V. BASE DE PRODUCCIÓN:

¿cómo generar nuevos conocimientos?

EL EDIFICIO de toda tradición intelectual se construye con cuatro elementos primordiales. Tal como se explicó en la Introducción a este libro, el primero se refiere a la base conceptual, la cual nos permite especificar los límites de nuestro campo de investigación y acción. Sobre tal cimiento, es posible levantar la producción, la reproducción y la utilización del conocimiento.

En forma correspondiente a esa división, en la primera parte del libro se ha intentado ofrecer una imagen integral sobre el campo de la salud pública. Además de definirla, se han analizado las áreas sustantivas que conforman su universo, así como los procesos que impulsan la dinámica de las condiciones y las respuestas. Lo tratado en la primera parte nos permite, así, reconocer el conjunto de fenómenos sobre los cuales operan las dos facetas de la salud pública, como campo del conocimiento y como ámbito para la acción.

Pero no basta con un ejercicio conceptual. Tras haber definido los objetos de análisis de la salud pública, es necesario pasar a preguntarnos sobre el desarrollo de la investigación científica que permita producir nuevos conocimientos sobre dichos objetos. Además, es preciso proponer formas innovadoras de reproducir el conocimiento y de superar las barreras que dificultan su uso como guía racional para transformar la realidad. Tales son los temas de la segunda parte del libro. En este capítulo inicial analizaremos la generación de conocimientos a través de la investigación en salud pública. El siguiente capítulo reflexionará sobre la reproducción del conocimiento, principalmente a través de la formación de investigadores y profesionales. Finalmente, el último capítulo abordará el reto de la traducción de los resultados en acciones.

LOS PROBLEMAS DE LA INVESTIGACIÓN

Gran parte de la crisis de la salud pública se ha debido a la debilidad de su base de producción científica. En efecto, la investigación en salud pública ha ocupado un lugar secundario comparada con la investigación biomédica o clínica.1[Nota 1] Para analizar las raíces y las posibles soluciones a este problema, conviene distinguir dos aspectos. El primero se refiere a las formas predominantes de generar conocimiento científico; el segundo tiene que ver con el diseño de las organizaciones dedicadas a la investigación. Pasemos a considerar cada uno de ellos.

Investigación con misión

Además de los factores económicos y de las propias formas de institucionalización de la salud pública, es posible que gran parte del rezago de la investigación en este campo se haya debido al modo dominante en que la actividad científica se ha desarrollado, el cual choca con el espíritu integrador que debe caracterizar a la salud pública.

En el capítulo I aclaramos lo que debe entenderse por investigación y la diferenciamos de otros conceptos afines. Dentro de esa definición amplia, hay varios modos de aproximarse a la realidad para explicarla. En la actualidad se ha difundido una imagen convencional de que el progreso científico implica necesariamente la fragmentación cada vez más fina de los objetos de estudio y la consolidación de disciplinas independientes.

Es innegable que la construcción de paradigmas especializados ha permitido avances importantes del conocimiento científico, al facilitar la identificación de fronteras claras en las cuales se concentran los esfuerzos de los investigadores de vanguardia. Así, la subespecialización del conocimiento produce economías de escala, al evitar la dispersión de los escasos recursos humanos, materiales y financieros dedicados a la investigación. Más aún, el trabajo alrededor de preguntas estrechas, si bien sacrifica la amplitud, obtiene ganancias con profundidad. Ello también facilita el desarrollo de las instituciones académicas, pues permite consolidar comunidades científicas cohesionadas alrededor de algún campo muy preciso.

