AP�NDICE VII

LA MENTE

Gracias a la ejecuci�n de un programa gen�tico, el beb� nace con un cerebro que tiene sus circuitos neuronales y sus sistemas de se�ales el�ctricas y qu�micas bastante completos. Pero la forma en que quedar�n establecidas las �ltimas conexiones y su transformaci�n en una persona depender�n de la crianza y la educaci�n. Un amante de la computaci�n podr�a decir que, mientras que los genes se encargan del hardware de la computadora biol�gica, las madres y la sociedad tienen a su cargo el instalarle los �ltimos detalles de circuiter�a y buena parte de su software.

Despu�s del parto el reci�n nacido contin�a sinti�ndose uno e indivisible con su madre, como lo era durante la gestaci�n. Dada su desprotecci�n, depende totalmente y por varios a�os de que sus padres atiendan sus necesidades y deseen que sobreviva. La atenci�n que recibe no s�lo depende del amor paterno, sino tambi�n de las pautas culturales de la sociedad en que nace: jugar con el ni�o, hablarle aunque tenga una semana de edad y no pueda decodificar el contenido sem�ntico del lenguaje, fajarlo para conformar su cuerpo a ciertos criterios de belleza, cargarlo a la espalda o en brazos, manejar con rigidez o laxitud los horarios de aseo y alimentaci�n, adormecerlo con infusiones para que no moleste, ubicarlo en el centro del bullicio familiar o en una silenciosa guarder�a, visitarlo mensualmente en casa de una nodriza o de una abuela, interesarse por entender y satisfacer sus curiosidades, permitirle participar en la conversaci�n con los adultos, pegarle en las manos cuando toca un objeto que entra�a peligro o es ajeno, asustarlo con deidades implacables, brujas y viejos robachicos, inculcarle determinadas nociones sobre el sexo, hacerlo v�ctima del autoritarismo o adaptar las explicaciones a su capacidad de entender. Esa atenci�n va insertando al ni�o en una cultura en particular, y transform�ndolo en un ser humano adulto.

Si bien el aparato ps�quico se basa en la estructura neural, la mente no puede ser entendida como si s�lo fuera una funci�n entre otras de lo neuronal, sino como nuevo orden jer�rquico que, como tal, requiere una descripci�n y un lenguaje propio. La experiencia diaria nos indica que la mente humana tiene al menos dos registros, uno consciente, mediante el cual razonamos construyendo proposiciones l�gicas, y otro inconsciente, que atesora palabras, huellas, representaciones pulsionales. Mientras la conciencia ha sido objeto de estudios y reflexiones filos�ficas desde la m�s remota antig�edad, los fen�menos del inconsciente fueron en general considerados como carentes de l�gica, ca�ticos, in�tiles o, a lo sumo, m�sticos.

Cuando tratamos de explicar procesos ps�quicos nos enfrentamos entonces con problemas formidables. El modelo explicativo debe tener en cuenta c�mo funciona el inconsciente, e incluir los deseos, el trato que recibimos de nuestra madre en los tempranos d�as de la infancia, las relaciones con la familia.

De entre las observaciones que ha hecho el psicoan�lisis, destacaremos: 1) el inconsciente parece formarse a partir del lenguaje de los padres y de ciertas restricciones que la cultura impone al ni�o; 2) en ese inconsciente no parece regir la temporalidad del sentido com�n; 3) esta temporalidad tampoco parece existir en los primeros momentos de la vida, sino que se va instalando paulatinamente durante la crianza; 4) la adquisici�n de la temporalidad coincide con la inserci�n del ni�o en el lenguaje.

Al nacer, el ni�o se encuentra en una situaci�n de indefensi�n (Hilflosigkeit), en la que su sobrevivencia depende por completo del deseo de otro. Alguien, habitualmente la madre, debe desear que el reci�n nacido viva. Esta dependencia respecto de los cuidados maternales, es una prolongaci�n de la vida intrauterina y determina que el reci�n nacido se sienta uno con su madre. El psicoan�lisis supone que, en las primeras etapas de la vida, el ni�o no posee una noci�n clara de su yo ni, por consecuencia, de sus l�mites en relaci�n con el mundo.

