LA PRIMERA ENCICLOPEDIA OCEANOGRÁFICA MEXICANA.

1989

VISIÓN PANORÁMICA.

Dice el viejo refrán que "la primera novia nunca se olvida"; y en mi caso —aunque a veces haya tenido compañeras— su recuerdo me ha acompañado siempre.

El noviazgo fue precoz. Mi padre fue originalmente oficial de marina; pero apenas cumplidos los siete años reglamentarios, pidió licencia ilimitada. De carácter dinámico y clara inteligencia, marchó por nuevos senderos al obtener el título de ingeniero civil, primero, y el de abogado, después.

En el fondo, seguía rindiéndole amoroso culto a su novia de la juventud, "la Mar". No era, pues, raro que el hijo que escuchaba continuamente vocablos marinos en el hogar, y pasaba las vacaciones en el puerto de Veracruz tuviera también por novia a "la Mar".

Ese amor empezó a tomar orientaciones más precisas cuando, estando en la Preparatoria, mi padre me regaló un ejemplar del libro del oceanógrafo francés Louis Joubin: La vie dans les océans (1912), verdadera enciclopedia oceanográfica llena de información; pero escrito en lenguaje claro y preciso. Devoré ávidamente la obra, que se convirtió en libro de cabecera, y aún hoy suelo hojearlo. Gracias a Joubin me di cuenta de que la Mar no me fascinaba tanto por sí misma, sino principalmente como hogar de múltiples animales; entre ellos los protozoarios, que se convirtieron en mi interés principal. Mi tesis profesional, que terminé en 1924, tenía por título Protozoarios del Lago de Xochimilco; por demás mediocre, pues no había nadie en México en aquellos años que se interesara en ese grupo zoológico, y la bibliografía accesible era en extremo escasa.

Posteriormente tendría la inesperada ocasión de entablar relaciones epistolares con el sabio francés para tratar asuntos de la Estación de Biología Marina del Golfo. Ésta marchaba viento en popa; incluso iniciando un museo, y proyectando un crucero franco-mexicano en el Golfo.

Tuve la suerte de comenzar a trabajar en el campo de la biología cuando aún era estudiante, en 1923, como jefe de la Comisión Mixta de Biología Marina, formada por tres elementos de la Dirección de Estudios Biológicos y tres de la de Pesquerías, que tuvo que interrumpir sus tareas al poco tiempo de iniciadas por haber estallado la revolución delahuertista, precisamente en Veracruz. Fundador y jefe de la Estación de Biología Marina del Golfo (1926-1927) volví a Veracruz; pero la Estación fue suprimida, cuando estaba en pleno trabajo, por razones de economía.

Becado por la Fundación Guggenheim (1931-1933) para hacer estudios de biología marina y protozoología, obtuve mi grado de doctor en filosofía (protozoología) en la Columbia University de Nueva York; como fundador y director del Instituto Biotécnico (1933-1934) incluí en él una Sección de Hidrobiología. En 1933, por encargo del presidente electo Lázaro Cárdenas, estudié el sistema lagunar de Michoacán, y proyecté una Estación Limnológica en Pátzcuaro (tarea interrumpida por haberse segregado el ramo de Pesca de la Secretaría de Agricultura). Fui promotor y primer maestro de las materias de hidrobiología (60 años) y pesca (70) en la carrera de ingeniero agrónomo especialista en bosques, de la Escuela Nacional de Agricultura, y proyecté luego una Comisión Nacional de Pesca (1952) con objeto de promover la investigación científica en el ramo, que no llegó a tener vida.

Fungí como promotor y primer profesor de las cátedras de ecología y conservación —incluyendo pesca— en la Escuela Normal Superior (1947) y de recursos básicos en la de Ciencias Biológicas del IPN (l951). También fui promotor y director del Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables (1952), en el que se incluyeron temas hidrobiológicos.

Hasta la fecha he publicado los siguientes libros sobre la materia: Bibliografía razonada en pesca e hidrobiología, 1960; Problemas de la industria pesquera en México, 1963; Problemas de caza y pesca deportivas, 1968; Los Crocodylia de México, 1974, y Panorama pesquero nacional, análisis de tres lustros, 1978.

