V. EL COMPLEJO VITAL

YO Y MIS CIRCUNSTANCIAS

TAN CERTERO como conocido el apotegma de Ortega y Gasset: yo soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas no me salvo yo. Tarde como siempre, pero a�n a tiempo de salvarlas y salvarnos, hemos entendido que el apotegma tambi�n se aplica a nuestras relaciones con las circunstancias f�sicas y biol�gicas en que nos movemos con nuestro medio ambiente, nuestro entorno ecol�gico. El hombre posee talento especial para cometer una estupidez tras otra hasta llegar al borde de un abismo; entones recapacita, se echa hacia atr�s y empieza a dirigirse a otro precipicio en el cual tampoco va a caer... probablemente.

Todo ser vivo interacciona con su ambiente f�sico. Cierto que los animales superiores hemos desarrollado sistemas de aislamiento y protecci�n: mi cuerpo se mantiene a 36.5� C sea invierno o verano; mi sangre var�a muy poco en su acidez y su salinidad aunque mis alimentos cambien. Las plantas superiores han seguido otro camino evolutivo: flexibilizar su anatom�a y fisiolog�a reprimiendo o desreprimiendo genes, con lo que apresuran o suspenden la germinaci�n, la floraci�n, la ca�da de las hojas, etc., acopl�ndose al clima (v�ase, en el cap�tulo III, La regulaci�n de la vida, el apartado "Un sistema previsor"). Lo que aqu� interesa narrar son los fen�menos que muestran las poblaciones con respecto a su entorno ecol�gico, no los cambios individuales.

Existen muchos tipos de relaciones entre una planta superior y su entorno biol�gico. Puede ser presa de animales herb�voros, o bien aislar a diversos animales sirviendo de guarida o de soporte a sus nidos. Puede ser atacada por par�sitos, hongos, bacterias o virus que se alimentan de sus tejidos y excretan toxinas que le causan la muerte, o bien puede servir de "casa de hu�spedes" u hospedera a par�sitos que pasan en ella parte de su vida sin causarle da�o considerable, como el hongo de la roya o chahuixtle, que vive en el agracejo (Berberis) sin da�arlo, pero cuando pasa al trigo causa la ruina del agricultor.

Un caso interesante de la asociaci�n planta-animal es la intioducci�n de conejos a Australia, que dio lugar a un problema terrible, pues al carecer de enemigos naturales y dada su alta tasa de reproducci�n, la poblaci�n conejil creci� de modo incontrolable, volvi�ndose un azote para la agricultura. La introducci�n del nopal present� exactamente el mismo problema y por la misma raz�n: no hab�a insectos que lo comieran. Pues bien, un bi�logo se dedic� a recoger las bolitas excrementicias de los conejos y encontr� que contienen muchas semillas de tuna o nopal y que, adem�s, su paso por el intestino del conejo hab�a favorecido su germinaci�n. De modo que los conejos comen las tunas y luego ayudan a dispersar y germinar las semillas para que haya m�s tunas y m�s conejos. Un hermoso caso de comensalismo planta-animal que mantiene ocupados y de mal talante a los granjeros australianos.

Las semillas de las plantas pueden tener pelillos, alas u otras estructuras que ayudan a su dispersi�n o, por el contrario, estar encerradas en pesados frutos que gustan a los p�jaros que las comer�n y arrojar�n luego en alg�n lugar distante. Las plantas, al reproducirse, forman comunidades vegetales. La comunidad vegetal, como un todo, est� acoplada al ritmo estacional. As�, un lugar determinado puede ser un jard�n pleno de flores o un yermo seg�n sea �poca lluviosa o de sequ�a, o estaci�n invernal o primavera. Dentro de la comunidad vegetal y dependiendo de ella bulle la vida animal, desde aves y mam�feros hasta microorganismos y lombrices bajo tierra, pasando por insectos, ar�cnidos y miri�podos.

