EN LOS PRIMEROS A�OS del siglo XVIII comenz� una febril historia de poblamiento en la porci�n norte�a de la Nueva Vizcaya a causa del descubrimiento de las minas de Santa Eulalia y la formaci�n casi simult�nea de la villa de Chihuahua. �sta ser�a la �ltima gran experiencia de poblamiento basada en la miner�a, tal y como lo hab�an sido Parral y Cusihuiriachic en el siglo XVII. En adelante, los movimientos de poblaci�n obedecer�an a otras razones, como veremos en los cap�tulos siguientes.
Desde 1652 se sab�a de la existencia de vetas de plata en un lugar situado a unas 25 leguas (o 100 kil�metros) al noreste de Cusihuiriachic. Algunos espa�oles hab�an visitado y denunciado incluso esos dep�sitos. Por lo menos hubo dos intentos de poblar con espa�oles esa zona, pero ambos fracasaron a causa de la hostilidad de los indios. Sin embargo, para fines del siglo XVII ya se hab�an establecido varias labores y estancias, entre ellas la de Tabalaopa, la labor de Dolores, la de Sacramento, el S�uz y Encinillas. Tambi�n algunos mineros hab�an empezado a trabajar minas cercanas desde 1704. Sin embargo, hasta febrero de 1707, esta zona no ten�a gran fama minera. En ese mes y a�o tuvo lugar el denuncio de la primera mina de Santa Eulalia, que de inmediato comenz� a explotarse. Durante el resto de 1707 y primeros meses de 1708 hubo m�s denuncios que atrajeron a m�s pobladores. Mineros poderosos y no tan poderosos de Parral y Cusihuiriachic no tardaron en aparecerse por Santa Eulalia. Levantaron sus instalaciones mineras y sus casuchas; por supuesto que tambi�n llegaron trabajadores, operarios, vagos, que se acomodaron en las laderas del angosto ca��n. El gobernador de Nueva Vizcaya consider� oportuno nombrar una autoridad en el nuevo mineral. El elegido fue el capit�n del presidio de San Francisco de Conchos, Juan Fern�ndez de Retana, quien fungir�a como primer alcalde mayor de Santa Eulalia.
Pero casi de inmediato surgi� un conflicto. Algunos de los pobladores del nuevo mineral consideraban necesario fundar la cabecera en otro lugar que contara con mejores condiciones, principalmente con mayor cantidad de agua, tanto para los usos dom�sticos como para el beneficio de metales. Retana accedi� a que el asentamiento se estableciera en la junta de los r�os Sacramento y Chuv�scar, un lugar situado a unas cuatro leguas al oeste de las minas reci�n descubiertas. Sin embargo, la muerte de este militar, ocurrida en febrero de 1708, complic� el tr�mite. El mism�simo gobernador de Nueva Vizcaya, Deza y Ulloa, se aperson� durante 1709 en el nuevo mineral y palp� la evidente divisi�n de opiniones que exist�a entre los vecinos sobre d�nde ubicar la cabecera y el nuevo poblado. Unos prefer�an el mismo mineral, otros la junta de los r�os. Deza y Ulloa convoc� a los mineros, militares y vecinos principales para resolver la disputa. De la reuni�n result� un empate, por lo que el gobernador decidi� inspeccionar ambos lugares. Luego de esa inspecci�n, el 12 de octubre de 1709 Deza y Ulloa expidi� un decreto en el que por un lado situaba la cabecera de la alcald�a mayor en junta de los r�os y por otro prohib�a a los mineros de Santa Eulalia erigir construcciones s�lidas en ese lugar, salvo una iglesia "c�moda". De esa manera naci� lo que en principio se llam� San Francisco de Cu�llar y m�s tarde San Felipe el Real de Chihuahua. Para tomar esta decisi�n, el gobernador tuvo muy presentes las reales ordenanzas de 1573, que indicaban que las fundaciones de nuevos asentamientos deb�an hacerse junto a los r�os.
