II. CIRUG�A DE LA SUPERFICIE DE LA TIERRA

LA EXCAVACI�N arqueol�gica puede ser comparada con una cirug�a: a trav�s de ella se pretende la detecci�n, identificaci�n, recuperaci�n y documentaci�n de contextos. Aqu�, por contexto se entiende el conjunto de vestigios con relaciones intr�nsecas entre ellos, depositados en una matriz de suelo, que representan un acto finito y discreto. El hecho de que ciertos factores est�n asociados entre s� permite que el arque�logo, en tanto que detective, identifique actividades y funciones.

La excavaci�n tambi�n es destrucci�n. Como Mortimer Wheeler se�alaba, cuando un arque�logo excava es como si primero estuviese leyendo un manuscrito raro y �nico, y despu�s de leerlo lo destruyese sistem�ticamente, hoja por hoja. As� pues, la gran responsabilidad del arque�logo es la precisi�n con la cual registra y "copia" las partes fundamentales de dicho "manuscrito".

Cuando la sociedad que se estudia estaba "viva", los utensilios eran parte de sistemas de comportamiento en espacios usados repetidamente. Un determinado tipo de utensilio ten�a funciones distintas de acuerdo con el uso a que se destinara, fuera pasiva o activamente. Por ejemplo, un cuchillo de obsidiana ten�a una funci�n determinada en el taller donde se elabor�, otra en la zona de destazamiento en que fue usado y otra m�s en el entierro en el cual se deposit� como ofrenda.

Al ser abandonado el sitio donde se llevaron a cabo las funciones de alguna sociedad los utensilios y las construcciones sufrieron derrumbes, destrucci�n, erosi�n, deposici�n, perturbaci�n, modificaci�n, rapi�a y la acci�n de otros procesos naturales y culturales de transformaci�n (Schiffer 1972).

El tipo de abandono del sitio influye tambi�n en el car�cter de la informaci�n que puede recuperar el arque�logo. En muchos sitios del Cercano Oriente (Manzanilla 1986a, cap�tulo VII) se tienen testimonios de abandonos s�bitos debido a incendios, terremotos, asaltos, saqueos, inundaciones, erupciones y otros fen�menos que causaron una huida de la poblaci�n, que se llev� consigo poco o nada de sus bienes. As�, las herramientas quedaron en los lugares donde fueron usadas por �ltima vez. En Mesoam�rica, por el contrario, el abandono fue paulatino, debido al deterioro del ambiente (salinizaci�n o baja de productividad de los suelos); cambios en el curso de los r�os o en las rutas de intercambio, movimientos mesi�nicos, etc�tera. En estos casos, la poblaci�n tuvo tiempo de escoger algunos objetos para llev�rselos. La cantidad y tipo de utensilios sustra�dos de sus contextos de producci�n, uso o consumo dependieron de los medios de transporte, la distancia por recorrer, la intenci�n de regresar al primer asentamiento, las actividades previstas para el futuro cercano, la facilidad de transportarlos, el costo del reemplazo y el valor (no siempre econ�mico) que el objeto ten�a dentro de ese sistema.

Quienes estudian los grupos cazadores-recolectores de tiempos pret�ritos ( i.e. Flannery et al.1986) se han encontrado con el problema de que, cuando aqu�llos iban en sus correr�as en busca de alimentos y materias primas dejaban evidencias de su paso en diversos puntos del territorio, distantes entre s� y dif�ciles de correlacionar, por lo que resulta complicado tener una idea total de sus actividades. Cada sitio —campamento base, abrigos temporales en las rocas, cantera, lugar de destazamiento— ofrece una imagen parcial del rango total de actividades. Por lo tanto, primero es necesario localizar el mayor n�mero de estos sitios arqueol�gicos potenciales, para as� reconstruir el sistema regional de aprovechamiento de recursos. Despu�s se establecen las relaciones que existan entre ellos, con el fin de insertarlos en ese patr�n regional.

En asentamientos aldeanos sedentarios la gama de actividades se concentra territorialmente, de tal manera que la mayor parte de los trabajos de producci�n, almacenamiento, uso, consumo o desecho quedan representados en los espacios dom�sticos (Manzanilla, 1986b, figura 21). Frecuentemente, en sitios de clima caluroso, se hallan huellas de acciones humanas en los patios y espacios contiguos a las viviendas (Manzanilla, 1987), en particular de aquellos trabajos que implican mucho esfuerzo f�sico.