Si en lugar de un �rea relativamente peque�a se recorre una regi�n muy extensa se observar�n muchas comunidades vegetales diversas, pero si se encuentran en el mismo marco de latitud y altitud, todas mostrar�n los cambios estacionales, el acoplamiento con el medio f�sico y tambi�n el de las comunidades entre s�, una integraci�n a nivel poblacional que da a toda vegetaci�n regional una "cara", una facies ecol�gica caracter�stica. As� se forman las grandes asociaciones vegetacionales: bosque de pinos, bosque mixto, bosque de hoja caediza, selva lluviosa siempre verde, pradera, sabana, desierto. Estas grandes asociaciones incluyen muchos tipos de comunidades y cientos de diferentes especies que se integran en un todo com�n.

Viajando de norte a sur se pasa a trav�s de las asociaciones vegetacionales dichas, desde el bosque de pinos hasta la selva siempre verde si se va por regiones lluviosas, pues ah� la temperatura es la limitaci�n o hasta el desierto si la limitaci�n es la lluvia. Los mismos tipos de vegetaci�n se pueden encontrar en un viaje corto si se asciende a las altas monta�as tropicales. Viajando de Veracruz a M�xico, sin salir de la misma latitud, se empieza atravesando tierras que antes fueron selva y hoy son cafetales y otros cultivos del tr�pico, se pasa por bosques de clima templado, con �rboles grandes de liquid�mbar, y en lo alto de la Sierra Madre se encuentra el bosque de pinos. La importancia de la humedad como restricci�n del tipo de asociaci�n vegetal se hace patente al tramontar la Sierra. La vertiente oriental que mira al Golfo de M�xico recibe los vientos que vienen del mar cargados de humedad y al descargar ah� la lluvia dan origen a los bosques; la vertiente occidental es recorrida por vientos ya carentes de humedad y por eso es �rida; a su pie se conforman valles des�rticos como el de Tehuac�n.

LOS HILOS DE LA VIDA

Las interrelaciones que se establecen entre los miembros de una comunidad biol�gica, plantas y animales, son interesant�simas. La ciencia que las estudia es la ecolog�a y como el sujeto de estudio son los seres vivos se ha considerado una rama de la biolog�a; pero dado que las plantas dependen de las caracter�sticas del clima y del suelo no es posible ser ec�logo sin conocer algo de geolog�a, mineralog�a y climatolog�a. Por otra parte, los cambios que ocurren en la comunidad por variaci�n de las poblaciones de las especies deben estudiarse con determinados par�metros (natalidad, mortalidad, etc.) y m�todos estad�sticos; por lo tanto, el ec�logo debe estar bien preparado en biometr�a. Por ello, en los �ltimos a�os se ha hecho evidente que la ecolog�a no es una rama de la biolog�a sino un campo del saber que utiliza diversas ciencias pero que por sus procedimientos y metas debe considerarse una ciencia aut�noma. As�, Medawar en su jerarquizaci�n de las ciencias separa la ecolog�a de la biolog�a y la agrupa junto con la sociolog�a (v�ase Studies in the Philosophy of Biology, Ayala y Dobzhansky, University of California Press).

Uno de los v�nculos m�s conocidos que se establecen entre los miembros de una comunidad biol�gica es la cadena alimenticia. Una especie dada de planta es comida por los conejos que a su vez son devorados por los coyotes; o bien ciertas semillas son comidas por los gorriones que son presa de los gavilanes. Las cadenas se cruzan y recruzan entre s�: gorriones y ratas pueden competir por una clase de semillas; gavilanes y b�hos compiten con las serpientes en la cacer�a de roedores como ratones y conejitos. Este entrecruzamiento de cadenas o hilos forma una red o tejido que Storey trata de modo muy interesante en su libro La trama de la vida (Fondo de Cultura Econ�mica).

