Aguascalientes, "reino de la revolución"

Aguascalientes, "reino de la revolución"


La Convenci�n fue el principal intento para constituir un gobierno revolucionario de unidad. En efecto, entre el 10 de octubre y el 14 de noviembre de 1914 Aguascalientes se convirti� en "la capital de los ciudadanos armados de M�xico". Para los aguascalentenses la tranquilidad de la ciudad cambi� notablemente. Sus calles y plazas se vieron permanentemente abarrotadas y en ellas hubo temor y asombro. Los restaurantes y las fondas resultaron insuficientes, la alta demanda favoreci� la venta de alimentos en todos los negocios instalados y provisionales, inclusive en los puestos de comida al aire libre. Como era natural, los comestibles escasearon, al tiempo que sub�an de precio, y el comercio se vio inundado de toda clase de mercanc�as. Este ambiente fue descrito por la historiadora Anita Brenner con un singular estilo. "qui�n sabe de d�nde surgieron sujetos extravagantes y merolicos, que a cambio de un pu�ado de monedas ofrec�an a los visitantes infinidad de oraciones, yerbajos y amuletos para contrarrestar las tempestades, las plagas, la guerra y el hambre".

Durante esos d�as lleg� gente de todo el pa�s, el arribo de los trenes se multiplic�, los ruidos de la estaci�n del ferrocarril se intensificaron y muy pronto la ciudad entera se llen� de forasteros que hablaban la misma lengua pero con diferentes acentos y variadas formas de vestir. Seg�n observadores, "las v�as de la estaci�n se congestionaron y hubo necesidad de parar los trenes militares en las peque�as estaciones de Chicalote y Pe�uelas, a escasos kil�metros de Aguascalientes". Por tal raz�n, se improvisaron campamentos en las calles, jardines y llanos. Las mujeres desempe�aron tambi�n un papel protag�nico, muchas de ellas ya ven�an con las diferentes representaciones militares como soldaderas y se dedicaban a conseguir la comida y a pasear despreocupadamente entre la gente. A este esfuerzo se sumaron amas de casa de las barriadas de la ciudad y los pueblos, que iban a curiosear o a prestar ayuda.

La ciudad se convirti� en un lugar de todos, pobres y ricos, elegantes y mal vestidos, rudos y cordiales. Un lugar destacado ten�a la clase militar, ya que casi siempre andaban armados y mal encarados. "Iban y ven�an individuos de todas las cataduras que echaban maldiciones, ordenaban o inquir�an por sus batallones y regimientos; unos sombrerudos con huaraches y calz�n de manta, otros uniformados de caqui con sombrero tejano y otros m�s con sucios chaquetines y polvosos zapatos."

Como los hoteles y mesones pronto fueron insuficientes para dar alojamiento, los hoteles m�s austeros y las vecindades inmediatamente agotaron sus cuartos. "Las mujeres improvisaban enjambres de tenderetes de petate y manta trigue�a en los polvosos llanos vecinos" y algunos vagones de ferrocarril fueron habilitados como dormitorios y comedores. Los vecinos ricos de la ciudad ofrecieron alojamiento y alimentos a varios jefes y oficiales en sus casas. Algunos de los militares de rango superior se hospedaron en los hoteles Washington, Francia, Bellina y Par�s. Otros, como Pancho Villa, se alojaron en su propio vag�n en las afueras de la ciudad, protegidos por elementos de su estado mayor.

La gente pudiente de la ciudad que no quiso o no pudo huir escondi� en los lugares m�s insospechados joyas, monedas de oro y plata y cualquier otra pieza de valor que pudiera interesarles a los reci�n llegados. Tambi�n las mujeres m�s j�venes fueron ocultadas a los ojos de gente extra�a y ambiciosa. El temor que manifestaron estas personas estaba m�s que justificado, ya que hab�an llegado a Aguascalientes m�s de cien caudillos con sus respectivas guardias personales, todos ellos dispuestos a la lucha y al enfrentamiento directo.

La novedad del momento se prestaba para que surgieran conflictos a la menor provocaci�n. Muertos y heridos eran el saldo rojo de las ri�as y los pleitos callejeros entre soldados de las diferentes tropas que, estimulados por el alcohol y por su esp�ritu guerrero, al menor incidente sacaban sus armas y mataban al adversario. Los jefes y caudillos que asist�an a la Convenci�n de Aguascalientes llegaron a confundir estos altercados con la falta de garant�as, cuestionaron la neutralidad efectiva de la plaza y demandaron que se prohibiera la venta de alcohol.

Los aguascalentenses, no obstante el peligro latente, no perd�an la oportunidad para observar de cerca a los alzados, muchos de ellos se arremolinaban a la entrada del teatro Morelos para ver entrar y salir a los jefes de la Revoluci�n. Las an�cdotas y los chismes corr�an de boca en boca, propiciando el esc�ndalo. Sin duda lo que m�s impresion� a los aguascalentenses fue la recia personalidad de Pancho Villa. Impresionada por el caudillo, Anita Brenner escribi� en ese entonces que

Finalmente la reuni�n se suspendi� cuando la Convenci�n nombr� presidente al general Eulalio Guti�rrez, declar� rebelde a Carranza, y los villistas y zapatistas decidieron trasladar la Convenci�n a la ciudad de M�xico para perseguir al Primer Jefe, que se hab�a refugiado en Veracruz. Por fin Aguascalientes volv�a a su rutina.

Mauricio Magdaleno mencion� en alguna de sus obras el ep�logo de este hecho hist�rico con la siguiente observaci�n:


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