VIII. LAS BRASAS Y LAS CENIZAS

Y CUANDO LLEG� LA S�PTIMA NOCHE

SE LLAMABA Schakalik o "el tarro hendido" el cocinero de esta historia, al que casi le cortaron las manos a consecuencia de circunstancias extremadamente asombrosas. Porque Schakalik era el m�s pobre de sus hermanos; y no hablo de los cien dracmas de la herencia de su padre porque Schakalik, que nunca hab�a visto tanto dinero junto, se las comi� en una noche, acompa�ado de la gentuza m�s deplorable del barrio izquierdo de Bagdad.

No pose�a, pues, ninguna de las vanidades de este mundo y s�lo viv�a de las limosnas de la gente que lo admit�a en su casa por su divertida conversaci�n y sus graciosas ocurrencias.

Un d�a entre los d�as hab�a salido Schakalik en busca de un poco de comida para su cuerpo extremado por las privaciones. Y vagando por las calles se encontr� ante una magn�fica casa, a la cual daba acceso un gran p�rtico con varios pelda�os. Y en estos pelda�os y a la entrada hab�a un n�mero considerable de esclavos, sirvientes, oficiales y porteros. Schakalik se aproxim� a los que all� estaban y les pregunt� de qui�n era tan maravilloso edificio y le contestaron que era propiedad de un hombre que figuraba entre los hijos de los reyes. �Pero de d�nde sales —le dijeron tambi�n—, qu� no sabes que con s�lo presentarte ante nuestro amo te colmar� enseguida con sus dones?

Schakalik entr� y franque� el gran p�rtico, atraves� un patio espacioso y un jard�n poblado de �rboles hermos�simos y aves canoras. Lo rodeaba una galer�a calada con pavimento de m�rmol y toldos que daban frescura durante las horas de calor. Schakalik sigui� andando y entr� en la sala principal, cubierta de azulejos de colores verde, azul y oro, con flores y hojas entrelazadas.

En medio de la sala hab�a una fuente de m�rmol, con un surtidor de agua fresca que ca�a con dulce murmullo. Una estera de colores alfombraba la mitad del suelo, que era m�s elevada que la otra mitad; y all�, reclinado en unos almohadones de seda con bordados de oro se hallaba muy a gusto un hermoso jeque de larga barba blanca y rostro iluminado por una ben�vola sonrisa.

Schakalik se acerc� y el anciano de la hermosa barba le dijo:

—�Qu� deseas?

—�Sea la paz contigo! —contest� Schakalik.

El anciano, levant�ndose, contest�:

—�Y contigo la paz y la misericordia de Al� con sus bendiciones! �Oh t�!

—�Oh mi se�or! S�lo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el hambre y las privaciones.

El anciano que adem�s de hijo de reyes era sabio, replic�:

—Dinero no he de darte, pues est� bien claro que no sabr�s administrarlo. �C�mo aprender a administrar dinero sin tenerlo? Ser�a como saber nadar sin conocer el agua, o hablar del gusto del fais�n sin haberlo probado. En cambio te voy a mandar a mi cocina para que te den de comer hasta que te hartes y para que cocines cuanto quieras.

Apenas oy� esta �ltima frase, Schakalik sali� corriendo preguntando d�nde estaban las cocinas de aquel palacio. Despu�s de cruzar innumerables salones y patios, asombr�ndose ante tanto lujo y belleza lleg� a las despensas, a los comedores y a las cocinas pues hab�as varias. Sin preguntarle a lo que ven�a, de inmediato un esclavo negro alt�simo, negro como el carb�n, duro como el diamante, azulado como el grafito, le puso delante varios platos unos hondos y otros redondos, pero todos de fin�sima porcelana. All� humeaban los m�s exquisitos manjares: cordero y aves asadas, sopas de pistache y de pi��n, verduras de todos los colores y arroz, arroz en todas sus formas.

—�Oh maravilla! —gimi� el hambriento echando mano del t�.

—Y todo, absolutamente todo, gracias al negro —dijo el esclavo.

—�El negro?, �s�lo hay uno?, debe trabajar como... (iba a decir negro pero prefiri�, en el �ltimo momento, cambiar) chino en lavander�a.

La carcajada del esclavo fue tan sonora, tan estruendosa, que Schakalik se sinti� obligado a pedir una explicaci�n para poderse re�r con �l.

—No, Schakalik. Adem�s de miserable eres ignorante. Cuando habl� del negro quise decir ese material que llamamos carb�n. Gracias a �l tenemos porcelanas, tenemos comidas humeantes, o carnes asadas.

