I. UNA RADIOGRAF�A DE LA SUPERFICIE DE LA TIERRA
EL ESTUDIO de un sitio arqueol�gico mediante el uso de t�cnicas geof�sicas y geoqu�micas es posible gracias a que los asentamientos humanos necesariamente modifican el ciclo natural de la formaci�n del suelo y producen alteraciones f�sicas que concentran compuestos qu�micos y acumulan vestigios culturales. La intensidad de tales modificaciones depende del tiempo de ocupaci�n, el n�mero de habitantes y el tipo de actividades realizadas.
La mayor�a de estos cambios son permanentes y pueden ser detectados miles de a�os despu�s, son intr�nsecos al suelo o forman parte de los sedimentos.
Como hemos mencionado, la arqueolog�a no s�lo se interesa en los objetos, sino tambi�n en el estudio del contexto arqueol�gico. Durante la excavaci�n, el arque�logo inevitablemente destruye este contexto (Thomas, 1979), pero si no es posible evitar la destrucci�n, sí se pueden buscar nuevas opciones para minimizarla; una de �stas es la prospecci�n arqueol�gica. Del mismo modo en que los cirujanos hacen un diagn�stico antes de una intervenci�n quir�rgica, para hacer la excavaci�n m�s eficiente y menos destructiva, el arque�logo incluye una serie de estudios preliminares.
Actualmente existen numerosas ciencias y t�cnicas aplicadas a la arqueolog�a moderna, la cual en el curso de su evoluci�n ha ido aglutinando cada vez m�s herramientas para hacer mejor y m�s completo su trabajo. Existe una gran semejanza entre el papel que desempe�a el diagn�stico cl�nico y sus t�cnicas para conocer el cuerpo humano como la tomograf�a computarizada, el ultrasonido, los estudios radiogr�ficos y el an�lisis bioqu�mico de laboratorio y la forma en que la prospecci�n arqueol�gica utiliza t�cnicas para obtener informaci�n del contexto enterrado antes de proceder a la excavaci�n como los estudios con el radar de penetraci�n, el magnet�metro, el equipo para medici�n de la resistencia el�ctrica y el an�lisis qu�mico de sedimentos.
De la misma manera en que en una intervenci�n quir�rgica no debe hacerse un corte para ver "qué se encuentra", en la arqueolog�a cada vez es m�s apremiante la necesidad de utilizar t�cnicas de prospecci�n en lugar de realizar pozos exploratorios para ver "qu� se descubre". La gran responsabilidad de preservar y estudiar el patrimonio art�stico y cultural, as� como la escasez de tiempo y recursos, obligan a la arqueolog�a moderna a utilizar t�cnicas denominadas de percepci�n remota, con las cuales se puede obtener informaci�n relevante sin da�ar el contexto arqueol�gico.
El origen y desarrollo de los m�todos de prospecci�n aplicados en la arqueolog�a se deben principalmente a tres circunstancias (R. E. Linington, s.f.):
a) La alarmante velocidad de destrucci�n de la evidencia arqueol�gica como consecuencia del desarrollo urbano y la agricultura mecanizada. Especialmente en pa�ses con una importante y larga tradici�n arqueol�gica, cada vez que se lleva a efecto una excavaci�n para instalar una tuber�a, l�neas de comunicaci�n o construir cimientos, hay muchas probabilidades de encontrar rasgos arqueol�gicos. Desafortunadamente, casi siempre, para evitar costosos retrasos en los programas de construcci�n se destruye la evidencia. Por otro lado, debido al aumento de potencia de los tractores, muchas estructuras presentes en campos de cultivo, son destruidas durante el trabajo agr�cola.
b) El segundo factor es el incremento en los costos del trabajo arqueol�gico y la restricci�n de recursos. Los problemas econ�micos en todo el mundo han afectado est� disciplina, haciendo m�s dif�cil la obtenci�n de fondos para las excavaciones. Para continuar con su desarrollo es urgente buscar otras opciones, estudiar los sitios en menos tiempo, con menor costo y sin perder informaci�n.
c) El �ltimo factor es el importante papel que desempe�an los saqueadores y los buscadores de "tesoros arqueol�gicos" en la destrucci�n de objetos y de contextos. El saqueo elimina toda posibilidad de asociar el material arqueol�gico con un contexto. Es el m�s da�ino de los enemigos del arque�logo y del patrimonio de una naci�n.
d) Afortunadamente el desarrollo cient�fico y tecnol�gico ha proporcionado a las ciencias de la Tierra el equipo para estudiar las propiedades del terreno. La arqueolog�a f�cilmente puede adoptar estas t�cnicas.