Figura 21. Recreaci�n de la vida aldeana.

En los centros urbanos, adem�s de los sectores de vivienda, existen �reas destinadas al culto, (figura 22), al gobierno, a las actividades de intercambio, a la administraci�n y a otras instancias de la vida colectiva.


Figura 22. Templo de Quetzalc�atl en Teotihuacan, un ejemplo de construcci�n ritual.

As� pues el arque�logo —como detective— tiene que localizar, registrar y analizar, sin discriminaci�n, todas las huellas de actividad; la interpretaci�n vendr� con el ensamblaje de las pistas concretas de acciones sociales en diversos �rdenes de la vida colectiva.

A) ESTRATEGIA

En el cap�tulo anterior se abord� el tema de la radiograf�a de la superficie de la corteza terrestre que sirve para determinar el �rea que se va a excavar. A continuaci�n desarrollaremos el tema de la estrategia que se debe seguir.

En el caso de la radiograf�a, el sector que el arque�logo elige para practicar su cirug�a presenta caracter�sticas interesantes: los materiales cer�micos y l�ticos se�alan que abajo hubo ocupaciones humanas; la topograf�a marca microelevaciones que esconden estructuras colapsadas; las anomal�as el�ctricas y magn�ticas denotan probables muros, zanjas, zonas de quemado, contrastes entre las actividades constructivas y la matriz en que est�n sepultas. La fotograf�a a�rea mostr� manchas (figura 23) de crecimiento diferencial de la vegetaci�n; los an�lisis qu�micos revelaron concentraciones de fosfatos u otros compuestos indicadores de actividad humana.




Figura 23. Fotograf�a a�rea del sector de Oztoyahualco, valle de Teotihuacan, que muestra la excavaci�n de un conjunto residencial teotihuacano (a cargo de la doctora Linda Manzanilla) y las manchas de estructuras sepultas alrededor.

En primer lugar; debemos decidir la ubicaci�n de nuestro banco de nivel, la mesa de registro, el sector de cernido de tierra y las �reas de circulaci�n de la excavaci�n. El banco marcar� el plano nivelado desde donde restaremos las profundidades de nuestros hallazgos; es una medici�n altitudinal sobre el nivel del mar (o en raros casos bajo el nivel del mar particularmente en el Mar Muerto o en la arqueolog�a subacu�tica). Debe estar fuera del �rea que se pretende excavar; pero no muy lejos, en un punto alto desde donde se domine cualquier sector de trabajo y no debe estar en un camino o una zona de labranza. Tambi�n tiene que estar fijo, sobre una peque�a plataforma de cemento, para poder regresar a �l cuantas veces sea necesario.

La mesa de registro debe situarse fuera de la excavaci�n (figura 24), en sectores sombreados y protegidos de los agentes clim�ticos. En ella se concentran los datos de descripci�n de bolsas de materiales arqueol�gicos, contextos, �reas de actividad, estructuras, capas estratigr�ficas, dibujos y fotos, en c�dulas especiales. Todo el personal debe verter aqu� la informaci�n por lo cual, la presencia de una computadora port�til hace m�s sencillo este trabajo.


Figura 24. Excavaci�n de la aldea precl�sica de Cuanalan, Estado de M�xico (a cargo de la doctora Linda Manzanilla y la doctora Marcella Frangipane). Ubicaci�n de la mesa de registro del �rea de trabajo.

El sector de cernido de tierra se ubicar� orientado de manera que los vientos predominantes no traigan de regreso la tierra (figura 25); �sta se tamizar� con el fin de recuperar huesecillos, escamas, cuentas, esquirlas l�ticas y otros materiales de peque�as dimensiones, los cuales dif�cilmente son rescatados en la excavaci�n. La tierra ya cernida debe acumularse en un �rea que no ser� posteriormente excavada y cerca de un camino donde pueda ser evacuada, en caso necesario. Si el sitio estuviere en una pendiente, el sector de cribado debe estar en la misma cota que el sitio excavado, para no tener que ir cuesta arriba o cuesta abajo.


Figura 25. Zona de cernido de tierra en Cob�, Quintana Roo (proyecto a cargo del maestro Antonio Benavides y la doctora Linda Manzanilla).

