XIII. LOS PEQUE�OS IGNORADOS

EXISTEN en la naturaleza grupos de animales que, por su peque�o tama�o, su h�bitat particular de vida y su aparente insignificancia, siempre han pasado inadvertidos para el hombre. Muy poca gente sabe de su existencia y todav�a son menos los que se han interesado por saber algo respecto a su vida. Si a esto se agrega que, en la actualidad, quedan relativamente pocos ejemplares y que �stos son muy dif�ciles de encontrar, las posibilidades de conocerlos disminuyen a�n m�s. Tal es el caso de tres grupos de ar�cnidos, conocidos por la mayor�a de los bi�logos s�lo de los libros, ya que jam�s han visto un ejemplar vivo o muerto. Todos forman parte de la fauna del suelo y se les puede encontrar entre la hojarasca y tierra suelta o bajo piedras o escombros, aunque la mayor parte tiene h�bitos cavern�colas y ha pasado casi la totalidad de su historia evolutiva dentro de las cuevas. Estos grupos, particularmente raros y primitivos, son los palp�grados, los esquiz�midos y los ricin�lidos. Como todo ser vivo, desempe�an un papel importante dentro de las comunidades a las que pertenecen, depredando a ciertos animales y sirviendo de alimento a otros. A continuaci�n se relata algo sobre las generalidades y forma de vida de cada uno de ellos.

ORDEN PALPIGRADI

Los palp�grados son, probablemente, los ar�cnidos que han subsistido hasta la �poca actual conservando la mayor cantidad de caracter�sticas primitivas. De hecho, se consideran a�n m�s primitivos que los alacranes, a pesar de no haberse encontrado hasta la fecha las formas f�siles que lo comprueben. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no son organismos que se presten f�cilmente a la fosilizaci�n.

Son los ar�cnidos m�s peque�os que se conocen; las formas m�s grandes no alcanzan ni los 3 mm de longitud. Tienen un color claro, casta�o amarillento, casi transparente, por lo que son muy dif�ciles de distinguir entre los desechos del suelo. Su diminuto y fr�gil cuerpo est� formado por una regi�n anterior o prosoma, que se une a la posterior u opistosoma a trav�s de un pedicelo o parte m�s estrecha del cuerpo. El prosoma en su parte dorsal est� cubierto por tres placas; la anterior es la m�s grande y cubre la mayor parte de esta regi�n. No presentan ojos, pero en su lugar hay, a cada lado del cuerpo, una mancha sensorial con sedas. Ventralmente se observan cuatro peque�as plaquitas, como reminiscencia de la divisi�n esternal en sus antepasados. El opistosoma se ve segmentado y est� dividido, como en los alacranes, en dos subregiones. Una anterior o mesosoma, grande y ancha y una posterior, peque�a y angosta, el metasoma, que se contin�a en un largo flagelo o cola, multiarticulado y provisto de numerosas sedas, medianamente largas. Es frecuente ver a estos animales caminando con el flagelo levantado varios mil�metros del suelo.

Como todos los ar�cnidos poseen los seis pares de ap�ndices conocidos. Los primeros o quel�ceros constan de tres artejos, delgados y quelados, o sea que su dedo fijo y su dedo m�vil forman una fuerte pinza, que viene a ser la �nica arma defensora del animal. Los pedipalpos terminan en u�a y no s�lo tienen aspecto de pata, sino que en realidad la utilizan para caminar. El primer par de patas es m�s largo que los dem�s, debido a que el metatarso y el tarso est�n divididos en varios subartejos; en su parte terminal llevan numerosas sedas largas. Estas patas no las utilizan para desplazarse, sino que las llevan siempre levantadas y dirigidas hacia delante, como si fueran antenas. Esto hace suponer que en ellas residen los principales �rganos de los sentidos, mediante los cuales se orientan y perciben lo que sucede a su alrededor. Los tarsos de todas las patas est�n provistos de dos u�as.

Los palp�grados necesitan de mucha humedad para poder vivir, por eso es que en �poca de sequ�a tienden a enterrarse a bastante profundidad. Huyen de la luz directa, por lo que siempre permanecen escondidos; se han encontrado algunos entre la arena de las playas.

Figura 31. Aspecto general de un palp�grado
.