Schakalik, que era muy despierto, resumi� el problema de la siguiente forma:

—Me dices que algo tienen en com�n la porcelana, el arroz humeante y las carnes asadas y luego me contestas que el carb�n. No veo por qu�. D�jame comer y no me tomes el pelo. Yo s�lo soy un animal m�s que necesita rellenar las tripas antes de seguir su camino. Mira qu� bien lo ha entendido tu amo que me ha mandado aqu�.

—No Schakalik, no. T� no eres un animal y la diferencia precisamente la da el carb�n.

Schakalik, que estaba a punto de meterse en la boca un trozo de zanahoria, se qued� perplejo primero, y luego soltando una gran risotada exclam�:

—�Que la diferencia entre un animal y un hombre es el carb�n! �Un esclavo fil�sofo! No entiendo nada de lo que me dices. Vete, vete de aqu� o te echo los tizones del brasero.

Menos enigm�tico y m�s amable, el esclavo se acerc� a Schakalik

—Hombre hambriento —le dijo—, cocinero de mala muerte, mientras comes y disfrutas estos manjares voy a explicarte el porqu� de mis afirmaciones, a las que a�adi� una que de seguro no te asombrara: sin carb�n no habr�a tizones.

—Menos mal, eso si lo se, "sin carb�n no hay tizones". Eso cualquiera lo sabe y m�s un cocinero especializado en el carnero asado.

—Pues todo lo que antes te dije es igual de evidente. Acom�date y escucha.

Schakalik se tumb� entre los cojines de seda con bordes dorados para comer a�n m�s c�modamente y tratar de descifrar enigmas planteados por el esclavo. Que si el hombre difiere del animal por el carb�n; que si la porcelana, la comida caliente y las carnes asadas tienen en com�n el carb�n o que si para tener tizones hay que partir del carb�n.

—�Oh Schakalik, pobre entre los pobres, ignorante entre los ignorantes, pero simp�tico al fin y al cabo! Has de saber que el hombre, en los tiempos m�s remotos, se hizo due�o del fuego. Hay pueblos que cuentan que los hombres se lo quitaron a los dioses. Sin embargo lo m�s probable es que, casualmente algunos pueblos hayan descubierto c�mo manejar el fuego (por ejemplo se han encontrado restos que indican que el hombre manejaba fuego en las cuevas donde se encontr� al hombre de Pek�n. Esto quiere decir 400 000 a�os a. C. El descubrimiento se propag� a todo el g�nero humano y s�lo al g�nero humano, pues no hay animal capaz de manejar el fuego, de encender una fogata para calentarse o de algo que a ti te parece tan sencillo como comer platillos calientes. Aqu�, en estos parajes, donde los bosques son escasos, como muy bien sabes, nos calentamos y cocinamos con carb�n.

Y el cocinero continu� su lecci�n gratuita:

—El carb�n se quema y proporciona calor, el resultado final no es m�s que un mont�n de cenizas. Por lo tanto el enigma de que los hombres difieren de los animales por el carb�n queda aclarado. En efecto, el carb�n, en estas latitudes es el combustible que le proporciona al hombre la posibilidad de hacer fuego, cosa que a los animales les resulta imposible.

Schakalik tuvo que reconocer que el esclavo ten�a raz�n y cuando se inclin� para beberse una sopa cocinada con grasa de cordero vio en la superficie lisa como espejo una cara que le hablaba.

—Soy el genio de la sopa —le dijo— y desde esta superficie te revelar� el futuro de lo que dice el esclavo. Es cierto que con el carb�n los hombres se calientan y cocinan y lo han podido hacer porque en el pasado eran tan pocos que los efectos de quemar carb�n no se notaban. Pero, en estos siglos, con tantos humanos, todos ellos cocinando y calent�ndose y muchas otras cosas, el humo, estas part�culas que salen al aire, es tanto que la atm�sfera, los mares y el espacio se est�n ensuciando. Y aqu� viene la soluci�n a otro de los enigmas del esclavo: sin carb�n no hay tizones. Mucha raz�n tiene el negro, pues t� que eres cocinero sabes que si quemas alcohol, por ejemplo, no se forman ni tizones ni brasas. Por lo tanto hay que saber primero lo que es el carb�n natural, lo que es el fuego y lo que son las cenizas.

Schakalik, con la boca llena, interrumpi� al genio:

—Detente, no me expliques lo que es el carb�n, ya me lo s�. Un amigo pintor sol�a cantar:

Son tres, son tres, son tres,
las formas del carb�n org�nico
y tres veces,
tres veces
tres veces
lo repetir�:
son tres, son tres, son tres
las formas del carb�n org�nico
Son tres, antracita, hulla y lignito,
antracita, hulla y lignito,
antracita, hulla y lignito.