La prospecci�n arqueol�gica es un t�rmino que normalmente se emplea para describir el uso de varias t�cnicas que, aplicadas a un sitio, sirven para determinar la ubicaci�n de �ste y de sus rasgos enterrados, pero una de sus principales limitaciones es que la interpretaci�n de los resultados est� restringida a la localizaci�n de estructuras.
De acuerdo con Susan Limbrey (1975: 223), "la informaci�n acerca de las actividades del hombre y el medio en el cual vive reside en el suelo mismo y en las cosas encontradas en, bajo y sobre �ste. La 'informaci�n intr�nseca' est� contenida en el material que forma el suelo y en su distribuci�n en el entorno". Tambi�n dice que "otra fuente de informaci�n en el suelo es la 'informaci�n contenida', esto es, la informaci�n proporcionada por los residuos org�nicos y por los utensilios arqueol�gicos depositados sobre, contenidos en o enterrados bajo el suelo".
Debido a que una parte de la informaci�n arqueol�gica no est� ni en las estructuras ni en los artefactos, sino en la relaci�n entre ellos y en su contacto con la tierra que los rodea, los datos que se obtienen en la excavaci�n tradicional da�an la informaci�n intr�nseca del suelo y sedimentos cuando los remueven y desechan. Pero parte de �sta puede obtenerse desde la superficie y ser interpretada antes de practicar una excavaci�n destructiva.
Con el fin de obtener esta informaci�n es necesario combinar t�cnicas en una secuencia ordenada (figura 8) y aplicar cada una en el momento en que resulte m�s valiosa y eficiente. Esta secuencia intenta obtener la m�s completa informaci�n sobre un sitio arqueol�gico estudiando las propiedades qu�micas y f�sicas de los sedimentos; y as� evitar la destrucci�n del contexto, ayudar al arque�logo a decidir d�nde y cu�nto debe excavar y hacer que la operaci�n proporcione m�s datos y redit�e m�s en tiempo y dinero.
Figura 8. Diagrama de flujo de la metodolog�a del estudio de sitios arqueol�gicos desde la superficie (Barba, 1986: 49).
Es indudable la importancia de las t�cnicas de prospecci�n en la arqueolog�a moderna. Cada d�a las posibilidades de aplicarlas aumentan con el uso de nuevos equipos mejorados; sin embargo, el problema de la interpretaci�n de los resultados persiste. Esto se debe a que cualquier caracter�stica aislada es s�lo una peque�a parte de la informaci�n arqueol�gica total; aun en el caso en que la t�cnica fuera muy rigurosa y exacta la informaci�n obtenida ser� s�lo parcial.
Ha habido muchos intentos de interpretar cuantitativamente la informaci�n geof�sica. Todos han aportado importante ayuda para entender las anomal�as magn�ticas y as� determina la profundidad y el origen.
De acuerdo con Chenhall (1975), el estudio del material arqueol�gico de superficie proporciona una imagen muy limitada comparada con la complejidad de la cultura material. Tambi�n, la informaci�n que proporciona cualquier t�cnica de prospecci�n aislada es muy limitada, y como consecuencia, la interpretaci�n se dificulta.
Para explicar esto usaremos el ejemplo de la producci�n de las modernas impresiones a color que se logran por la superposici�n de varias capas de diferente color. En forma aislada, ninguna de las capas tiene mucho significado; �ste aparece s�lo despu�s de una combinaci�n de todos los colores, lo cual produce una imagen clara y f�cilmente reconocible. De la misma manera: es posible superponer la informaci�n proporcionada por las t�cnicas de prospecci�n.
La complejidad del comportamiento humano produce muy diversas modificaciones en un asentamiento. En lugar de practicar un an�lisis intensivo en cada uno de los cambios intentamos estudiar los m�s definidos e interpretar todos en conjunto. �sta es la �nica manera en que la informaci�n geof�sica y geoqu�mica permitir� la interpretaci�n de sitios arqueol�gicos desde la superficie, cuando muchas peque�as partes se conjunten para construir un cuerpo de informaci�n m�s completo.
