IV. LA MEDICINA EN LA EDAD MEDIA (SIGLOS IV A XV)

INTRODUCCI�N

EL IMPERIO ROMANO se dividi� en dos durante la hegemon�a de Constantino (306-337 d.C.), pero ya desde el reinado de su predecesor, Diocleciano (284-305 d.C.), se hab�a implantado la Tetrarqu�a, que separaba al Imperio en cuatro regiones, cada una bajo la direcci�n de una autoridad casi aut�noma. Diocleciano conserv� el mando imperial supremo pero cambi� la capital de Roma a Mil�n, aunque �l mismo fij� su residencia en la ciudad de Nicomedia, en Bitinia (hoy Turqu�a). Entre los muchos cambios que realiz� Constantino deben destacarse dos: 1) la fundaci�n de la ciudad de Constantinopla, en el maravilloso sitio ocupado por un pueblo llamado hasta entonces Bizancio, en el B�sforo, que se convirti� en la capital del Imperio romano en el a�o 330 d.C., y 2) la adopci�n del cristianismo como religi�n oficial del Estado. La separaci�n del Imperio romano en occidental y oriental se acentu� con la invasi�n de los "b�rbaros" (francos, alemanes, visigodos y godos) en Occidente; las ciudades dejaron de ser los centros de la poblaci�n y la vida se hizo cada vez m�s rural. En cambio, en Oriente las actividades se concentraron cada vez m�s en Constantinopla, que se transform� en el centro de la cultura que se conoce como bizantina y que dur� 1 000 a�os, hasta 1453, en que Constantinopla fue conquistada por los turcos.

La civilizaci�n bizantina era una combinaci�n de cultura griega cl�sica, leyes romanas, cristianismo e influencias art�sticas orientales. Mientras el Imperio romano occidental era invadido por los "b�rbaros", Roma se transformaba en una peque�a comunidad cristiana y el resto de las ciudades se convert�a en pueblos insignificantes, Constantinopla floreci� como el centro del Imperio romano oriental, conocida como la "Nueva Roma", y los bizantinos se llamaban a s� mismos romanos.

Al lado del ocaso del Imperio romano occidental, el episodio m�s importante de esa �poca fue el surgimiento del cristianismo, primero como una secta religiosa menor y perseguida, pero muy pronto tambi�n como un movimiento cultural y pol�tico, que a finales del siglo V d.C. ya ten�a la fuerza suficiente para perseguir con �xito a sus antiguos perseguidores. Aparte de la relajaci�n moral de la sociedad, del caos pol�tico, de los episodios de hambruna y de la miseria de grandes masas de la poblaci�n, una serie de epidemias contribuy� a generar un ambiente favorable al crecimiento o retorno de las religiones paganas. La plaga de Orosio (125 d.C.), que se present� despu�s de la famosa invasi�n por la langosta que destruy� por completo las cosechas, cost� la vida a m�s de 1 000 000 de personas en Numidia y en la costa de �frica; la plaga de Antonino (o de Galeno, porque fue la que oblig� al famoso m�dico a abandonar Roma) que dur� de 164 a 180 d.C. y de la que mor�an miles de personas al d�a en Roma; la plaga de Cipriano, de 251 a 266 d.C., posiblemente de sarampi�n, por su naturaleza extremadamente contagiosa y la afecci�n frecuente de los ojos; y la plaga de 312 d.C., tambi�n de sarampi�n. Todas estas calamidades propiciaron que los cultos tradicionales a las deidades romanas de la familia, del hogar, del fuego, del campo, de la profesi�n y otras m�s se abandonaran, junto con la adoraci�n al emperador (estaba muy lejos), y que se recuperaran antiguos dioses o se adoptaran otros nuevos, m�s poderosos y con mayor capacidad para proporcionar seguridad en este mundo e inmortalidad en el otro, como Mitra (de Persia), Sarapis (de Alejandr�a) o Cibeles (de Asia Menor). Estas religiones se conocen como "misteriosas" porque con frecuencia sus ritos eran secretos, pero en ellas pod�an participar todos los que lo desearan, al margen de clase econ�mica, nivel social o raza; el culto era directo, sin la mediaci�n de sacerdotes, y el premio la promesa de la vida eterna. Entre estas religiones paralelas al cristianismo debe destacarse otra, el manique�smo, de origen persa, que combinaba elementos de los ritos judaicos, cristianos y de Zoroastro. Seg�n el profeta Man�, el mundo era el campo de guerra entre la luz y la oscuridad, la bondad y la maldad, el esp�ritu y la materia; el hombre pose�a ambos, pero para dominar al mal y alcanzar la inmortalidad deb�a vivir una vida pura y rechazar todos sus deseos f�sicos. De no menor importancia, el culto a Esculapio no s�lo se conserv� sino que increment� su prestigio, y fue la �ltima de las religiones paganas que finalmente sucumbi� ante la prevalencia del cristianismo, ya entrado el siglo IV de nuestra era.

LA MEDICINA RELIGIOSA CRISTIANA

El derrumbe de la cultura romana, los sufrimientos constantes y el miedo a la muerte causada por las epidemias mencionadas, contra las que no hab�a tratamiento efectivo alguno, produjeron una desmoralizaci�n generalizada. En tales condiciones creci� la desconfianza en los m�dicos y la gente se volc� con devoci�n a ritos m�gicos y creencias sobrenaturales. En tiempos de zozobra eso sucede, especialmente con los ni�os, los enfermos y los sectores menos cultos de la poblaci�n. Frente a la miseria y a las cat�strofes, la religi�n cristiana se presentaba como una oportunidad de salvaci�n para los humildes y los m�s desesperados, ya que Cristo aparec�a como m�dico de cuerpos y almas; la Biblia contiene numerosos relatos de curaciones milagrosas realizadas por Jes�s y algunos santos. El cristianismo incluye los conceptos de caridad y amor al pr�jimo, por lo que espera de todos los fieles los mayores esfuerzos para aliviar el sufrimiento de otros. Esto se hizo aparente en las epidemias que asolaron al Imperio en esos tiempos, porque los cristianos atend�an y cuidaban a los enfermos a pesar del grave peligro que hab�a de contagio. Adem�s, la religi�n cristiana combat�a las otras formas de medicina que se ejerc�an entonces, porque se basaban en pr�cticas paganas. De esa manera surgi� la medicina religiosa cristiana, en la que el rezo, la unci�n con aceite sagrado y la curaci�n por el toque de la mano de un santo eran los principales recursos terap�uticos.