El inconsciente es un archivo enorme, pues en un momento dado tenemos una idea, estamos prestando atenci�n a un asunto determinado, o somos conscientes de algo en particular, pero todo el resto de nuestra informaci�n est� contenido en el inconsciente: n�meros de documentos, fechas, canciones que nos cantaba nuestra madre, comidas que preparaba nuestra abuela, nombres de monta�as y r�os de la infancia, temores y apuros por los que alguna vez pasamos, versos que recitamos en una fiesta infantil, teor�as que nos explicaron en una clase del colegio secundario, el color de flores que no vemos desde hace varias d�cadas, el olor de una fruta de estaci�n, y todo cuanto podamos recordar, es tra�do de pronto al foco de nuestra atenci�n desde ese archivo incre�ble que contiene toda la informaci�n que le suministraron nuestros sentidos, a lo que se suman los contenidos que va brindando el funcionar ps�quico. Pero no s�lo lo que podemos recordar, sino tambi�n lo que escapa a nuestros esfuerzos por trasladarlo al plano de la conciencia est� contenido en el inconsciente, y pesa en nuestras decisiones y actitudes. Adem�s de esa informaci�n, nuestro inconsciente ha registrado tambi�n emociones que dan cuenta de impulsos y actitudes de los que acaso jam�s podremos dar una justificaci�n "sensata". Todav�a no se sabe por qu�, en un momento dado, al analizar un dato experimental, recordamos otro similar que recogimos el a�o pasado, pero olvidamos alg�n hecho reciente que lo contradice, o tenemos en cuenta cierta informaci�n bibliogr�fica pero ignoramos otra, o se nos enciende el entusiasmo al encontrar cierta correlaci�n, o nos deprimimos y restamos importancia al observar posibles fuentes de error. A�n desconocemos las leyes que rigen esos recuerdos, olvidos, acentuaciones y menosprecios. Ignoramos por qu� y c�mo se asocian los contenidos, se condensan los conceptos y se gestan nuevas ideas.

La divisi�n b�sica entre psiquismo consciente e inconsciente aparece entonces vinculada a las prohibiciones que la cultura humana establece sobre ciertos deseos y a las ideas relacionadas con ellos. Los elementos b�sicamente reprimidos son representaciones de las pulsiones de los grandes complejos del incesto, la muerte y la sexualidad.33 [Nota 33]

En el sistema inconsciente no se ha detectado algo que corresponda a la idea de tiempo. Por eso el psicoan�lisis sostiene que en el inconsciente el tiempo no existe, no reconoce el paso del tiempo, y sus procesos no se alteran con el paso de los a�os. Deseos que nunca han sido conscientes e impresiones que han sido hundidas por la represi�n son virtualmente inmortales: despu�s de d�cadas se siguen comportando como si fueran recientes.

En un momento dado, mientras nuestro inconsciente atesora, de modo sincr�nico, todas las emociones, recuerdos, reglas e ideales recogidos a lo largo de nuestra vida, nuestra conciencia se enfoca en un tema, tiene un solo contenido cada vez (diacron�a). En una biblioteca los libros pueden no estar ordenados cronol�gicamente ni alfab�ticamente, pero todo lo que narran ya est� ah�, en eterno "presente". Pero, as� y todo, al consultarlos, debemos hacerlo uno por uno y frase por frase, es decir, mediante cierta temporalidad. El tiempo s�lo rige en el momento de leer esta frase, pero en el inconsciente (la biblioteca entera) impera la atemporalidad.

De modo que nos encontramos con una afirmaci�n que causa perplejidad, y que resulta extra�a al sentido com�n, ya que la teor�a psicoanal�tica concibe al inconsciente como un sistema din�mico que opera con prescidencia de la l�gica aristot�lica.

Desde este punto de vista, tenemos dentro de nosotros una vasta zona de alteridad y desconocimiento, de fantasmas y deseos determinantes de nuestra vida, que nos es ajena y que est� regida por leyes diferentes de aquellas a las que est� sometido nuestro pensamiento consciente.

Tampoco sabemos qu� es, ni c�mo opera esa enorme biblioteca que llamamos memoria, ni c�mo participa en la temporalizaci�n de sus contenidos.

Por m�s que nuestros recuerdos sean impertubables ante el paso del tiempo, su significado es modificable en virtud de las nuevas experiencias del sujeto. Freud (1917) se�al� que esta posterioridad (Nachtr�glichkeit) produce un efecto de resignificaci�n, con el que se reelaboran ciertos recuerdos en funci�n de experiencias o comprensiones posteriores, vinculadas con nuevos grados de desarrollo. La noci�n de resignificaci�n contradice una interpretaci�n simplista, que pueda reducir la concepci�n psicoanal�tica de la historia de un sujeto a un simple determinismo lineal, en el que ver�amos solamente la acci�n del pasado en el presente. Freud entiende que el sujeto recompone apr�s coup34 [Nota 34] los sucesos pasados.

En resumen: el nivel organizativo m�s alto y reciente en nuestro planeta lo constituye la mente. Trat�ndose de un nuevo nivel, resulta obvio que no se pueda regir solamente por las cin�ticas y leyes de los niveles anteriores. En este ap�ndice tratamos de dar un esquema de su organizaci�n y funcionamiento, escogiendo aquellos aspectos que ata�en al concepto de tiempo. Una de las ense�anzas que se extraen es que s�lo el estrato consciente parece necesitar de "un tiempo que fluye lineal y homog�neamente" desde el pasado hacia el futuro. El inconsciente, en cambio, se parecer�a a una biblioteca atemporal, en la que figuran simult�neamente descritas las cosas acaecidas a lo largo de nuestra historia, y podemos recordar cada una de ellas independientemente de su orden cronol�gico. Con todo, el sentido de cada una de ellas depende de que la pensemos de pasado a futuro.

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