IV. LA VISI�N MEDIEVAL DEL MUNDO

INTRODUCCI�N

A PESAR de los grandes avances que alcanz� la ciencia griega, su vigor no continu� cuando Roma sustituy� a Grecia como la gran potencia del Mediterr�neo. Los romanos, que gracias a su organizaci�n pol�tica y social lograron construir un vasto imperio, no tuvieron mayor inter�s en las matem�ticas que el estrictamente necesario para la administraci�n de los territorios conquistados. Esa actitud se extendi� a las dem�s disciplinas cient�ficas desarrolladas en la antig�edad, por lo que puede afirmarse que los pensadores romanos realmente no contribuyeron al conocimiento cient�fico.

Adem�s, cuando el Imperio romano dej� a la Iglesia cat�lica su sitio como la �nica fuerza pol�tica y espiritual del mundo occidental, el rechazo hacia el conocimiento cient�fico fue todav�a mayor. En esas condiciones la cultura europea entr� en un periodo de estancamiento durante el cual no s�lo no se promovi� el desarrollo de la ciencia, sino que incluso se propici� la p�rdida de la mayor parte del conocimiento generado por los griegos.

La intenci�n del presente cap�tulo es mostrar los conocimientos astron�micos que manejaron los pensadores europeos entre los a�os 500 y 1450 de nuestra era, periodo conocido como la Edad Media. El desarrollo cient�fico de esta �poca ha sido considerado est�ril, ya que a pesar de ser un lapso mayor del que separa a Tales de Mileto de Tolomeo, durante �l no hubo ninguna aportaci�n cient�fica novedosa de importancia. Las ideas que el hombre culto del medievo tuvo sobre el Universo y el lugar que nuestro planeta ocupaba en �l fueron las que se expresan al principio del G�nesis que, combinadas con conceptos paganos m�s antiguos, llegaron a convertirse en dogma.

EL LARGO REINADO DEL GEOCENTRISMO

El cristianismo, que se origin� como la doctrina moral de una secta jud�a minoritaria, se convirti� a principios del siglo IV en el credo oficial del Imperio romano. A partir de esa �poca los sacerdotes cristianos adquirieron un poder que les permiti� oponerse en forma sistem�tica a toda sabidur�a pagana. Esa actitud de franca cerraz�n al conocimiento busc� aniquilar cualquier actividad relacionada con el pensamiento anal�tico inherente al proceso cient�fico. Como ejemplos tempranos y relevantes de esa actitud contraria a la ciencia pueden mencionarse los siguientes: en el a�o 390 un enardecido grupo de cristianos quem� la famosa Biblioteca de Alejandr�a; pocos a�os despu�s, en 415, seguidores de esa nueva secta religiosa asesinaron a Hipatia (ca. 370-415), matem�tica alejandrina que realiz� una destacada labor cient�fica en el Museo de aquella ciudad.

La actitud romana hacia el conocimiento te�rico, as� como la predisposici�n cristiana hacia la ciencia fueron factores determinantes de una estructura social donde el estudio de las leyes de la naturaleza no tuvo importancia. En esas circunstancias no debe extra�ar que la mayor�a de la informaci�n cient�fica utilizada durante la Edad Media estuviera contenida �nicamente en compendios, obras que intentaron resumir el conocimiento generado por los griegos. Entre ese tipo de escritos sobresalieron trabajos como los de Plinio (23-79) o S�neca (4-65), quien en sus Cuestiones naturales escribi� sobre geograf�a y fen�menos metereol�gicos. En ese libro trat� el tema del tama�o de la Tierra. Sus datos fueron aceptados sin ning�n cuestionamiento por los eruditos europeos del medievo, pasando de generaci�n en generaci�n. Como dichos valores eran considerablemente menores a los verdaderos, durante siglos hicieron pensar que nuestro planeta era m�s peque�o de lo que en realidad es. La larga vigencia e importancia que tuvieron conocimientos como los trasmitidos por S�neca queda manifiesta al saber que fueron el sustento te�rico utilizado por Col�n a fines del siglo XV para asegurar la existencia de una ruta corta hacia las Indias. Como sabemos, el descubrimiento de Am�rica fue casual, pues en realidad el almirante estaba convencido de que el mundo ten�a dimensiones menores y de que su viaje lo llevar�a a las costas asi�ticas.