La pr�ctica de la medicina religiosa cristiana se consideraba como un deber de caridad, pero no inclu�a la preocupaci�n por los problemas m�dicos o la investigaci�n de las causas de las enfermedades, porque se aceptaba que eran la voluntad de Dios. Incluso a principios del siglo III algunos de los m�dicos cristianos fueron acusados por sus propios compa�eros de venerar a Galeno, en lugar de elevar sus plegarias a Jes�s para obtener la curaci�n de sus enfermos. En esos tiempos surgieron algunas sectas m�stico-religiosas, como la de los esenios, que afirmaban la necesidad de curar las enfermedades exclusivamente por la fe y la invocaci�n de poderes superiores; la secta de Sim�n Mago, que combinaba elementos �rficos, pitag�ricos y del culto a Esculapio y ofrec�a ritos m�gicos; la secta de los neoplat�nicos, basada en las doctrinas de Zoroastro y otras aristot�licas antiguas, que postulaba que el mundo estaba repleto de emanaciones divinas pero que era amenazado por distintos demonios (causantes de las enfermedades) que s�lo pod�an combatirse en un estado especial de �xtasis; la secta de los gn�sticos, que proporcionaba talismanes como profil�cticos, los cuales llevaban diagramas m�sticos y las palabras Abraxas y Abracadabra.

Figura 8. Jes�s curando a un leproso, seg�n Rembrandt.

El culto de los santos form� parte importante de la medicina religiosa cristiana. Entre los primeros m�dicos cristianos que fueron beatificados se encuentran los hermanos gemelos Cosme y Dami�n, originarios de Siria, que curaban por medio de la fe y que fueron perseguidos y decapitados por Diocleciano, con lo que se transformaron en patrones de los m�dicos. Otros santos se especializaron en distintas enfermedades: san Roque y san Sebasti�n proteg�an contra la peste, san Job contra la lepra, san Antonio contra del ergotismo, santa Luc�a contra las enfermedades de los ojos, san Vito contra el tarantismo, etc�tera.

LA MEDICINA EN EL IMPERIO BIZANTINO

La medicina en el Imperio bizantino se desarroll� bajo la autoridad de la Iglesia cat�lica, que sostuvo el principio de autoridad suprema de las Sagradas Escrituras, no s�lo en asuntos de la fe sino tambi�n de la ciencia. Los primeros m�dicos cristianos incluyeron autoridades eclesi�sticas, como Eusebio, obispo de Roma, y Zenobio, sacerdote de Sid�n; su pr�ctica se basaba en las ense�anzas de Jes�s, para quien auxiliar al enfermo era un deber cristiano. Esta actividad alcanz� gran importancia tanto para el individuo como para la comunidad, al grado que los obispos eran responsables del cuidado de los pacientes. Los hospitales p�blicos aparecieron en muchos sitios: el primero lo fund� san Basilio en el a�o 370 d.C., mientras que en el a�o 400 Fabiola, una dama romana convertida al cristianismo, fund� en Roma el primero de los grandes nosocomios y la leyenda dice que sal�a a la calle a buscar a los desvalidos y leprosos para llevarlos a su instituci�n. En esos tiempos tambi�n la emperatriz Eudoxia construy� hospitales en Jerusal�n.

De esta manera la medicina, tras de haber sido primero m�gica, despu�s religiosa y al mismo tiempo emp�rica, de haberse transformado posteriormente en una pr�ctica racional durante la etapa más brillante de la Grecia cl�sica, de hacerse objetiva y experimental en Alejandr�a y de haber regulado la higiene ambiental en Roma, volvi� a hacerse religiosa en la decadencia del Imperio romano y a quedar dominada por la Iglesia cat�lica en el Imperio bizantino. En esta forma de medicina dogm�tica la fe domina todo, incluyendo a la raz�n y a la realidad; su objetivo esencial es la ayuda al enfermo, considerada como un acto de caridad cristiana.

LA MEDICINA �RABE

La conservaci�n de muchos escritos cl�sicos griegos, no s�lo m�dicos sino de todas las ramas de la cultura, durante los siglos en que Europa estuvo sumergida en la Edad Media, se debi� al principio en los nestorianos, quienes huyeron de Alejandr�a en el a�o 431, tras haber sido excomulgados por herejes en el Concilio de Éfeso. Primero se refugiaron en el norte de Mesopotamia y luego siguieron hacia Oriente y algunos llegaron hasta India y China. Pero el grupo que nos interesa encontr� asilo permanente en Jundi Shapur, capital de Persia, gracias a la protecci�n del rey Chosroes el Bendito. En ese tiempo la ciudad era un centro intelectual de primera categor�a, que atra�a estudiosos de Persia, Grecia, Alejandr�a, China, India e Israel. Cuando muri� Chosroes (579) no pas� nada grave, y cuando la ciudad fue conquistada por los �rabes (636) la universidad no s�lo no sufri� da�os sino que 105 conquistadores la adoptaron e hicieron de su escuela de medicina el centro principal de la educaci�n m�dica en el mundo �rabe.

Durante los primeros a�os los nestorianos tradujeron muchos de los libros cl�sicos del griego al sirio, que era el idioma oficial de la Universidad de Jundi Shapur. Cuando llegaron los �rabes, sus eruditos tradujeron todo el material que encontraron a su propio idioma, de modo que los textos griegos originales pod�an consultarse tanto en sirio como en �rabe. Una de las primeras traducciones del griego al sirio fue de Hip�crates y Galeno, realizada por Sergio de Ra's al-'Ayn, un m�dico y sacerdote que falleci� en el a�o 536. En el siglo VII se estableci� en Jundi Shapur un centro de ense�anza superior conocido como Academia Hipocr�tica, que permaneci� como la principal instituci�n cient�fica del mundo �rabe por m�s de un siglo, cuando fue desplazada por la Casa de la Sabidur�a, de Bagdad. A mediados del siglo IX los �rabes ya conoc�an �ntegro el Corpus Hipocraticum, la obra monumental de Galeno y varios textos de Arist�teles.

