VII. HACIA EL FUTURO

INTRODUCCI�N

PARA hablar del futuro es necesario describir los acontecimientos actuales, ya que acaso s�lo as� se puede proyectar un panorama con bases. Si bien en las ciencias e ingenier�a espaciales casi todo es futuro, estamos viviendo ya las primeras d�cadas de actividad pr�ctica. Todo lo relacionado con el tema es de actualidad, se est� haciendo, o queda, todav�a, por hacer; esto �ltimo es particularmente cierto en los pa�ses en desarrollo, que en su mayor�a se mantienen al margen o dan apenas sus primeros pasos en el campo aeroespacial.

Para comenzar trataremos de establecer una comparaci�n y evaluaci�n del estado actual de las actividades espaciales de los pa�ses m�s avanzados y continuar despu�s con un an�lisis de los diversos aspectos de estas actividades, en el que se resuman y destaquen los puntos de inter�s centrales en este libro, por ejemplo, el campo de los materiales multicomponentes. Tambi�n aprovecharemos para se�alar aquellos factores que particularmente en nuestro pa�s frenan el avance de estas actividades. Asimismo, hablaremos de las estrategias y las herramientas a nuestro alcance que pueden servir para forjarnos un futuro en el �rea espacial, sin dejar de tratar tambi�n los aspectos del contexto socioecon�mico en que se dar� su aprovechamiento; para finalizar, se puntualizar�n algunas de las metas que podemos alcanzar en el corto plazo.

Las apreciaciones que siguen a continuaci�n, debe aclararse, carecen de datos suficientemente comprobados que las ubiquen m�s all� de la duda; son, pues, material que hay que tratar con cuidado, aun cuando se trat� de evitar conclusiones en casos de duda en cuanto a la veracidad de las fuentes originales, adem�s de que reflejan la visi�n de quien est� abordando un tema m�s general que aquel donde se siente en casa. Sin embargo, me atrevo a hacer tales apreciaciones con el �nimo de proyectar el panorama que veo en el ejercicio del trabajo, y a�n m�s, deseando suscitar una sana pol�mica con lectores que as� lo quisieran, para evolucionar en colaboraci�n, hacia posiciones m�s atinadas y practicar la tarea de afinar el juicio.

LOS SAT�LITES DE COMUNICACIONES

La industria aeroespacial, s�lo en Estados Unidos, emple� 836 000 personas en 1988. Esta cantidad ha ido en aumento desde las primeras d�cadas del siglo. Para un pa�s como �se, la industria aeroespacial representa el primer contribuyente de la balanza de pagos; en 1987, por ejemplo, sus exportaciones —dirigidas mayoritariamente (80%) a cuatro pa�ses: Inglaterra, Canad�, Francia y la RFA—, alcanzaron 102 000 millones de d�lares. Anteriormente en la actividad espacial estadunidense el empleo de personas hab�a pasado de 140 000 en 1983, a 220 000 en 1988, mientras que la URSS tiene 600 000 especialistas (claro est� que se debe considerar que la cifra estadunidense refleja, adem�s, la baja actividad que caus� la falla de varios de sus sistemas de lanzamiento, como el transbordador y dos tipos diferentes de cohetes). La NASA aument� su presupuesto de 8 900 millones de d�lares en 1988 a 11 500 para 1989, con lo que espera retomar la iniciativa espacial cuando menos en algunos rubros; ya no son �pocas para destacar en todo. En cuanto a la distribuci�n de gastos dirigidos hacia las actividades espaciales, cabe se�alar que 70% van destinados a sat�lites de comunicaci�n civiles y militares.

En general, los sat�lites de comunicaciones (satcoms) son estaciones repetidoras colocadas sobre un punto fijo en la �rbita ecuatorial, la llamada �rbita geoestacionaria (OGE), que se encuentra a una distancia de cerca de 36 000 km "anclada" sobre alg�n punto fijo de la superficie terrestre. A esas alturas los sat�lites giran en sincron�a con la rotaci�n de la Tierra, de donde les viene la oportuna propiedad de mantenerse fijos sobre un punto prestablecido de la superficie terrestre. Para colocar un sat�lite en la OGE es com�n, primero, colocarlo en una �rbita terrestre baja; una vez ah�, los sat�lites encienden sus propios motores para impulsarse y colocarse en el plano ecuatorial, plano en el que se corta imaginariamente la Tierra en dos por el ecuador, como una naranja. Aunque a primera vista los satcoms parecen equipos muy complicados, resultan ser en realidad relativamente sencillos: constan de captadores solares que convierten la energ�a solar en energ�a el�ctrica, que almacenan en bater�as, para poder seguir funcionando en los momentos que la sombra de la Tierra los cubre; poseen, tambi�n, tanques de combustible y peque�os motores de reacci�n capaces de corregir su posici�n orbital, que continuamente es perturbada por la acci�n gravitatoria de la Luna, el Sol y las variaciones gravitacionales propias de la Tierra; su equipo central consta de antenas dise�adas para recibir ondas electromagn�ticas que portan informaci�n, mandada desde una estaci�n central en tierra, para, despu�s, enviarla hacia regiones espec�ficas del planeta, que por lo general son los pa�ses que pagan los gastos del sistema, su puesta en �rbita y operaci�n. Para recibir una se�al, los sat�lites cuentan con una serie de dispositivos llamados transpondedores (TPD), que operan en diferentes frecuencias como las estaciones de radio. Para los primeros meses de 1988 hab�a en �rbita 524 transpondedores, muchos de los cuales est�n llegando al fin de su vida �til. Se espera que para 1996 su n�mero llegue a 710; conociendo su costo unitario, podemos calcular que, hasta esa fecha, el comercio acumulado con estos dispositivos llegar� a ser de 5 200 millones de d�lares.

La gran mayor�a de los sat�lites operan sus transpondedores en la banda "C", que abarca un intervalo de frecuencias que van de 3.7-6.4 Ghz (la G se refiere al prefijo Giga que es un uno seguido por nueve ceros, el Hertz o hz es la unidad de frecuencia, un ciclo por segundo), y que seg�n se ha acordado internacionalmente ser�n utilizadas exclusivamente en comunicaciones satelitarias. Las nuevas generaciones de sat�lites operan en frecuencias mayores: 11.7 a 14.5 Ghz, en la llamada banda Ku, lo que permite que se usen antenas parab�licas receptoras m�s peque�as. La tendencia de los nuevos sat�lites es utilizar crecientemente la banda Ku; sin embargo, en los �ltimos y pr�ximos a�os se puede hablar de un periodo de transici�n con los sat�lites de tipo h�brido, en los que los transpondedores funcionan parte en la banda C y parte en la Ku. El sistema de sat�lites Morelos por ejemplo, adquirido por M�xico en 1985, es precisamente de tipo h�brido, y ten�a en ese momento un costo total de cerca de 200 millones de d�lares. A ra�z de los problemas del transbordador, la incertidumbre de operaci�n de sistemas espaciales, y en particular, valga la frase, la inseguridad en la que han ca�do las compa��as aseguradoras, hizo que en 1988 el mismo sistema fuera cotizado en 422 millones de d�lares. Si en 1985 el precio por transpondedor era de 5.3 millones de d�lares, hoy en d�a ese costo ha aumentado un 20%; en cualquier caso, el incremento del costo de los sat�lites se debe a la duplicaci�n no tanto del costo del sat�lite y sus subsistemas, como del costo de lanzamiento y de los seguros de protecci�n.

Debido a la limitaci�n de la vida �til que tiene cualquier equipo, se estima que para 1996 todos los transpondedores hoy en �rbita estar�n fuera de operaci�n, por lo que deber�n ser remplazados continuamente por otros. Adem�s, debemos considerar las expansiones de servicios esperados de los satcoms, entre las cuales est�n: 1) redes privadas de comunicaci�n, de voz y datos, para uso exclusivo de grandes corporaciones o gobiernos, rengl�n en el que se espera un incremento m�ximo de nuevos servicios; 2) programas de televisi�n enviados por cable a los hogares con miras al entretenimiento (y a la nada despreciable penetraci�n cultural); 3) difusi�n directa de los cada vez m�s frecuentes "eventos especiales" de televisi�n; y, 4) a partir de 1993 se puede esperar un importante aumento de los servicios de comunicaciones m�viles, tanto para veh�culos en tierra, como en mar y aire. Sobre estos nuevos servicios, las cifras de 1988 indican que las redes privadas ocuparon 94 traspondedores, mientras que en 1995 llegar�n, seg�n los especialistas, a 315. La raz�n es que para muchas empresas transnacionales, el servicio p�blico de comunicaciones aun en los pa�ses desarrollados, resulta m�s complicado, costoso e incierto. Otra ventaja notable para el p�blico, en cuanto a los cambios de frecuencias de transmisi�n en los sat�lites, de la banda C a la Ku, en la banda Ku tendr�n de seis a siete veces m�s potencia, lo que significa para el consumidor el poder utilizar antenas mucho m�s peque�as que las que ostentan m�ltiples residencias de la ciudad de M�xico; el tama�o de los platos receptores muy probablemente llegar� a ser de la sexta a la octava parte de los armatostes que hoy observamos. La ventaja de los sat�lites con transpondedores h�bridos, como el caso de los Morelos, se basa en los costos unitarios, ya que generalmente los sat�lites emiten en una banda, o en otra, y sin embargo, para un periodo de transici�n como el referido, lo que conviene es contar con ambos tipos a bordo para suavizar los problemas que implica cambiar el equipo de tierra, que es diferente, no s�lo por el tama�o de los platos receptores, sino por la electr�nica de recepci�n y procesamiento. A pesar de esta ventaja, surge tambi�n un problema: si se tienen los transpondedores de la banda Ku en �rbita, es necesario, considerando su vida limitada, darles uso lo m�s r�pidamente posible, lo que implica gastos considerablemente mayores que los requeridos para la recepci�n de la banda C (pues su uso ya establecido ha permitido que los costos del desarrollo de la electr�nica bajen). En lo que se refiere al futuro, podemos confiar en que la tendencia en el dise�o de satcoms ser� la de aumentar el n�mero y la potencia de cada transpondedor, y asimismo, se puede esperar que los satcoms seguir�n dominando la mayor parte del mercado espacial, cuando menos hasta el fin del siglo, por lo que se mantendr� una fuerte demanda que progresivamente ir�a inclin�ndose hacia los transpondedores de la banda Ku.

EQUIPOS PARA LANZAMIENTO

En lo tocante a las inversiones en las actividades espaciales, el segundo rengl�n en importancia es el desarrollo y operaci�n de diversos sistemas de lanzamiento que, a manera de clasificaci�n, se catalogar�an en propulsores recuperables y desechables. Los sistemas recuperables est�n dise�ados para utilizar repetidamente algunas de las partes m�s costosas. Los ejemplos m�s conocidos son los transbordadores estadunidenses y el Bur�n sovi�tico, basados, en el caso de Estados Unidos, en un sistema de propulsi�n doble; por un lado, en el empenaje o cola del orbitador, los motores de combustible l�quido, que queman una combinaci�n de ox�geno e hidr�geno, almacenados en el tanque central de gran tama�o y administrados por medio de bombas que inyectan el combustible y oxidante dosificados a las c�maras de combusti�n; adem�s, a cada lado del tanque central se encuentran dos motores impulsores que utilizan combustible s�lido, previamente mezclado con su oxidante. La combinaci�n de los motores de combustible l�quido y s�lido funciona simult�neamente hasta que se agotan los impulsores s�lidos, que se separan a los dos minutos de lanzamiento, y est�n provistos de equipos de paraca�das para ser recuperados y reutilizados. Una vez separados los impulsores, el transbordador contin�a su ascenso, m�s ligero, bajo el impulso de los motores de combustible l�quido, que funcionan hasta agotarlo. En esa etapa el orbitador, que tiene la forma de un avi�n con ala delta (triangular), entra en �rbita, y se separa del tanque principal, que es la �nica parte desechable del sistema, pues se quema al entrar dando tumbos a la atm�sfera. Las ventajas que te�ricamente presenta este tipo de sistema se basan en la reutilizaci�n de las partes m�s caras de un lanzador en otras misiones. No obstante, en la pr�ctica, este nuevo concepto se ha encontrado con problemas t�cnicos.

Para el caso de los lanzadores desechables, hist�ricamente precursores de la actividad espacial, pueden estar hechos tambi�n con motores de combustible l�quido o s�lido; estos �ltimos se colocan alrededor de la primera etapa en diferentes disposiciones radiales, seg�n los requerimientos de la misi�n. Sus ventajas principales se relacionan con la ya larga experiencia en su utilizaci�n y el gran control de calidad de sus partes (se producen en serie, lo que permite un estricto control de sus caracter�sticas). Como en el caso de los datos en relaci�n con los satcoms, s�lo citaremos una serie de datos e informaci�n que permitan al lector deducir sus propias conclusiones sobre las actividades espaciales en la actualidad, as� como tambi�n tener una idea de las tendencias m�s importantes en el futuro.

El estado actual de los equipos de lanzamiento es, en una palabra, desconcertante, aunque para ser justos, debemos se�alar que el desconcierto proviene m�s del llamado mundo occidental, que de la, hoy por hoy, primera potencia mundial espacial, la Uni�n Sovi�tica. El desconcierto al que nos referimos, como suele ser en estos casos, no proviene solamente de problemas t�cnicos y cient�ficos, se dir�a que m�s bien proviene de una limitante filos�fica.

Para fundamentar la aseveraci�n anterior, estoy convencido de que conviene presentar al lector algunas experiencias directas. Cuando a finales de la d�cada de 1960, en plena vida el proyecto Apolo, se presentaban ante la prensa los impresionantes planes del futuro programa espacial de los EUA, no faltaban nunca ni bombos ni platillos. Como estudiantes de ingenier�a aeroespacial en los �ltimos a�os de la carrera, era algo com�n que recibi�ramos la visita de los promotores asociados a las grandes empresas, que entonces preparaban las diversas alternativas de un transbordador, de donde deb�a surgir el dise�o m�s apropiado del equipo que sustituir�a, seg�n ellos de una vez por todas, los cohetes tradicionales que, no obstante, les hab�an servido bien en el proyecto Apolo y en buena parte de las investigaciones planetarias. Con el transbordador se iniciaba la Era de los Equipos Recuperables. En aquellas fechas, todos los estudios eran favorables a la introducci�n de equipo recuperable, que por esta virtud hiciera caer los costos de poner cada tonelada en �rbita hasta niveles que, en el papel, oscilaban entre la cuarta y la quinta parte de lo que costaban entonces los programas en boga.

Seguramente muchos quedar�n impresionados por los siguientes datos: la estancia de un astronauta en la Luna costaba 30 000 d�lares, �cada segundo! El costo de los varios kilogramos de material lunar tra�do durante el proyecto Apolo fue de 1 000 millones de d�lares, y entre 1958 y 1972 los EUA gastaron 63 000 millones de d�lares en actividades espaciales (en cualquier caso, sirva de comparaci�n que, algo millones de veces m�s in�til y oprobioso, como la guerra a Vietnam, cost� a los estadunidenses 120 000 millones de d�lares). En contraste, los robots de exploraci�n autom�tica Lunajod proporcionaron a la URSS una cantidad suficiente de rocas lunares, a un costo cinco veces menor.

Sin embargo, las nuevas tecnolog�as, o como se reconoce hoy en d�a, el mito de las nuevas tecnolog�as, habr�an de costar muy caro a aquellos que con la sola promesa de un supers�stema de lanzamiento anulaban la coheter�a desechable, sin calcular que los cohetes convencionales segu�an siendo �tiles.

Parad�jicamente, el estado general de los �ltimos a�os del programa espacial norteamericano presenta los siguientes signos diagn�sticos: 1) falla catastr�fica e identificaci�n de m�ltiples problemas serios con el transbordador espacial; 2) una serie de fracasos en el lanzamiento de cohetes desechables, supuestamente confiables; y en consecuencia una indecisi�n gubernamental sobre los caminos que ha de seguir el esfuerzo espacial —quiz� sea este el problema m�s serio— y, por si fuera poco, un desacuerdo de la comunidad aeroespacial sobre las mejores v�as para la recuperaci�n.

Sobre las repercusiones del tr�gico final del Challenger y su tripulaci�n en el programa norteamericano, es necesario explayarnos un poco m�s, pues el accidente expuso las concepciones filos�ficas err�neas en las que incurri� la NASA y en las que puede caer cualquiera al emprender programas en b�squeda de una supuesta modernizaci�n, que no aproveche ampliamente las experiencias previas y la capacidad instalada.

Entre los efectos que tiene el accidente del transbordador podemos citar las siguientes repercusiones: 1) freno a la investigaci�n espacial en ciencias de la microgravedad, y en la colocaci�n de equipos aut�matas avanzados ya preparados para el estudio del sistema solar; 2) reducci�n de operaciones, de 24 vuelos anuales programados (en la d�cada de 1970 se hablaba de hasta 100 vuelos anuales) a menos de la mitad, hecho que por s� solo duplica el ya alto costo de operaci�n del sistema completo. Al respecto, el profesor em�rito norteamericano James A. Van Allen, que tiene en su haber no s�lo el descubrimiento, en 1958, de los famosos cinturones de radiaci�n alrededor de la Tierra que llevan su nombre, sino que adem�s fue el investigador principal en el desarrollo de 24 sat�lites y misiones planetarias, expuso las siguientes opiniones sobre el transbordador: 1) "al ritmo, considerado optimista, de ocho a diez lanzamientos al a�o, el transbordador se convierte en el sistema m�s costoso y menos robusto [que en el lenguaje espacial significa menos confiable], adem�s de inadecuado para las necesidades de Estados Unidos"; 2) "el fracaso de la pol�tica nacional del uso exclusivo del transbordador tripulado para lanzar todo tipo de sat�lites —muchos de los cuales no requer�an de la intervenci�n de astronautas— que s�lo fue aclarado ante el p�blico con el accidente del Challenger". Durante los primeros vuelos exitosos del transbordador, se lleg� a confirmar, ilusoriamente, que los equipos desechables quedaban atr�s. Y adelant�ndose en los hechos, el mismo Van Allen a�ade: 3) "el desarrollo de una gran estaci�n espacial es en estos tiempos, groseramente inadecuado; deber�amos buscar avances paulatinos mucho menos costosos, que sean, adem�s, validados por medio de consideraciones apoyadas en informaci�n correcta y en una actitud cr�tica". Finalmente opina, bas�ndose en su experiencia anterior —que abarca desde el Explorador 1 hasta los Viajeros l0 y 11, que nos dieron las impresionantes im�genes de los detalles de la superficie de J�piter y de los anillos de Saturno—, que: 4) "las ciencias espaciales avanzan m�s con equipo autom�tico, a excepci�n de los estudios sobre fisiolog�a y psicolog�a humana en condiciones de microgravedad".

Otras repercusiones que podemos citar son: 1) freno al avance y alcance de la estaci�n espacial hacia donde se afocan los principales esfuerzos de la NASA; 2) incremento inusitado del costo de los seguros de vuelo, que pas� a ser de entre 5 y 10%, a 20 o 30% del costo total de un satcom, por ejemplo; 3) la competencia comercial de diversos lanzadores, como el Ariane, de la Agencia Espacial Europea, que a ra�z del accidente comprometi� sus pr�ximos cuatro a�os de servicio en el lanzamiento de cargas �tiles, principalmente de aquellas que el transbordador no va a poder cumplir (que implican de 65 a 90 satcoms, con costos de lanzamiento de 25 a 40 millones de d�lares cada uno y significan 50% del mercado occidental), esto no s�lo por su imposibilidad de volar con la frecuencia prevista, sino por la nueva pol�tica que pone al transbordador fuera del campo de los lanzamientos comerciales, para poder dedicarlo, en m�s de un tercio de los vuelos, a misiones militares secretas; 4) el Prot�n, de la firma Glavcosmos sovi�tica, que por cierto presenta uno de los m�ximos m�rgenes de confiabilidad en el mercado (92%), con una experiencia de 110 lanzamientos, con s�lo dos fallas registradas desde 1978. Tambi�n, cabe anotar, que hoy d�a hay entre 60 y 100 sat�lites que esperan ser lanzados, hecho que ha provocado que tambi�n otros pa�ses traten de captar parte del mercado de lanzamiento, por ejemplo, el lanzador chino "Larga Marcha", desarrollado a partir del Vostok, que tambi�n ha asegurado a diversos clientes, con costos menores a los del Ariane, los cohetes indios, los japoneses y pr�ximamente los brasile�os. En Estados Unidos compiten tambi�n las �nicas tres firmas que todav�a fabrican cohetes desechables; para el a�o 2000, a la vuelta de la esquina, se espera que 15 pa�ses posean cohetes capaces de lanzamiento a la �rbita.