No obstante sus ventajas, la parcelación del conocimiento como base para organizar la investigación presenta varias limitaciones. La más importante es que la integración del conocimiento se vuelve una tierra de nadie. Obviamente, la naturaleza no se encuentra dividida alrededor de las preguntas de los investigadores. Por el contrario, hay una integralidad en los fenómenos reales que plantea un reto fundamental al conocimiento científico. Gran parte del desarrollo de la ciencia en Occidente se ha basado en un movimiento por desmenuzar analíticamente esa integralidad. Lo que ha faltado es un movimiento paralelo de síntesis. Ahí se encuentra, quizás, la razón principal de que la ciencia sea a menudo atacada por reduccionista.

Como se verá con mayor detalle en el capítulo VII, la fragmentación del conocimiento plantea obstáculos severos a los usuarios potenciales de la investigación, quienes por lo general tienen que dar respuesta a problemas que no reconocen las fronteras arbitrarias impuestas por la subespecialización científica. Ello se manifiesta de manera particularmente nítida en campos como la salud pública, que tienen un vínculo cercano con los problemas de la población y con las instituciones creadas para resolverlos. En estos campos aplicados, el decisor se enfrenta a problemas complejos sobre los cuales demanda información integral, pero la oferta de conocimiento científico se le presenta en pequeñas parcelas cuya agregación resulta imposible para responder a sus necesidades. Se crea, así, una brecha más entre la toma de decisiones y la investigación, que sólo termina por empobrecerlas.

Una forma de contrarrestar la tendencia hacia la fragmentación del conocimiento en el área de la salud es lo que podría llamarse investigación orientada por misión o, más sencillamente, investigación con misión.2[Nota 2],3[Nota 3],4[Nota 4] Este concepto se refiere al desarrollo de un esfuerzo de investigación que tiene como propósito modificar algún aspecto de la realidad, a través de la producción de conocimiento y tecnología. Esa modificación de la realidad es, precisamente, lo que define la misión de la investigación. La investigación con misión se funda en tres integraciones: a) de niveles de análisis, b) de objetos de análisis y c) de disciplinas.

La integración entre niveles es posible porque, como vimos en el capítulo I al explicar la tipología de la investigación en salud (figura I.1), existe una unidad esencial de los objetos, ya que la única diferencia entre la investigación en salud pública y la investigación biomédica y clínica se refiere al nivel de análisis. Esto permite diseñar programas integrales de investigación que aborden un problema específico desde el nivel subindividual hasta el poblacional. Pero además es preciso realizar una integración entre objetos, de tal manera que se estudien tanto las condiciones como las respuestas. El reto, entonces, es seleccionar algunas de las áreas de aplicación que conforman el universo de la salud pública, tal como fue explicado en el capítulo II (figura II.1), para desarrollar investigación que reúna a los aspectos biomédicos, los desarrollos tecnológicos, los ensayos clínicos, los estudios epidemiológicos de campo y los análisis sociales y económicos sobre los servicios relativos a esa área. Desde luego, ninguna de estas dos clases de integración es posible sin la tercera, que es la integración de disciplinas. En efecto, la riqueza de la salud pública es que se presta a la conjunción de las diversas ciencias biológicas, sociales y de la conducta alrededor de un problema común.

Las ventajas de la investigación con misión sobre el modelo fragmentario son múltiples. La generación de información completa respecto al problema es más rápida y eficiente, porque la integración del conocimiento se da desde la planeación de la investigación, en vez de ser algo que se intenta al final. Las implicaciones prácticas de la investigación pueden ser identificadas y traducidas en acciones más fácilmente. Así, la relación entre decisores e investigadores es una de concertación alrededor de una misión compartida, más que de confrontación alrededor de formaciones y expectativas distintas. La formulación de prioridades y la integración de grupos de investigación también se facilitan al contar con un foco de atención definido. El financiamiento de la investigación se vuelve más atractivo al ligarla a una misión clara. La colaboración interinstitucional y multicéntrica se torna una necesidad. Por último, el conocimiento también avanza más rápidamente, al darse una integración de enfoques y disciplinas alrededor de problemas totalizadores.

