V. JOS� PUCHE �LVAREZ



Gracias, Maestro. Me inclino ante tu genio, y saludo con mi verso nada terso como de coplero rudo esta tu sabidur�a de ir trocando en Universo el grano de cada d�a
Coplas corridas a Rafael S�nchez Oca�a,
JUAN REJANO

EL DOCTOR Jos� Puche �lvarez naci� en Lorca el 31 de agosto de 1895 y falleci� en la ciudad de M�xico el 3 de noviembre de 1979. Vivi� 43 a�os en Espa�a y 40 en M�xico. Es tal vez el profesor del exilio espa�ol sobre el que m�s se ha escrito. La Generalitat Valenciana public�, en 1989, el libro Jos� Puche �lvarez. Historia de un compromiso. Estudio biogr�fico y cient�fico de un republicano espa�ol, escrito por Jos� Luis Barona Vilar y Mar�a Fernanda Mancebo, que constituye una obra exhaustiva, llena de datos fidedignos, escrita con amor y dedicada "a los espa�oles del exilio". Dif�cilmente se podr�a agregar nada a este estudio.

Figura 1.V. Jos� Puche durante su etapa de estudiante en Barcelona.

Conoc� personalmente al maestro Puche, como decimos en M�xico. En 1984 se llev� a cabo un coloquio, "El Exilio Espa�ol y la UNAM" cuya minuta se public� en 1987 con presentaci�n de Mar�a Luisa Capella. En ese librito me toc� hablar de cuatro m�dicos y profesores del exilio que ocuparon c�tedras y laboratorios en la Universidad Nacional Aut�noma de M�xico: Isaac Costero, Rafael M�ndez, Dionisio Nieto y Jos� Puche. Los eleg� porque conoc� a los cuatro y tuve la suerte de recibir directamente sus ense�anzas y gozar de su amistad. �Fueron a�os inolvidables! En aquella ocasi�n escrib� lo siguiente sobre don Jos�:



El maestro se educ� en Catalu�a. Fue rector de la Universidad de Valencia de 1936 a 1938 y director general de Sanidad durante la Guerra Civil. Cuando lleg� a M�xico hab�a publicado ya algunos trabajos sobre la fisiolog�a de los reflejos vago-simp�ticos y la electrocardiograf�a experimental. Su primera labor docente tuvo lugar en el Instituto Polit�cnico Nacional (fundado por la persona que m�s ayud� al exilio, el general L�zaro C�rdenas, entonces Presidente de la Rep�blica) en la Escuela de Medicina Rural. No nos ocuparemos aqu� de su inmensa labor pol�tica de ayuda a sus hermanos refugiados. Baste decir que en 1958, habi�ndola terminado, ya en la sexta d�cada de su vida [...] se incorpor� al Departamento de Fisiolog�a de la Facultad de Medicina de la UNAM. Ah� vuelve a sentirse como pez en el agua y, de verdad, rejuvenece. Lo que para muchos significar�a la edad del retiro, para �l fue desembarazarse por fin de tareas administrativas y dedicarse a su vocaci�n de investigador, �y vaya si lo hizo!; form� un grupo de estudiantes de posgrado, a los cuales logr� interesar en la fisiolog�a de la regulaci�n de la glucosa y la ingesti�n de alimentos, temas que fueron, en un tiempo, con los que inici� su carrera cient�fica. Don Jos� Puche particip� activamente en la comisi�n revisora de los programas de la ense�anza de la fisiolog�a y organiz� en 1965 el curso para la formaci�n de profesores de esta ciencia. Poco antes emprendi� y concluy�, con su alumno Hugo Ar�chiga, la ingente tarea de traducir el Tratado de fisiolog�a de Philip Bard. La editorial que lanz� el libro me encomend� la tarea de hacer la �ltima revisi�n. Me maravill� que en cerca de sus mil p�ginas no encontr� apenas nada que corregir que no fuera imputable a errores tipogr�ficos. �Y lo que aprend�! Quiz� la aportaci�n m�s importante del doctor Puche fue el inculcarnos un venerado respeto por nuestro idioma, una constante vigilancia para expurgar de galicismos y, sobre todo, de anglicismos nuestros escritos. Con una paciencia admirable y un fino esp�ritu humor�stico, jam�s ofensivo, nos "tiraba de las orejas" y nos suger�a palabras castellanas, que bien se acomodaban en lugar de nuestras traducciones literales de lenguas extranjeras. Hablaba y escrib�a el castellano como s�lo saben hacerlo los levantinos, tal vez por sus ra�ces latinas. Era minucioso y exacto. Una vez me rega�� porque dije "se me puso la carne de gallina".
—No Augusto, en todo caso se le puso a usted la piel de gallina.
As�, con su leve sonrisa, nos fue ense�ando. Buena falta hac�a, pues cada d�a: est�bamos destrozando el idioma m�s y m�s.�

 

 

Figura 2.V. Al centro el doctor Puche con sus compa�eros del Hospital de And�jar en octubre de 1938.