Los compendios fueron obras enciclop�dicas que resum�an la informaci�n cient�fica proveniente del mundo griego, y la hac�an accesible a un amplio sector de lectores no especializados. En general fueron de menor calidad que los textos originales escritos por los griegos, ya que no estaban sistematizados, eran confusos y hasta contradictorios. Calcidio, Macrobio y Marciano Capella fueron autores latinos de ese tipo de obras en donde, por ejemplo, cuando tratan la distribuci�n de los cuerpos celestes, cada uno asign� un orden diferente para los planetas, sin que dieran alguna raz�n o explicaci�n. Alrededor de la Tierra central Macrobio situ� a la Luna y al Sol, despu�s a Venus y luego a Mercurio. M�s all� de �ste se hallaban Marte, J�piter y Saturno. Calcidio afirm� que describiendo una trayectoria circular en torno a nuestro planeta se encontraba la Luna y despu�s Mercurio y Venus; ven�an luego el Sol, Marte, J�piter, Saturno y la esfera de las estrellas fijas. Por su parte, Marciano Capella utiliz� ambas descripciones, confundiendo m�s a sus lectores sobre el orden de los astros en la b�veda celeste.

A pesar de la labor de los compiladores latinos, entre los siglos V y X la ciencia decay� en Europa, llegando en ese periodo a su nivel m�s bajo desde que se origin� en Grecia. Por lo que toca al tema principal de este libro, puede afirmarse que entre los siglos VII y XVII el n�mero de autores europeos interesados en el estudio del Universo fue realmente muy reducido. Adem�s, sus trabajos no aportaron nada nuevo, pues en el mejor de los casos lo que escribieron tuvo una franca intenci�n did�ctica, siendo sus explicaciones meramente descriptivas.

Los conocimientos astron�micos que pose�an los estudiosos del medievo pueden ejemplificarse citando los trabajos de san Isidoro de Sevilla (560-636), erudito que vivi� en esa ciudad espa�ola alrededor del a�o 600. Entre otras obras redact� una extensa enciclopedia de 20 tomos a la que titul� Etimolog�as. En el tercer libro, llamado De las cuatro disciplinas matem�ticas trat� sobre aritm�tica, m�sica, geometr�a y astronom�a, y de esta �ltima dijo "que estudia las leyes de los astros". En ese texto la secci�n astron�mica es la m�s extensa. Trata de manera descriptiva y no t�cnica temas como la forma del mundo, la esfera celeste, los planetas, sus movimientos, del zodiaco y de las estrellas. Distingue entre astronom�a y astrolog�a, considerando a la primera una ciencia, y a la segunda una superstici�n. Cree que el Sol est� hecho de fuego, adem�s afirma que es m�s grande que la Tierra y que la Luna. Dice que �sta recibe la luz del Sol, eclips�ndose cuando entra en la sombra proyectada por nuestro planeta. Para �l son siete los planetas, y cada uno tiene su movimiento propio a trav�s de su correspondiente esfera cristalina. Estas giran en sentido contrario a la esfera de las estrellas fijas, pues si no fuera as�, "el mundo saltar�a en a�icos" debido a la rapidez con la que esa esfera gira. A la V�a L�ctea la llam� el c�rculo c�ndido, y dijo que "era una zona lechosa que pod�a ser vista sobre la esfera celeste. Algunos dicen que es la trayectoria seguida por el Sol, y que recibe su luz del paso que ese astro luminoso hace por el cielo".

�ste y otros trabajos similares presentaban solamente descripciones de los fen�menos celestes m�s evidentes, sin aportar ideas nuevas. Aunque el modelo c�smico utilizado por los estudiosos del medievo era en todos los casos el geoc�ntrico (figura 13), para aquellas fechas ya se hab�a perdido la capacidad de manejar los conceptos geom�tricos contenidos en la obra de Tolomeo. El Universo, tal y como lo entend�a el hombre culto de la Edad Media fue po�ticamente descrito por Dante Alighieri (1265-1321), quien lo recorre en un viaje imaginario narrado en su obra La Divina Comedia, publicada en el siglo XIV (figura 14).

[FNT 13]

Figura 13. Modelo planetario medieval geoc�ntrico, que incluye la esfera de los bienaventurados o para�so emp�reo.

 

[FNT 14]

 

Figura 14. Representaci�n del Universo como se entend�a en la edad Media.