La elecci�n de las zonas de paso al interior de la zona de trabajo permitir� que los hallazgos expuestos no sean pisoteados o removidos de sus contextos antes de hacer los registros pertinentes.

En segundo lugar, se debe elegir el tipo de unidad de excavaci�n. En cirug�a, esto equivaldr�a a decidir si se va a practicar una incisi�n longitudinal o cuadrangular, si se va a perforar profundo o a remover progresivamente capas de piel hasta llegar al �rgano.

Las incisiones profundas se llaman pozos o calas. Te�ricamente son excavaciones que revelar�n secuencias verticales de dep�sitos. Al perforar se tiene en mente el principio b�sico de la estratigraf�a: los estratos m�s profundos son los m�s antiguos. Sin embargo, los pozos tienen el inconveniente de que son altamente destructivos, ya que destruyen contextos no hay control de variables topogr�ficas y geomorfol�gicas y no permiten correlaci�n con otras unidades. En casos especiales se pueden usar las calas o trincheras perpendicularmente para estructuras lineales como zanjas, canales, caminos o rampas, con el fin de obtener secciones y evaluar las t�cnicas constructivas.

Las excavaciones amplias, en las que se pretende correlacionar horizontalmente los contextos, reciben el nombre de excavaciones extensivas. �stas requieren de una ret�cula con sistemas de coordenadas para registrar todo lo que aparece; despu�s hablaremos sobre el tema. El principio b�sico que domina en este tipo de trabajo es el de asociaci�n: los utensilios y desechos cercanos entre s� y ubicados dentro de espacios concretos tendr�n significados funcionales espec�ficos. Por lo tanto, durante la "cirug�a", se debe tener mucho cuidado en la detecci�n, registro y descripci�n de estas asociaciones.

B) HERRAMIENTAS

Un rubro de especial importancia es el de las herramientas: el buen cirujano debe saber cu�ndo usar una u otra. Si el investigador se enfrenta a grandes vol�menes de tierra, piedra y escombro acumulados para elevar una construcci�n (rellenos o nivelaciones), no requiere de instrumental fino, pues el criterio de asociaci�n significativa no se cumple para esos materiales. La tierra puede provenir de sectores aleda�os y haber sido producto de la remoci�n o perturbaci�n de ocupaciones humanas precedentes.

Imaginemos, por ejemplo, la construcci�n de una gran plataforma de nivelaci�n o la cortina de una presa. Para crearlas hay que acumular tierra excav�ndola de sitios no lejanos. Por lo tanto, si en ese terreno circundante hubiese huellas de sitios arqueol�gicos, los materiales cer�micos, l�ticos, �seos, etc�tera, ser�an transportados fuera de su contexto original (primario) y ser�an reubicados en otro (la plataforma o la presa) como materiales sin asociaci�n significativa (contextos secundarios).

Pongamos ahora el caso siguiente: despu�s de la remoci�n de una primera capa de suelo hallamos finalmente un piso, luego muros asociados formando cuartos y contextos asociados a los pisos. Los tipos de sectores que m�s predominan en los sitios arqueol�gicos son los dom�sticos. Por lo tanto, debemos esperar que comiencen a aparecer fogones, basureros, �reas de cocina, �reas de estancia, sectores de trabajo artesanal, entierros, patios, etc�tera. En cada uno de estos contextos aparecer�n herramientas, desechos, materias primas y productos elaborados en asociaciones significativas. El arque�logo debe limpiarlos cuidadosamente, con el fin de observar esos patrones de asociaci�n.

La limpieza se hace normalmente con cucharillas de alba�il, brochas de diversos tama�os, martillitos para romper terrones, recogedores y cubetas (figura 26). Para remover muy lentamente la tierra adherida, en el caso de hallar materiales m�s suaves como hueso, asta o concha, se usan estiques, perillas de aire e instrumental de dentista. Si fuesen manufacturas muy delicadas, como cester�a, madera o textiles, en ocasiones conviene hacer fraguados en yeso y llevar al laboratorio todo el bloque de tierra con el material, porque a menudo se deshace en dicho proceso. En ocasiones el arque�logo detecta solamente el "fantasma" de algo que estuvo enterrado: la silueta de un esqueleto descompuesto por la acidez del suelo, el negativo de una canasta, las improntas de un textil sobre un piso de tierra, etc�tera. La fotograf�a, la topograf�a y quiz� el dibujo son los �nicos registros que se podr�an hacer.