La medicina �rabe de los siglos transcurridos entre el advenimiento de Mahoma (623) y la reconquista de Granada por los espa�oles (1492) ostenta una larga lista de nombres inmortales. Entre los m�s famosos se encuentran el persa Abu Bakr Muhannad bn Zakariyya' al-Rhazi (865-925 d.C.), mejor conocido como Rhazes, autor del libro Kitab al-Mansuri, que fue traducido por Gerardo de Cremona (1114-1187) con el nombre de Liber de medicina ad Almansoren y que trata en 10 partes de toda la teor�a y la pr�ctica de la medicina, tal como se conoc�a entonces. En el texto latino la obra se convirti� en volumen de consulta obligado durante toda la Edad Media y a�n se segu�a usando a fines del siglo XVI. En este libro y en otras publicaciones, Rhazes reitera la teor�a hipocr�tico-gal�nica de los humores para explicar la enfermedad, y los tratamientos que recomienda est�n dirigidos a la recuperaci�n del equilibrio humoral.

Otro m�dico persa que alcanz� gran fama fue Abu Ali al-Husayn bn 'Abd Allah Ibn Sina al-Quanuni (980-1037), mejor conocido como Avicena, quien entre muchos otros libros escribi� el Kitab al-Qanun fi-l-Tibb, que en lat�n se conoce como Canon medicinae y que incorpora a Galeno y a Arist�teles a la medicina en forma equilibrada. Este Canon es un esfuerzo tit�nico, que contiene m�s de 1 000 000 de palabras y representa la obra cumbre de la medicina �rabe. Se ocupa de toda la medicina, presentada en un riguroso orden de cabeza a pies. Avicena adopta la teor�a humoral de la enfermedad, la expone y la comenta con detalle, sin agregar o cambiar absolutamente nada, pero en forma dogm�tica y autoritaria. El Canon se divide en cinco grandes tomos: el primero se refiere a la teor�a de la medicina, el segundo a medicamentos simples, el tercero describe las enfermedades locales y su tratamiento, el cuarto cubre las enfermedades generales (fiebre, sarampi�n, viruela y otros padecimientos epid�micos) y las quir�rgicas, y el quinto explica con detalle la forma de preparar distintos medicamentos.

Tambi�n debe mencionarse a Abul-Walid Muhammad bn Ah bn Rusd (1126-1198), conocido como Averroes, nacido en C�rdoba y disc�pulo de Avenzoar, quien escribi� el Kitab al-Kulliyat al- Tibb, conocido en Occidente como Liber universalis de medicina o simplemente Colliget, en donde discute los principios generales de la medicina sobre una base aristot�lica, haciendo hincapi� en los muchos puntos en los que Arist�teles coincide con Galeno. Uno de los alumnos de Averroes fue Abu Imram Musa bn Maim�n (1135-1204), el gran Maim�nides, tambi�n conocido como Rambam (Rabi Moses ben Maimon), quien se destac� m�s como fil�sofo y te�logo que como m�dico, aunque escribi� varios libros de medicina que tuvieron mucha difusi�n. Maim�nides era un pensador original e independiente que con frecuencia critica a Galeno y sostiene puntos de vista opuestos a los cl�sicos.

El peso de los escritos �rabes en la Edad Media puede juzgarse considerando el curr�culum de la escuela de medicina de la Universidad de Tubinga a fines del siglo XV (1481): en el primer a�o los textos eran Ars medica de Galeno y primera y segunda secciones del Tratado de fiebres de Avicena, en el segundo a�o se estudiaban el primer libro del Canon de Avicena y el noveno libro de Rhazes, y en el tercer a�o los Aforismos de Hip�crates y obras escogidas de Galeno.

Figura 9. M�dico tomando el pulso, seg�n una edici�n de 1632 del Canon de Avicena.

Entre los �rabes la organizaci�n de los servicios sanitarios creci� r�pidamente. Desde los tiempos de Harun al-Raschid (siglo IX) se fund� un hospital en Bagdad siguiendo el modelo de Jundi Shapur, y en el siguiente siglo el visir Adu al-Daula fund� otro mayor, en el que trabajaban 25 m�dicos y sus disc�pulos, y que se conserv� hasta la destrucci�n de la ciudad en 1258; en total, existieron cerca de 34 hospitales en el territorio dominado por el Islam. No eran �nicamente centros asistenciales sino tambi�n de ense�anza de la medicina; al terminar sus estudios, los alumnos deb�an aprobar un examen que les aplicaban los m�dicos mayores. Los hospitales contaban con salas para los enfermos (a veces especializadas, por ejemplo para heridos, pacientes febriles, enfermos de los ojos) y otras instalaciones, cocinas y bodegas. De especial inter�s son las bibliotecas, que conten�an muchos libros de medicina y que estaban en Bagdad, Ispahan, El Cairo, Damasco y C�rdoba; esta �ltima, fundada por el califa al-Hakam II en el a�o 960, pose�a m�s de 100 000 vol�menes. La pr�ctica de la medicina estaba regulada por la hisba, una oficina religiosa supervisora de las profesiones y de las costumbres, que tambi�n se encargaba de vigilar a los cirujanos, boticarios y vendedores de perfumes. La cirug�a se consideraba actividad indigna de los m�dicos y s�lo la practicaban miembros de una clase inferior; la disecci�n anat�mica estaba (y sigue estando) absolutamente prohibida por el Islam, por lo que la anatom�a deb�a aprenderse en los libros. Algunos de los m�dicos estaban muy bien remunerados, como Jibril bn Bakht-yashu, favorito de Harun al-Raschid, quien recib�a un honorario mensual equivalente a varios miles de d�lares y una recompensa anual todav�a mayor, "por sangrar y purgar al comandante de los Fieles"; tambi�n Avicena acumul� una gran fortuna durante su vida.

