I.3. LA EDAD MEDIA

Tengo plena conciencia de que resumir las principales ideas de Plat�n y de Arist�teles sobre el m�todo cient�fico en unas cuantas p�ginas s�lo puede hacerse como yo acabo de hacerlo, o sea cometiendo no una sino toda una letan�a de injusticias y omisiones. Me conforta un poco el hecho de que en este volumen realmente nunca estaremos muy lejos de ellos; alguna vez Whitehead, el famoso matem�tico y metaf�sico ingl�s de la primera mitad de este siglo, dijo que toda la filosofía occidental no era m�s que un pie de p�gina de los textos de Plat�n. De manera mucho menos grandiosa y elegante, lo que yo estoy diciendo es que Plat�n y Arist�teles se refirieron a problemas que todav�a no hemos resuelto y que (como todos los problemas verdaderamente filos�ficos) probablemente no tienen soluci�n. En este sentido, la filosof�a ha sido caracterizada como la disciplina acad�mica m�s apta para identificar y definir sus problemas, y al mismo tiempo la m�s impotente para resolverlos; en la misma vena, tambi�n se ha dicho que la filosofía es el basurero de los problemas insolubles del hombre. Siempre he considerado que esta �ltima opini�n es muy optimista, porque supone la existencia de otros problemas que el hombre s� puede resolver.

En lo que sigue voy a intentar llenar el espacio hist�rico de 20 siglos que separa a Arist�teles (siglo III a.C.) de Vesalio (siglo XVII d.C.), en unos cuantos p�rrafos. Como nuestro inter�s espec�fico es la historia del m�todo cient�fico, podemos relajarnos; en este tema concreto se agreg� muy poco a Arist�teles durante toda la Edad Media. Pero en este largo periodo los m�dicos contribuyeron de manera sustancial al examen de la ciencia aristot�lica y a los escasos avances que se registraron en ella, de modo que considero razonablemente justificado referirme de manera casi exclusiva a colegas galenos en lo que resta de este cap�tulo. No se trata de un sesgo explicable por afinidades profesionales; es que desde siempre y por su propia naturaleza (basada en el sufrimiento humano) la medicina ha dejado de pisar la tierra con menos frecuencia que otras clases y variedades del conocimiento y de la fantas�a del hombre, No que los m�dicos no hayamos contribuido con generosidad (y a veces egregiamente) al inmenso pante�n donde descansan todas las ideas peregrinas, las teor�as fant�sticas y las creaciones m�s absurdas que ha producido el intelecto humano; temo que en este rengl�n, toda la medicina (antigua, medieval y contempor�nea) sea un competidor fuerte y no f�cil de vencer. Pero como entre sus contrincantes se encuentran la filosof�a, la pol�tica, la historia, la econom�a y otras m�s de las llamadas ciencias sociales, la medicina no tiene otra cosa que hacer que aceptar la obvia superioridad de tales disciplinas acad�micas en el delicioso campo de lo absurdo y retirarse a la penumbra y al casi anonimato de la segunda fuerza.

En el siglo II a.C., Crisipo bosquej� lo que se conoce como "silogismos hipot�ticos", en contraposici�n con los ya mencionados "silogismos categ�ricos" de Arist�teles. Crisipo reconoci� los siguientes cinco tipos:
1) Si p implica q, y p es cierta, entonces q es cierta. (Este silogismo se conoci� en la Edad Media como modus ponens.)

2) Si p implica q, y q es falsa, entonces p es falsa. (�ste es el famoso silogismo bautizado como modus tollens, que Popper ha patrocinado tanto en nuestro siglo.) [ V�ase cap�tulo VII].

3) Si p y q juntas son falsas, pero p sola es cierta, entonces q es falsa (o si q es cierta, p es falsa).

4) Si p o q son ciertas individualmente, pero no ambas, y p es cierta, entonces q es falsa.

5) Si p o q son ciertas individualmente, pero no ambas, y p es falsa, entonces q es cierta.

De todos estos agregados, los tres m�s importantes en la historia del m�todo cient�fico son el 1 (modus ponens), el 2 (modus tollens), y otro no se�alado arriba, que se conoce en medios fios�ficos como la "falacia de afirmar la consecuencia", y que se enuncia como: Si p implica q, y q es cierto, entonces p tambi�n es cierto.

Este silogismo hipot�tico es de gran trascendencia en la filosofía de la ciencia, porque se refiere a algo que ser� de capital importancia cuando tratemos el falsacionismo de Popper (v�ase cap�tulo VII), y es que los datos acumulados en favor de una hip�tesis no pueden demostrar que la hip�tesis es v�lida; tambi�n vale la pena decir que modus tollens significa "forma de eliminar".