Durante la primera etapa de la Edad Media arraigaron en el pensamiento europeo ideas sobre la forma y la estructura del Universo directamente surgidas de la interpretaci�n literal de la Biblia. As�, por ejemplo, se acept� la idea de que la Tierra estaba inm�vil bas�ndose en el pasaje b�blico donde se afirma que Dios orden� al Sol detenerse sobre la ciudad de Gaba�n, para que as� el ej�rcito comandado por Josu� tuviera tiempo de ganar la batalla que ah� se estaba librando. Adem�s de la inmovilidad terrestre, ese pasaje implicaba que el Sol se mov�a en torno a la Tierra.

Como se ver� m�s adelante, tambi�n en ese periodo surgieron varios dogmas, como el de la Tierra plana, idea que por cierto incorpora mitos cosmog�nicos previos al cristianismo. As� arraig� el concepto mesopot�mico de un oc�ano que rodeaba a la Tierra plana y que estaba vedado a la navegaci�n, ya que el castigo para quienes desobedecieran ese mandato era la ca�da al abismo sin l�mite.

Isidoro de Sevilla, Casiodoro, el venerable Beda, y algunas mujeres como Hildegarda y Herrad de Landsberg, alemanas que vivieron en el siglo XII, fueron de los pocos personajes que durante la baja Edad Media mostraron cierta curiosidad por el estudio de la estructura del Universo, lo que confirma que el oscurantismo cient�fico hab�a arraigado en la Europa occidental durante el primer milenio de nuestra era.

LOS �RABES Y SU INFLUENCIA

Mientras eso suced�a, los �rabes fueron unificados bajo una fe religiosa �nica. Durante el primer tercio del siglo VII Mahoma (ca. 570-632), convertido en l�der espiritual y militar de las diversas tribus que habitaban la pen�nsula ar�biga logr� imponerles el islamismo. Para el siglo siguiente la influencia cultural de esta nueva religi�n se hab�a extendido desde el Asia Central hasta Espa�a. En su primera etapa la religi�n musulmana no busc� aniquilar la ciencia pagana, por el contrario, sus dirigentes realizaron importantes esfuerzos para conservar el conocimiento cient�fico, especialmente el generado por los griegos.

Entre los siglos VIII y IX, ciudades como Bagdad, Damasco y Jundishapur fueron sitios de trabajo para grupos de sabios persas, jud�os, griegos, sirios e hind�es, quienes bajo la protecci�n directa de los califas tradujeron al �rabe parte considerable de la literatura cient�fica griega, as� como obras persas y de la India. Durante ese lapso fueron transcritos a dicho idioma los principales textos de Arist�teles y Tolomeo.

La ciencia isl�mica tuvo su periodo de mayor auge entre los siglos IX y XI, cuando fueron redactados extensos tratados como el Compendio de astronom�a, escrito por Al-Fargani,26[Nota 26] o textos m�dicos como el Liber Continens de Rhazes (865-925) y el Canon de Avicena (980-1037). Sin entrar en mayores detalles, los �rabes hicieron valiosas aportaciones propias a la ciencia, destacando sus contribuciones en medicina, �ptica y matem�ticas. En esta �ltima nos legaron el �lgebra y el desarrollo de la trigonometr�a.

Respecto al tema que aqu� nos interesa los �rabes no aportaron realmente nuevas teor�as planetarias o modelos cosmog�nicos, sino que aceptaron la astronom�a griega como tal. Por ejemplo, Al-Sufi (903-986), importante astr�nomo persa de la corte de Bagdad, escribi� El libro de las estrellas fijas, basado principalmente en el Almagesto de Tolomeo. En esa obra Al-Sufi revis� el cat�logo de posiciones estelares hecho por el autor griego, actualiz�ndolo e incluyendo importantes comentarios sobre los nombres de las estrellas y de las constelaciones. Ampli� tambi�n la lista de objetos con aspecto nebuloso que Tolomeo hab�a incluido en el Almagesto, agregando el primer informe conocido sobre la observaci�n de la galaxia de Andr�meda. Por otra parte, el ya mencionado Alfraganus escribi� sobre la teor�a matem�tica en que se basa el uso del astrolabio. La importancia de su Compendio de astronom�a tambi�n radica en que es un comentario muy completo del Almagesto.

Por ser el primer autor que hace menci�n expl�cita acerca de la constituci�n de la V�a L�ctea, debemos se�alar que en el a�o 1029 Al-Biruni (973-1048) escribi� sobre Kahkashan, nombre persa de la V�a L�ctea, y dijo que:

estaba formada por una colecci�n sin n�mero de fragmentos cuya naturaleza es el de las nubes de estrellas. Ellos forman aproximadamente un gran c�rculo, el cual pasa entre las constelaciones de los Gemelos y Sagitario. Las nubes de estrellas est�n m�s densamente reunidas en algunas zonas que en otras. Algunas veces es ancha y otras delgada, y ocasionalmente se rompe en tres o cuatro ramificaciones.