A mediados del siglo XIII el poder�o del Islam empez� a declinar. En 1236 Fernando II de Castilla conquist� C�rdoba y en 1258 Bagdad fue destruida por los mongoles; en los dos siglos siguientes la civilizaci�n �rabe fue poco a poco desapareciendo de las tierras mediterr�neas y de Oriente, pero su impacto cultural dej� huellas indelebles sobre todo en Persia, en el norte de �frica y en Espa�a. La contribuci�n principal de los �rabes a la medicina fue la preservaci�n de las antiguas tradiciones y de los textos griegos, que de otra manera se hubieran perdido; adem�s, mantuvieron el ejercicio de la medicina separado de la religi�n en los tiempos en los que en Europa era un monopolio de los cl�rigos. Mientras en los pa�ses cristianos la ense�anza de la medicina se limitaba a la Iglesia, en Espa�a, Egipto y Siria la instrucci�n estaba a cargo de m�dicos seculares y se impart�a a jud�os, �rabes, persas y otros s�bditos del Islam. Esta ense�anza no era solamente te�rica, sino que tambi�n inclu�a pr�cticas cl�nicas. Castiglioni concluye que los �rabes:

[...] no contribuyeron de manera importante a su evoluci�n [de la medicina] agregando nuevas observaciones y conceptos, ni abrieron nuevas l�neas de estudio m�dico; pero en una etapa de grandes problemas en Occidente, fueron los que conservaron la tradici�n m�dica, los que mantuvieron una cultura m�dica laica, y los intermediarios de cuyas manos la civilizaci�n occidental iba a recuperar un precioso dep�sito.


LA MEDICINA MON�STICA

Durante el siglo VI, asolado por la guerra entre Bizancio y los b�rbaros (godos), as� como por el hambre y la peste, la �nica instituci�n capaz de proteger a los interesados en el cultivo y desarrollo de la cultura era la Iglesia cat�lica de Roma. Junto con la filosof�a, la medicina se refugi� en monasterios y conventos, dentro de los cuales se encontraban los escasos hospitales que exist�an en Occidente. La medicina mon�stica floreci� en Monte Casino, en donde san Benedicto fund� el hospital de su orden, y cerca de Esquilace, en donde Casiodoro (490-�585?), distinguido fil�sofo y m�dico hipocr�tico, estableci� un monasterio y llev� su colecci�n de manuscritos antiguos. Otros centros de pr�ctica y estudio de la medicina se crearon en Oxford y Cambridge (Inglaterra), en Chartres y Tours (Francia), en Fulda y St. Gall (Alemania) y en otros sitios m�s. Los benedictinos fueron los responsables del establecimiento de las escuelas catedralicias de Carlomagno, en las que desde sus principios se ense�� la medicina, y que se encontraban en todo el Sacro Imperio romano. En el a�o 805, Carlomagno orden� que la medicina se incluyera en los programas de estudio de sus escuelas, que entonces s�lo constaban del trivium (aritm�tica, gram�tica y m�sica) y del quadrivium (astronom�a, geometr�a, ret�rica y dial�ctica). El monasterio de Monte Casino adquiri� gran fama a fines del siglo IX; el papa V�ctor III (1086) escribi� cuatro libros sobre Los milagros de san Benedicto, en donde se cuenta que el rey Enrique II de Baviera (972-1024), que sufr�a de un gran c�lculo vesical, fue curado durante incubatio por el mism�simo san Benedicto, quien se le apareci� en un sue�o, lo oper� y le puso el c�lculo en la mano, en donde lo encontr� al despertarse ya sano. El episodio se registra en un bajorrelieve en la catedral de Bamberg, del escultor Riemenschneider.

La medicina mon�stica, que tuvo el m�rito de reunir los documentos cl�sicos y de preservar las tradiciones antiguas a trav�s de tiempos terribles, declin� hasta casi extinguirse durante el siglo X. Las causas de su obliteraci�n fueron varias, pero una de ellas fue su �xito. Los monjes se alejaban cada vez m�s de sus monasterios para atender la creciente demanda m�dica, lo que interfer�a con sus deberes religiosos, por lo que en los Concilios de Reims (1131), de Tours (1163) y de Par�s (1212), las actividades m�dicas de los monjes primero se restringieron y finalmente se prohibieron. La aparici�n de las �rdenes dominicas y franciscanas en el siglo XIII, ambas hostiles a cualquier actividad cient�fica, reforz� el rechazo de la pr�ctica de la medicina por los frailes.

Cuando los primeros cruzados capturaron Jerusal�n en 1099, encontraron un hospital cristiano que hab�a sido fundado 30 a�os antes por el hermano Gerardo para auxiliar a los peregrinos que iban a Tierra Santa; estaba atendido por un grupo peque�o de monjes que se llamaban a s� mismos "Los Hermanos Pobres del Hospital de San Juan". Los cruzados les entregaron algunos edificios y el hermano Gerardo reorganiz� a su grupo de monjes corno una orden religiosa regular con el nombre de Caballeros de San Juan. Cuando Jerusal�n cay� en manos de Saladino, los Caballeros se retiraron a Tiro y despu�s llegaron a Accra, de donde volvieron a salir expulsados por los ej�rcitos musulmanes y se establecieron primero en Chipre y despu�s en Rodas. Para entonces la secta ya hab�a crecido y s�lo en Italia ten�an siete hospitales; en Rodas la Orden de San Juan se transform� en un Estado soberano con sus propias leyes, un ej�rcito y un cuerpo diplom�tico, y construy� un inmenso hospital cuyas ruinas todav�a sorprenden por su tama�o. En 1522 Solim�n El Magn�fico captur� la isla y expuls� a los Caballeros de San Juan, quienes despu�s de siete a�os de peregrinar por el Mediterr�neo llegaron a Malta, que el emperador Carlos V les hab�a obsequiado. Ah� construyeron otro gran hospital y a partir de entonces se les conoce como Caballeros de Malta, aunque en 1798 Napole�n conquist� la isla, los expuls� y desde entonces tienen su cuartel principal en Roma.

