ESTA TIERRA NOS PRECEDI�. Estaba antes de nosotros lleg�semos y la habitaban hombres que forman parte de nuestro pasado. La naturaleza y el hombre eran un todo, se integraban y se complementaban. Ella se entregaba al hombre y �l la trabajaba, la veneraba y la tem�a, porque de ella depend�a su vida. En este territorio, que pronto ser�a el Nuevo Mundo, los hombres todav�a eran hijos de la naturaleza. Adoraban al Sol por el calor que les daba y a la Luna por su brillantez. Las plumas de los p�jaros les ofrec�an los colores del arco iris y el agua era la vida. Eran, como los misioneros advirtieron pocos a�os despu�s, hijos de Dios, criaturas divinas que lo mismo mataban una liebre para satisfacer el hambre, que al hombre que les imped�a seguir su ancestral camino.
El paisaje que ahora vemos, �ser�a igual hace quinientos a�os? Cu�ntas veces, a lo lejos, contemplo los cerros de esta tierra y pienso en aquellos incansables caminantes que para obtener su alimento recorr�an, a�o tras a�o, lugares ya conocidos, recordando que all� flu�a todo el a�o un riachuelo, que all� un frondoso mezquite les ofrec�a sus frutos y que para cobijarse del mal tiempo estaban las cuevas de aquel cerro. Los parcos vestigios encontrados, las flechas, las pinturas rupestres, nos muestran la cultura que desarrollaron estos pueblos.
Quiero imaginar c�mo fue la sierra del Laurel, en donde ahora quedan apenas unos cuantos �rboles de esta especie, tan s�lo para mostrarnos que el nombre que se le dio obedeci� a una realidad ya pasada. Quisiera recorrer estas tierras y hacer un inventario de lo que existi� y de lo que queda. Ver c�mo la mano del hombre ha transformado o destruido un espacio que hasta hace quinientos a�os se manten�a virgen. Senderos trazados por la marcha del hombre se fueron convirtiendo en caminos carreteros. Montes y valles habitados por animales salvajes, se volvieron pastizales de ganado venido del Viejo Mundo. Y hombres forasteros, que en nada se asemejaban a los que viv�an, iniciaron un largo proceso de intercambio, violento y disparejo.
�C�mo eran estas tierras cuando se enfrentaron los mundos que nos dieron origen? �C�mo era la vida en este inmenso espacio denominado gran chichimeca, que en su mayor parte estaba inhabitado? En este extenso territorio viv�an muy diversos grupos de nativos n�madas que, en busca de sustento, recorr�an estacionalmente enormes distancias, tan s�lo limitadas por los reclamos de otros grupos. Hombres para quienes la guerra era la vida, pues de ella depend�a la conservaci�n de su espacio, y el bot�n arrancado al enemigo era parte de su sustento.
Estos llanos del altiplano, que por algo fueron denominados el gran tunal, no fueron propicios al establecimiento de pueblos agr�colas y sedentarios por su aridez, por su pobreza de r�os permanentes, y por la existencia de tribus n�madas guerreras. Tan s�lo unos cuantos y peque�os grupos lograron distinguirse de sus hermanos los chichimecas y abandonar la vida errante para establecerse en peque�as comunidades. La regi�n de Teocaltiche aloj� a los caxcanes. Aunque no lejos florecieron otros pueblos sedentarios como los del ca��n de Juchipila: Tlaltenango, el Te�l, Nochistl�n; en general nuestro territorio fue dominio chichimeca.
�Heredar�amos rasgos del car�cter de estos pueblos de guerreros ind�mitos? Algo tendremos de ellos, que si no nos viene por herencia directa, lo tenemos por el influjo del medio. De la contemplaci�n del paisaje. De la idea que nos formamos de un mundo abierto que nos permite la contemplaci�n de llanos amplios y cerros bajos.