Sin duda, una de las mayores contribuciones que los �rabes hicieron en el campo astron�mico fue preservar la existencia de obras como el Almagesto, que por cierto debe a ellos ese nombre. Tambi�n perfeccionaron el astrolabio (figura 15) e incluso inventaron otros aparatos que permitieron mejorar la precisi�n de las observaciones astron�micas.

Otra contribuci�n muy valiosa de los �rabes a la astronom�a fue la continuaci�n ininterrumpida de los trabajos de observaci�n iniciados por los griegos y otros pueblos m�s antiguos. Este hecho por s� solo tuvo gran importancia en el desarrollo posterior de la astronom�a, particularmente en los estudios que trataron de establecer las dimensiones y estructura del cosmos, ya que los datos observacionales de los �rabes, publicados en forma de tablas astron�micas, como por ejemplo las Tablas toledanas, estaban basados en registros continuos que cubr�an un periodo de m�s de 900 a�os, lo que les dio la exactitud necesaria para determinar las posiciones de los cuerpos celestes en forma precisa. Esto fue aprovechado por los astr�nomos del Renacimiento quienes, bas�ndose en ese material pudieron hacer descubrimientos que habr�an de cambiar en forma radical nuestra visi�n del Universo.

Una clara huella del predominio astron�mico que los �rabes tuvieron durante parte de la Edad Media europea es la incorporaci�n a nuestro lenguaje de t�rminos como zenit,27[Nota 27] nadir28[Nota 28] o almanaque.29[Nota 29]Tambi�n han quedado los nombres que ellos pusieron a un considerable n�mero de estrellas brillantes; tal es el caso de Albireo, Aldebar�n, Algol, Altair, Betelgeuse, Mizar, El Nath, etc�tera.

Al declinar la cultura isl�mica ocurri� un proceso de retroalimentaci�n de la ciencia europea. Durante el siglo XIIse inici� un verdadero alud de traducciones de obras cient�ficas del �rabe al lat�n, lo que, adem�s de regresar la parte m�s significativa de la ciencia griega a Europa, introdujo en �sta las aportaciones propias de los �rabes. De esa forma los estudiosos europeos de la alta Edad Media y del Renacimiento pudieron conocer obras como el Almagesto, la �ptica y la Geograf�a de Tolomeo, la F�sica, la Meteorolog�a, De los cielos y del mundo y otros textos de Arist�teles. Igualmente dispusieron de los Elementos, la �ptica, la Cat�ptrica y los Datos de Euclides, as� como obras de Arqu�medes y otros cient�ficos y fil�sofos de la antigua Grecia. Los �rabes sirvieron de puente para que la ciencia griega salvara el gran obst�culo de la oscurantista Edad Media europea.

[FNT 15]

Figura 15. Astrolabio. Aparato de medici�n astron�mica que fue perfeccionado durante la Edad Media por los �rabes.

ARISTOTELISMO

Los trabajos cient�ficos de Arist�teles comenzaron a ser conocidos por los europeos cultos durante los siglos XII y XIII, y fue precisamente en este �ltimo que la tradici�n aristot�lica arraig�, cuando inici� su papel protag�nico sustituyendo gradualmente a las interpretaciones surgidas entre los plat�nicos de la baja Edad Media. Estos hab�an procurado reconciliar la cosmovisi�n de Plat�n y el relato b�blico de la creaci�n, de la cual surgi� la idea de un cosmos unificado por fuerzas astrol�gicas que relacionaban al microcosmos, entendido como el dominio del hombre, y al macrocosmos, que los llev� a establecer la existencia de un universo fundamentalmente homog�neo, formado en toda su extensi�n por los mismos elementos.

Arist�teles trasmiti� a la Edad Media la visi�n de un mundo ordenado y arm�nico, pero bien diferenciado en dos partes totalmente distintas: la regi�n sublunar que se caracterizaba por ser cambiante y corruptible, y la regi�n celeste que era perfecta e inmutable. De acuerdo con ese pensador la estructura del Universo estaba perfectamente integrada, pues debe recordarse que su modelo homoc�ntrico de esferas cristalinas explicaba el movimiento de todos los cuerpos celestes. Esta cosmovisi�n result� satisfactoria y f�cilmente entendible para quienes viv�an en una sociedad est�tica y fuertemente jerarquizada, lo que explica la enorme influencia y larga duraci�n del pensamiento aristot�lico durante la Edad Media y parte del Renacimiento.