Pero cualquiera que sea el tipo de comunidad biol�gica, incluso si es acu�tica, y sin importar qu� cadena alimenticia se considere, el problema b�sico para el ser vivo es el del mantenimiento de la materia y la energ�a de su organismo. El �nico tipo de ser vivo autosuficiente es la planta verde que rehace su cuerpo con el bi�xido de carbono del aire y el agua y sales del suelo y que funciona con energ�a solar (lum�nica realmente). La planta verde es el productor en la cadena alimenticia; es el punto de partida y ser� consumida por animales herb�voros que son los consumidores primarios; �stos pueden ser presa de carn�voros, que son los consumidores secundarios. Al final siempre hay un cad�ver pues todo lo que vive muere. Pero la vida siempre resurge: el cad�ver es utilizado por las bacterias que lo desintegran y devuelven al suelo los elementos qu�micos; son los reintegradores. Entonces una plantita absorber� esas sales y se iniciar� una nueva cadena alimenticia, un nuevo hilo en la siempre renovada trama de la vida.

La materia forma un ciclo: sale del suelo y a �l regresa. El ciclo del nitr�geno, elemento principal, se consider� en el cap�tulo II (La materia viviente, apartado "Comiendo suelo"), pero hay tambi�n un ciclo del f�sforo, del potasio y de cada uno de los elementos del cuerpo vegetal. Pero la energ�a no forma ciclo: es utilizada y degradada. No se destruye pero se torna inutilizable para el ser vivo. Esta p�rdida constante de energ�a es compensada por un ingreso a cargo de la planta verde que utiliza energ�a de la luz, en el campo de la luz solar, para sintetizar alimento al transformar la luz en energ�a qu�mica. Es, por as� decirlo, el bastidor donde se sostiene la urdimbre, la trama de la vida.

El hombre ha llegado a conocer y manipular tantos procesos que a veces cree saber m�s de lo que realmente entiende; sirva de ejemplo lo sucedido en Kaibab (Nuevo M�xico). En el bosque de Kaibab hab�a un reducido n�mero de venados y para aumentarlos se decidi� matar a sus predadores: pumas, lobos y coyotes. El resultado fue que los venados pasaron de 4 000 en 1905 a casi 100 000 en 1925; la vegetaci�n empez� a escasear y los venados peque�os o d�biles empezaron a morir de hambre; luego el forraje casi desapareci� y el bosque se deterior� tanto que en 1939 se tuvo que intervenir con cautela restituyendo predadores y eliminando el exceso de venados para restablecer el equilibrio destruido pues el hombre, en su ignorancia, no consider� que los pumas y lobos, al mantener el equilibrio natural, estaban realmente protegiendo a la comunidad de venados.

Todas las especies llevan una capacidad de reproducci�n capaz de destruir el equilibrio y la organizaci�n de la comunidad. Esta capacidad es, finalmente, autodestructiva; el hombre, ser biol�gico, comparte esta caracter�stica. Todo sitio geogr�fico particular puede sostener un cierto n�mero m�ximo de individuos de tal o cual especie; esto es lo que se llama capacidad de carga y el concepto se aplica tambi�n a la especie humana. El hombre ha aprendido a dominar muchas enfermedades y carencias del medio, por lo que el crecimiento de la poblaci�n humana ha sido verdaderamente explosivo en algunos sitios en los �ltimos a�os. El hombre cree escapar de las leyes naturales aplicando la ciencia y la tecnolog�a pero lo que ha logrado es tener una sobrepoblaci�n con problemas muy serios y dif�ciles de resolver porque, qui�ralo o no, es un sujeto ecol�gico m�s. No es posible, por elemental solidaridad humana, suprimir los servicios del socorro m�dico y de asistencia social para que los mecanismos naturales de lucha por la vida y muerte mantengan a la poblaci�n en sus niveles naturales, en equilibrio con la capacidad de carga; pero s� es muy razonable propugnar por un control de la natalidad. En muchos pa�ses es ya urgente conciliar el respeto a la libertad individual con medidas que limiten el crecimiento de la poblaci�n.

