I. El AMANECER DE LA ASTRONOM�A

INTRODUCCI�N

LA EXISTENCIA de los primeros conglomerados humanos ya organizados en sociedades sedentarias se remonta a unos 10 000 o 15 000 a�os. En comparaci�n con el tiempo que dura una vida humana ese periodo parece muy grande, pero si se le mide en relaci�n con la edad que ahora sabemos tiene la Tierra, o con el tiempo que se estima ha tomado el proceso evolutivo del homo sapiens, realmente es tan peque�o que no deja de asombrar que en tan breve periodo el hombre haya alcanzado un desarrollo cultural tan amplio.

La observaci�n de la b�veda celeste1[Nota 1] siempre ha calado hondo en la conciencia humana, pues por su inmensidad y aparente inmutabilidad ha servido como un recordatorio permanente de la peque�ez y temporalidad del hombre (figura 1). De s�lo alzar la vista hacia el cielo estrellado han surgido algunas de las preguntas fundamentales que la humanidad se ha hecho a lo largo de toda su existencia. Cuestiones que de una u otra forma han tenido que ver con el lugar que el hombre ocupa en el Universo, as� como con su origen y su estructura. Por sus implicaciones, esa acci�n tan sencilla de ver el cielo ha estado fuertemente ligada con el crecimiento intelectual experimentado por la humanidad en los �ltimos milenios.

[FNT 1]

Figura 1. La b�veda celeste como se ver�a durante el verano por un observador situado en una latitud similar a la de la ciudad de M�xico. Se muestra tambi�n una trayectoria aparente que siguen las estrellas en su movimiento de este a oeste.

Las respuestas que cada grupo humano ha dado a interrogantes tales como: �de d�nde sale el Sol cada ma�ana y a d�nde va cada tarde?, �qu� son las luminarias nocturnas?, �por qu� la Luna cambia su aspecto d�a a d�a? y �qu� tan vasto es el cosmos? han sido variadas y necesariamente condicionadas por su experiencia, y aunque ahora muchas de esas respuestas parecen elementales, o incluso rid�culas, en su momento tuvieron el enorme valor de ser el resultado de una verdadera s�ntesis intelectual de conocimientos —fundamentalmente pr�cticos— logrados por los pueblos primitivos. Por esta raz�n se deben juzgar en ese contexto, pues de otra manera se corre el peligro de interpretar incorrectamente los logros m�s trascendentes de las antiguas civilizaciones.

El presente cap�tulo sirve para mostrar algunas ideas y conceptos que el hombre primitivo forj� a partir de sus observaciones de los cuerpos celestes, as� como la interpretaci�n que dio al tratar de entender su lugar en el Universo.

EL LARGO CAMINO

La antropolog�a, la historia y la arqueolog�a han mostrado que las primeras sociedades humanas pensaban que el mundo se encontraba poblado por esp�ritus que controlaban todos sus ritmos vitales. Esta concepci�n provey� a dichos grupos de una explicaci�n animista sobre los fen�menos de la naturaleza, surgiendo as� un complejo universo m�gico. El animismo o culto de los esp�ritus fue un m�todo universal de explicaci�n simple, que se origin� en forma natural sin necesidad de una invenci�n consciente o deliberada. Ofreci� a sus practicantes un esquema congruente que, adem�s de darles un enfoque amplio para su futuro desarrollo, les proporcion� un poder predictivo adecuado a sus circunstancias, otorgando a esos primitivos grupos humanos un relativo control sobre su mundo. En esencia, el animismo introdujo la creencia de que toda manifestaci�n de vida o movimiento era debida a la presencia de esp�ritus que se posesionaban de los animales, de las plantas y de las cosas. Esp�ritus que manifestaban su poder a trav�s de las violentas fuerzas desencadenadas durante las tormentas, tempestades, erupciones, sequ�as y otros fen�menos naturales. Evidentemente, estas explicaciones tan sencillas sobre el mundo que rodeaba a esos grupos primitivos fueron resultado del escaso acervo intelectual de que dispon�an en los albores de la civilizaci�n. La acumulaci�n lenta pero constante de conocimiento, durante los primeros milenios de desarrollo de esas sociedades hizo que el universo m�gico se fuera transformando, perdiendo su simplicidad original, lo que culmin� en cambios sobre su visi�n del mundo. Paso a paso, el universo m�gico evolucion� hacia un universo m�tico, donde dioses y h�roes humanos o semihumanos forjaron un cosmos m�s complicado.