A pesar del r�pido arraigo de la ciencia aristot�lica, hubo ciertos elementos de su cosmovisi�n que fueron cuestionados y sujetos a una fuerte cr�tica por parte de los te�logos medievales. Esto gener� grandes debates, como el de la Universidad de Par�s durante buena parte del siglo XIII y que culmin� en el a�o 1277 con la condena de excomuni�n para quienes ense�aran p�blica o privadamente los textos aristot�licos en esa instituci�n.

[FNT 16]

Figura 16. Representaci�n medieval de la creaci�n del mundo.

Estrictamente hablando, Arist�teles no produjo ning�n modelo cosmog�nico, ya que para �l el mundo era eterno. Como no hab�a tenido principio no podr�a tener fin. Este postulado aristot�lico caus� un rechazo total por parte de los te�logos, ya fueran cristianos, jud�os o musulmanes, pues era evidente que chocaba de manera frontal con el episodio supremo de la creaci�n del mundo (figura 16). La soluci�n que pensadores tan importantes como santo Tom�s de Aquino (1225-1274) o Maim�nides (1135-1204) encontraron a ese dilema, fue rechazar dicho postulado bajo la base exclusiva de la fe. As�, cuando las teor�as aristot�licas entraban en conflicto con los preceptos b�blicos, se aten�an exclusivamente a �stos. Por ejemplo, esta fue la actitud que tomaron Juan Buridan (1295-1358) y Nicol�s de Oresme (1320-1382), f�sicos medievales que analizaron detenidamente la posibilidad de que el movimiento diurno fuera causado por una verdadera rotaci�n de la Tierra en lugar de pensar en un desplazamiento de toda la b�veda celeste en torno a la Tierra. En el debate del problema aportaron una serie de razonamientos que tend�an a demostrar que un giro terrestre de oeste a este era equivalente a considerar que todas las esferas celestes giraban alrededor de nuestro planeta, pero ten�a la ventaja de dar como resultado un universo m�s armonioso, evitando adem�s la necesidad de introducir una esfera exterior a la de las estrellas fijas, que ten�a como funci�n principal ser el motor primario necesario para trasmitir el movimiento a todas las dem�s. A pesar de sus notables argumentos, Buridan y Oresme finalmente sostuvieron la inmovilidad de la Tierra pues la fe as� lo exig�a.

Una vez establecido este compromiso que aseguraba la primac�a de la Iglesia, hubo una reconciliaci�n entre la teolog�a judeo-cristiana y la ciencia pagana trasmitida por las obras aristot�licas. La complementaci�n fue muy adecuada, ya que Arist�teles dej� una descripci�n f�sica del mundo muy completa pero sin una cosmogon�a, mientras que las Sagradas Escrituras presentaban una cosmogon�a precisa.

Los textos de Arist�teles introdujeron en la Europa medieval el modelo de las esferas homoc�ntricas ideado por Eudoxio, pero sin su fundamento geom�trico y con el importante a�adido de considerarlas como esferas s�lidas de naturaleza material. La idea de un universo construido por esferas s�lidas y cristalinas que transportaban a los cuerpos celestes y que serv�an de soporte al mundo, fue un concepto que tuvo gran auge durante la Edad Media. De acuerdo con ese esquema, la estructura y organizaci�n del cosmos se deb�a a que esas esferas y los astros que ellas transportaban ocupaban el lugar natural que les correspond�a, y que no pod�an estar en ning�n otro sitio.

Los comentaristas cristianos de las obras de Arist�teles ya no contaban con la capacidad de manejar los conceptos geom�tricos desarrollados en el Almagesto. Analizando las Sagradas Escrituras postularon la existencia de tres esferas exteriores a las que ocupaban los planetas. La externa era invisible e inm�vil y fue denominada la esfera emp�rea. Seg�n ellos serv�a como morada a los �ngeles y a los bienaventurados. La esfera de enmedio era perfectamente transparente y cristalina. Algunos de esos pensadores la identificaron con el Primum Mobile aristot�lico, y la relacionaron directamente con Dios. La tercera, que era la m�s interna, fue tomada como el firmamento, donde se localizaban las estrellas fijas.

A pesar de tener notables puntos de conflicto, una vez que estos fueron superados por los preceptos de la fe, el modelo c�smico de Arist�teles fue compatible con las Sagradas Escrituras y con las diversas interpretaciones teol�gicas medievales, lo que permiti� el largo reinado de esas ideas geoc�ntricas.