EL IMPACTO DEL HOMBRE

Sin duda se han cometido muchos errores en el manejo del medio ambiente; algunos por un mal entendido deseo de mejorar las cosas, en otros casos por ignorancia y tonter�a pura y en muchos otros por ego�smo y af�n de lucro. Por supuesto, siempre han existido tontos, ambiciosos e irresponsables, pero ahora se suma la sobrepoblaci�n y los medios t�cnicos. Un hombre con un hacha no puede realmente causar mucho da�o a un bosque extenso y bien poblado, pero veinte hombres armados con sierras el�ctricas, tractores y poleas para mover los troncos acabar�n con el bosque en poco tiempo; una familia no ensuciar� demasiado el prado en su d�a de campo, pero veinte familias acampando en �l, arrojando bolsas de pl�stico no degradable y envases diversos y llenando el arroyuelo de desperdicios y detergentes convertir�n el prado en un muladar.

Afortunadamente muchas personas han cobrado conciencia del peligro, tomado posiciones decididas y luchando por salvar el medio ambiente. Por desgracia nunca faltan los que toman posiciones extremas, los alarmistas, que no encuentran sabor a la vida si no la viven en continuo sobresalto, los que todo lo ven en blanco y negro.

As� como es muy diferente un naturalista, cazador de bichos y colector de plantas, de un naturista, consumidor de frutas y amante de los ba�os de Sol al desnudo, habr� que diferenciar entre ec�logos y ecologistas. Un ec�logo es un profesional cuyos juicios, es de esperarse, ser�n fundamentados, meditados y equilibrados, como deben ser los juicios cient�ficos; un ecologista, es un amante de la naturaleza m�s o menos enterado de algunos conceptos ecol�gicos que siente que su deber es preservar en lo posible las condiciones naturales. Esto es plausible, pero no tanto si la emotividad lleva a extremos; a falsear los hechos, arg�ir con estad�sticas inventadas y asustar a la gente con peligros que no existen o que son poco probables. Del hecho cierto de que existen insecticidas peligrosos deciden que el manejo de estos productos siempre causa alguna muerte; del abuso de los fertilizantes sint�ticos llegan a la absurda proposici�n de que las hortalizas producidas con su ayuda son menos nutritivas que las producidas con abonos org�nicos, como si pudiera haber dos tipos diferentes de mol�culas de sacarosa o de vitamina C.

Debe agradecerse a los ecologistas que hayan gritado a voz en cuello lo que muchos ec�logos hab�an dicho con la voz quieta y susurrante de los acad�micos, pues era preciso que las personas fueran conscientes de los actos criminales que muchos industriales, comerciantes, t�cnicos y otros individuos cometen. La contaminaci�n de r�os con desechos t�xicos, el abuso y mal uso de plaguicidas peligrosos, la tala irracional de los bosques; �stos y muchos otros abusos deb�an combatirse y es gracias a los ecologistas, en buena parte, por lo que los gobiernos han tomado medidas que reprimen los abusos; la t�mida voz de los profesores universitarios tiene poco peso pol�tico. Desafortunadamente, animados por sus �xitos los ecologistas plantean demandas sin dar soluciones alternativas. Es f�cil decir ''no se talen los bosques'' si no se toma en cuenta los miles de habitantes rurales sin tierra; es f�cil decir "no se usen insecticidas" si se hace caso omiso de los miles de toneladas de alimentos perdidos por una poblaci�n ya hambrienta a causa de las plagas agr�colas.

En M�xico —y sin duda en otros países— el problema se complica porque adem�s de los binomios ec�logos-ecologistas y naturalistas-naturistas hay antrop�logos y antropologistas: el antropologista es aqu�l para quien todo rasgo cultural propio del indio americano es superior al del europeo (o m�s o menos europeo, criollo o mestizo). Los antropologistas creen que el ma�z debe sembrarse con ayuda de la coa, no del arado, ni tan siquiera de una pala pues la pala no es aut�ctona. En el norte del pa�s hay muchos agricultores con problemas t�cnicos y socioecon�micos pero jam�s se acercan a ellos los antropologistas; tal vez porque carecen de inter�s folkl�rico o porque son descendientes de los mexicanos que lucharon por la tierra contra apaches y comanches.