Figura 26. Herramientas con que generalmente excavan los arque�logos (proyecto de estudio de la vida dom�stica en Teotihuacan, a cargo de la doctora Linda Manzanilla).

Con frecuencia es necesario aplicar t�cnicas de "primeros auxilios" a los materiales arqueol�gicos reci�n excavados. Como ya estaban adaptados a su ambiente sepulto, en la oscuridad, a temperatura y humedad constantes, al momento de exponerlos a la intemperie sufren una exposici�n violenta a la luz, a la insolaci�n, a la desecaci�n consecuente, fen�menos que hacen fr�gil su estructura e inician su proceso de deterioro. Por lo tanto, el arque�logo tiene que tratar con cuidado los materiales fr�giles: consolidar con resinas reversibles los materiales que se est�n desgajando (figura 27), mantener en su medio a aquellos que sufren el impacto del cambio, conservar secos los metales, dar soporte a los objetos alargados y delgados, conservar h�medos los materiales org�nicos, eliminar las sales que cristalizan al evaporarse la humedad en el interior de los objetos, etc�tera.

Debido al medio en el que se efect�an las excavaciones, la arqueolog�a subacu�tica requiere de herramientas propias. Adem�s de los equipos convencionales de buceo y navegaci�n, se necesitan mangueras de alta y baja presi�n, aspiradoras, perforadores, cajas para subir los materiales, c�maras subacu�ticas de descompresi�n, tel�fonos subacu�ticos, pizarras para mensajes, c�maras fotogr�ficas especiales y ret�culas de acero.


Figura 27. Conservaci�n de materiales fr�giles en el campo (sitio de Oztoyahualco, valle de Teotihuacan, a cargo de la doctora Linda Manzanilla).

C) COORDENADAS DE REFERENCIA

Una de las herramientas b�sicas de registro es la ret�cula de referencia sobre la excavaci�n. �sta divide al �rea de trabajo en cuadros de dimensiones constantes y sirve como eje de coordenadas para ubicar cualquier objeto, �rea de actividad o estructura que surja en el trabajo (figura 28). Al extender esta ret�cula tambi�n se pueden correlacionar diversas �reas entre s� mediante un mismo sistema de referencia.


Figura 28. Ret�cula sobre el sitio de Cuanalan, Estado de M�xico. Excavaci�n de contextos dom�sticos del Precl�sico (proyecto a cargo de la doctora Marcella Frangipane y la doctora Linda Manzanilla).

Los ejes principales de la ret�cula deben estar colocados ya sea hacia los puntos cardinales o hacia la orientaci�n preferencial de la arquitectura antigua del lugar. Generalmente una nomenclatura que incluya nortes (en el eje de las Y) y estes (en el de las X) facilita la ubicaci�n.

Se debe tener cuidado de que las unidades de la ret�cula sean cuadrados (y no rombos), por lo cual hay que trazar un tri�ngulo rect�ngulo para despu�s extenderlo hacia el norte y el este. Por otra parte, la ret�cula debe ser nivelada en un plano; si el sitio se encuentra en una pendiente, las unidades cuadradas deber�n trazarse con la ayuda de un nivel.

Algunas argucias t�cnicas para tender la ret�cula incluyen: usar pijas pl�sticas con el fin de que las medidas magn�ticas no se alteren; plantar las pijas a 20 cm del borde de la excavaci�n para que los sostenes de los hilos no caigan en la zona trabajada al profundizarse; usar hilo el�stico de secci�n cil�ndrica para que si alguien se tropieza con �l, no se rompa y regrese a su sitio.

Las tres coordenadas que requiere cualquier material para ser localizado son: X, Y y Z .Las dos primeras proceden de las coordenadas en la ret�cula: se ubica el cuadro en el que fue hallado el objeto (por ejemplo, N307 E282), se toma la medida en X y en Y en relaci�n con el origen del cuadro (en la esquina suroeste,) para lo cual se usan flex�metros o metros plegables y plomadas. La coordenada de profundidad (Z) se tiene ubicando la capa estratigr�fica en la que se encuentra y a�adiendo una lectura negativa respecto al banco de nivel de la excavaci�n. Generalmente se usa para este fin un nivel con tripi�, que descansa sobre la plataforma del banco de nivel, y sobre el material, un estadal o flex�metro r�gido.