Desde luego que las opiniones sobre el estado actual del transbordador no se limitan a las enunciadas; se podr�an llenar ya varios vol�menes de opiniones, en su mayor�a exageradamente contrarias a este nuevo sistema, que si bien presenta serios problemas, �stos pueden ser resueltos, y por tanto sigue teniendo mucho sentido como equipo portador de cargas �tiles a �rbita baja. Las expectativas iniciales creadas alrededor del transbordador llegaron a generar tales ilusiones, aun entre los expertos, al punto de que su presencia casi acab� con la coheter�a desechable, ya que desaparecieron las l�neas de producci�n, y los expertos en estos cohetes en Estados Unidos se han retirado en su mayor�a. Sin embargo, con la nueva pol�tica que limita el uso del transbordador a actividades militares y cient�ficas, la tendencia que hoy se reestablece es la de comercializar los lanzamientos de cohetes desechables, por lo que la iniciativa privada ha reinstalado, como mencion�bamos, tres f�bricas de propulsores.

T�cnicamente hablando, las fallas del transbordador se deben a los siguientes factores: primero, en cuanto a los motores principales, que queman combustibles l�quidos, las expectativas iniciales estimaban que ser�a posible utilizarlos hasta cien veces, con un ajuste general s�lo cada 50 vuelos; sin embargo, estos motores se revisan detalladamente cada tres o cuatro vuelos, debido a que, entre otros aspectos, los alabes o aspas de las turbinas inyectoras de combustible se agrietan, as� como tambi�n, las toberas de los impulsores s�lidos, hechas con un nuevo material compuesto, carbono-carbono, se erosionan durante cada uso m�s all� de lo que se estim� en su dise�o; segundo, el conocido problema de las juntas de los impulsores de combustible s�lido, que fue el causante directo de la p�rdida de la tripulaci�n y del transbordador Challenger; tercero, se han encontrado problemas con los sistemas de direccionamiento de las toberas de estos mismos motores, cuya falla tambi�n se traducir�a en una cat�strofe; cuarto, en pruebas recientes se han registrado problemas con las v�lvulas que alimentan los motores desde el tanque central; si estas v�lvulas, de 43 cm de di�metro, se cierran accidentalmente pueden causar una explosi�n tambi�n desastrosa.

En fin, no faltan los diagn�sticos de todo tipo; s�lo de la oficina que agrupa a los astronautas de la NASA surgi� en 1986 una lista de 36 aspectos que los astronautas profesionales del transbordador consideraban necesario revisar antes del siguiente lanzamiento: cosa que se hizo s�lo parcialmente. Pero los diagn�sticos sobre el estado actual del programa espacial estadunidense no se limitan a cuestiones t�cnicas y cient�ficas, como las que hemos enlistado; resulta interesante por ejemplo citar la opini�n de C. J. Brown, asistente del secretario de Comercio de Estados Unidos, quien dijo "...el programa espacial tiene como problema de ra�z que se ha frustrado eficazmente al capitalismo empresarial y se le ha reemplazado con un monopolio gubernamental", opini�n peculiar y sugestiva puesto que uno esperar�a una opini�n m�s meditada en los labios de un funcionario de tan alto rango; un somero vistazo al vigoroso programa espacial de la URSS —prototipo de monopolio gubernamental—, demuestra que ni siquiera en el diagn�stico del problema estadunidense se est� logrando suficiente claridad.

Entre los m�ltiples organismos que tienen bajo su responsabilidad el desarrollo tecnocient�fico en Estados Unidos, destacan la Academia Nacional de Ciencias y el Consejo Nacional de Investigaciones. Por un pedido de la Casa Blanca, estas dos organizaciones formaron un grupo de estudio —otro m�s— para diagnosticar los problemas de la empresa espacial y sugerir las estrategias de recuperaci�n a seguir. Entre sus sorprendentes descubrimientos se puede citar la opini�n de que la NASA no es una organizaci�n tecnol�gicamente fuerte, aseveraci�n que sin duda a muchos nos suena inesperada. En cuanto a los vuelos tripulados, hizo las siguientes recomendaciones: 1) se requiere de un trabajo extenso para evaluar los efectos de vuelo espacial prolongado; 2) es necesario conocer detalladamente los efectos de radiaci�n espacial en humanos; 3) se requiere de desarrollo y validaci�n en los sistemas de apoyo vital de malla cerrada, es decir, aquellos que hacen una nave espacial habitable por largos periodos; 4) hacer hincapi� en el desarrollo de trajes, para actividad extravehicular, de alta presi�n; 5) aumentar el apoyo rob�tico en las operaciones humanas. En cuanto a los aspectos de propulsi�n, recomend�, entre otras cosas: 1) motores de dise�o avanzado reutilizables, confiables y que tengan la capacidad de tolerar fallas; 2) motor de combustible l�quido para veh�culo reutilizable para transferencia orbital, por ejemplo, para viajar entre la estaci�n espacial y alg�n sat�lite que requiera de reparaciones; 3) el desarrollo de un propulsor de alto impulso y rendimiento (como el Energ�a), que se va a requerir para misiones planetarias.

En la actualidad, se calcula que se requerir�n de 300 a 350 lanzamientos hasta 1995; pero con la precauci�n de no ignorar que en la bibliograf�a estadunidense y europea se ignora ol�mpicamente que la mayor actividad espacial no se da en Occidente, sino en la URSS; este pa�s ha tenido un promedio de cerca de cien lanzamientos anuales en los �ltimos cinco a�os, por lo que la cifra mundial de lanzamientos ser�a m�s realista si la colocamos entre 1 000 y 1 050 lanzamientos (no se puede suponer tampoco que subir�n al espacio s�lo 1 050 sat�lites, ya que hay lanzadores que colocan con un solo impulsor de 8 a 12 sat�lites peque�os en �rbita, o 2 o 3 grandes).

La coheter�a sovi�tica, a diferencia de lo que muchos piensan en nuestros pa�ses, fue desarrollada de manera totalmente independiente de la coheter�a occidental (incluyendo la coheter�a de la Alemania de la preguerra). Konstantin Tsiolkovski, maestro rural y aficionado a la f�sica, las matem�ticas y la astronom�a, a principios de siglo public� un trabajo en donde presenta por primera vez los c�lculos b�sicos necesarios para poner en �rbita sat�lites y exploradores del Sistema Solar. En �se y en trabajos posteriores demuestra la necesidad de recurrir a combustibles l�quidos para lograr el impulso necesario para llegar a la �rbita. Sin embargo, lo m�s sorprendente de la contribuci�n de este sabio, aunque �l nunca lleg� a ver materializadas sus propuestas, es su predicci�n sobre el futuro de la cosmon�utica, publicada en un folleto que han bautizado recientemente como "Plan Tsiolkovski". Vale la pena reproducir los 16 puntos de este plan, que nos permite entender el origen y direcci�n que ha tomado el programa espacial de la URSS (se a�ade, despu�s de la predicci�n de Tsiolkovski el avance tecnol�gico que lo materializa): 1) "Se construye un avi�n cohete con alas y con �rganos de control habituales... A�o 1942. Avi�n cohete BI-1 2) "Hay que disminuir poco a poco las alas de los aviones, aumentar la potencia del motor y la velocidad... " A�os 1947-1948. Aparatos reactores M1G-15, MIG-17y LA-l5. 3) "El casco de sucesivos aeroplanos hay que hacerlo impenetrable a los gases, y llenarlo de ox�geno, con aparatos que absorban el bi�xido de carbono, el amoniaco y otros productos expedidos por el ser humano..." A�o 1955. Avi�n TU-104. 4) "Se adoptan los timones que he descrito [se refiere a los accionados por gases], que funcionan magn�ficamente en el vac�o y en el aire muy enrarecido, a donde llega el proyectil en vuelo. Se pone en servicio un aeroplano sin alas, doble o triple, lleno de ox�geno, herm�ticamente cerrado..." A�o 1956. Cohetes bal�sticos actuales. 5) "...la velocidad llega a 8 km/s, la fuerza centr�fuga elimina por completo el peso y el cohete por primera vez sale de los l�mites de la atm�sfera..." A�o 1957. Lanzamiento del primer sat�lite artificial de la Tierra. 6) "Despu�s se puede utilizar un casco simple, no doble. Se repiten los vuelos m�s all� de la atm�sfera. Los aparatos reactores se alejan m�s y m�s de la envoltura a�rea de la Tierra y permanecen m�s tiempo en el �ter. No obstante, regresan porque tienen una reserva limitada de alimentos y ox�geno." Comienzo de la d�cada de 1960. Naves espaciales de las series Vostok, Mercurio y G�minis. 7) "Se hacen intentos de librarse del anh�drido carb�nico y de otras excreciones humanas mediante plantas enanas seleccionadas que, a la vez, proporcionan sustancias nutritivas..." A�o 1964. Experimentos espaciales con la clorela. 8) "Se confeccionan escafandras et�reas (ropas) para salir sin peligro del cohete al �ter." A�o 1965. Paseo espacial de Alex�i Le�nov.

Hasta este momento se han cumplido todos estos pron�sticos, hechos hace m�s de 80 a�os, y vale la pena aclarar que estas actividades fueron desarrolladas en el orden previsto. Los restantes ocho puntos proporcionan una lista de actividades que podemos esperar se den en el futuro de la exploraci�n espacial. 9) "Con el fin de obtener ox�geno, alimentos y depurar el aire del cohete, se inventan compartimentos especiales para plantas. Los cohetes llevan todo esto plegado al �ter, y all� se despliega y arma. El hombre consigue una gran independencia de la Tierra, puesto que obtiene medios de subsistencia por s� mismo." 10) "Se instalan amplios poblados alrededor de la Tierra." 11) "Se utiliza la energ�a solar no s�lo para alimentaci�n y comodidades de vida, sino tambi�n para la traslaci�n por todo el Sistema Solar." 12) "Se fundan colonias en el cintur�n de asteroides y en otros lugares del Sistema Solar donde encuentren peque�os cuerpos celestes." 13) "Se desarrolla la industria y aumenta el n�mero de colonias." 14) "Se consigue la perfecci�n individual (de cada persona) y colectiva (social)." 15) "La poblaci�n del Sistema Solar se hace 100 000 millones de veces mayor que la actual en la Tierra. Se llega a un l�mite m�s all� del cual es inevitable el asentamiento por toda la V�a L�ctea." 16) "Comienza a apagarse el Sol. La poblaci�n restante del Sistema Solar se aleja de �ste, partiendo hacia otros soles, a unirse con los hermanos que volaron antes."

KONSTANTIN TSIOLKOVSKI, 1903

Aparte de Tsiolkovski podr�amos mencionar a Vladimir Vetchinkin (1888-1950) como uno de los pioneros de la coheter�a, cuyas soluciones a toda una serie de problemas te�ricos tienen vigencia hasta nuestros d�as. En cuanto a los aspectos pr�cticos de la coheter�a, es indispensable mencionar los trabajos de Serguei Koroliov, a quien los sovi�ticos llaman "padre de la cosmon�utica pr�ctica" y que fue uno de los primeros constructores de portentosos cohetes de combustible l�quido. En 1933 despegaba un peque�o cohete de menos de 20 kg de peso, que alcanz� una altura de 400 metros. Sin embargo, este primer lanzamiento signific� una victoria tras muchos a�os de esfuerzos dedicados al desarrollo de la coheter�a para alcanzar la �rbita. El nombre del constructor en jefe, Koroliov, est� asociado �ntimamente al desarrollo de la coheter�a sovi�tica (aunque tal hecho no lo salv� de las represiones de Stalin).

Poco despu�s del sorpresivo lanzamiento del Sputnik en 1957, el lanzamiento en 1961 del inolvidable Yuri Gagarin (1934-1968) vino a sorprender al mundo todav�a m�s. Pocos m�s autorizados para referir este excepcional acontecimiento, que el pionero alem�n de la coheter�a, el profesor Hermann Oberth de la RFA —a quien llaman "el padre de la coheter�a alemana": "...ya soy viejo y hubo un tiempo en que perd� la esperanza de llegar a vivir hasta la era c�smica. Pero ah� tenemos en �rbita alrededor de la Tierra un Sputnik ruso y dentro de unos cuantos a�os en el cosmos se hablar� en ruso... lamentablemente, no s� qui�n ha construido el potente cohete y la primera nave para la traves�a c�smica. Seguramente si viviera mi colega el se�or Tsiolkovski, con quien manten�a correspondencia, cuando nos encontr�semos con el magn�fico constructor exclamar�amos: �Bravo! �Bravo! Usted ha hecho realidad el sue�o que aliment� nuestra inteligencia muchos a�os y a cuya realizaci�n hicimos el aporte que pudimos". Precisamente despu�s del vuelo de Gagarin en abril de 1961, el peri�dico Pravda volvi� a hacerle una entrevista al profesor Oberth: —Me alegro mucho —dijo el sabio— de que hayan hecho realidad mis predicciones concernientes a la posibilidad del vuelo del hombre al espacio c�smico. Hice esa predicci�n en 1923. —Pero entonces usted no supon�a que el primer cosmonauta ser�a un ruso. —No —respondi� Oberth—. Cre�a que ser�a un alem�n. —�Y cu�ndo lleg� a la convicci�n de que ser�a un sovi�tico? —El 4 de octubre de 1957, cuando la Uni�n Sovi�tica puso con todo �xito en �rbita el primer sat�lite artificial de la Tierra...

No es com�n en nuestro medio encontrar material detallado sobre la cosmon�utica sovi�tica, pero por suerte existe un libro publicado por primera vez en 1981, y en 1986 en su traducci�n al espa�ol, titulado El programa espacial sovi�tico: p�ginas de la historia, de la editorial Progreso de Mosc�, de donde proviene el anterior material. Estoy seguro que para aquellos interesados en el desarrollo de la astron�utica, la lectura de este libro revelar� toda una serie de datos e informaciones que hasta nuestros d�as no se conoc�an suficientemente en Occidente.

En cuanto al futuro de la tecnolog�a coheteril no se puede decir que los actuales cohetes de combustible l�quido y s�lido sean sustituidos en nuestro siglo, o aun en las primeras d�cadas del pr�ximo. De los varios conceptos de nueva tecnolog�a que aqu� mencionaremos, cabe iniciar la explicaci�n con el m�s probable sustituto del cohete con base en combustibles l�quidos o aquellos h�bridos que utilizan simult�neamente propulsores de combustible s�lido; nos referimos al llamado cohete at�mico. Seg�n lo conciben los que lo han propuesto desde hace varias d�cadas, el cohete at�mico aprovecha una secuencia de min�sculas explosiones at�micas —ojo, ecologistas— que se dan en el interior de la c�mara de combusti�n.

Los cohetes at�micos son capaces de generar suficiente energ�a para impulsar cargas �tiles hasta la �rbita terrestre o m�s all�; sin embargo tienen una serie de limitaciones que hasta el momento no se sabe c�mo evitar; entre ellas est�n: a) generan una contaminaci�n inaceptable para la atm�sfera terrestre; b) existe un grave riesgo para la tripulaci�n debido a las emisiones radiactivas que se generan durante su funcionamiento; c) se estima que estos cohetes pesar�an entre 5 y 10 veces m�s que los sistemas actuales para la misma cantidad de impulso; d) otro problema de los cohetes at�micos es que el proceso para su puesta en marcha, o para detener su funcionamiento, es considerablemente m�s complejo que el de los cohetes de combustible l�quido. Pero quiz� en el futuro no sea un problema si consideramos que, por ejemplo, los cohetes de combustible s�lido no se pod�an apagar hasta que se acababa la mezcla de combustible y comburente, y que en los �ltimos a�os se han hecho pruebas con estos cohetes cuyo comburente, en este caso el ox�geno, ahora se inyecta en la c�mara de combusti�n para iniciar la ignici�n y se puede suspender al detener el suministro de ox�geno, ya que la combusti�n ocurre solamente en una capa delgada de contacto entre el combustible y el ox�geno inyectado; e) las limitaciones de los cohetes at�micos por sus problemas de contaminaci�n —lo que los hace �tiles s�lo en el espacio c�smico, lejos de los planetas—, hacen que actualmente se oriente la investigaci�n a tratar de combinarlos con motores de combustible y comburente l�quido que los pongan en �rbita; f) por otro lado, existe tambi�n el problema de que la combusti�n se da a millones de grados cent�grados, y todav�a no se conocen materiales que puedan soportar esas temperaturas. Ante esta situaci�n s�lo podemos esperar que alg�n descubrimiento novedoso nulifique en el futuro las desventajas mencionadas, y d� lugar a que el cohete at�mico pueda convertirse en realidad.

Se ha trabajado tambi�n con cohetes de bajo impulso, que basan su funcionamiento en la expulsi�n de part�culas no radiactivas aceleradas por un campo electromagn�tico en direcci�n contraria al vuelo. Entre �stos se hallan en primer t�rmino los motores i�nicos, que aceleran part�culas cargadas el�ctricamente utilizando campos el�ctricos. La ventaja de estos motores es su bajo peso y la larga duraci�n de su funcionamiento, lo que da como resultado, sin embargo, un impulso de baja intensidad, pero que por su larga duraci�n pueden imprimir gran velocidad a la carga �til, hecho que resulta atractivo en misiones de gran distancia dentro o fuera del Sistema Solar. Estos peque�os motores se encuentran ya en el mercado, y probablemente ser�n incluidos en las futuras generaciones de sat�lites y naves exploradoras, as� como en los satcoms, para lograr el ajuste continuo de su �rbita.

Entre los nuevos aparatos tambi�n podemos mencionar los cohetes electrot�rmicos y magnetohidrodin�micos, que tambi�n funcionan acelerando part�culas no radiactivas. Estos �ltimos tienen la ventaja de proporcionar decenas de veces m�s impulso espec�fico que los cohetes l�quidos, pero su empuje total es miles de veces menor, y s�lo funcionan en el vac�o, por lo que desde luego quedan descartados para los lanzamientos desde la superficie terrestre. Sin embargo, si se operan estos motores desde la �rbita terrestre, se aprovecha su bajo consumo de combustible y que pueden impulsar las cargas �tiles a velocidades de m�s de 100 km/s. Las fuentes de energ�a para generar los campos el�ctricos necesarios para su funcionamiento tienen un peso considerable, lo cual constituye una limitaci�n; no obstante, es posible utilizar fuentes alternas de energ�a como la helioel�ctrica (la extra�da del Sol), por lo que algunos autores se refieren a estas naves como "veleros c�smicos".

Por los datos mencionados arriba, se espera una sustituci�n de los motores tradicionales por aquellos basados en estas nuevas t�cnicas; sin embargo, esto tardar� varias d�cadas, aunque incuestionablemente estos motores ser�n los que en el futuro permitir�n generar las grandes velocidades requeridas para la exploraci�n pr�ctica del Sistema Solar o m�s all�.

LA PERCEPCI�N REMOTA

La tercera actividad espacial en importancia desde el punto de vista econ�mico es la percepci�n remota (PR), que se refiere, como ya se mencion�, a la exploraci�n ya sea de la Tierra o del espacio, utilizando equipos que observan y miden a distancia. De aqu� al a�o 2000 se espera que en este rengl�n se incurra en gastos de 4 000 millones de d�lares m�s o menos. S�lo en 1986 se gastaron 150 millones de d�lares para la puesta en �rbita, operaci�n y venta de las im�genes obtenidas por estos sat�lites; de hecho, los sat�lites meteorol�gicos que desde la �rbita geoestacionaria obtienen datos sobre nubosidad y temperaturas atmosf�ricas y terrestres, tambi�n realizan actividad de percepci�n a distancia, por lo que las cifras mencionadas llegan en realidad a ser todav�a mayores.

Para ilustrar el punto anterior diremos que constantemente aumenta la demanda de datos para la previsi�n del clima, no s�lo por parte de agricultores, cuya producci�n depende mayoritariamente de los aspectos clim�ticos, sino tambi�n de la industria de la construcci�n, y la del transporte, que desean calcular con anterioridad aumentos en la demanda de sus servicios. Si bien en el caso de los agricultores las necesidades de prever el clima son bastante evidentes, quiz� convenga explicar un poco m�s c�mo la predicci�n clim�tica con datos espaciales afecta a las industrias de la construcci�n y del transporte. En el primer caso, en los pa�ses de clima extremoso es importante establecer las fechas probables del inicio de las primeras heladas, ya que de esto depende la toma de toda una serie de costosas medidas que permiten a las compa��as constructoras edificar en climas fr�os. En el caso de la industria del transporte es interesante anotar que la cantidad de viajeros en un fin de semana puede variar hasta en un 50% debido a la percepci�n que del clima se tenga.

