AP�NDICE II

LA VIDA NO TOLERA OCIOS, SOLEDADES NI FALTAS DE SENTIDO

Antiguamente se daba por sentado que la vida en la Tierra es la suma de los caballos, las vacas, los monos de la selva, los peces de la mar, los p�jaros del aire, las plantas y los microorganismos. Se consideraba que esos organismos ten�an poco que ver unos con otros, como quien tiene canarios en una jaula, peces en la pecera y rosales en el jard�n sin que integren un nicho ecol�gico. Luego se aprendi� que los vegetales, al captar luz solar y nutrientes del suelo, constituyen el primer eslab�n de una cadena tr�fica, al que le siguen los herb�voros que se alimentan de ellos, los carn�voros y los descomponedores (en su mayor�a bacterias, hongos y levaduras). M�s adelante se advirti� que esas cadenas tr�ficas forman ciclos ininterrumpidos, pues de faltar —por ejemplo— los descomponedores o los vegetales, morir�an los restantes eslabones de la cadena. El todo constituye una suerte de superorganismo.

M�s tarde se descubri� que no es tan f�cil definir a un organismo, pues por ejemplo un simple pel�cano es en realidad un complejo nicho ecol�gico en el que viven bacterias, hongos, artr�podos microsc�picos —y no tan microsc�picos— que habitan normalmente los resquicios de sus plumas, pliegues de su piel e intestinos. Sus c�lulas m�s �ntimas parecen ser "federaciones" de mitocondrias, flagelos y centrosomas que hasta se comportan como organismos individuales, pues se reproducen gracias a sus propios genomas, y se mantienen asociados al pel�cano porque as� les conviene. Resulta problem�tico decidir si la flora de bacterias intestinales es en s� parte del pel�cano. Cobra incluso sentido el chiste de la pulga que pregunta a su compa�era: "�Crees t� que exista vida en otros pel�canos?"

Al profundizar los estudios se advirti� que el agua, el sodio, el nitr�geno, el hierro, el iodo y cuanto elemento el investigador desee poner bajo la lupa, son s�lo residentes pasajeros del organismo: el potasio, que hasta ayer formaba parte del pl�tano que comimos esta ma�ana, viaj� en un gl�bulo rojo hasta uno de nuestros biceps, luego lo abandon� y ahora est� siendo filtrado en un glom�rulo renal. En el paseo campestre de esta tarde orinaremos tras los arbustos y ma�ana el potasio estar� trepando por las ra�ces de un zarza, metido en las c�lulas de un gusano o volando dentro de una mariposa. Pero no solamente ese ion pasar� de nosotros a esos otros organismos, sino que por ahora es nosotros y esta tarde pasar� a ser zarza, gusano o mariposa. Hasta hoy le corresponde una parte de nuestro registro federal de causantes. Y no se trata de un solo paso de uno a otro sino que, tomando una escala de tiempo mayor, se constata que ese potasio seguir� pasando de un organismo a otro, hasta que acaso regrese a nosotros y contin�e el ciclo. De modo que los organismos somos estaciones en las que moment�neamente coinciden los ciclos de los diversos elementos.

En realidad, m�s que un ciclo, hay una verdadera mara�a tr�fica y de interdependencias que no se limitan al intercambio de sustancias. As�, ciertas plantas dependen de p�jaros, abejas y mariposas que las polinizan, lombrices que orean el suelo, carn�voros que mantienen alejados a animales herb�voros que de lo contrario las devorar�an, y ellas, con sus espinas, toxinas y feromonas, atraen a unos y repelen a otros. Un tigre dormido en una rama revela un pacto con la planta: "Cuida que no venga a comerme ning�n herb�voro." Una ceiba con monos encaramados a sus ramas comiendo frutos implica otro pacto: "Come de mis frutos, pero no digieras las semillas, def�calas a cierta distancia, as� germinan y mi especie se propaga.

