I. PERSONAJES

LA MUJER DETR�S DE EINSTEIN

La Jornada, 1 de abril de 1991

Si detr�s de todo gran hombre est� una gran mujer, Albert Einstein no fue ciertamente la excepci�n. Pero el apoyo de su esposa, Mileva Maric, no se restringi� �nicamente a asuntos familiares. Ahora, algunos llegan al extremo de sugerir que el gran f�sico plagi� las ideas de su c�nyuge. Hace un par de a�os se inici� en las p�ginas de Physics Today, revista de la Sociedad Americana de F�sica, un debate sobre la influencia de Mileva en la obra de su afamado esposo. El investigador E. H. Walker, que labora en un instituto en EUA, afirm�, bas�ndose en algunas cartas de Einstein a su esposa, que la teor�a de la relatividad se debe m�s a Mileva que a Albert, quien la desarroll� sin dar ning�n cr�dito a su compa�era.

Para ubicar la historia en su contexto, recordemos que Albert y Mileva se conocieron en la Escuela Polit�cnica de Zurich, donde ambos estudiaban la carrera de f�sica. Ella nunca termin� formalmente sus estudios, mientras que �l tuvo que posponer la presentaci�n de su tesis doctoral hasta 1905. En 1902, Einstein se traslad� a la ciudad de Berna, Suiza, donde consigui� empleo en una oficina de patentes. Albert y Mileva se casaron a principios de 1903 y tuvieron su primer hijo al a�o siguiente. En sus ratos libres, Einstein desarroll�, entre otras cosas, la teor�a de la relatividad que habr�a de revolucionar la f�sica. Los frutos de su trabajo fueron publicados en 1905, en la prestigiosa revista Annalen der Physik. En 1908, Einstein consigui� finalmente un puesto de profesor en la Universidad de Berna. En cuanto a Mileva, abandon� definitivamente la f�sica, por lo menos hasta donde se sabe. Las cosas no deb�an de andar bien entre los Einstein, pues se separaron en 1914.

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Foto de boda de Mileva y Albert Einstein.

Volviendo a la historia del supuesto plagio, Mileva seguramente pose�a tantos conocimientos de f�sica como su esposo cuando ambos salieron de la universidad. Se conservan varias cartas que se escribieron cuando eran novios, en las que Einstein discute sus ideas e incluso se refiere a "nuestra teor�a". Bas�ndose en esa evidencia, Walker concluye que las ideas esenciales fueron de la se�ora Einstein, pero que ella prefiri� sacrificar su carrera para beneficiar a su esposo, quien por su sexo ten�a m�s posibilidades de conseguir un puesto acad�mico.

John Stachel, quien se dedic� a la publicaci�n de los escritos de Einstein, replic� r�pidamente a las especulaciones de Walker. Se�al� que, por muy encomiable que fuera rescatar la figura de Mileva de la oscuridad, la historia de Einste�n explotando a su esposa y robando sus ideas sonaba m�s a pel�cula de Hollywood que a una evaluaci�n seria de las evidencias. Y es que en efecto, no hay dudas de que Einstein discut�a de f�sica con su esposa, pero no se conserva ning�n testimonio que permita valorar la contribuci�n de �sta.

En respuesta reciente, Walker insiste en su historia y cita un nuevo chisme: un conocido f�sico ruso, fallecido en 1960, habr�a afirmado que, en su juventud, lleg� a ver los art�culos manuscritos de 1905, los cuales, seg�n recordaba, estaban firmados Einstein-Mariti (el segundo apellido ser�a una versi�n en h�ngaro del serbio Maric). Sin embargo, hay que aclarar que esos manuscritos originales nunca han sido hallados. Cabe preguntarse por qu� los art�culos fueron publicados finalmente con Albert Einstein como �nico autor, y por qu� Mileva nunca reclam� la autor�a.

No es necesario llegar a exageraciones para afirmar que Mileva Maric tuvo una influencia importante en la obra cient�fica de Albert Einstein, aunque �ste nunca le dio el menor cr�dito en p�blico. Quiz�s en otros tiempos y circunstancias, Mileva hubiera desarrollado plenamente sus capacidades intelectuales, en vez de conformarse con ser la musa de su ilustre esposo.

