El trabajo y los trabajadores

El trabajo y los trabajadores


Durante el Porfiriato se vivieron muchos cambios de la mayor importancia. Entre otros, destaca el que est� relacionado con el nacimiento del moderno proletariado industrial. Los antiguos talleres artesanales, administrados por su propio due�o y operados con t�cnicas tradicionales, dejaron su lugar a las grandes f�bricas, propiedad muchas veces de corporaciones internacionales y que contaban con la maquinaria m�s moderna. En esas f�bricas eran empleados cientos y hasta miles de obreros, sometidos a una disciplina que inclu�a jornadas de trabajo de 12 horas diarias y salarios que no alcanzaban a cubrir las m�s elementales necesidades.

De esta manera, los cambios no supusieron ninguna mejora en las condiciones de vida y trabajo de los obreros. Por el contrario, los empleados de las grandes f�bricas vieron c�mo se ampliaba el repertorio de sus padecimientos: a los bajos jornales, la mala alimentaci�n y la nula atenci�n m�dica tuvieron que a�adir la falta de vestuario y equipo adecuados, los frecuentes accidentes, las inhalaciones perniciosas y los numerosos inconvenientes derivados del hecho de vivir en la periferia insalubre de las grandes ciudades.

Para colmo de males, los trabajadores no contaban con organizaciones que los defendieran. El gobierno, aunque formalmente no objetaba ese derecho, proced�a casi siempre de manera muy parcial, adoptando como propio el punto de vista de los patrones. S�lo pudieron organizarse mutualidades y cooperativas, que favorec�an el trato entre s� de los trabajadores y la formaci�n de cajas de ahorro, pero que no pod�an actuar con su representaci�n en los muy frecuentes casos de dificultades, ni mucho menos oponer un dique a los abusos de los poderosos.

La Fundici�n Central, una de las dos m�s importantes industrias que se establecieron en Aguascalientes durante el Porfiriato, ofrece un buen ejemplo de la forma en la que eran tratados los trabajadores. Aunque se pagaban jornales de un peso diario, mucho m�s altos que los que imperaban en otras empresas, era necesario desquitarlos con creces, en jornadas de 12 horas diarias, en medio de un ruido infernal y de hornos que desped�an toda clase de emanaciones t�xicas. Las altas temperaturas, el acarreo de minerales reci�n fundidos, el desplazamiento de grasas y combustibles y la presencia permanente de gases venenosos eran algunos de los factores que permanentemente atentaban contra la salud y aun contra la vida de los trabajadores.

Las quemaduras de tercer grado, las ca�das desde grandes alturas y los golpes eran cosa frecuente en la metal�rgica, aunque casi sin excepci�n las desgracias eran atribuidas a la negligencia de los obreros. En un peri�dico local se lleg� a decir que los riesgos de trabajar en los hornos eran muy altos y que daba la rara casualidad de que "ning�n americano se emplea en ellos". A los quemados, adem�s, no se les proporcionaba ning�n auxilio. Los salarios mismos, aunque altos en t�rminos generales, eran desiguales, pues no hab�a extranjero que ganara menos de tres pesos diarios, y eso "en labores donde no aspiran los peligrosos gases metal�feros o carbon�feros", mientras que a los jornaleros mexicanos se les asignaban las tareas m�s rudas y se les pagaba mezquinamente.

En esa �poca hizo su aparici�n un fen�meno que con el paso del tiempo se consolid� hasta convertirse en una de las caracter�sticas distintivas de esta regi�n del pa�s: la emigraci�n de los trabajadores. La relativa sobrepoblaci�n de algunas regiones y la falta de oportunidades favorecieron el desarrollo de esa corriente migratoria. Aunque en estados como Zacatecas, en los que no se desarroll� de manera consistente la industria, el �xodo de trabajadores fue mucho m�s importante, conviene recordar los t�rminos en los que en Aguascalientes se dio.

�Qu� tantos trabajadores salieron y con qu� destino? Carecemos de datos precisos, pero es muy probable que los enganches hayan dado comienzo en 1895. Los enganchadores, que era como se conoc�a a los agentes encargados de reclutar trabajadores, publicaban avisos en los peri�dicos y enga�aban a la gente con la promesa de altos salarios que a la postre nunca se cobraban. El gobierno se alarm� ante el gran n�mero de trabajadores reclutados y prest� o�dos a los peri�dicos que hablaban de los abusos y enga�os de los que esa gente era v�ctima. En 1896 oblig� a los contratistas a pagar un impuesto de un peso por cada trabajador enganchado, lo cual no se tradujo en la reducci�n del flujo ni alivi� la situaci�n de los trabajadores, pero por lo menos permiti� llevar cierto control de la situaci�n. Gracias a ese impuesto sabemos que durante 1897 fueron enganchados 902 trabajadores, cantidad que disminuy� de manera sensible durante los siguientes a�os, tal vez a causa de la apertura en la ciudad de nuevas f�bricas y por el hecho de que el impuesto por cada trabajador sacado del estado se elev� hasta 10 pesos.