LA TIERRA PLANA Y LOS NAVEGANTES INTEROCE�NICOS

Una noci�n contempor�nea muy difundida es la que asegura que antes de los viajes realizados por Col�n la gente pensaba que la Tierra era plana (figura 17), y que fue �l quien primeramente se�al� que nuestro planeta era en realidad un globo. Esto no fue as�, pues, como ya se ha visto, desde la antig�edad cl�sica la Tierra fue considerada esf�rica.

[FNT 17]

Figura 17. La Tierra plana, seg�n las ideas populares del medievo.

Los argumentos que Arist�teles dio para probar l�gicamente la esfericidad terrestre fueron tan s�lidos que en realidad, despu�s de �l, no hubo pensadores de importancia que apoyaran la existencia de la Tierra plana. Sin embargo, esta idea surgi� como una consecuencia de la interpretaci�n literal que los llamados Padres de la Iglesia hicieron de las Sagradas Escrituras. Uno de los primeros fue Lactancio (�1250-1325?), quien en el siglo IV atac� mediante diversos escritos a la ciencia y a la filosof�a hel�nicas. Sobre bases �nicamente teol�gicas critic� con severidad a la f�sica aristot�lica y se opuso abiertamente a la idea de la Tierra esf�rica. En forma burlona se preguntaba: �habr� alguien tan extravagante para creer que los hombres tienen pies por encima de la cabeza, o lo incre�ble para nosotros, que est�n colgados all� abajo?, �que las hierbas y los �rboles crecen ah� descendiendo, y que las lluvias, los granizos y las nieves suben hacia la Tierra?

Los sucesores ideol�gicos de Lactancio tuvieron por norma la interpretaci�n literal de la Biblia, y en especial de aquellos pasajes que ten�an que ver con aspectos cosmog�nicos. A trav�s de la Iglesia de Oriente, donde fueron m�s influyentes, trasmitieron su visi�n de la Tierra plana e inm�vil, destacando dos puntos notables de la geograf�a b�blica: Jerusal�n en el centro, y el para�so terrenal en la periferia. Siguiendo esas ideas durante la Edad Media, la forma de nuestro planeta fue plasmada en cartas geogr�ficas realmente simples (figura 18), donde el mundo plano era mostrado como un c�rculo dividido en tres partes por los r�os Don (Tanais) y Nilo (Nilus) y por el mar Mediterr�neo. Cada una de las partes obtenidas con esta divisi�n correspond�a a un continente: Europa, �frica y Asia. Al centro de todo estaba Jerusal�n.

Esa representaci�n, adem�s de estar de acuerdo con lo establecido por el dogma religioso cristiano, respond�a bien a las exigencias impuestas por el sentido com�n de personas que, o no se desplazaban de su lugar de origen, o lo hac�an en forma muy limitada. Por estas razones no es de extra�ar que el modelo de la Tierra plana tuviera fuerte arraigo, sobre todo en las capas inferiores de la poblaci�n medieval europea, mientras que los m�s preparados aceptaban la idea griega de la Tierra esf�rica, al menos cuando la consideraban en su contexto astron�mico.

John de Mandeville (siglo XIV), autor de un libro de viajes llamado Itinerarius, publicado en 1485, escrib�a:

a la gente sencilla le parece que no se podr�a ir debajo de la Tierra y que se tendr�a que caer hacia el cielo cuando se estuviera por abajo. Pero no puede ser as�, como tampoco podemos caer hacia el cielo desde la Tierra en que estamos. Y si se pudiera caer de la Tierra hacia el cielo, con mayor raz�n la tierra y el mar, que son tan grandes y pesados, caer�an hacia el firmamento. Pero no puede ser, pues no ser�a caer sino subir.

 

[FNT 18]

Figura 18. Dos mapas terrestres medievales.

El texto astron�mico m�s utilizado por los europeos de la alta Edad Media y el Renacimiento fue De Sphaera, obra escrita en el siglo XIII por Juan de Sacrobosco, quien apeg�ndose a la ortodoxia geocentrista trasmiti� y reafirm� los conceptos c�smicos desarrollados por Arist�teles y Tolomeo. Su influyente libro fue ampliamente utilizado en las m�s importantes universidades europeas hasta bien entrado el siglo XVII. En �l, muchos estudiosos aprendieron que:

la m�quina universal del Mundo est� dividida en dos regiones, la del �ter y la de los elementos. La Tierra es como el centro del Mundo; est� situada en medio de todas las cosas. En torno de la Tierra est� el agua; en torno del agua est� el aire; en torno del aire est� ese fuego puro y exento de agitaci�n que, como dice Arist�teles en el libro de los Meteoros, alcanza el orbe de la Luna. Cada uno de los �ltimos tres elementos rodea la Tierra en forma de capa esf�rica...