 

Figura 3.V. Jos� Puche, A. Pi i Sunyer y R. Carrasco Formiguera en 1929.

Mientras ato estos recuerdos, acaba de aparecer un editorial como homenaje a Puche en la Revista de la Facultad de Medicina, UNAM, vol. 38, N�m. 2, abril-junio, 1995. Est� escrito por Elvira Barrera-Calva y Baltazar Barrera-Mera, ambos del Departamento de Fisiolog�a de la Facultad y alumnos y colaboradores de don Jos� Puche, los �ltimos en su larga vida de profesor. Fueron testigos de su reincorporaci�n a la investigaci�n activa en el laboratorio y publicaron con �l sus postreros trabajos. Ellos nos dicen. "Nos toc� vivir su actuaci�n en el Departamento desde 1966 hasta noviembre de 1979. En ese tiempo fueron presentadas sus observaciones, para su discusi�n, a�o tras a�o, en las reuniones que celebr� la Sociedad Mexicana de Ciencias Fisiol�gicas. El texto que se redact� de estas actividades experimentales s�lo se public� en breves res�menes de los Congresos. Sus intereses le orientaron a estudiar los mecanismos de regulaci�n de la ingesti�n alimenticia y de la glucemia en los crustáceos mexicanos del g�nero Procambarus bouvieri cabalbroi y Cambareus moctezumae. De estos estudios se han publicado hasta ahora dos comunicaciones in extenso: Puche J., B. Barrera-Mera. "Efectos de la asfixia sobre la actividad visual del camar�n de r�o con desaferectaci�n neural de sus tallos oculares". Revista Espa�ola de Fisiolog�a (1993) 49: 121-124, y J. Puche, E. Barrera-Calva, B. Barrera-Mera. "Protocerebral Deafferentation Effects on Crayfish Glycemic Response: a Protocerebral Circadian Pacemaker Regulates the Hemolymph Sugar Concentration". Revista Espa�ola de Fisiolog�a (1993) 49:151-156.

Contin�an Elvira y Baltazar con sus recuerdos: "Ante las diversas dificultades no s�lo para completar y organizar el material que se logr� publicar; sino aquellas que ocurrieron al realizar los experimentos, el maestro Puche siempre manifest� que era conveniente realizar esa tarea. No importaba que no se dispusiera del equipo m�s moderno o m�s id�neo. Y as�, con s�lo contar con un m�nimo de recursos el maestro Puche realizaba ingeniosas observaciones. Estuvo constantemente informado de las �ltimas publicaciones, no s�lo del tema de sus estudios, sino del conocimiento de las ciencias en general. Su cr�tica y comentarios quedan impresos en el grueso de las publicaciones de las obras de sus disc�pulos y sus colegas en el seno de la Sociedad Mexicana de Ciencias Fisiol�gicas (que cumpli� este a�o su 38 aniversario, sin dejar de realizar sus congresos anuales). De manera que de sus entusiastas actitudes por las ciencias y la cultura nos quedan sus alentadoras esperanzas. De entre otras de sus reflexiones, nos hac�a ver en alguna ocasi�n que don Santiago Ram�n y Cajal, con tan s�lo unos cuantos gramos de sales de plata, hab�a logrado te�ir todo el sistema nervioso. Asimismo nos relataba el maestro Puche que, todav�a en su pa�s de origen, le comunicaron que trabajar�a en el Laboratorio de don Santiago quien reci�n se retiraba en la Universidad de Madrid. Lo que m�s le impresion� fue el escaso material con el que Cajal hab�a completado sus magnas e ilustradoras experimentaciones que le hab�an llevado a lograr una de las obras m�s monumentales en el estudio del conocimiento del sistema nervioso.