SALERNO

Desde mediados del siglo IX se ten�a noticia de la existencia de una escuela de medicina en Salerno, un puerto en la bah�a de Pestum, cerca de N�poles. Debido a su clima favorable, desde mucho antes hab�a sido un sitio favorecido por enfermos y convalecientes lo que atrajo a los m�dicos; con el tiempo Salerno se transform� en un centro de excelencia m�dica. La leyenda dice que la escuela de medicina fue fundada por Elinus, un jud�o, Pontos, un griego, Adala, un �rabe, y Salernus, un latino, pero aunque tales personajes no existieron, lo que s� existi� fue la convivencia pac�fica de las cuatro culturas y su integraci�n positiva. La Escuela de Salerno era fundamentalmente pr�ctica y estaba dedicada al tratamiento de los enfermos, con poco inter�s en las teor�as y en los libros cl�sicos. Aunque en el a�o 820 los benedictinos hab�an fundado un hospital en Salerno y los monjes practicaban ah� la medicina, los m�dicos laicos poco a poco se fueron librando del control clerical y en el a�o 1000 la ense�anza de la medicina era completamente secular; en el siglo XII la escuela desarroll� un curr�culum regular, adquiri� privilegios reales y donativos, y su fama se extendi� por toda Europa. En 1224 Federico II orden� que para ejercer la medicina en las Dos Sicilias era necesario pasar un examen dado por los profesores de Salerno.

Se han conservado algunos de los textos que le�an los estudiantes de medicina de Salerno y que tuvieron gran influencia en otras escuelas de Europa. Uno de los m�s antiguos es el conocido como Antidotarium, una colecci�n de recetas de uso com�n revisada por los profesores y publicada para estudiantes y m�dicos en general, que tuvo muchas ediciones. Con la conquista normanda en 1046 lleg� a Salerno Constantino el Africano (1020-1087), quien iniciar�a el flujo de la medicina isl�mica en Europa por medio de sus traducciones de los textos �rabes al lat�n. Constantino no permaneci� mucho tiempo en Salerno sino que se hizo monje benedictino y se retir� al convento de Monte Casino, en donde pas� el resto de su vida. Su libro llamado Pantegni (El arte total) es realmente una traducci�n del volumen de Haly Abbas Al Maleki (El libro real), aunque Constantino no lo se�ala. Singer menciona que no es el �nico caso en que Constantino olvida mencionar el nombre del autor y en cambio firma la obra como si fuera suya, pero otros historiadores m�s caritativos recuerdan que en esos tiempos, en que se libraba una lucha a muerte entre cristianos y �rabes, no hubiera sido pol�tico que un sacerdote benedictino apareciera como el traductor de un libro musulm�n. Pantegni alcanz� gran popularidad y un siglo despu�s todav�a se usaba como texto de medicina general en Salerno y en muchas otras escuelas de medicina. Otros textos traducidos por Constantino fueron los Aforismos, los Pron�sticos y las Fiebres, atribuidos a Hip�crates, y varios libros de Galeno. Un famoso profesor de cirug�a de Salerno, Rogerius Salernitanus, escribi� la Cyrurg�a Rogerii en 1170, que fue el primer libro de texto medieval de cirug�a que domin� la ense�anza de la materia por m�s de un siglo en toda Europa; se us� en las nuevas universidades de Bolonia y Montpellier, y su utilidad se prolong� con su reedici�n en 1250 por Rolando de Parma, disc�pulo de Rogerius y profesor de la materia en Bolonia. La Cyrurgia Rogerii es un libro t�picamente salernitano: claro, breve y pr�ctico, sin largas y tediosas citas de otros autores. Cada afecci�n quir�rgica se describe en forma sumaria y el tratamiento se discute con parsimonia. Pero el libro m�s famoso de todos los producidos en Salerno fue el Regimen sanitatis Salernitanus, tambi�n conocido como Flos medicinae Salerni. Se trata de un texto versificado, en lat�n, que constaba de 382 versos, pero que con el tiempo creci� hasta alcanzar 3 431; varios autores calculan que muy pronto se tradujo a por lo menos ocho idiomas y que para 1846 ya se hab�a editado 240 veces. Este Regimen consta de 10 secciones: higiene, drogas, anatom�a, fisiolog�a, etiolog�a, semiolog�a, patolog�a, terap�utica, clasificaci�n de las enfermedades, pr�ctica de la medicina y ep�logo. Se trata de una serie de observaciones simples y consejos racionales derivados de ellas, sin apelaci�n alguna a autoridades, a magias o a los astros. Est� escrito en un lat�n sencillo y claro, pero gran parte de su popularidad se debe a la excelente traducci�n al ingl�s de John Harington en 1607, y que hasta hoy se considera la mejor; este personaje fue tambi�n el inventor del water-closet.

Salerno tuvo una gran influencia en la ense�anza y la pr�ctica de la medicina de Occidente durante los siglos X al XIII pero despu�s su importancia empez� a declinar. Algunos factores que contribuyeron a ello fueron la emergencia de otras grandes escuelas de medicina en Bolonia y Montpellier, as� como la fundaci�n en 1224 de la Universidad de N�poles; Salerno todav�a conserv� cierta actividad literaria, pero como escuela de medicina en los siguientes siglos se transform� en una "f�brica de t�tulos", de modo que cuando Napole�n la cerr� en 1811 ya era un cad�ver.