LAS T�CNICAS DE PROSPECCI�N APLICADAS A LA ARQUEOLOG�A
El primer reconocimiento a�reo aplicado a la arqueolog�a fue realizado por Crawford (1928) alrededor de 1920. Su primera publicaci�n (Wessex from the Air) inici� el uso de la fotograf�a a�rea como t�cnica de prospecci�n. Un poco m�s tarde, J. S. P. Bradford (1957) aprovech� su experiencia como piloto durante la segunda Guerra Mundial y public� Ancient Landscapes. Estos autores establecieron la relaci�n entre los hechos culturales que modifican las caracter�sticas del suelo y varios tipos de marcas en el suelo observables desde el aire.
A recientes fechas se han utilizado globos de helio (figura 9) para tomar fotos a�reas a baja altitud.
Figura 9. Uso del globo de helio en Teotihuacan.
Quiz� la caracter�stica m�s distintiva de la fotograf�a a�rea sea su capacidad de abarcar grandes extensiones en una simple imagen y establecer la correlaci�n entre rasgos que son imposibles de apreciar al nivel del suelo. Adem�s, muestra patrones de distribuci�n que facilitan la detecci�n y delimitaci�n de posibles sitios de estudio.
Las marcas en la superficie del suelo son clasificadas en dos grandes grupos que dependen del momento en que son vistas; por un lado est�n las huellas estacionales, entre los que se incluyen las marcas de cultivo de suelo, de nieve, etc�tera, y por el otro est�n las permanentes, como las sombras producidas por la luz rasante (figura 10).
Figura 10. Ejemplo de fotograf�a a�rea de baja altitud en el valle de Teotihuacan (excavaciones en Oztoyahualco a cargo de la doctora Linda Manzanilla).
Normalmente, para que se produzca una marca en la superficie es necesario que los restos arqueol�gicos no est�n a m�s de un metro de profundidad. Las huellas superficiales se deben a diferencias en las caracter�sticas qu�micas, f�sicas y biol�gicas de las capas superiores. La mayor�a de las marcas son producidas por el comportamiento diferencial del suelo cuando un agente act�a uniformemente sobre la superficie.
Es poco probable que un objeto enterrado profundamente modifique la superficie para producir una marca.
A veces, un hoyo se rellena de material m�s joven hasta que ya no puede apreciarse diferencia en el relieve. Sin embargo, este hoyo podr� distinguirse cuando la superficie sea afectada por fen�menos como la lluvia. Despu�s de una precipitaci�n continua, la parte superior del perfil del suelo queda h�meda y tiempo despu�s, cuando ha dejado de llover, puede verse una marca de suelo. El material de relleno desarrolla un color m�s intenso debido, entre otras cosas, al mayor contenido de materia org�nica. Otra posibilidad es que sea un material formado de peque�as part�culas capaz de retener m�s agua, durante m�s tiempo.
Este es un ejemplo de c�mo pueden desarrollarse algunas marcas, pero existen muchos factores que intervienen en su formaci�n; se necesita m�s informaci�n: datos geol�gicos, edafol�gicos y morfol�gicos, condiciones clim�ticas y tipo de cultivos en los campos.
A menudo ocurre que una caracter�stica especialmente distintiva en un sitio resulta irrelevante o in�til en otro, por lo cual todas las fotointerpretaciones requieren de una comprobaci�n mediante un recorrido complementario.
Entre las dificultades m�s comunes en la aplicaci�n de la fotograf�a a�rea est�n la interpretaci�n err�nea, la p�rdida de detalles y la confusi�n producida por la superposici�n de estructuras.
Las t�cnicas geof�sicas se dividen en dos: m�todos pasivos que s�lo miden la variaci�n de las propiedades, y m�todos activos que producen una alteraci�n y miden el comportamiento del terreno.
La medici�n de la resistencia el�ctrica es una t�cnica geof�sica activa; se basa en el contraste de las propiedades el�ctricas del suelo. En este caso, el contraste de propiedades entre los restos arqueol�gicos y su contexto depende de la naturaleza de los materiales, la profundidad y forma de los restos, la proximidad entre ellos y el contenido de humedad del suelo. Si este contraste es suficientemente grande, los rasgos arqueol�gicos ser�n detectados.