Vi por �ltima vez al doctor Puche en su laboratorio del Departamento de Fisiolog�a de la Facultad de Medicina de la UNAM. Con su impecable bata blanca, rodeado de alumnos j�venes y osciloscopios, microscopios y sus crust�ceos de r�o que tanto estudi�. El motivo de mi visita era entre otras cosas pedirle permiso para transcribir alg�n d�a su art�culo sobre "Un ensayo poco conocido de Cajal". Con una amplia sonrisa me dijo que nada le har�a tan feliz. Comentamos el ensayo y le dije cu�n maravillado estaba de la frase de Cajal sobre "los futuros ingenieros neuronales" �que penetraci�n premonitoria la del sabio!, �l lo plantea para mil a�os; �cu�nto le hubiera gustado contemplar los avances actuales de la inteligencia artificial, la psicolog�a cognoscitiva y de los m�todos no invasivos para estudiar el cerebro!

Don Jos� me acompa�� a la puerta, par�ndose de pronto y me dijo: —�Sab�a usted que Ortega y Gasset dec�a que Cajal era un mutante?— . No. No lo sab�a, pero viendo el panorama de la ciencia en la Espa�a de su tiempo, es para pensar que Ortega ten�a raz�n. Sal� de la Facultad y caminando por la explanada de Ciudad Universitaria, desde la que se contemplan las monta�as que rodean el valle de M�xico, pensaba en la suerte que tuvimos algunos estudiantes de contar con profesores del Exilio espa�ol como don Jos� Puche �lvarez.

 

 

Figura 4. V. Puche, Folchi Pi, Mira y D'Harcourt, cuatro figuras del exilio cient�fico espa�ol en M�xico.

 

 

Figura 5. V. El doctor Puche en un seminario con sus alumnos entre los que se encuentran Hugo Ar�chiga de M�xico y Pe�aloza de Colombia.

PRESENTACI�N DE UN ENSAYO POCO CONOCIDO DE CAJAL, POR EL DOCTOR J. PUCHE

El trabajo a que nos vamos a referir no se halla incluido en las distintas relaciones conocidas de la copiosa bibliograf�a de don Santiago. Fue casualmente curioseando un mont�n de libros en una librer�a de viejo, como encontr� un peque�o volumen, en cuyo lomo adornado de unas grecas con rosas doradas pod�an leerse las indicaciones siguientes: "Maestre", "Psicolog�a Positiva" Bailly-Balli�re. Nada incitaba mi curiosidad, como no fuera la encuadernaci�n y el aliciente de ser una edici�n madrile�a de los libreros de la calle de Santa Ana; sin embargo, abr� el libro por la portada y me encontr� con la grata sorpresa de que el volumen aquel, que estuve tentado a volver al mont�n an�nimo, llevaba un pr�logo de don Santiago Ram�n y Cajal. Sin detenerme en m�s averiguaciones pregunt�, al guardador de aquella fosa com�n de libros yacentes el precio del que yo deseaba al cual me avine sin el acostumbrado regateo en honor a la fortuna de mi hallazgo. Luego pude leer y releer, a mis anchas, este trabajo de Cajal escrito en plena madurez de su genio (1904) y cuyo destino hubiera sido el mismo que segu�a el tratado que prologaba.

Es sabido que Cajal mostr� siempre inter�s no s�lo por los temas de la morfolog�a y desarrollo del sistema nervioso, sino tambi�n por todos los relacionados con su fisiolog�a y con la psicolog�a como resultante de aqu�llos. En sus publicaciones insiste reiteradamente acerca de las inducciones fisiol�gicas y psicol�gicas derivadas de sus descubrimientos sobre la morfolog�a y actividad, de las neuronas. Toda su ingente obra de investigaci�n cient�fica h�llase impregnada por la voluntad de encuadrar sus aportaciones personales con las precedentes de las disciplinas afines, y dar as� s�lido fundamento a la constituci�n de un cuerpo de doctrina coherente como el que tuvo el acierto de formular.

Ya el t�tulo de su obra fundamental, Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, viene completado con una aclaraci�n muy significativa cuando dice: "Estudios sobre el plan estructural y composici�n histol�gica de los centros nerviosos adicionados de consideraciones fisiol�gicas fundadas en los nuevos descubrimientos."