La ambivalencia entre una Tierra esf�rica y una Tierra plana persisti� a lo largo de la Edad Media, sin embargo, despu�s de considerables esfuerzos intelectuales, los pensadores de ese periodo encontraron una manera de conciliar ambas concepciones. Manejaron el concepto de una Tierra plana cuando se trataba del sitio que habitaban, mientras que al hablar de la escala c�smica consideraban a la Tierra esf�rica.

Durante los �ltimos a�os del siglo XV y primeros del XVI surgi� una discusi�n que, bas�ndose en los nuevos descubrimientos geogr�ficos busc� determinar la forma verdadera de nuestro planeta. Esa discusi�n, que tuvo muchos elementos filos�ficos y teol�gicos habr�a de ser resuelta en forma definitiva por las expediciones de los grandes navegantes.

Dos fueron los viajes concluyentes para resolver el problema de la forma de la Tierra. El primero y sin lugar a dudas el que mayores cambios conceptuales caus� fue el realizado en 1492 por Crist�bal Col�n (ca. 1446-1506), quien mediante su haza�a demostr� que era posible viajar hacia Occidente, que hab�a otras tierras habitadas, y que los pobladores de �stas viv�an incluso en zonas donde el dogma establec�a que no era posible la vida humana.

A pesar de que Col�n no parece haberse percatado de la magnitud de sus descubrimientos, sus viajes demostraron que las dimensiones terrestres trasmitidas desde la antig�edad, y que por muchos siglos fueron consideradas correctas, en realidad eran considerablemente diferentes de las verdaderas. Como consecuencia directa de los viajes colombinos, para los europeos el mundo se ensanch� y se hizo m�s complejo, lo que necesariamente tuvo repercusiones profundas que a corto plazo obligaron a fil�sofos y cient�ficos a replantearse la interpretaci�n de la naturaleza.

El segundo fue el viaje de circunnavegaci�n que inici� Fernando de Magallanes (1470-1521) en 1519, el cual concluy�, tras la muerte de este capit�n portugu�s, Juan Sebasti�n Elcano (1476-1526) en 1522. La realizaci�n de este viaje fue la prueba irrefutable de la esfericidad terrestre (figura 19).

Un resultado secundario de este viaje que tuvo gran importancia para la astronom�a fue que los europeos vieron por primera vez completo el hemisferio sur celeste, regi�n en la que la V�a L�ctea muestra gran riqueza de detalles. Durante ese viaje se observ� por primera vez las ahora llamadas Nubes de Magallanes, dos brillantes conglomerados de aspecto difuso muy claramente localizados en el cielo austral, cuya naturaleza habr�a de establecerse apenas en el siglo XX.

El descubrimiento de un considerable n�mero de estrellas brillantes s�lo visibles desde el hemisferio sur terrestre oblig� a los astr�nomos a formar nuevas constelaciones, evidentemente diferentes de las que hab�an surgido entre los caldeos, egipcios y griegos, quienes no conocieron esa parte de la b�veda celeste. La belleza del cielo austral impresion� mucho a los navegantes, quienes r�pidamente aprendieron a utilizar sus estrellas para orientarse en tan largos y peligrosos viajes.

Al margen de la discusi�n te�rica sobre la forma y dimensiones de la Tierra, las audaces empresas de los navegantes interoce�nicos favorecieron las primeras aplicaciones pr�cticas del saber astron�mico. Tanto italianos como alemanes desarrollaron durante el siglo XV diversos aspectos de la observaci�n astron�mica. Tal fue el caso de la construcci�n de tablas astron�micas m�s precisas pero a la vez m�s sencillas, cuyo uso permit�a que los navegantes pudieran trazar f�cilmente los mapas de las rutas que estaban explorando.

[FNT 19]

Figura 19. Planisferio elaborado en 1542 donde fue marcada la ruta de navegaci�n seguida por la expedici�n de Magallanes.

