M�rito y memoria de las fortificaciones


El desarrollo de esta historia fue el sustento para que el monarca espa�ol Carlos III expidiera, el 1� de octubre de 1777, el t�tulo de ciudad a la antigua villa de San Francisco de Campeche. Poco despu�s se dispuso la distinci�n de un escudo her�ldico, no sin antes haberse estudiado tres propuestas, en las que se jug� con las figuras de los baluartes y los galeones que Herrera Baqueiro ha se�alado con acierto que nos hacen evocar tiempos idos, de duelos y abordajes, de comercio mar�timo con ultramar; de palo de tinte y cera; de f�brica de barcos construidos con madera dura y preciosa (jab�n, guayac�n, chact�, cedro rojo y caoba rubia) del maderamen del Sant�sima Trinidad y del Santa Ana, construidos por carpinteros de ribera para la marina de guerra de Espa�a. El primer buque, insignia de la Armada espa�ola, era el m�s grande del mundo en ese entonces y el m�s s�lido; los frescos de la batalla de Trafalgar atestiguan la participaci�n de las dos naves. En el escudo alternan dos castillos almenados en campo de gules y dos galeones espa�oles en campo de azur, todo ello orlado con el cord�n de San Francisco y la Corona Real.

Los �ltimos servicios prestados por la muralla fueron la defensa de la plaza en la guerra contra los franceses, que culmin� el derrumbe del imperio de Maximiliano en 1867; desde entonces qued� en el m�s completo abandono; a pesar de ello, el viajero parisino Desir� Charnay escribi� a fines del siglo XIX:

En junio de 1893 principi� el derrumbe de la muralla, cuando dispusieron la abertura de un boquete frente al cuartel federal para darle vista al mar. As�, la falta de imaginaci�n y de visi�n del futuro, por parte de autoridades y pobladores, consintieron la paulatina demolici�n de una parte del lienzo y de la puerta del muelle o de mar. La apertura de calles y el establecimiento de l�neas tranviarias tambi�n impulsaron el derrumbe de otras partes. Un hombre quiso mutilar la historia: el coronel Fernando Lapham. Ra�l Pav�n ha imaginado que en los rostros de los testigos se dibuj� un rictus de tristeza, menos en el de quien calzaba botas y ce��a reluciente espada. Se o�a el eco l�gubre de los golpes del acerado zapapico rompiendo las piedras de las antiguas murallas, aquellas marcadas por las cicatrices de 1824, cuando pele� el coronel Jos� Segundo Carvajal; las que en 1839 resistieron el empuje de las tropas de Sebasti�n L�pez de Llergo; el lienzo que en 1842 particip� en la huida que emprendi� la columna expedicionaria mexicana bajo el fuego de sus 200 ca�ones; las que desafiaron a la flota francesa en 1862 y expulsaron a los imperialistas en 1867; esta presencia se hiri� en aquella ocasi�n desgraciada. Joaqu�n Baranda dijo en 1909: "La muralla fue el orgullo de los campechanos y, como hoy ha ca�do por exigencias de la civilizaci�n y de la higiene, los campechanos viejos se han emocionado profundamente a la vista de lo que, en su concepto, ha sido una verdadera profanaci�n".


Índice generalAnteriorÍndice de capítuloSiguiente