FARADAY Y LA CIENCIA "�TIL"

La Jornada, 30 de septiembre de 1991

Este a�o se cumple el segundo centenario del nacimiento de Michael Faraday, el gran f�sico ingl�s cuya obra pocos conocen fuera del medio profesional, pero cuyas investigaciones propiciaron la revoluci�n tecnol�gica del siglo XX. Las contribuciones de Faraday a la f�sica y la qu�mica fueron numerosas, pero en esta nota quiero referirme �nicamente a su descubrimiento del llamado efecto de inducci�n.

A principios del siglo pasado, Inglaterra viv�a en plena revoluci�n industrial gracias a la invenci�n de la m�quina de vapor. En las ciencias f�sicas, Laplace y otros notables cient�ficos hab�an logrado plasmar la mec�nica de Newton en un lenguaje matem�tico que permit�a su aplicaci�n a problemas pr�cticos. La importancia de las m�quinas de vapor, a su vez, indujo a cient�ficos como Carnot a fundar la termodin�mica, rama de la f�sica que estudia el calor y las propiedades t�rmicas de la materia.

En esa atm�sfera de progreso cient�fico y tecnol�gico, los fen�menos el�ctricos y magn�ticos no parec�an tener ninguna aplicaci�n pr�ctica. Cuando mucho, los imanes y las pilas el�ctricas serv�an para hacer actos de magia, y s�lo contados cient�ficos se interesaban en ellos.

En 1831, Faraday descubri� que una corriente el�ctrica se genera en un alambre conductor cuando �ste se mueve en la cercan�a de un im�n. Pero, en su �poca, tal fen�meno no parec�a ser m�s que una curiosidad cient�fica.

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Michael Faraday.

Cuenta Richard Feynman en sus Cursos de f�sica que cuando Faraday present� su descubrimiento a la comunidad cient�fica, alguien le pregunt� para qu� serv�a, a lo cual Faraday respondi� con otra pregunta: "�para qu� sirve un reci�n nacido?"

Medio siglo despu�s, Tom�s Edison tuvo la idea de utilizar el descubrimiento de Faraday para generar corriente el�ctrica y distribuirla a trav�s de cables por la ciudad de Nueva York. La primera planta el�ctrica de la historia fue inaugurada en 1881. Consist�a en unas enormes turbinas de vapor que hac�an girar unas grandes bobinas de alambre conductor alrededor de imanes. Debido al efecto Faraday se generaba una corriente el�ctrica que se pod�a transmitir por toda la ciudad. La energ�a t�rmica se convert�a, as�, en energ�a el�ctrica. Pocos meses despu�s se inaugur� en Wisconsin la primera planta hidroel�ctrica, en la que el agua de un r�o hac�a girar las bobinas.

Toda la electricidad que consumimos hoy en d�a se genera gracias al efecto Faraday. Lo �nico que var�a es el mecanismo utilizado para hacer girar una bobina alrededor de un im�n: este mecanismo puede ser el flujo del agua en una presa, el funcionamiento de un motor de combusti�n de petr�leo, la presi�n del vapor de agua calentada por el uranio en una planta nuclear, etc�tera (el reci�n nacido creci� espectacularmente).

La historia de Faraday es un buen motivo de reflexi�n sobre las supuestas prioridades cient�ficas y la utilidad de la investigaci�n b�sica. En la �poca de Faraday la ciencia aplicada estaba relacionada con las m�quinas de vapor; la electricidad y el magnetismo s�lo interesaban a un reducido n�mero de cient�ficos, que los estudiaban por motivos acad�micos. La historia ha demostrado que la ciencia y la tecnolog�a evolucionan en forma independiente de planes y programas prestablecidos.

LA MARQUESA DE CHATELET, MUSA DE LA F�SICA

Bolet�n de la Sociedad Mexicana de F�sica, enero de 1993

En 1687 apareci� la primera edici�n, en lat�n, de los Principia Mathematica, obra de Isaac Newton que habr�a de transformar radicalmente la evoluci�n de la ciencia. Su autor sentaba las bases de la f�sica te�rica y demostraba que la naturaleza se comporta de acuerdo con leyes matem�ticas bien establecidas; en particular, el movimiento de los planetas se explicaba con la gravitaci�n universal y pod�a calcularse en forma precisa.

Pero, a pesar de su contundencia, la f�sica de Newton tard� mucho en arraigarse en el continente europeo. En Francia estaba en boga la teor�a de Descartes, seg�n la cual los planetas giraban alrededor del Sol arrastrados por inmensos torbellinos de �ter. Para los franceses fue una cuesti�n de orgullo nacional defender la teor�a de Descartes contra la absurda "acci�n a distancia" propuesta por el sabio ingl�s.

