IV.3. JOHN STUART MILL

No hay duda de que el empirista ingl�s m�s conocido del siglo XIX, tanto en su �poca como en la nuestra, es John Stuart Mill (1806-1873), economista, pol�tico, historiador, escritor, editor y fil�sofo, as� como defensor de los derechos femeninos, empleado de la Compa��a de las Indias Orientales por m�s de 30 a�os (1823-1858), finalmente miembro del Parlamento brit�nico (1865), y uno de los m�s grandes victorianos. El padre de Mill (amigo de Jeremy Bentham) decidi� hacer un "experimento" con la educaci�n de su hijo John y lo inici� en el aprendizaje del griego a los tres a�os de edad y del lat�n a los ocho a�os; posteriormente aprendi� hebreo y otros idiomas modernos (franc�s, alem�n, ruso, pero no espa�ol), as� como historia antigua, matem�ticas y l�gica. Es importante se�alar que todo su conocimiento de la ciencia lo obtuvo Mill de segunda mano, a partir de los libros, y no de la experiencia personal. Se trata, pues, de un t�pico fil�sofo de la ciencia. Sin embargo, Mill tambi�n debe haber sido un sujeto interesante, porque a los 23 a�os de edad se enamor� perdidamente de una mujer no s�lo casada sino de la m�s alta sociedad, a la que sigui� amando hasta que el marido muri� y logr� desposarse con ella; este romance alcanz� gran popularidad en la sociedad victoriana, adem�s de que para Mill represent� el est�mulo para sus actividades en pro del feminismo, incluyendo sus escritos, muchos de los cuales fueron firmados por la feliz pareja.

John Stuart Mill (1806-1873).

En 1843, cuando Mill ya se hab�a recuperado de un terrible colapso mental juvenil (ten�a entonces 37 a�os de edad) apareci� su libro System of logic ("El sistema de la l�gica"), que representa su principal y casi �nica contribuci�n a la filosof�a de la ciencia y que de toda su obra ser� la que comentaremos aqu�. Es interesante saber que �ste fue el primer libro publicado por Mill y que escribirlo le cost� trece a�os de arduos trabajos. En contra de lo que su t�tulo sugiere, no se trata de un volumen sobre reglas o estructura del pensamiento, sino que m�s bien es el manifiesto m�s extremo del empirismo epistemol�gico, basado a su vez en las profundas convicciones liberales de su autor, quien usaba el t�rmino "empirista" en sentido despectivo y lo contrastaba con "conocimiento cient�fico". De esp�ritu antikantiano, El sistema de Mill se inicia con una cr�tica del intuicionismo y con la declaraci�n de que tanto la planeaci�n social como las actividades pol�ticas deber�an basarse en el conocimiento cient�fico y no en la costumbre, la autoridad o la revelaci�n; para Mill, el "conocimiento" obtenido a partir de m�todos no inferenciales, o sea intuitivo o a priori,", pertenece a la metaf�sica. Las inferencias alcanzadas por deducci�n, como en el caso de los silogismos, son incapaces de generar informaci�n no contenida impl�citamente en las premisas; sin embargo, Mill propone que el razonamiento que pretende pasar de lo general a lo particular en realidad no existe, sino que todas las inferencias son siempre de particular a particular. Cuando decimos "Todos los hombres son mortales, S�crates (a�n vivo) es un hombre, por lo tanto S�crates es mortal", las verdaderas pruebas que tenemos para afirmar que S�crates morir� es que Tales, Anax�menes, Emp�docles, Herodoto, Pit�goras y muchos otros individuos muy semejantes a S�crates murieron antes que �l; el principio general "Todos los hombres son mortales" no es realmente una prueba objetiva sino m�s bien una especie de nota o resumen de muchas observaciones individuales. La verdadera inferencia es la que se hace cuando tal resumen se integra sobre la base de casos aislados, o sea durante la inducci�n; en la deducci�n, la inferencia s�lo es "aparente".

