IV. LA HIPÓTESIS DE WEGENER: LA DERIVA CONTINENTAL

A PESAR de que varios geólogos habían defendido la idea del desplazamiento en gran escala de los continentes, fue Alfred Wegener (figura 6), meteorólogo alemán, el primero en reunir pruebas amplias que justificaran y sostuvieran la idea de que las masas terrestres hoy disyuntas formaban en el pasado geológico una única e inmensa masa continental, que denominó Pangea.

Alfred Wegener nació en Berlín, en 1880. Se graduó en astronomía y obtuvo su doctorado en 1905. Desde entonces se interesó por la meteorología y fue un ardiente adepto de la aerostática, el arte de navegar en globo. También se interesó por las expediciones polares y en 1906 participó en la expedición danesa a Groenlandia, donde pasó dos inviernos haciendo observaciones meteorológicas. Al regresar a Alemania, en 1908, fue nombrado profesor de meteorología de la Universidad de Marburgo.



Figura 6. Alfred Wegener (1880-1930).

En 1910, Wegener puso su atención en la idea de la deriva de los continentes, pues estaba impresionado, como tantos otros, por la semejanza de las costas de los continentes situados en ambos lados del Atlántico sur. Inicialmente le pareció improbable la idea de los desplazamientos de los continentes. A partir de 1911, gracias a datos paleontológicos, también empezó a buscar pruebas geológicas que apoyaran la idea de la deriva continental. Trabajó intensamente y el 6 de enero de 1912 presentó una conferencia acerca de la deriva en la Unión Geológica de Frankfurt, intitulada "La formación de las grandes estructuras de la corteza terrestre (continentes y océanos) con bases fisiográficas".

El 10 de enero de ese mismo año pronunció otra conferencia, esta vez en la Sociedad para el Fomento de la Historia Natural General de Marburgo, intitulada Die Entstehung der Kontinente ("El origen de los continentes"). Con este mismo título publicó, también en 1912, dos trabajos sobre el tema (Wegener, 1912a, 1912b).

Después viajó de nuevo a Groenlandia (1912-1913) y en seguida tuvo que pasar a la vida militar activa, debido al inicio de la primera Guerra Mundial; fue herido dos veces y se dio de baja en 1915. Utilizó su período de convalescencia en elaborar con mayor amplitud los dos artículos de 1912. De ahí resultó su libro Die Entstehung der Kontinente und Ozeane ("El origen de los continentes y océanos"), hoy un clásico de la literatura geológica, publicado en 1915 y con numerosas ediciones.

En esa época era opinión corriente que el planeta Tierra se había originado de una masa en fusión; al solidificarse la Tierra, los materiales más leves, en gran parte graníticos, se habían reunido en la superficie del planeta, dejando abajo las rocas basálticas, más duras y pesadas, y en el centro un núcleo metálico todavía más denso. Al solidificarse la corteza se formaron las cadenas montañosas, por plegamiento de la corteza siálica, tal y como se forman arrugas en la cáscara de una manzana que se está secando y marchitando.

En su libro, Wegener examinó esa idea. Propuso que inicialmente existía en la superficie de la Tierra un supercontinente continuo, Pangea, el cual se habría partido durante la Era Mesozoica y sus fragmentos empezaron a moverse y dispersarse. Llamó a este movimiento horizontale Verschiedung der Kontinente (desplazamiento horizontal de los continentes). Más tarde ese proceso fue denominado deriva continental.

Adoptando con convicción el concepto de isostasia postulado por el astrónomo inglés G. B. Airyz, Wegener admitió que los fragmentos de Pangea, constituidos por materiales graníticos leves (densidad: 2.8), "fluctuarían" por arriba de materiales basálticos subyacentes, más densos y fluidos (densidad: 3.3), que forman el piso oceánico. Así, como los icebergs en el agua, los fragmentos de Pangea, constituidos por sial, estarían en equilibrio sobre el sima (figura 7).

Ese equilibrio isostático permitiría a esos bloques realizar movimientos verticales, que resultan de la aplicación del principio de Arquímedes. Cuando la erosión desgastara una camada superficial de un continente, éste tendería a subir, tal como una barca que está siendo descargada. Un ejemplo de ese fenómeno se relaciona con el aligeramiento que ocasiona el derretimiento de grandes masas de hielo, como en la península de Escandinavia, donde se puede comprobar una elevación de cerca de un metro por siglo.



Figura 7. El principio de la isostasia. Un bloque siálico flotando sobre el sima.