En cambio, estoy ansioso por entender de qu� est� hecho el fuego y por qu� brillan las brasas. �Cu�ntas veces no me habr� quemado en mi cocina por culpa de ellos!

—El fuego, ese resplandor que vemos cuando arde el carb�n o simplemente cuando se enciende una vela es luz y calor. S�, es la luz y el calor debidos a la combusti�n del carb�n o de la parafina. Esta combusti�n es el conjunto de reacciones que se originan cuando el carb�n o la parafina, en este caso, se combinan con el ox�geno. As� se explica, tambi�n, lo que, por ejemplo, t� mismo, aterrado, contemplaste ayer: una llama d�bil, err�tica a ras del suelo, cuando te despertaste despu�s de la fiesta que dieron cerca del cementerio. Cre�ste que era sobrenatural y, una vez m�s, te equivocaste. Los fuegos fatuos, porque as� se llaman esos resplandores, se observan frecuentemente en los parajes pantanosos y en los cementerios. Se producen al ras del suelo al reaccionar el ox�geno del aire con la parafina desprendida por las materias org�nicas en descomposici�n, es decir; que la fosfina se inflama. Si la acci�n de quemar el carb�n se controla ahogando el fuego (por ejemplo limitando la cantidad de ox�geno, que reacciona), entonces se consigue una combusti�n incompleta y arde s�lo la superficie del trozo del carb�n. La temperatura resulta entonces menor que si la combusti�n fuese total, pero el carb�n dura m�s.

—Me lo vas a decir a m�, genio —coment� Schakalik—. Cuando tengo que cocer garbanzos son brasas lo que necesito, duran m�s y su temperatura es constante. En cambio, si quiero hornear pan o dorar un conejo, ser� carb�n ardiendo con llama viva lo que use. Y en invierno no hay como las tibias brasas del brasero.

—Pues todo ello no son m�s que reacciones entre el ox�geno y el carb�n m�s o menos controladas —interrumpi� el genio—. El calor y la luz que se observan se deben a la liberaci�n de energ�a, hasta que s�lo quedan cenizas.

—Cenizas, cenizas, �ja, ja!, as� se llamaba el gato de mi t�a. —�Adivina por qu�?

—S�lo puede ser, por dos motivos —dijo el genio—. El m�s evidente es por el color, pues las cenizas son grises, casi blancas. Los tonos var�an dependiendo de su origen. Pueden ser el residuo de la combusti�n de la madera o del papel o del carb�n mal quemado o de huesos. Hay tambi�n cenizas volc�nicas. Las cenizas suelen contener gran cantidad de carbonatos (de potasio, sodio, etc.) y es su composici�n lo que determina el color. Son azuladas si contienen cobre, vidriadas si contienen carbonato de cobre, o negras, si contienen lignitos. Hay poetas que hablan de "las cenizas azuladas del crep�sculo,". El otro motivo, aunque m�s rebuscado —prosigui� el genio— puede deberse a que las cenizas son lo �ltimo que queda despu�s de una destrucci�n por el fuego. Quiz�s el gato de tu t�a se llamaba Cenizas para indicar que permanece aun despu�s del fuego, como el Ave F�nix.

—No, no, el gato se llamaba Cenizas por el color —repuso Schakalik—. Aunque mucho de lo que has dicho no me queda claro, s� entiendo que sin carb�n no hay brasas, pues ese rojo intenso no es m�s que la manifestaci�n de la reacci�n del carbono con el ox�geno, reacci�n que libera mucho calor. Las cenizas es lo que queda despu�s de la combusti�n o sea que ya no contienen suficiente carbono para que se d� la reacci�n del carbono con el ox�geno. Por lo tanto: "�Sin carb�n no hay tizones!" �Est� entendido?

No hab�a acabado de hablar Schakalik cuando la imagen del genio de la sopa se hab�a diluido y otra vez la superficie del l�quido humeante reflejaba la luz.

—Debe estar deliciosa —dijo Schakalik— y se bebi� todo el l�quido. Ni una gota dej�. Mir� el arroz humeante y comprendi� que, gracias al calor que procura el carb�n de las cocinas, el arroz puede cocerse y cuando se enfr�a irradia calor y vapor. Ese humo blanco que se eleva no es m�s que vapor de agua, como el que tan deliciosamente acaricia el cuerpo de los ricos en los ba�os turcos. �Otro de los misterios aclarados!