En la memoria presentada en el Congreso M�dico de Valencia el a�o 1891, "Sobre la significaci�n fisiol�gica de las expansiones protopl�smicas y nerviosas de las c�lulas de la sustancia gris" defiende, por primera vez, la teor�a de la polarizaci�n din�mica de la neurona, seg�n la cual, el soma y las dendritas representan un aparato de recepci�n, mientras que el ax�n constituye el �rgano de emisi�n y repartici�n. Unos a�os despu�s en las conferencias profesadas en Londres Croonian Lectures y en la le�da, el mismo a�o de 1894, en el Congreso M�dico Internacional de Roma, aduce un c�mulo de sugestiones que habr�an de fructificar de inmediato en el conocimiento de la fisiolog�a del SNC. Luego, en sus estudios sobre el neurotropismo (1893) y con la g�nesis y evoluci�n del S.N. que entroncan m�s tarde con los de degeneraci�n y regeneraci�n de los nervios, h�llanse tambi�n buen caudal de ideas de car�cter fisiol�gico. Lo mismo podr�amos decir de las Leyes de la morfolog�a y dinamismo de las c�lulas nerviosas, formuladas en 1897, y en su monograf�a acerca de la Significaci�n probable de las c�lulas de ax�n corto que data de 1901 y cuya actualidad ha sido glosada por el doctor Dionisio Nieto. De estas reiteradas aportaciones a la fisiolog�a hablar� en otro lugar.

En la �poca que don Santiago redact� el ensayo que vamos a transcribir, la psicolog�a estaba influenciada fundamentalmente por el auge de la fisiolog�a del sistema nervioso a cuyo progreso contribuyera de modo tan decisivo Cajal. Esta correlaci�n de conocimientos explica la curiosidad de nuestro sabio por problemas que pueden considerarse ligados con cierta afinidad.

Pero dejar� estos comentarios para ofrecer la transcripci�n exacta ya que con ello saldr�n beneficiados el lector y mi prop�sito.

