De entre estos grupos se desprendi� un barco pirata que en 1559 recorri� la costa de Campeche asaltando los nav�os que pasaban por el litoral; en 1561 otro buque de orig�n franc�s lleg� a Campeche sorprendiendo a las embarcaciones que estaban fondeadas, asaltando y quemando casas de la villa (noche del 17 de agosto). Este acontecimiento tuvo lugar en la �poca en que Diego Quijada apenas se hab�a instalado en el gobierno peninsular en M�rida; existi� un relato del propio don Diego, pero el que la historiograf�a ha podido recoger es el de Bautista de Avenda�o, alcalde mayor de Veracruz, en carta al rey el inmediato 28 de septiembre: a San Francisco de Campeche llegaron 30 franceses salidos de tres nav�os que andaban en la costa; robaron y quemaron de noche; los habitantes con temor y alboroto huyeron al monte, donde estuvieron hasta el momento en que se dieron cuenta de que los salteadores se iban con lo robado, que era todo lo que ellos ten�an, adem�s de cinco mujeres. No queriendo permitir la huida se embarcaron en peque�os botes hasta 15 vecinos y otros tantos soldados que hab�an llegado un d�a antes de la Florida; �stos alcanzaron a los piratas matando a 15 de ellos y apresando a otros cinco; los dem�s llegaron al mar y en el batel que ten�an se fueron a sus naves, abandonando todo lo robado; los detenidos dijeron que eran cinco los nav�os que andaban al corso y despu�s de la confesi�n fueron ahorcados. El hecho fue alarmante y el gobernador Quijada tom� la decisi�n de ir a Campeche acompa�ado de una fuerza de auxilio, diciendo: "Hice alarde y rese�a de armas y dej� bandera y tambor". Nombr� caudillo y otros oficiales de guerra; desfilaron 25 arcabuceros y algunos piqueros y rodeleros, todos diestros en tomar las armas y �tiles en tiempo de necesidad. �stos fueron los dos primeros ataques conocidos que casi coincidieron con el establecimiento de los piratas en la Isla de Tris; su estancia en este lugar no fue casual, pues la regi�n isle�a contaba con numerosos accidentes geogr�ficos y diversas salidas al mar desde la laguna, lo que les conced�a un sitio seguro y escondite estupendo.
Para 1573 ya se ten�a conocimiento de que los salteadores se encontraban establecidos en laguna de T�rminos, y Dampier, quien visit� la regi�n en 1675, afirm� que en aquel entonces hab�a cerca de 250 piratas entre ingleses, irlandeses y escoceses; dice Bol�var que estos hombres de la laguna, como se les llamaba, se asentaron en grupos peque�os no mayores de 10. Constru�an sus casas con troncos de arbustos y techos de huano; sus lugares preferidos eran las peque�as lagunas o ensenadas donde estuviesen m�s cerca de la madera.
Campeche fue puerto agobiado por la codicia del pirata; para ser marino se necesitaba ser valiente, pero para ser pirata hab�a que ser valiente como el m�s denodado de los marinos. Un pirata era un renegado de la tierra, a la que s�lo hab�a de volver para asaltarla o, vencido y prisionero, para ser llevado a la horca. Los corsarios no eran piratas formalmente, porque obraban con autorizaci�n y dependencia de un Estado para atacar otra entidad enemiga. Los piratas o filibusteros, por el contrario, no depend�an de naci�n alguna, recorr�an los mares por su propia cuenta; estaban calificados como ladrones de mar, de antemano estaban condenados a muerte. John Hawkins, al frente de los barcos Uni�n, Jes�s de Lubeck, El �ngel, el Swallow y el Judith que llevaba a bordo a quien ser�a el famoso Halc�n de los Mares, Francis Drake, lleg� a Campeche en 1568 y apres� un nav�o en que llegaban el se�or Agust�n de Villanueva y dos frailes. �stos fueron los proleg�menos de otros d�as que seguir�an pre�ados de sobresaltos, en los que se comunicaba a las poblaciones la necesidad de educarse en el plantel del valor para salvaguardar la vida y la existencia de las familias.