Hoy en d�a, existen s�lo dos sat�lites occidentales de percepci�n remota civiles; sin embargo, la compa��a encargada de los lanzamientos europeos estima que, para finales del siglo, subir�n al espacio de 8 a 15 naves dedicadas a este prop�sito. En 1989 se espera colocar en �rbita el segundo sat�lite franc�s de teleobservaci�n SPOT, que sustituir�, y quiz� por alg�n tiempo complemente al �nico sat�lite europeo de percepci�n remota hoy en �rbita. Tambi�n en los pr�ximos a�os, los europeos, canadienses y japoneses tienen planeado colocar en �rbita los sat�lites hom�nimos ERSI y RADARSAT, que son capaces de obtener im�genes de alta resoluci�n, por medio de equipo de radar de apertura sint�tica. Estos equipos tienen la capacidad de obtener im�genes en la oscuridad y aun a trav�s de la m�s espesa nubosidad, por lo que resultan particularmente �tiles para los pa�ses n�rdicos y ciertas zonas tropicales. En un principio se esperaba que las im�genes basadas en ondas de radar, a diferencia de las que funcionan en la banda visible del espectro electromagn�tico, produjeran resultados particularmente �tiles a los ocean�grafos; las primeras im�genes de sectores terrestres obtenidas con radar (en particular aquellas obtenidas por los norteamericanos SAR-A y SAR-B, a bordo del transbordador), demostraron la gran utilidad que tienen tambi�n para los cient�ficos las im�genes de superficies continentales. Como ejemplo podemos mencionar dos interesantes fen�menos: el primero se relaciona con la obtenci�n de im�genes de estructuras geol�gicas enterradas hasta 6 m debajo de la superficie en una zona de Egipto; sorpresivamente, las im�genes mostraban dichas estructuras escondidas en las dunas del desierto. Asimismo, por la capacidad de ciertas frecuencias de radar para penetrar la vegetaci�n, fue posible localizar por medio de esta t�cnica obras arqueol�gicas olvidadas; en particular, largos caminos mayas bajo las selvas de M�xico y Centroam�rica.

Adem�s de las agencias occidentales, cabe mencionar las im�genes obtenidas desde el espacio por los equipos sovi�ticos. Soyuzkarta, la agencia sovi�tica dedicada a la venta de im�genes espaciales, lanz� recientemente al mercado un producto inesperado. Las im�genes sovi�ticas son diferentes a las occidentales en varios aspectos: primero, debido a que poseen 40% mayor resoluci�n que las del sat�lite franc�s SPOT 1, y 80% m�s que los sat�lites norteamericanos de la serie LANDSAT-TM, ya que aquellos detectan objetos de s�lo 6 m de di�metro, hecho que por s� mismo aumenta la diversidad de usos en los que pueden ser empleadas. Segundo, no son como las "im�genes electr�nicas" del equipo occidental, que requieren de computadoras para ser interpretadas, sino que se adquieren ya impresas en papel de color, y presentan directamente los rasgos que interesan al usuario potencial, aunque recientemente se habla de una firma sovi�tica que pretende comercializar tambi�n im�genes electr�nicas, en cinta magn�tica como las de Occidente pero con resoluci�n de 4-5 m.

Los pa�ses que operan este tipo de sat�lites, o que utilizan estas im�genes para dar servicio a terceros, han encontrado una actividad claramente rentable; por ejemplo, la Agencia Espacial Sueca est� realizando mapas topogr�ficos para Filipinas e Indonesia que, con su enorme cantidad de islas, dif�cilmente podr�an realizar este proyecto sin la ayuda de im�genes de sat�lites. La pr�xima d�cada Brasil, China y la India colocar�n sus propios sat�lites de teledetecci�n, los dos primeros en conjunto. Los sat�lites para el estudio de los recursos naturales tienen en su haber una serie de operaciones que pueden ya considerarse rutinarias, entre las cuales est�n la supervisi�n de cosechas, el estudio forestal, la planeaci�n urbana, la exploraci�n de petr�leo y gas, la mineralog�a, el uso de suelos y la investigaci�n oceanogr�fica, entre otros. S�lo en Estados Unidos hay 100 compa��as dedicadas a la interpretaci�n de im�genes satelitarias, se calcula que existen 100 m�s en otros pa�ses.

Cabe se�alar aqu� un hecho muy interesante. El Instituto de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil tiene una antena para captar las im�genes de los sat�lites occidentales y cuenta con m�s de 1 400 usuarios de este tipo de im�genes, lo que hace que Brasil, junto con la India, sea uno de los pa�ses en desarrollo que m�s utiliza las nuevas tecnolog�as espaciales.

Un hecho reciente nos permite aseverar que en las pr�ximas d�cadas se dar� un impulso muy importante a la utilizaci�n de im�genes de percepci�n remota: diferentes grupos dedicados a la teledetecci�n est�n desarrollando los programas necesarios para la interpretaci�n de im�genes en computadoras personales, lo que multiplicar� de manera notable el n�mero de usuarios en todo el orbe. En nuestro pa�s hay un n�mero muy bajo de usuarios (20), aunque al principio esta t�cnica despert� el entusiasmo de muchos grupos de trabajo, principalmente en las universidades, esto se debe, al menos en parte, al alto costo de las im�genes y de los equipos para su procesamiento, pero creo que principalmente se debe a la ignorancia por parte de quienes toman las decisiones sobre el potencial de estos productos: falta difusi�n amplia del tema.

Un aspecto muy importante respecto al uso de im�genes se refiere al archivo que de �stas guardan principalmente Estados Unidos y la URSS, ya que muchas de las aplicaciones requieren de im�genes de la misma zona obtenidas en diferentes fechas, para analizar los cambios ocurridos. En nuestro pa�s contamos con un excelente ejemplo para ilustrar la importancia de poseer un archivo de im�genes: la ciudad de M�xico, una de las mayores concentraciones urbanas del planeta. Nuestra ciudad crece y crece, sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta cu�nto ni hacia d�nde ni a qu� velocidad. Cuando pensamos en la imagen espacial de una ciudad de m�s de 18 millones de habitantes (v�ase la figura 28), en la que se puede observar buena parte de sus obras de infraestructura, salta a la vista que las t�cnicas tradicionales para obtener la informaci�n necesaria ser�an un proyecto complicado, costoso, enorme, adem�s de in�til, debido a lo tardado del proceso de catastro: una vez terminadas ciertas zonas los especialistas se trasladar�an a otras, y el r�pido, continuo y desordenado crecimiento pondr�a en duda constantemente la vigencia de sus datos (hace unos a�os se mencionaba el incre�ble n�mero de 3 600 personas que diariamente se incorporaban a la ciudad, ya sea por nacimiento o por influjo de las zonas rurales). La t�cnica de percepci�n remota permite localizar, con relativa facilidad, los nuevos asentamientos peri�dicamente (en lapsos semestrales o anuales).

Recordando que se pueden restar dos im�genes en una computadora, por lo que con im�genes peri�dicas de la ciudad podr�amos saber, con una precisi�n de m�s o menos la quinta parte de una manzana o cuadra, cu�nto est� creciendo la ciudad, en qu� direcciones predomina el crecimiento, y para saber la velocidad a la que ha crecido en los �ltimos a�os, adem�s de restar dos im�genes, se utilizar�an las im�genes de los archivos de la Soyuzkarta, la rusa, o de EOSAT, su contraparte estadunidense.


Figura 28. Imagen digital de la ciudad de M�xico obtenida por sat�lite franc�s Spot 1. N�tese los detalles observables a 800 km de altura.


Otra novedad que puede difundir el uso de las im�genes satelitarias de percepci�n remota, es la relacionada con los medios masivos de comunicaci�n. Los ejemplos m�s notables de esta nueva aplicaci�n son las im�genes publicadas en peri�dicos y revistas de la zona de Chern�bil despu�s del accidente de la planta nuclear, y las de los sitios en que se ha instalado coheter�a antibarcos en Ir�n (y desde luego en muchos otros pa�ses) en el estrecho de Ormuz. Hoy se habla de un proyecto de las agencias informativas para preparar el primer MEDIASAT, un sat�lite capaz de distinguir objetos menores que un autom�vil, hecho hasta ahora exclusivo de los sat�lites militares.

Hay un hecho incuestionable en relaci�n con estos sat�lites (mencionado detalladamente por la doctora Ruth Gall y sus coautores en el libro Las actividades espaciales en M�xico: una revisi�n cr�tica, n�mero 20 de esta misma serie): por la pol�tica, aceptada internacionalmente, que permite el vuelo libre de los sat�lites de un pa�s sobre cualquier otro, todos hemos perdido parte de nuestra soberan�a. Los sat�lites no dan una perspectiva s�lo nacional, pues desde la �rbita muchas cosas se ven: autom�ticamente los sat�lites ofrecen una perspectiva internacional y completa del globo terr�queo. Las nuevas t�cnicas no presentan soluciones �nicamente, sino que tambi�n vienen cargadas de problemas, quiz� principalmente tecnocient�ficos, pero tambi�n, como se ilustra en el �ltimo caso, de pol�tica y derecho internacional.

Otro problema que podemos mencionar en relaci�n con el sistema de percepci�n remota estadunidense, es que como resultado de la suspensi�n de vuelos del transbordador, y de una pol�tica de comercializaci�n confusa y aparentemente prematura de las actividades espaciales, los sat�lites LANDSAT 4 y 5 ya excedieron su vida �til en �rbita y pueden dejar de funcionar en cualquier momento, aun cuando faltan de dos a cuatro a�os para lanzar sus reemplazos; por lo anterior la continuidad de las im�genes de archivo de Estados Unidos peligran. Por otro lado, ninguno de los sat�lites en �rbita realiza sus observaciones en las mismas bandas del espectro ni cubre las mismas �reas sobre la superficie terrestre, y tampoco funcionan con la misma resoluci�n, por lo que el uso de los datos de distinto origen conlleva una dificultad adicional.

Aun as�, por la creciente diversidad de fuentes de im�genes, el futuro de las actividades de percepci�n remota puede considerarse asegurado, y en las pr�ximas dos d�cadas seremos testigos de la puesta en �rbita de sat�lites cada vez m�s complejos y costeables por el tipo y utilidad de la informaci�n que mandar�n a la Tierra. Para ilustrar el creciente n�mero de sat�lites de percepci�n remota que dan ya servicio con una calidad de imagen cada vez mejor podemos citar al Cosmos 1906 (lanzado a finales de 1987), que es un sat�lite de nueva generaci�n capaz de fotografiar, con un detalle antes exclusivo de los militares, amplias zonas de la Tierra; por ejemplo, en 10 minutos puede cubrir una superficie equivalente a la mitad de nuestro pa�s y alcanza una resoluci�n tal que las carreteras, y las terracer�as rurales incluso, se pueden distinguir con claridad; seg�n la Agencia Espacial Sovi�tica, con este tipo de sat�lite se reducen enormemente los costos de los estudios de recursos naturales; posee tambi�n la capacidad de fotografiar la misma zona desde distintos �ngulos, con lo que es posible reconstruir mapas de relieve del terreno. Estos sat�lites vuelan a una altura m�xima de 270 km y m�nima de 190 km (en comparaci�n, LANDSAT y SPOT orbitan a 800 km), y por su tipo de �rbita cubren totalmente a los pa�ses de Am�rica Latina. Cuando estas im�genes empiecen a entrar en el mercado, a trav�s de Soyuzkarta, sin duda resultar�n de gran inter�s para los especialistas, quienes adem�s se ver�n beneficiados por el supuesto bajo costo.

Adem�s, es previsible que en el futuro se sigan colocando otros sat�lites de percepci�n remota en la �rbita polar, una �rbita que pasa por los polos, y que en combinaci�n con la rotaci�n de la Tierra permite una cobertura completa del globo, por lo que ser� posible estudiar la Tierra en m�ltiples bandas del espectro electromagn�tico. M�s que sat�lites �stas son verdaderas plataformas, en las cuales se instala toda una serie de instrumentos cient�ficos que podr�n irse actualizando conforme a los avances y necesidades de informaci�n.

Si bien actualmente la exploraci�n desde el espacio con radar ha demostrado una utilidad incuestionable, quedan muchos aspectos por estudiar de esta nueva t�cnica, que seguramente dar�n informaci�n hoy dif�cil de imaginar. Por lo pronto, los equipos de radar que trabajan en �rbita han dado a la humanidad importantes descubrimientos, entre los que destaca la sorpresiva topograf�a mina. Veamos: todos sabemos que los mapas topogr�ficos son de gran utilidad en la exploraci�n y localizaci�n de recursos naturales; la "topograf�a oce�nica", quiz� para algunos sorprendente, tambi�n es importante y con radar, se ha descubierto que la superficie del mar refleja la topograf�a del fondo marino, esto es: si en alguna parte del oc�ano hay abismos o macizos monta�osos, la forma de la superficie del oc�ano cambiar� seg�n las estructuras geol�gicas submarinas, lo que las har� evidentes al observador; este descubrimiento es otro ejemplo m�s de informaci�n inesperada surgida durante el proceso de investigaci�n. Los primeros sat�lites con radar ten�an como prop�sito localizar y clasificar barcos y submarinos desde el espacio, lo que en el caso de los submarinos lograban porque sobre ellos se observa una especie de joroba, seguida de una estela generalmente de varios kil�metros, y el estudio sistem�tico de este hecho permit�a identificar el tama�o, velocidad y direcci�n de viaje del submarino. En estas investigaciones se descubri� tambi�n que no s�lo los objetos m�viles causaban efectos en la superficie que pod�an ser observados desde el espacio, sino que tambi�n el subsuelo marino se manifiesta en la superficie, con lo que proporciona datos de utilidad a los ingenieros dedicados al dise�o de puertos, plataformas y exploraci�n de otras estructuras marinas.

ESTACIONES ESPACIALES

Las estaciones espaciales son, sin lugar a dudas, uno de los temas de mayor actualidad, en particular porque implican la presencia constante del hombre en �rbita. Las grandes potencias presentan en este rengl�n quiz� una de sus mayores divergencias. Mientras el proyecto Apolo canaliz� considerables recursos a la exploraci�n lunar y al transbordador espacial, los sovi�ticos dirigieron sus esfuerzos a la presencia permanente del hombre en �rbita. Hoy somos testigos de la presencia continua de dos y hasta cinco cosmonautas trabajando en la estaci�n espacial Mir por periodos que llegan a m�s de 12 meses.

No se puede concebir el progreso de la investigaci�n espacial tripulada, incluyendo los pr�ximos viajes a Marte, sin tener la experiencia de astronautas en �rbita por periodos prolongados. Una estaci�n espacial es mucho m�s que un puerto para viajar m�s all� de la �rbita terrestre. La estaci�n espacial Mir; y dentro de unos diez a�os la estadunidense "internacional", son laboratorios multidisciplinarios donde se realizan experimentos para desarrollar muchos campos de la investigaci�n espacial y terrestre: biolog�a, astronom�a, ciencias de materiales, farmacolog�a, percepci�n remota, aprovechamiento de la energ�a solar y en fisiolog�a y psicolog�a humanas, entre otros.

El mundo est� viviendo momentos brillantes de la automatizaci�n, y muchas de las actividades exploratorias en el espacio se conducen de manera autom�tica con costos mucho menores a los de las naves tripuladas; pero un aparato programado no puede realizar la diversidad de actividades y no puede tomar las decisiones del ser humano, del que depende realmente la exploraci�n y futura colonizaci�n del espacio que nos rodea. Por ejemplo, en unos cuantos meses en �rbita, la tripulaci�n formada por los cosmonautas Titov y Manarov realiz� m�s de 130 observaciones con el equipo HEXE, un proyecto conjunto sovi�tico-europeo que consiste en cuatro instrumentos dise�ados para observar la radiaci�n c�smica de alta energ�a con un telescopio que detecta los rayos X provenientes de muy diversos objetos astron�micos; asimismo, en la parte ultravioleta del espectro han realizado m�s de 20 observaciones, desde el m�dulo Quantum, que fue adicionado a la estaci�n espacial en el primer semestre de 1987. Con estos equipos, por ejemplo, fue posible por primera vez en la historia registrar las emisiones provenientes de la explosi�n de una estrella "supernova", la SN1987a, que no hab�a sido observada desde los antiguos astr�nomos chinos, y presentar ante la comunidad cient�fica internacional, la secuencia de n�cleos at�micos y rayos X emitidos durante los primeros d�as del extraordinario suceso: una demostraci�n de las m�ltiples posibilidades del hombre permanentemente en �rbita terrestre. Asimismo, Romanenko con sus dos acompa�antes Laveikin (quien regres� a la Tierra tras serle detectadas anomal�as cardiacas) y Alexandrov (quien lo supli� a partir de julio de ese mismo a�o) realizaron durante su estancia de 325 d�as en el espacio m�s de mil experimentos que abarcan las disciplinas mencionadas. Basta citar que a principios de 1988 se anunci� que se est� preparando la estaci�n espacial denominada Mir 2, que al igual que su antecesora, constar� de un m�dulo b�sico al que se podr�n acoplar grandes elementos que ser�n puestos en �rbita por el cohete Energ�a, capaz de colocar en �rbita cargas de hasta 200 toneladas y que ya fue probado en mayo de 1987, y en 1988 con el lanzamiento del transbordador Bur�n. No obstante, tambi�n el programa de la URSS, debido a problemas t�cnicos y de balanza de pagos, est� sufriendo retrasos. En �ltimas fechas, al retrasarse la manufactura de dos grandes m�dulos adicionales de laboratorios, que requieren de una instalaci�n casi simult�nea, los sovi�ticos se vieron obligados a interrumpir su estancia en la Mir por 3 o 4 meses. En esta actividad nadie est� a salvo de sorpresas.

Referirse a la estaci�n espacial norteamericana y sobre todo a sus caracter�sticas de funcionamiento, o incluso a su forma, no es cosa f�cil, ya que en los �ltimos cinco a�os la NASA ha realizado una secuencia continua de cambios no poco dr�sticos que han sumido al proyecto en cierta indefinici�n. Un hecho particularmente incomprensible para los que observamos el escenario desde fuera, por ejemplo, fue el intento de los militares norteamericanos de ejercer un control considerable de la estaci�n espacial, lo que no s�lo antagoniz� y desconcert� a los ingenieros y cient�ficos de la NASA, sino que afect� gravemente las negociaciones que el gobierno norteamericano ten�a con los pa�ses de Europa, Jap�n y Canad� para compartir los gastos del proyecto, que seg�n los analistas del gobierno de los Estados Unidos alcanzar�n los 15 000 millones de d�lares; aunque si nos atenemos a las experiencias anteriores, sobre todo en relaci�n con las promesas que rodearon el proyecto del transbordador, podemos prever que esta cifra llegar� a multiplicarse por un factor hasta hoy desconocido (entre 2 y 10 veces).

Es l�gico esperar que un proyecto de esta magnitud, realizado en a�os cuando inclusive la econom�a norteamericana enfrenta la incertidumbre, encuentre oposici�n; nunca ha faltado quien opine que cualquier gasto invertido en los viajes de Col�n, en la estaci�n espacial o en la exploraci�n de Marte, es innecesario. Sin embargo, no deja de llamar la atenci�n el hecho de que el ex director de uno de los principales centros de investigaci�n de la NASA, el doctor Bruce Murray, destacado cient�fico planetario, opina que la estaci�n espacial, como sitio para desarrollar procesos que lleguen a ser econ�micamente costeables y manufacturas de materiales con propiedades extraordinarias, "no tiene fundamento ni el apoyo de las compa��as que se proponen utilizarla". Seg�n Murray, las ciencias de la microgravedad son importantes, pero no necesitan de una instalaci�n de ese costo para ser realizadas; dice que la estaci�n s�lo tiene sentido l�gico principalmente en t�rminos de la misi�n a Marte, y a�ade que, a diferencia de la d�cada de 1960, "no hay un inter�s nacional para realizar un gran malabarismo tripulado, que simplemente se limite a mostrar la musculatura t�cnica del pa�s", y concluye "...es mejor utilizar tal esfuerzo como un s�mbolo de que las superpotencias pueden cooperar en el espacio", con lo que toca un punto clave del estado actual de la investigaci�n espacial.