R. C. J. Atkinson (1952) fue el primero que aplic� la medici�n de la resistencia el�ctrica a la arqueolog�a, en Inglaterra en 1946. Despu�s, esta t�cnica ha sido aplicada exitosamente en muchos otros sitios (Lerici, s.f.).
La propiedad medida es la resistencia que presenta el suelo al paso de la corriente el�ctrica. Debido a que esta resistencia se refiere a una porci�n espec�fica del suelo, con dimensiones definidas es necesario emplear un factor dimensional; puede ser definida como la resistencia ofrecida por un cubo de tierra de dimensiones unitarias. Hasta este momento hemos considerado que el material tratado es homog�neo, pero �ste no es el caso en ning�n sitio. El concepto de resistividad el�ctrica aparente se introdujo para tratar la resistencia el�ctrica de un suelo que no es necesariamente homog�neo.
La forma m�s com�n para medir esta propiedad es por medio de electrodos, que se colocan en el terreno seg�n las necesidades espec�ficas de estudio (figura 11). Estos arreglos introducen corriente el�ctrica (t�cnica activa) con dos de los electrodos y miden la diferencia de potencial producida por el flujo de la corriente que circula a trav�s del terreno gracias a otro par de electrodos (Carabelli, s.f.).
Figura 11. Resistencia el�ctrica en la pir�mide de Akapana, Tiwanaku, Bolivia. Estudio del Ingeniero Luis Barba y excavaciones de la doctora Linda Manzanilla.
Uno de los arreglos m�s utilizados es el Wenner, donde cuatro electrodos met�licos se alinean sim�tricamente al centro del arreglo. Los electrodos externos introducen la corriente el�ctrica, mientras los internos miden el voltaje. En este arreglo, la forma del campo el�ctrico producido es similar a un huso, con los electrodos externos en sus extremos. La profundidad m�xima es aproximadamente igual a la distancia entre los electrodos externos. La distancia entre electrodos es una de las mayores diferencias entre las aplicaciones geol�gicas y arqueol�gicas. En el trabajo arquel�gico, la distancia entre electrodos es peque�a pues los rasgos normalmente se encuentran cerca de la superficie.
El reconocimiento magn�tico es por mucho la t�cnica de prospecci�n m�s ampliamente usada en arqueolog�a, quiz� debido a su confiabilidad y f�cil uso. Se basa en la medici�n de peque�os cambios en las propiedades magn�ticas del terreno; est� considerada como una t�cnica geof�sica pasiva (figura 12).
Aun cuando se midieron estas propiedades y se hicieron algunas prospecciones magn�ticas a principios de siglo, no fue sino hasta 1958 cuando Aitken (1958) aplic� el magnet�metro de protones a la arqueolog�a. El objetivo era detectar el magnetismo termorremanente producido por hornos y fuego, pero esos primeros experimentos mostraron nuevas posibilidades de aplicaci�n para descubrir otros rasgos arqueol�gicos con menos diferencias en su susceptibilidad magn�tica.
La teor�a puede ser explicada en forma sencilla. El campo magn�tico total en cualquier punto de la superficie de la Tierra es la suma de variaciones locales (caracter�sticas geol�gicas o arqueol�gicas), sumadas a las variaciones en la intensidad del campo magn�tico terrestre. Esto significa que el campo magn�tico total es distinto para cada punto geogr�fico y que puede ser medido con el magnet�metro.
En arqueolog�a, los magnet�metros m�s comunes son los de protones, capaces de medir peque�as variaciones en la intensidad del campo magn�tico total. Con este equipo es posible registrar lecturas en distintos puntos de un sitio arqueol�gico; el recorrido sistem�tico de la superficie permitir� la interpretaci�n final.
Figura 12. Uso del magnet�metro en Teotihuacan (Barba y Manzanilla, 1988).
El magnet�metro detecta f�cilmente los hornos debido al gran cambio de propiedades magn�ticas que el fuego produce por la combinaci�n de temperatura, minerales de hierro, tiempo y condiciones reductoras durante la combusti�n, que ocasionan cambios importantes en las part�culas de hierro. �stas modifican su estructura at�mica, adquieren fuertes propiedades magn�ticas, y alinean los dipolos que las forman en la direcci�n del campo magn�tico notarial.