Por el a�o de 1573 volvi� la inquietud, relativa a la necesidad de la guardia costera nombr�ndose vig�as que, ubicados en la proximidad de las poblaciones, ten�an la misi�n de permanecer atentos para avisar cuando descubrieran velas sobre el horizonte. Las fuerzas de tierra carecieron de organizaci�n, hasta que se supo de la captura de Santo Domingo por parte de los ingleses (aproximadamente en 1586); entonces se alistaron las milicias y se pas� revista general, a pesar de lo cual nada sucedi� en esos momentos. El acecho requer�a de su espacio.
Los asaltos no ten�an distancia, sino m�s bien proximidad entre unos y otros: antes de finalizar el siglo XVI, el 21 de septiembre de 1597, William Parker desembarc� sigilosamente por el barrio de San Rom�n. En complicidad con un vecino de nombre Juan Venturate, asalt� y saque� a la poblaci�n, pero �sta, al recuperarse de la sorpresa, lo oblig� a huir. Venturate, capturado, tuvo como destino el ser descuartizado; por su parte, William Parker llev� a cabo una incursi�n violenta y audaz, pues primero desliz� frente al puerto su nav�o de gran porte, un patache y un lanch�n, como amenaza que mantuvo por varios d�as, hasta que, logrando la confianza de los pobladores en el sentido de que era una intimidaci�n, desembarc� obligando a los campechanos a refugiarse en el convento de San Francisco. Ah� se fueron reuniendo hasta que decidieron defenderse, bajo el mando de Pedro de Interi�n; los campechanos se enfrentaron a los piratas en las callejuelas de la ciudad, trab�ndose la lucha cuerpo a cuerpo con mosquetes y espadas. Finalmente Parker orden� a sus hombres que se retiraran rumbo a la playa para alcanzar el nav�o abordando sus botes; el repliegue se convirti� en huida, dejando el bot�n y al c�mplice en tierra, pero logrando salvarse. Los perseguidores, estimulados por la victoria, organizaron el seguimiento en el mar ayudados por otra embarcaci�n enviada por las autoridades de M�rida; los dos barcos espa�oles dieron alcance a los piratas, y la fragata al mando de Alonso de Vargas Machuca captur� el patache que, custodiado, fue llevado al puerto de Campeche. Parker no cedi� en coraje, siguiendo a distancia a las embarcaciones espa�olas para recuperar el patache. No consigui� su prop�sito a pesar de haber vigilado la costa por m�s de 15 d�as, porque cuando se acercaba, los disparos de la artiller�a lo obligaban a tomar distancia; fue as� que desisti�, abandonando la intenci�n y a algunos piratas aprehendidos.
En el mes de agosto de 1633 aparecieron navegando frente a Campeche 10 nav�os que se creyeron mercantes hasta que izaron la bandera propia de los bucaneros; holandeses, franceses, ingleses y algunos portugueses, eran los tripulantes que obedec�an al llamado Pie de Palo y a Diego el Mulato. Desembarcaron por la parte de San Rom�n cerca de 500 hombres que avanzaron sobre el centro de la poblaci�n; enfrentaron las primeras defensas recibiendo fuego de mosquetes y artiller�a. En esta batida perdieron la vida 25 hombres, pero durante la r�plica cay� herido de muerte el capit�n Domingo Galv�n Romero, quien era padrino de bautizo de Diego el Mulato en Cuba. La lucha se llev� a cabo en calles y plazuelas hasta que los piratas quedaron due�os de la villa y los espa�oles se retiraron al convento de San Francisco. Los bucaneros saquearon las casas de los principales vecinos, intentaron infructuosamente un rescate de 40 000 pesos y huyeron llev�ndose algunos prisioneros y rob�ndose de paso las trozas de palo de tinte que flotaban en la playa, esperando ser cargadas por otros nav�os. Pie de Palo muri� poco tiempo despu�s de este asalto, al naufragar sus barcos frente a las playas de Cuba.
