XII. MARA�A DE PATAS

ESTE capítulo se va a referir a unos animales que, en M�xico, se conocen con el nombre com�n de ara�as patonas; en algunas localidades se llaman tambi�n macacos y en el centro del pa�s, sacabuches. La primera denominaci�n es inadecuada, pues ni son ara�as ni todos tienen las patas largas. Pertenecen a un grupo de ar�cnidos completamente diferente al de las ara�as, que se designa como orden Opiliones, seg�n algunos autores, u orden Phalangida, seg�n otros. Se trata de animales con cuerpo relativamente peque�o, que miden entre 1 a 22 mm, dependiendo de la edad y de la especie. Sus patas pueden ser cortas, medianas o exageradamente largas, llegando a alcanzar varias veces el tama�o de su propio cuerpo; esta relaci�n llega a ser de 20, 30 y hasta cerca de 40 veces mayor. La longitud no es uniforme para los cuatro pares de patas de un individuo; generalmente es un par, el segundo o el cuarto, el que alcanza el mayor tama�o. Tal vez muchos se preguntan si esto no es una exageraci�n de la naturaleza, �c�mo es posible que tal desproporci�n de las partes anat�micas pueda favorecer en algo la vida del animal? Y sin embargo, su historia evolutiva demuestra que dichas caracter�sticas, en alguna forma, han sido de gran utilidad a los opiliones, puesto que llegaron a consolidarse en el curso de la selecci�n natural que ha tenido lugar desde el Carbon�fero (hace aproximadamente 250 000 000 de a�os), periodo en que aparecen los fal�ngidos, de acuerdo con el registro f�sil que de ellos se tiene. Estos ar�cnidos no s�lo han subsistido con todo �xito hasta nuestros d�as, sino que las m�s de 3 500 especies que en la actualidad se conocen se encuentran perfectamente adaptadas y establecidas en sus h�bitats respectivos.

Figura 27. Un opili�n con sus largas patas.

Los opiliones no son animales que llamen mucho la atenci�n. Con excepci�n de algunas especies tropicales, que pueden tener ornamentaciones brillantes en verde, amarillo, naranja o rojo, el resto tiene tonalidades opacas, en gris, negro o caf�. Son sumamente t�midos y escurridizos, huyendo al menor disturbio del medio. Pocos desempe�an sus actividades durante el d�a, pues la mayor parte son de h�bitos nocturnos.

El hombre tolera su presencia con gran tranquilidad, pues sabe que son inofensivos. A pesar de su falta de notoriedad, son animales que casi todo el mundo conoce, pues con frecuencia penetran a las habitaciones humanas o a los sitios a los que concurre el hombre. Es raro, por ejemplo, que una ama de casa no se haya topado alguna vez con uno de estos ar�cnidos, pues a menudo se encuentran agazapados en uno de los rincones del techo o escondidos en las cortinas, los muebles o alg�n otro objeto casero. Cuando estas hacendosas mujeres los llegan a vislumbrar, por regla general los matan, no porque piensen que puedan ser nocivos, sino porque no les gusta tener ninguna alima�a dentro de sus casas. En otros sitios, cuyo personal es menos exigente en cuanto al aseo y pureza del ambiente, como diversos talleres artesanales y otros locales de trabajo, as� como en ciertos centros recreativos como billares, parques deportivos, etc., o en lugares m�s en contacto con la naturaleza, como ranchos y granjas, casi siempre est�n presentes los opiliones y puede pasar mucho tiempo antes de que lleguen a ser molestados, pues el hombre no se fija en ellos y si los ve, sencillamente no les hace caso.