Wegener argumentó que si esos bloques continentales siálicos fluctuando en el sima podían realizar movimientos verticales, también podrían realizar movimientos horizontales deslizantes, siempre y cuando se ejerciera una fuerza suficientemente fuerte.

Para apoyar su hipótesis Wegener reunió una cantidad impresionante de datos que extrajo de diversas ramas de las ciencias naturales, incluyendo la geofísica, la geología, la paleontología y las ciencias biológicas. Trataremos tales datos más adelante.

Wegener también utilizó como demostración de la deriva continental la coincidencia fisiográfica de las costas de los continentes que cercan el Atlántico. Demostró que al yuxtaponer tales estructuras presentan similitudes y se acoplan como si fueran las piezas de un rompecabezas (figura 8(a)). Por ejemplo, la sucesión vertical de rocas sedimentarias y lava basálticas que componen, respectivamente, la secuencia del Paleozoico Superior y del Mesozoico de la cuenca del Paraná, en Brasil, es semejante a la que se encuentra en la cuenca del Karoo, en Sudáfrica. Wegener demostró igualmente que, al reconstruirse el supercontinente Pangea, los depósitos de carbón y de evaporitas yacen próximos al ecuador de esa época, mientras los tilitos de India, Australia, Sudamérica y sur de África estarían próximos al antiguo polo (figura 8(b)). Entonces pensó que era evidente que la posición de las masas terrestres había cambiado no sólo en la relación que tenían unas con otras, sino que también en relación con el polo. Así, según Wegener, durante el movimiento los fragmentos de Pangea se habían alejado de los polos, por lo cual denominó a ese movimiento Polflucht (fuga de los polos).

Para Wegener; al final del Carbonífero, o sea, hace aproximadamente 290 millones de años, sólo existía un único continente, Pangea (figura 9(a)). Esa inmensa masa continental se habría fragmentado posteriormente en distintas direcciones, de tal manera que en el Eoceno ya se podrían distinguir con claridad dos continentes: el eurasiático, que se comunicaba, a través de Escandinavia con Norteamérica, dando lugar a un supercontinente septentrional llamado Laurasia, y, al sur, una serie de bloques continentales (hoy separados) que constituía el supercontinente de Gondwana (figura 10(b)), el cual comprendía a Sudamérica, Antártida, Australia y África.





Figura 8. a) Continuidad de los terrenos cristalinos que afloran en África occidental y Sudamérica, eliminándose el Atlántico sur y juntándose los continentes (véase también la figura 12). b) Distribución de los sedimentos glaciales permocarboníferos (a la izquierda); al juntar los continentes se reconstituye una calota glacial (adaptados de dibujos de Wegwner).







Figura 9. Mapas paleogeográficos elaborados por Wegener. a) El supercontinente de Pangea durante el Carbonífero. b) Situación durante el Eoceno. c) Durante el Cuaternario Inferior. El continente africano se mantiene fijo por convección.

Según Wegener, la deriva de las balsas continentales se manifestó geológicamente por lo que él llamó "juegos de popa y de proa". En el frente de los continentes (o en la "proa de la balsa") en movimiento se formaron gigantescas arrugas: las cadenas de montañas; así, el contacto de América, que deriva hacia el occidente, con el sima del Pacífico generó la cordillera de los Andes y las Montañas Rocosas; Australia, que deriva hacia el Oriente, indujo la formación de sus cadenas costeras orientales. Esos arrugamientos de la "proa" también tienen importantes repercusiones internas que generan las actividades volcánicas y magmáticas intensas de esas regiones.

Del lado de la popa los fenómenos no son menos espectaculares. Los continentes en deriva abandonan, en su rastro, algunos fragmentos de su margen posterior (la "popa de la balsa"), generando islas, grandes o pequeñas. América, por ejemplo, en su deriva hacia el oeste, habría formado tras de sí el arco de las islas de las Antillas. Más espectacular todavía habría sido la deriva de Asia hacia el noroeste, que dejara como huella la guirnalda de las islas del Archipiélago de Sonda, el Japón, las Kuriles y otras.

Finalmente, Wegener propuso un mecanismo para explicar el Polflucht y la deriva. Argumentó que las fuerzas gravitacionales resultantes de la forma de la Tierra, un elipsoide en revolución, eran las que causaban el Polflucht, y que la deriva de los continentes hacia el oeste resultaba del "empuje" que recibían las masas continentales debido a las mareas inducidas por la atracción gravitacional del Sol y de la Luna. Pero Wegener presentó tales ideas sólo como tentativas de explicación, pues afirmó que "la cuestión de cuáles fuerzas habrían podido causar esos desplazamientos, pliegues y hendiduras, aún no puede responderse conclusivamente".

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