Estas huellas son f�cilmente reconocibles debido a que est�n concentradas y el contraste magn�tico con sus alrededores es muy alto (Tite y Mullins, 1971).
No todos los rasgos arqueol�gicos tienen magnetizaci�n remanente; otra importante propiedad es la susceptibilidad magn�tica, caracter�stica de cada material, que puede definirse como la capacidad para magnetizarse. Seg�n esta propiedad, si se miden las peque�as diferencias en susceptibilidad magn�tica entre el rasgo arqueol�gico y su contexto, se descubren los rasgos arqueol�gicos (Linington, s.f.). Normalmente se presentan como rasgos concentrados, como los hornos y los hoyos, o rasgos lineales como los muros y las trincheras.
Interpretar las anomal�as (figura 13) es quiz� el paso m�s importante en la prospecci�n magn�tica; por lo tanto, es necesario considerar algunas influencias perturbadoras. Estas anomal�as se desplazan un poco hacia el sur con respecto a su origen. En una curva de perfil normal existen dos aspectos asociados: un valor magn�tico m�nimo hacia el norte junto con un valor m�ximo hacia el sur.
Figura 13. Ejemplos de mapas de resultados topogr�ficos, magn�ticos y el�ctricos
de San Jos� Ixtapa.
El an�lisis qu�mico de los suelos es probablemente una de las t�cnicas de prospecci�n menos usadas (figura 14), debido principalmente a que es un procedimiento que requiere mucho tiempo. Aun as�, debido a su bajo costo, ha sido aplicado en diversos sitios desde que Arrhenius (1963; Cook y Heizer; 1965) la aplic� a la arqueolog�a.
Entre estas t�cnicas, el an�lisis de fosfato es la m�s popular de las herramientas qu�micas de prospecci�n, pues este compuesto persiste en el suelo durante largos periodos. Debido a que las actividades humanas desechan en la superficie una gran cantidad de materiales que contienen este elemento, su acumulaci�n puede ser detectada. El f�sforo no es lo �nico que se acumula en las �reas de asentamiento humano. Existen al menos diez elementos que funcionan como indicadores qu�micos directamente asociados a actividades humanas. Adem�s, hay otros que pueden ser usados de la misma forma que los geoqu�micos y que se emplean para detectar dep�sitos minerales. Estas condiciones son propicias para utilizar los elementos qu�micos como indicadores en el estudio e interpretaci�n de asentamientos humanos.
Figura 14. Toma de muestras para an�lisis qu�mico, en La Venta, Tabasco. (Proyecto a cargo del ingeniero Joaqu�n Garc�a Bárcena).
Si revisamos el desarrollo del an�lisis de fosfato en la arqueolog�a, veremos que fue tomado de los estudios del suelo para agronom�a, donde sirve para predecir el comportamiento de plantas en relaci�n con la fertilidad del suelo; este an�lisis es una inversi�n redituable, por lo cual ha sido posible analizar miles de muestras. Fue as� como Arrhenius (1963) descubri� la correlaci�n entre las altas concentraciones de este compuesto y los rasgos arqueol�gicos; sin embargo, no es f�cil examinar muchas muestras en la arqueolog�a. M�s tarde, los ge�grafos europeos utilizaron esta t�cnica en el estudio de asentamientos humanos, con m�todos m�s simplificados. As� fue como el m�todo anal�tico original se transform� en uno m�s simple y menos costoso, y qued� adaptado a los problemas y necesidades arqueol�gicos.
La idea de complementar los an�lisis qu�micos con otros datos apenas comienza a ser aceptada y parece ser la forma m�s eficiente de utilizar estas t�cnicas de prospecci�n. La caracter�stica m�s importante de las herramientas qu�micas es su posibilidad de detectar rasgos invisibles, que a�n despu�s de una cuidadosa excavaci�n son imposibles de apreciar. En excavaciones tradicionales y aun en las que incluyen t�cnicas modernas, se desperdicia importante informaci�n intr�nseca porque no se incluye el an�lisis qu�mico de suelo.