Los fal�ngidos tienen una amplia distribuci�n en los cinco continentes del mundo. Se les encuentra en diversos h�bitats terrestres: bajo la corteza y en huecos de numerosos �rboles, en troncos secos, entre los arbustos y las hierbas, caminando sobre la superficie del suelo o de los diversos elementos naturales; subiendo y bajando por los distintos vegetales; entre la hojarasca de un bosque o de un matorral, entre los musgos y las plantas de diversos cultivos, en varios desechos org�nicos; en sitios oscuros y h�medos como cuevas, s�tanos, minas, t�neles y debajo de piedras; en las cercan�as de los arroyos, r�os, lagos o cualquier otro dep�sito de agua; a algunas especies les gusta caminar bajo el Sol, otras prefieren los lugares sombreados, pero todas buscan cierto grado de humedad. Gran n�mero de ellos vive en las regiones tropicales y en las templadas, pero tambi�n los hay en pa�ses de clima fr�o.

Muchos opiliones son solitarios; otros, aunque no permanezcan juntos, siempre est�n cerca unos de otros, compartiendo el tronco de un �rbol, un espacio cubierto de musgo o cualquier otro pedazo de vegetaci�n. Pero tambi�n hay ciertas especies del suborden Palpatores, que suelen reunirse en grandes concentraciones de cientos y hasta de miles de ejemplares, sostenidos unos sobre otros por sus pedipalpos y largas y finas patas. Llegan a cubrir espacios de uno a varios metros cuadrados, en sitios protegidos por alguna construcci�n o por alg�n elemento natural, bajo techos, cuevas, minas o grandes hendeduras de rocas, entre los troncos o grandes ramas de los �rboles y de cactus, como los llamados candelabros de las zonas �ridas. Todos estos conjuntos suelen pasar inadvertidos, pues por la sutileza de las patas parecen c�mulos o masas muy flojas y tenues, que f�cilmente se confunden con el medio. En esta forma permanecen horas sin moverse, acomod�ndose alguno de vez en cuando. Pero si se acerca alguien y los molesta un poco, sopl�ndoles por ejemplo, esa mara�a de patas entrar� de pronto en actividad, movi�ndose por todos lados, dispers�ndose los individuos en todas direcciones, cayendo algunos al suelo y desapareciendo todos al cabo de pocos minutos. Es un espect�culo realmente interesante. La transmisi�n del est�mulo se va extendiendo en forma mec�nica a toda la masa, a trav�s de las patas. Hace todav�a unos 25 o 30 a�os que estos conjuntos de opiliones eran frecuentes en los campos de los estados de M�xico, Morelos y Guerrero; sin embargo, a medida que el hombre ha invadido las tierras, para transformarlas en zonas de cultivo o de construcci�n, han ido desapareciendo poco a poco.

En un tipo de agregaci�n diurna, como la que se acaba de describir, los individuos est�n orientados en todas direcciones y las patas las mantienen flexionadas o ligeramente extendidas. Pero hay otros tipos de agregaciones, desde las formadas por pocos ejemplares en la �poca de reproducci�n, hasta las que se estructuran para pasar el invierno y que pueden ser mucho m�s densas, para protegerse del fr�o. Tanto la temperatura como la humedad son dos factores importantes que influyen en el comportamiento de estos animales. En estas agregaciones de invierno, los opiliones se sujetan por medio de sus pedipalpos y acomodan sus patas extendidas y rectas hacia abajo, pegadas todas al cuerpo.

Tambi�n hay agregaciones de opiliones monoespec�ficas, o sea, que est�n constituidas por una sola especie, y otras heteroespec�ficas, en cuya formaci�n intervienen dos o m�s especies. Seg�n algunos autores, es posible que exista una sustancia de agregaci�n, secretada por los fal�ngidos, que es la que los estimula a reunirse.

Hablando de su morfolog�a, presentan caracter�sticas exclusivas que los diferencian de todos los dem�s animales de la clase (hay que recordar que aqu� no se incluyen a los �caros). As�, son los �nicos ar�cnidos cuyos machos tienen un verdadero �rgano copulador o pene y cuyas hembras poseen un ovipositor. Ambas estructuras no son visibles desde afuera, pero son capaces de proyectarse en el momento oportuno; las dos suelen ser muy largas. Adem�s, los opiliones est�n provistos de un par de gl�ndulas odor�feras en el prosoma, que utilizan como defensa.