La complejidad adquirida al paso del tiempo por sociedades como las que florecieron en las m�rgenes de los r�os Tigris y �ufrates, el Nilo o el Ganges, o en las planicies y monta�as de China, Grecia, Mesoam�rica o el Per�, se reflej� directamente en las explicaciones que sobre el cosmos produjeron tan diversas civilizaciones. En sus mitolog�as fue factor com�n y permanente la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, representadas por dioses portadores de luz o de tinieblas, respectivamente. Las concepciones cosmog�nicas de esos pueblos surgieron como un concepto de equilibrio (o desequilibrio) entre ambas fuerzas, naciendo entonces algunos de los mitos m�s bellos que ahora se conocen sobre el origen del Universo. Al analizar esas ideas es posible entender en buena medida la relaci�n tan �ntima que surgi� entre el hombre y su visi�n del mundo, lo que a su vez explica mucho del comportamiento social de esos n�cleos humanos.

La implantaci�n en Occidente de la idea monote�sta judeocristiana propici� la aparici�n de una visi�n del cosmos como algo perfecto y terminado, surgido s�lo por el deseo de Dios, concepci�n que domin� el pensamiento europeo por m�s de 1 000 a�os. Esa visi�n de un universo perfecto, que por lo mismo era inmutable, fue una de las principales causas que ocasionaron la construcci�n de una sociedad tan r�gida y cerrada como la que prevaleci� en Europa durante la Edad Media.

Las contradicciones originadas por la inmovilidad de ese esquema filos�fico a la larga obligaron a realizar una profunda reestructuraci�n del pensamiento occidental, no siendo exagerado asegurar que en ese proceso de cambio social tan notable influyeron de manera importante los conceptos astron�micos que sobre el Universo comenzaron a surgir en Europa a partir del siglo XV.

Primero en forma especulativa y posteriormente apoyado por observaciones cada vez m�s precisas, el llamado modelo helioc�ntrico del cosmos fue adquiriendo fuerza. �ste, que en los �ltimos siglos ha sufrido constantes modificaciones y adiciones, se ha transformado para servir como base de una explicaci�n racional m�s amplia sobre la naturaleza del Universo que, aunque a�n es muy incompleta, ya proporciona respuestas cient�ficas a algunas de las preguntas fundamentales que el hombre se ha hecho desde tiempo inmemorial. El surgimiento de un modelo cosmog�nico que pod�a ser puesto a prueba mediante la observaci�n propici� un cambio profundo de mentalidad, por lo que su contribuci�n no s�lo fue al terreno del conocimiento astron�mico, sino que trascendi� a otras disciplinas.

Es importante hacer notar que la concepci�n antropoc�ntrica del Universo —de la cual la teor�a geoc�ntrica es s�lo un ejemplo— sigue teniendo un arraigo muy fuerte en la mente del hombre moderno, raz�n por la que el estudio del desarrollo de las ideas cient�ficas tambi�n sirve para mostrar la lucha que el ser humano ha librado consigo mismo para superar viejos prejuicios y poder aceptar un papel modesto dentro del cosmos, el cual ahora puede percibir gracias a los modernos telescopios �pticos, radiotelescopios, sat�lites artificiales y sondas espaciales. Por otra parte, el cambio en los conceptos sobre el cosmos y el entendimiento de las leyes f�sicas que lo rigen ha sido tan r�pido en las �ltimas d�cadas que es f�cil perder la perspectiva hist�rica de ese proceso. Para resaltar este hecho mencionaremos que todav�a viven personas que en sus primeros a�os de estudio aprendieron que nuestra galaxia constitu�a todo el Universo, y que si bien la Tierra ya no estaba situada en el centro de �ste, el Sol y su sistema planetario s� lo eran. Recu�rdese adem�s que en 1930 fue cuando el astr�nomo estadounidense Clyde W. Tombaugh (1906-     ) descubri� Plut�n, el �ltimo planeta conocido de nuestro Sistema Solar.

Hace apenas seis d�cadas que el hombre tuvo la certeza de que nuestra galaxia era s�lo una m�s entre un n�mero inmenso de sistemas del mismo tipo formados por miles de millones de estrellas, y que ciertamente no ocupamos un lugar central en este universo recientemente descubierto. Gracias a los avances de la tecnolog�a los astr�nomos de la actualidad, siguiendo una tradici�n originada en las primeras civilizaciones, contin�an trazando los mapas de distribuci�n de estrellas y galaxias, abarcando distancias cada vez mayores. A medida que nuestros conocimientos aumentan, las ideas sobre la forma, la constituci�n y el origen del Universo se ven enriquecidas constantemente. Conceptos que eran populares entre los cient�ficos hace s�lo una d�cada han sido puestos en duda, y seguramente ser�n desechados o modificados hasta adecuarlos a los nuevos descubrimientos. Este cambio continuo no debe interpretarse como un fracaso de los astr�nomos en su b�squeda por resolver los problemas que se plantean. Menos a�n como una incapacidad de la ciencia para brindar respuestas definitivas, sino como parte de la evoluci�n que nuestra concepci�n del Universo experimenta gracias al aumento constante de informaci�n, proceso que por cierto seguramente est� lejos de concluir.