Las mediciones tridimensionales tienen sentido cuando se trata de objetos que se encuentran sobre pisos asociados a �reas de actividad o entierros, situados en contextos significativos en cuanto a su relaci�n con otras herramientas, desechos o materias primas. Existen muchos otros objetos que forman parte de rellenos o nivelaciones, y que por estar fuera de sus contextos originales, no deben ser medidos tridimencionalmente. Recordemos que uno de los objetivos primordiales del arque�logo es reconocer patrones de distribuci�n que representen actividades del pasado.

D) ESTRATIGRAF�A

Si recordamos c�mo surge la arqueolog�a en el siglo pasado, debemos dar cr�dito a la estratigraf�a. Los ge�logos que deambulaban por Europa recolectando f�siles detectaron que algunos restos �seos estaban asociados a herramientas de manufactura humana. Los que se encontraban en estratos m�s antiguos, eran m�s tempranos. El principio de sucesi�n estratigráf�ca marca, pues, el inicio de la cronolog�a relativa.

En un sitio arqueol�gico existen estratos de origen natural (producto del abandono, como ser�an acarreos e�licos, niveles de inundaci�n, coluviones, cenizas volc�nicas, suelos, aluviones, etc�tera) y estratos de origen cultural (producto de la acci�n del hombre: terraplenes, nivelaciones, terrazas, pisos de ocupaci�n, etc�tera).

En la estratigraf�a natural existen, seg�n Harris (1977), cuatro leyes: la de superposici�n (los estratos m�s antiguos son los más profundos); la de tendencia a la horizontalidad original (los materiales acarreados por el viento, el agua o la gravedad se acumulan en forma horizontal); la de continuidad original (excepto por procesos posteriores, los estratos son continuos) y la de asociaci�n faun�stica (las capas contendr�n restos de fauna representativa de la �poca, clima, condiciones ambientales, etc�tera).

A diferencia de esto, la estratigraf�a cultural puede tener contactos verticales (muros, cimientos); no siempre tiene unidades litificadas; los vestigios no necesariamente fechan un estrato como lo hace la fauna, ya que puede haber reuso o acarreo de los objetos, y no se trata de fen�menos universales (la intervenci�n del hombre en el paisaje es espec�fica, figura 29).


Figura 29. Estratigraf�a del sitio de Arslantep�, Turqu�a oriental. Ocupaciones pertenecientes a la Edad de Bronce y del Hierro (proyecto a cargo de la doctora Alba Palmieri, cortes�a de la doctora Linda Manzanilla).

El reconocimiento de estratos durante la excavaci�n se basa en criterios que proceden de la edafolog�a y la sedimentolog�a: profundidad, tipo de contacto, reacci�n a ciertos reactivos, estructura, desarrollo, color, consistencia, cementaci�n, textura, caracter�sticas del esqueleto; existencia de pel�culas, grietas o fisuras, concreciones, n�dulos y manchas; y la actividad animal (figura 30).




Figura 30. Descripci�n edafol�gica en un perfil del sitio de Cob�, Quintana Roo, por la bi�loga Lourdes Aguirre (proyecto a cargo del maestro Antonio Benavides y la doctora Linda Manzanilla.

Los estratos arqueol�gicos pueden ser descritos por sus contornos lim�trofes (qu� intruyen, sobre qu� descansan), cotas, volumen y masa, dimensiones, materiales asociados, posici�n estratigr�fica y cronolog�a relativa. Seg�n Harris (977), las unidades arqueol�gicas pueden ser huecos (trincheras, zanjas, puentes, hoyos) o s�lidos (muros, mont�culos, rellenos). Una de las tareas del arque�logo es dilucidar el orden en que fueron construidas, depositadas o excavadas estas unidades.

Por otro lado, existen diversos factores que complican la estratigraf�a. En primer lugar, est�n aquellos que dificultan el reconocimiento de los contactos entre los estratos: procesos de intemperismo y lixiviaci�n, formaci�n de suelos, acci�n de lombrices y otros animales, paso de la gente, etc�tera. En segundo lugar, en subsuelos de arena, grava o rocas permeables se forman elementos naturales que simulan rasgos arqueol�gicos: los hoyos de disoluci�n semejan hoyos de poste, las fisuras parecen zanjas. En tercer lugar, existen estratos imbricados (como los rellenos de los canales naturales, en los que las lent�culas se apoyan parcialmente una encima de otra) donde se deben definir los extremos de las lent�culas. En cuarto lugar, est� el problema de considerar el estrato est�ril, es decir, uno que pueda tener m�s abajo otros materiales arqueol�gicos; a menudo se trata de aluviones o cenizas volc�nicas que al caer destruyeron ocupaciones anteriores.