En su gran mayor�a los enganchados eran campesinos, procedentes de haciendas cercanas a la ciudad de Aguascalientes, como Los Cuartos, Pe�uelas, Santa Mar�a y La Punta. Hab�a tambi�n alba�iles, canteros y algunos otros trabajadores especializados. Unas veces eran llevados a Campeche o alg�n otro estado del sureste, con el prop�sito de que trabajaran en las plantaciones, y otras se les trasladaba a Chihuahua, en cuyas haciendas se les acomodaba como peones. Tambi�n se les llevaba hasta la frontera, con el prop�sito de trabajar en el tendido de v�as f�rreas. Algunos historiadores han hecho notar que de esa manera se form� un proletariado m�vil, que no ten�a ra�ces en ning�n lugar y que, incluso, pasaba parte del a�o en los estados norteamericanos fronterizos. Esos fueron los trabajadores que en 1910 engrosaron los ej�rcitos villistas, los cuales pudieron, sin ning�n problema, desplazarse a lo largo de buena parte del pa�s.

En el campo hab�a cuatro tipos de trabajadores bien diferenciados. Por su n�mero los m�s importantes eran los peones acasillados, que viv�an en las haciendas y estaban atados a ellas por deudas que muchas veces no pod�an liquidar durante toda una vida de trabajo. Para ellos exist�an las tiendas de raya, que los abastec�an de los enseres y alimentos m�s estrictamente necesarios, pero a precios exorbitantes En seguida tenemos a los temporaleros, que trabajaban en las haciendas s�lo durante la �poca de la cosecha y que proced�an de los ranchos y pueblos de indios cercanos. Eran trabajadores "libres", lo que significa que no eran sirvientes permanentes de las haciendas, aunque ello supon�a tambi�n que durante los a�os de sequ�a carec�an de la relativa seguridad con que contaban los acasillados.

Despu�s tenemos a los arrendatarios, que cultivaban a cambio de una renta anual fija porciones de tierra de extensi�n variable y que con frecuencia estaban obligados a prestar servicios en trabajo. Este sistema ten�a para las haciendas la ventaja de que se incorporaban gratuitamente tierras al cultivo, raz�n por la cual fue ampliamente favorecido a lo largo de todo el siglo XIX. A veces los arrendatarios pod�an hacer sus ahorros y convertirse en due�os de la tierra que ocupaban, como en el llano del Tecu�n, el cual, cuando se disolvi� el mayorazgo de Ci�nega de Mata, pas� a manos de sus muchos arrendatarios. Por �ltimo tenemos a los medieros o aparceros, que invert�an su trabajo en el cultivo de las tierras del patr�n y que compart�an con �ste lo cosechado. Su nombre lo deb�an al hecho de que los productos los part�an por mitades o a medias con el due�o de la hacienda. Personajes que con el paso del tiempo se convirtieron en pr�speros agricultores iniciaron su carrera como medieros. Gil Rangel, por ejemplo, que en 1861 compr� la hacienda de Ci�nega Grande, una de las m�s importantes del estado, fue durante muchos a�os mediero y arrendatario de los ranchos pertenecientes a las haciendas de San Jacinto y El Saucillo.

Los padecimientos de los campesinos fueron objeto de muchas cr�ticas, a las que ni el gobierno ni los patrones prestaron la menor atenci�n. Un famoso periodista norteamericano, el se�or John Kenneth Turner, public� en su libro M�xico b�rbaro una detallada relaci�n de los abusos y vejaciones de que eran v�ctimas los trabajadores del campo. Eran tantos y tan graves que los historiadores est�n de acuerdo en ver en ellos una de las causas principales del estallido de la Revoluci�n Mexicana. De otra manera no se podr�a explicar que el llamado de Madero hubiera sido seguido por tantos miles de hombres que, desesperados, estaban dispuestos a dar su vida a cambio de que ese estado de cosas cambiara. En El barz�n, un corrido aguascalentense nacionalmente famoso, se hace un recuento de esos padecimientos y se recuerda que en las tiendas de raya las cuentas eran hechas de manera tan abusiva que el pe�n siempre terminaba debi�ndole al patr�n.

Las mujeres, por su parte, aunque formaban una minor�a de la poblaci�n econ�micamente activa, o sea de la gente que ten�a un trabajo remunerado, desempe�aron actividades muy importantes. Para no hablar de los hogares, en los cuales su participaci�n siempre fue crucial e insustituible, recordemos que muchas de ellas eran empleadas como dependientas en el comercio. Otras muchas fueron contratadas como torcedoras en las f�bricas de puros y cigarrillos, mientras que, gracias a la apertura del Liceo de Ni�as, algunas tuvieron la oportunidad de convertirse en maestras, oficio en el que con el paso del tiempo tendr�an cada vez m�s presencia. Hab�a tambi�n tortilleras, costureras, lavanderas, criadas y pilmamas, que era el nombre con el que se conoc�a a las encargadas del cuidado de los peque�os en las casas de los ricos.

El cat�logo de padecimientos de las trabajadoras es muy amplio. Las torcedoras, por ejemplo, a�ad�an a los bajos salarios jornadas extenuantes de trabajo y el desarrollo muy frecuente de enfermedades en el aparato respiratorio. Las tortilleras, por su parte, empezaban a trabajar a las 3 o 4 de la ma�ana, preparando las tortillas que vender�an en el mercado, y no abandonaban las labores sino hasta bien entrada la tarde, cuando cocinaban el nixtamal que necesitar�an al d�a siguiente.

Las criadas trabajaban todo el d�a, realizaban las labores m�s variadas y muchas veces, con el argumento muy endeble de que se les daba "casa, comida y sustento", ni siquiera se les pagaba. Para colmo de males, en los casos de muchas mujeres habr�a que se�alar que, aparte del trabajo que desempe�aban en la f�brica o casa en que estaban empleadas, ten�an que llegar a la suya a cocinar; lavar, dar de comer a los ni�os y atender al marido.


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