Mill propuso que los principios matem�ticos tambi�n son emp�ricos, o sea no son ni las "relaciones de ideas" que postulaba Hume, ni tampoco productos de la mente humana, como se�alaba Kant, sino que surgen de la observaci�n del mundo que nos rodea. Las conclusiones de la geometr�a, ciencia deductiva por excelencia, s�lo son necesarias en el sentido en que dependen de las premisas de las que se deducen, porque las premisas mismas —axiomas— se basan en la observaci�n y en generalizaciones a partir de experiencias repetidas. Lo mismo ocurre con la aritm�tica y el �lgebra, que en lugar de ser relaciones l�gicas primarias, en realidad se derivan de experiencias emp�ricas. Mill se�ala que, por ejemplo, un grupo de 4 cosas puede disponerse en dos grupos de 2 cosas, o en un grupo de 3 cosas y otro de 1; despu�s de haber experimentado que esto siempre es as�, concluimos que 2 + 2 y 3 + 1 son necesariamente iguales. Esta forma extrema del empirismo no ha sido aceptada por la mayor parte de los empiristas moderados, lo que Mill ya anticipaba:
[ ... ] Probablemente �sta es la proposici�n, de todas las enunciadas en este libro [El sistema], para la que debe esperarse la recepci�n m�s desfavorable.

El argumento que generalmente se esgrime en contra de la proposici�n de Mill, de que los axiomas o principios geom�tricos y matem�ticos son emp�ricos, es que no se admiten pruebas experimentales en contra de las leyes de la aritm�tica o del �lgebra; por el contrario, cuando los datos recogidos por medio de observaciones contradicen los axiomas matem�ticos, lo primero y lo �nico que se acepta es que son las mediciones y los c�lculos derivados de ellas los que ameritan revisarse y corregirse.

La operaci�n central en El sistema de Mill es la inducci�n, que descansa en el principio fundamental de la uniformidad de la naturaleza, que postula que lo ocurrido una vez volver� a ocurrir cuando las circunstancias sean suficientemente semejantes. Este principio es tambi�n emp�rico y se deriva de un proceso natural y primitivo de inducci�n, iniciado cuando observamos unas cuantas regularidades y predecimos que seguir�n ocurriendo en el futuro; si nuestra predicci�n resulta correcta, a partir de ella se generaliza proponiendo que en vista de que algunos eventos se han dado en patrones recurrentes, todos los eventos futuros se dar�n tambi�n en patrones recurrentes. Por lo tanto, el principio de la uniformidad de la naturaleza puede analizarse en sus distintos componentes, que son generalizaciones de menor amplitud y hasta relaciones causales individuales. Para Mill, la causa de un fen�meno es el antecedente, o concurrencia de antecedentes, con los que est� invariable e incondicionalmente ligado. Igual que el principio de la uniformidad de la naturaleza, el principio de la causalidad (o sea, que cada fen�meno tiene una causa) se confirma por toda nuestra experiencia; de hecho, el principio de la causalidad no es m�s que una forma m�s precisa de enunciar el principio de la uniformidad de la naturaleza. Sin embargo, la inducci�n aristot�lica, por simple enumeraci�n, puede llevar a proposiciones generales falsas. Lo que en �ltima instancia se desea en la ciencia (seg�n Mill) es llegar a proposiciones como la siguiente: o A es la causa de a, o bien existen eventos sin causa, y como estamos seguros de que todos los eventos tienen causa, entonces A es la causa de a. Esto se logra por medio de m�todos m�s elaborados de inducci�n, de los que Mill describi� cinco, los famosos "c�nones de la inducci�n" basados, como se mencion� antes, en la obra de Herschel.

Canon I. M�todo de Coincidencia:
Si dos o m�s ejemplos de un fen�meno bajo investigaci�n poseen una sola circunstancia en com�n, esta �nica circunstancia, presente en todos los ejemplos, es la causa (o el efecto) del fen�meno mencionado.