Cuando se presentan problemas de distinci�n de contactos entre estratos pueden ser de ayuda las l�mparas de Wood o de luz ultravioleta (luz negra); as�, los restos de materia org�nica se activan con la radiaci�n y producen fluorescencia. Tambi�n se puede utilizar luz infrarroja, luz amarilla de sodio o t�cnicas de realce de color.

P. Barker (1977) ha se�alado algunos principios y reglas de la excavaci�n. Entre los principios est�n: registrar y remover cada estrato o rasgo en el orden inverso a su deposici�n o construcci�n, en un �rea tan extensa como sea posible; registrar elementos o estratos con tanto detalle como sea necesario para reconstruir el sitio, estrato por estrato, cada uno con sus rasgos y elementos; considerar que todos los rasgos observables son igualmente significativos hasta que se pruebe lo contrario.

Entre las reglas, Barker se�ala las siguientes: excavar, registrar y cribar un estrato a la vez; exponer los rasgos de un estrato para entenderlo como un todo; excavar de una zona de estratificaci�n m�s complicada a una de menor complejidad; afrontar horizontalmente, de arriba hacia abajo, todo problema de excavaci�n (no hacerlo lateralmente); excavar primero la parte m�s alta; proceder y avanzar en un movimiento de espaldas para no pisotear superficies reci�n limpiadas y para distinguir cambios inmediatamente despu�s de haberlos excavado; excavar en una misma direcci�n; y limpiar escrupulosamente esta superficie.

E) DETERMINACI�N DE CONTEXTOS

Consideramos que la unidad m�nima significativa del contexto arqueol�gico es el �rea de actividad porque revela patrones de comportamiento; �sta se define como la concentraci�n y asociaci�n de materias primas instrumentos, desechos macrosc�picos o invisibles (como los compuestos qu�micos) en superficies o vol�menes espec�ficos. A un nivel social, la unidad m�nima ser�a la dom�stica, es decir; el �rea de residencia de un grupo determinado y sus �reas de actividad, entendi�ndose por grupo dom�stico a los individuos que comparten el mismo espacio f�sico para comer, dormir, descansar; crecer y procrear (Lastell, 1972, en Manzanilla 1986b: 14). La excavaci�n extensiva debe considerar como unidad m�nima el �rea que ocupa una unidad dom�stica, como entidad de producci�n y de consumo.

La excavaci�n de �reas habitacionales requiere de paciencia y rigor en el registro (figura 31), (Manzanilla, 1993). A menudo los pisos son de tierra apisonada y los muros de adobe. Al colapsarse �stos, resulta una masa informe en el interior de los cuartos. A menudo es dif�cil diferenciar el colapsamiento de los restos de los muros in situ.




Figura 31. Excavaci�n de sectores dom�sticos en el sitio maya de Cob�, Quintana Roo (proyecto a cargo del maestro Antonio Benavides y la doctora Linda Manzanilla).

Otro problema es que frecuentemente los sitios habitacionales son asentamientos en donde se encuentran numerosas ocupaciones superpuestas, durante largos periodos. Esto hace que las obras emprendidas por cierto grupo perturben las ocupaciones anteriores (fosas de entierro, zanjas, pozos de almacenamiento, hoyos de basura y cimientos, construcci�n de terrazas o mont�culos). Uno de los ejemplos m�s sobresalientes de este fen�meno es el tell (tep� o h�y�k) del Cercano Oriente: un mont�culo artificial formado por la acumulaci�n sucesiva de milenios de ocupaci�n en el mismo punto (figura 32). La superposici�n en un tell puede ser total, parcial y discontinua.




Figura 32. El tell de Arslantep�, Turqu�a Oriental (proyecto a cargo de la doctora Alba Palmieri, cortes�a de la doctora Linda Manzanilla).