Hay ejemplos de esfuerzos serios para resolver los problemas de contaminaci�n o destrucci�n de los recursos bi�ticos; tal es el control biol�gico, t�cnica que est� en el coraz�n de todo ecologista. Consiste en usar agentes naturales, como insectos carn�voros o enfermedades espec�ficas contra las plagas de los cultivos; la base te�rica es que cada especie tiene sus enemigos naturales, la dificultad radica en que estos enemigos tambi�n pueden atacar a los insectos ben�ficos a otros cultivos o especies �tiles.

Aplicar un control biol�gico no es empresa f�cil. Sup�ngase que se tiene una planta que lleva en sus hojas un principio insecticida. Para impedir que alguna compa��a trasnacional de agroqu�micos —ente que provoca pesadillas al ecologista— se apodere de ella e imite la mol�cula por s�ntesis qu�mica, se da al agricultor la siguiente t�cnica: colectar plantas, macerarlas en agua o hervirlas, con este agua rociar las plantas cultivadas para precaverlas de las plagas. Parece perfecto pero el principio insecticida estar� tan poco concentrado —siempre es as�— que ser� preciso usar muchos gramos de planta por litro de agua y para rociar todo el campo cultivado se necesitar�n muchos litros de soluci�n. Por tanto, si el labriego posee diez hect�reas, deber� pasarse dos terceras partes de su tiempo recolectando la especie insecticida, o evitar tan penoso esfuerzo sembrando cinco hect�reas con su cultivo y otras cinco con el remedio para tener la cantidad necesaria: no es muy brillante el negocio. Sin embargo vale la pena seguir los estudios en esta direcci�n pues hay casos de gran inter�s (v�ase un libro de Rice, Pest control with nature's chemicals, University of Oklahoma Press).

Algunas plantas superiores producen sustancias que van al suelo, donde inhiben la germinaci�n o el crecimiento de la ra�z de otras plantas. Este fen�meno, llamado alelopat�a, se ha encontrado tambi�n en especies cultivadas que por s� mismas se defienden, hasta cierto punto, de la competencia con las malezas; en la actualidad este aspecto ya se toma en cuenta en los programas de mejoramiento gen�tico en pepino y en otros cultivos alelop�ticos. Tambi�n se ha pensado en programas de selecci�n de plantas silvestres que contengan sustancias insecticidas o fungicidas con la mira de obtener una variedad que posea dichos productos en una concentraci�n tal que resulte econ�mico cultivarlas y explotarlas comercialmente.

En la actualidad existen en el mercado algunos "h�bridos" de herbicida (bentaz�n) con esporas de hongo (Colletotrichum) para atacar algunas malezas espec�ficas sin da�ar al arroz ni a la soya; es claro que esto no se logra f�cilmente pues el hongo usado debe poseer estabilidad gen�tica para que no ocurra una mutaci�n y empiece a atacar al cultivo, y debe tener flexibilidad ecol�gica para que funcione en diversos climas y haya posibilidades econ�micas de venderlo.

De esta manera, una sana y racional preocupaci�n por los problemas del medio ambiente puede satisfacer a las personas asustadas justamente por la contaminaci�n de los campos, aguas y alimentos.

Entre los ecologistas se encuentran muchas personas que definitivamente temen al progreso y por razones religiosas o filos�ficas, o por simple inclinaci�n natural desear�an volver a una vida sencilla y primitiva. Estas personas son naturistas con un fondo moral y se acogen al movimiento ecologista que es o deber�a ser otra cosa. Respecto a la definici�n entre naturalistas y naturistas y ec�logos y ecologistas deben dejarse en claro dos puntos fundamentales (una definici�n entre antrop�logos y antropologistas quedar� para otro lugar).

El primer punto es que la ciencia y la tecnolog�a no tienen contenido �tico por s� mismas; son sus fines y la manera en que se aplican lo que est� sujeto a juicios de valor moral. Dice Octavio Paz (Tiempo nublado, Seix Barral) que "las religiones son lo que las lenguas para Esopo: lo mejor y lo peor que han inventado los hombres. Nos han dado al Buda y a San Francisco de As�s y tambi�n a Torquemada y a los sacerdotes de Huitzilopochtli". Lo mismo se puede decir de la ciencia: nos ha dado terribles instrumentos de muerte como los gases asfixiantes y la bomba at�mica y nos ha dado los analg�sicos, los antibi�ticos (�puede pensarse en una amputaci�n sin anestesia ni penicilina?) e inumerables m�quinas que hacen la vida menos dif�cil y penosa.