A este respecto, tampoco deja de sorprender, al revisar documentos en los que se explican las diversas alternativas del futuro norteamericano en el espacio, que en ellas se ignore, de manera casi infantil, que su contraparte sovi�tica se encuentra en una etapa avanzada en el desarrollo de las estaciones espaciales, por lo que un intercambio entre ambas potencias ser�a, cuando menos, mutuamente ben�fico, o principalmente ben�fico para los mismos norteamericanos. En el Foro Espacial Internacional realizado en octubre de 1987 en Mosc�, el m�ximo representante de la delegaci�n estadunidense, y director adjunto de la NASA, se refiri� a la imposibilidad de saber, a estas alturas, si un programa de cooperaci�n espacial entre su pa�s y la URSS significa una transferencia de tecnolog�a, y que de todas formas, no pod�a decir la direcci�n en que dicha transferencia se dar�a.

Para complicar m�s el an�lisis de la estaci�n espacial y sus medios de apoyo, el creciente inter�s de los militares norteamencanos por utilizar estos recursos ha creado una pol�tica verdaderamente sorprendente: a finales de 1986 la administraci�n de Reagan hizo p�blica su intenci�n de mezclar informaci�n t�cnica falsa con informaci�n veraz, supuestamente para despistar al enemigo, pero los m�s despistados en realidad son aquellos que tratan de entender el avance del proceso tecnol�gico y las tendencias que realmente ser�n favorecidas en el futuro; esta situaci�n, pues, ha creado una desconfianza justificada de lo que se lee sobre el campo aeroespacial. Cuando por fin se aclar� que la estaci�n espacial norteamericana no ser�a controlada por los militares, los socios internacionales de la NASA llegaron, despu�s de m�s de un a�o de tensas negociaciones, a la conclusi�n de que iban a cooperar. La cooperaci�n europea se basa principalmente en el uso del m�dulo tripulable, llamado Col�n, y de una plataforma polar aut�noma, a la que se puede dar servicio con el transbordador estadunidense, o con el futuro transbordador europeo conocido como Hermes; y aunque poco se sabe al respecto, los japoneses tambi�n han anunciado su inter�s en construir no s�lo un m�dulo similar, sino adem�s un peque�o transbordador que comenzar� a funcionar aproximadamente en una d�cada.

A pesar de todas las discusiones y cambios que han plagado el proyecto de la estaci�n espacial norteamericana, �sta ser� desarrollada sin duda, aun cuando la motivaci�n b�sica sea solamente no permitir que los sovi�ticos sean los �nicos que orbiten permanentemente la Tierra. Las ventajas de una estaci�n espacial son m�ltiples, como ya hemos mencionado, pero hay que pensar tambi�n en una de ellas: son un lugar de ensamble y prueba de equipos autom�ticos de exploraci�n espacial, pues toda misi�n autom�tica, al no contar con la asistencia de una estaci�n de ensamble en �rbita, requiere que la carga �til sea totalmente armada y funcional antes de su puesta en �rbita y, en vista de los castigos del lanzamiento, las estaciones espaciales ahorrar�n la obligaci�n de realizar m�ltiples pruebas en el equipo antes de enviarlo a �rbita. Otra ventaja que se deriva de la estaci�n es su mero car�cter de almac�n. En el futuro, el flujo de veh�culos pesados a �rbita, como los cohetes Energ�a sovi�ticos (que, por cierto, son reutilizables), y el futuro ALV estadunidense, se incrementar� constantemente, por lo que un almac�n espacial permitir� que el costo de las partes de diferentes equipos sea distribuido entre muchos usuarios. El cohete ruso Energ�a comparte con el transbordador espacial estadunidense, con el cual el p�blico est� mucho m�s familiarizado, el hecho de que est� equipado con impulsores laterales provistos de sistemas de paraca�das para ser recuperados; asimismo, partes del motor principal ser�n tambi�n recuperables, por lo que los costos de cada lanzamiento se reducir�n de manera proporcional con el n�mero de usos que tengan. Con el nuevo impulsor Energ�a, se espera que la Uni�n Sovi�tica duplique en los pr�ximos cinco a�os su capacidad de colocar cargas �tiles en �rbita, y que �sta sea cuadruplicada en menos de 15 a�os.

Volviendo a las estaciones, otro de los rasgos caracter�sticos de �stas, se est� ejemplificando ya en la estaci�n espacial Mir; se trata de la solicitud por parte de una compa��a privada de Occidente, para utilizar la estaci�n en el desarrollo de experimentos supervisados por los cosmonautas sovi�ticos a bordo. El experimento, del que hablamos ya un poco, trata sobre el crecimiento de cristales de prote�nas, y como parte del convenio la compa��a no da a conocer ni al p�blico ni a los sovi�ticos de qu� prote�na se trata. Al igual que los cristales usados en microelectr�nica, los de prote�nas crecidos en el espacio presentan una mayor homogeneidad, y un menor n�mero de defectos en sus arreglos moleculares. El prop�sito principal de obtener un cristal de prote�na con estas caracter�sticas, es realizar estudios de la disposici�n de cada parte de la cadena que forman estas grandes mol�culas. Dichos experimentos se realizan en la estaci�n Mir; no s�lo porque el transbordador no est� funcionando normalmente, sino porque la estaci�n Mir con su prolongado estado de microgravedad, provee al experimento de las condiciones que necesita, pues ya en cinco ocasiones anteriores la compa��a ha experimentado en el transbordador, pero sus objetivos experimentales exigen una permanencia en el espacio de semanas a meses, situaci�n que no podr� darse en Estados Unidos sino hasta dentro de 8 o 10 a�os aproximadamente.

Retomando las comparaciones de los aspectos filos�ficos de los programas espaciales de Estados Unidos y la URSS, cabe mencionar que el gobierno norteamericano permite que las compa��as norteamericanas contraten los servicios espaciales sovi�ticos, como en el caso anterior, pero impone la condici�n de que los sovi�ticos no inspeccionen directamente las c�psulas, sino que la inspecci�n (que se lleva a cabo por razones de seguridad) sea realizada por un tercero. En contraposici�n, cuando el transbordador de la NASA pone en �rbita una carga �til de otro pa�s, no s�lo es inspeccionada detalladamente, sino que la NASA se considera copropietario de los datos e informaci�n t�cnica y aun cient�fica obtenidos durante el vuelo; adem�s de que debe tener acceso a la informaci�n que d� el an�lisis de los datos, llevado a cabo por cient�ficos en tierra despu�s del vuelo. Curiosa asimetr�a...

PEQUE�OS EXPERIMENTOS AUTOM�TICOS

Los experimentos autom�ticos, cuyo prop�sito es explorar las caracter�sticas de alg�n proceso que se beneficie con las condiciones espaciales, tienen asegurada una creciente actividad futura. Ya hemos hecho referencia de manera detallada a los experimentos que la UNAM pretende realizar a bordo del transbordador. Los experimentos a los que nos referiremos aqu�, son esencialmente similares a �stos, es decir, requieren de un peque�o espacio, de un tiempo limitado en �rbita, y de un costo bajo; la investigaci�n exploratoria tiene como objetivo el profundizar en conocimiento, y rara vez la producci�n constante de alg�n material especial. Sin embargo, estas actividades no requieren de un sistema tan costoso y complejo como el transbordador. En muchas ocasiones es suficiente el lanzamiento de un cohete con m�ltiples cargas �tiles a bordo que realice vuelos orbitales de varios d�as, o aun suborbitales, en donde los periodos de microgravedad son menores de media hora, lo cual basta en ocasiones para realizar algunos experimentos.

Algunas compa��as privadas que pretenden participar en el mercado de peque�as cargas �tiles, estiman que requerir�n de 50 a 100 lanzamientos suborbitales por a�o, y que cada cohete ser� capaz de portar de 5 a 15 experimentos independientes.

En Estados Unidos la primera compa��a privada pionera en este nuevo negocio espacial, intent� realizar su primer lanzamiento a mediados de 1988, pero no lo hizo; una segunda compa��a pretende realizar algo similar poco menos de un a�o despu�s. Los objetivos principales de estas compa��as son lanzar peque�os sat�lites, realizar experimentos autom�ticos, mediciones atmosf�ricas y, por desgracia, llevar a cabo tambi�n experimentos de tipo militar. Otras compa��as estiman que, en vuelos orbitales, la demanda para los pr�ximos 6 o 7 a�os oscilar� entre 300 y 350 cargas �tiles anuales, lo que implica un promedio de 75 lanzamientos al a�o.

Tambi�n existen programas como el Lightsat, sat�lites ligeros, a los que las grandes compa��as que controlan los mercados internacionales celosamente se refieren como Cheapsats; dichas compa��as proponen cientos de lanzamientos al a�o de este tipo de sat�lites, cuyo peso es menor a 2 toneladas, pero se sabe por experiencia que en muchas ocasiones estos proyectos resultan ser algo ilusorios. Una de las mayores ventajas que presentan estos sistemas es su r�pido acceso a �rbita (contando el tiempo desde que se inicia la integraci�n de la carga �til hasta su puesta en �rbita) que va de cuatro meses a dos a�os, que, comparado con el tiempo requerido por una carga �til mayor, puede llegar a ser 10 o 20 veces m�s breve. Con este tipo de sistemas se estima que el acceso a la �rbita costar� cerca de 3 000 d�lares por kilogramo, cerca de la mitad de lo que cuestan otros veh�culos.

A pesar de todo lo anterior, creo pertinente volver a advertir al lector que estos datos, como se puede observar, se derivan de la informaci�n que publican las empresas occidentales dedicadas a este nuevo negocio, pero todos conocemos los abismos que existen entre la publicidad y la realidad: nadie en sus cabales podr�a asegurar siquiera que estas compa��as existan dentro de cinco a�os, y para muestra basta un bot�n: la empresa m�s comprometida en esta ocupaci�n y que incluso ya ha probado los motores de sus cohetes, casi desaparece en el llamado "lunes negro" en octubre de 1987, cuando se vino abajo la bolsa de valores de Nueva York.

Otra de las empresas mencionadas tiene como su segundo proyecto m�s importante, el identificado con el glorioso nombre de "Celestis", que se propone nada menos que colocar en una �rbita permanente 10 000 urnas de cenizas humanas, y creo que, cuando menos, tenemos el derecho de dudar de que existan 10 000 personas lo suficientemente afectadas en su juicio para desear algo tan fr�volo y absurdo.

Volviendo a los sat�lites ligeros, algo que despierta mucha m�s preocupaci�n e inter�s es que en 1988 la Agencia de Proyectos Militares Avanzados de Estados Unidos (DARPA) invirti� 35 millones de d�lares en esa direcci�n, y m�s recientemente han hablado de colocar en �rbita este tipo de cargas �tiles peque�as, utilizando como plataforma de lanzamiento un avi�n que vuela a una altura de 10 a 20 kil�metros.

De los programas en pleno funcionamiento para poner en �rbita experimentos autom�ticos de dimensiones reducidas, podemos citar el Fot�n, que la firma Glavcosmos de la URSS ofrece comercialmente: coloca en �rbita, y recupera, c�psulas que orbitan la Tierra entre 14 y 30 d�as; las cargas �tiles pueden llegar a pesar 500 kg y medir hasta 2 m de di�metro, y pueden ocupar un volumen m�ximo de cerca de 5 m³. El ejemplo m�s reciente de la utilizaci�n de este medio es el contrato con una compa��a privada alemana en el que se ha negociado la utilizaci�n de tres c�psulas sovi�ticas, que se estima volar�n a partir de 1989 una cada a�o. La compa��a alemana pretende subcontratar a diferentes instituciones de la RFA para que realicen experimentos en el espacio en las c�psulas. En este sentido tambi�n podemos mencionar el ofrecimiento de la Agencia Espacial China de colocar varias c�psulas recuperables y realizar experimentos sobre crecimiento de cristales, que est�n a cargo de una compa��a europea.

Como el lector podr� concluir, estos �ltimos ejemplos, adem�s del programa de peque�os experimentos de la NASA, en el cual ha participado la UNAM, dan una idea del futuro que presenta oportunidades crecientes para poner en �rbita experimentos autom�ticos.

MISIONES PLANETARIAS

Todav�a est�n frescas en la memoria las sorprendentes im�genes obtenidas por los Voyager I y II que se acercaron primero a J�piter, luego a Saturno, a Urano y a Neptuno. Sin embargo, hay muchos planes y misiones destinados a la exploraci�n de los planetas de nuestro Sistema Solar que seguramente profundizar�n los conocimientos de la humanidad sobre su entorno m�s inmediato en el Universo.

En 1988 la URSS puso en marcha una misi�n a Marte que dio nuevos datos sobre el planeta rojo y en particular sobre su sat�lite Fobos; durante su trayectoria, la misi�n estudi� adem�s algunas caracter�sticas del viento solar. Dicha misi�n tuvo una propiedad a nuestro juicio muy importante: fue de car�cter netamente internacional; en ella participaron no s�lo los pa�ses socialistas miembros de Intercosmos, sino que se unieron varios pa�ses de Europa occidental, la Agencia Espacial Europea, y Brasil; incluso los estadunidenses participaron en el proyecto apoyando en la localizaci�n precisa de la nave por medio de las antenas de rastreo lejano de la NASA, que tambi�n captaron y analizaron la informaci�n proveniente de la estaci�n que se posar�a sobre Fobos, la luna de Marte; en marzo de 1989, se perdi� contacto con la nave, s�lo quedaron los datos tomados durante el largo viaje, y algunas de las primeras fotograf�as tomadas.

La siguiente misi�n a Marte, planeada por la URSS para 1994, plantea enviar dos naves id�nticas, programadas para realizar trabajo de exploraci�n por duplicado. Cada una de ellas tiene un aditamento que se quedar� en la �rbita marciana estudiando el planeta al igual que lo hacen los sat�lites de percepci�n remota con la Tierra; simult�neamente, cada uno de ellos lanzar� adem�s hacia la superficie de Marte dos equipos exploradores: a) el primero consta de un equipo que, despu�s de posarse sobre la superficie de Marte, realizar� una exploraci�n similar a la que efectuaron sobre la Luna los equipos robot Lunajod, es decir, recorrer� la superficie observando con una serie de c�maras y enviando hacia la Tierra las im�genes y los datos f�sicos obtenidos; b) el segundo equipo consta de un globo equipado con c�maras de baja altitud; el globo, de producci�n francesa, se mantendr� en la atm�sfera durante el d�a y mediante efectos t�rmicos bajar� a la superficie durante la noche, durante esta etapa enviar� informaci�n a la Tierra, utilizando los transpondedores de las naves que quedan en �rbita.

Todav�a se est�n estudiando algunos cambios para la misi�n, que permitir�n ampliar el rendimiento de los equipos enviados a Marte; se planea sustituir, por ejemplo, la entrada directa a la �rbita, que exige la utilizaci�n de retrocohetes para frenado, para que la nave pueda ser capturada por el campo gravitacional de Marte. La nueva maniobra de aerofrenado tiene la ventaja de que no requiere de combustible para funcionar, pues se da por medio de fuerzas aerodin�micas de la nave cuando comienza a entrar en la atm�sfera marciana. Este cambio por s� solo permitir� aumentar en una tonelada y media la carga �til que se enviar� al planeta rojo. Adem�s, con este cambio se podr� colocar un segundo sat�lite de 50 kg en �rbita para obtener datos gravitatorios; se mandar�n a la superficie diez estaciones meteorol�gicas equipadas con transmisores, que enviar�n durante varios a�os datos sobre temperatura, presi�n y velocidad del viento; asimismo, se hace posible el lanzamiento de dos penetr�metros, que se hundir�n por impacto hasta cinco metros bajo la superficie, estos dispositivos, que dejar�n fuera un equipo transmisor, enviar�n datos sobre la composici�n qu�mica, la temperatura del suelo y el contenido de agua. Algunas teor�as suponen que bajo la superficie de Marte hay grandes dep�sitos de agua congelada, en capas como de 10 a 40 m de espesor.

Por otro lado, los sat�lites en la �rbita de Marte enviar�n a la Tierra im�genes de alta resoluci�n, en las que se pueden distinguir objetos hasta de 1 m de di�metro en la superficie. Estos mismos sat�lites enviar�n de retorno a la Tierra una c�psula con el material fotogr�fico que probablemente se recupere desde la estaci�n Mir. Actualmente contin�an las pl�ticas entre la URSS y los Estados Unidos para intentar hacer de esta misi�n un ensayo de cooperaci�n internacional. Aqu�, el sentido de cooperaci�n es muy claro, la URSS argumenta, con bases, que la colaboraci�n estadunidense tendr� un papel destacado en el dise�o del control de avance del explorador aut�mata. Recordemos que la distancia de Marte a la Tierra retarda la comunicaci�n de ida y vuelta decenas de minutos, por lo que una nave que avanza en el terreno de Marte corre el peligro de caer o voltearse en los accidentes naturales del mismo. Este problema obliga a usar programas de control "inteligentes", es decir con capacidad de aprender sobre la marcha y tomar decisiones atinadas. En estos programas de inteligencia artificial es donde podr�an participar los cient�ficos estadunidenses. Para oponerse a la cooperaci�n, algunos esgrimen los eternos argumentos y pol�ticas que tratan de impedir la transferencia de tecnolog�a, pero de nuevo se tendr�a que decidir antes en qu� sentido se da la cooperaci�n y qui�n es el que sale ganando. Creo que est� claro que todos salimos ganando.

M�s adelante, en 1995, la URSS lanzar� una nave cient�fica que se identifica con el nombre del proyecto, Corona, cuyo prop�sito es estudiar precisamente la corona solar, o sea la radiaci�n que se observa alrededor del Sol, como cuando se tapa durante un eclipse total o con un disco. Curiosamente esta misi�n se iniciar� en direcci�n a J�piter, desde donde mandar� datos e im�genes del planeta gigante. Posteriormente, utilizando como propulsi�n el campo gravitacional de J�piter, ser� lanzada hacia el Sol para acercarse a una distancia sin precedente de un mill�n y medio de kil�metros (la Tierra est� a cerca de 150 millones de kil�metros del Sol).

En 1998, ser�n enviados dos equipos simult�neamente hacia la superficie marciana; constar�n nuevamente de exploradores m�viles, que aparte de enviar im�genes, se espera regresar�n a la Tierra por primera vez con muestras de suelo y rocas. Un a�o despu�s, se enviar� a J�piter una nave que seguir� despu�s hacia Saturno; cerca de �ste se desprender� un explorador que tiene como objetivo descender sobre la superficie de Tit�n, la �nica luna de Saturno con atm�sfera, de la que se sospecha que tiene oc�anos de hielo y metano, un hidrocarburo que por la presi�n atmosf�rica y la temperatura ambiente se encuentra tambi�n en estado gaseoso mezclado con la atm�sfera, que es de nitr�geno. Este ingenio llevar� a bordo 50 kg de instrumentos, que incluyen c�maras de televisi�n, y un globo explorador con un equipo cient�fico que viajar� a 2 o 3 km sobre la superficie de Tit�n. Posteriormente, descender� a la superficie para enviar datos sobre la presi�n, temperatura y composici�n qu�mica del suelo durante 10 d�as.

En cuanto a una misi�n tripulada a Marte la limitante principal no es de car�cter t�cnico, sino m�dico sencillamente. Para llegar a Marte ser� necesario conocer, o cuando menos poder estimar el funcionamiento del organismo durante una experiencia de 30 meses seguidos en �rbita (dos y media veces m�s que la marca de permanencia actual). El tiempo acumulado por los sovi�ticos en �rbita equivale a 14 hombres/a�o, en comparaci�n, los estadunidenses tienen s�lo 5; la informaci�n acumulada en este tiempo por ambos no basta sin embargo para anticipar o calcular lo que ocurrir�a durante los 30 meses de un viaje a Marte; no obstante, despu�s de observar la notable recuperaci�n de Romanenko, despu�s de 326 d�as en �rbita, Oleg Gazenko, director del Instituto Sovi�tico de Problemas M�dico-Biol�gicos, dijo que con esto se ten�a "m�s que suficiente informaci�n biom�dica para modelar la forma m�s econ�mica posible de ir a Marte" y a�adi�: "no es indispensable para una misi�n a Marte, probar previamente durante tres a�os la resistencia de los cosmonautas". Si nos limit�ramos a juzgar las secuencias anteriores, ninguno de los dos pa�ses est� en posibilidades de realizar solo la misi�n en los pr�ximos 10 a�os.

Por cierto que uno de los rasgos m�s caracter�sticos de la investigaci�n espacial de la URSS es que cada uno de sus avances son prueba de un ejercicio extremo de cautela, hecho en el que muy probablemente se base el que la Uni�n Sovi�tica sea hoy, en muchos aspectos importantes, la primera potencia espacial. La superioridad de la URSS en el rengl�n de las investigaciones espaciales es un hecho reconocido hoy en d�a por los expertos. Sin embargo, el p�blico en general, en pa�ses como el nuestro, desconoce esta situaci�n, por lo que considero necesario dedicarle unas l�neas.