Como se ve por lo expuesto en párrafos anteriores, desde 1923 hasta 1974 —largo medio siglo— mi interés en la hidrobiología se conservó activo en una forma u otra; a partir de entonces he tenido contactos esporádicos con ella. Así pues, creo que en mi caso el refrán resulta correcto, y aún sigo pensando con nostalgia en la novia de la juventud: "la Mar".

Por ello, nada podía honrarme y complacerme más que la amable invitación de mis estimados colegas: Juan Luis Cifuentes, Pilar Torres García y Marcela Frías M., para comentar su excelente obra El océano y sus recursos, la primera y muy valiosa aportación que al prestigio científico nacional hacen los autores dando a luz la que es la primera y erudita enciclopedia oceanográfica mexicana.

Hacía ya tiempo que tenía frecuentes pláticas con Juan Luis Cifuentes, a quien conocí en mi cátedra de zoología en la Escuela Preparatoria y había seguido con el afecto que siempre he sentido por aquellos de mis alumnos que veo aman la biología y a ella piensan dedicarse. Tal fue su caso, y no pasó mucho tiempo para que el estudiante pasara a ser "colega". Y cuando ese colega comenzó a destacarse como profesor y también investigador, lo seguí con atención. No tuve que esperar mucho para ver que se convertía en maestro querido y respetado, siempre dispuesto a ayudar a quienes lo merecían, cuya mayor ambición era tener un puesto en el Laboratorio de Invertebrados de la Facultad de Ciencias, que él mismo había formado y que hasta la fecha dirige.

Mi interés creció cuando me explicaron que la obra proyectada no iba a ser un corto "manual", sino una amplia aportación a la que habían titulado El océano y sus recursos, nombre atractivo y adecuado.

El propósito era publicarla en 12 volúmenes, dentro de la recién creada colección La Ciencia desde México, en coedición de la Secretaría de Educación Pública, el Fondo de Cultura Económica y CONACyT.

Me llenó de satisfacción el saber que, gracias a sus esfuerzos y a su valiente decisión de emprender la tarea, pronto dispondríamos de una real obra de consulta, editada en México.

Pero sentí cierto temor de que la tarea fuera a quedar incompleta. Vino a mi memoria una conversación sostenida hacía 38 años. En 1946 tuve la oportunidad de concurrir a la conmemoración del Centenario de Lamarck que se realizó en París. Y una de mis primeras visitas fue a mi muy querido amigo y colega el profesor Pierre-P. Grassé, que me habló entusiasmado de la publicación de un gran texto de zoología que bajo su dirección se iniciaba, escrito por los más destacados especialistas, predominantemente franceses.

La obra proyectada, aparte de su interés científico, sería una muestra de que Francia aún ocupaba lugar prominente en el mundo científico, donde el idioma galo ocupa un sitio de honor, a pesar de la competencia del inglés. Para lograr tal propósito, la obra no excedería de 17 volúmenes, y se vendería a un precio moderado para facilitar su difusión, procurando editarla con la mayor premura posible.

Algo seguí conociendo al respecto por mi correspondencia con el profesor Grassé. Pero dio la casualidad de que dos años después se celebró en París el XIII Congreso Internacional de Zoología, al que llevé la representación de México.

A mi llegada a la Ciudad Luz, fui de inmediato al laboratorio de Grassé para enterarme de la "gran obra", y con placer supe que el proyecto era ya realidad y que al año siguiente saldría a luz el primer volumen, que correspondía al ordinal IX de la serie. Pero, el "pero" eterno de las grandes empresas, había surgido: el número de tomos calculado resultó insuficiente; para no variar, se mantendrían los volúmenes anunciados, y cuando fuera necesario se dividían en fascículos, algunos con un millar o más de páginas; además, dicho aumento retardaría el tiempo de publicación; y, por último, el precio a que se vendería, aunque justificado por el valor del Traité de Zoologie, distaba mucho de ser moderado.