El ejemplo usado por Mill para ilustrar este m�todo de coincidencia no fue muy afortunado: pensando que el factor com�n que poseen todas las sustancias qu�micas que cristalizan es que se precipitan de una soluci�n, concluy� que �sta era una causa, o por lo menos un factor contribuyente, del fen�meno de la cristalizaci�n. Como todos sabemos hoy (y los alquimistas sab�an desde el Medievo), este ejemplo es falso; sin embargo, es muy f�cil pensar en otros ejemplos ilustrativos de este m�todo que s� son verdaderos.

Canon II. M�todo de Diferencia:
Si una situaci�n en que ocurre el fen�meno en investigaci�n, y otra situaci�n en que no ocurre, se parecen en todo excepto en una circunstancia, que s�lo se presenta en la primera situaci�n, entonces esta circunstancia, que es la �nica diferencia, entre las dos situaciones es el efecto, la causa, o una parte indispensable de la causa, del fen�meno mencionado.

El ejemplo de Mill para ilustrar este m�todo de inducci�n por diferencia fue muy dram�tico, pero dada la importancia que le concedi� posteriormente, tambi�n fue desafortunado; Mill escribi� que si un hombre en la plenitud de la vida mor�a repentinamente, y su muerte estaba inmediatamente precedida por un balazo en el coraz�n pod�a concluirse que el balazo era la causa de la muerte, porque era lo �nico diferente entre el hombre vivo y el hombre muerto. Para los que hemos invertido casi toda nuestra existencia trabajando cient�ficamente en la frontera que separa a la vida de la muerte, el esquema de Mill se antojó grotescamente incompleto; desde luego que las diferencias entre el mismo hombre, vivo y muerto, son mucho m�s numerosas y complejas que el orificio producido por la bala. De hecho, la determinaci�n de la causa de la muerte (como la de la causa de la vida) es enormemente compleja, no s�lo por razones emp�ricas sino por complicaciones filos�ficas.

Canon III. M�todo Combinado: Coincidencia + Diferencia:
Si dos o m�s ejemplos en los que el fen�meno ocurre muestran una sola circunstancia en com�n, mientras que dos o m�s situaciones en las que el fen�meno no ocurre s�lo comparten la ausencia de la circunstancia mencionada, entonces tal circunstancia, la �nica, en que difieren los ejemplos mencionados, es el efecto, la causa, o una parte indispensable de la causa, del fen�meno estudiado.

Tal como lo enuncia su nombre, este m�todo es la combinaci�n de los dos anteriores, por lo que a �l se aplican las mismas observaciones ya mencionadas.

Canon IV. M�todo de los Residuos:
Cuando se resta o sustrae de cualquier fen�meno la parte que por inducciones previas se sabe que es el efecto de ciertos antecedentes, el residuo del fen�meno es el efecto de los antecedentes restantes.

Como veremos en un momento, este m�todo (como todos los otros propuestos por Mill) supone una relaci�n 1:1 entre causa y efecto; si Mill hubiera sido un cient�fico y no un fil�sofo, habr�a experimentado en carne propia que este tipo de relaciones causales s�lo se da por excepci�n en la realidad, en fen�menos muy simples o al final de investigaciones prolongadas y exitosas, cuando ya s�lo quedan problemas "residuales" por resolver.

Canon V. M�todo de las Variaciones Concomitantes:
Cuando un fen�meno var�a de alguna manera particular, es causa o efecto de otro fen�meno que var�a de la misma o de otra manera, pero concomitantemente.

Mill sostuvo que de los cinco m�todos resumidos arriba, el m�s importante era el canon II o m�todo de las diferencias. Sin embargo, para que este m�todo funcionara, Mill reconoci� que era necesario que entre una observaci�n y otra del mismo fen�meno s�lo hubiera una diferencia, que podr�a ser de tiempo o de espacio, pero nada m�s; en otras palabras, Mill parec�a exigir un nivel de identidad entre sus dos observaciones que, en sentido estricto, no puede darse en la realidad. Pero Mill ten�a clara conciencia de este problema y se�al� que para el uso adecuado de su m�todo de las diferencias, bastaba con que en las dos observaciones se conservaran iguales s�lo las semejanzas relevantes entre ellas. Esto plantea de inmediato los criterios para juzgar de la relevancia, que deben anteceder a la comparaci�n entre las dos observaciones requeridas. En otras palabras, el uso del m�todo de las diferencias requiere de un proceso previo, de naturaleza indefinida pero no por eso menos importante, que no forma parte de los esquemas de Mill.