Ya es tiempo de que empecemos a mencionar a los m�dicos medievales, y a nadie debe sorprender que nuestro primer galeno sea precisamente Galeno de P�rgamo, quien en el pr�logo de su Techn� o Arte de la medicina distingue tres doctrinas o formas de ense�ar las ciencias m�dicas, resoluci�n, composici�n y definici�n, como sigue:

En todas las formas de ense�anza que siguen un orden definido hay tres modos de proceder. Uno es el que sigue el camino de la conversi�n y resoluci�n; en �ste se fija en la mente el objeto al que se aspira, y del que se desea un conocimiento cient�fico, como la meta que debe satisfacerse. Entonces se examina lo que lo rodea m�s de cerca, incluyendo los elementos sin los cuales no podr�a existir, y esta tarea no se termina hasta que se alcanzan los principios que la satisfacen.... El segundo sigue el camino de la composici�n, y es el opuesto al primero. En �l se empieza con los datos obtenidos por resoluci�n y se regresa a las mismas cosas resueltas, para reunirlas otra vez (compone eas) en su propio orden, hasta que se llega a la �ltima de ellas... Y el tercero procede a analizar la definici�n.

Las primeras doctrinas hab�an sido identificadas por un comentarista �rabe de Galeno, Al� ben Abbas (ca. 994), con las dos clases aristot�licas de demostraci�n, la que procede de los efectos a las causas, la demonstratio quia y la que va de las causas a los efectos, la demonstratio propter quid. Sin embargo, esta divisi�n se confundi� con la que hizo el famoso Averroes en su comentario sobre la F�sica de Arist�teles en no dos sino tres clases de demostraciones, que eran la demonstratio simpliciter o de causa y ser (como en las matem�ticas, en donde las causas son primarias tanto para nosotros como para el orden de la naturaleza), la propter quid o de causa (como en las ciencias naturales, donde se empieza con lo que es primario para la naturaleza pero no para nosotros), y la del esse o del signo, en que se empieza con efectos para llegar a las causas. Por lo tanto, la distinci�n entre los dos procedimientos, el que va de los efectos a las causas y el que va en direcci�n opuesta, son aristot�licos; es a partir de Galeno, y posteriormente con Cicer�n y Boecio, que tales procedimientos se denominan resolutivo y compositivo, respectivamente.

Pedro de Abano, en su Conciliator differentiarum philosophorum, et praecipue medicorum, escrito en 1310, al discutir el problema de si la medicina es o no una ciencia, dice que la palabra "ciencia" se usa de dos maneras distintas:
... cuando pensamos que conocemos la causa por la que el hecho existe, o sea la causa de ese hecho, y que no podr�a ser de otra manera... este tipo de ciencia se debe a la demostraci�n propter quid o a lo que Galeno llam� doctrina compositiva. Pero hay un segundo sentido de ciencia que tambi�n es correcto, y que ciertamente puede decirse que para nosotros es el m�s correcto, ya que para nosotros la forma natural es proceder de lo que nos es m�s conocido y cierto, a lo que es m�s cognoscible en el orden de la naturaleza. Cuando, en casos donde los efectos dependen de sus causas por un orden esencial de prioridad, llegamos por un camino opuesto a la causa que buscamos... adquirimos conocimientos por medio de la demostraci�n quia, o lo que se llama la doctrina resolutiva.

Lo que Pedro de Abano est� haciendo en este texto es se�alar la existencia de dos ciencias diferentes, basado en la teor�a cient�fica aristot�lica. La ciencia se describe como el conocimiento demostrativo de las cosas a partir de sus causas; su instrumento principal es el silogismo demostrativo, que establece la relaci�n entre causa y efecto. El problema de construir tales silogismos es lograr que sirvan como los t�rminos medios de las demostraciones. Abano establece una clara distinci�n entre dos clases de pruebas cient�ficas: la de los efectos derivadas de sus causas, y la de las causas identificadas por sus efectos.