Seg�n Guillermo Porras Mu�oz, en las discusiones en torno al lugar en donde deb�a establecerse la cabecera administrativa, se tom� muy en cuenta tambi�n el hecho de que una poblaci�n ubicada en la junta de los r�os ten�a mejores posibilidades para enfrentar los ataques de los indios enemigos. Si bien en ese tiempo los indios estaban en paz, no se olvidaban las terribles experiencias del conflictivo siglo XVII.
Sobre el surgimiento de Chihuahua deben hacerse por lo menos tres consideraciones. La primera es que con la decisi�n de separar los asentamientos, por un lado la cabecera y por otro el mineral, en realidad surgieron dos poblaciones. Pero Santa Eulalia siempre ser�a un n�cleo dependiente de Chihuahua, a pesar de hallarse junto a riqu�simas vetas. Por esa raz�n hay que hablar siempre de Chihuahua-Santa Eulalia, por lo menos durante el siglo XVIII. La segunda es que estos dos nuevos n�cleos de poblaci�n surgieron lejos de la columna principal de la expansi�n espa�ola, es decir, el corredor constituido por el distrito minero de Parral al sur y la misi�n de Casas Grandes y el presidio de Janos al norte. La historia subsiguiente puede resumirse en c�mo el eje espacial de este territorio se "movi�" hacia el oriente, hacia las tierras m�s bajas y c�lidas, es decir, hacia Chihuahua. La tercera consideraci�n tiene que ver precisamente con el t�rmino "Chihuahua". Con la fundaci�n de estas dos poblaciones comenz� en sentido estricto la historia de Chihuahua, porque de no haber existido Chihuahua o de haber sido Santa Eulalia un mineral peque�o y precario, la historia de esta tierra muy bien pudo haber sido la historia de Parral, el n�cleo de mayor importancia hasta entonces. En unas cuantas d�cadas, el asentamiento formado en torno a Chihuahua-Santa Eulalia ganar�a peso e influencia como ninguna otra poblaci�n, y por ello en el siglo XIX nadie le disputar�a el derecho de fungir como capital de una jurisdicci�n que, de paso, tambi�n llevar�a su nombre.
El fen�meno demogr�fico t�pico de los descubrimientos mineros se reprodujo en Chihuahua, si bien no con la velocidad asombrosa de Parral. En 1709 hab�a apenas 40 vecinos en las dos poblaciones; en 1716 los vecinos ya eran 336, unos 1700 habitantes. En 1725 se contaban 214 vecinos en Santa Eulalia y casi 300 en Chihuahua, es decir, unos 2500 habitantes. De Parral, Cusihuiriachic, el Valle de San Bartolom� y Durango llegaron ricos y pobres, mineros y trabajadores, religiosos, vagos y artesanos. Poco a poco se fue formando la nueva poblaci�n. En 1715, Trasvi�a y Retes, uno de los enriquecidos con las minas de Santa Eulalia, don� 18 000 pesos para construir la primera iglesia en Chihuahua, dedicada a Nuestra Se�ora de Regla y a San Francisco. En 1717 se nombr� como santo patr�n de Chihuahua a San Francisco, con lo cual la fecha de su celebraci�n, el 4 de octubre, tendr�a una importancia duradera; todav�a en nuestros d�as el gobernador del estado toma posesi�n en esa fecha. Hacia 1720, tanto jesuitas como franciscanos, gracias a valiosas donaciones y apoyos de particulares, comenzaron a edificar sus instalaciones en Chihuahua. Los jesuitas construyeron el Colegio de Nuestra Se�ora de Loreto, justamente donde ahora es el palacio de gobierno. All� se iniciaron las primeras clases formales. Las casas, casuchas, haciendas de beneficio de metales, algunas labores, comenzaron a configurar el nuevo escenario en las m�rgenes del r�o Chuv�scar.
El r�pido crecimiento de Chihuahua exigi� la creaci�n de nuevas jurisdicciones. As�, por medio de un decreto, el virrey autoriz� en 1718 la elevaci�n de San Francisco de Cu�llar a la categor�a de villa y la creaci�n de un corregimiento. Este mandato desat� un conflicto entre el virrey y el gobernador de Nueva Vizcaya, quien alegaba que el decreto del virrey vulneraba su autoridad. Finalmente, en 1723 un decreto del gobernador de Nueva Vizcaya ratific� la creaci�n del corregimiento, aunque subordinado a su autoridad. Por si hiciera falta, una columna de soldados dio a conocer en la villa de Chihuahua la decisi�n del gobernador.