Los factores que determinan la elecci�n de un sitio para ubicar un asentamiento de cierta continuidad son: la existencia de tierras agr�colas cercanas o recursos hidrol�gicos perennes, la posici�n estrat�gica o ventajosa para la defensa, la presencia de fuentes de materias primas y la cercan�a a las rutas principales de comunicaci�n.

Al iniciar la excavaci�n de contextos dom�sticos es necesario en primer lugar, determinar si nos encontramos en espacios abiertos (patios, plazas, calles, caminos, campos de cultivo, huertos) o techados (casas, almacenes, talleres, santuarios, palacios, ciudadelas, construcciones administrativas, escuelas, mercados). En el segundo caso, la asociaci�n de artefactos, desechos y materias primas nos revelar� funciones significativas. Los materiales arqueol�gicos se pueden hallar en contextos de aprovisionamiento, de preparaci�n y producci�n, de uso-consumo, de almacenamiento o de desecho (Schiffer 1972; Manzanilla l986b: 11-13). Para ejemplificar los contextos de aprovisionamiento nos referiremos a las canteras, yacimientos y minas donde se encuentran �reas de actividad relacionadas con los procesos de extracci�n y canteado, pero tambi�n sitios de caza, pesca, pastoreo y cultivo. Los contextos de preparaci�n y producci�n incluir�an zonas de destazamiento, molienda y cocci�n de alimentos, adem�s de la presencia de talleres. Los contextos de uso-consumo pueden relacionarse con la subsistencia (�reas de consumo de alimentos, corrales), con la circulaci�n e intercambio (mercados), con la esfera pol�tica (palacios y fortalezas) y con el �mbito ideol�gico (tumbas, santuarios, templos). Los contextos de almacenamiento incluyen pozos, graneros, trojes, cuartos, cajas y ollas (Manzanilla, 1988). Los contextos de evacuaci�n y desecho se refieren a basureros y hoyos destinados para ese fin.

Seg�n K. Flannery (1976), el estudio de actividades en los sitios habitacionales nos proporciona datos sobre la especializaci�n del trabajo al interior del asentamiento; as�, distingue entre actividades:

a) De car�cter universal (compartidas por todos los grupos dom�sticos),

b) restringidas a ciertos conjuntos dom�sticos en cada asentamiento,

c) de especializaci�n regional (que aparecen en ciertos conjuntos dom�sticos en algunos asentamientos),

d) especializaciones �nicas (detectadas solamente en un asentamiento).

La excavaci�n de cuevas requiere de una planificaci�n distinta de la de �reas dom�sticas en sitios abiertos. Generalmente son ocupadas por grupos trashumantes que dejan rastros de sus actividades en ellas. Sin embargo, tambi�n son visitadas por animales —en muchos casos carro�eros y carn�voros (hienas, chacales, osos, b�hos, leones)— que en ocasiones dejan se�ales de su existencia. La l�nea de goteo de la cueva representa el umbral que separa el sector techado del abierto. Sin embargo, muchas actividades de las bandas de cazadores-recolectores se llevaban a efecto en las terrazas frente a las cuevas o en los taludes. En estos �ltimos, los procesos de erosi�n, coluvi�n y transporte frecuentemente mezclan o invierten las estratigraf�as, por lo que es dif�cil correlacionar la informaci�n procedente del interior de la cueva con aquella del exterior.

La excavaci�n de sitios monumentales requiere de un conocimiento especial de arquitectura e ingenier�a. Antes que nada se debe delimitar la masa de la estructura de los espacios en los que se llevaron a cabo las actividades (figura 33). La masa (frecuentemente una plataforma o mont�culo) representa lo que hemos denominado contextos secundarios. Los materiales de relleno est�n fuera de sus contextos originales, por lo tanto, no sirven para fechar directamente la estructura.


Figura 33. Vista de Teotihuacan (plataformas de sustentaci�n de los templos).

Generalmente, los palacios y templos se limpian con el fin de determinar la ubicaci�n de los accesos (rampas, escalinatas), la presencia de estructuras anexas, la existencia de frisos o cornisas ca�das, el trazo de los muros externos, etc�tera. Al excavar en el interior de la masa, el arque�logo pretende determinar la existencia de subestructuras, las caracter�sticas del relleno, la presencia de sistemas de contenci�n, etc�tera.