En primer t�rmino, es necesario se�alar que la URSS nunca desecha equipo probado; por ejemplo, las c�psulas de tipo Vostok utilizadas de septiembre a octubre de 1987 para poner en �rbita a dos primates y otros animales, son esencialmente iguales a las utilizadas en el vuelo de Gagarin al espacio hace m�s de 30 a�os. Otro ejemplo similar es la utilizaci�n de las naves Venera, que en un lapso de dos a�os fueron reconfiguradas para estudiar no s�lo los aspectos de su misi�n fundamental, la exploraci�n de Venus, sino para que, despu�s de dejar una parte en la �rbita venusina, los equipos de exploraci�n siguieran hacia el cometa Halley y mandaran a la Tierra las primeras im�genes de este legendario cometa de 16 km de di�metro.

En contraste con este criterio, los estadunidenses llevan a cabo dise�os completos de sus equipos en la gran mayor�a de las nuevas aplicaciones, lo cual, aunque resulta un buen negocio para las compa��as que los fabrican, encarece considerablemente el presupuesto dedicado a la exploraci�n espacial. Otra actitud t�pica de los investigadores espaciales de Estados Unidos es su desd�n generalizado, matizado por grandes lagunas de ignorancia, hacia las actividades espaciales de la URSS, mientras sus contrapartes de la URSS devoran" todo lo publicado en Occidente, filtrando las modas y los aspectos m�s llamativos del verdadero avance. Adem�s, en Estados Unidos hay una obsesi�n por los resultados r�pidos y espectaculares y se olvidan los planes a largo plazo. Para la URSS al contrario, quiz� por su milenaria tradici�n, tiene menos valor el espect�culo y m�s la participaci�n en planes y programas a largo plazo, aunque tampoco son inmunes a fallas y retrasos ni es justificada su exagerada modestia y menos su reserva.

Las diferentes concepciones filos�ficas de ambas potencias en este terreno parecen recordarnos inevitablemente la f�bula de la liebre y la tortuga. Hoy en d�a la tortuga no s�lo se encuentra a la cabeza por su capacidad de lanzamiento a �rbita, sus estaciones orbitales tripuladas y los logros de sus sat�lites de percepci�n remota, sino que sus planes de exploraci�n del Sistema Solar har�n que en la pr�xima d�cada encabece las actividades m�s avanzadas en el espacio en este rubro, si es que no caen de nuevo en el inmovilismo.

En el campo de las ciencias de la microgravedad, Estados Unidos se encuentra, seg�n sus propios expertos, en tercer lugar despu�s de la URSS y la RFA, en el mejor de los casos; en cuarto o quinto lugar si incluimos a franceses y japoneses; estos �ltimos pa�ses, han desarrollado este campo bas�ndose curiosamente en los equipos norteamericanos, aunque los franceses han avanzado todav�a m�s (en 1965 colocaron ya su primer sat�lite en �rbita, llamado Diapason, en un cohete, Diamante de dise�o propio), ya que aprovechan tambi�n la capacidad y ofrecimientos de la agencia espacial sovi�tica.

Tambi�n en cuanto a plataformas multiusos los sovi�ticos llevan la delantera, y ni hablar en lo que se refiere a las operaciones tripuladas, en las que s�lo hasta el siglo XXI Estados Unidos lograr�, quiz�, igualar la estancia prolongada de los cosmonautas en �rbita. En opini�n de los propios expertos de Estados Unidos, el problema no es "...c�mo lograr m�s d�lares para actividades en el espacio, sino m�s rendimiento de sus actividades en el espacio por cada d�lar".

En cuanto a la exploraci�n de Marte, los estadunidenses basan sus planes principalmente en los proyectos definidos en el informe llamado "Liderazgo y el futuro espacial estadunidense" preparado para el administrador de la NASA por la astronauta doctora Sally K. Ride, que fue presentado en agosto de 1987. Este informe, basado en el an�lisis de 18 estudios anteriores y en numerosas referencias, fue realizado por medio de talleres en los que participaron cerca de 70 expertos destacados en las actividades de investigaci�n militares y comerciales de ese pa�s. El informe plantea cuatro misiones espec�ficas con las que se intenta dar un impulso a largo plazo a sus planes espaciales: 1) la instalaci�n de una colonia humana en la Luna; 2) la exploraci�n detallada de los planetas externos del Sistema Solar (de J�piter a Plut�n); 3) la colocaci�n de una plataforma en �rbita polar equipada con m�ltiples equipos para estudiar la Tierra, y 4) la exploraci�n humana de Marte. En este �ltimo caso el escenario de exploraci�n que visualizan se basa en la exploraci�n rob�tica de Marte en la d�cada de 1990, que comenzar�a con un observador orbital en 1992, para culminar con la colocaci�n de dos exploradores autom�ticos que bajar�an a la superficie y regresar�an a la Tierra con muestras de suelo y rocas. Esta misi�n lograr�a una caracterizaci�n geoqu�mica del planeta y un mapeo completo del mismo con im�genes �pticas, as� como la selecci�n de los sitios m�s interesantes para la exploraci�n. Planean establecer tambi�n un programa de investigaci�n biom�dica en su futura estaci�n espacial, para validar la factibilidad del vuelo espacial prolongado, lo cual les permitir�a decidir si la nave a Marte debe ir o no equipada con c�maras centr�fugas que generen gravedad artificial. Posteriormente, dise�ar�an y preparar�an tres misiones tripuladas para la exploraci�n de la superficie marciana, durante periodos de dos semanas antes del regreso, para que en el a�o 2010 se pueda instalar un puesto de exploraci�n avanzada en la superficie.

Bas�ndonos en los datos incluidos en este informe y en las tareas calificadas de imprescindibles, as� como en la situaci�n del futuro cercano en relaci�n con equipos pesados de lanzamiento, podemos llegar a las siguientes estimaciones aproximadas: la misi�n a Marte requerir�a, seg�n ellos, de colocar en la �rbita terrestre baja cerca de 1 140 toneladas de equipo, que necesitar�an cerca de 38 vuelos del transbordador, utilizado a su m�xima capacidad, pero considerando que la eficiencia alcanzada ha sido de 85%, la cifra real ser�a de aproximadamente 44 vuelos dedicados exclusivamente a la misi�n a Marte; ahora bien, si se toma la cifra "optimista" de 8 a 10 vuelos anuales del transbordador y considerando que una tercera parte de los vuelos son ocupados por el Departamento de Defensa y que otro tercio, como m�nimo, ser�a dedicado a la manutenci�n de la estaci�n espacial, que es necesaria para organizar la misi�n, esto implica que utilizando 2 o 3 transbordadores cada a�o se podr�a preparar esta misi�n, cuando muy pronto, en 10 o 14 a�os; quiz� la �nica manera de llevarla a cabo ser�a el cambio radical de la pol�tica espacial estadunidense, cosa muy dif�cil de lograr puesto que las administraciones actuales enfrentan un d�ficit presupuestario que hoy en d�a alcanza sus m�s altos niveles. Sin embargo, acaso la nueva administraci�n, m�s sobria y conocedora de la importancia de las actividades espaciales, suspender�a los programas de "Guerra de las Galaxias", con lo cual la misi�n podr�a fundamentarse en hechos m�s reales. Por su lado, la Uni�n Sovi�tica posee los equipos necesarios para hacer posibles muchos de los pasos intermedios que permitir�an alcanzar el objetivo, en particular el potente cohete Energ�a y la estaci�n espacial, y ha planteado en p�blico, espec�ficamente en el Foro Espacial Internacional en octubre de 1987, que con base en una cooperaci�n internacional, la misi�n tripulada a Marte ser�a posible mucho antes de lo planeado por cualquiera de los dos pa�ses independientemente. �Triunfar� la raz�n? Ya veremos.

ACTIVIDADES MILITARES

La mayor�a de los equipos puestos en la �rbita terrestre cumplen misiones militares. Veamos algunos de los hechos m�s destacados. En primer lugar est�n los sat�lites de comunicaci�n de uso militar exclusivo, seguidos por los llamados "Medios T�cnicos Nacionales", es decir, los sat�lites de radio escucha, los de obtenci�n de im�genes de alta resoluci�n, nocturnas y de radar.

Sin embargo, en nuestros d�as se dan pasos muy peligrosos para saturar el espacio con armas llamadas "defensivas", cuyas repercusiones son verdaderamente graves y resultan inaceptables para cualquier persona en su sano juicio. Al respecto, los militares estadunidenses (de los sovi�ticos no tenemos informaci�n) han publicado un plan para la conducci�n de once ejercicios con misiones militares del transbordador, y seg�n los resultados, se desarrollar�an actividades subsecuentes. Los ejercicios se refieren principalmente a tres objetivos: reconocimiento estrat�gico, aviso de lanzamientos de cohetes bal�sticos, coordinado con lanzamientos de prueba, y vigilancia de las fuerzas navales sovi�ticas. Para esto, 8 de los primeros 14 vuelos que siguen a la reanudaci�n de actividades del transbordador se dedicar�an a la operaci�n de las cargas �tiles militares, necesarias para realizar los ejercicios. Desde luego, la justificaci�n presentada ante el p�blico se basa en informaci�n "secreta" que posee el Departamento de Defensa, relativa a actividades sovi�ticas similares. Sin embargo cabe citar al cosmonauta Jean-Loup Cretiene, militar franc�s que estuvo un mes en la Mir a finales de 1988, quien afirm� que "...en la estaci�n no hay equipo militar a bordo, sus actividades son claramente civiles..."

Los once ejercicios son los siguientes:

1) Intervenci�n humana en la adquisici�n de im�genes multiespectrales y seguimiento de objetivos en la superficie.

2) Utilizaci�n de sextantes espaciales para localizar la latitud y longitud de objetos, con una precisi�n de m�s o menos 10 km.

3) Discriminaci�n de barcos y submarinos propios y ajenos.

4) Observaci�n de maniobras militares terrestres con sensores �pticos para apoyar comandantes en batalla.

5) Identificaci�n de objetos espaciales sovi�ticos que pongan en peligro equipo espacial y terrestre de Estados Unidos.

6) Observaciones geol�gicas para optimizar los movimientos de equipo pesado y tropas en tierra durante una guerra.

7) Uso de aparatos �pticos manuales para adquirir, observar e identificar blancos m�viles y estacionarios.

8) Observaciones con instrumentos �pticos manuales de lanzamientos de misiles terrestres y submarinos.

9) Presencia de un meteor�logo militar para apoyo durante las batallas.

10) Estudios ionosf�ricos y aurorales para apoyar la selecci�n de equipos y sistemas de armamento estrat�gico y comunicaciones para uso en batalla.

11) Uso de designador l�ser de objetivos para adquirir, seguir y ayudar a destruir blancos durante una guerra.

Como dec�amos, los belicistas aseguran que todas estas actividades se realizan ya a bordo de la estaci�n Mir; pero si recordamos tambi�n que con argumentos similares fundamentaron el desarrollo de diversos sistemas militares como los bombarderos estrat�gicos, los portaviones nucleares y los submarinos misil�sticos nucleares, y otros m�s, cabe la duda sobre su veracidad.

Desde el punto de vista de los pa�ses en desarrollo y subdesarrollados, los grandes gastos incurridos por las superpotencias en el armamentismo espacial resultan cuando menos insultantes; adem�s, este tipo de programas son financiados, principalmente, con la venta de armamentos a estos pa�ses que son, parad�jicamente, el mayor mercado militar; por lo anterior, las actividades belicistas a juicio de millones de personas son las que impiden un desarrollo m�s justo de la sociedad. Algunas cifras adicionales de la actividad belicista en el mundo son: a) en los arsenales de las potencias nucleares existen, seg�n el CIPRI (Instituto de Estudios Militares y Sobre la Paz, en Suecia) cerca de 70 000 ojivas nucleares, es decir, 1 250 000 bombas como las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki; b) m�s de la mitad de los f�sicos e ingenieros de la humanidad trabajan en tecnolog�a b�lica; c) se gastan cerca de 35 000 millones de d�lares al a�o en el desarrollo de nuevo armamento. Estas cifras son tan asombrosas, que el com�n de la gente aparta de su conciencia el significado real del gasto en armamento. Aun m�s, hacen que los que trabajan en el desarrollo del armamento mundial, generen un cinismo especial, para no pensar en las repercusiones de lo que hacen. Para evitar racionalizar sobre el producto de su trabajo, estos millones de individuos preparados adoptan seudoargumentos de corte sencillo, que si analiz�ramos con algo de detenimiento, demostrar�amos f�cilmente su absurdo. De todo esto resalta la importancia de los planteamientos de desarme que surgen; en particular, es necesario recalcar una creciente propuesta en cuanto a que los gastos en armamento se vayan redirigiendo hacia el desarrollo m�s justo de todos los pa�ses, y aunque no faltar� quien identifique como ut�picos estos planteamientos, creo que las mentes verdaderamente civilizadas de este planeta nunca han hecho un planteamiento m�s l�gico y humanitario.

MATERIALES AEROESPACIALES

La industria aeroespacial ha generado una gran cantidad de materiales nuevos, cuya utilizaci�n rebasa claramente los prop�sitos originales. Recordemos, para situarnos de nuevo en este campo, que fueron las actividades espaciales las que impulsaron la miniaturizaci�n de los circuitos electr�nicos (como los microprocesadores, diodos y microcomputadoras) hoy presentes en cualquier lugar del planeta. Tampoco es casual que sea en el ambiente de microgravedad donde se vislumbre el laboratorio del futuro que producir� materiales a�n hoy inimaginables. Entre los materiales novedosos que podemos esperar en el futuro pr�ximo, debemos mencionar los metales porosos, los materiales compuestos, las cer�micas reforzadas por fibras, las estructuras laminares de aluminio, cobre y carbono epoxi, el tefl�n y las fibras de vidrio; estas �ltimas, por ejemplo, tuvieron un aprovechamiento r�pido en la fabricaci�n de lanchas y barcos de pesca, y hoy d�a se comienzan a utilizar en los llamados materiales "inteligentes", �stos constituidos principalmente por fibras de carbono, kevlar o mylar, inmersos en termopl�sticos, pero tambi�n una fibra de cada 100 es una fibra de vidrio, o m�s propiamente dicho, una fibra �ptica, por la que se hacen viajar se�ales de luz. Estas se�ales nos permiten diagnosticar el estado de fuerzas internas que ocurren en estos materiales durante su fabricaci�n, tratamiento t�rmico y desempe�o pr�ctico; se les llama "materiales inteligentes", por la propiedad que tienen de aprovechar los fen�menos de propagaci�n de la luz dentro de una fibra, en funci�n de las tensiones y deformaciones de las piezas terminadas. El descubrimiento de estas propiedades de las fibras �pticas proviene de las experiencias ocurridas durante su estudio en el laboratorio, e instalaci�n como cables de transmisi�n de tel�fonos. Los cables de fibra �ptica posibilitan el mayor flujo de informaci�n conocido hasta la fecha en cualquier sistema de comunicaciones, y esto se debe a las altas frecuencias a las que se propaga la luz, en comparaci�n con las ondas de radio o las microondas. Esto ilustra de nuevo c�mo de una actividad surgen soluciones a problemas cient�ficos o tecnol�gicos ajenos. A pesar de que estos materiales apenas han comenzado a surgir, la tremenda ventaja de conocer los esfuerzos internos de un material, durante las diversas solicitaciones o demandas mec�nicas a las que es sometido cuando se utiliza, asegura que en el futuro escucharemos cada vez m�s sobre estos nuevos materiales.

En cuanto a los metales porosos, su principal atributo es la posibilidad de bajar su temperatura exterior, con base en procesos de transpiraci�n, tal como lo hace el cuerpo humano, que evapora varios litros de agua al d�a durante un d�a caluroso, precisamente con el objeto de bajar su temperatura. Pero volviendo al material aeroespacial, patentado con el nombre de Lamilloy en una de sus primeras versiones, que se espera utilizar por primera vez en la secci�n de m�s alta temperatura dentro de un turborreactor, que es donde se inyecta el combustible encendido, acompa�ado de aire a presi�n. Para impulsar una aeronave, los gases se expanden y expulsan, generando el efecto de empuje por reacci�n. Con este tipo de materiales porosos se puede incrementar la temperatura a la que se quema un combustible; la temperatura se podr� acercar hasta al 80% de la temperatura estequiom�trica mencionada. Al transpirar continuamente cada una de las aspas de los ventiladores de la turbina, las aleaciones porosas podr�n mantener sus caracter�sticas de rigidez y resistencia a pesar de encontrarse en un ambiente en el que se fundir�an si faltara el enfriamiento. Con este desarrollo de la t�cnica metal�rgica se esperan aumentos de rendimiento de entre 20 y 35%, lo que se reflejar� tambi�n en el ahorro de combustible en proporciones similares.

Hemos descrito ya c�mo las fibras de diferentes materiales pueden combinarse con termopl�sticos para formar piezas de alta resistencia y bajo peso. Sin embargo, uno de los materiales m�s socorridos para sustituir el uso de placas (por su peso), se elabora por medio de dos delgadas l�minas de material compuesto, entre las cuales se coloca una ligera estructura de aluminio con celdas hexagonales, que recuerdan inmediatamente un panal de abejas. En la figura 29 mostramos un esquema de este material. No es posible s�lo con n�meros informar sobre las notables propiedades de este material en capas, tres veces m�s r�gido que aceros especiales; la mera experiencia de sostenerlo entre las manos, intentando torcerlo o doblarlo, aun con ayuda de una rodilla, es impresionante, cuando menos para quienes aprecian las sorpresas. Las fibras de refuerzo de este material pueden ser de carbono, Nomex, Kevlar, Cuarzo y Mylar, y presentan ventajas adicionales, como la inmunidad a la corrosi�n, la facilidad de repararlo con equipo port�til, y el ser impermeables a cualquier l�quido.

Figura 29. Esquema de material emparedado, en el cual una estructura ligera separa dos capas de alta rigidez.


Si bien hemos mencionado que estos materiales se utilizan desde hace algunos a�os en los equipos aeroespaciales militares, una compa��a que fabrica peque�os aviones a reacci�n para ejecutivos, ha iniciado la producci�n civil de aeronaves fabricadas en un 90% con estos materiales. Su elaboraci�n implica primero dar a las piezas su forma final, y luego se calientan a 250�C; simult�neamente se aumenta la presi�n dentro del horno para evitar que se generen problemas de delaminaci�n, por burbujas de aire atrapadas en el material multicapas; algunos hornos trabajan al vac�o. Sorprende un poco el hecho de que a pesar de que estas naves son las primeras fabricadas con una casi total ausencia de metales, sus precios sean, aun los de los primeros modelos, competitivos con sus equivalentes met�licos tradicionales.

Para asegurar que las piezas fabricadas queden libres de burbujas, la misma compa��a invent� un proceso para visualizar el tama�o y la forma de las burbujas. Dicho proceso consiste en lanzar un peque�o chorro de agua, con ciertos aditivos que aumentan su capacidad de mojar el material, en direcci�n perpendicular a la superficie; del otro lado, en el mismo punto, se hace incidir otro chorro de agua; el primero de los chorros (el vibratorio) transmite pulsos que hacen variar la presi�n de agua a frecuencias ultras�nicas, m�s de 20 000 veces por segundo, mientras que el segundo est� equipado con sensores que detectan el paso de los pulsos ultras�nicos del primero a trav�s del material. Los chorros de agua barren la superficie del material y los datos de velocidad de transmisi�n de las ondas mec�nicas, causadas por el chorro vibratorio se almacenan en una memoria de computadora; despu�s, con t�cnicas similares a las del procesamiento de im�genes de sat�lite por computadora, se reconstruye un mapa de la superficie usando diferentes colores para representar las distintas velocidades de propagaci�n; de esta manera se identifica la gravedad de los defectos que puede tener el material.

Los materiales multicapas son sometidos adem�s a pruebas experimentales de fatiga (que en los aviones equivalen, por ejemplo, al desgaste ocasionado por vibraci�n de las alas y los ciclos de presurizaci�n) dobl�ndolos y desdobl�ndolos millones de veces, proceso que se interrumpe para observar la evoluci�n de los defectos que causa la fatiga. Estas son pruebas de laboratorio necesarias para anticipar la vida �til de estos materiales; adem�s, con este mismo objetivo, se someten tambi�n a ciclos de calor, fr�o y humedad, precedidos por inmersi�n total en agua, lo que permite estimar en un corto plazo las acciones de los dr�sticos cambios ambientales a los que ser�n expuestos.