Los ajustes jurisdiccionales mencionados implicaban, adem�s de un nuevo nombre a la poblaci�n (San Felipe Real de Chihuahua), contar con una autoridad de mayor rango y, algo muy importante, con ayuntamiento. Chihuahua tuvo desde entonces un corregidor que gobernar�a junto con el cabildo, cuyos miembros eran los vecinos importantes, mineros y comerciantes. Por su parte, Santa Eulalia contar�a con un teniente, una autoridad subordinada a las autoridades de Chihuahua. Eso significaba que Santa Eulalia vivir�a sin ayuntamiento. La villa de Chihuahua se convirti� en el lugar de recreo de los trabajadores mineros de Santa Eulalia, a donde acud�an los fines de semana y en especial en la primera semana de octubre cuando se celebraba con gran bombo y platillo la festividad de San Francisco.
Del mismo modo, en 1718 se autoriz� la creaci�n de la parroquia de Chihuahua, con un territorio que antes pertenec�a a la parroquia de Cusihuiriachic. Sin duda alguna, estas modificaciones en las jurisdicciones civiles y religiosas expresaban con claridad el poder�o de la din�mica social desatada en torno a la explotaci�n de las vetas de plata de Santa Eulalia. Una mayor densidad de poblaci�n exig�a nuevas autoridades, con mando en circunscripciones territoriales m�s precisas.
Cabe se�alar que tanto la alcald�a mayor y el corregimiento, como la parroquia de Chihuahua, se hicieron a costa de atribuciones jurisdiccionales de Cusihuiriachic, que de ese modo comenzaba su larga historia de decadencia. De la misma manera, esa decadencia entra�aba el fortalecimiento paulatino de Chihuahua como cabecera de este vasto espacio ubicado en la porci�n norte�a de la Nueva Vizcaya.
La nueva poblaci�n comenz� a ser paso obligado de las caravanas y arrieros provenientes de Durango y de Santa Fe y Paso del Norte. Con el tiempo, los comerciantes espa�oles asentados all�, en su mayor�a de origen vasco, establecieron un fuerte control sobre ese tr�fico, apoyados en la riqueza enorme extra�da de las vetas de Santa Eulalia. El n�mero de comerciantes aument� al ritmo de la poblaci�n: en 1709 siete vecinos se declararon comerciantes, mientras que en 1716 eran ya 16 y en 1719 la cifra llegaba a 44 tenderos, tanto en Santa Eulalia como en Chihuahua. Para 1724 se reconoc�a que estos comerciantes no s�lo compraban mercanc�as para la poblaci�n local sino que se hab�an convertido en grandes intermediarios que revend�an productos en varias poblaciones cercanas y tambi�n en El Paso y Santa Fe. Desde entonces, y durante un siglo, los comerciantes chihuahuenses controlaron el comercio con Santa Fe. El atributo de centro comercial de Chihuahua era reconocido en los a�os de 1740:
Es poblaci�n grande, y bien dispuesta en la simetr�a de sus edificios, y su principal comercio es el de las platas por la opulencia de sus minas, haci�ndola populosa los muchos traficantes que entran en ella, as� al rescate de las platas como al expendio de g�neros de mercader�a de este Reyno y de la Europa.