PR�LOGO

Paso desde luego a declarar que el doctor Maestre, al escribir este libro, no ha pretendido hacer labor de investigaci�n, sino componer un resumen popular de las teor�as y de los hechos modernamente adquiridos tocante a la localizaci�n de las operaciones de la psiquis, organizaci�n �ntima del cerebro y mecanismo de las acciones nerviosas: resumen que se echaba de menos en nuestro pa�s, donde la profusi�n de las obras profesionales y de pan llevar ofrecidas al p�blico por el sentido excesivamente pr�ctico de autores y editores, cierra el paso a libros de especulaci�n cient�fica y filos�fica desinteresada.
Aparte las excelencias de la forma y del plan realza el presente libro una nota simp�tica de ardiente espa�olismo. Por sus p�ginas parece o�rse la autorizada voz de nuestros viejos pensadores, en amistoso coloquio con los nuevos, no por humildes menos devotos del patrio solar: y el h�lito de la ciencia espa�ola, representada por los Huarte, Llovera, Andr�s Vel�zquez, Oliva y Sabuco, Sabunde, etc., dir�ase que sacude las hojas de papel, que tremolan, cual jirones de gloriosa bandera, reconfortando el coraz�n y elevando el pensamiento.
Frases hay de nuestros fil�sofos m�dicos del siglo de oro que constituyen f�rmulas an�tomo-fisiol�gicas precisas, no corregidas ni mejoradas por la ciencia moderna. As�, cuando Huarte declara en su Examen de ingenios "que el hombre si tiene bien organizado el cerebro, obra bien y con mucha prudencia, y si el cerebro est� mal organizado yerra y hace muchos disparates", formula un principio en perfecta armon�a con los resultados de la fisiolog�a y la psicolog�a contempor�neas. Podr�a en rigor adicionarse a esta luminosa y sencilla doctrina acerca de las condiciones som�ticas del talento y de la mediocridad mental algunos datos nuevos, tales como el mayor o menor desarrollo de las esferas asociativas o conmemorativas en relaci�n con las perceptivas, la capacidad general del enc�falo, etc., pero la verdad esencial, la condici�n anat�mica de una mentalidad superior debe referirse, todav�a hoy, como sosten�a Huarte, a una excelente organizaci�n del substratum del esp�ritu; excelencia que traducida en t�rminos de ciencia moderna se resuelve en la abundancia de fibras de asociaci�n de conexi�n variada, y en la riqueza de neuronas dotadas de gran caudal de colaterales dendr�ticas y nerviosas.
Perm�tasenos; que, tomando pie de la citada aseveraci�n de Huarte, desarrollemos aqu� algo m�s la doctrina anat�mica del talento y de la imbecilidad, seg�n resulta de nuestras investigaciones de los �ltimos a�os.
En nuestro sentir, y supuestas condiciones adecuadas de madurez y de cultura, un cerebro ser� excelente y pensar� y obrar� rectamente cuando las v�as de asociaci�n m�s robustas y directas junten precisamente aquellas esferas conmemorativas primarias y secundarias cuyas im�genes correspondan con fen�menos solidarios del mundo exterior, es decir, a datos objetivos ligados entre s� por relaciones constantes de causalidad f�sica de coexistencia, concomitancia e inherencia. Al contrario diputaremos por imperfecto todo cerebro cuyas esferas asociativas o conmemorativas posean neuronas incorrecta o precariamente asociadas donde cada provincia cortical venga a ser algo as� como un cant�n aut�nomo, cuyas im�genes, dif�cilmente evocables por las corrientes brotadas de otros cantones, se presten poco y de mal grado a la elaboraci�n de nociones complejas y s�ntesis ideales. Por consecuencia de tan deficiente organizaci�n de los caminos cerebrales, no s�lo se har� tard�a y dif�cilmente el tr�nsito de una a otra representaci�n sino que, habida cuenta del car�cter aberrante e il�gico de las asociaciones anat�micas establecidas, la realidad exterior ser� infielmente reflejada, d�ndose por leg�timas y positivas relaciones del mundo objetivo, los resultados din�micos y meramente personales de la estrafalaria ligaz�n creada entre grupos heterodin�micos de neuronas conmemorativas.
A lo cual conviene a�adir, todav�a, que la asociaci�n interneuronal, no obstante su car�cter hereditario, es susceptible de ser influida y perturbada durante la edad juvenil por la educaci�n y el h�bito; ocurriendo con frecuencia que un cerebro capaz de alcanzar exquisita organizaci�n, se transforma en un �rgano mediocre, a causa de que la citada influencia, por compensaci�n del desarrollo forzado de ciertas v�as, suspende o modera el crecimiento de los conductores destinados a las asociaciones l�gicas.
�Cu�ntos errores religiosos, cient�ficos y filos�ficos reconocen por condici�n principal la creaci�n, mediante una educaci�n eminentemente sugestiva y memorista, de conexiones cerebrales aberrantes y antinaturales! �Cu�ntas verdades parecen incomprensibles o nos repugnan invenciblemente, porque el razonamiento en que se fundan no tiene en el cerebro cauce preformado! �Qu� de veces creemos deliberar y escoger lo m�s probable, cuando en realidad no hacemos sino marchar en la direcci�n de la menor resistencia, cursando rutinariamente las anchas y llanas v�as nerviosas trazadas en la edad pueril por la labor tenazmente deformadora y convergente de padres, amigos y maestros! Es triste ver c�mo estos infelices forzados del cerebro, amarrados a la tradici�n y a la rutina por las sutiles trabas de la fibra nerviosa (cadena m�s eficaz que la del penado, porque la lleva el alma sin sentirla), toman ingenuamente la utilidad por justicia, la sugesti�n por verdad, la fe por razonamiento, la bondad por talento y la virtud y el hero�smo por el genio cient�fico o filos�fico.