Todas estas ventajas plantean, al mismo tiempo, un enorme reto para la nueva salud pública: superar el aislamiento para abrirse a la interacción creativa con la investigación biomédica, la medicina clínica y las ciencias sociales. A este respecto, resulta alentador el consenso mundial que parece estarse generando en torno a la necesidad de impulsar la investigación en salud en los países subdesarrollados. Este consenso se refleja en el informe de la Comisión de Investigación en Salud para el Desarrollo.5[Nota 5] Entre las principales recomendaciones del informe destaca el impulso a la "investigacion nacional esencial en salud", esto es, aquella investigación que todo país, no importa su nivel de desarrollo, debe realizar si aspira a avanzar con independencia en la obtención de nuevos conocimientos sobre sus propios problemas de salud y en la superación de la brecha entre el conocimiento y los logros. Aunque la mezcla precisa de proyectos variará de un país a otro, la investigación orientada por misión tiene importancia especial para llevar a cabo dicha recomendación. La comunidad de la salud pública tiene la responsabilidad de aprovechar el consenso emergente de que es justamente el tipo de investigación que ella promueve la que el mundo de hoy exige.

Además de esta visión integradora, el desarrollo de una sólida base de producción de conocimiento requiere de un esfuerzo por crear y consolidar instituciones que tengan en la investigación una de sus misiones esenciales. Ello abre un tema tan importante como poco atendido: el diseño y desarrollo de organizaciones para la investigación.

Organización de la ciencia y ciencia de la organización

Desde que la investigación científica dejó de ser una actividad realizada por individuos aislados y con medios más o menos improvisados, el problema de su organización ha adquirido prominencia. Al igual que gran parte de la vida moderna, la investigación científica se realiza en instituciones complejas que cuentan con una estructura formal, una elaborada división de las tareas y una serie de procedimientos explícitos. Como señala Blau,6[Nota 6] la Academia, el olivar donde Platón enseñaba su filosofía, sigue encarnando el ideal de la pequeña comunidad de sabios, pero no refleja en absoluto la realidad de la enseñanza superior y la investigación. De hecho, sería paradójico que la ciencia, expresión acabada de la racionalidad, escapara a lo que Max Weber vio como la gran tendencia a la racionalización de la vida social, tendencia por la cual un número creciente de seres humanos nacen, mueren y pasan la mayor parte de sus vidas en organizaciones complejas.7[Nota 7]

No todas las organizaciones desempeñan su misión con igual calidad o favorecen el desarrollo de los mismos valores. Por ello, el asunto del diseño organizacional mejor adaptado a la actividad científica reviste importancia crítica. Este asunto, sin embargo, no es ni directo ni sencillo. Como apuntan Hakel y sus colaboradores,8[Nota 8] existe una historia, una sociología e incluso, quizás, una psicología de la ciencia, pero no una ciencia de la ciencia. Identificar el nicho institucional idóneo para algo tan complejo como la investigación científica se vuelve, así, un proceso de ensayo y error, cargado de intuición, experiencia e incluso arte.

A pesar de ello, el estudio científico de las organizaciones —tema central de la sociología moderna— ofrece el potencial de aplicar sus hallazgos a la organización de la propia investigación científica. Una lección de gran importancia es la necesidad de atender a las tres D de las organizaciones: diseño, desarrollo y desempeño. 9[Nota 9] El diseño se refiere a la definición de la misión y el consecuente establecimiento de una estructura clara que incluya las responsabilidades de cada miembro de la organización, así como las línea de autoridad, comunicación, coordinación y control. El diseño organizacional es un proceso interno que generalmente es influido por factores externos; por lo tanto, comprende los mecanismos para lograr la mejor adaptación posible de la organización al entorno, incluso para influir sobre él.10[Nota 10] A su vez, el desarrollo organizacional incluye los procesos, tanto formales como informales, que permiten a la organización cumplir con su misión, mediante la realización de las potencialidades de sus miembros y el establecimiento de vínculos mutuamente benéficos entre ellos y la organización en su conjunto, así como entre esta última y su entorno.11[Nota 11] Por último, el desempeño organizacional alude a los resultados obtenidos en términos de la efectividad y la eficiencia en el cumplimiento de la misión y los objetivos.12[Nota 12]