Esto ha hecho que la cosmolog�a2[Nota 2] haya dejado de ser objeto de especulaci�n filos�fica, convirti�ndose en parte integrante de las ciencias naturales, por lo cual est� sujeta a pruebas tanto te�ricas como observacionales que permiten o permitir�n decidir entre diferentes teor�as cosmol�gicas, haciendo a un lado los argumentos metaf�sicos y apoy�ndose en la rigurosidad del m�todo cient�fico.

PRIMERAS IDEAS SOBRE LA TIERRA Y LOS CUERPOS CELESTES

Nada sabemos acerca de las ideas que el hombre primitivo tuvo respecto a la naturaleza; sin embargo s� sabemos que ya desde entonces se preocup� por algo m�s que comer, reproducirse y sobrevivir. Sus huellas, dejadas en gran n�mero de sitios como cavernas y sepulcros, ya sea en forma de petroglifos, huesos tallados y otros objetos, muestran las inquietudes intelectuales del llamado hombre de la Edad de Piedra. No hay duda de que estos cazadores y recolectores observaron la b�veda celeste, pues sus representaciones en pinturas rupestres de soles, lunas, estrellas y posiblemente cometas y eclipses as� lo demuestran.

Algo que posiblemente nunca ser� totalmente conocido es qu� ideas ten�an sobre el Universo, su tama�o y el lugar que en �l ocupaban, pero de los estudios comparativos de las culturas primitivas que todav�a existen, como las de los abor�genes australianos, los de Borneo, del Kalahari o de la parte central de la selva amaz�nica, pueden inferirse muchas de las caracter�sticas sociales y culturales que hoy suponemos en aquellos grupos humanos primigenios.

De esta forma, es posible saber algo sobre los primeros conceptos que los hombres primitivos tuvieron sobre su lugar en el Universo (figura 2). Por ejemplo, los abor�genes australianos creen que mucho antes de que hubiera el menor signo de vida, la Tierra ya exist�a y que estaba constituida por una llanura plana e informe, cuya extensi�n llegaba a los l�mites mismos del mundo. De generaci�n en generaci�n han heredado el siguiente mito sobre la creaci�n: en un tiempo muy antiguo al que se refieren como el tiempo del ensue�o, seres gigantescos y de aspecto humanoide, llamados los wandjimas, con caracter�sticas f�sicas similares a las de ciertos animales, pero de un comportamiento en todo parecido al de hombres y mujeres, brotaron milagrosamente en diferentes partes de la llanura australiana, bajo la cual hab�an permanecido aletargados desde tiempo inmemorial en una oscuridad total. Una vez surgidos del suelo, cada uno de ellos se dio a la tarea de crear las monta�as, las costas, las marismas y los r�os de una zona determinada, dando entre todos forma a la Tierra, que despu�s fue habitada por los verdaderos hombres, quienes tambi�n fueron creados por esos gigantes antropomorfos. Tales seres m�ticos vivir�an eternamente transform�ndose en diferentes especies animales y vegetales o en los elementos naturales. Una vez realizado el acto creador, plasmaron su imagen en las pinturas rupestres, decretando que los abor�genes deb�an preservarlas si quer�an recibir los beneficios de las lluvias.

El Cielo, que cobija a la Tierra, es el lugar donde moran los dioses australianos, y est�n sentados en un trono de cristal. Para llegar a ellos hay que escalar el arco iris, que en su cosmogon�a es la serpiente Yulungurr. Estos abor�genes tienen un buen conocimiento del cielo nocturno, saber que ha sido transmitido oralmente de padres a hijos, as� como mediante la representaci�n en pinturas rupestres donde se han plasmado algunos de los grupos estelares m�s conspicuos. El Sol es simplemente un hombre y la Luna una mujer. La V�a L�ctea 3[Nota 3] es un r�o en el que todas las noches van a pescar los moradores celestes. Para ellos nuestra constelaci�n de Ori�n es un grupo de pescadores, mientras que las Pl�yades son las esposas aguardando su regreso.