Frontispicio del libro On Liberty, de John Stuart Mill, publicado en 1816.

Para los investigadores cient�ficos activos no deja de ser un motivo de asombro leer, en un texto de filosof�a de la ciencia publicado en 1986, que los c�nones de Mill:
...Se usan ampliamente en las investigaciones cient�ficas. Por ejemplo, las pruebas a las que las compa��as farmac�uticas someten sus drogas rutinariamente utilizan los m�todos de las coincidencias y las diferencias. Cualquiera que est� intentando establecer relaciones funcionales entre distintas variables seguramente usar� el m�todo de las variaciones concomitantes, aunque los cient�ficos habitualmente evitan el lenguaje de los fil�sofos sobre causa y efecto.

Sin embargo, el verdadero problema no es si los c�nones o m�todos de Mill en verdad se usan en la ciencia, sino hasta d�nde es posible, desde un punto de vista puramente filos�fico, penetrar a fondo y comprender de veras la esencia, estructura y funcionamiento reales de las diferentes ciencias, no s�lo en nuestro tiempo sino en el propio de Mill, el de la Inglaterra victoriana del siglo XIX. El mismo Mill tuvo conciencia de los problemas filos�ficos generados por su postura r�gidamente inductivista y ofreci� una opci�n alternativa para la generaci�n del conocimiento, que s�lo deber�a emplearse cuando fracasaran los m�todos directos de la observaci�n y la experimentaci�n. Para esos casos, Mill recomend� el uso de un m�todo deductivo con tres niveles: 1) enunciado de una ley general, 2) deducci�n te�rica de una consecuencia objetiva derivada de la ley, y 3) verificaci�n objetiva. Como el enunciado de la ley general no fue calificado, podr�a suponerse (por los enemigos de Mill) que se tratara de una hip�tesis, o sea de una proposici�n no basada en la experiencia, de un concepto a priori, lo que en principio ser�a inaceptable a los empiristas. Sin embargo, Mill lo acept�, pero con una condici�n te�rica tan estricta que equival�a a rechazarlo en la pr�ctica: en efecto, Mill aceptaba una hip�tesis siempre y cuando fuera la �nica capaz de explicar los hechos deducidos a partir de ella, o sea que la verificaci�n objetiva sirviera para excluir todas las dem�s hip�tesis posibles.

De acuerdo con el esquema de Herschel, Mill no insisti� en reducir toda la ciencia al uso de esquemas inductivos, pero s� postul� de manera categ�rica que la �nica forma aceptable de justificar las leyes cient�ficas era a trav�s de la inducci�n. En su opini�n, una de las metas m�s importantes de la ciencia es demostrar relaciones causales; sin embargo, siguiendo fielmente a Hume, la causalidad no es otra cosa que la constante conjunci�n secuencial de dos eventos. Mill se dio cuenta de que no todas las conjunciones secuenciales constantes revelaban relaciones causales; por ejemplo, el d�a no es la causa de la noche, aunque sea una de las secuencias m�s constantes que el ser humano ha experimentado desde tiempo inmemorial. Por lo tanto, Mill distingui� entre dos tipos de secuencias de eventos, las causales y las accidentales; las primeras eran tanto invariables como incondicionales, mientras que las segundas eran nada m�s invariables. La incondicionalidad se defini� como la obediencia a las leyes m�s generales de la naturaleza. Su ejemplo es interesante, pues se refiere a la sucesi�n del d�a y la noche; de acuerdo con Mill, las condiciones relevantes a este fen�meno incluyen la rotaci�n diurna de la Tierra, la radiaci�n solar y la ausencia de cuerpos opacos entre la Tierra y el Sol. Como la suspensi�n de cualquiera de estas condiciones no violar�a las leyes m�s generales de la naturaleza, la sucesi�n d�a-noche se declar� condicionada y, por lo tanto, accidental o no causal. Pero hoy todos sabemos que la suspensi�n de la rotaci�n diaria de la Tierra o cualquier modificaci�n significativa en la radiaci�n solar acarrear�an cambios tan dram�ticos en nuestro mundo que har�an desaparecer instant�neamente toda manifestaci�n biol�gica en nuestro planeta. Es seguro que el d�a no es la causa de la noche, pero es igualmente seguro que mientras el mundo en que vivimos siga siendo el mismo, el d�a alternar� con la noche como lo ha hecho desde siempre y como lo seguir� haciendo para siempre.