Este desarrollo comercial obedec�a tambi�n al hecho de que la creciente poblaci�n —estimada en unas 17 000 almas en 1742— exig�a productos que ten�an que llevarse desde lugares m�s o menos lejanos, porque Chihuahua creci� sin una zona agr�cola cercana, como lo fue el Valle de San Bartolom� para Santa B�rbara y Parral. Por ello, los comerciantes se vieron obligados desde el principio a crear redes de intercambio con diversas zonas productoras, entre ellas las misiones tarahumaras del Papigochic, las misiones franciscanas del rumbo de Casas Grandes y de Santa Isabel y la ya para entonces antigua zona agr�cola del Valle de San Bartolom�. Se conocen detalles de un conflicto habido entre Parral y Chihuahua en 1724 en torno a la venta de granos del Valle de San Bartolom�. Las cosechas de ese a�o no hab�an sido del todo buenas, raz�n por la que el gobernador de Nueva Vizcaya, que segu�a viviendo en Parral, prohibi� el env�o de granos a Chihuahua y Cusihuiriachic. Los comerciantes de Chihuahua alegaron alzas exorbitantes en los precios y escasez de alimentos y pidieron al cabildo que intercediera ante el gobernador. Como medida excepcional, el gobernador autoriz� en enero de 1725 el env�o de 2 500 quintales de harina y 360 fanegas de ma�z a la hambrienta villa de Chihuahua. Esta crisis del abasto local llev� a las autoridades de la villa a crear la alh�ndiga en 1732, previa autorizaci�n del gobernador de Nueva Vizcaya y de la Audiencia de Guadalajara. La dicha alh�ndiga ten�a el objetivo de asegurar y controlar el abasto de alimentos a la poblaci�n. Todos los productos destinados al consumo de la villa deb�an pasar primero por la alh�ndiga, donde se registraban y se cobraba el impuesto correspondiente.
Pero vale destacar que a trav�s del intercambio comercial la villa de Chihuahua comenz� a integrar a diversas �reas que hab�an sido ocupadas por los espa�oles en distintos momentos de la historia previa. Y qu� duda cabe que esa integraci�n comercial fue el eje de la integraci�n de espacios que m�s tarde conformar�an al estado de Chihuahua.
La ocupaci�n espa�ola de estas vastas llanuras semi�ridas conoci� una nueva expansi�n con el descubrimiento de las vetas de Santa Eulalia y la fundaci�n de Chihuahua. Una vez m�s, el surgimiento de una poblaci�n estable de considerables proporciones contribuy� a facilitar las exploraciones y ocupaciones espa�olas en �reas hasta entonces no reconocidas efectivamente como dominio espa�ol. Los franciscanos, con fondos donados por el sargento Trasvi�a y Retes, fundaron la misi�n de Santa Cruz de Tapacolmes en 1714. Situada al sur de Chihuahua sobre el r�o San Pedro, esa misi�n fue el primer eslab�n de una nueva zona agr�cola que aprovechaba las aguas de esa corriente fluvial permanente y que con el tiempo tambi�n se incorpor� al circuito comercial de Chihuahua. Al a�o siguiente, los franciscanos crearon la misi�n de la Junta de los R�os (el actual Ojinaga) en 1715, as� como peque�os poblados a lo largo de la ruta entre Chihuahua y esa misi�n. El mismo Trasvi�a ofreci� a los jesuitas heredar una parte de su fortuna (30 000 pesos) para apoyar el colegio de esos misioneros. Luego de un largo litigio entre los jesuitas y los herederos de Trasvi�a, la Compa��a de Jes�s pudo hacer efectiva esa donaci�n, que sirvi� para formar la enorme hacienda de San Marcos, que comprend�a una superficie de unos 58 sitios de ganado mayor (poco m�s de 100 000 hect�reas), ubicados entre el r�o San Pedro y la margen derecha del Conchos. Al norte de Chihuahua no tard� en consolidarse el latifundio de Encinillas y el S�uz, formado con dinero proveniente de las actividades mineras de Manuel San Juan y Santa Cruz en Santa Eulalia. En sus momentos de esplendor, Encinillas lleg� a contar con 70 000 cabezas de ganado mayor. Sin duda alguna el siglo XVIII contiene la historia de los primeros pasos de la consolidaci�n de la gran propiedad agraria.