La parte anterior (prosoma) y la posterior (opistosoma) del cuerpo se encuentran unidas entre s� en todo lo ancho, sin tener un estrechamiento o pedicelo entre ellas. Sin embargo, la forma var�a en las diferentes especies, y mientras que muchos tienen una forma ovalada, de consistencia m�s o menos blanda, otros presentan un aspecto aplanado y duro, con la parte posterior m�s ancha que la anterior, provista a veces con proyecciones como espinas muy esclerosadas. Los m�s primitivos se asemejan en su aspecto general a los �caros opilioac�ridos; por eso es que muchos autores relacionan a los dos grupos filogen�ticamente.

El dorso del prosoma tiene, por regla general, uno o dos surcos transversales y en la parte anterior central se encuentran dos ojos, uno a cada lado de un tub�rculo ocular, viendo hacia los lados. Lo m�s probable es que estos ojos s�lo perciban los cambios de intensidad de la luz. En algunas especies el tub�rculo ocular se proyecta sobre las partes bucales. En ocasiones el prosoma est� cubierto por un escudo, que puede prolongarse hacia atr�s, sobre los primeros segmentos del opistosoma. En la parte ventral y anterior del cuerpo se encuentra la cavidad preoral, donde se digiere parcialmente el alimento. La abertura genital o gonoporo casi siempre est� situada por detr�s del tercer par de coxas de las patas y puede estar cubierta por un op�rculo. El macho est� provisto de un �rgano copulador o pene que, en algunas especies, es muy largo; lo mantiene introducido en su cuerpo hasta el momento de la c�pula, que es cuando lo proyecta. La hembra, en el momento de poner sus huevos, por presi�n del cuerpo, saca un ovipositor, que tambi�n puede ser muy largo. Dicho ovipositor suele estar formado por diferentes porciones, hasta el n�mero exagerado de 30, las cuales quedan enchufadas una dentro de la otra, a la manera de un telescopio.

Figura 28. Aspecto general de un opili�n.

Las partes bucales, como siempre, est�n formadas por los quel�ceros y los pedipalpos; los primeros, de tres artejos, son relativamente largos y quelados, o sea, est�n provistos de pinzas. Los pedipalpos con u�as tienen aspecto de patas, pero mucho m�s cortos; en algunas especies son fuertes y est�n provistos de espinas. Aunque algunos presentan patas de una longitud moderada, en otros hay la tendencia a alargar exageradamente estos ap�ndices. En estos casos, el �ltimo artejo, el tarso, se encuentra dividido en numerosos subartejos que, a veces, son m�s de 100. Esto les permite sujetarse a los objetos de manera muy peculiar y distinta a cualquier otro ar�cnido, pues las patas, aparte de ser largas, son muy delgadas y flexibles y, por lo mismo, tienen la facilidad de enrollarse en la punta de hierbas o ramas, obteniendo as� un punto de apoyo muy firme. Los tarsos terminan en una o dos u�as o en una u�a trirramificada. Las patas m�s largas son generalmente el segundo par, donde deben residir �rganos sensoriales muy importantes, ya que siempre las llevan por delante, tanteando el camino, orient�ndose y librando obst�culos con su ayuda. Si los opiniones se encuentran parados y oyen de pronto un ruido, lo primero que hacen es levantar este segundo par de patas para obtener una mayor informaci�n al respecto.

Tanto el cuerpo como las patas se encuentran cubiertos de sedas sensoriales, de funci�n t�ctil principalmente. En los ap�ndices, existen otras estructuras sensoriales, quimiorreceptoras y auditivas, adem�s de los �rganos liriformes, que son propiorreceptores.

Machos y hembras son muy parecidos entre s�, aunque a veces difieren un poco en la coloraci�n del cuerpo. En ocasiones, el macho es m�s peque�o, con patas m�s largas, los quel�ceros m�s desarrollados y las espinas del cuerpo m�s pronunciadas (en las especies que existen). Difieren, desde luego, en los �rganos sexuales, pero como ya se indic�, �stos �nicamente son visibles en el momento de usarse.