Cuando Schakalik acab� con toda la comida, que alab� mucho, se qued� mirando los platos y los cuencos de porcelana. Muchos de ellos ven�an de China y se plante� el �ltimo enigma del esclavo: "Sin carb�n no tendr�amos porcelana." Pues claro, se dijo; no hace falta ser genio para saber que estos platos se obtienen horneando las piezas de arcilla que producen los alfareros y Schakalik, despu�s de eructar sonoramente, se dispuso a echarse una siesta.

Los genios, y el mismo esclavo, se sintieron ofendidos por lo simple y lo poco curioso que result� ser Schakalik. Decidieron entonces no hablar con �l, no explicarle que la porcelana se fabrica en China, quiz�s, desde el siglo VI de nuestra era. Y sobre todo que hacia principios del siglo XVIII en el centro de fabricaci�n m�s importante de China, �m�s de 180 000 familias trabajaban en la producci�n de porcelana y que se empleaban 3 000 hornos!, que funcionaban d�a y noche. O sea, que para fabricar porcelana no s�lo hacen falta minas de caol�n (arcilla a partir de la cual se hace la porcelana), sino excelentes artesanos y muchos, muchos hornos que, desde luego, funcionen con combustible, generalmente el carb�n, ya que hacen falta temperaturas hasta de 500 a 900�C.

Y para castigar al ignorante cocinero, uno de los genios repiti� lo que hab�a le�do en el Libro de los enga�os y de los atrevimientos de las mujeres.
Cuatro cosas hay que el hombre docto no debe alabar hasta que vea su final: lo primero, el comer, hasta ver como termina y que lo haya expulsado del est�mago; el que va a lidiar hasta que vuelva de la lidia; la mies hasta que sea segada, y la mujer hasta que est� pre�ada.

El esclavo al ver que Schakalik no se despertaba se encoleriz� mucho, lo mir� de una manera temible, y lo increp�:

—Pero, �desdichado! As� has menospreciado los conocimientos que dese�bamos inculcarte.

No hab�a acabado de decir tan tremendas palabras y ya sent�a Schakalik un dolor indescriptible en el bajo vientre. La barriga se le infl� r�pidamente hasta convertirlo en un globo que, de no ser porque Schakalik se agarr� de la rama de un limonero, se hubiera elevado hasta perderse entre las estrellas. El esclavo, entonces, regocijado, se alej� con los otros genios y efrits, abandon�ndolo en tan inc�moda postura.

—�Auxilio! —grit� Schakalik—. �Auxilio!

No tard� en acudir una hermosa princesa que, despu�s de la sorpresa de verlo convertido en burbuja, le pregunt�:

—�Qu� deseas? �En que puedo yo ayudar a quien ha conseguido elevarse en el cielo como si fuera un ave?

Y Schakalik contest�: —He comido demasiado y mis tripas est�n llenas de gases. �Qu� hago?

La princesa no lo dud� y al instante le recomend�.

—Come carb�n.

—�Que coma qu�?

—Carb�n, s�, come carb�n. Desde hace siglos el hombre sabe que cuando tiene gases en el est�mago, el mejor remedio es comer carb�n. Parece ser que el carb�n act�a como "adsorbente"' (con, ad y no con ab), o sea que retiene los gases en su superficie.

—�No, no!, esta mujer me quiere envenenar.

—Mira Schakalik, te lo voy a explicar con calma —dijo la princesa—, suj�tate bien del limonero y escucha. Espero que al final de mi narraci�n entiendas lo que va a pasar en tu est�mago y te comas, contento y feliz, los gramos de carb�n que te voy a dar. —Imag�nate, Schakalik, que fueses un �tomo de carbono, s�, precisamente una de esas entidades peque��simas de las que los griegos dec�an est� constituida la materia. Si estuvieses en pleno centro de un trozo de carb�n tendr�as vecinos a la derecha, a la izquierda, al frente y detr�s, arriba y abajo.

La princesa avanz� en su explicaci�n.

—Estar�as, por lo tanto, adem�s de bien acompa�ado, protegido, as� que tratar�as por todos los medios de encontrarte siempre en tan buena situaci�n. Pero, si fueses un �tomo de una esquina del trozo de carb�n tendr�as vecinos debajo de ti y a la derecha, pero te faltar�an los de la izquierda y de arriba. Ego�sta, como eres, atraer�as a quien pasara por all�. Para protegerte te cubrir�as con lo que fuera, as� adsorber�as cualquier mol�cula m�s o menos libre. �Entiendes ahora por qu�, si te comes un poco de carb�n, de ese carb�n formado por part�culas peque�as en las que hay muchos �tomos ansiosos de adsorber, te desinflar�as?