Los palp�grados se encuentran distribuidos en los cinco continentes, pero son m�s abundantes en el �rea del Mediterr�neo. En Am�rica se conocen desde el sur de EUA hasta Sudam�rica, pero no se han encontrado en todos los pa�ses de esta vasta regi�n. En M�xico se han recolectado escasos ejemplares en muchos estados de la Rep�blica, pero siempre en forma aislada y casi siempre pertenecientes a la misma especie; s�lo en una cueva de San Luis Potos� se han citado como numerosos en detritos del suelo. Por desgracia, el m�todo de colecta habitual para animales de la fauna del suelo, o sea, el procesamiento de muestra de tierra y hojarasca en embudos de Berlese, no ha resultado muy adecuada para capturar palp�grados, pues los que llegan a caer a los tubitos con alcohol de 70� casi nunca conservan su flagelo terminal. Esto indica que se trata de una estructura sumamente fr�gil, que se desprende con gran facilidad del cuerpo.

Estos peque�os ar�cnidos viven como depredadores. Con sus relativamente poderosos quel�ceros cazan a otros artr�podos tan o m�s peque�os que ellos; uno de sus manjares predilectos son los col�mbolos. No se sabe nada m�s de su biolog�a, de su reproducci�n y embriolog�a. Casi siempre, los ejemplares que llegan a colectarse son hembras; si �stas son escasas, los machos lo son a�n m�s. Se conocen como 50 especies de todo el mundo y pertenecen a una sola familia Eukoeneniidae. Los ejemplares que se han encontrado en territorio mexicano pertenecen a especies del g�nero Koenenia.

ORDEN SCHIZOMIDA

Los esquiz�midos son otro grupo raro de animales que antiguamente se situaban como un suborden de los Uropygi o vinagrillos. Sin embargo, las caracter�sticas morfol�gicas difieren tanto en los dos grupos, empezando por el tama�o, que fue algo normal y l�gico que finalmente se separaran como entidades diferentes. La realidad es que durante mucho tiempo se supo tan poco de ellos, que se les situaba entre los urop�gidos s�lo por encontrarles un lugar dentro de la clasificaci�n de los ar�cnidos, pero no porque tuvieran grandes afinidades con alguno en particular. El conocimiento de estos animales se ha impulsado mucho en los �ltimos a�os gracias a la labor desarrollada por investigadores estadunidenses como J. M. Rowland y J. R. Reddell, que han trabajado intensamente para conocer la fauna de estos extra�os ar�cnidos. Gran parte de su tiempo lo han pasado colectando espec�menes en M�xico, de donde se han descrito la mayor parte de las especies hasta hoy conocidas; describieron tambi�n una familia nueva, Protoschizomidae, que �nicamente se encuentra en este pa�s.

En la actualidad se conocen alrededor de 110 especies de esquiz�midos de ciertas regiones tropicales y subtropicales del mundo. En M�xico se han encontrado principalmente al sur del pa�s y a lo largo del borde este de la Sierra Madre Oriental. Aparte de la familia mexicana ya mencionada, que comprende tan s�lo cuatro especies, todas las restantes pertenecen a la familia Schizomidae, y alrededor de 100 al g�nero Schizomus. En territorio mexicano existen alrededor de 20 especies de este g�nero. Esta desproporci�n en la clasificaci�n de los esquiz�midos indica que todav�a falta mucho por conocer sobre este grupo, aunque las bases de su conocimiento ya est�n se�aladas.

Los esquiz�midos son animales peque�os; el m�s grande apenas si llega a los 7 mm. El color de su cuerpo var�a en las diferentes especies, teniendo diversas tonalidades de casta�o y verde. Como miembros de la fauna del suelo se les encuentra entre la hojarasca y tierra suelta, debajo de piedras y entre la madera podrida; algunos pueden enterrarse cavando t�neles; los cavern�colas se refugian en los rincones o ranuras de las paredes de la cueva. Llegan con frecuencia al guano de los murci�lagos, donde encuentran numerosas presas para su alimentaci�n que consisten en otros peque�os artr�podos o formas de desarrollo de los mismos; a todos ellos los capturan y sujetan con sus pedipalpos mientras los desgarran con sus quel�ceros.

Su cuerpo presenta el dorso del prosoma dividido en tres placas; la anterior es m�s grande que las otras dos laterales. No tienen ojos, pero algunos ejemplares poseen en su lugar manchas oculares de aspecto ovalado, triangular o irregular que, sin duda alguna, son sensibles a la luz. Las formas cavern�colas no poseen estas manchas oculares o est�n muy d�bilmente marcadas. La parte posterior del cuerpo u opistosoma termina en un flagelo peque�o, con s�lo tres o cuatro divisiones y que, con frecuencia, se ve abultado. El flagelo del macho es caracter�stico de las diferentes especies, por lo que tiene una importancia taxon�mica. Una de las razones por las cuales se inclu�an antes entre los urop�gidos es que, al igual que ellos, poseen gl�ndulas anales, aunque no se sabe c�mo funcionan. Otra caracter�stica que el especialista toma en cuenta para la determinaci�n de las especies, es la forma de la espermateca de la hembra, que es una peque�a estructura que sirve para almacenar a los espermatozoides, mientras los �vulos completan su desarrollo.