Pero es indudable que en el cerebro superior, adem�s de la riqueza y excelencia de las asociaciones, existe un factor din�mico important�simo, cuya energ�a y modo de acci�n var�an notablemente seg�n los sujetos. Ese algo ignoto parece ser independiente de las v�as de conducci�n, y tiene por misi�n estimular y sostener la combusti�n en el horno del pensamiento, para la forja de relaciones causales nuevas, de conceptos superiores, de s�ntesis luminosas, de excelsas creaciones de la raz�n cient�fica o de la fantas�a po�tica. Ciertamente, tambi�n arde a ratos el hogar cerebral del mediocre o del perezoso pero arde precariamente, con llamaradas d�biles o intermitentes, apag�ndose por falta de carb�n o de ox�geno antes de que, rutilante y echando chispas, surja el hierro forjado de la idea.
Ese principio misterioso, ll�mese alma, voluntad, actividad, energ�a, etc. ese maquinista que atiende, asocia, compara, inhibe, esculpe nuevas v�as robustece las preexistentes, rompe las mal establecidas y limpia a cada instante el camino triunfal del pensamiento de la broza y maleza del error; ese quid ignotum debe radicar tambi�n en un substratum material, subordinarse a la actividad de alguna especial categor�a de c�lulas nerviosas. Pero �cu�les son estas c�lulas privilegiadas?
En presencia de tan oscuro enigma, no queda otro remedio que aventurar una conjetura. Seg�n es bien sabido, las cortezas cerebrales contienen dos �rdenes de elementos nerviosos: las pir�mides o c�lulas de ax�n largo, y los corp�sculos de ax�n corto. Las pir�mides cerebrales o elementos de cilindro-eje largo engendran, a favor de sus prolongaciones nerviosas, los sistemas o caminos de proyecci�n y asociaci�n, caminos por donde se propaga la onda sensitiva y motriz (v�as eferentes y motrices), y se desliza tambi�n el tren del pensamiento (v�as de asociaci�n intercortical).
Las c�lulas de ax�n corto, que Golgi estim� err�neamente como sensitivas, afectan de ordinario menor tama�o y aparecen diseminadas por toda la corteza, aunque se concentran particularmente en la llamada capa de los granos. Escasos y de morfolog�a sencilla en los mam�feros, tales corp�sculos aparecen en caudal formidable en el cerebro humano, donde adoptan variedad extraordinaria de formas y tama�os. Por sus dendritas y soma reciben corrientes de las v�as de asociaci�n y sensoriales, y mediante sus axones las llevan a los corp�sculos de ax�n largo. Con todo eso, no puede decirse que representan anillos intercalares en la cadena neuronal principal, sino m�s bien v�as accesorias, algo as� como los apartaderos de las estaciones con relaci�n al camino principal o directo.
Ahora bien: �no podr�an representar estas c�lulas de ax�n corto tan caracter�sticas del cerebro humano, el substraum material del mencionado factor din�mico? �Ser�a harto aventurado atribuirles papel de condensadores de energ�a (energ�a que ceder�an en determinadas condiciones a las v�as principales) al par que de conmutadores de la corriente interconmemorativa? Ese misterioso guardafrenos, que modifica incesantemente los empalmes de los delicados rieles de la idea, que ceden o quitan tensi�n a la locomotora, �no ser�a quiz�s alguna de las numerosas variedades de c�lulas de ax�n corto (las bipenachadas por ejemplo) residentes en las zonas de la corteza de asociaci�n?
Desgraciadamente, el precario estado de nuestros conocimientos fisiol�gicos nos impide ir m�s all� en el desentra�amiento de las acciones nerviosas de que las c�lulas de ax�n corto son teatro. �l nos veda tambi�n perseguir de m�s cerca el problema del talento y del genio, de la imbecilidad y de la locura. En vano ser� que la histolog�a cerebral roture tierras, descubra caminos, escudri�e hasta los m�s obscuros rincones de la virgen selva neuronal, si la fisiolog�a no nos revela la naturaleza de la onda nerviosa as� como las transformaciones que sufre para generar los fen�menos de la memoria, de la impulsi�n y de la conciencia: sin que nos explique c�mo cada sensaci�n, cada idea, cada volici�n, aparte su contenido representativo, impregnan el yo de un efluvio sentimental espec�fico.
Hoy por hoy, fuerza es confesar que la psicolog�a objetiva o histolog�a ps�quica, esa ciencia naciente cuyo fin es subordinar la serie de los actos ps�quicos reflejados en la conciencia a una serie paralela de fen�menos f�sico-ps�quicos obrados por las c�lulas, se halla todav�a reducida en gran parte al m�todo, tan primitivo como aventurado, de la interpretaci�n fisiol�gica del hecho anat�mico. S�; a despecho de los inmensos progresos acumulados en el pasado siglo, la fisiolog�a cerebral del entendimiento y de la voluntad contin�a siendo el enigma de los enigmas.
La actitud del sabio ante el inextricable d�dalo de c�lulas fibras, ante la virgen manigua de neuronas piramidales donde tantos investigadores se han extraviado, no es mucho m�s airosa que la del r�stico de buen sentido que, ignorando la f�sica, contemplara por vez primera la red telef�nica de una ciudad. Nuestro labriego, llevado de su curiosidad, descubrir�a un sistema de hilos que enlazan f�bricas y talleres con casas de comercio, e inferir�a f�cilmente que, mediante algo que corre por los alambres, los comerciantes demandan al obrador nuevas manufacturas, notar�a tambi�n que otros conductores telef�nicos nacidos en miles de viviendas, convergen en una estaci�n central y, a fuerza de cavilar, llegar�a a entrever que dicha oficina central representa un vasto sistema de conmutadores, algo as� como un cerebro de cobre, en cuya virtud un corto n�mero de personas (o neuronas) bastan para hacer que cada abonado de la ciudad se comunique con todos los dem�s. Pero si alguien preguntara qu� especie de energ�a se propaga por los alambres, y a favor de que el mecanismo la corriente silenciosa o invisible se transforma, llegada a las estaciones, en una cosa tan diversa y sorprendente como la voz articulada, nuestro r�stico observador ver�a obligado a lamentar su supina ignorancia o a aventurar, para salir del paso, alguna conjetura temeraria.