—Ahora lo entiendo dijo Schakalik—, el gas se va a quedar pegado al carb�n y por lo tanto su volumen disminuir�. Eso es justo lo que deseo. As�, adem�s, ser� f�cil digerirlo. Date prisa, princesa, y dame un buen plato de carb�n.

La princesa mand� al bazar a una de sus esclavas a conseguir el carb�n que necesitaba Schakalik.

—Quiz�s con Ahmed, all� donde venden tantos productos medicinales —orden�.

Y mientras volv�a la esclava con la compra, la princesa, para entretener al enfermo, le habl� de los usos del carb�n, para retener otras cosas. El carb�n con propiedades adsortivas se consigue tratando carb�n a altas temperaturas. Se le conoce como carb�n activo. Desde hace muchos a�os se utiliza, por ejemplo, para decolorar aceite. La manera de hacerlo es muy sencilla. El aceite negro se mezcla con un poco de carb�n y se pone a hervir la mezcla. Despu�s se deja enfriar y se filtra. Por un lado queda el aceite limpio y por el otro el carb�n impregnado de la suciedad que se encontraba en el aceite.

La princesa no pudo continuar porque Schakalik, desde las alturas en las que se encontraba, empez� a gritar: —�Ya est� aqu�, ya est� aqu�. Viene con un paquetito. R�pido que me lo den o estallar�!

Y en efecto, la esclava ven�a corriendo a entregarle a su ama el encargo. La princesa vaci� parte del contenido en una preciosa cucharilla de plata y oro y, tirando del cocinero por el brazo, consigui� hacerle tragar el carb�n. De inmediato los gases se adsorbieron sobre la enorme superficie espec�fica del carb�n, que es de muchos cientos de metros cuadrados por gramo. Es decir; que el �rea de un gramo de material es de cientos de metros cuadrados. A medida que las mol�culas de gas quedaban sujetas en la superficie del medicamento, el volumen de la panza de Schakalik disminu�a y por consiguiente flotaba menos en el aire hasta que toc� tierra. Apresuradamente le bes� las manos a la princesa, le sac� la lengua al esclavo negro que le hab�a servido la cena y huy� del palacio a contarle a sus amigos lo sucedido. Ninguno se lo crey� y lo tildaron de borracho y de so�ador. Schakalik quiso entonces por amor de la verdad y, quiz�s por hambre, volver al mismo sitio, pero nunca encontr� aquel p�rtico con varios pelda�os, en donde hab�a un n�mero considerable de esclavos, sirvientes, oficiales y porteros.

Sali� el Sol, Scherezada call� e inmediatamente el rey Schahriar fue a la sala de sus justicias y se instal� en el div�n con una multitud de visires, guardias y gente de palacio y el rey juzg� y dispuso nombramientos y gobern� y despach� los asuntos pendientes hasta que hubo acabado el d�a.

Luego se levant� del div�n, regres� a palacio y, cuando lleg� la noche, fue a buscar a Scherezada, la hija del visir. Y la joven Donaziada se apresur� a levantarse y dijo: —�Oh hermana m�a!, te suplico nos cuentes otra historia.

Scherezada, sonri�ndole a su hermana, repuso: —Lo har� de todo coraz�n y buena voluntad, pero no sin que este rey tan bien educado me lo permita.

El rey, que aguardaba impaciente, le dijo: —Puedes continuar.

GLOSARIO

absorci�n. La atracci�n de un s�lido para retener las mol�culas de un l�quido o gas con el que se encuentra en contacto.

adsorci�n. Retenci�n de una sustancia sobre la superficie de un s�lido o alrededor de las particulas de un coloide en suspensi�n.

brasero. Recipiente redondo de metal en el que se pone carb�n en trozos menudos, y que sirve como medio de calefacci�n. Hogar, fog�n para guisar.

caol�n. Compuesto mineral, del tipo de las arcillas, de color blanco, muy duro, compuesto a base de �xidos de silicio, �xido de aluminio y agua. Se emplea en la fabricaci�n de la porcelana y el papel.

porcelana. Producto cer�mico hecho de masa vitrificada, muy compacta blanca y transl�cida, por lo general revestida con un esmalte fino, incoloro y transparente.

superficie espec�fica. �rea por unidad de masa que presentan las sustancias porosas.

[Inicio][Anterior]Previo[Siguiente]