De acuerdo con Randall, la transformaci�n de la prueba demostrativa de las causas en un m�todo de descubrimiento fue la contribuci�n principal a la filosofía de la ciencia de la Escuela de Padua. Otro m�dico, Jacobo de Forli, profesor de medicina y despu�s de Filosof�a natural en Padua, adopt� en 1475 la divisi�n de las demostraciones en compositiva y resolutiva, pero agreg� a esta �ltima un an�lisis sorprendentemente moderno, en donde se encuentran ya los g�rmenes del reduccionismo. En su libro Super Tegni Galeni, dice:
La demostraci�n resolutiva es de dos tipos, natural o real, y l�gica. La resoluci�n real aunque frecuentemente confundida, no es otra cosa que la separaci�n de una cosa en sus partes componentes. En cambio, la resoluci�n l�gica se llama as� metaf�ricamente, y la met�fora se origina de la manera siguiente: como cuando algo compuesto se resuelve, sus partes se separan entre s� de modo que cada una se mantiene aislada en su simple ser, tambi�n de esa manera cuando se hace una resoluci�n l�gica de una cosa que al principio se ve�a en forma confusa ahora se observa con precisi�n de modo que las partes y causas en contacto con su esencia se aprecian con claridad. As�, si cuando se tiene una fiebre lo primero que se percibe es el concepto de fiebre, �sta s�lo se comprende de manera general y confusa; si a continuaci�n la fiebre se resuelve en sus causas (ya que todas las fiebres provienen del calentamiento de los humores, de los esp�ritus o de los miembros, y a su vez el calentamiento de los humores puede ser de la sangre, de la flema, etc.), hasta que se alcanza la causa espec�fica y �nica, y con ella el conocimiento, de esa fiebre.

Otro m�dico italiano del siglo XV, Hugo de Siena, quien fuera profesor de medicina en Padua, Ferrara y Parma, se basa en Galeno cuando define la doctrina como la exposici�n de todo lo que es demostrable (manifestatio demonstrabilis) y que consta de dos modos distintos, resoluci�n y composici�n; en las ciencias completas, como la f�sica y la medicina, es imposible usar solamente uno:

...porque en el conocimiento de las causas usamos la demostraci�n quia, mientras que en el conocimiento cient�fico de los efectos usamos la demostraci�n proper quid. Se acepta que ambos procedimientos son necesarios, as� como la explicaci�n de muchas definiciones.

En su libro Expositio Ugonis Semensis super libros Tegni Galieni, publicado en 1498, Hugo se reh�sa a separar los dos procedimientos, inventio y notificatio, descubrimiento y documentaci�n, de las consecuencias. En este texto se�ala:
... veo en el descubrimiento cient�fico de los efectos por medio de su causa un doble procedimiento, y lo mismo en el descubrimiento cient�fico de los efectos a trav�s de su causa. El primero consiste en establecer el t�rmino medio o causa, el segundo es determinar sus efectos o consecuencias. Y el proceso del descubrimiento en el caso de la demostraci�n de causas es resolutivo, mientras que en la determinaci�n de sus consecuencias es compositivo... En la demostraci�n a partir de los efectos, ocurre exactamente de manera inversa.

Con esto, resulta claro que Hugo de Siena se reh�sa a separar los dos procedimientos; tanto la inventio o descubrimiento, como la notificatio o sus consecuencias forman partes sucesivas del m�todo que debe emplearse. En otras palabras, tanto el descubrimiento como las pruebas a la que se le somete son esenciales para el m�todo cient�fico.

Muchos otros autores de esos tiempos, como Pablo de Venecia, Agostino Nifo Pedro Pomponazzi, Bernardo Tomitanus y otros m�s, contribuyeron con comentarios m�s o menos afortunados y agudos a redefinir, completar y adornar la herencia filos�fica que la Antig�edad y la Edad Media ofrecieron a los renacentistas como s�lida base para su despegue. La inmensa riqueza de la filosof�a de la ciencia acumulada por el mundo occidental a trav�s de m�s de 25 siglos ha sido interpretada de dos maneras muy distintas: por un lado, como la indispensable limpieza del territorio que precede a los avances verdaderos; por el otro lado, como el proleg�meno hist�rico necesario a cualquier movimiento intelectual novedoso, que por definici�n lo incluye �ntegro en sus nuevas e iconoclastas dimensiones. En otras palabras, la historia concebida como un cat�logo en decrescendo de errores, o como la acumulaci�n progresiva de experiencias cada vez m�s positivas.

Con humildad e incertidumbre, me atrevo a sugerir que la historia, el devenir de los hechos a trav�s del tiempo, no solamente incluye en su amplio y generoso regazo todos nuestros numerosos errores y nuestros escasos logros, sino que adem�s abarca la totalidad de nuestros sue�os, ilusiones, esfuerzos y trabajos que finalmente no produjeron nada, ni siquiera un pensamiento absurdo o un error rescatable. Esta historia, la del error y la estupidez humana, se ha estado escribiendo con todo detalle desde tiempo inmemorial, pero temo que nunca ser� contada, ni siquiera en sus aspectos m�s generales. Es cierto que los seres humanos estamos, en promedio, mucho m�s cerca de las bestias que de los �ngeles, aunque yo nunca he podido resolver si, al final de cuentas, esto nos favorece o nos disminuye.

