, estos brotes de conservadurismo dejan víctimas, en ocasiones en forma dramática. Un ejemplo tristemente célebre es el de Ignaz Philipp Semmelweis, joven médico húngaro que trabajaba en la primera clínica obstétrica en Viena alrededor de 1845. En ese tiempo no era raro que las madres contrajesen una infección —frecuentemente mortal— inmediatamente después del parto. La mortalidad por fiebre puerperal, que es el nombre de esa enfermedad, podía alcanzar hasta 25% de los casos. Semmelweis se interesó especialmente en estudiar las causas de esa infección y la razón de por qué su incidencia era muchísimo mayor en los hospitales que en los hogares, donde algunas mujeres atendían su parto. Como consecuencia de la muerte de un muy buen amigo suyo que era patólogo y que contrajo la infección al analizar el cadáver de una mujer que había fallecido de fiebre puerperal, Semmelweis llegó a la conclusión de que el portador de la infección era el personal que atendía a las parturientas, en especial los estudiantes de medicina y sus profesores, ya que las atendían después de practicar autopsias y operaciones en cuerpos infectados. De inmediato, Semmelweis organizó un experimento para probar su hipótesis, para lo cual ordenó que en un ala de la clínica todos los estudiantes se lavaran concienzudamente las manos con agua, jabón e hipoclorito de calcio; en la otra ala, atendida normalmente por parteras que no tenían contacto con otros enfermos y donde las muertes por fiebre puerperal eran más bajas que en la sección atendida por los estudiantes, las parteras no se lavarían las manos como aquéllos.

Los resultados fueron contundentes. La mortalidad en el ala donde los estudiantes tenían que lavarse las manos al salir de las salas de operaciones y de autopsias antes de atender a las madres parturientas cayó muy por debajo de la registrada en el ala que había servido como "testigo" del experimento. La aplicación de esta sencilla regla de higiene redujo la mortalidad en las mujeres parturientas a menos de 1%. Sin embargo, el jefe de la clínica, Johann Klein, reaccionó prohibiendo la práctica, porque se salía de la ortodoxia impuesta por la costumbre médica de la época y destituyó a Semmelweis, arruinándole su reputación, a tal grado que ni en su país logró que se impusieran las prácticas de asepsia que había recomendado para reducir el riesgo de fiebre puerperal. La frustración de Semmelweis ante las miles de muertes que nunca debieron haber ocurrido fue de tal magnitud que acabó sus días recluido en un hospital para enfermos mentales, donde murió, ignorado en su tiempo a pesar del avance que había logrado, pero conocido en nuestros días como un mártir de la ciencia. Desgraciadamente no conocemos los casos de aquellos que, a lo largo de la historia, han sufrido una suerte similar y que son desconocidos, ya que sus actores no fueron tan notables como Semmelweis.

Ningún dato, ningún experimento proveen a su autor, o a otros científicos, de verdades y certezas absolutas. Por lo general, cada dato y cada resultado de un experimento pueden ser interpretados en más de una forma. La ciencia no busca certezas absolutas, sino que acepta grados de probabilidad en la interpretación correcta de un fenómeno. Algunos cambios en la ciencia ocurren solamente por la acumulación del peso de las pruebas; en otros casos la fusión de dos o más teorías de apariencia original contrapuesta, provee el mecanismo para su avance y para la generación de nuevos conceptos. Cabe aclarar que los conceptos no son elementos exclusivos de la ciencia, pues constituyen parte esencial de cualquier acto de la creatividad humana; el arte, la filosofía y la historia, por ejemplo, requieren para producir innovaciones y progreso, del desarrollo y la mejoría de conceptos que les son propios.

Los conceptos desempeñan un papel muy importante en las ciencias biológicas, ya que los biólogos expresan usualmente sus generalizaciones en forma de conceptos más que de leyes. Por lo tanto, el progreso de la biología depende en gran medida del desarrollo de dichos conceptos o principios. ¿Cómo influyen los conceptos de un campo del conocimiento en quienes se adentran en él y cómo las personas afectan a su vez dichos conceptos? ¿Cómo incide el ambiente social y cultural en un campo del conocimiento y en quienes se esfuerzan en avanzar las fronteras de dicho campo? No creo que haya respuesta sencilla a estas interrogantes. Lo cierto es que existen corrientes opcionales, a manera de movimientos pendulares que determinan en ocasiones que los factores sociales y culturales dominen sobre un campo del conocimiento, y que en otras, un nuevo conocimiento en un campo crucial de la ciencia influya determinantemente en dichos factores.

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Ignaz Philipp Semmelweis

1 René Dubos et al., Health and Disease, Nueva York, Life Science Library, 1970.

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