La exposición detallada de todas estas dimensiones de la organización rebasaría con mucho los alcances de este libro. Por ello, nos enfocaremos sólo en dos aplicaciones de los estudios organizacionales a la investigación científica. Ambas encierran elementos básicos del diseño y el desarrollo de las organizaciones de investigación, que afectan su desempeño. La primera se refiere a los esfuerzos de organización para mejorar la interacción entre los investigadores y los encargados de la toma de decisiones. Este asunto será abordado en el capítulo VII. La segunda aplicación se expresa en una serie de principios rectores para organizar la investigación. Estos principios, que serán explicados a continuación, tienen el propósito primordial de crear los incentivos necesarios para que exista una carrera estable de investigación.

Ya sea que una institución se dedique exclusivamente a la investigación o bien que la realice junto con otras funciones como la educación y el servicio, un problema central de la organización se refiere al riesgo de lo que puede denominarse la "fuga interna de cerebros".13[Nota 13] Este fenómeno, que quizás sea de mayor magnitud que la fuga hacia el extranjero, consiste en que un investigador abandone la actividad científica por la administrativa, al enfrentarse a un sistema de incentivos que privilegia a ésta sobre aquélla. Nadie pone en duda que un investigador que haya alcanzado una fase de madurez en su carrera deba ocupar posiciones dirigentes, sobre todo en el propio campo de la investigación. El problema se suscita cuando las recompensas económicas y de poder vencen las preferencias de un investigador por las labores académicas y lo fuerzan a convertirse en un funcionario.

Es obvio que la fuga interna de cerebros afecta a todas las instituciones de investigación, particularmente en los países subdesarrollados. Sin embargo, el problema es especialmente agudo en campos como la salud pública, que abordan problemas de alta pertinencia a la misma administración hacia la que ocurre la fuga. A fin de preservar los aspectos positivos de esta proximidad y al mismo tiempo reducir el riesgo de la fuga de cerebros, el diseño y el desarrollo de las organizaciones de investigación debería incluir la adherencia a cuatro principios rectores: 1) El principio de las carreras paralelas.
2) El principio de la autonomía académica.
3) El principio del sacrificio administrativo.
4) El principio de los incentivos invertidos.

El principio de las carreras paralelas. Como resultado de una tendencia a generalizar estructuras verticales de organización, existe una concepción común que supone que en los organismos de investigación existe una jerarquía integrada, en orden descendente, por director, subdirectores, jefes de departamento y, finalmente, investigadores. En contraste, el primer principio rector indica que la carrera de investigador debe ser paralela —ni superior ni inferior— a la carrera administrativa.

Sin duda, los investigadores trabajan dentro de una unidad administrativa y, por ende, quedan sometidos a su disciplina. El aspecto que aquí se desea destacar es que el investigador debe tener una línea de carrera clara que incluya los distintos niveles de investigador auxiliar, asociado y titular. Esta línea debe estar claramente diferenciada de la línea administrativa, de modo que la vía de ascenso sea hacia los niveles superiores de investigador y no hacia los puestos directivos.

De hecho, ambas carreras operan bajo supuestos de organización muy diferentes. En la administrativa, la autoridad se ejerce jerárquicamente y se deriva del puesto. En la carrera académica, la autoridad proviene de los conocimientos y la productividad científica; su ejercicio tiende a ser horizontal, dentro de un espíritu no de jefes y subordinados, sino de colegas.