Éste fue el primer pero que encontré para la obra mexicana. Y aún no había terminando de considerar el ejemplo extranjero, cuando me vino a la memoria otro nacional: las Obras de Francisco Hernández.

Recordé la noche del año de 1959 en que los 16 invitados a integrar el Consejo Consultivo nos reunimos en la oficina del rector Nabor Carrillo para integrar dicho cuerpo colegiado. Lo presidiría Efrén C. del Pozo, secretario de la UNAM, y Germán Somolinos d'Ardois, uno de los destacados españoles a los que la cuartelada franquista trasterró, y que desde su llegada al país se sumergió en el estudio de Francisco Hernández, ocuparía la secretaría. El trabajo comenzó desde luego y se calculaban plazos razonables. Cambió el Rector y hubo necesidad de interiorizar al entrante con el proyecto; murió del Pozo, quien le había prestado todo su apoyo; y falleció también Somolinos, pilar máximo de la empresa.

Los años pasaban y la obra no se terminaba. Sólo fue hasta una mañana de julio de 1985 cuando los miembros de la Comisión Editorial que aún vivíamos recibimos, de manos del rector Carpizo, el último de los siete volúmenes. El primero ocupaba un sitio en mi biblioteca desde mediados de julio de 1959... 26 años antes.

Recordando, pues, lo sucedido con el Traité de zoologie en Francia, y con las Obras de Francisco Hernández en México, seguí de cerca la marcha de El océano y sus recursos, en 12 volúmenes ilustrados... que sí tuvo éxito, y se completó de 1986-1990. Veamos ahora las características de esta obra e intentemos una sumaria valoración de la misma.

Por las condiciones geográficas de nuestra República, con costas en los dos mayores océanos del mundo, debía esperarse que México fuera un país eminentemente pesquero; pero, como con razón se ha dicho, México ha vivido siempre "de espaldas al mar".

Ruiz Cortines, de origen jarocho, anunció en su Programa de Gobierno la "Marcha al mar". Inclusive me encargó —después desde mis tiempos veracruzanos, cuando estaba en la Estación de Biología Marina del Golfo, nos conocimos— prepararle un plan de actividades, encargo que cumplí.... pero que nunca se convirtió en realidad.

Tampoco las aguas interiores han recibido mayor atención, a pesar de su riqueza en animales comestibles y de los esfuerzos de Esteban Cházari, que promovió la pesca y el cultivo de las especies que habitan en ríos y lagunas, publicando: en 1884 un extenso libro, Piscicultura en agua dulce, LIX + 821, México, editado por la Secretaría de Fomento.

Sin embargo, el interés en la materia fue mínimo en los tres últimos lustros del Porfiriato. Al triunfo de la Revolución Constitucionalista se dieron los primeros pasos, aún en el periodo preconstitución, para orientar una política coherente para explotar la fauna y la flora del país.

La primera Ley de Pesca se expidió en 1925, un año antes de que se estableciese el primer centro de investigación hidrobiológica que hubo en México: la Estación de Biología Marina del Golfo, en el puerto de Veracruz.

A partir de entonces, los centros docentes y de investigación se han multiplicado.

Entre los pioneros en estas actividades pueden señalarse a Antonio García, autodidacta que con el tiempo se convirtió en un experto en los aspectos prácticos de la pesca al que frecuentemente se consultaba, y de quien tuve la satisfacción de que colaborara conmigo en los primeros trabajos en la materia los años de 1923 y 1926; Mauro Cárdenas, que laboró en muchos campos y se distinguió cuando trabajó en la Unión Panamericana; Pedro Mercado, que desarrolló en Ensenada la primera Escuela Superior de Ciencias Marinas y el Instituto de Investigaciones Oceanológicas; Jorge Carranza, que estableció la Estación de Biología del Tecnológico de Veracruz y posteriormente tuvo a su cargo la dirección del Instituto Nacional de Pesca; a su vez, Agustín Ayala Castañares comenzó por crear un modesto Centro de Ciencias del Mar y Limnología, en el Instituto de Biología, que actualmente es de la mayor importancia en el ramo; y, junto a ellos, toda una pléyade de biólogos que han trabajado en los establecimientos del ramo, que hoy se encuentran en toda la República.