Tal es a�n, por desgracia, la posici�n intelectual de la ciencia contempor�nea en presencia del gran arcano cerebral. Conoce y puntualiza miles de estaciones y v�as principales y secundarias, centros de conmutaci�n y �rganos perif�ricos en donde la energ�a brota o se consume (sentidos y m�sculos); pero es incapaz de decirnos c�mo un movimiento vibratorio de la materia se convierte en un hecho de conciencia, y qui�nes son y d�nde habitan esas misteriosas telefonistas cuyas aladas y sutiles manos hacen variar, de tan caprichoso modo, el giro del pensamiento y los impulsos de la voluntad.
No han faltado ciertamente esfuerzos plausibles en esta fecunda v�a de la psicolog�a objetiva. Ah� est�n para probarlo, las ingeniosas teor�as y experiencias de Duval de Demoor, Stefanowska, Manu�lian, etc., acerca del amiboidismo nervioso, teor�as que el doctor Maestre expone y comenta con gran amor y entusiasmo. Mas es forzoso reconocer que semejantes tentativas de explicaci�n mec�nica de los hechos mentales inclusas las m�s antiguas de Exner y las modern�simas de Lugaro y Tanzi, no pasan de ser generosos esfuerzos de adivinaci�n psicol�gica, hip�tesis atrevidas sin s�lido apoyo en la experimentaci�n fisiopatol�gica. Aunque nos duela enfriar el caluroso entusiasmo del doctor Maestre, debemos consignar que los hechos de variaci�n neuronal (consecutivos a la acci�n del cloroformo: sue�o invernal, inanici�n, fatiga, excitaci�n el�ctrica, etc.), en los cuales Duval, Demoor, etc., fundan sus teor�as psico-histol�gicas, pueden interpretarse cual trastornos patol�gicos de las neuronas producidos por los excitantes, cuyo modo de acci�n violento o ins�lito desv�a por completo del c�rculo asignado a la actividad fisiol�gica normal. Mas, aunque �sta y otras teor�as mec�nicas de los actos mentales fueran justificables, no conviene exagerar su alcance para el esclarecimiento del problema. Con ellas se nos da solamente el conocimiento de un resorte muy secundario: una de las condiciones histol�gicas de la actividad o e1 reposo. Los procesos m�s importantes, a saber: la memoria, la imaginaci�n, la asociaci�n, la conciencia, las operaciones l�gicas, la tonalidad sentimental, todo, en fin, lo m�s �ntimo y trascendental de la vida ps�quica, permanecer�a en la sombra. Sin contar con que la contracci�n misma del protoplasma neuronal al arribo de la onda quedar�a sin explicaci�n mec�nica, como ocurr�a tambi�n con el acto inverso, o sea la desarticulaci�n por reposo.
No desesperemos, empero. Larga es la tarea, pero a�n es m�s larga la humanidad. Profundo es el abismo; pero para llenarlo, contamos con inagotables generaciones de sabios, cuyas ideas, como los cuerpos de los ca�dos en torno de inexpugnable fortaleza, servir�n de escabel para el asalto definitivo y glorioso.
Confiemos en los recursos de ese admirable cerebro humano que pugna por conocerse. Andando el tiempo, �l ser�, porque quiere serlo, su propio domador y su propio art�fice.
Cierto que por mucho que se descubra no se llegar� a contemplar objetivamente el pensamiento, ni se averiguar� por qu� un movimiento molecular en lo objetivo resulta una percepci�n en lo subjetivo; pero se determinar�n todas las condiciones quimicobiol�gicas de los hechos mentales, y esto bastar� a la fisiolog�a. Podr� modificar y prever.
�Qu� ciencia ha logrado m�s?
Cuando se conozcan minuciosamente las condiciones fisioqu�micas de la memoria, del sentimiento, del raciocinio cuando sean analizados y determinados los resortes ocultos que favorecen o contrar�an la variaci�n, atrofia y perfeccionamiento de las expansiones neuronales y de sus neurofibrillas interiores cuando no sea inescrutable arcano la bioqu�mica de la herencia, de la adaptaci�n y del ejercicio; cuando el futuro ingeniero neuronal (que as� se llamar� quiz� dentro de algunos miles de a�os) deduzca del examen de un discurso, de un cuadro o de una invenci�n industrial o cient�fica, las c�lulas que entraron en vibraci�n, el camino recorrido por la asociaci�n mental, las coordinaciones motrices y hasta el n�mero y cualidad de las percepciones arribadas a la conciencia del autor y que formar�n la materia prima de la creaci�n art�stica o cient�fica [...] entonces el enc�falo, en vez de ser veleidoso globo cernido entre brumas y juguete de una meteorolog�a ignorada, se convertir� en aerostato perfecto y dirigible, capaz de seguir impert�rrito su destino, insensible a las embestidas del viento y a las amenazas del rayo [...] Entonces, el hombre ser� verdaderamente rey de la creaci�n, porque habr� alcanzado el triunfo m�s glorioso y trascendental de la vida: la conquista de su propio cerebro; es decir, el esclarecimiento del formidable misterio; la solemne toma de posesi�n del arca sagrada, resumen y s�ntesis del cosmos, en cuyo seno duermen inviolados los g�rmenes de las verdades eternas.
S. RAM�N CAJAL
Madrid 22 de abril de 1904