Aunque este an�lisis es tambi�n una parte muy importante en los estudios de prospecci�n su aplicaci�n es dif�cil, por lo que es necesario usarlo en forma muy espec�fica. Debido a que el contexto qu�mico arqueol�gico es parte del ciclo geoqu�mico, es importante determinar sus caracter�sticas geoquímicas. Tales datos servir�an para contrastar las anomal�as qu�micas. Como hemos mencionado, el principio fundamental en que se sustenta esta aplicaci�n es en el hecho de que las actividades humanas producen un enriquecimiento de elementos en las �reas en que se realizan.
Por medio del an�lisis qu�mico se detectan �reas de altas concentraciones que contrastan con su contexto. Debido a la estabilidad del fosfato se le considera pr�cticamente inm�vil. Aun cuando esto no es necesariamente cierto, es indudable la confiabilidad de esta t�cnica en la arqueolog�a.
En cuanto a otros elementos, se est� dando mayor atenci�n al calcio, el hierro, el sodio y el cloro (cloruros), que pueden servir en la interpretaci�n de las actividades humanas. Experimentos recientes con hierro y calcio, as� como con otros compuestos como alb�mina carbohidratos y �cidos grasos efectuados en pisos de casas modernas, mostraron que sus concentraciones reflejan las actividades humanas y pueden ser interpretadas en t�rminos arqueol�gicos (Barba y Denis 1984).
El m�todo m�s com�n para el an�lisis de fosfato fue desarrollado por R. C. Eidt (1973) y est� basado en la generaci�n de un color azul sobre papel filtro, y la intensidad del color est� relacionada con la concentraci�n de fosfatos (figura 15).
Debido a las altas concentraciones producidas por las actividades humanas, no es indispensable disponer de un m�todo anal�tico muy preciso, ya que realmente s�lo se pueden interpretar las grandes diferencias. De esta forma, los m�todos cualitativos y semicuantitavos de an�lisis de fosfato son confiables para los prop�sitos arqueol�gicos, aun cuando algunos autores difieren en este punto (Bakkevig 1980).
Figura 15. Procesamiento de muestras en el Laboratorio M�vil de Prospecci�n del Instituto de Investigaciones Antropol�gicas de la
UNAM
, en Cob�, Quintana Roo (proyecto a cargo del arque�logo. Antonio Benavides y la doctora Linda Manzanilla).
Otra forma de recuperar muestras para an�lisis es el uso de una perforadora sobre todo en terrenos consolidados (figura 16).
Figura 16. Uso de la perforadora en Teotihuacan (proyecto a cargo de la doctora Linda Manzanilla).
�ste es un ejemplo de una t�cnica desarrollada con prop�sitos militares y que encontr� otras interesantes aplicaciones. En la arqueolog�a se ha intentado usar como sustituto de los m�todos el�ctricos, para evitar la tediosa actividad de insertar los electrodos en el terreno. Por desgracia, los primeros experimentos mostraron que, aunque te�ricamente debe ser posible, los resultados en la pr�ctica han sido insuficientes.
Debido a su capacidad para detectar metales conductores, ha sido muy �til en la detecci�n de monedas y artefactos met�licos. Sin embargo, dado que los metales son escasos en Mesoam�rica, su aplicaci�n arqueol�gica en esta regi�n es limitada.
Existe cierta aversi�n para usar detectores de metal en la arqueolog�a quiz� porque se les asocia con el trabajo de los buscadores de tesoros; pero creemos que puede tener aplicaciones reales.
El uso se propone como una herramienta para minimizar las interferencias magn�ticas causadas por la presencia de objetos met�licos (figura 17). As�, puede ser una ayuda para desechar anomal�as indeseables y evitar errores de interpretaci�n en la prospecci�n magn�tica. Se pretende usarlo para sustituir equipo costoso, como los magnet�metros, o para evitar m�todos tediosos, como la resistencia el�ctrica. Sin embargo, en el primer caso su penetraci�n es extremadamente limitada y en el segundo, estos equipos no son sensibles a peque�os cambios en la resistencia el�ctrica, pero cada d�a la tecnolog�a se acerca a estos objetivos.
Figura 17. Estudio electromagn�tico en La Venta, Tabasco (Barba, 1988: 173).
El principio de operaci�n de este equipo est� basado en los campos electromagn�ticos que producen o reciben sus bobinas. Normalmente, la bobina de transmisi�n produce un campo electromagn�tico que penetra el suelo. Si un metal o cualquier conductor est� ah�, el campo electromagn�tico genera corrientes par�sitas que a su vez producen un campo electromagn�tico secundario que emerge desde el suelo y detecta la bobina de recepci�n. La se�al se transforma en una indicaci�n anal�gica o digital que permite las lecturas (Legal y Garret, 1982).