Aparte de los sensores basados en fibras �pticas inmersas en los termopl�sticos, tambi�n se han desarrollado sensores de presi�n, vibraci�n y deformaci�n del tama�o de una tarjeta de cr�dito. �stos se adhieren a las paredes internas del fuselaje y las alas, y se usan para realizar estudios aerodin�micos y estructurales en los prototipos fabricados por esta compa��a. Adem�s, se ha colocado este tipo de sensores bajo los mosaicos cer�micos que protegen al transbordador espacial de las altas temperaturas que causa la fricci�n durante el regreso a la Tierra. Estos sensores cubren los intervalos de presi�n generalmente encontrados en aerodin�mica, as� como las vibraciones y deformaciones comunes al vuelo de una aeronave, lo que hace de los prototipos verdaderos laboratorios aerodin�micos en pleno vuelo.

En cuanto a la metalurgia y, en particular, a la utilizaci�n de nuevos metales para la industria aeroespacial, creo que resultar� ilustrativo enterarse de los siguientes antecedentes: en 1880 el 96% de la producci�n total de metales correspond�a al hierro y a los aceros que con �l se fabrican; unos 50 a�os despu�s, esta cifra hab�a cambiado s�lo en 1.5%; ahora bien, la introducci�n de aviones fabricados totalmente de metal, a finales de la d�cada de 1930, aument� tambi�n la utilizaci�n de metales diferentes al acero, principalmente aleaciones de aluminio y magnesio. De la producci�n de acero, 25% es consumido por la corrosi�n, por lo que la vida �til de este metal es de cerca de 35 a�os, con lo que es evidente que lo deseable es sustituirlo o a�adirle nuevos elementos que aumenten su rendimiento y vida �til. Sin embargo, como las cifras indican, no estamos ni siquiera cerca de abandonar la utilizaci�n del hierro; las investigaciones recientes encaminadas a mejorar las propiedades de los aceros, en particular los tratamientos radiactivos del hierro con base en neutrones, imprimen a este metal propiedades completamente nuevas, inesperadas, sorprendentes y �tiles, adem�s de que la introducci�n de aceros inoxidables y tenaces ha mejorado mucho su aplicabilidad. Adicionalmente, es tal la inversi�n mundial en plantas de producci�n de acero, que nadie se propondr�a derribarlas, por las promesas de los nuevos materiales.

Aparte de los aluminios aeroespaciales el cambio m�s importante en la metalurgia aeroespacial se est� dando con la aplicaci�n del titanio, y en mucho menor proporci�n, del circonio. El primero es muy abundante en la Tierra, llega a formar 0.6% de la corteza terrestre. Sus propiedades en relaci�n con los aceros lo hacen particularmente notable: a) presenta una resistencia del doble de los aceros tenaces; b) es relativamente m�s ligero, pero, sobre todo, tiene una resistencia a la corrosi�n que resulta para todo fin pr�ctico, eterna. Adem�s, su punto de fusi�n es de cerca de 1 725 � C: supera en esto al acero por

200�C aproximadamente. Es tambi�n curioso enterarse de que, aunque este metal fue descubierto como �xido hace poco menos de 200 a�os, la primera producci�n ya como metal se dio despu�s de finalizar la segunda Guerra Mundial. En 1948 se produjeron s�lo 10 toneladas, mientras que apenas siete a�os despu�s se produc�an ya 20 000 toneladas y la producci�n de 1986 alcanz� las 87 000 toneladas.

PROGRAMAS ESPACIALES DE OTROS PA�SES DESARROLLADOS

Ya nos hemos referido a los programas y actividades espaciales de las dos superpotencias. En esta secci�n quisi�ramos incluir, aunque sea brevemente, algunas de las actividades espaciales de otros pa�ses desarrollados que tienen mucha importancia porque abarcan un gran n�mero de programas que veremos florecer en el futuro.

Hemos mencionado la importancia econ�mica que para Europa tienen las actividades de los pa�ses de la Agencia Espacial Europea, y aunque no sea posible cubrirlas en detalle, s� es importante dar a conocer algunos de sus principales logros. Hoy en Europa se est�n multiplicando las actividades espaciales. En 1965 los franceses colocaron su primer sat�lite en �rbita, pero el verdadero impulso de la actividad europea se dio en el momento en el que tuvieron una serie de lanzadores propios.

Adem�s de los antecedentes te�ricos de Oberth y las posteriores experiencias b�licas de W. von Braun, debemos mencionar el destacado trabajo del ingeniero franc�s Robert Esnault Pelterie, miembro de la Academia de Ciencias desde 1936, quien invent� el motor radial de aviaci�n y el control de vuelo con base en el bast�n de mando. �ste se lleg� a interesar tanto en la coheter�a y la astron�utica, que en 1930 public� un libro llamado La astron�utica, donde trata algunos de los aspectos ya conocidos por nosotros a lo largo de este trabajo. Casi desde principio del siglo, se dio cuenta del futuro de la propulsi�n nuclear, y una an�cdota nos muestra su dedicaci�n directa al tema coheteril: perdi� cuatro dedos experimentando con tetranitro metano como combustible. Este notable ingeniero, al igual que Oberth para Alemania, puede ser considerado el padre de la astron�utica francesa.

Adem�s de la ya mencionada repercusi�n de la coheter�a europea, basada en los modelos Ariane I a V, en el mercado comercial de lanzamiento de sat�lites, es importante se�alar que este propulsor fue desarrollado por la Sociedad Europea de Propulsi�n (SEP), en la que colaboran cercanamente Francia, Alemania y otros, como antes, Inglaterra.

Hoy las actividades espaciales europeas se adentran en m�ltiples campos: nuevos servicios de comunicaciones, preparaci�n de la estaci�n espacial Col�n, sat�lites aut�nomos y recuperables, investigaci�n de materiales en microgravedad, efectos de la microgravedad en humanos —en particular estudios sobre el SV desarrollados a bordo del laboratorio espacial europeo SPACELAB, puesto en �rbita por el transbordador—, protecci�n de los seres humanos a la radiaci�n c�smica, resistencia de microorganismos a las condiciones espaciales, previsi�n clim�tica, cartograf�a ant�rtica, exploraci�n geol�gica y geof�sica, desarrollo de infraestructura nacional basada en observaciones espaciales, mediciones de los movimientos de la corteza terrestre con una precisi�n de cent�metros, fuentes extraterrestres de rayos X (proyecto ROSAT y HEXE), estudio de fuentes infrarrojas astron�micas, exploraci�n de los planetas gaseosos y otras m�s.

En cuanto a las pol�ticas espaciales, haremos referencia en particular a la de la RFA, confiando en que los elementos clave que mencionamos; son parecidos a los dem�s miembros de la Comunidad Europea: 1) fomento a la investigaci�n b�sica y aplicada; 2) b�squeda de aplicaciones de tecnolog�a espacial para aprovecharla en el desarrollo general de sus pa�ses; 3) apoyo a la capacidad de competitividad internacional de su industria espacial; 4) mejoramiento de la colaboraci�n internacional y, de particular inter�s para nosotros, 5) ayuda a los pa�ses en desarrollo en sus propias tareas de desarrollo.

Los puntos capitales de dicha pol�tica espacial pueden dividirse en dos: la investigaci�n extraterrestre (ciencias biom�dicas y astron�micas) y la investigaci�n espacial hacia la Tierra (el estudio de las zonas polares, mapas de zonas inexploradas, la oceanograf�a, la exploraci�n y descubrimiento de recursos, estudios atmosf�ricos que incluyen la supervisi�n ambiental, y sat�lites para apoyar la navegaci�n). Entre sus programas exploratorios sobre el aprovechamiento del espacio destacan los usos de la microgravedad para obtener sustancias activas (como f�rmacos totalmente nuevos) y desarrollar la tecnolog�a para producirlos; el programa para desarrollo de nuevos materiales y tecnolog�a de procesos, as� como el de biot�cnica.

Queda claro que este tipo de programas busca una mayor independencia espacial respecto a las superpotencias y, a juzgar por las relaciones que tienen los organismos espaciales de cada pa�s con los diversos ministerios de sus gobiernos, no s�lo coordinan las investigaciones t�cnicas y cient�ficas del espacio, sino que adem�s sirven como punto de contacto con la pol�tica industrial del gobierno.

ESTADO COMPARATIVO

M�xico carece de un programa que impulse su desarrollo aeroespacial y, lo que es m�s grave, de una pol�tica que defina el estado deseable de nuestra competencia en este campo. Por consiguiente, al igual que otros pa�ses, avanzados o no, su participaci�n en actividades espaciales y aeron�uticas se limita a dar respuesta a situaciones que se presentan sin invitaci�n: no se controlan ni dirigen los esfuerzos de manera congruente con un plan para forjar conscientemente el futuro. La ausencia de un programa y de una pol�tica aeroespacial se debe, a mi juicio, a un desconocimiento de la capacidad que la ciencia y tecnolog�a espacial tienen para fomentar el progreso general de las naciones, y en particular, a la err�nea percepci�n de que las actividades espaciales son un lujo exclusivo de pa�ses tecnificados. Sin duda, el argumento m�s frecuente en contra es el de la falta de recursos, pero no creo que eso refleje la realidad, pues s� se han hecho inversiones nada despreciables en temas aeroespaciales, con pocos o nulos resultados, pero sin la coherencia, seriedad y continuidad que requiere cualquier programa estrat�gico de este calibre. Sabemos que pa�ses similares al nuestro han avanzado notablemente en esta direcci�n, como la India y Brasil, que comparten con M�xico una cierta desorganizaci�n econ�mica y social y la presencia de una comunidad cient�fica bastante capaz, en comparaci�n con la de otros pa�ses en desarrollo.

Los casos citados quiz� pueden explicarse porque su actividad espacial es fruto de sus pol�ticas militares que nulificaron las consideraciones socioecon�micas. Ambos pa�ses iniciaron su actividad espacial incursionando en el desarrollo de cohetes lanzadores de uso militar, y gobiernos subsecuentes, m�s sobrios y acordes con una pol�tica de desarrollo social, redirigieron estas actividades a objetivos civiles, como los de comunicaciones, teledetecci�n de recursos y metereolog�a, por ejemplo. En nuestro caso la cercan�a de una gran potencia espacial nos inclin� quiz� a pensar que tal desarrollo acabar�a por trasponer las fronteras y nos har�a part�cipes autom�ticamente. Pero la realidad, siempre tan implacable, es que la tecnolog�a se atrinchera y no pasa las fronteras tan f�cilmente como lo hacen las ideas fr�volas de un cantante, o una moda de ropa o peinado.

Es evidente pues que cualquier desarrollo cient�fico o tecnol�gico tendr� que venir principalmente de nuestros propios esfuerzos y programas, y pasar�amos del campo de los inocentes al de los tontos si esper�ramos lo contrario. Sin embargo, la colaboraci�n seria y, sobre todo, desinteresada debe ser siempre bienvenida y fomentada. Con algunos ejemplos hemos ilustrado ya la importancia de la cooperaci�n internacional.

Analicemos qu� requerimos para un desarrollo en aspectos espaciales: lo primero, y m�s evidente, son los sistemas coheteriles para llegar con nuestra carga �til a la �rbita terrestre. Que cada pa�s desarrolle sus propios lanzadores es caro y poco pr�ctico. Actualmente son muchos los pa�ses. que tienen ya capacidad de lanzamiento a la �rbita; a pesar de los recientes accidentes con el transbordador espacial de Estados Unidos, y con el Ariane europeo durante 1986 y 1987, los esfuerzos, por ejemplo, de la URSS, demuestran la importancia que este pa�s pionero atribuye a la potenciaci�n del cosmos y al instaurar, entre todos los pa�ses con capacidad espacial, una organizaci�n espacial mundial, similar a la que se ocupa de la salud desde la ONU. Nuestros medios para llegar con una carga a �rbita, no son pues un esfuerzo tard�o y aislado, es el de la cooperaci�n internacional con diversos pa�ses dispuestos a ello, hay que evitar una sola relaci�n, ya que esto aumenta nuestra dependencia.

El segundo argumento a favor del desarrollo de un programa espacial mexicano es que esto nos dar�a la posibilidad de alcanzar tecnolog�as avanzadas y conocimientos pr�cticos para una producci�n especializada: a lo largo de esta obra se han dado numerosos ejemplos de c�mo la actividad espacial ha fomentado el avance de campos afines a muchas otras actividades de importancia econ�mica; si retomamos el ejemplo de los materiales nuevos, es evidente que en el futuro se requerir� de una utilizaci�n m�s racional de los materiales para construir equipos cient�ficos, tecnol�gicos y de producci�n; en esa direcci�n, en los estudios espaciales mexicanos se deber� incluir el fomento a la metalurgia, particularmente la no ferrosa, pues, como lo demuestra la pr�ctica de las actividades espaciales en pa�ses avanzados y en desarrollo, los equipos modernos requerir�n de materiales que presenten ventajas en sus relaciones de resistencia-peso y rigidez-resistencia, como ejemplifican las aleaciones de aluminio-litio, las de titanio y tambi�n para ciertos casos, las de circonio; todos ellos materiales abundantes en la amplia gama de recursos naturales de nuestro pa�s.

El prestigio internacional derivado de la conducci�n de programas espaciales adecuados a las condiciones de cada pa�s es un aspecto que no debe descuidarse. M�xico, como otros pa�ses similares, busca entrar al siglo XXI con la imagen, respaldada ampliamente por los hechos, de un pa�s con autodeterminaci�n, lo que implica necesariamente que el pa�s respalde su pleno desarrollo integral con una actividad seria en campos considerados estrat�gicos dentro de la ciencia y la tecnolog�a, en vista de su considerable potencial econ�mico. Asimismo, un programa espacial nacional ser�a una de las semillas de la integraci�n tecnocient�fica latinoamericana, que no puede dejar de ser considerada, sin pagar por ello el costo impl�cito de permanecer en el subdesarrollo.

Otro argumento de importancia se refiere al ejercicio de nuestra soberan�a, que depende, en los aspectos t�cnicos, del conocimiento de nuestros propios recursos, que hoy en d�a se pueden estudiar de manera m�s r�pida, precisa y racional desde el espacio o por medio de t�cnicas de origen espacial.

El impulso que imprimen las actividades aeroespaciales a una amplia gama de proyectos, ajenos en principio a este tema, es en s� uno de los argumentos con m�s significado. En la �ltima d�cada se han identificado varios campos prioritarios para el desarrollo de un pa�s; entre ellos hay una serie de actividades cuyo origen puede el lector asociar f�cilmente con muchos de los diversos proyectos de investigaci�n espacial de otros pa�ses, concretamente con el desarrollo de nuevos materiales, la microelectr�nica y computaci�n, la biotecnolog�a, la exploraci�n de recursos, las comunicaciones por sat�lite, las fibras �pticas, y con la aeron�utica, entre otros. Desde luego el desarrollo de estos campos no puede basarse exclusivamente en un programa espacial; cada uno de ellos debe impulsarse de manera consiente seg�n la necesidad; sin embargo, la pr�ctica demuestra que los avances tienen su origen en los grandes proyectos multidisciplinarios, como lo fue el Apolo para la exploraci�n lunar, y que hoy se simbolizan con la serie de esfuerzos encaminados a la exploraci�n del planeta m�s parecido al nuestro: Marte.

HERRAMIENTAS DE RECUPERACI�N

A estas alturas de la revoluci�n tecnocient�fica, ser�a un error de impredecibles consecuencias quedar al margen del desarrollo espacial. En las llamadas "ciencias de la microgravedad" s�lo hay que ver los primeros resultados de estas investigaciones, para identificar una ciencia que aun estando en formaci�n, proporciona, y con toda seguridad lo har� en el futuro, resultados �tiles para el progreso de �se y muchos otros temas de inter�s pr�ctico y cient�fico. La investigaci�n espacial no es un tema de moda (eso ya pas�); se perfila hoy como una herramienta con potencial comprobado en la producci�n de materiales muy especiales, como en el ya mencionado caso de los f�rmacos y aleaciones de caracter�sticas extraordinarias, que dependen directamente de una o de varias de las condiciones presentes en la fabricaci�n espacial.

Por el lado de los recursos humanos calificados, el pa�s cuenta ya con suficientes investigadores e ingenieros, principalmente en sus universidades y centros de investigaci�n, para abordar un modesto y �til programa espacial, con objetivos centrados en, por ejemplo, la b�squeda de nuevos conocimientos, la captaci�n y aplicaci�n de tecnolog�as aeroespaciales a problemas de �ndole muy variada, que incluya adem�s una valiosa formaci�n de equipos de profesionistas, acostumbrados al h�bito de buscar el mejor dise�o y a innovar, cumpliendo con las m�s estrictas normas de calidad internacional.

Algo menos tangible, en el campo de las ideas, afecta concretamente tambi�n los planes para utilizar la ciencia y la tecnolog�a en todo su caudal en nuestros pa�ses: su identificaci�n como una actividad improductiva, aunque seria, pero vista como un oficio privilegiado y reservado a las mentes superdotadas, que excluyen al resto de la sociedad de saber para qu� sirve su trabajo, y del aprovechamiento de los resultados. Estos conceptos incorrectos, pero firmemente arraigados, no s�lo limitan el acceso al conocimiento de mentes j�venes y m�s pr�cticas, sino que provocan el aislamiento de una actividad tan importante como la ciencia de otras actividades sociales b�sicas como la industria, con lo que se desperdicia una condici�n necesaria para su progreso mutuo. Estas concepciones, que mantienen alejadas a la ciencia y a la tecnolog�a avanzada de la industria, tienen un efecto negativo adicional: la acumulaci�n de industrias atrasadas y de baja productividad, hecho que aletarga al sistema econ�mico general del pa�s y sus posibilidades reales de desarrollarse, y hasta de sobrevivir en el mundo moderno, caracterizado por una dura competencia.

Asimismo, limitando las actividades que pudiera desarrollar nuestro pa�s, est� el hecho de que la informaci�n aeroespacial presentada al p�blico no se orienta a la comprensi�n del potencial ben�fico que esta actividad conlleva. Antes por el contrario, el manejo fr�volo y personalista de esta informaci�n parece corroborar y fortalecer la visi�n de que �stas no son actividades necesarias ni propias de nuestro pa�s. Es muy frecuente en nuestro medio encontrar que un alto porcentaje de ciudadanos no tienen ni idea de la necesidad de realizar investigaciones y estudios espaciales (resultado del tipo y la forma en que esta informaci�n se presenta al p�blico). Existen otras dificultades que impiden que la poblaci�n juzgue correctamente las ventajas de proyectos tecnocient�ficos, aun cuando sean sensiblemente cercanas a cada ciudadano, como el caso de la investigaci�n biom�dica. Acentuando la situaci�n, act�a otro tipo de factores que provienen de la baja escolaridad de la mayor�a de la poblaci�n. Estos factores se manifiestan con las siguientes carencias generalizadas: un muy bajo porcentaje de la poblaci�n conoce las ventajas de utilizar y fomentar una mentalidad cuantitativa, es decir, la gente incurre en comparaciones demasiado vagas para ir formando una opini�n objetiva sobre muchos campos. Esto se puede explicar de manera mas clara por medio de una serie de ejemplos: la mentalidad cuantitativa se manifiesta en la apreciaci�n comparativa de diferentes medidas, por medio de cantidades, como "tantos por ciento"; la gente sabe que hay muchos mexicanos sin hogar, pero no se preocupa por saber o difundir qu� porcentaje de mexicanos no tiene hogar. Estas cantidades son las que permiten actuar, ya que neutralizan las contraopiniones irresponsables, como la de "es que no trabajan". Tampoco se han aprovechado los m�ltiples medios de comunicaci�n, en particular la televisi�n, para familiarizar a nuestros ciudadanos con el manejo de gr�ficas, que muchas veces pueden sustituir una discusi�n complicada; aquello de que una imagen vale m�s que mil palabras se manifiesta claramente con el ejemplo de las gr�ficas. Se utiliza poco tambi�n el expresar la distribuci�n de sucesos en el tiempo, que si bien se emplea mucho en las ciencias e ingenier�as por medio de distribuciones estad�sticas, ni los cient�ficos ni los ingenieros nos hemos preocupado por aprovechar las oportunidades de difusi�n para acostumbrar a la poblaci�n paulatina, pero continuamente, a la comprensi�n y uso de este tipo de representaci�n abstracta. En muchos casos, se podr�a utilizar tambi�n la analog�a y la comparaci�n de costos de diferentes actividades para que la gente capte con claridad el significado de las cifras, sobre todo cuando �stas van acompa�adas de m�s de seis ceros. Decir en televisi�n que se invirtieron 63 000 millones de d�lares en el programa espacial estadunidense entre 1958 y 1972, para la gran mayor�a explica muy poco. Sin embargo, si se expresara esta misma cantidad en el n�mero de viviendas, escuelas, hospitales y centros culturales que se podr�an construir con esa suma, a nadie le quedar�a duda de lo que significan verdaderamente esas cantidades.