Poco antes de que Newton falleciera, Voltaire, el gran poeta y novelista franc�s, visit� Inglaterra. Si bien no lleg� a conocerlo personalmente asisti� a su funeral y, seg�n lo relata �l mismo, qued� hondamente impresionado por el hecho de que, en Inglaterra, un sabio fuera enterrado con los honores de un rey (qu� diferencia con su propio pa�s).

Voltaire intuy� la trascendencia de la obra de Newton gracias, en particular, a la ayuda de su amigo Maupertuis, quien era el �nico cient�fico franc�s que hab�a aceptado la teor�a de Newton. Voltaire se propuso difundir la nueva ciencia en Francia, pero no era matem�tico y s�lo entend�a los rudimentos de la nueva filosof�a natural. Afortunadamente para �l y para el desarrollo posterior de la f�sica, el destino puso en su camino a la marquesa de Chatelet.

Emilie de Breteuil naci� en 1706 en el seno de una familia arist�crata algo venida a menos. Pas� su adolescencia pr�cticamente recluida en su casa, en medio de libros, estudiando por su gusto, hasta que su padre la cas� con el marqu�s de Chatelet, un arist�crata provinciano y oficial del ej�rcito franc�s. Con �l, Emilie procre� cuatro hijos, de los cuales sobrevivieron dos.

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Emilie Breuteil, marquesa de Chatelet.

Como en esa �poca no faltaban las guerras, el marqu�s pasaba largas temporadas en el frente de batalla, disfrutando la vida de lujo que sol�an darse los oficiales nobles mientras los soldados se masacraban entre s�. Pero Emilie no pod�a vivir sin pasi�n...

Establecida en Par�s mientras su marido combat�a en el frente, Emilie frecuent� la corte de Luis XV, cuyo ambiente lujoso y mundano disfrutaba plenamente. Ah� se hizo de muchos amigos, y algunos amantes; adem�s, se apasion� por los juegos de azar, lo cual le acarrear�a serios problemas financieros durante su vida. En 1733, Emilie conoci� a Voltaire en una funci�n de �pera y surgi� inmediatamente el gran amor entre los dos. Voltaire ten�a 38 a�os y ya contaba con una merecida fama de poeta y fil�sofo, aunque su car�cter pendenciero le hab�a ganado un gran n�mero de enemigos.

Por esa misma �poca, Maupertuis rondaba la corte rompiendo los corazones de las nobles damas, que lo persegu�an por su sabidur�a y otras virtudes. Emilie no fue ajena a sus encantos y, con la intermediaci�n de Voltaire, lo convenci� de que le diera clases particulares de geometr�a y de f�sica newtoniana. Pronto la pasi�n de Emilie desbord� los estrechos marcos de la ciencia, pero Maupertuis prefiri� rehuirla y dio por terminada su instrucci�n. Tuvo que intervenir Voltaire para que su amada dejara en paz al sabio.

Con su sarcasmo e irreverencia, Voltaire se hab�a hecho tantos enemigos entre los poderosos que Emilie juzg� prudente alejarse con �l de Par�s. El marqu�s de Chatelet ten�a un castillo en Cirey, Lorena, a donde se mud� la pareja en 1735; all� habr�an de permanecer durante los siguientes diez a�os, salvo por breves estancias en Par�s y algunos otros viajes. Pero, poco despu�s de la mudanza, Francia entr� en un periodo de paz y el marqu�s regres� del frente...

Todo parece indicar que el marqu�s de Chatelet admiraba profundamente a Voltaire, lo cual no es sorprendente ya que, despu�s de todo, el gran escritor fue la figura intelectual m�s destacada de la Francia prerrevolucionaria. Probablemente el marqu�s, hombre bonach�n y r�stico, se sent�a honrado de que tan ilustre personaje hiciera feliz a su esposa con un talento que �l estaba lejos de poseer. El hecho es que formaron un armonioso m�nage � trois en Cirey. Durante este periodo, Voltaire y Emilie se dedicaron al estudio y a la literatura. La marquesa termin� un libro intitulado Instituci�n de f�sica, en que expon�a y defend�a vigorosamente la filosof�a de Leibniz. Vale la pena mencionar, en particular, que adoptaba el concepto de "fuerza viva" (en lenguaje moderno, energ�a, cin�tica) de Leibniz, d�ndole la importancia que merec�a en contra de la corriente acad�mica francesa.