Diego el Mulato fue un personaje que Justo Sierra O'Reilly incorpor� a la novel�stica peninsular al publicar la breve novela El filibustero en el peri�dico Museo Yucateco, donde refiri� bajo el anagrama de Jos� Turrisa la leyenda del episodio amoroso entre el corsario y una joven campechana, quien termin� los �ltimos d�as de su existencia perturbada de sus facultades mentales al descubrir que el personaje de su afecto hab�a asesinado a su padre.
A trav�s de los siglos, los hechos pir�ticos, adem�s de tener repercusiones pol�ticas, influyeron en la literatura regional; junto a Sierra O'Reilly est� el poeta yucateco Jos� Antonio Cisneros, autor de un drama hist�rico que titul� Diego el Mulato, escrito que le vali� popularidad y gloria trat�ndose el mismo asunto que en El filibustero. El drama de Cisneros conserva la misma fisonom�a que la novela de Sierra, excepto al final. Diego el Mulato tiene un lugar especial en los relatos, pues hubo cronistas que designaron a Campeche como su lugar de origen, aunque otros, como P�rez Mart�nez, citando a Tom�s Gage �autor de un libro sobre viajes�, refiere que era habanero, a pesar de haber residido algunos a�os en la ciudad de las murallas; el autor antes citado refiri�:
Este mulato habiendo sido maltratado por el gobernador de Campeche, al servicio del cual estaba, y vi�ndose desesperado, se arriesg� en un barco y se puso al mar, donde encontr� a algunos buques holandeses que esperaban hacer alguna presa. Dios quiso que abordase felizmente estos buques donde �l esperaba encontrar m�s favor que entre sus compatriotas; se entreg� a ellos y les prometi� servirles fielmente contra los de su naci�n que lo hab�an maltratado, y aun azotado en Campeche [...]
En 1635 los piratas persiguieron un nav�o cuando estaba pr�ximo a desembarcar un nuevo gobernador de la provincia. Jackson saque� Champot�n en 1644 ante la imposibilidad de desplegarse en Campeche; amag� con una poderosa escuadra de 13 nav�os bien armados y 1500 hombres. El entonces gobernador Enrique D�vila Pacheco acudi� al puerto, donde organiz� las fuerzas para evitar la invasi�n, uni�ndosele tripulantes de los nav�os de la flota que hab�a arribado procedente de C�diz. En Champot�n, desierto porque sus pobladores ya sab�an de la proximidad de Jackson, los piratas desembarcaron y se aprovisionaron de carne de res, saqueando parroquias, aprehendiendo a algunos ind�genas y sorprendiendo a los frailes Antonio V�zquez y Andr�s Navarro. Habiendo consumado su misi�n y navegado a Cuba, tres nav�os tropezaron en Cayo Arcas y los otros nueve zozobraron en medio de una tormenta.
Juan Canul renov� la tradici�n de la mariner�a con un hecho singular cuando, en julio de 1654, preparando sus arreos de pesca se hizo a la mar rumbo al Morro. Encontr�ndose en esta faena con varios compa�eros y sin prestar mayor atenci�n, vio acercarse un nav�o; cuando �ste se encontaba ya junto a sus fr�giles embarcaciones, Canul y sus compa�eros se dieron cuenta de que era un barco pirata. Desde luego que cayeron prisioneros, y habiendo sido subidos a bordo, sintieron real la posibilidad de ser vendidos como esclavos en alg�n lugar de las Antillas; con valor temiendo un futuro tr�gico, atacaron a cuchillo a los bucaneros cuando se prove�an de alimentos en Dzilam. Habiendo matado al capit�n, sujetado a algunos piratas y dejado en tierra a otros, Canul y los suyos regresaron con la nave a Campeche, donde fueron recibidos con alegr�a. La fragata se incorpor� a la patrulla de la costa y a Canul se le concedi� el grado de capit�n; adem�s, conserv� las ropas de un pirata que, se cuenta, usaba en celebraciones especiales.