Aunque el movimiento demogr�fico y econ�mico surgido en torno a Chihuahua y Santa Eulalia favoreci� la apertura de nuevas �reas de cultivo, tanto en el camino a Casas Grandes (Buenaventura) como hacia la Junta de los R�os, tambi�n cre� dificultades en otras localidades. En 1737 el padre Arlegui se�alaba que Parral estaba muy deca�do por el auge de Chihuahua, ya que mucha poblaci�n hab�a emigrado al nuevo real de minas. A�os antes, el gobernador de Nueva Vizcaya hab�a ordenado la repoblaci�n de varios peque�os centros mineros. Por esa migraci�n el rendimiento de las minas de Parral conoci� un declive desde 1720 hasta 1760. Un testimonio se�alaba que a partir del surgimiento de Santa Eulalia y Chihuahua "se traslad� hacia all� mucha parte del vecindario de Parral, con lo que minor� el labor�o y se abandonaron la mayor parte de las minas, con lo que se vino menos este real".
Sin embargo, los due�os de minas hallaban grandes problemas para conseguir trabajadores. En marzo de 1730 estall� un paro de labores en varias minas de Santa Eulalia; unos 300 trabajadores protestaban por la cancelaci�n de la "pepena" o "partido", que era aquella parte de mineral que los trabajadores pod�an conservar para s� despu�s de concluir su cuota de trabajo. Esta especie de prestaci�n, por lo visto muy gravosa para los due�os, fue quedando atr�s y en su lugar se impuso el endeudamiento. Si un propietario deseaba obtener trabajadores se ve�a obligado a adelantarles dinero o art�culos de consumo cuyo monto pod�a llegar a superar hasta 14 veces el salario mensual del trabajador (unos nueve pesos). El problema era que los trabajadores hu�an sin pagar la deuda, como lo muestran los inventarios de los propietarios mineros.
Para mediados del siglo XVIII varias poblaciones destacaban por su importancia:
Chihuahua y Santa Eulalia con unos 20 000 habitantes; San Jos� del Parral, con
casi 5 000 (la mitad de los que ten�a 100 a�os atr�s); Santa Fe, con 2 000;
Santa B�rbara, con 1500, y Cusihuiriachic con 800. Estos centros de poblaci�n
estaban unidos por caminos muy transitados por viandantes, jinetes y carros
jalados por animales que llevaban mercanc�as de distinta especie. El camino
real de tierra adentro, la ruta abierta por O�ate en 1598, se consolid� grandemente
gracias a los intercambios comerciales con Parral, Durango y Zacatecas hacia
el sur, y con Paso del Norte y Santa Fe hacia el norte. Adem�s, dos rutas hacia
el oeste comunicaban a Chihuahua con las misiones jesuitas del f�rtil valle
del Papigochic y el resto de la Tarahumara, as� como con Sonora, a trav�s de
Buenaventura, Casas Grandes, Janos y el Paso del P�lpito. Esos caminos tocaban
diversas labores agr�colas, estancias de ganado, misiones franciscanas y jesuitas,
puestos de descanso, presidios, reales de minas y peque�os centros mineros.
Este escenario era producto de un poblamiento gradual que combinaba espa�oles,
criollos, mestizos, mulatos, negros e indios de diverso origen. Dif�cilmente
pod�a hablarse de una distinci�n entre lo urbano y lo rural pues, por ejemplo,
en las mismas poblaciones pod�an hallarse explotaciones agr�colas y hasta ganaderas.
Sin embargo, la separaci�n entre uno y otro �mbito de la vida social comenzaba
a manifestarse. Los vecinos ricos de Chihuahua mostraban un vivo inter�s por
imponer a su villa como el asentamiento de mayor jerarqu�a e importancia en
la comarca. No en balde desde 1727 hab�an decidido construir un enorme edificio
para la parroquia, un edificio sin igual a lo largo y ancho de la provincia.
Los mineros de Santa Eulalia accedieron a donar un real por cada marco de plata.
Con ese impuesto pudo construirse, a lo largo del siglo XVIII, el edificio parroquial
que en 1891 se convertir�a en catedral. Por este tipo de construcciones, que
s�lo pod�an hacerse con base en la riqueza local, la ciudad de Chihuahua pronto
gan� gran preponderancia en porci�n norte�a de la Nueva Vizcaya.
FUENTE: Michael M. Swann, Tierra Adentro: Settlement and Society in colonial Durango, Boulder, Westriew Press, 1982, mapa 2.6