El segundo punto es que, de modo irrecusable, Cultura se opone a Natura. Sin duda los ecologistas del Neol�tico vociferaron contra los primeros agricultores que arrojaban en un campo muchas semillas de una misma especie pues estaban rompiendo el equilibrio natural. Los ecologistas de la Alta Edad Media dir�an horrores sobre los monjes que desmontaban Europa —toda ella era un bosque— para cultivar las tierras. En el Renacimiento alg�n ecologista debi� enojarse mucho con Leonardo da Vinci por inventar un artefacto para drenar pantanos, pues iban a desaparecer ecotipos de ranas y serpientes. Cultura se opuso a Natura desde que el cazador del Paleol�tico labr� y afil� una piedra y la insert� luego en un palo para tener un arma. Habr� que buscar un justo medio entre la posici�n de los que aplauden todo nuevo invento o aplicaci�n tecnol�gica y la posici�n de los que ven la salvaci�n del mundo en un regreso a la "vida natural" sin aparatos ni t�cnicas. Tambi�n es preciso encontrar un justo medio entre las maneras y decires artificiosos de les precieuses ridicules y la prosa de algunos pseudonovelistas que parecen suponer que una narraci�n debe versar sobre un lumpen proletario e incluir un soliloquio —ahora lo llaman "di�logo interior"— de un drogado con todo el castizo lenguaje de las circunstancias.

El hombre es un sujeto ecol�gico y no puede subsistir en desajuste con el medio. Pero el hombre es un sujeto en evoluci�n; es un animal muy adaptable a diversos medios gracias a su tipo espec�fico de evoluci�n cerebral es capaz de accionar sobre el medio ambiente adapt�ndolo a sus necesidades y deseos. La cultura es el producto de la evoluci�n y solamente cuando el hombre racionalice profundamente los lazos entre su ser cultural, su ser ecol�gico y el valor evolutivo de la cultura, podr� empezar a conocerse a s� mismo.

Sobre esto quisiera dar una opini�n de hombre com�n, pues no soy antrop�logo. El medio ecol�gico hostil del norte de M�xico y Oeste de los Estados Unidos impuso a los ind�genas el nomadismo; la negativa de los indios a reducirse a pueblos impidi� a los espa�oles aculturarlos, aunque para facilitar la tarea llevaron tlaxcaltecas a diversas poblaciones. El mexicano criollo o mestizo enfrent� el mismo reto cuando invadieron el territorio tribus de apaches y comanches: una cultura agr�cola-ganadera, urbana, contra una cultura de cazadores n�madas; no se trat� aqu� de diferencias �tnicas; tampoco de cuestiones religiosas, que no desempe�aron un papel muy importante bajo el gobierno liberal. Pero el resultado fue el mismo: durante todo el siglo XIX se libr� una franca guerra a muerte que termin� con el exterminio del indio n�mada.

La cultura del norte de M�xico es, por exigencias ecol�gicas, cultura de ganadero, de hombre habituado a hacer prevalecer su voluntad sobre otra voluntad, a domar, a dominar. La agricultura se hace en un medio hostil; la naturaleza da, pero hay que exigirle que d�. El hombre se inserta en la naturaleza porque no puede evitar ser un sujeto ecol�gico, pero no lo hace de modo f�cil; est� en ella pero tambi�n en contra de ella. Este complejo cultural tiene que dar por resultado un individuo muy diferente al individuo del M�xico tropical. Quiz� sea �sta la raz�n, por la cual el mexicano de la regi�n central (Guanajuato, Jalisco, Zacatecas) sea el representante tradicional del pa�s; est� a caballo entre dos M�xicos, por lo que entiende a ambos... o quiz� a ninguno.

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