La clave de estos intercambios e interdependencias emana de que, en todo lugar de la biosfera en que aparece alguna fuente nutritiva, surgen especies que le sacan provecho, de la misma manera en que el hallazgo de una mina de cobalto no solamente atrae mineros, sino que luego llegar�n dentistas, maestros, plomeros, electricistas, y bastar�a que hubiera suficientes oportunidades para que tambi�n surjan ladrones, mendigos y alg�n personaje que les proponga representarlos pol�ticamente. Un cl�sico de f�tbol en un estadio, o un ocasional embotellamiento de tr�nsito debido a obras de reparaci�n, hacen brotar una poblaci�n de vendedores ambulantes de toda laya. Las especies participantes van adaptando sus organismos para aprovechar velozmente y al m�ximo la fuente nutritiva del lugar en que se insertan, de lo contrario aparecen competidores que los desplazan. El mism�simo excremento de los animales y hasta la carro�a que dejan tras su muerte, brindan la oportunidad de vivir a numerosas especies, algunas de las cuales se especializan en aprovechar el col�geno de los tendones y hasta la queratina de cuernos y pezu�as, para lo cual deben poseer genes que codifiquen enzimas capaces de romper uniones qu�micas en las que interviene el azufre, y algunas rarezas bioqu�micas que no todos los organismos poseemos.

Incluso cuando una especie no aprovecha al m�ximo un recurso, sino que lo elimina y permite que otra lo pueda aprovechar, no parece hacerlo de puro ineficiente, sino para darle oportunidad de que se mantenga integrada con ella y ayude a formar un nicho ecol�gico balanceado. Una vaca defeca una docena de veces al d�a y un elefante deposita unos dos kilogramos por hora. A este ritmo, las pasturas dejar�an de asolearse y se extinguir�an, con lo que tambi�n desaparecer�an esos herb�voros. Sin embargo, pocos minutos despu�s de depositados, esos montones se pueblan de unos quince mil escarabajos que los desaparecen en pocas horas. Los escarabajos, a su vez, dan oportunidad de que prospere una fauna de insectos que viven de ellos y de p�jaros que sobreviven caz�ndolos.

La competencia es tan intensa que algunas especies de insectos no esperan a que el perezoso descienda del �rbol una vez a la semana a defecar, sino que se le meten por el ano y depositan sus huevos, de modo que cuando finalmente el animal baja, ya sacaron de la jugada a las especies que esperaban este momento para desovar sobre los excrementos. Otros hacen bolas de bosta que se apresuran a esconder o a enterrar. Esta celeridad les ayuda a exponerse lo menos posible a otros insectos que llegar�an a comer sus huevos y gusanos, y de p�jaros que se alimentar�an del insecto adulto. Un insecto que se especialice en desovar en las heridas de los animales, de manera que sus larvas ya est�n all� para cuando la muerte suceda, tiene m�s posibilidades de ganarle la competencia a otros que esperan desovar cuando el animal haya muerto. Hay hormigas que se nutren de estos insectos, pero si los comen antes de que crezcan o de que realicen sus funciones en el ciclo ecol�gico, interrumpir�an la cadena; pero si esperan que los insectos crezcan, corren el riesgo de que lleguen a devorarlos los competidores. Por eso hallaron la soluci�n de ponerse a su lado y cuidarlos de otros insectos depredadores, hasta que crecen y son ellas quienes los pueden comer.

No extra�a entonces que cada eslab�n en las cadenas de la vida, se trate de la mitocondria en una c�lula, la c�lula en un h�gado, el h�gado de un b�falo, el b�falo de una manada, o la manada de b�falos de una pradera, desarrollen se�ales y formas de controlar o por lo menos influir en los otros miembros de las cadenas, para que el todo "superorganismo" sea menos l�bil. Por el contrario, cuando un integrante de estas intrincadas cadenas de intercambios e interdependencias no cumple eficientemente su funci�n, constituye un riesgo para todos. Por eso los ciclos de materia y energ�a que constituyen la vida cuentan con mecanismos eficientes para que el componente defectuoso o innecesario se elimine, se trate de una c�lula que ya no se necesita, que se hizo at�pica (cancerosa), o de unos pobladores que talan el bosque.