En 1661 una flotilla dirigida por filibusteros al mando de Henry Morgan rob� el cargamento de dos fragatas que acababan de arribar al puerto; tard�amente se hab�an comenzado las obras de defensa y s�lo en 1656 se levantaron las primeras fortificaciones en San Rom�n, a la orilla del mar, tambi�n llamadas fuerza de San Benito; tambi�n se erigieron la del Santo Cristo de San Rom�n, complemento de la anterior, y el baluarte de San Bartolom�. En 1659 piratas ingleses al mando de Christopher Ming sitiaron el puerto, desembarcaron y durante cinco d�as se dedicaron al saqueo, tomando rehenes y llev�ndose 14 nav�os. El 9 de febrero de 1663, con Mansvelt al frente, otro grupo de piratas saque� casas y desarticul� las d�biles fortificaciones, no sin antes mostrar su car�cter impetuoso y cruel, pues se ha dicho que hasta entonces nunca antes se hab�a matado con tanta sangre fr�a.
Hubo grupos de filibusteros que atacaron hasta dos veces en un mismo a�o. Tal fue el caso de Bartolom�, quien en 1663 desembarc� pr�ximo a Campeche, y aunque quem� una hacienda, sus hombres se vieron obligados a huir por las fuerzas del capit�n Maldonado, quien jefaturaba a 200 infantes espa�oles y 600 indios flecheros. En la acci�n se apres� al pirata, cuya astucia le permiti� escapar, en haza�a de incre�ble imaginaci�n y entereza. Despu�s de esto, repiti� sus ataques. Las poblaciones del Golfo de M�xico y el mar Caribe eran itinerario imprescindible para sus amenazas y saqueos; cuando no sorprend�a una poblaci�n, atacaba otra, efectuaba r�pidos desembarcos o en altamar se lanzaba al abordaje y robo de naves espa�olas. La gravedad de los sucesos y la incapacidad de las instancias burocr�ticas eran elementos que acentuaban el desorden: en 1671, las cortes espa�olas informaron al virrey de la Nueva Espa�a que el comercio del palo de tinte hab�a aumentado considerablemente en Europa, haci�ndole saber, adem�s, que los piratas estacionados en la laguna de T�rminos vend�an m�s quintales de madera que los que se exportaban por Campeche, motivo adicional para fortalecer la idea de expulsarlos.
Roberto Chevalier re�ne la audacia, el valor y el destino de la conversi�n. Originario de los reinos franceses, apareci� en Am�rica como un hombre con cualidades para escapar de c�rceles y presidios; como ave de rapi�a al acecho tuvo en la isla de T�rminos una presa apetecible a la que atac�, hartando sus bodegas de palo de tinte. Un buen d�a desapareci� de las rutas usuales de los bucaneros y no se supo m�s de �l; sin embargo, el talento del investigador J. Ignacio Rubio Ma�� descubri� en el Archivo del Museo Arqueol�gico e Hist�rico de Yucat�n la verdadera personalidad de un hombre descendiente "de personas recomendables, conforme refiere la voz p�blica, no s�lo por su eximia probidad, sino tambi�n por su casta ilustre de la primera nobleza bretona"; as� fue como despu�s de ausentarse del medio de la aventura en 1667, surgi� Alberto Caballero, principal actor en el altar de la parroquia de Campeche al momento de contraer matrimonio con In�s Salgado, hija del sargento mayor de la villa y puerto; procre� numerosa familia y fue designado artillero del castillo de San Benito, en M�rida; la nominaci�n provoc� deliberaciones y estando por decretarse la revocaci�n, Alberto Caballero present� un documento firmado por el rey validando que pod�a disfrutar de los privilegios de su nombramiento, por lo que ocup� y desempe�� el cargo hasta su muerte en 1716.