Naturalmente esto motivó el florecimiento de centros de enseñanza e investigación, varios de ellos, con prestigiadas publicaciones, que listan ya centenares de títulos. Pero no existía ninguna obra que pudiera ser libro de consulta para quienes cultivan la oceanografía en todos sus aspectos. Este honor se hallaba reservado para Juan Luis Cifuentes, autor, junto con dos jóvenes pero ya destacadas investigadoras: Pilar Torres García, y Marcela Frías Mondragón, de la enciclopédica obra El océano y sus recursos, excelente resultado de sus esfuerzos.

Cifuentes, hijo de la Universidad Nacional Autónoma de México desde la Preparatoria, obtuvo en ella su título profesional y grado académico; maestro distinguido en el ciclo de bachillerato, lo fue también en la Facultad de Ciencias, cuya dirección ocupó en el periodo 1973-1977, al que varias veces he calificado como época de oro de las ciencias biológicas en el plantel, no atreviéndome a juzgar los otros ramos que lo integran, aunque de labios de brillantes profesionistas no biólogos he escuchado juicios semejantes.

Para acompañarlo en la agotadora tarea de escribir tal obra, invitó a dos de sus discípulas en las aulas, y colegas en el laboratorio, ambas profesionales destacadas. Han laborado en el campo de la docencia y la investigación y su producción ha sido publicada en diversas revistas científicas.

En cuanto al coordinador de la obra, el maestro Cifuentes Lemus, su nombre es conocido ampliamente en México, donde ha laborado por largos años en su alma mater, atendiendo cátedras en la Escuela Nacional Preparatoria desde 1954 y en la Facultad de Ciencias de la UNAM desde 1963, ocupando con relevante actuación el cargo de director del plantel.

Pero su prestigio también se conoce por toda la República, pues convencido de la conveniencia de la descentralización de la investigación científica, ha promovido y colaborado en todos los aspectos, dictando cursos en una veintena de centros de docencia e investigación, en todo el país, preferentemente en los campos de la biología y la pesca.

Si todo ello no fuera suficiente para considerarlo como figura señera en esos campos, basta decir que también ha ocupado cargos científicos administrativos de alto nivel, que obligaban a decisiones ejecutivas: uno de ellos, como subdirector, general de Pesca en la Secretaría de Industria y Comercio, (1966-1970) y otro como director del Programa Internacional de Investigación y Fomento Pesquero México/PNUD/FAO (1969-1970, 1979-1980).

No es extraño que, con ese equipo, la obra El océano y sus recursos, tanto en el aspecto científico-biológico como en aplicaciones específicas a problemas pesqueros en todos sus aspectos, haya hecho aportaciones relevantes.

La presentación de El océano y sus recursos en doce volúmenes parece muy adecuada, ya que en cada uno se trata un tema determinado, de suficiente extensión para cubrirlo decorosamente. De esa manera, quien sólo se interese en uno, dos o tres campos, podrá adquirirlos con modesto desembolso. Mientras que quien desee enriquecer su biblioteca con una verdadera enciclopedia oceanográfica, no tendrá sino que adquirir los 12 manejables volúmenes.

La presentación y distribución del material tiene características individuales, pero presentadas dentro de un plan uniforme para toda la obra, que también ofrece ilustraciones, las cuales, por su elección y ejecución, muestran la capacidad pedagógica de los autores. La inclusión de breves biografías de personas que se han destacado en alguna de las ramas de ese grueso árbol que es el estudio del océano es laudable, y será seguramente bien recibida.

Felicito sinceramente a Juan Luis Cifuentes Lemus, Pilar Torres-García y Marcela Frías Mondragón, egresados todos de la benemérita Universidad Nacional Autónoma de México.

Como maestro de esta institución por más de treinta años, y en la actualidad profesor emérito en la misma, nuevamente felicito a mis tres distinguidos colegas, sincera y cordialmente, agradeciéndoles me hayan honrado solicitando escribiera estas líneas, lo que con todo gusto acepté.

ENRIQUE BELTRÁN

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