II. LA CL�NICA COMO TEATRO...

LA LECCI�N cl�nica de los martes se inscribe dentro de una tradici�n de la ense�anza de la medicina en la que el profesor y el paciente se han convertido en los oficiantes de un espect�culo que se despliega frente al p�blico atento y reverente de los alumnos. En la medicina medieval, basada en la lectura y comentario de los textos can�nicos, el oficiante ocupaba un estrado o tribuna que era un p�lpito apenas disfrazado, y la acci�n ten�a aún mucho de cathedra, de liturgia de la palabra. A partir del Renacimiento, con el desarrollo de la disecci�n anat�mica, el magister desciende a la arena. En medio del anfiteatro, los "hechos" —ya no la tradici�n— ser�n los portadores de una verdad que se despliega frente a los ojos de los alumnos, m�s pr�ximos al rol del p�blico que a aquel anterior de fieles frente a la iglesia, el templo o la sinagoga.

Del cad�ver vesaliano se pas�, a fines del XVIII y a todo lo largo del XIX, a la exploraci�n in vivo. El desarrollo de la cl�nica ser�, impl�cita o expl�citamente una demostraci�n "espectacular" frente a la mirada. El "ojo cl�nico" s�lo se alcanzaba gracias al ejercicio de una escoptofilia en la que los actores eran el m�dico que descubr�a e interpretaba (la semiolog�a m�dica precede en el tiempo a la semiolog�a ling��stica), y el paciente que se entregaba como espect�culo en la desnudez de su cuerpo y de su alma, debiendo exhibir, como requisito al menos te�rico para la curaci�n, las lacras y sufrimientos de ambos. Pero durante largo tiempo, la terap�utica estuvo muy por debajo del saber cl�nico y anat�mico. �No se dec�a acaso, a mediados del siglo XIX, que lo mejor que le pod�a ocurrir a un paciente era ir a Viena para ser perfectamente bien diagnosticado por Skoda... y perfectamente bien autopsiado por Rokitansky?

Brouillet capt� muy bien la mec�nica del servicio de Charcot: el personaje principal no es realmente la paciente que desempe�a un papel de figurante, junto a las tres figuras situadas a sus espaldas, sino el maestro, que con su perfil imperial mantiene en su recogimiento religioso a los alumnos que ocupan el resto del espacio pict�rico. Muchos de sus cr�ticos (que fueron legi�n) y aun de sus disc�pulos, han subrayado el car�cter verdaderamente teatral que adquirieron esas sesiones, que ten�an lugar todos los martes en un sal�n de su antiguo pabell�n, en el enorme hospital-asilo de la Salp�tri�re. Un relato muy conocido se encuentra en el libro autobiogr�fico, La historia de San Michele, del neur�logo y escritor sueco Axel Munthe, que en el pasado tuvo muchos lectores. Teatro did�ctico, sin duda, y en cierto sentido involuntario, pero el "hecho teatral" se daba all� con todas las caracter�sticas de la expresi�n dram�tica: actores, libreto, catarsis, p�blico, personajes bien definidos, desarrollo, cl�max, etc., etc�tera.

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