Los quel�ceros est�n constituidos por dos artejos, formando as� unas peque�as pinzas o quelas. Los pedipalpos tienen aspecto de patas y carecen de que las, y aunque se ven poco robustos son prensiles y muy eficaces en la captura de las presas. El primer par de patas es mucho m�s largo y delgado que los dem�s y est� provisto de �rganos sensoriales que ayudan al animal en su orientaci�n.

El dimorfismo sexual es muy poco aparente. Lo �nico que se distingue en algunas especies son los pedipalpos del macho, m�s largos que los de la hembra, y su flagelo, mucho m�s grueso que el de ella.

Figura 32. Aspecto general de un Esquiz�mido.

La reproducci�n se lleva a cabo mediante espermat�foros. Antes de que el macho lo deposite en el suelo, la pareja realiza una serie de preparativos caracter�sticos de los esquiz�midos, que conducen al acoplamiento final. Cuando el macho encuentra una hembra receptiva empieza a corretearla hasta que ella se detiene. Comienza entonces a agitar su cuerpo y su primer par de patas, lo cual provoca que ella voltee y quede frente a �l; el macho, tambi�n se voltea y coloca su flagelo terminal frente a la hembra, que lo tomar� con sus quel�ceros, quedando as� sujeta a �l. A continuaci�n, el macho iniciar� una caminata, jalando consigo a la hembra afianzada a �l, hasta encontrar un sitio adecuado para depositar el espermat�foro. Una vez logrado esto, jalar� a su pareja de manera que la abertura genital de ella quede juntamente por encima del espermat�foro; por presi�n, �ste desprender� su punta y pasar� el esperma al gonoporo de la hembra. Concluido el proceso, la hembra soltar� al macho y cada uno seguir� su camino. N�tese que aqu� no es el macho el que sujeta a la hembra en el momento del apareamiento, como sucede en algunos otros ar�cnidos, sino que es la hembra la encargada de agarrarse al flagelo del macho.

La hembra fecundada cavar� entonces una peque�a cavidad en el suelo, en la cual se meter� para permanecer tranquila, esperando el momento de la oviposici�n. Llegado �ste pondr� unos siete huevecillos que quedar�n aglutinados y pegados a su orificio genital hasta el nacimiento de las peque�as ninfas oct�podas, cuyo aspecto es muy parecido al de los adultos.

ORDEN RICINULEI

A pesar de las caracter�sticas poco comunes que se encuentran en varios de los ar�cnidos ya descritos, los ricin�lidos se consideran los m�s raros de todos. Debido a su vida oculta y secreta han sido ignorados por la mayor parte de los hombres. La historia de su conocimiento ha estado rodeada tambi�n de circunstancias particulares, empezando por el hecho de que, antes de identificarlos como seres vivientes actuales, se conocieron como f�siles del Carbon�fero. Todav�a a principios del siglo pasado nadie ten�a idea de su existencia. Fue en 1836 cuando Buckland encontr� el f�sil de un raro ejemplar, al que denomin� Curculioides ansticii, por creer que se trataba de un cole�ptero curculi�nido. Dos a�os despu�s, Gu�rin-Meneville, bas�ndose en dos espec�menes capturados en Guinea, describi� a la primera especie viviente de estos animales. Aunque los identific� como ar�cnidos, no reconoci� que pertenec�an a una entidad taxon�mica hasta ese momento desconocida; pens� que se trataba de un opili�n. Realmente, es a Hansen y Sorensen (1904) a los que se debe el establecimiento del orden Ricinulei.

Despu�s de m�s de 150 a�os todav�a se sigue considerando a estos animales como seres extra�os y poco comunes. Durante mucho tiempo no lograron encontrarse m�s que unos pocos ejemplares de las especies nuevas que iban describi�ndose. Hasta la d�cada de 1930 s�lo se hab�an capturado de uno a ocho individuos en cada colecta, en localidades muy restringidas de todo el mundo. Pero de pronto, Finnegan (1935) da a conocer la captura de 317 ejemplares de una especie de Camer�n; Osorio Tafail (1947) encuentra a m�s de 200 individuos de otra especie en una cueva de Yucat�n, M�xico; Pollock (1967) habla de 142 ejemplares de una especie de Sierra Leona y finalmente, Mitchell (1969) alcanza el r�cord con 1 035 espec�menes de Cryptocellus pelaezi, en una cueva de Tamaulipas, M�xico. Otras colectas menores se han hecho en distintas localidades del Continente Americano.