F) REGISTRO

Como se�alamos anteriormente, el registro tridimensional es aplicado a aquellos materiales sobre superficies de ocupaci�n (pisos, apisonados, etc�tera) y dentro de �reas de actividad. En ocasiones es suficiente el dibujo detallado de los objetos en relaci�n con las estructuras, ya que del dibujo se infieren las asociaciones (s�lo faltar�a la medida de profundidad). Para el resto de los materiales, basta proporcionar el cuadro y la capa en los que fue hallado el material.

Una de las formas de registro m�s importantes es la fotograf�a en blanco y negro y de color, ya que da mejor cuenta de la realidad de los contextos tal como est�n cuando son limpiados por los arque�logos. Se pueden tomar desde globos aerost�ticos, �rboles, torres, escaleras de bomberos o andamios de aluminio. El uso de escalas de referencia, flechas dirigidas al norte y pizarrones de letras m�viles permiten la ubicaci�n espacial y contextual de la foto. Las fotos oblicuas de cortes estratigr�ficos y paredes de excavaci�n, a distintas horas del d�a y con filtros diversos, revelan detalles que quiz� no se aprecian a simple vista.

El dibujo es un medio para destacar asociaciones, estructuras, cortes y estratigraf�as que permiten ubicar con mayor precisi�n el contexto en que fueron hallados los objetos. Un dibujo debe llevar siempre un t�tulo, una escala gr�fica (con el fin de manejar dimensiones reales) y un se�alamiento del norte. Los dibujos de planta (figura 34) ponen en evidencia la relaci�n entre estructuras y �reas de actividad, y dentro de �stas, los diversos objetos que las integran; cada nivel de ocupaci�n requiere de una planta. Los cortes o secciones permiten entender la dimensi�n vertical, es decir, la superposici�n de estratos y la forma de unidades huecas y s�lidas (figura 35). En arqueolog�a, en lo que se refiere a la estructura, se usan escalas 1:20, y para detalles de: 1:5 (es decir, que un cent�metro del dibujo corresponde a cinco cent�metros de la realidad). Tambi�n se hacen perspectivas para interpretar los contextos que estamos estudiando e insertar los objetos en los lugares donde fueron hallados (figura 36). Este tipo de dibujo da una buena idea de c�mo pudo haber sido la estructura cuando fue usada.




Figura 34. Plano de una unidad habitacional maya en el sitio de Cob�, Quintana Roo (excavaci�n del maestro Antonio Benavides y la doctora Linda Manzanilla) (Manzanilla, 1987).




Figura 35. Dibujo de una secci�n estratigr�fica del sitio olmeca de San Lorenzo Tenochtitlan (proyecto a cargo de la doctora Ann Cyphers) (Cyphers, 1990).




Figura 36. Un templo mexica en Tlatelolco, con sus ofrendas (cortes�a del profesor Eduardo Matos Moctezuma, dibujo de Fernando Botas).

La descripci�n de bolsas de material arqueol�gico (figura 37), capas, �reas de actividad (figura 38), entierros y estructuras se hace en formularios especiales para ser llenados conforme se avanza en la excavaci�n. Cada formulario lleva una numeraci�n progresiva para el mismo sitio. En las �reas de actividad, las entradas b�sicas para describirlas son: ubicaci�n, contexto, delimitaci�n, forma, contenido, asociaci�n, posible funci�n, agentes de perturbaci�n, y muestras tomadas (figura 39). Para los cuartos de una estructura se requieren datos del espacio techado (dimensiones, orientaci�n del acceso, forma, materiales constructivos), muros (dimensiones), vanos (dimensiones y orientaci�n), pisos (descripci�n y profundidad), rellenos, existencia o no de escalinata y �reas de actividad asociadas (figura 40).




Figura 37. Hoja de registro para las bolsas de materiales arqueol�gicos procedentes de la excavaci�n.

Vemos, pues, que la cirug�a del sitio arqueol�gico requiere de rigurosos procesos de limpieza, delimitaci�n, ubicaci�n, registro y descripci�n. As�, las diversas pistas de las actividades del pasado son integradas a un gigantesco rompecabezas de interpretaci�n sincr�nica (una foto instant�nea del comportamiento de una sociedad en un momento dado) y diacr�nica (los cambios de comportamiento a trav�s del tiempo de las diversas sociedades de una regi�n).


Figura 38. Hoja de registro de entierros.



Figura 39. Hoja de registro de �reas de actividad.




Figura 40. Hoja de registro de las estructuras

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