Otra consecuencia directa de los descubrimientos hechos por los grandes navegantes fue el cambio en el enfoque social tradicional de la astronom�a, pues a partir de ellos adquiri� una dimensi�n diferente por los efectos econ�micos y pol�ticos de tales descubrimientos. As�, conscientes de los beneficios que esta nueva manera de entender los estudios astron�micos pod�a tener, los monarcas de naciones como Espa�a, Portugal, Holanda, Inglaterra y Francia se apresuraron a fundar escuelas n�uticas, donde adem�s de preparar a sus navegantes en los aspectos pr�cticos de esa profesi�n, se les ense�� por primera vez la materia de cosmograf�a,30[Nota 30] en forma acad�mica y bajo programas de estudio bien establecidos. La necesidad de resolver problemas como el de la posici�n precisa de un barco en altamar, o de contar con instrumentos de navegaci�n confiables sirvieron para promover nuevos m�todos de observaci�n y de an�lisis, que a su vez enriquecieron la fundamentaci�n te�rica de la astronom�a. Todo ello gener� un fuerte crecimiento de esta disciplina, lo que logr� desligarla de todo el bagaje astrol�gico con que hab�a convivido por milenios.

EL FIN DE UNA �POCA

Durante un periodo tan largo como el de la Edad Media fue natural que surgieran en Europa pensadores que, sin cuestionar las ense�anzas de la Iglesia, s� trataran de criticar algunos de los principios de la ciencia aristot�lica. Tal fue el caso de los ya mencionados Juan Buridan y Nicol�s de Oresme Esa actitud comenz� a cobrar mayor fuerza a partir del siglo XIV y ya no par� hasta desembocar en la revoluci�n cient�fica que tuvo lugar durante el Renacimiento.

Uno de los hombres m�s notables del periodo de transici�n entre esas dos �pocas fue Nicol�s de Cusa (1401-1464), quien se distingui� pr�cticamente en todas las �reas del conocimiento que por entonces se cultivaban. Sus discusiones filos�ficas en contra de la existencia de un cosmos perfecto, esf�rico y finito lo hacen uno de los precursores de la visi�n moderna del Universo. Su obra m�s importante, De Docta Ignorantia ("La docta ignorancia") contiene afirmaciones de importancia para el tema que nos interesa. En ese texto considera que la Tierra es un planeta m�s, que se mueve como los otros. Al asegurar "que la Tierra es una noble estrella" [planeta], rompi� en forma radical la idea aristot�lica de dos mundos totalmente distintos y separados: el terrestre y el celeste. Adem�s, dej� de considerar a la Tierra como el centro c�smico, ya que pensaba que el Universo no estaba limitado por una esfera exterior perfecta, impenetrable y cristalina, de radio finito y centro fijo, y cre�a que el cosmos no ten�a fronteras y que su forma era indeterminada. En esa obra Nicol�s de Cusa afirm� que "el Universo no es infinito y sin embargo no puede ser concebido como finito, ya que no hay l�mites dentro de los cuales se encuentre".

Con un enfoque diferente del de los fil�sofos, los astr�nomos del siglo XV aportaron datos que habr�an de ser utilizados posteriormente para cuestionar la validez del universo aristot�lico. Entre los m�s notables se encuentran Paolo del Pozzo Toscanelli (1397-1482) y Georg von Peurbach (1423-1461).

Toscanelli fue m�dico de profesi�n. Destac� como astr�nomo, matem�tico y ge�grafo. Lo mencionamos porque, aunque realmente no hizo intentos de teorizar sobre el origen y estructura del Universo, sus observaciones fueron muy valiosas para quienes s� lo hicieron. Su cuidadosa informaci�n de los cometas aparecidos en los a�os 1433,1449, 1456, 1457 y 1472 fue de gran importancia, pues sus datos y dibujos sobre las posiciones de esos objetos fueron muy exactas para su �poca. Por otra parte, Peurbach fue el primero que trat� de establecer a qu� distancia de la Tierra se encontraban los cometas y, aunque de sus datos concluy� que se hallaban por debajo de la esfera lunar, se�al� el camino a seguir para determinar tales distancias. Esta t�cnica resultar�a muy �til en los siguientes siglos, ya que permiti� demostrar que los cometas eran en realidad cuerpos celestes.

Los trabajos iniciados por estos dos observadores habr�an de servir para que los cient�ficos de los siglos XVI y XVII mostraran que los cometas se mov�an en �rbitas localizadas m�s all� de la Luna, lo que ayud� a echar por tierra el esquema del cosmos aristot�lico, propiciando el fin de una larga �poca en que el conocimiento cient�fico estuvo supeditado al inter�s religioso.

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