EL ESCENARIO INTELECTUAL EN LA TEOLOG�A Y EN LA BIOLOG�A PREDARWINIANAS

La ra�z de las concepciones filos�ficas y cient�ficas acerca de la vida sobre la Tierra —su origen, su organizaci�n, la estabilidad de las formas vivientes, etc.— se ubica en los inicios de la historia de la humanidad. As� encontramos los conceptos de Arist�teles sobre los modelos ideales a los que se conformaban todos los organismos, y de los cuales cada individuo era una variante m�s o menos accidental. Est� tambi�n el pensamiento de Anaximandro, quien difund�a la idea de que el ancestro del hombre deber�a haber sido un animal acu�tico y que la Tierra y sus habitantes descend�an del mismo material original. O bien la teor�a de Emp�docles sobre el origen de los seres vivos, en la que propone la existencia de un universo o reservorio de partes de los organismos (miembros, �rganos, etc.), del cual se producir�an innumerables combinaciones entre dichos segmentos; las combinaciones "afortunadas", es decir aquellas que producir�an plantas o animales reconocibles como normales, ser�an las que permanecer�an, mientras que las combinaciones "err�neas", que dar�an organismos monstruosos o quimeras, desaparecer�an.

Arist�teles y Emp�docles no son los �nicos pensadores que, de alguna forma, se refirieron a aspectos del posible origen de las especies, de su significado y de su estabilidad o posibilidad de cambio; en la historia de la cultura hay abundantes referencias al respecto. Sin embargo, ninguna de ellas en lo individual o en conjunto forma lo que podr�a distinguirse como un cuerpo coherente de ideas o hip�tesis. Consideradas dentro del dilatado lapso en que fueron propuestas, estas ideas constituyen m�s bien la expresi�n de la inquietud intelectual de la humanidad acerca del origen de la vida, del significado de la presencia del hombre sobre la Tierra. No creo que alguna de estas ideas realmente pueda considerarse en s� misma como un antecedente serio en el que Darwin se hubiese basado para iniciar la conformaci�n de sus propias ideas.

El creacionismo, es decir, la corriente de pensamiento religioso que sostiene que el universo, en el que se incluye a nuestro planeta y los seres que lo habitamos, fue creado por un acto especial divino, represent�, por siglos, la �nica explicaci�n v�lida y aceptada para la civilizaci�n judeocristiana, acerca de la vida en la Tierra. Otras religiones tambi�n se basan en actos de creaci�n divina para explicar el origen de la vida.

El G�nesis era, y es a�n para mucha gente, el relato del origen de la Tierra, de la vida en ella y de la presencia del hombre. Por mucho tiempo se crey� que la Tierra era solamente cinco d�as m�s vieja que la presencia del hombre en ella. Sin embargo, como esto resultaba cada vez m�s dif�cil de aceptar por los fieles o de sostener por la Iglesia, en el siglo XVII James Ussher, un arzobispo irland�s, us� un curioso m�todo para calcular que la Tierra en realidad hab�a sido creada en el a�o 4004 a.C. Algunos escol�sticos a�n m�s curiosos y entusiastas por refinar la precisi�n b�blica, propon�an que el d�a exacto de la creaci�n hab�a sido el 23 de octubre del mencionado a�o. Muchas biblias modernas llevan a�n impresa la fecha calculada por Ussher al margen del p�rrafo respectivo del G�nesis.

La idea aceptada en las sociedades europeas acerca de la Tierra, adem�s de su juventud era que �sta permanec�a inmutable desde su creaci�n, excepto por las modificaciones generadas en su superficie por el diluvio universal.

Respecto a los seres vivos, la idea generalizada y aceptada era que los animales y plantas que vemos ahora eran los mismos que aparecieron sobre la faz de la Tierra el d�a de la creaci�n en el a�o 4004 a.C. y que fueron "bautizados" por Ad�n y rescatados en parejas por No� en su gran arca, para salvarlos del diluvio. Sin embargo, los constantes hallazgos de organismos fosilizados, diferentes de cualquiera de los seres vivos conocidos, empezaron a despertar inquietudes; hab�a que encontrar alguna explicaci�n a ellos. Se ofrecieron varias respuestas; una fue que probablemente habr�an ocurrido varios diluvios y que algunos organismos desaparec�an como castigo y lecci�n severos para que la humanidad se comportase dignamente. La otra era que el Creador hab�a decorado piedras con figuras de diversos animales, aunque la finalidad de tal ejercicio art�stico rupestre no ten�a una explicaci�n clara.