[FNT 2]

Figura 2. Representaci�n del cielo hecha por moradores n�madas de la estepa siberiana. En ella pueden identificarse la V�a L�ctea y el grupo estelar de las Pl�yades.

Al otro lado del planeta, en el norte de la pen�nsula de Baja California, los ya mencionados kiliwa, considerados por los estudiosos como una cultura fosilizada del Paleol�tico, para explicar su ubicaci�n c�smica relatan que cuando s�lo hab�a la oscuridad m�s completa, apareci� Melt�?ip� jal�(u), la deidad coyote-gente-luna, quien bajo el conjuro "No est�s sola, soy la luz", ilumin� la negrura. Despu�s se dedic� a la tarea de hacer el mundo. Para ello arroj� cuatro buches de agua en diferentes direcciones, formando as� los r�os y los mares. Para que estos no se desparramaran, el topo hizo un t�nel en torno al mundo, lo que levant� un bordo muy alto alrededor de los cuatro mares, quedando as� protegida la Tierra. Despu�s form� las cuatro monta�as. Para que no se saliera el aire, ni el agua, ni el color, ni la luz, coyote-gente-luna cre� el cielo con la piel de sus test�culos, llam�ndolo ma'a'i. Este fue hecho c�ncavo y sirvi� para rodear al mundo.

Tambi�n los kiliwa fueron capaces de diferenciar diversos objetos celestes, identificando constelaciones,4[Nota 4] estrellas, meteoritos, cometas, planetas, el Sol, la Luna y la V�a L�ctea. Como en todas las sociedades primitivas, los kiliwa asociaron estos objetos a sus principales deidades, as� por ejemplo el Sol se identific� con Ma'ay kuyak, la deidad guerrera. La Luna era la personificaci�n misma del dios creador: coyote-gente-luna. Venus, la estrella vespertina, fue su mujer. Las estrellas eran peque�as fogatas encendidas por los muertos. La creaci�n de la V�a L�ctea seg�n el mito kiliwa ya ha sido relatada al inicio de este libro, s�lo queremos se�alar que, como en otras culturas, este objeto celeste fue considerado como el camino que lleva a los muertos al m�s all�, siendo por ello la conexi�n entre lo terreno y lo divino.

Relatos como estos tienen, adem�s de una gran belleza intr�nseca, el com�n denomidador de considerar a la Tierra como algo que est� rodeada o acotada, lo que muestra que desde los inicios de la humanidad, �sta consider� el sitio que habitaba como el centro mismo del Universo.

La observaci�n de la b�veda celeste ense�� a nuestros ancestros que en ella hab�a un orden, pues as� lo mostraban la regularidad y continuidad de las fases lunares, la salida y puesta diaria del Sol y la inmutabilidad de las estrellas. Este concepto de orden arraig� tan profundamente en la mente humana que, cuando posteriormente se crearon los mitos sobre el origen del cosmos, �stos no pudieron sustraerse a �l. Pr�cticamente en todas las culturas se acept� que el mundo surgi� del desorden y la oscuridad (el kaos griego) como consecuencia de un mandato divino (principio ordenador). Entonces, no es de extra�ar que el Cielo, como un lugar ordenado e inaccesible, fuera necesariamente la morada de los dioses del bien, mientras que el inframundo, lugar donde reinaba la oscuridad primigenia, fuera el asiento de las fuerzas malignas o negativas.

Los dos mitos sobre la creaci�n del mundo previamente relatados sirven para ejemplificar claramente c�mo nuestros ancestros trataron de explicar sus or�genes y el de los objetos que hab�a en su entorno usando los elementos culturales que ten�an disponibles. Por ello, en sus leyendas la idea de un universo resultaba realmente indistinguible del lugar donde viv�an, siendo conceptualmente s�lo una extensi�n inaccesible de su h�bitat. Si su idealizaci�n la hicieron en forma tan simple fue porque as� era su vida. Cosmogon�as similares a �stas seguramente hubo al menos una por cada grupo humano que fue consolid�ndose. La mayor�a se ha perdido; otras, las menos, han llegado a alcanzar el nivel de verdaderos dogmas sobre la creaci�n, tal y como ha sucedido para el mundo occidental con la idea expresada en el G�nesis. Esta concepci�n est� tan arraigada, que a�n en la actualidad es tomada por muchos como alternativa �nica, negando lo que la ciencia contempor�nea ha logrado establecer sobre el origen y evoluci�n del Universo, as� como el lugar que en �l ocupamos.

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