Tambi�n en esa �poca Emilie escribi� su Discurso sobre la felicidad que, por instrucciones suyas, fue publicado p�stumamente. En ese libro expone su propia filosof�a: el fin de la vida es la felicidad y �sta se alcanza por medio de la ilusi�n y la pasi�n. La ilusi�n act�a sobre el alma para producir emociones y pasiones, tal como en una obra teatral en la que los espectadores hacen caso omiso de que est�n presenciado una representaci�n (�Pirandello habr�a le�do a la marquesa?). Las pasiones dan sentido a la vida, y la reina de las pasiones es, por supuesto, el amor.

En 1744 Voltaire decide regresar a Par�s y Emilie alterna entre Cirey y la corte de Luis XV. "Madame Newton-Pomp�n", como la llamaba en broma Voltaire, hab�a decidido traducir al franc�s los Principia, empresa para la cual estaba especialmente preparada por sus excelentes conocimientos del lat�n y de la geometr�a. Con ello esperaba familiarizar a sus compatriotas con la obra del gran ingl�s.

Es tambi�n por esa �poca cuando surgen las primeras dificultades entre los amantes, en parte por las grandes deudas contra�das por Emilie en el juego y que Voltaire ten�a que cubrir, pero principalmente porque el fil�sofo se enamor� de una sobrina suya, providencialmente viuda en plena juventud.

En 1748 la pareja regresa a Lorena, esta vez a la corte de Estanislao, depuesto rey de Polonia, a quien su protector Luis XV hab�a cedido ese territorio franc�s como premio de consolaci�n. Fue all� donde Emilie volvi� a enamorarse, quiz�s por despecho, de un mediocre gal�n de la corte llamado Saint-Lambert, que pretend�a ser poeta. Cuenta el criado de Voltaire, principal fuente de los chismes de la pareja, que su amo encontr� un d�a a la marquesa en brazos de Saint-Lambert y estuvo a punto de batirse con �l en duelo; pero Emilie convenci� a Voltaire de que si hab�a tomado un amante era para ahorrarle sus energ�as y conservarlo en buena salud, lo cual Voltaire acept� de buena gana, quiz�s no tanto por la l�gica del razonamiento sino porque �l mismo andaba tras su bella sobrina. Pero la pasi�n por Saint-Lambert acab� en tragedia: a los 42 a�os, Emilie qued� encinta y ese embarazo tard�o habr�a de costarle la vida. A principios de 1749 Emilie regres� gr�vida a Par�s, acompa�ando al rey Estanislao. Durante ese tiempo trabaj� fren�ticamente en la traducci�n al franc�s de los Principia de Newton, mientras el fuego de la pasi�n la consum�a. Se conservan m�s de 80 cartas que escribi� a su amado Saint-Lambert en Lorena, a las que �ste contestaba de vez en cuando sin mucha inspiraci�n.1[Nota1]

En agosto regres� a Lorena para dar a luz una ni�a. Cuando parec�a que los peligros del parto hab�an pasado, s�bitamente, en la noche del 10 de septiembre, Emilie muri�. Alrededor de su lecho de muerte estaban Voltaire, Saint-Lambert y el marqu�s; Voltaire, agobiado, maldice a gritos a Saint-Lambert: "Usted me la mat�." Pocos d�as antes de morir, Emilie hab�a terminado la traducci�n de los Principia.

La versi�n en franc�s de los Principia fue publicada en 1759 y es, hasta la fecha, la �nica traducci�n reconocida en ese idioma. La semilla que dej� Emilie cay� en terreno f�rtil; mientras en Inglaterra los disc�pulos de Newton se empantanaban en las demostraciones geom�tricas de su maestro, los matem�ticos franceses de la segunda mitad del siglo XVIII desarrollaban la mec�nica en una nueva versi�n del c�lculo diferencial e integral. La culminaci�n de esta obra es la monumental Mec�nica celeste de Laplace, que contiene los fundamentos de la mec�nica cl�sica en el lenguaje matem�tico actual.

Tambi�n la f�sica tiene una musa.

BIBLIOGRAF�A

Badinter, Elisabeth, Emilie, Emilie, Flammarion, Par�s, 1983.

Vaillot, Ren�, Madame du Chatelet, Albin Michel, Par�s, 1978.


LA VIDA ER�TICA DE EINSTEIN

Reforma, 17 de noviembre de 1994

No s�lo los miembros de la familia real brit�nica est�n expuestos a que sus vidas privadas se vuelvan del dominio p�blico. Tambi�n los grandes cient�ficos corren ese riesgo, como demuestra el caso reciente de Albert Einstein.

