Desde el punto de vista de la arquitectura civil, sin embargo, la obra más notable de la era porfiriana fue el teatro Morelos, inaugurado con gran pompa en agosto de 1885. Ya el gobernador Esteban Ávila había concebido en 1860 el "grandioso proyecto" de edificar un teatro, pero la falta de recursos y la inestabilidad de la época se lo impidieron. La idea fue retomada a principios de 1882 por el gobernador Rafael Arellano, quien organizó una compañía encargada de la construcción y se empeñó de manera personal en el asunto. Según él, se trataba de "una mejora de la mayor importancia para esta ciudad".
Con el apoyo del ayuntamiento y de algunos vecinos prominentes se adquirió el predio a propósito, se encargaron los planos al arquitecto José Noriega, se reunieron algunos recursos y las obras de construcción pudieron dar comienzo. En septiembre de 1883, cuando Arellano rindió ante el Congreso su último informe, los trabajos estaban muy adelantados. Francisco Gómez Hornedo, su sucesor, no sólo no interrumpió las obras, sino que le dio a la compañía encargada de la construcción más recursos y la animó a concluir lo antes posible.
De esta manera, el nuevo teatro Morelos pudo ser inaugurado el 25 de agosto de 1885, con una función en la que se dio cita eso que los cronistas de entonces y de ahora llaman "lo más selecto de la sociedad local". Desde el punto de vista arquitectónico la obra no carecía de encanto, con las esbeltas columnas de cantera de su fachada y un conjunto identificado claramente con el estilo neoclásico. La función inaugural corrió a cargo de la compañía del actor italiano Leopoldo Burón, quien deleitó al público con la puesta en escena del drama La muerte civil y de la comedia Los pantalones. Lo verdaderamente importante, sin embargo, no tuvo lugar arriba del escenario, sino en la sala, donde atildadas damas competían entre sí por la atención de caballeros a los que distinguía su aire de conocedores. La reunión, que en un sentido simbólico confirmó el ingreso de Aguascalientes a la era del progreso, fue presidida desde el palco central por el gobernador Gómez Hornedo y por su antecesor, Arellano.
De muchas maneras la pequeña y altiva élite local expresó su satisfacción ante el hecho de que, por fin, contaba con un espacio que satisfacía sus pretensiones de ilustración y esparcimiento. El pueblo tenía los toros, las peleas de gallos y las verbenas de barriada, pero el gobernador y los miembros de la legislatura, los profesores del Instituto de Ciencias y del Liceo de Niñas, los redactores de eso que se llamaba "prensa literaria", los hacendados y los dueños de las grandes casas de comercio vagamente intuían que su posición social los hacía merecedores de otra cosa. Ciertamente les interesaban menos la zarzuela y el teatro que la oportunidad de lucirse en sociedad, pero no debe ignorarse la enorme importancia simbólica de esos espacios y de lo que ahí sucedía. En una ciudad como Aguascalientes, que carecía del abolengo colonial que tenían Zacatecas o San Luis Potosí, el teatro Morelos vino a ser algo así como un certificado extemporáneo de legitimidad social.