El principio de la autonomía académica. En teoría, una forma de satisfacer el principio de las carreras paralelas sería la de diferenciar las dos líneas no sólo funcional, sino también profesionalmente. Esto implicaría que, así como los investigadores de carrera ocupan posiciones académicas, exclusivamente los administradores profesionales ocuparan los puestos directivos. La experiencia, sin embargo, ha demostrado que este enfoque del problema suele ser poco satisfactorio.

En efecto, el trabajo académico tiene algunas particularidades que difícilmente pueden apreciar quienes no lo han ejercido en forma directa. Entre esas características especiales se cuenta el hecho de que la investigación requiere de un alto grado de autonomía, pues la mayor parte del proceso intelectual que lleva a un descubrimiento es desconocido y, como tal, no puede codificarse ni reducirse a rutinas. Además, la buena investigación no se ajusta fácilmente a las presiones coyunturales a las que el administrador debe responder.

Quizás como resultado de la propia complejidad del trabajo académico, los investigadores suelen reconocer primordialmente la autoridad derivada del conocimiento y del ejercicio previo de dicho trabajo. En consecuencia, cuándo alguien ajeno a la investigación dirige un centro de producción científica, suele existir un alto grado de desconfianza mutua entre investigadores y directivos, con el consiguiente desarrollo de conflicto. La única forma de prevenir este conflicto es respetar la autonomía académica de los investigadores, lo cual implica, necesariamente, que los cuadros de mando de las instituciones de investigación sean ocupados por investigadores.

El principio del sacrificio administrativo. Obviamente, existe una contradicción potencial entre los dos principios anteriores. Mientras uno sugiere que las carreras de investigación y administración deben mantenerse separadas, el otro indica la necesidad de que los puestos directivos de los centros de investigación sean ocupados por investigadores. La solución a esta contradicción es el principio del sacrificio administrativo, el cual señala que el ejercicio de un puesto directivo no debe ser una recompensa para la persona que investiga, sino un sacrificio que ella realiza como parte del compromiso con sus colegas —y con la comunidad científica en general— de preservar el principio de autonomía académica.

El principio de los incentivos invertidos. A fin de que el principio del sacrificio administrativo no quede como mera declaración retórica, debe contar con un corolario práctico. Este corolario es el principio de los incentivos invertidos. Su punto de partida es que el actual sistema de incentivos es tal que continuamente impulsa a los investigadores a abandonar la carrera académica para pasar a la administrativa, contribuyendo a la fuga interna de cerebros. En el nivel más básico, esto se expresa en las importarltes diferencias salariales que suelen existir a favor de los puestos directivos y en detrimento de los de investigación. El principio de los incentivos invertidos consiste, precisamente, en invertir este estado de cosas, de tal manera que en cada nivel de la carrera de investigador exista un mayor incentivo para avanzar al siguiente nivel de esa carrera que para pasar a la carrera administrativa.

VÍNCULOS

Mediante estos y otros principios de organización será posible lograr para la salud pública un avance que en gran medida explique el despegue de la biomedicina: la profesionalización de la investigación, esto es, la presencia de una masa crítica de talento dedicado, de manera primordial, a la producción de conocimiento. Lo cual no significa, en modo alguno, que las personas que trabajan directamente en los servicios de salud no puedan realizar investigación. Todo lo contrario. Para estas últimas personas la investigación puede representar un componente central de su labor, la cual sin duda se enriquecería por el apoyo de un cuadro de investigadores profesionales.

La profesionalización de la investigación no significa tampoco el aislamiento con respecto a los tomadores de decisiones. De hecho, el diseño cuidadoso de organizaciones con las estructuras y los incentivos para nutrir a la investigación representa sólo un primer paso. Es indispensable, además, cumplir con la obligación social de transformar el conocimiento en acción, de tal modo que la calidad de la investigación combine la excelencia científica con la pertinencia a la toma de decisiones.14[Nota 14] Este será el tema del capítulo VII. Antes de pasar a él debemos vincular a la investigación con su complemento indispensable: la formación de recursos humanos, base para la reproducción del conocimiento.

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