Lo m�s sorprendente de todo esto es que no existe ning�n argumento en contra de impulsar la mentalidad cuantitativa en la poblaci�n, pues se tienen los medios, particularmente los canales televisivos culturales que existen —y los que se podr�an iniciar con el uso de los transpondedores latentes del Sistema Morelos de Sat�lites— para fomentar este importante aspecto de la percepci�n de la realidad. Desde luego existen algunos hechos que demuestran la presencia de personas conscientes de la capacidad de la televisi�n para educar; sin embargo, es necesario hacer de esta actividad una pol�tica fomentada por todos los sectores sociales.

Refiri�ndonos de nuevo a los aspectos aeroespaciales, brilla por su ausencia la expresi�n, ya no de una pol�tica nacional sobre la investigaci�n espacial, sino siquiera la de una expresi�n ponderada de los beneficios que este tipo de actividades tendr�an para el pa�s. M�xico, repetimos, no es ajeno a las actividades espaciales. Una parte importante de la actividad econ�mica del pa�s est� basada en los diversos equipos en �rbita. A lo largo del libro se ha hablado de la utilizaci�n de los sat�lites de comunicaciones que vinculan por primera vez a todo el pa�s, de los sat�lites meteorol�gicos que, en combinaci�n con el sistema climatol�gico mundial (que incluye de 15 000 a 20 000 estaciones terrestres), nos permite aprovechar esta informaci�n en actividades tan importantes como la agricultura, la pesca y, hasta donde cabe, en prevenci�n de desastres. Asimismo, los sat�lites de percepci�n remota, y las im�genes que �stos proporcionan, est�n siendo utilizados a un m�nimo de la capacidad que nos corresponde; en la gran mayor�a de los casos, los costos asociados con las im�genes y aun la fabricaci�n de sat�lites de este tipo, quedan plenamente justificados por los efectos econ�micos favorables que esta informaci�n tiene (que superan de decenas a cientos de veces los costos del estudio).

Por �ltimo, cabe recordar otro de los aspectos centrales de este libro, que se refiere a la conducci�n de experimentos en microgravedad. Este es un campo que apenas comienza a dar frutos, y �stos son todav�a de naturaleza especializada, por lo que es m�s dif�cil evaluarlos en comparaci�n con las tres actividades mencionadas arriba. No obstante, estamos a muy buen tiempo para entrar en este nuevo campo, cosa que ya hemos hecho y continuaremos, pero enfrentando un futuro algo incierto la pr�xima d�cada.

EL INVESTIGADOR ESPACIAL EN M�XICO

La mayor�a de los investigadores en nuestro pa�s trabaja en un tema en el que no se cuestiona la necesidad de la propia disciplina, �sta es aceptada como �til. En el caso de los investigadores espaciales, s�lo una parte se acepta como justificada: la que se refiere a sus aspectos geof�sicos, planetarios y astron�micos, que adem�s ya han alcanzado tradici�n seria y robusta.

Para dedicarse a los aspectos m�s aplicados de la ciencia y la tecnolog�a espacial, como los sat�lites de investigaci�n, los experimentos en microgravedad y la fabricaci�n de materiales en el espacio, el marco de referencia y de evaluaci�n cambia sustancialmente. Se carece de una tradici�n, que en nuestro medio puede tomar muchos a�os forjar.

As� pues, el establecimiento y homologaci�n de esta actividad al nivel de otros temas asociados, como la geof�sica y la astronom�a, depender� de su desempe�o inicial y de la seriedad de sus esfuerzos en los pr�ximos a�os. Evidentemente, tambi�n depender� del apoyo financiero que reciba esta �rea, pero este aspecto no es el m�s importante, ya que, en general, es posible definir proyectos que encuentren suficiente financiamiento, cuando �stos justifican su existencia por su relevancia y potencial, aunque se consuma mucho tiempo en lograrlo.

Un punto que adquiere particular importancia en tiempos de crisis econ�mica, es la imagen que de los investigadores espaciales tienen los comit�s de evaluaci�n de los investigadores, ya que de la percepci�n que tengan de la relevancia y seriedad del trabajo espacial, resultan las remuneraciones adicionales, y los apoyos que para intentar sostener el salario se han instituido dentro y fuera de las dependencias de investigaci�n en M�xico. Si, como buena parte de la poblaci�n, perciben el tema espacial como un lujo, propagand�stico y ajeno a las necesidades nacionales, su evaluaci�n resultar� consecuentemente limitada. Esta situaci�n afecta, por factores meramente econ�micos, el inter�s de nuevos investigadores para dedicarse a �ste y otros nuevos campos. Aqu� tambi�n afecta la carencia de una pol�tica espacial nacional, enrareciendo a�n m�s la atm�sfera donde se intentan actividades de vanguardia como �stas.

Por lo pronto y en el futuro cercano, los que ahora dedicamos esfuerzos para introducir la investigaci�n y desarrollo de la ingenier�a aeroespacial, nos encontramos ante autoridades y comit�s que desconocen la importancia de adentrarnos en el campo aeroespacial y pagamos, como tambi�n se paga en los casos de otros campos relativamente nuevos, con remuneraciones inferiores a la que tienen acceso aquellos que laboran en campos con mayor tradici�n y mejor comprendidos, m�s "cient�ficos", digamos, menos "tecnol�gicos".

Aparte de no existir en el pa�s personas capacitadas para evaluar con conocimiento de causa a los investigadores y proyectos aeroespaciales, tampoco existe todav�a un gremio o escuela con presencia acad�mica suficiente, por lo que los contactos con investigadores del tema se reducen a espor�dicas pl�ticas con acad�micos de otros pa�ses, quienes, habr�a que anotar, no siempre sit�an sus consejos y sugerencias en el contexto de la realidad de un pa�s en desarrollo. Este proceso de adaptaci�n reduce a�n m�s, para los investigadores de pa�ses en desarrollo, el principal recurso contra el que se mide el avance de un tema: el tiempo.

LA ORGANIZACI�N DEL TRABAJO ESPACIAL

Se ha se�alado en diversas secciones del libro la necesidad de enmarcar el trabajo de investigaci�n espacial dentro de un programa nacional; sin embargo, al no existir todav�a siquiera una pol�tica espacial, los investigadores interesados en nuestros temas nos hemos visto obligados a organizarnos bajo los auspicios de alguna instituci�n s�lida. Como es natural, en un pa�s que vive una centralizaci�n de las funciones de investigaci�n, se tom� como sede la Universidad Nacional (UNAM) pero sin excluir interesados de otras instituciones, como el Polit�cnico (IPN), el Instituto de Investigaciones El�ctricas, etc�tera. En junio de 1985 se formaliz� con la rector�a de la UNAM el Grupo Interdisciplinario de Actividades Espaciales (GIAE), que ven�a funcionando espor�dicamente desde m�s de un a�o antes. El GIAE qued� adscrito a la Coordinaci�n de la Investigaci�n Cient�fica de la Universidad, y sin contar con instalaciones ni personal propio, funciona con investigadores prestados de varios institutos de investigaci�n y facultades, dentro y fuera de la UNAM.

Entre los objetivos m�s importantes del GIAE, est� el de fomentar la autodeterminaci�n y crear una autosuficiencia creciente en la materia. Como es l�gico, sus v�nculos no s�lo rebasan a la Universidad, sino que incluso se ha realizado una labor fuera del pa�s. As�, el GIAE ha concertado convenios de colaboraci�n con pa�ses como Brasil y la India para desarrollar proyectos conjuntos, y hemos continuado los esfuerzos para incluir a Argentina, la URSS y la Agencia Espacial Europea (ESA), adem�s de que planeamos proseguir el trabajo iniciado en 1985 con la NASA de Estados Unidos. La diversidad de nuestras relaciones responde a la necesidad de mantener la autodeterminaci�n que consideramos indispensable en un trabajo de car�cter estrat�gico, aparte de que ello aumenta nuestros m�rgenes de operaci�n y reduce la vulnerabilidad de nuestros proyectos: a pesar de la corta vida el GIAE, ya vivi� una primera experiencia al quedarse en tierra, cuando menos tres a�os, su equipo listo para vuelo con la suspensi�n de vuelos del transbordador estadunidense. Se estima que los equipos de investigaci�n futuros, a la luz de los convenios ya concertados o en tr�mite, contar�n con varias alternativas para subir instrumentos al espacio y en muchos casos para recuperarlos de la �rbita.

CONTEXTO SOCIOECON�MICO DE LA INVESTIGACI�N ESPACIAL EN LATINOAM�RICA

Ning�n programa de investigaci�n y desarrollo puede darse al margen de la situaci�n social y econ�mica de un pa�s; m�s a�n cuando los pa�ses est�n inmersos en una crisis econ�mica para la cual no parece haber programas de recuperaci�n claros y contundentes. En Am�rica Latina, cualquier actividad nueva o que implique gastos considerables debe ser analizada en cuanto a su potencial en el contexto de la deuda externa, y en el de los programas pol�ticos, que si bien var�an de pa�s a pa�s, comparten en el caso de Latinoam�rica el mismo inter�s: sacar a sus pa�ses del subdesarrollo y encaminarlos en la v�a del crecimiento econ�mico estable.

Para finales de 1987, la deuda de Latinoam�rica alcanzaba cerca de 500 000 millones de d�lares (casi 8 programas espaciales de Estados Unidos), de los cuales 114 000 millones correspond�an a Brasil, 105 000 millones a M�xico, y casi 50 000 millones a la Argentina. Seg�n estimaciones de diversas fuentes, para el a�o 2000 el total de la deuda de Latinoam�rica alcanzar� de 650 a 700 000 millones de d�lares, lo que hoy d�a representa la deuda total de los pa�ses en desarrollo. Como todos sabemos, los pagos de la deuda se vuelven cada vez m�s dif�ciles de saldar, al punto de que buena parte de los economistas, independientemente de su orientaci�n ideol�gica, se acercan progresivamente a la conclusi�n de que la deuda es impagable. Para ilustrar este punto, podemos mencionar que de 30 a 40% del Producto Interno Bruto (PIB) de M�xico se dedica al mero pago de los servicios que esta deuda devenga, por lo que con el porcentaje restante se vuelve cada vez m�s dif�cil invertir en programas que posibiliten el crecimiento econ�mico del pa�s. Esta situaci�n ha generado condiciones de inflaci�n que corroen r�pidamente las econom�as de los pa�ses en desarrollo.

Si bien en 1973 los intereses ascend�an de 3 a 4% anual, para 1983 esta cifra hab�a subido de 22 a 23% anual; esta situaci�n se debe directamente a la desvalorizaci�n del d�lar, que a su vez responde al intento por aumentar la competitividad de sus exportaciones, a su inflaci�n y al aumento de cerca de 50% de los gastos militares que se acentu� desde que Reagan llegara al poder. El dr�stico salto de intereses anuales obliga a que los pa�ses de Latinoam�rica inviertan crecientes cantidades del producto de sus exportaciones para pagos relacionados con la deuda externa, sacrificando su propio crecimiento y pauperizando de manera creciente a sus sociedades. No es necesario ser economista para comprender que esta tendencia es insostenible. Tampoco se requiere ser un pol�tico muy h�bil para comprender que la poblaci�n, en continua p�rdida de su poder adquisitivo, pondr�, tarde o temprano, un alto a esta inaceptable situaci�n.

Entre las soluciones que se manejan como posibles para dicha situaci�n podemos destacar dos: primero, elevar la eficiencia de la econom�a y ampliar la capacidad de exportaci�n; y el segundo se basa en una recomendaci�n esgrimida por el Fondo Monetario Internacional, que sugiere abatir dr�sticamente el consumo y elevar los impuestos y precios, con lo cual se vivir�a en un ambiente permanente de inflaci�n incontrolada a hiperinflaci�n. Por otro lado, la primera soluci�n requiere de una inyecci�n de recursos a las industrias nacionales, lo cual implica poder dedicar parte de las ganancias de su exportaci�n a la modernizaci�n, pero como dec�amos, una vez que se cubren los intereses, queda demasiado poco para realizar tan magna tarea.

Como ejemplo de una medida econ�mica concreta, podemos mencionar los casos de Brasil, que suspendi� temporalmente el pago de servicios de la deuda. Una medida m�s radical y l�gica fue tomada por el gobierno del Per�, que limit� sus pagos de intereses a 10% de los ingresos procedentes de la exportaci�n, con lo que en 1986 el PIB creci� a 8.5%, mientras que al a�o siguiente se mantuvo el crecimiento en 7%, muy por encima de cualquier otro pa�s de Latinoam�rica. Claro est�, estos dos pa�ses, al proceder sin el apoyo concertado de los dem�s deudores, sufrieron solos las contramedidas de los acreedores hasta doblegarlos. Esta medida s�lo funciona cuando se act�a en concierto; entonces s�, la deuda se vuelve no s�lo impagable, sino tambi�n incobrable.

Adicionalmente al dr�stico salto de intereses, se ha dado un fen�meno relativamente nuevo en la econom�a mundial, caracterizado por la exportaci�n de capital privado, de los pa�ses endeudados a los bancos de los pa�ses industrializados. Como ejemplo cabe mencionar el caso de M�xico, que desde 1976 hasta la fecha transfiri� a las cuentas privadas de los bancos de los pa�ses industrializados, principalmente Estados Unidos, 53 000 millones de d�lares, es decir que con esa cantidad de capital que se fuga de la econom�a nacional se hubiera podido pagar la mitad de la deuda nacional. Como si esto fuera poco, en nuestros pa�ses se dan de manera m�s acentuada que en los industrializados, niveles de corrupci�n que encarecen a�n m�s el capital utilizable para el desarrollo, y claro est�, el dinero proveniente de la corrupci�n fluye directamente hacia bancos que, como los suizos y estadunidenses, reciben capitales sin importar la legalidad de su procedencia; por algo en las recientes manifestaciones en Europa en contra del Fondo Monetario Internacional, se mostraban mantas diciendo no m�s blood money, dinero sangriento. Para asociar cifras al aspecto de la corrupci�n, podemos mencionar que, s�lo en Argentina, los fraudes incurridos por banqueros, y directamente por las empresas (hoy d�a enjuiciados) costaron a la Argentina el 10% de su deuda externa.

Tanto en M�xico como en Brasil, las soluciones se refieren a una combinaci�n de las enunciadas al principio de esta secci�n. Por un lado, se dan programas de "modernizaci�n" y de incremento de las exportaciones, y simult�neamente, se trata de complacer los dictados del Fondo Monetario Internacional, recortando el gasto p�blico y permitiendo el aumento incontrolado de los precios, a lo que algunos todav�a llaman "poner en libertad las leyes de la oferta y la demanda". Sin embargo, las cifras dejan muy claro que ninguna de estas dos soluciones por s� solas, o combinadas, podr� permitir a los pa�ses salir de tan grande encrucijada; por lo que economistas de todo el espectro pol�tico est�n llegando a la conclusi�n de que se requiere, antes de cualquier otra medida, un arreglo pol�tico entre deudores y acreedores: es decir, regresan a las tesis b�sicas del "nuevo orden econ�mico internacional". Sobre el arreglo pol�tico las opiniones son tambi�n divergentes; abarcan desde la mencionada proposici�n de que la deuda externa de los pa�ses en desarrollo es no s�lo impagable, sino tambi�n incobrable, hasta las sugerencias de que la soluci�n radica en abrir nuestras fronteras a la libre competencia de las transnacionales. Soluci�n que encierra, por un lado, la p�rdida de la industria nacional debido a su incapacidad de modernizarse en plena crisis y, por otro, la consiguiente p�rdida del control gubernamental de la econom�a. Por supuesto que �sta es la soluci�n que proponen los acreedores. Otro ejemplo, en cuanto a los arreglos pol�ticos para la salida de la crisis, es el novedoso plan de vender la deuda a cambio de bonos, respaldados principalmente por el gobierno estadunidense, que supuestamente aligerar�an la carga impuesta por los pagos, pero que adem�s implica compromisos que deben estudiarse detalladamente para evitar que afecten la soberan�a econ�mica de un pa�s.

Otras sugerencias sobre posibles arreglos pol�ticos flotan en el ambiente; no obstante, si bien pol�ticamente atractivas para los pa�ses deudores, para los acreedores implican un cambio de pol�tica nacional, que hasta estos momentos perciben como condici�n inaceptable. Nos referimos aqu� a la utilizaci�n de los gastos militares ahorrados, como resultado de los acuerdos de desarme. Sobre esto tenemos ya ejemplos palpables, con la firma del tratado sobre la destrucci�n de los cohetes nucleares de alcance intermedio y t�ctico y las armas qu�micas. Si bien el ahorro que resulta del primero implica solamente el 4% del total de armas nucleares, estamos viviendo la elaboraci�n de un tratado mucho m�s amplio que pretende reducir los armamentos nucleares basados en cohetes bal�sticos intercontinentales al 50% de las cifras actuales. A este respecto, diversos grupos de la comunidad internacional sugieren que los montos ahorrados con el desmantelamiento de este armamento pueden concentrarse en un fondo com�n a cargo de la ONU, y que pudiera utilizarse, precisamente, para el financiamiento de la modernizaci�n de las econom�as de los pa�ses en v�as de desarrollo. Quiz� para algunos esta soluci�n carezca de realismo; sin embargo, por primera vez en la historia testimoniamos la destrucci�n de todo un tipo de armamentos, y hoy en d�a se discute la reducci�n de armas que generar�an un ahorro mucho mayor que el manejado actualmente. Esta �ltima reducci�n desatar�a recursos que van de 7 000 a 10 000 millones de d�lares al a�o, y contiene otras propiedades menos evidentes, que tambi�n requieren considerar esta opci�n seriamente. Nos referimos al hecho ya mencionado de que m�s de la mitad de los f�sicos e ingenieros de los pa�ses industrializados trabajan en el desarrollo de la t�cnica militar, lo que hace evidente que con esas sumas de dinero, acompa�adas de tales recursos humanos, �que oscilan entre 2 y 3 millones de especialistas!, pudiera darse un impulso hist�rico al desarrollo de una sociedad m�s justa. Cabe se�alar aqu�, por su repercusi�n favorable al tema de investigaci�n espacial, que la firma de un tratado de reducci�n de 50% de los armamentos estrat�gicos significa la liberaci�n de cuantiosos cohetes impulsores de alta fiabilidad, que hoy descansan in�tilmente en los silos con cargas mort�feras listas para el despegue, pero que pudieran modificarse para lanzar a �rbita equipos de importancia econ�mica y cient�fica en beneficio de toda la humanidad. Para los esc�pticos y c�nicos que piensan que esta soluci�n es ilusoria y hasta alucinante, es necesario recordar que, acompa�ando a los acuerdos de destrucci�n de los armamentos mencionados, se dan una serie de requerimientos en cuanto a la verificaci�n del cumplimiento por ambas partes —este aspecto es quiz� el factor m�s importante que tiene el acuerdo en s�. Si el avance de la ciencia y la t�cnica han hecho posible que los ingenieros de la industria militar desarrollen tan portentoso armamento, a su vez los acuerdos han considerado los medios t�cnicos necesarios, descritos m�s adelante, para comprobar el cumplimiento mutuo y preciso. En el contexto de consideraciones sociopol�ticas, debemos dar su lugar a tan importante hecho sin precedentes: el tratado de eliminaci�n de misiles de mediano alcance incluye, por primera vez, la verificaci�n por cada uno de los firmantes de los sitios de emplazamiento, producci�n y almacenamiento de este tipo de armamento. La combinaci�n de los medios t�cnicos y visitas s�bitas a los sitios mencionados es considerada por los expertos de ambas superpotencias como suficiente para saber, m�s all� de la duda, si se respeta el cumplimiento de los acuerdos. Con este paso se rompe una tradici�n impuesta por los belicistas, que imped�a la verificaci�n directa, dejando siempre lugar a dudas y a desconfianza mutua. Por ello, ��ste es un acontecimiento hist�rico! Si a este tratado se a�aden los que hoy ocupan las mesas de negociaci�n en Ginebra, como las discusiones sobre armas bioqu�micas, espaciales y, pronto, el armamento convencional que devora enormes sumas de capital, aun los esc�pticos, aunque no es necesario incluirlos a todos, aceptar�n que se est� abriendo una nueva v�a en cuanto a las relaciones internacionales. Entre los argumentos m�s socorridos por los militaristas que se oponen al proceso de desarme, destaca el alegato de que una vez puesto en marcha un programa mundial para destruir los armamentos, las econom�as perder�an una parte importante de su quehacer industrial, afectando dr�sticamente el bienestar de sus pobladores. Al respecto nos referiremos a un trabajo desarrollado hace unos a�os por el profesor S. Melman de la Universidad de Columbia de los EUA, que estudia las barreras que supuestamente impiden la conversi�n de la industria y econom�a militar en civil. Entre sus conclusiones principales podemos leer: "Donde hay una industria militar enraizada, la acompa�a una ideolog�a que la considera fen�meno positivo e imprescindible para la seguridad, para consolidar los sectores civiles, crear empleos, y para desarrollar tecnolog�as avanzadas". Pero a�ade que, en realidad, "...la aplicaci�n de la econom�a militar se lleva una parte considerable de la riqueza nacional. Es m�s, reduce las posibilidades de crecimiento de la productividad del trabajo, sobre todo en la industria", ya que la industria militar es menos eficiente que la civil. En principio, las necesidades de defensa justifican los gastos militares, pero en el caso de las potencias nucleares, la defensa no existe. Y se�ala que el desarme no s�lo debe incluir las armas nucleares, ya que son grand�simos los presupuestos dedicados a las fuerzas y medios t�cnicos no nucleares.