En 1667 la flotilla que dirig�a Lewis Scott desembarc� en Campeche, villa que saque� por tres d�as y dej� en ruinas. En 1672 Laurent Graff, tambi�n conocido como Lorencillo, baj� por la playa de San Rom�n y el 31 de marzo quem� el astillero y dos fragatas; sin atreverse a penetrar a la plaza, regres� a sus barcos y en el mar detuvo un nav�o procedente de Veracruz al cual rob� un valioso cargamento y 120 000 pesos en barras de plata; despu�s, amag� Tabasco y el 12 de abril rob� e incendi� el pueblo de Champot�n. En 1678 Lewis Scott tambi�n saque� Campeche durante tres d�as habiendo robado no solamente plata, y otros objetos de valor, sino que en su retirada se apoder� de un barco cargado y destinado para salir pronto hacia Veracruz.
La cr�nica de este asalto informa que los malhechores no fueron molestados en sus acciones, si bien se les escap� una fragata que estaba en franquicia, as� pudo marear sus velas y escapar. El robo fue tremendo, pero lo que m�s constern� a la provincia fue que el enemigo se llev� cautivas a m�s de 200 familias, entre ellas un centenar de ni�os, por todos los cuales pidi� considerable rescate.
Lo anterior volvi� a plantear con m�s formalidad la necesaria fortificaci�n de la ciudad. El ingenioso Mart�n de la Torre fue el autor intelectual de la obra; se�al� la importancia del amurallamiento para que Campeche volviera a tener la supremac�a en la exportaci�n del palo de tinte, ya que para entonces hab�a sido desplazado por la isla de T�rminos, desde donde se comerciaba con los ingleses de Jamaica y con los traficantes de Isla Tortuga. El a�o de 1685, precisamente el mes de julio, fue dram�tico: Laurent Graff y Agramont, contando con cerca de un millar de hombres, no solamente atacaron Campeche y permanecieron en ella varios d�as, sino que tambi�n se desplazaron hacia los ranchos Multunchac, Ebul�, Castamay, Chibik, Uayam�n, Kob�n y los pueblos de Chin�, Santa Rosa, Samul� y Tixbulul (Lerma). El despliegue de m�s de una decena de nav�os y cerca de 1300 hombres fue un acto no s�lo vand�lico sino una invasi�n de las m�s temibles y tan impune que les fue posible robar villas, estancias y poblados del interior, llev�ndose no �nicamente riquezas y las acostumbradas maderas, sino tambi�n productos agr�colas con los que llenaron sus bodegas.
Todav�a en 1692, otros siete buques piratas amagaron Campeche, pero m�s tarde se fueron a la isla de Jaina, donde capturaron algunas embarcaciones que transitaban por aquel lugar; el 18 de enero de 1708 Barbillas, procedente de la Isla de Tris y al mando de cuatro embarcaciones, desembarc� y quem� Lerma; estuvo al acecho frente a Campeche y pudo apresar el bajel en que llegaba Fernando Meneses Bravo a hacerse cargo de la provincia y por cuya familia pidi� un rescate que hubo que cubrir.
Fue as� como Campeche padeci� durante 128 a�os las incursiones de estos malhechores, cuya declinaci�n comenz� en 1713, cuando Espa�a e Inglaterra firmaron los Tratados de Madrid y de Utrecht, que confirmaron a Inglaterra los derechos sobre las islas y territorios concedidos en el anterior Tratado de Madrid de 1670.
La pirater�a no fue solamente una serie de acontecimientos, sino que estableci� una cultura posible de rastrear en las construcciones de casas y edificios, en la historia, en la literatura del siglo XIX, incluyendo la poes�a, cuentos y leyendas del siglo XX; son numerosas las obras que tratan este tema, como la de Pedro F. Rivas, El caballero del �guila, donde habla de que algunos piratas, traficando con mercanc�as, operaban el contrabando; Eduardo V. Aznar escribi� El tesoro del pirata, y Mario Abril, Don Rodrigo de C�rdova; Nazario Quintana Bello se apoy� en Barbillas para escribir Do�a In�s de Salda�a, y as� otros escritores. Recientemente Humberto Herrera Baqueiro public� un ensayo sobre Diego el Mulato cuyo final es, obviamente literario y sugiere que el pirata defendi� la honra de una dama poni�ndola a salvo de las canalladas de un caballero andante.