Aunque Mill alguna vez se�al� que sus cinco c�nones o m�todos serv�an para establecer relaciones causales, en general le ten�a m�s confianza al canon II o m�todo de diferencia para desempe�ar esa funci�n. Como se mencion� hace un momento, la diferencia verdaderamente causal deber�a ser invariable e �ncondicionada. Pero Mill todav�a ten�a que demostrar otras dos cosas m�s: que la diferencia percibida en los esquemas positivo y negativo no s�lo es �nica sino que es relevante, y que la ley de la causalidad es un principio universal. En relaci�n con la primera demostraci�n, ya se ha mencionado la imposibilidad de alcanzar certidumbre, a partir de un n�mero m�s o menos grande de observaciones individuales (que siempre ser� much�simo menor que el total de las observaciones posibles), de que no existen otras circunstancias y que una o m�s de ellas sean tambi�n relevantes para que el fen�meno ocurra o deje de ocurrir. Respecto a la segunda demostraci�n, Mill requer�a que la verdad del principio de que para cada fen�meno existe un grupo de circunstancias que lo anteceden en forma invariable e incondicional, se estableciera en forma emp�rica. Esto implica un argumento inductivo, pero para poder aceptar un argumento inductivo que pretende demostrar su conclusi�n es necesario presuponer la verdad de la ley de la causalidad o sea que se trata de un argumento circular. Mill ten�a perfecta conciencia de que no pod�a probar la ley de la causalidad por medio de la inducci�n requerida por el m�todo de la diferencia, de modo que cambi� de estrategia y se apoy� en la simple inducci�n por enumeraci�n. Su razonamiento fue que la validez de la inducci�n enumerativa est� en relaci�n inversa con la generalidad de la conclusi�n derivada de ella, en otras palabras, si la conclusi�n es limitada y espec�fica, la inducci�n enumerativa que la genera es insuficiente y poco confiable, mientras que en la medida en que la conclusi�n es de mayor generalidad, la inducci�n aumenta su credibilidad, al grado que para los postulados m�s universales, como por ejemplo la ley de la causalidad, es el �nico m�todo que puede demostrar y garantizar su vigencia. Mill estaba convencido de que la ley de la causalidad es un principio tan universal que su funci�n se demuestra en todas y cada una de las secuencias de eventos que se examinen, sin excepci�n alguna. En vista de que los fen�menos examinados han sido y son pruebas de la existencia de la ley de la causalidad, �sta se transforma en una verdad necesaria.

Sin embargo, ni los fil�sofos contempor�neos de Mill ni sus sucesores hasta nuestros d�as, han aceptado que la simple inducci�n enumerativa sirva como prueba de la validez universal de la ley de la causalidad. El argumento esgrimido por todos ellos es siempre el mismo: a partir del an�lisis de las cosas como son, por m�s exhaustivo que �ste sea, no es v�lido concluir que ellas no podr�an ser de otra manera. Ni siquiera el postulado de Mill, de que nunca se ha demostrado una sola excepci�n a la ley de la causalidad, si se aceptara, servir�a para demostrar que la ley es una verdad l�gicamente necesaria. En otras palabras, Hume no fue refutado por Mill, porque mientras Hume bas� sus argumentos en contra de la causalidad en la l�gica, Mill se refugi� en la experiencia sin excepciones para apoyarla. En otras palabras, el problema filos�fico central surgido del empirismo o inductivismo de Mill es el siguiente: en la ciencia, �qui�n tiene la �ltima palabra, la l�gica o la experiencia?

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