En la �poca de reproducci�n, llegado el momento de aparearse, no se presenta ning�n preparativo o cortejo prenupcial, y tan pronto se encuentran y se identifican los sexos se lleva a cabo la c�pula. Primero, se sit�an frente a frente, se toman de las patas delanteras, el macho a veces eleva un poco el cuerpo de la hembra y sin m�s ni m�s introduce su largo y puntiagudo pene en el gonoporo de ella, pas�ndolo por sus quel�ceros. Esto dura unos cuantos segundos. En otras especies, el macho se sube primero al dorso de la hembra, se agarra y presiona fuertemente con sus patas al cuerpo de �sta, al mismo tiempo que se desliza por uno de los lados, hasta lograr quedar vientre con vientre. Finalmente inserta su pene en la abertura genital femenina, quedando en esta postura durante varios minutos. A diferencia de algunos otros ar�cnidos, los dos participantes del acto se separan pac�ficamente una vez terminado el proceso. La c�pula puede repetirse varias veces entre los mismos u otros participantes. Algunos investigadores del grupo aseguran haber comprobado la partenog�nesis entre estos animales, es decir, el desarrollo de los �vulos de la madre sin la intervenci�n del macho.

Figura 29. Pareja de opiliones en c�pula.

Figura 30. Opili�n hembra ovopositando.


Poco tiempo despu�s del apareamiento, la hembra se dispone a poner sus huevos, para lo cual busca el lugar adecuado, con cierto grado de humedad. Dependiendo de las especies y con ayuda del largo ovipositor el�stico y movible, los huevos son depositados en varios sitios, debajo de piedras, entre la hojarasca y desechos vegetales, bajo la corteza de los �rboles muertos o entre pedazos de madera, en la tierra h�meda a bastante profundidad o en el tallo de algunas plantas que han sido perforadas previamente por un insecto. Otros aprovechan las conchas vac�as de los caracoles, ya sea que est�n abandonadas o que ellos se coman a su ocupante. Una vez puesto el grupo de huevecillos, que son alrededor de 1 a 35, sellan la entrada de la concha con una secreci�n especial, despu�s de lo cual la hembra se va y no vuelve a ocuparse de ellos. Por regla general, son pocos los huevecillos que ponen en cada oviposici�n, pero como �sta se repite varias veces, llegan a depositar un total de 200 a 600 huevos, dependiendo de la especie. Este proceso tiene lugar casi siempre despu�s de que anochece.

Los huevos son peque�os, 0.50 mm de di�metro, redondos y de un color amarillo p�lido. Dependiendo de la especie y del clima en donde vivan, los huevos se abren a las tres o cuatro semanas o, si fueron puestos en oto�o, pasar�n el invierno en este estado, y las ninfas eclosionar�n hasta la siguiente primavera. El opili�n reci�n nacido es igual que el adulto, s�lo que mucho m�s peque�o. Poco tiempo despu�s de emerger realiza la primera muda; las siguientes las efectuar� cada 10 o m�s d�as, dependiendo de la temperatura y de la cantidad de alimento que logre conseguir. Seg�n la especie llevar� a cabo de 6 a 10 mudas, hasta alcanzar su madurez sexual en 6 a 8 semanas. Una vez que llega al estado adulto, ya no mudar�. Su longevidad es aproximadamente de un a�o; los que nacen en oto�o casi siempre mueren en el oto�o o en el invierno siguientes. Los machos mueren antes que las hembras, las que prolongan su vida hasta la primavera en que se ponen sus huevos. Parece ser que algunas especies logran vivir m�s tiempo.

Tanto en el momento del nacimiento, como durante las mudas que realizan durante su vida, los opiliones tienen dificultades con sus largas patas. Para mudar se cuelgan de una rama, boca abajo, sujet�ndose con las u�as de las cuartas patas. Despu�s de que la exuvia, o exoesqueleto viejo se rompe, queda libre el cuerpo, pero entonces tendr�n que ir jalando cada pata de su cubierta antigua, una por una, ayud�ndose con los pedipalpos y los quel�ceros. El proceso de la muda representa un momento crítico en la vida de cualquier artr�podo, pero en los opiliones se complica un poco m�s por la longitud exagerada de sus patas.