De acuerdo con el registro f�sil estos raros animales aparecieron en el Carbon�fero; se conocen dos g�neros y 11 especies f�siles. Por lo que se refiere a las formas vivientes se han descrito dos g�neros: Ricinoides, del Oeste de �frica tropical, con siete especies, y Cryptocellus, exclusivo de Am�rica tropical y subtropical, con m�s de 20 especies; en total se conocen alrededor de 30 especies actuales. Aparentemente, M�xico es uno de sus lugares preferidos, pues es donde mayor n�mero de especies y de ejemplares se han encontrado. Bol�var (1946-1947) y Guti�rrez (1970) son los dos autores que iniciaron su estudio en este pa�s. Sin embargo, R. W. Mitchell (1969,1970 y 1972) es el que m�s ha contribuido al conocimiento de su biolog�a; en colaboraci�n con Pittard (1972) describi� todo el ciclo de vida de C. pelaezi, en un trabajo excelente.

Aunque no tienen un tama�o tan diminuto como los ar�cnidos anteriores, tambi�n se les considera peque�os, pues miden entre medio y un cent�metro. Son de color casta�o gris�ceo, en diversas tonalidades, con un tegumento muy esclerosado. Re�nen una serie de caracter�sticas tan raras y particulares de ellos, que los cient�ficos los catalogan como animales fuera de lo com�n. Una de las estructuras m�s notables, es el llamado cucullus, que es como una peque�a tapa articulada al margen anterior del prosoma, que cuelga hacia abajo cubriendo completamente las paredes bucales, pero que tambi�n puede elevarse a voluntad del animal, adquiriendo una posici�n horizontal. En su superficie ventral presenta dos depresiones, en las cuales embonan perfectamente los quel�ceros cuando dicha tapa se cierra. Aparte de la protecci�n que presta a las partes bucales, el cucullus le sirve al ricin�lido para ayudar a capturar a sus presas, para sostener el alimento mientras es ingerido y, en las hembras, para cargar los huevos, con la ayuda de los quel�ceros y los pedipalpos. Asimismo, durante el apareamiento hay un momento en que el macho, para sostenerse sobre la hembra, atora el borde de su cucullus a un surco que ella tiene dorsalmente, entre el prosoma y el opistosoma.

Figura 33. Aspecto general de un ricin�lido.

Los quel�ceros son peque�os, quelados y est�n formados de dos artejos que pueden extenderse y contraerse; los dedos de la quela est�n, a su vez, provistos de peque�os dientecillos. Los pedipalpos son tambi�n peque�os, est�n en posici�n ventral y tienen aspecto de patas, aunque terminan en una corta quela, cuyo dedo m�vil y largo, es dorsal y no ventral, caso �nico entre los ar�cnidos. El dedo fijo o tarso es peque�o. Ambos dedos est�n provistos de dientes. Los pedipalpos tienen dos particularidades. La primera es que poseen dos troc�nteres y la segunda, que el f�mur, a partir de su articulaci�n con el segundo troc�nter, es capaz de rotar 180�. Las coxas de los pedipalpos, por su parte, est�n fusionadas formando la cavidad preoral, que es peque�a. Las partes bucales ayudan en el proceso de capturar, sostener y de agarrar a las presas. En las hembras, los pedipalpos cargan los huevos; en los machos, estos ap�ndices ayudan a sostener a la hembra durante el apareamiento.

Como en todos los ar�cnidos, el cuerpo est� formado por el prosoma y el opistosoma que, aparentemente, se encuentran unidos en todo su ancho, pero, en realidad, est�n conectados por un pedicelo corto, que permanece oculto bajo las coxas del �ltimo par de patas. Sobre un surco de estas �ltimas se encuentran tambi�n los estigmas respiratorios. Toda la parte dorsal del prosoma se encuentra protegida por un carapacho y la regi�n ventral queda cubierta por las coxas de todas las patas. En el borde posterior de las terceras coxas se abren los orificios de las gl�ndulas coxales. No tienen ojos. El opistosoma est� constituido por 10 segmentos; los dos primeros forman el pedicelo angosto, donde se encuentra la abertura genital, cuyo epitelio se proyecta hacia afuera durante el apareamiento y la oviposici�n de las hembras. En los machos se observa un elemento tubiforme por donde sale la gota de esperma, pero que no es un pene, ya que la c�pula no se lleva a cabo a trav�s de �l. El opistosoma se ve cubierto por cuatro grandes met�meros, seguido por otros cuatro peque�os y angostos, que est�n enchufados uno dentro del otro, siendo el �ltimo el anal.