A mediados del siglo pasado, en cuanto se cay� en la cuenta de que todo organismo est� constituido por c�lulas individuales, el bot�nico Matthius Schleiden y el pat�logo Rudolph Virchow se�alaron que entonces requerir�an cierta coordinaci�n social. En apoyo de aquel punto de vista, hoy la experiencia con cultivos celulares demuestra que en realidad es muy dif�cil mantener in vitro una c�lula que ha sido aislada de un organismo, pues las c�lulas vecinas le "daban sentido" a su existencia, a trav�s de contactos, se�ales qu�micas y cooperaciones metab�licas. Algunas de aquellas se�ales le dec�an a la c�lula "no te mueras", y ahora que no le llegan, se suicida. Con todo, es posible establecer las llamadas "l�neas celulares": progenies de c�lulas que sobreviven en cultivo y se pueden propagar indefinidamente por generaciones y generaciones. Pero se descubri� que estas c�lulas, que s�lo consiguen proliferar y mantener una comunicaci�n mon�tona con c�lulas de su misma estirpe, se desdiferencian, es decir, pierden muchos de los atributos que hab�an logrado expresar cuando formaban parte del organismo. Se han vuelto esquizofr�nicas, ya no responden a se�ales que las invitaban a participar en la formaci�n de tejidos especializados o a sintetizar sustancias que, si bien ellas no necesitaban, eran con todo valiosas para otras c�lulas del organismo.

No hay nicho ecol�gico constituido por una sola especie. Un animal aislado pierde inter�s en la comida y el sexo, tiene problemas de sue�o, sufre un severo embotamiento del cerebro y una acentuada depresi�n de sus facultades inmunol�gicas, por lo que resulta incomparablemente m�s l�bil. Ciertas especies no viven o no se reproducen en cautiverio. Los beb�s no amados, a pesar de ser mantenidos limpios y alimentados en guarder�as, tienen una mortalidad much�simo mayor que los beb�s a quienes se acaricia, habla y estimula. Los adultos que pierden su empleo, son separados de su comunidad o se encuentran marginados de una sociedad que "daba sentido a su existencia", van disminuyendo sus facultades mentales, sufren depresiones, pesimismo, culpas, p�rdida de autoestima y tienen menos posibilidades de subsistir.

Redondearemos esta descripci�n con un par de ejemplos extremos: la erg�stula y el confinamiento voluntario. Cuando la Iglesia logr� que ciertos estados eliminaran la pena de muerte, algunos de ellos recurrieron a separar al prisionero de la sociedad, aisl�ndolo en una celda (erg�stula) a la que no llegaba luz ni sonido. No le hablaban y le pasaban los alimentos por un torno, de modo que cada vez que se dorm�a, no ten�a modo de saber si hab�a dormido por diez minutos o diez horas. En poco tiempo sus ritmos org�nicos (sue�o, respiraci�n, latidos, peristaltismo gastrointestinal) se desincronizaban, perd�an la raz�n y mor�an.

En cuanto a la confinaci�n voluntaria, consiste en que el sujeto, con fines experimentales, se presta a habitar una caverna, o flotar en un l�quido de densidad semejante a la de su cuerpo, a oscuras, sin variaciones de temperatura ni presi�n, y recibiendo aire y alimentos por tuber�as. Esta desconexi�n produce en poco tiempo cambios que, de no interrumpirse la prueba, provoca alteraciones irreversibles, incluida la muerte.

De manera que todo objeto biol�gico, sea una mitocondria, una persona o una poblaci�n de ping�inos, es una pieza que funciona ensamblada a lo que hemos llamado "superorganismo" (la c�lula para una mitocondria, la sociedad para una persona, y el nicho ecol�gico para un ping�ino). Cada componente de un organismo parece tener un contrato que especifica: "Cuando yo no cumpla debidamente mi funci�n, ind�quenmelo y me suicido".

Bajo esta �ptica, la apoptosis convierte a cada c�lula en una especie de "empleada de confianza" del organismo, que se obliga a "renunciar" en cuanto deje de recibir la confirmaci�n de que todav�a es necesitada o, peor a�n, hasta que se le comunique mediante contactos y hormonas que es preferible que se suicide cuidadosa y eficientemente. Y con un criterio m�s amplio a�n, la muerte aparece como un recurso por el que la eliminaci�n de un miembro da lugar a que el todo ("superorganismo") subsista y se optimice.

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