Para dar pie a un proceso de desarme realista, Melman hace una serie de sugerencias interesantes que coinciden con algunas elaboradas por sus contrapartes sovi�ticos. En particular, se refiere a constituir comisiones encargadas de planificar el uso alterno de las f�bricas y laboratorios militares; para cumplir esa tarea sugiere adem�s una serie de medidas de apoyo: a) el reciclaje de t�cnicos entre la industria militar y la civil, ya que los primeros no reparan en los gastos de producci�n, mientras que en la civil tendr�n que atender lo relativo al costo y al ahorro; b) reciclaje del cuerpo administrativo para que practique el ejercicio de vender sus productos sin tener asegurada la venta previamente, como ocurre con los equipos militares, ya que el comercio requiere de satisfacer demandas reales; por �ltimo, c) sugiere una migraci�n de administradores e ingenieros hacia la industria civil, pues las cantidades de las industrias militares son excesivas y hace falta que se preparen en puestos en que puedan trabajar en proyectos civiles con una eficacia mucho mayor. Al respecto conviene se�alar, en primer lugar, el destacado caso de Jap�n, que desde la posguerra ha demostrado que los ingenieros de las ramas civiles desarrollan y aplican tecnolog�as nuevas con mayor eficacia que sus colegas en los sectores militares, ya que por cada 30 000 millones de d�lares invertidos en la industria militar, se refleja una baja de m�s de 12 000 millones de d�lares en productos y servicios para la poblaci�n en general. Adicionalmente, en diversos estudios como el citado se sugiere la utilizaci�n tanto de las industrias y de los mismos efectivos militares en tareas que beneficien directamente a sus pa�ses; por ejemplo, para enfrentar calamidades, cat�strofes naturales y ecol�gicas, como se viene haciendo en M�xico desde hace varias d�cadas. Se sugiere, tambi�n, que se utilicen los medios de registro s�smico para aumentar la vigilancia s�smica, como en el caso de erupciones volc�nicas, donde se han podido tomar medidas preventivas, reduciendo considerablemente sus repercusiones en la ciudadan�a. En esa misma l�nea, se citan actividades como el combate de grandes incendios, o la asistencia durante inundaciones; casos en los que se requiere del manejo de grandes cantidades de personas y equipos, en forma coordinada, muy parecida a las operaciones militares. Asimismo se pueden dedicar las organizaciones militares a la regulaci�n de crecidas de r�os, en la prevenci�n y control de contaminaciones accidentales (como en el caso del accidente de Chernobil, y m�s recientemente, con la contaminaci�n accidental del Rin en Europa, cuando se volcaron al r�o inmensas cantidades de desechos qu�micos peligrosos).

Tambi�n es evidente que buena parte de los ingenieros y f�sicos asociados a la industria militar pudieran ocuparse en elevar la fiabilidad de las instalaciones potencialmente peligrosas, como las plantas nucleares; los militares pueden ocuparse tambi�n en la lucha antinarc�ticos, y utilizar su propio equipo, capaz de transitar en cualquier condici�n de terreno y contaminaci�n, para la asistencia en los desastres industriales y naturales, y para la reconstrucci�n de viviendas e instalaciones sociales despu�s de terremotos y del paso de trombas y ciclones.

En fin, las dificultades para dar cauce a un programa de esta magnitud son inevitables, y quienes est�n mejor equipados para sugerir la conversi�n de una industria militar a una actividad civil son precisamente las comisiones formadas dentro de cada industria para planificar el uso alternativo de sus instalaciones. A pesar de las dificultades, no es tan arduo vencerlas, sobre todo en comparaci�n con los peligros que entra�a la militarizaci�n de la econom�a y de la sociedad, que en el mejor de los casos incrementa sin cesar los riesgos de la guerra.

A este respecto podemos citar otro acuerdo importante firmado entre las potencias sobre la puesta en marcha de los llamados Centros de Reducci�n del Peligro Nuclear. Estos centros, que se han comenzado ya a instalar, iniciar�n sus labores con la modesta funci�n de notificar a sus contrapartes sobre el lanzamiento de misiles bal�sticos de ensayo, con tres a cinco d�as de anticipaci�n; en particular cuando las acciones impliquen un riesgo para la navegaci�n en altamar o para el vuelo en corredores comerciales. El acuerdo no descarta que se utilicen tales centros para avisar con urgencia sobre incidentes casuales relacionados con armas nucleares, por aver�a de una carga nuclear o de su portador. M�s adelante, estos centros suponen la ampliaci�n de sus actividades, seg�n los acuerdos que vayan surgiendo entre las potencias. Los centros utilizan instalaciones con la tecnolog�a m�s avanzada, basada en sat�lites y comunicaciones �pticas, y adem�s desarrollan procedimientos id�nticos para el uso, mantenimiento y formaci�n del personal; adem�s de que sostienen reuniones peri�dicas con los representantes de cada centro para discutir el perfeccionamiento de sus procedimientos y equipos.

Por considerarlo interesante y oportuno, recordaremos brevemente algunos de los sistemas que forman la espina dorsal de los llamados "medios t�cnicos nacionales" de verificaci�n mutua, porque aun cuando este trabajo no es un estudio sobre desarme, la gran mayor�a de estas t�cnicas se basan precisamente en el equipo aeroespacial, con el que el lector se ha familiarizado ya. En primer t�rmino, tenemos las plataformas de teleobservaci�n de aplicaci�n militar. Ya hemos descrito algunas de las caracter�sticas de los sat�lites de percepci�n remota, y tambi�n hemos hecho referencia a libros dedicados a este tema; sin embargo, los sat�lites militares se distinguen de los civiles en cuanto a sus alcances e infraestructuras de apoyo:
1) Al hablar sobre los sensores remotos, nos referimos tanto a las c�maras �pticas equipadas con pel�culas de alta resoluci�n, como a las nuevas c�maras optoelectr�nicas elaboradas con base en sensores semiconductores (c�maras de CCD); hoy en d�a estas c�maras pueden captar im�genes de zonas selectas del planeta y detectar, desde 800 km de distancia, objetos del tama�o de un libro; adem�s, ya que los equipos vuelan repetidamente sobre todas las zonas de inter�s militar, por medio de computadoras pueden realizar comparaciones diarias que detectan cualquier cambio ocurrido en una instalaci�n militar.
2) Con otro tipo de sensores, aquellos que funcionan en la banda t�rmica o infrarroja del espectro, se puede detectar incluso equipo mimetizado (con camuflaje) dentro del m�s espeso bosque, pues siempre las creaciones del hombre tienen una temperatura diferente, aunque sea ligeramente, del medio que las rodea.
5) En cuanto al desarrollo del armamento nuclear, que requiere de incesantes pruebas para establecer su fiabilidad y estado de funcionamiento, la ingenier�a s�smica ha desarrollado medios similares a los sism�grafos convencionales, que son capaces de detectar y registrar hasta la m�s peque�a explosi�n nuclear.
6) Por �ltimo, existen medios para comprobar el tipo de carga, en particular del armamento nuclear, que transporta un barco y hasta un submarino. Para esto se utilizan helic�pteros y aviones equipados con aceleradores port�tiles de part�culas nucleares, que generan un haz concentrado de neutrones de alta energ�a que irradia el blanco bajo estudio; los neutrones provocan reacciones de fisi�n dentro de las ojivas nucleares de los misiles, lo que en consecuencia genera nuevos neutrones y rayos gamma que pueden ser detectados por el equipo de observaci�n. Con estos medios se pueden detectar no s�lo la presencia, sino tambi�n la capacidad de estas ojivas nucleares. Cabe aclarar que tambi�n es posible realizar, aun con mayor facilidad, este tipo de detecciones en cuanto a armamento en el espacio, pero con la ventaja de que por estar al vac�o se logran resultados a distancias mucho mayores. S�lo para prop�sitos de detecci�n remota, los Estados Unidos gastan cerca de 15 000 millones de d�lares al a�o en equipo de verificaci�n de alta tecnolog�a; y como dec�amos, los expertos de Estados Unidos y de la URSS est�n de acuerdo en que la combinaci�n de los Medios T�cnicos Nacionales y las visitas s�bitas a las instalaciones de la contraparte, son suficientes hoy en d�a para verificar el cumplimiento de los tratados.

Estoy convencido de que los acuerdos firmados recientemente incluyen, por medio de la verificaci�n in situ de las instalaciones de su contraparte, una situaci�n cualitativamente nueva, que da lugar a los primeros procesos serios sobre desarme, y que a la vez hace posible que los habitantes de la Tierra finquen en un hecho concreto su primera esperanza sobre el control de armamentos. Resta desde luego incluir dentro de las negociaciones sobre desarme el compromiso de desviar los gastos que se asignaban al desarrollo y mantenimiento de la estructura militar hacia la preparaci�n de programas que, de manera eficaz, hagan posible la modernizaci�n de las industrias de los pa�ses en desarrollo, para lo que habr�n de dise�arse nuevas estructuras de intercambio comercial, que a su vez permitir�n hacer de este proceso inicial una pol�tica permanente que supere los intereses particulares y exclusivos de cada naci�n en aras del beneficio de la humanidad. Tenemos que detener la autoestrangulaci�n econ�mica por gastos militares.

Desde el momento mismo en que se cre� el primer explosivo at�mico, el hecho impon�a una responsabilidad, que si bien ha tardado casi 40 a�os en percibirse diariamente, debido a su contundencia l�gica se est� convirtiendo en una idea aceptada por una cada vez mayor proporci�n de los pol�ticos, cient�ficos, ingenieros y aun militares. La responsabilidad a la que nos referimos se manifiesta si percibimos a nuestro planeta como una nave c�smica en donde las acciones de unos afectan directamente los derechos de los dem�s. Por cuestiones de enfrentamiento ideol�gico, es posible que se requiere esperar una o m�s d�cadas para que comience a materializarse una instituci�n de autoridad respetada por todos los pa�ses. Es indispensable que el mundo abandone la concepci�n de que es necesario el enfrentamiento armado para la soluci�n de los problemas entre los pa�ses, y que alcance un concepto muy superior que establezca la negociaci�n, el arreglo y la puesta en pr�ctica de compromisos para la soluci�n de los problemas, antes resueltos con la intervenci�n b�lica.

Quiz� como base para implantar esta pol�tica mundial se requiera en un principio de directrices de car�cter general, como aquellas de considerar a la guerra, comenzando por la guerra nuclear, como un medio inaceptable para extender la influencia pol�tica y econ�mica de un pa�s. Por eso en la actualidad el reto m�s importante que enfrentamos todos y cada uno de los pobladores de la Tierra es impulsar el desarme, pero en particular la tarea corresponde a los cient�ficos e ingenieros que pueden conducir, sin ninguna duda, que es imposible que en una guerra nuclear alguien resulte vencedor.

Los c�lculos que han hecho los especialistas en relaci�n con las repercusiones de una guerra nuclear, aun limitada, arrojan datos de un escenario totalmente desconsolador: el "invierno nuclear". Este estado clim�tico alcanzar�a, seg�n los cient�ficos, temperaturas de -15�C en el ecuador, y por lo tanto, temperaturas a�n m�s bajas en las partes fr�as del planeta. El invierno nuclear ser�a resultado directo de la inyecci�n de inmensas cantidades de polvos y part�culas provenientes de la combusti�n de ciudades, bosques, industrias y territorios enteros: cosa de la que son capaces de sobra las ojivas nucleares de la actualidad. Las part�culas en suspensi�n atmosf�rica interferir�an con la insolaci�n de la superficie terrestre, impidiendo el calentamiento diario que mantiene las temperaturas de la superficie tal y como las conocemos.

Cuando una sociedad, y espec�ficamente, cuando la sociedad entera del planeta perciba la gravedad de las repercusiones de una guerra nuclear (que desde luego implica el fin de la vida por muchos miles de a�os sobre el planeta), despertar� una conciencia que nada tiene que ver con las naciones, sino con el futuro mismo de la humanidad y de la gran mayor�a de los seres vivos. A pesar de las grandes contradicciones ideol�gicas, econ�micas y pol�ticas de los bloques este-oeste, el instinto de sobrevivencia, arraigado profundamente en la estructura del pensamiento humano, debe dominar sobre cualquier otro instinto y generar una conciencia clara de las situaciones sin precedente que enfrentamos.

Hay quienes a pesar de la contundencia de los datos sobre el invierno nuclear sue�an con la posibilidad de conducir una guerra nuclear limitada; sin embargo, en la historia del armamento militar no se conoce ning�n caso de autocontrol en donde alguna de las partes del conflicto haya decidido no utilizar el armamento m�s poderoso a su alcance. M�ltiples discusiones entre militares de la posguerra llegaban al acuerdo de que no eran necesarios los ataques at�micos sobre las ciudades japonesas, puesto que el curso de la guerra llevaba una direcci�n indudable hacia la derrota de la �ltima potencia del Eje, Jap�n. Sin embargo, la historia demostr� que en manos de militares y pol�ticos irresponsables, como los que hoy d�a se observan por decenas, la mentalidad destructora se impuso ante la l�gica m�s elemental. El futuro no tiene por qu� ser diferente.

Entre los m�ltiples sectores de la sociedad actual, los cient�ficos e ingenieros tienen una responsabilidad adicional por el conocimiento que poseen de las repercusiones de una guerra como �sta, por lo que a la vez sobre ellos recae la responsabilidad de utilizar sus conocimientos para informar al g�nero humano sobre las responsabilidades que enfrentamos. No es suficiente que la ciencia busque el conocimiento y la verdad, sino que es necesario que aceptemos como parte de nuestras tareas diarias el difundir todo tipo de informaci�n y no s�lo de las ciencias naturales, sino tambi�n de las sociales. Adicionalmente, debemos procurar que esta informaci�n alcance a todo habitante del planeta para generar con ello una conciencia general sobre los imperativos ecol�gicos, es decir, sobre el conocimiento y manejo responsable de nuestro medio, as� como sobre los aspectos de moralidad y pol�tica que la informaci�n cient�fica puede brindar. En pocas palabras, decimos que la responsabilidad de los cient�ficos e ingenieros que desarrollan todo tipo de armamentos debe convertirse progresivamente en una conciencia generalizada que tenga como prop�sito fundamental acabar con el armamentismo.

Sin embargo, este cambio radical de pol�tica internacional demanda un esfuerzo tal, que es f�cil dudar de que pudiera alcanzarse. Pero, por otro lado, existe un antecedente hist�rico que demuestra que la humanidad, aun de manera aislada, ha tomado medidas radicales en aras de la sobrevivencia. Nos referimos en particular a cuando, hace miles de a�os, por alguna raz�n muchos de los grandes mam�feros de la �poca, como los mamuts, perecieron en un periodo relativamente corto de tiempo. En aquel entonces, s�lo un sector de la humanidad respondi� adecuadamente al reto, cambiando sus medios de subsistencia, y de la caza pas� a la agricultura y la ganader�a. Aunque el hombre sobrevivi� a esa importante crisis, la humanidad perdi�, seg�n estiman especialistas, cerca del 90% de su poblaci�n, aquellos que no supieron adaptarse.

El futuro, pues, nos presenta una puerta en cuyo r�tulo se lee ADAPTACI�N. Primero, para sobrevivir, usando la organizaci�n social, la ciencia y la tecnolog�a para resolver racionalmente los problemas que enfrentamos: la destrucci�n ecol�gica, el cambio clim�tico generalizado, la p�rdida de zonas agr�colas, bosques y selvas. Segundo, para una utilizaci�n m�s justa de los recursos mundiales: los mares, sus recursos alimenticios, minerales —sobre todo en aguas internacionales—, la exclusiva �rbita geoestacionaria, las grandes superficies boscosas —el Amazonas—, la atm�sfera, sus propiedades vitales, y los dep�sitos minerales escondidos en la geolog�a. Todo esto y m�s es patrimonio de la humanidad, y como tal debemos administrarlo. Y como ejemplos pr�cticos del intento por la aplicaci�n de este raciocinio, quiz� para algunos ut�pico, est�n la Ant�rtida, los corredores a�reos, los sitios declarados patrimonio de la humanidad, como: Teotihuac�n, Monte Alb�n, la gran Muralla China y las reservas animales del �frica. Tercero, la adaptaci�n nos debe impulsar en el camino de la negociaci�n y el acuerdo, para disminuir a los valores m�s bajos posibles la p�rdida de recursos en actividades morbosas, como el armamentismo como pol�tica alterna, el crimen y la represi�n de las ideas justas y humanitarias. Por lo pronto, cada pa�s tiene el futuro en sus manos; las herramientas que use y desarrolle, y los conceptos que orienten sus objetivos, decidir�n si sobrevive. Parece que una vez m�s nos enfrentamos a una amenaza mundial. Los cambios que hemos provocado en nuestro ambiente requieren de acciones contundentes y atinadas. Como ejemplo basta un bot�n: la notable ca�da en la proporci�n de ozono en la Ant�rtida, demostrada ya claramente, puede inducir cambios en cuanto a la radiaci�n que llega a la superficie, y cuyos efectos ser�an nefastos para la vida en la Tierra. Pienso que son las herramientas tecnocient�ficas actuales, y muchas otras que se desarrollar�n sin parar, las que, como en el caso del cazador que abandona la lanza para tomar el azad�n, o que utiliza el metal o mineral que usaba en la caza, para confeccionar el implemento agr�cola, lo har�n sobrevivir al cambio ambiental: una reorientaci�n de recursos, que dif�cilmente pueden salir de otro concepto que no sea el desmesurado y costoso armamento.

�Acaso no podemos, con tanta civilizaci�n y cultura, cambiar las herramientas b�licas —las que hoy se siguen usando para continuar la pol�tica por otros medios— por las herramientas que detengan el deterioro de nuestro �nico hogar? Creo firmemente que s�, pero primero hay que acostumbrarse al concepto de adaptaci�n, y luego, pronto en t�rminos hist�ricos, pasar a la acci�n. Invertir lo ahorrado en armamento en acciones para el desarrollo integral, soluci�n al hambre y la salud, a la educaci�n y a la vivienda. �De qu� nos sirve tanta tecnolog�a si no damos salida al desarrollo general? Finalmente, al buscar soluciones y seleccionar las herramientas id�neas, nos percatamos de una situaci�n real: la naturaleza de todos los cambios inducidos en el ambiente es de car�cter global, a todos nos afectan, de modo que la soluci�n tiene que ser, por definici�n, global. Entre las herramientas m�s poderosas y globales, una de las m�s generales es aquella que surge como resultado de la investigaci�n espacial. Con ella, entre muchas otras cosas descritas a lo largo de este trabajo, podemos: comunicarnos al instante con todo el planeta, supervisar los cambios clim�ticos y los de la delicada qu�mica atmosf�rica, y poco a poco aprender a disminuir los estragos que generamos.

En esto estriba, paciente lector, la necesidad de conocer y saber utilizar la ciencia y la t�cnica espacial. Son, como la microelectr�nica, la biotecnolog�a y los nuevos materiales, herramientas de nuestro tiempo, y no un lujo.

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