 

Figura 6. V. El doctor Puche en los �ltimos a�os de su vida.

En el ensayo que acabamos de transcribir se encuentran las cualidades de Cajal por entero. Adem�s, por tratarse de un escrito libre de las exigencias de la sistem�tica cient�fica y de la formalidad acad�mica, emana espontaneidad, sugerencias y ejemplos que hacen su lectura subyugante.

No debi� merecer este trabajo mucho aprecio de su autor; tal vez por las condiciones y saz�n que determinaron su publicaci�n, pero el hecho de asociar su nombre, ya glorioso, con el de un colega modesto, de formaci�n e inquietudes muy dispares, denota la generosidad de su car�cter apegado a los sentimientos de amistad y desinter�s hasta extremos inusitados.

A continuaci�n se�alaremos diez de las contribuciones del doctor Puche, que consideramos de la mayor importancia. Dado que el maestro envi� muchas solamente a las memorias de los congresos nacionales de la Sociedad Mexicana de Ciencias Fisiol�gicas de 1970 a 1978, incluimos algunas de ellas.

Puche, J., y J. M. Bellido "Efects de la compresio de les visceres pelvianes i abdominals sobre la secreci� renal". Treballs de la Societat de Biolog�a. 9:185-187, 1921.

Puche, J., y A. Pi i Sunyer. "Premi�re note sur le sympathique sensitif; l'innervation aff�rente de l'estomac". Compt. Rend. societ� de Biologie. Par�s, 90: 814-816, 1924.

Puche, J. "Acci� de L"efedrina sobre la presi� arterial". Treballs de la societat de Biolog�a. 12: 213-218, 1929.

Puche, J., y R. Carrasco. "Enervation des surr�nales et diab�te exp�rimental". Compt. Rend. Societ� de Biologie. 108:171-173, 1931.

Puche, J. "Estudios sobre el metabolismo de los gl�cidos, influencia de la insulina y glucosa sobre el metabolismo gaseoso y cociente respiratorio en sujetos sanos y en diab�ticos". Cr�nica M�dica. 39:983-1000, 1935.

Puche, J. "Una teor�a que no envejece. La teor�a de la neurona de Cajal". Anales de Medicina del Ateneo Ram�n y Cajal. M�xico, 2: 21-32, 1944.

Puche, J., y Y. Berdeja "Estudios sobre el metabolismo de los crust�ceos. II Interpretaci�n de las respuestas hiperglucemiantes en el acocil P. B. "XIII Congreso Nacional de Ciencias Fisiol�gicas". Morelia (Michoac�n) pp. 72-73, 1970.

Puche, J., Y. Berdeja, y M. E. Mendoza. "Acci�n glucemiante de los estractos de tallo ocular de Procambarus bouvieri (Ortmann)". XXI Congreso Nacional de Ciencias Fisiol�gicas. M�xico D. F. p 98, 1975.

Puche, J., y B. Barrera-Mera. "Efectos de la asfixia sobre la actividad visual del camar�n de r�o con desaferentaci�n neural de sus tallos oculares". Revista Epa�ola de Fisiolog�a, 49:121-124, 1993.

Puche, J., J. Barrera-Calva, y B. Barrera-Mera. "Protocerebral Deafferentation Effects on Crayfish Glycemic Response: a Protocerebral Circadian Pacemaker Regulates the Hemolymph Sugar Concentration". Revista Espa�ola de Fisiolog�a, 1993, 49: 151-156,1993.

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