En la Universidad de Bolonia exist�an profesores de medicina desde 1156, y es ah� donde se reiniciaron las disecciones anat�micas humanas a principios del siglo XIV, que se hab�an suspendido desde los tiempos de Alejandr�a; sin embargo, en la Universidad de Bolonia no exist�a ning�n inter�s en la ciencia o en el arte naturalista y toda la ense�anza, incluyendo a la medicina, era escol�stica. Las disecciones se hac�an por razones m�dico legales, no para aprender anatom�a sino para buscar datos que pudieran resolver juicios; cuando finalmente las disecciones se hicieron en relaci�n con la anatom�a, fue para que confirmaran a Galeno y a Avicena. En Bolonia fue profesor de cirug�a Guillermo de Saliceto (1210-1280), quien escribi� un texto de cirug�a en el que rechaza el uso del cauterio (que era favorecido por los �rabes) y prefiere el bistur�; en este libro tambi�n se combate la idea antigua y muy generalizada de que la supuraci�n es ben�fica para la cicatrizaci�n de heridas. Tadeo de Florencia (1223-1303) tambi�n fue profesor de medicina en Bolonia y a �l se deben algunas de las versiones en lat�n de los libros cl�sicos en griego, sin pasar por sus versiones en �rabe, que los hab�an corrompido; en cambio, tambi�n patrocin� la medicina escol�stica y argumentativa, que tanto contribuy� a retrasar el avance cient�fico en los siglos XIII a XVI. A esta misma �poca pertenece un disc�pulo de Tadeo, el anatomista Mondino de Luzzi (1275-1326), quien realiz� disecciones de cad�veres humanos en p�blico y cuyo libro de anatom�a, publicado en 1316, es la primera obra moderna de la materia; en diferencia con los dem�s profesores de anatom�a de su tiempo, que presid�an las disecciones desde su alta c�tedra leyendo a Galeno (pr�ctica que critic� Vesalio), Mondino era su propio prosector. Quiz� el cirujano medieval m�s famoso fue Guy de Chauliac (1298-1368), quien estudi� en Bolonia, Par�s y Montpellier y ejerci� en esta ciudad hasta que pas� a Avi��n, en donde fue m�dico de la corte papal. Fue autor de la Chirurgia magna, que se convirti� en el texto definitivo de su tiempo; estuvo a punto de morir de la peste pero se recuper� y describi� su propio caso. Guy cita a m�s de 100 autoridades m�dicas, revelando su amplia cultura, pero es un galenista consumado; su autor quir�rgico favorito es Albucasis, pero tambi�n incluye numerosas observaciones personales. De todos modos, tambi�n es astr�logo y atribuye las enfermedades a la conjunci�n de Saturno, J�piter y Marte.

LA PR�CTICA DE LA MEDICINA

Hasta fines del siglo XV los conocimientos te�ricos en medicina no hab�an avanzado mucho m�s que en la �poca de Galeno. La teor�a humoral de la enfermedad reinaba suprema, con agregados religiosos y participaci�n prominente de la astrolog�a. La anatom�a estaba empezando a estudiarse no s�lo en los textos de Galeno y Avicena sino tambi�n en el cad�ver, aunque en esos tiempos muy pocos m�dicos hab�an visto m�s de una disecci�n en su vida (la autorizaci�n oficial para usar disecciones en ense�anza de la anatom�a la hizo el papa Sixto IV (1471-1484) y la confirm� Clemente VII (1513-1524)). La fisiolog�a del coraz�n y del aparato digestivo eran todav�a gal�nicas, y la de la reproducci�n hab�a olvidado las ense�anzas de Sorano. El diagn�stico se basaba sobre todo en la inspecci�n de la orina, que seg�n con los numerosos tratados y sistemas de uroscopia en existencia se interpretaba seg�n las capas de sedimento que se distinguían en el recipiente, ya que cada una correspond�a a una zona espec�fica del cuerpo; tambi�n la inspecci�n de la sangre y la del esputo eran importantes para reconocer la enfermedad. La toma del pulso hab�a ca�do en desuso, o por lo menos ya no se practicaba con la acuciosidad con que lo recomendaba Galeno. El tratamiento se basaba en el principio de contraria contrariis y se reduc�a a cuatro medidas generales:

1) Sangr�a, realizada casi siempre por flebotom�a, con la idea de eliminar el humor excesivo responsable de la discrasia o desequilibrio (pl�tora) o bien para derivarlo de un �rgano a otro, seg�n se practicara del mismo lado anat�mico donde se localizaba la enfermedad o del lado opuesto, respectivamente. Las indicaciones de la flebotom�a eran muy complicadas, pues inclu�an no solo el sitio y la t�cnica sino tambi�n condiciones astrol�gicas favorables (mes, d�a y hora), n�mero de sangrados y cantidad de sangre obtenida en cada operaci�n, que a su vez depend�an del temperamento y la edad del paciente, la estaci�n del a�o, la localizaci�n geogr�fica, etc. Hab�a muchas opiniones distintas y todas se discut�an acaloradamente, usando innumerable citas de Galeno, Rhazes, Avicena y otros autores cl�sicos. Tambi�n se usaban sanguijuelas, aunque con menor frecuencia que en el siglo XVIII; los revulsivos los mencionan los salernitanos y se practicaron durante toda la Edad Media y hasta el siglo XVIII, en forma de peque�as incisiones cut�neas en las que se introduce un cuerpo extra�o (hilo, tejido, frijol, ch�charo) para evitar que cicatricen.

2) Dieta, para evitar que a partir de los alimentos se siguiera produciendo el humor responsable de la discrasia. Desde los tiempos hipocr�ticos la dieta era uno de los medios terap�uticos principales, basada en dos principios: restricci�n alimentaria, frecuentemente absoluta, aun en casos en los que conduc�a r�pidamente a desnutrici�n y a caquexia, y direcciones precisas y voluminosas para la preparaci�n de los alimentos y bebidas permitidos, que al final eran tisanas, caldos, huevos y leche.

3) Purga, para facilitar la eliminaci�n del exceso del humor causante de la enfermedad. Esta medida terap�utica era herencia de una idea egipcia muy antigua, la del whdw, un principio patol�gico que se generar�a en el intestino y de ah� pasar�a al resto del organismo, produciendo malestar y padecimientos. Quiz� �sta sea la medida terap�utica m�dica y popular m�s antigua de todas: identificada como eficiente desde el siglo XI a.C. en Egipto, todav�a ten�a vigencia a mediados del siglo XX. A veces los purgantes eran sustituidos por enemas.

4) Drogas de muy distintos tipos, obtenidas la mayor�a de diversas plantas, a las que se les atribu�an distintas propiedades, muchas veces en forma correcta: digestivas, laxantes, diur�ticas, diafor�ticas, analg�sicas, etc. La polifarmacia era la regla y con frecuencia las recetas conten�an m�s de 20 componentes distintos. La preparaci�n favorita era la teriaca, que se dec�a hab�a sido inventada por Andr�maco, el m�dico de Ner�n, basado en un ant�doto para los venenos desarrollado por Mitr�dates, rey de Ponto, quien tem�a que lo envenenaran; la teriaca de Andr�maco ten�a 64 sustancias distintas, incluyendo fragmentos de carne de v�boras venenosas, y su preparaci�n era tan complicada que en Venecia en el siglo XV se deb�a hacer en presencia de los priores y consejeros de los m�dicos y los farmac�uticos. Entre sus componentes la teriaca ten�a opio, lo que quiz� explica su popularidad; la preparaci�n tardaba meses en madurar y se usaba en forma l�quida y como ung�ento. Otras sustancias que tambi�n se recomendaban por sus poderes m�gicos eran cuernos de unicornio, sangre de drag�n, esperma de rana, bilis de serpientes, polvo de momia humana, heces de distintos animales, etc�tera.