Para cerrar esta encuesta hist�rica del m�todo cient�fico en la Edad Media, voy a concentrarme en el pensamiento de Jacobo Zabarella (1533-1589), el �ltimo de los fil�sofos de Padua. Con sabidur�a que hoy podr�amos aceptar como prof�tica, Zabarella consider� a la l�gica no como una ciencia sino como un instrumento, como un m�todo cuya definici�n es id�ntica a la de un silogismo. De hecho, Zabarella dice:
Todo el contenido de la l�gica es de nociones secundarias, que son nuestro propio trabajo y puede ser o no ser, de acuerdo con nuestra voluntad. Por lo tanto, se trata de cosas contingentes y no necesarias, y por lo mismo no pertenecen a la ciencia, que solamente trata de cosas necesarias.

Es interesante que Zabarella viera con claridad las diferencias entre la l�gica y la ciencia, que posteriormente se obliteraron, generando muchos y muy graves problemas filos�ficos, algunos de los cuales todav�a vivimos hoy. Como veremos en el cap�tulo III, el principal responsable de este problema fue David Hume, el famoso fil�sofo escoc�s del siglo XVIII, con su explicable pero funesta incapacidad para distinguir entre la l�gica y la realidad. Precediendo a Hume por dos siglos, Zabarella se�al� lo siguiente:
Porque todo progreso cient�fico que va de lo conocido a lo desconocido viaja de causa a efecto o de efecto a causa. El primero es el m�todo demostrativo, el segundo es el m�todo resolutivo; no existe ning�n otro m�todo que genere conocimiento cierto de las cosas.

Randall se�ala que la originalidad de Zabarella consiste en establecer una clara diferencia entre la observaci�n no planeada, accidental u ordinaria, y la verdadera experiencia cient�fica. Los autores cl�sicos se basaron en la colecci�n indiscriminada de datos, mientras que Zabarella insisti� en que la experiencia debe ser rigurosamente analizada, con objeto de descubrir el "principio" que la explica, la estructura universal que la subtiende. Con este conocimiento estaremos ya en condici�n de deducir correctamente los hechos asociados con la causa. Por lo tanto, el m�todo cient�fico se inicia con el an�lisis preciso de unos cuantos ejemplos selectos de un principio general, sigue con el enunciado de tal principio, y de ah� procede a predecir y explicar una serie ordenada de hechos, o sea constituir lo que conocemos como una ciencia formal.

Quiz� uno de los aspectos m�s positivos de Zabarella, que posteriormente se perdi� y que hoy parece estarse recuperando, es su desinter�s en que los principios de las ciencias naturales se expresaran matem�ticamente. De hecho, casi todos sus ejemplos est�n tomados de los estudios biol�gicos de Arist�teles. La matematizaci�n de la ciencia fue el resultado del Renacimiento de la tradici�n m�stica pitag�rica y del platonismo en el siglo XVII, cuyo mejor representante fue Kepler. La primera edici�n de los tratados matem�ticos de Arqu�medes en lat�n la public� Tartaglia en 1543, y tuvo una influencia definitiva en la predominante tendencia matem�tica de la revoluci�n cient�fica en el siglo XVII. Seg�n Randall:

La ciencia es un cuerpo de demostraciones matem�ticas cuyos principios se descubren resolviendo instancias experimentales aisladas. Éste es el m�todo conocido por Euclides y Arqu�medes como una combinaci�n de "an�lisis" y "s�ntesis", y por los fil�sofos de Padua y por Galileo como "resoluci�n" y "composici�n". Es tradicional y aristot�lico porque considera la estructura de la ciencia como dial�ctica y deductiva, y porque incluye a todas las verificaciones y demostraciones dentro de un sistema l�gico de ideas. Ha alterado el esquema aristot�lico medieval haciendo matem�ticos los principios de la demostraci�n, y al empirismo escol�stico le ha agregado la insistencia en que el descubrimiento no es nada m�s observaci�n y generalizaci�n, no nada m�s abstracci�n de experiencias comunes, sino que representa el an�lisis matem�tico preciso y cuidadoso de una experiencia cient�fica —lo que la tradici�n m�dica de Padua llam� "resoluci�n" y lo que Arqu�medes bautiz� como "an�lisis".

Sin embargo, esta postura curiosamente medieval de Randall sobre la ciencia ha encontrado gran oposici�n, no s�lo en el propio siglo XVII al que se refiere sino incluso en la �poca contempor�nea. En las p�ginas que siguen se registran y resumen otras ideas filos�ficas sobre la naturaleza y existencia del método cient�fico.

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