Einstein dej�, al morir en 1955, cientos de miles de cartas y documentos que est�n actualmente en proceso de edici�n. En 1986, los herederos de Einstein pusieron a disposici�n de los historiadores las cartas de amor que le escribi� a Mileva Maric cuando eran novios. Las cartas revelaron detalles desconocidos e inesperados de su relaci�n.

Albert y Mileva se conocieron en 1896 en el Tecnol�gico de Zurich, donde ambos estudiaban f�sica. El ten�a 17 a�os y ella 21. El noviazgo dur� hasta su boda en 1903, cuando el joven Einstein consigui� finalmente un trabajo en una oficina de patentes en Berna. Durante esa �poca Einstein elabor� la teor�a de la relatividad; ese trabajo y otros que public� en 1905 habr�an de revolucionar la f�sica de este siglo. Gracias a la fama que adquiri�, obtuvo en 1908 un puesto en la Universidad de Berna y pudo dedicarse por entero a la f�sica. En cuanto a Mileva, nunca acab� sus estudios y se convirti� en ama de casa. Hasta aqu� la biograf�a oficial.

Al principio, las cartas a Mileva estaban escritas en un tono formal, pero pronto se volvieron apasionadas. Empero, Mileva no era del gusto de la familia Einstein. En una carta de julio de 1900 Albert le cuenta a su amada la escena que protagoniz� la se�ora Einstein al enterarse de los proyectos matrimoniales de su v�stago:
mam� se arroj� sobre la cama y se puso a llorar como una ni�a. Me dijo: est�s arruinando tu futuro [ ... ] ninguna familia decente la aceptar�a [ ... ] si llega a tener un beb� te ver�s en un l�o [ ... ] Yo negu� violentamente que hubi�ramos vivido en el pecado ...

Pero la joven pareja sucumbi� al pecado durante unas vacaciones que tomaron en el Lago Como, en el verano de 1901. Tal como lo tem�a la se�ora Einstein, Mileva qued� embarazada. Para ocultar el hecho, se retir� a la casa de sus padres en una peque�a ciudad serbia. All�, Albert le escrib�a y le contaba con entusiasmo el desarrollo de sus investigaciones, las que lo llevar�an al poco tiempo a fundar la teor�a de la relatividad. De paso le aseguraba que estaba buscando trabajo para casarse con ella y hacerse cargo del beb� que estaba por llegar. Pero esa parte qued� en promesas y Mileva, a�n soltera, dio a luz una ni�a en enero de 1902.

Albert y Mileva se casaron finalmente en enero de 1903 y tuvieron dos hijos dentro del matrimonio. La �ltima alusi�n a su hija aparece en una carta de septiembre de 1903. Despu�s, nunca m�s volver�an a mencionarla y hasta ahora el destino de su hija sigue siendo un misterio. Es posible que la hayan dado en adopci�n, pero las investigaciones en los registros civiles de la �poca no han proporcionado ninguna pista.

El matrimonio no fue exitoso. Mileva sufr�a de ataques de melancol�a, que Einstein achacaba a la herencia de su madre. Para mayor desgracia, el hijo menor empezaba a dar muestras de la enfermedad mental que lo tendr�a recluido en un sanatorio durante su edad adulta. La pareja se separ� en 1914 y Mileva se mud� a Zurich con los dos hijos.

En 1919, Einstein, en la cima de su gloria, se volvi� a casar, esta vez con su prima Elsa. Ella lo acompa�� a EUA, a donde llegaron huyendo del nazismo, y all� muri� el cient�fico en 1956. Al parecer, el segundo matrimonio tampoco fue exitoso, pues a�os m�s tarde de haberse casado Einstein confes� a un amigo suyo que nunca hab�a tenido suerte con las mujeres.

�Qu� se puede concluir de todo esto? Sabemos ahora que la teor�a de la relatividad fue concebida en medio de un drama pasional, pero esto no implica que la pasi�n fomente siempre la creaci�n cient�fica. Cuando mucho, esta historia demuestra que la vida privada de un genio puede ser tan agitada como la de un com�n mortal.

NOTA: Me corrige D�bora: "Hay una conclusi�n evidente. La pobre Mileva era melanc�lica porque don Alberto debi� ser uno de esos cient�ficos egoc�ntricos, absortos en su trabajo, que no pelan a sus esposas y las tratan como sirvientas �y todav�a se quejaba de su suerte con las mujeres!"

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