En las patas tambi�n se encuentran caracter�sticas notables. El primer par, que en otros ar�cnidos suele ser el m�s largo, en este caso es el m�s corto y consta de los acostumbrados artejos: coxa, troc�nter, f�mur, patela, tibia, metatarso y tarso, con un solo tars�mero. El segundo par de patas es el m�s largo de todos, con cinco subartejos tarsales o tars�meros; en algunos machos, el f�mur es un poco más grande que en la hembra. En las terceras patas se encuentra el aparato copulador del macho, que bien podr�a considerarse como una extravagancia de la naturaleza, por lo complicado de su morfolog�a. Se localiza en el metatarso y en el tarso de cada una de estas terceras patas, y estos dos artejos resultan completamente modificados con procesos, l�minas, surcos y otros elementos que a simple vista los distinguen de inmediato de las hembras, cuyas patas son normales, sin ninguna alteraci�n. Estas terceras patas poseen adem�s dos troc�nteres y cuatro tars�meros. Finalmente, las cuartas patas tienen tambi�n dos troc�nteres y todos los dem�s artejos acostumbrados.

En la �poca de reproducci�n es posible que los sexos se aproximen entre s� por la influencia de feromonas. El macho, que siempre va caminando con sus segundas largas patas extendidas hacia adelante, con el fin de orientarse, al tocar con una de ellas a alguna hembra madura reaccionar� de inmediato y comenzar� a inspeccionarla y a acariciarla, d�ndole ligeros golpecitos con sus patas. Atra�da por este proceder, la hembra permitir� que el macho se suba sobre ella, viendo ambos hacia la misma direcci�n. Para asegurar su posici�n, el macho introducir� su cucullus en una ranura del dorso de la hembra, continuando las caricias durante todo este tiempo. Llegado el momento, el macho elevar� un poco su opistosoma y con una de sus terceras patas tomar� de su orificio genital una gota de esperma blanco, con cubierta membranosa. Con ayuda del complicado aparato copulador de las terceras patas llevar� entonces esta gota hasta la abertura genital de la hembra y la introducir� en ella, efectuando durante 10 o 15 minutos movimientos r�pidos de entrada y salida. Durante todo el proceso sexual, que dura aproximadamente una hora, el macho mantendr� abrazada a la hembra con sus patas.

Parece ser que los ricin�lidos ponen pocos huevos. Ocasionalmente se ha observado a una hembra cargando uno de sus huevos; �stos son muy grandes, en proporci�n al tama�o de la madre. Su ciclo de vida consta de seis estadios. Del huevo nace una larva con s�lo tres pares de patas (hex�poda), igual que los �caros; son los �nicos ar�cnidos que presentan este estado. Llegado el momento, dicha larva se transforma en ninfa, que ya tendr� los cuatro pares de patas (oct�poda). El estado de ninfa pasa por tres diferentes estadios: protoninfa, deutoninfa y tritoninfa, dando esta �ltima lugar al adulto. Estas tres etapas ninfales, as� como el proceso de la metamorfosis que aqu� se observa, se presenta tambi�n en los �caros.

La mayor parte de los ricin�lidos vive en cuevas, aunque hay algunas especies que se han adaptado a vivir entre la hojarasca de los bosques tropicales. Son animales muy sensibles a la luz, a las corrientes de aire y a la desecaci�n. Cuando el medio en que viven se seca, suelen enterrarse para buscar m�s humedad. Se les ha encontrado en las regiones tropicales y subtropicales del oeste de �frica y de Am�rica.

Se alimentan de otros peque�os artr�podos o de los estados juveniles de �stos, como larvas de insectos y ninfas de otros ar�cnidos, principalmente ara�as; tampoco desaprovechan los huevos de todos estos animales. En las cuevas suelen comerse a las pupas de d�pteros de la familia Streblidae, abundantes en las paredes de las cavernas. Estos d�pteros, que se ven como mosquitas peque�as, viven en estado adulto como par�sitos exclusivos de los murci�lagos.

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