Por lo que se refiere a su alimentaci�n, cuando son muy peque�os el tama�o de sus presas est� acorde con su tama�o. Durante la noche cazan peque�os insectos y otros animales, agarr�ndolos con sus quel�ceros. A medida que van creciendo y se van fortaleciendo m�s, cazar�n presas mayores. Forman parte de su dieta col�mbolos, tijeretas, peque�os d�pteros, chapulines, larvas, pupas y adultos de varios lepid�pteros o mariposas y otros insectos, pulgones, cochinillas, ara�as, otros opiliones, �caros, lombrices de tierra y caracoles. Algunas especies secretan una sustancia viscosa, que queda como gotitas en las sedas de los pedipalpos; al mover estos ap�ndices entre la hojarasca, quedar�n pegados a las gotas peque�os animales como col�mbolos, por ejemplo, que posteriormente ser�n comidos. Estas gotas desaparecen durante las mudas, pero despu�s vuelven a aparecer. Adem�s, tienen un m�todo muy particular para aplacar a las presas que ejercen resistencia; encierran al cautivo entre sus ocho patas y a continuaci�n dejan caer su cuerpo sobre �l, una y otra vez, hasta que lo atontan o inmovilizan. En seguida lo agarran con sus quel�ceros para despedazarlos y colocan los trozos en la cavidad preoral, donde son licuados mediante las enzimas que vierten sobre ellos. Sin embargo, son de los pocos ar�cnidos capaces de tragar peque�as part�culas s�lidas, no totalmente desintegradas.

Algunos opiliones se alimentan de materia vegetal, succionando los jugos de frutos caídos, o de fruta blanda, como pl�tanos; otros tienen preferencia por los hongos, son mic�fagos, y otros m�s son sapr�fagos, o sea que pueden consumir materia org�nica en descomposici�n, tanto de origen vegetal como animal, como las heces de ciertas aves y otros animales (copr�fagos) o de los cad�veres de �stos �ltimos (necr�fagos). Si viven en un medio h�medo no requieren beber agua, pero si las condiciones del medio son secas, suelen tomar este l�quido con frecuencia.

A los opiliones les gusta acicalarse, de manera que despu�s de cada muda o acabando de alimentarse, asean perfectamente sus ap�ndices. Lavan sus quel�ceros en el agua, cuando van a beber. Los pedipalpos los limpian con sus quel�ceros y las patas las van pasando una por una, por debajo del cuerpo y entre los quel�ceros; comienzan con el f�mur, sigue la genua, la tibia y la larga hilera de subartejo del tarso. Cuando llegan a las u�as, la larga pata est� completamente curvada, as� que, al soltarse, saltar� como por un resorte. Algunos especialistas piensan que durante este proceso de limpieza distribuyen en sus ap�ndices una sustancia antibi�tica que los proteger� de g�rmenes da�inos.

Como todos los animales, los fal�ngidos tambi�n tienen sus enemigos naturales, depredadores y par�sitos. Entre los primeros se cuentan a los ciempi�s, las ara�as, los alacranes, otros opiliones, varios insectos como hormigas y grillos, diversos vertebrados como ciertos peces, ranas, sapos, salamandras, lagartijas, varias aves y mam�feros, tales como murci�lagos, zorrillos, ratas y otros roedores. Estos depredadores no siempre logran su prop�sito, pues los opiliones tambi�n tienen su forma de defenderse. Con frecuencia sucede que el captor de un fal�ngido de pronto lo suelta y lo rechaza, alej�ndose de �l. Esta reacci�n es debida a la secreci�n de las gl�ndulas odor�feras del opili�n, que se encuentran en la parte anterior del prosoma, justo por arriba del segundo par de patas. Dependiendo de la especie esta sustancia puede salir como vapor, como roc�o o como un chorro, que el opili�n lanza en cualquier direcci�n en que se encuentre el agresor; en otros sale como una gota que toma con alguna de las patas y lanza contra el enemigo. Este líquido tiene un olor peculiar que no siempre percibe el hombre; tampoco logran definirlo bien aquellos que lo han olido. Seg�n unos huele a yodo, seg�n otro a nueces, o a un olor medio dulz�n, muy intenso. Se ha visto, adem�s, que esta secreci�n suele extenderse sobre el prosoma, por acci�n capilar y llegar hasta el opistosoma por los surcos laterales.