Al mismo tiempo que estas medidas terap�uticas tambi�n se usaban otras basadas en poderes sobrenaturales. Los exorcismos eran importantes en el manejo de trastornos mentales, epilepsia o impotencia; en estos casos el sacerdote sustitu�a al m�dico. La creencia en los poderes curativos de las reliquias era generalizada, y entonces como ahora se rezaba a santos especiales para el alivio de padecimientos espec�ficos. La tuberculosis ganglionar cervical ulcerada o escr�fula se curaba con el toque de la mano del rey, tanto en Inglaterra como en Francia, desde el a�o 1056, cuando Eduardo el Confesor inici� la tradici�n en Inglaterra, hasta 1824, cuando Carlos X toc� 121 pacientes que le presentaron Alibert y Dupuytren en Par�s.

Los m�dicos no practicaban la cirug�a, que estaba en manos de los cirujanos y de los barberos. Los cirujanos no asist�an a las universidades, no hablaban lat�n y eran considerados gente poco educada y de clase inferior. Muchos eran itinerantes, que iban de una ciudad a otra operando hernias, c�lculos vesicales o cataratas, lo que requer�a experiencia y habilidad quir�rgica, o bien curando heridas superficiales, abriendo abscesos y tratando fracturas. Sus principales competidores eran los barberos, que adem�s de cortar el cabello vend�an ung�entos, sacaban dientes, aplicaban ventosas, pon�an enemas y hac�an flebotom�as. Los barberos aprendieron estas cosas en los monasterios, adonde acud�an para la tonsura de los frailes; como �stos, por la ley eclesi�stica, deb�an sangrarse peri�dicamente, aprovechaban la presencia de los barberos para matar dos p�jaros de un tiro. Los barberos de los monasterios se conoc�an como rasor et minutor, lo que significa barbero y sangrador. Los cirujanos de Par�s formaron la Hermandad de San Cosme en 1365 con dos objetivos: promover su ingreso a la Facultad de Medicina de Par�s e impedir que los barberos practicaran la cirug�a. Al cabo de dos siglos consiguieron las dos cosas, pero a cambio tuvieron que aceptar los reglamentos de la Facultad, que los obligaban a estudiar en ella y a pasar un examen para poder ejercer, y tambi�n incorporar a los barberos como miembros de su hermandad. En Inglaterra los cirujanos y los barberos fueron reunidos en un solo gremio por Enrique VIII, y as� estuvieron hasta 1745, en que se disolvi� la uni�n, pero en 1800 se fund� el Real Colegio de Cirujanos. En Italia la distinci�n entre m�dico y cirujano nunca fue tan pronunciada, y desde 1349 existen estatutos que se aplican por igual a m�dicos, cirujanos y barberos; todos deb�an registrarse y pasar ex�menes en las escuelas de medicina de las universidades.

PRELUDIO DEL RENACIMIENTO

El paso de la Edad Media al Renacimiento ocurri� mucho antes en las humanidades y en las artes que en las ciencias y en la medicina. Dante escribi� su Divina Comedia a fines del siglo XIII Petrarca y Boccaccio fueron contempor�neos en el siglo XIV, y Giotto y Donatello trabajaron en ese mismo siglo. En cambio, el texto de Benivieni apareci� en 1504, Cop�rnico y Vesalio publicaron sus respectivos libros en 1543, y Gilbert dio a la luz su volumen sobre el magneto hasta 1600, a�o en que Giordano Bruno fue quemado vivo por sus ideas. Hay por lo menos tres siglos de diferencia entre el Renacimiento human�stico y el cient�fico, pero a fines de la Edad Media, en el campo de la medicina, destacan dos precursores interesantes pero muy distintos: Fernel y Paracelso.

Jean Fernel (1497-1558) fue fil�sofo, matem�tico, astr�nomo, fil�logo y m�dico, esto �ltimo por razones econ�micas, pues requer�a abundantes recursos para la obtenci�n y mantenimiento de sus aparatos astron�micos. Fernel tuvo gran �xito como m�dico: entre sus pacientes se contaron Enrique II, Catalina de M�dicis y Diana de Poitiers, la favorita del hijo del rey. Fue profesor de medicina en Par�s y escribi� varios libros, como De abditis rerum causis, que fue muy popular, Medicinaliura consiliorura centuria, un conjunto de casos estudiados personalmente, y el m�s famoso de todos, Medicina, volumen de 630 p�ginas cuyo cum privilegio regis est� fechado el 18 de noviembre de 1553. Fue uno de los textos de medicina m�s le�dos en los siglos XVI y XVII y se reimprimi� cerca de 30 veces; se divide en tres secciones, designadas Fisiolog�a, Patolog�a y Terap�utica. La primera secci�n (que se hab�a publicado ya 12 a�os antes con el t�tulo de De naturali parte medicinae) est� formada por siete libros, cada uno con siete cap�tulos, y es una descripci�n de la anatom�a humana en t�rminos exclusivamente gal�nicos, a pesar de que Fernel era contempor�neo de Falopio, de Eustaquio y de Vesalio; como buen renacentista, sus autoridades son Her�filo, Hip�crates, Galeno, Arist�teles, Avicena y Averroes. El resto de la primera parte trata de los elementos, los temperamentos, el calor innato, los humores y la procreaci�n humana, entre otros temas, todos descritos en funci�n de la teor�a humoral de la enfermedad. La segunda secci�n corresponde a la Patolog�a y tambi�n tiene siete libros pero ahora con 120 cap�tulos, que abarcan 238 p�ginas; se tratan las enfermedades y sus causas, s�ntomas y signos, el pulso y la orina, fiebres, enfermedades y s�ntomas de las partes, padecimientos subdiafragm�ticos y anormalidades del exterior del cuerpo. No es sino hasta los libros 5 y 6 de Medicina, dedicados respectivamente a las enfermedades y s�ntomas de las partes, as� como a padecimientos subdiafragm�ticos, que Fernel se desprende de sus lastres medievales y adopta una postura moderna frente a la patolog�a: en primer lugar, abandona la tradici�n de limitarse a ejemplos individuales, ya que generaliza a partir de sus experiencias, sobre todo en las patolog�as cardiovascular y pulmonar, que ocupan los �ltimos tres cap�tulos del libro 5. El libro 6 trata de los aparatos digestivo y urinario; los padecimientos se ilustran con observaciones personales de Fernel, quien no pocas veces describe los hallazgos de autopsias, como cuando describe el estado de los ri�ones en la litiasis renal:

Con frecuencia se observa que toda la carne o sustancia del ri��n est� carcomida y lo que queda es el pus y muchos c�lculos envueltos en una membrana muy parecida a una bolsa [...] En aquellos que han sufrido �dolores nefr�ticos por largo tiempo yo he encontrado a veces el uretero tan dilatado que pod�a insertar con facilidad el dedo gordo en su luz.


Fernel tambi�n describe el carcinoma del cuello uterino y la formaci�n de f�stulas v�sico-vaginales y recto-vaginales con la resultante salida de orina y materias fecales por vagina, hechos bien conocidos desde la antig�edad. En cambio, las secciones de h�gado y de bazo est�n descritas en forma muy general y esquemática no permiten identificar ninguna enfermedad espec�fica.

a) Jean Fernel (1497-1558)
b) Paracelso (1493-1541).

Figura 10. Dos precursores del Renacimiento.

Phillipus Bombastus von Hohenheim(1493-1541), contempor�neo de Fernel, naci� en Einsiedeln, Suiza, y posteriormente adopt� los nombres Aureolus Theophrastus Paracelsus, que es como se le conoce. Estudi� medicina en Basilea pero no lleg� a graduarse, y viaj� extensamente en Italia y Alemania trabajando como m�dico itinerante. En 1527 fue invitado a residir en Basilea como m�dico de la ciudad y nombrado profesor de medicina de la universidad, pero su estancia fue muy tormentosa. Paracelso ten�a un car�cter dif�cil y defend�a ideas muy heterodoxas con posturas arrogantes y lenguaje agresivo. Condenaba toda la medicina que no estuviera basada en la experiencia, especialmente las teor�as de Galeno y Avicena, cuyos libros quem� en p�blico; adem�s, dictaba sus clases en alem�n, en lugar de hacerlo en lat�n, como era lo apropiado en una universidad tan conservadora. Procedi� a pelearse con los m�dicos locales, a quienes insultaba p�blicamente, llam�ndolos charlatanes, estafadores y asnos certificados; los estudiantes tambi�n lo odiaban, lo bautizaron como "Cocofrastus" y le escribieron un poema insultante que se supon�a hab�a sido enviado por Galeno desde el infierno. Paracelso se asociaba con vagabundos y malhechores, pasaba las noches en las tabernas bebiendo demasiado y con frecuencia participaba en esc�ndalos y peleas. Al final se vio complicado en un juicio contra un sacerdote que hab�a sido su cliente y se negaba a pagarle sus elevados honorarios y lo perdi�; las autoridades tambi�n se pusieron en su contra y Paracelso tuvo que huir de Basilea, dejando atr�s sus propiedades y escritos. Continu� viajando toda su vida, repitiendo siempre la misma historia en distintas ciudades europeas, hasta que murió en Salzburgo a los 48 a�os de edad.

Paracelso es un precursor del Renacimiento no por lo que hizo sino por lo que intent�. Insatisfecho con las creencias gal�nicas prevalecientes en su tiempo, se rebel� contra ellas, pero no para revivir las doctrinas hipocr�ticas sino para sustituirlas por las suyas, que eran todav�a m�s oscuras y dogm�ticas. En su juventud (1520) Paracelso public� un peque�o libro llamado Volumen medicinae paramirum (Von den F�nf Entien), en donde presenta una de sus principales teor�as sobre la enfermedad (propuso varias), un reto abierto a la patolog�a humoral gal�nica predominante. Distingui� cinco causas principales de enfermedad, consideradas como cinco principios o esferas (Etia): 1) Ens astri, la influencia de las estrellas; 2) Ens veneni, que no incluye s�lo t�xicos sino todo el ambiente; 3) Ens naturale, o sea la complexi�n del organismo, que incluye a la herencia; 4) Ens spirituale, el alma; 5) Ens Dei, los padecimientos enviados por Dios y que son incurables. Cuatro a�os m�s tarde Paracelso public� una elaboraci�n y ampliaci�n de sus ideas bajo el nombre de Opus Paramirum en donde se encuentra una teor�a distinta de la enfermedad, que resulta ser secundaria a la materia que llena el Universo; los alquimistas medievales postulaban que esa materia estaba formada por el sulfuro (esp�ritus) y el mercurio (l�quidos), a lo que Paracelso agreg� las sales (cenizas). Estas tres sustancias proporcionar�an la uni�n del hombre con el Universo y a trav�s de ellas participar�a en el gran metabolismo de la naturaleza; la enfermedad ser�a el resultado de trastornos en el equilibrio de estas sustancias. Por ejemplo, si el mercurio se "volatiliza" el hombre puede perder sus facultades mentales; si las sales se "subliman" el organismo se corroe y se produce dolor, etc. En relaci�n con estas ideas, Paracelso introdujo el uso del l�udano, del mercurio, del azufre y del plomo en la farmacopea; adem�s, insisti� en que las heridas tienden a cicatrizar espont�neamente y se opuso a la aplicaci�n de ung�entos y emplastes, tan favorecidos en esa �poca.

Tanto Fernel como Paracelso pertenecen por completo a la Edad Media, pero vivieron cuando �sta se acercaba a su fin y en sus obras ya existen indicios renacentistas: Fernel vislumbr� un concepto moderno de la patolog�a en la medicina, diferente del que hab�a prevalecido por m�s de 1 000 a�os, mientras Paracelso se rebel� en contra de la autoridad de los textos cl�sicos y predic� (aunque �l mismo no lo hizo) que la medicina deber�a basarse en la experiencia personal del m�dico y no en Galeno y Avicena.

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