Probablemente, uno de los empleos m�s al d�a de las t�cnicas de prospecci�n ha sido patrocinado por la Fundaci�n Lerici en Tarquinia (sitio etrusco de Italia) (Lerici, s.f.). Se trata de una necr�polis cuyas tumbas fueron excavadas en toba volc�nica, a casi tres metros de profundidad. �sta es un material homog�neo, por lo que te�ricamente es posible encontrar un contraste significativo entre los huecos producidos por las fosas excavadas y su contexto. Se usaron diversas t�cnicas: magnetometr�a, resistencia el�ctrica, muestreo de n�cleos y la fotograf�a a trav�s de un periscopio.
Una vez que la probable tumba fue localizada, un ingenioso equipo adaptado de un periscopio de submarino se introdujo en el techo de la c�mara a trav�s de una perforaci�n. De esta manera fue posible observar el interior y m�s tarde, gracias a la c�mara, fotografiar el interior y registrar los contenidos, lo que permiti� decidir si se excavaba.
Las aplicaciones m�s espectaculares y recientes de este tipo de t�cnicas han sido publicadas en varias revistas de difusi�n internacional. Se tiene el informe de los trabajos de un equipo de geof�sicos y arque�logos japoneses que, en 1987, estudiaron con radar los alrededores de la pir�mide de Keops para localizar c�maras. Este descubrimiento dio lugar a otro estudio, tambi�n de amplia difusi�n: un proyecto egipcio-americano que intent� el an�lisis del aire encerrado en la c�mara, supuestamente sellada, que contiene los restos de una barca solar, junto a la pir�mide de Keops. Pero en realidad no estaba sellada completamente por lo que el intento de recuperar aire para fechar y estudiar sus restos pol�nicos no pudo concretarse. Sin embargo, fue de gran utilidad el uso del equipo de video introducido al interior de la c�mara para registrar y verificar la presencia de la barca y sus partes, sin necesidad de abrirla y exponer la madera a un deterioro innecesario.
Esta pir�mide ha sido muy estudiada desde los a�os cincuenta y se han aplicado varias t�cnicas, sin mayor �xito, para tratar de localizar c�maras ocultas en su interior; entre ellas, conteos de radiaciones c�smicas as� como t�cnicas magn�ticas y gravim�tricas.
De menor difusi�n fue el hallazgo de la tumba de los hijos de Rams�s II, en la cual se utilizaron t�cnicas magnetom�tricas. En el mismo caso, tal vez porque no se tienen resultados definitivos, est�n los estudios de im�genes de sat�lites procesadas por tecnolog�a digital, por un grupo de cient�ficos estadunidenses y egipcios. Se estudia el curso de corrientes subterr�neas que acarrean las sales que afectan la tumba de Nefertari, debido a la gran cristalizaci�n en el interior de la c�mara profusamente decorada. Se considera como una de las m�s bellas en el mundo.
En todo el mundo existen grupos que aplican t�cnicas de percepci�n remota a la arqueolog�a. Los japoneses est�n utilizando su gran capacidad tecnol�gica, como lo muestra su participaci�n en los estudios en Egipto. Tambi�n se tiene noticia de grupos de trabajo bien establecidos en Italia, Inglaterra, Estados Unidos y, m�s recientemente en Hungr�a, Bulgaria y Francia, que aplican estas t�cnicas con gran �xito.
En M�xico, a partir de 1980 empieza a funcionar el Laboratorio de Prospecci�n Arqueol�gica del Instituto de Investigaciones Antropol�gicas de la
UNAM
(figuras 18 y 19), y desde ese momento comienza la recuperaci�n del tiempo perdido con respecto a otros lugares que, en casos como Inglaterra e Italia, hab�an comenzado a trabajar con estas t�cnicas 30 o 40 a�os antes. Las aplicaciones no han sido tan espectaculares como las ya mencionadas, pero han permitido acumular experiencias para formar personal, lo que difundir� el empleo de estos m�todos en la arqueolog�a mexicana.