En una especie sudamericana se encontr� que esta secreci�n estaba compuesta por quinonas, con propiedades antibi�ticas, y se le dio el nombre de gonileptidina (Estable, 1955). Pero parece ser que la composici�n de esta sustancia var�a seg�n la especie, pues se han encontrado en otras diversos compuestos como fenoles, quetonas, alcoholes, aldeh�dos, etc. De cualquier forma, el hecho es que debe tener un olor y/o sabor repugnante o irritante para los depredadores de opiliones, que con frecuencia los sueltan violentamente despu�s de haberlos capturado.

Por todo lo aqu� se�alado a esta secreci�n se le han atribuido varias funciones, aparte de servir como defensa. Se piensa que por sus propiedades antibi�ticas le brinda al opili�n protecci�n en contra de microorganismos pat�genos; que puede actuar como una feromona de reconocimiento tanto intraespec�fico como de los sexos; y finalmente, que es una sustancia de atracci�n sexual, de alarma y de agregaci�n.

Otra forma que adoptan los opiliones para proteger su vida, es la de fingirse muertos por unos minutos, dejando quietos, r�gidos o contra�dos todos los ap�ndices. Se les puede manipular, voltearlos para arriba y para abajo, sin lograr que se muevan, como si, efectivamente, hubieran pasado a formar parte del otro mundo.

El m�todo m�s conocido de defensa de los opiliones es el de desprender, por propia voluntad, una de sus patas, precisamente aquella que haya sido apresada por alg�n enemigo; a este fen�meno se le designa con el nombre de autotom�a. La pata se separa siempre a nivel de la articulaci�n troc�nter-f�mur y, despu�s de desprendida, se seguir� contrayendo durante algunos segundos m�s, en poder del captor, mientras el opili�n aprovecha el momento para huir. Esta manera de escapar de los depredadores parece ser muy efectiva, pues con mucha frecuencia se encuentran en la naturaleza opiliones con el n�mero de patas incompleto. Lo que no deja de ser notable es el hecho de que los opiliones se desprendan tan f�cilmente de sus miembros y no sean capaces de regenerarlos durante las mudas, como sucede con la mayor�a de los ar�cnidos. El fal�ngido que, como ninfa peque�a, pierde una pata, estar� sin ella el resto de su existencia. Esto podr�a considerarse como un verdadero sacrificio del opili�n, en el af�n de conservar su vida. Sin embargo, no parece importarles mucho perder una o varias de sus patas. Un autor cita el caso de un opili�n que continuaba desplaz�ndose con tan s�lo dos patas.

En el campo es frecuente encontrar fal�ngidos que llevan unos peque�os organismos rojos pegados al cuerpo o a sus patas. Se trata de larvas ectopar�sitas de �caros pertenecientes a la familia Erythraeidae, y casi siempre especies del g�nero Leptus. Se ignora hasta qu� grado puedan da�arlos, aunque se sabe que se alimentan de la hemolinfa de estos ar�cnidos. Tambi�n suelen encontrarse, sobre las mismas partes anat�micas del fal�ngido, otros �caros muy peque�os de color blanco. En este caso no se trata de par�sitos, sino de deutoninfas de otros �caros astigmados que se suben al cuerpo del ar�cnido tan s�lo para ser transportados de un lugar a otro, pero sin causarle da�o al hu�sped. Se trata de una asociaci�n for�tica, muy utilizada por los �caros para desplazarse.

Parece ser que a los �caros no les afecta la secreci�n repelente de los opiliones, pues es muy com�n en la naturaleza el cuadro de �caros par�sitos, y de �caros forontes.

[Inicio][Anterior]Previo[Siguiente]