En el �mbito laico, otras ideas se iban desarrollando, pero siempre en acomodo a las restricciones impuestas por el pensamiento religioso. As� surgi� el de�smo, corriente de pensamiento impulsada por la Iglesia y dominante por mucho tiempo, que sosten�a un v�nculo "racional" de Dios con todas las creaturas, v�nculo susceptible de comprensi�n por la raz�n humana. El de�smo propon�a tambi�n una visi�n optimista de la naturaleza, en que la armon�a total entre los seres era el principio regulador, as� como una concepci�n antropoc�ntrica seg�n la cual todo lo creado por Dios era �til y por lo tanto era ofrecido para uso del hombre.

El progresionismo, otra corriente con m�s elementos laicos, propon�a la existencia de una "cadena de los seres", en que cada eslab�n era el resultado de un acto especial de creaci�n divina. Esta corriente de pensamiento fue muy popular durante el siglo XVIII y parte del XIX, siendo sostenida por naturalistas y cient�ficos de la talla de Lamarck y de Louis Agassiz, director del Museo de Zoolog�a Comparada (Museum of Comparative Zoology) de la Universidad de Harvard y vigoroso opositor de Darwin.

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Louis Agassiz

El pensamiento teol�gico domin� todas las actividades intelectuales, incluidas desde luego y especialmente las de naturaleza cient�fica, durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Existen numerosos y connotados ejemplos de esta influencia en los campos de la astronom�a, la medicina y otros. Por ello, Darwin no solamente tuvo que luchar en su fuero interno con el conflicto provocado por esta influencia y retrasar la publicaci�n de su obra sobre el origen de las especies, sino que impl�citamente le dio a la creaci�n especial un rango cient�fico en su libro de El origen al contrastarla con la evoluci�n.

Durante los siglos XVI y XVII se inici� un profundo proceso de cambio en la concepci�n del hombre acerca de la naturaleza y de su lugar en ella. La revelaci�n b�blica empez� a dejar de ocupar el lugar de autoridad exclusiva en la explicaci�n de los fen�menos naturales; numerosos descubrimientos, en diversos campos del conocimiento, propiciaban el cuestionamiento de las narraciones b�blicas como explicaciones �nicas e incluso v�lidas, de las caracter�sticas y los hechos observados en la naturaleza. Las ideas de Laplace, Kant y otros cient�ficos y fil�sofos acerca de la naturaleza del tiempo y del cosmos, desafiaron las explicaciones b�blicas, y comenzaron a aceptarse cada vez m�s ampliamente entre los c�rculos intelectuales. Entre otros, hechos tales como el encuentro de los naturalistas con las nuevas y muy diversas floras y faunas descubiertas en los viajes de exploraci�n de los pa�ses colonialistas por tierras ex�ticas y desconocidas, los descubrimientos de nuevos dep�sitos de f�siles en diferentes estratos geol�gicos y la evidencia inescapable de la extinci�n de muchos organismos; los avances en el estudio de la morfolog�a de los organismos, entre otros, constituyeron un claro desaf�o a las interpretaciones dogm�ticas de la idea que la humanidad ten�a de s� misma y de la naturaleza que la rodeaba.

Al t�rmino del siglo XVIII, el inter�s creciente de los naturalistas por conocer la enorme diversidad de la naturaleza que se abr�a ante sus ojos hab�a acumulado una serie de interrogantes que exig�an explicaci�n. Ejemplos de interrogantes para las cuales no hab�a respuesta convincente en el esquema conceptual del momento eran, entre otras, el origen de la diversidad biol�gica y la raz�n de su ordenamiento en lo que parec�a ser un sistema natural; la explicaci�n de las exquisitas adaptaciones de los organismos a las condiciones de su ambiente f�sico y, en muchos casos, a los otros organismos con los que estaban relacionados; las causas de las aparentes extinciones masivas de organismos; la relaci�n entre especies muy parecidas pero que constitu�an entidades diferentes, y las razones que explicaban la existencia de �rganos vestigiales.

De igual forma, hacia fines del siglo XVIII, las pruebas acumuladas por las observaciones naturalistas produjeron la aparici�n simult�nea de ideas evolucionistas en personas como Johann Wolfgang von Goethe en Alemania, Geoffroy Saint-Hilaire en Francia y el abuelo de Charles Darwin, Erasmus, en Inglaterra.

El creacionismo era cada vez menos satisfactorio como fuente de explicaci�n de las interrogantes anteriores. Por ello, hab�a condiciones para un cambio profundo y m�s extendido en la concepci�n de las ideas acerca de la vida, de su diversidad y de las relaciones entre los organismos. El tiempo estaba ya maduro para un nuevo naturalista que tratara estos problemas desde un punto de vista diferente; un punto de vista que inevitablemente entrar�a en conflicto con el dogma del momento. Siendo aqu�lla una �poca rica en naturalistas, Lamarck proporcion� la idea innovadora.

2 Frederick Burkhard y Sidney Smith (comps.), The Correspondence of Charles Darwin, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1985.

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