Figura 18. Laboratorio m�vil de prospecci�n del Instituto de Investigaciones Antropol�gicas de la
UNAM,
a cargo del ingeniero Luis Barba, en Cob�, Quintana Roo.
Figura 19. Plano de distribuci�n interior del Laboratorio m�vil de prospecci�n de la
UNAM
, dise�ado por el ingeniero Luis Barba (barba, 1989: 33).
La caracter�stica que distingue a este laboratorio es que integra t�cnicas geof�sicas y qu�micas para el estudio de los sitios arqueol�gicos, hecho que le permite obtener resultados de gran importancia, aun sin contar con instrumentos de vanguardia tecnol�gica y de alto costo. La estrategia de trabajo del laboratorio consiste en integrar la mayor cantidad posible de pruebas sencillas, en lugar de tener s�lo los datos de instrumento costoso y tecnolog�a avanzada. Otra herramienta de gran importancia en este procedimiento es la computadora, que permite el procesamiento inmediato de la informaci�n en el campo (figura 20).
Figura 20. Procesamiento de informaci�n por computadora a un costado del Laboratorio m�vil.
Este enfoque no es privativo del laboratorio y cambia seg�n las condiciones de trabajo. Por ejemplo, los laboratorios de Europa oriental tienen formas de trabajo semejantes a las nuestras, las cuales, por razones obvias, son diferentes de las t�cnicas de los investigadores de Jap�n y Estados Unidos.
Como la forma de estudio es m�s integral, los resultados no se reducen a la localizaci�n de c�maras o estructuras enterradas, sino que adem�s permiten estudiar restos de casas-habitaci�n y �reas de actividad circundantes. En vista de que todo asentamiento humano modifica el espacio que habita, las t�cnicas de prospecci�n son muy �tiles para detectar presencia de restos que normalmente son estructuras con sus materiales derrumbados y dispersos, fragmentos de cer�mica y la concentraci�n de compuestos qu�micos acumulados en las cercan�as del �rea.
En los pisos de las casas habitadas se ha comprobado que todos los desechos cotidianos producidos durante la preparaci�n y consumo de alimentos se acumulan alrededor de las �reas de calentamiento. En consecuencia, se forma un patr�n definido con las alteraciones f�sicas y qu�micas causadas por la presencia del fuego, que se ve rodeado por un segmento de anillo de los desechos de alimentos derramados sobre el piso y que paulatinamente han pasado a formar parte de �l, fij�ndose en las part�culas de tierra. De esta manera ha sido posible reconocer este tipo de patrones casi siempre presentes en las unidades habitacionales.
Un ejemplo de la combinaci�n de resultados geof�sicos y qu�micos es la interpretaci�n del sitio arqueol�gico de San Jos� Ixtapa en el Estado de M�xico. Este sitio fue localizado debido a la presencia de manchas blancas en los terrenos de cultivo, en una fotograf�a a�rea en blanco y negro. Posteriormente se examin� utilizando todas las t�cnicas de prospecci�n disponibles, como topograf�a, recolecci�n del material arqueol�gico de superficie, estudio magn�tico y el�ctrico, toma de muestras superficiales de tierra para an�lisis qu�mico y la perforaci�n de peque�os sondeos para obtener informaci�n acerca de las capas inferiores. Los resultados de estos estudios indicaron la presencia de estructuras subterr�neas hechas con cal; de muros de contenci�n divisorios hechos con piedra; de lugares de calentamiento con cambios dr�sticos en sus propiedades magn�ticas y qu�micas y abundante presencia de carb�n. En las cercan�as de las �reas de calentamiento, los estudios de los materiales de superficie indicaron una gran concentraci�n de fragmentos de cer�mica con un recubrimiento exterior de lodo.
En resumen, la interpretaci�n de los datos de este sitio arqueol�gico, que a�n no ha sido excavado, indica que se trata de un lugar en donde se ha beneficiado el mineral cinabrio, que por medio de calentamiento en presencia de cal (y dentro de hornillos formados por dos vasijas embrocadas y unidas con una capa de lodo) produjeron mercurio como metal l�quido.
Como puede apreciarse, con este tipo de estudios es posible saber un poco m�s de los sitios arqueol�gicos. Por ser una aproximaci�n m�s integral, los resultados son m�s completos pues muestran los restos materiales y su posible uso.