Al comercio con los Estados Unidos


La terca postura de España de negarse a reconocer la independencia mexicana y su intención explícita de reconquistar sus antiguos dominios obligaron al gobierno general a decretar la expulsión de los españoles del país, primero en diciembre de 1827 y más tarde en 1829, justo como respuesta a la invasión del general Barradas en Tampico en septiembre de 1828. El historiador Almada califica de "estúpida" esta medida, pues considera que la expulsión trajo graves consecuencias a la economía local, ya que casi todos los expulsados (alrededor de un centenar) eran individuos pudientes y bien establecidos. Sus negocios cerraron o bien pasaron a manos no muy hábiles, con el consecuente deterioro económico del estado.

En contraste, las nuevas autoridades mexicanas buscaron con gran empeño el fortalecimiento y la diversificación de lazos económicos con los Estados Unidos y con algunos países europeos, como Inglaterra.

Los norteamericanos habían reconocido a México desde 1822 y en 1825 habían enviado al primer embajador, el famoso Joel R. Poinsett. Entre las tareas de este diplomático estaba la de firmar un tratado comercial que diera preferencia a los Estados Unidos; asimismo, recibió órdenes para sondear la posibilidad de que México accediera a vender algunas porciones de sus territorios septentrionales.

La relación con ingleses y norteamericanos no era cosa nueva. Los españoles se opusieron firmemente a abrir sus colonias al comercio con otros países. Ello cambió, sin embargo, en las últimas décadas del periodo colonial, cuando se autorizaron nuevos consulados en Veracruz y Guadalajara, que comenzaron a competir con el poderosísimo consulado de la ciudad de México, y cuando se permitió también el comercio con barcos ingleses en la costa del Pacífico.

Esa apertura comercial permitida por los españoles se hacía en medio de grandes temores por la suerte de las provincias septentrionales. Algunos funcionarios de la Corona creían firmemente que esas provincias, por su lejanía y escasa población, corrían serio riesgo de perderse. Por eso, cuando en 1804 y 1813 algunos norteamericanos se internaron en ellas con afanes comerciales, el gobierno español no dudó en capturarlos y encarcelarlos durante varios meses. En Chihuahua permanecieron en prisión cinco de ellos en 1804.

Los nuevos gobernantes mexicanos también compartían el temor por las provincias septentrionales. Pero era más poderoso su interés por reforzar su participación en el comercio internacional. Tal interés se tradujo en el arribo de varias compañías mineras europeas y norteamericanas, así como en la obtención de préstamos de negociaciones inglesas. De la misma manera debe explicarse el inicio, en 1821, de la colonización de Texas con población norteamericana. Se creía que esa apertura traería grandes beneficios a un país con grandes recursos naturales y que por ello México no tardaría en convertirse en una potencia mundial de primer orden. En Chihuahua se compartía esa óptica: desde 1825 se hicieron esfuerzos por atraer a los ingleses para que invirtieran en las minas de Jesús María y Batopilas. A Jesús María habían llegado algunos ingleses a buscar posibilidades de hacer negocios. Uno de ellos, Staples, comenzó a hacer el primer mapa del estado, que concluyó años después el ilustre Pedro García Conde.

En Chihuahua y Nuevo México esa actitud de apertura se ilustró bien con el inicio del flujo comercial regular entre San Luis Missouri, Santa Fe y Chihuahua, casi en coincidencia con la proclamación de la independencia. En 1821 las primeras caravanas arribaron a Santa Fe, trayendo consigo telas, armas, whisky, herramientas agrícolas. A cambio los norteamericanos se llevaban plata, oro y ganado. Este comercio creció en los años siguientes hasta convertirse en un flujo de gran importancia para la economía local. En 1822 el intercambio con Chihuahua apenas alcanzó un monto de 9 000 dólares, pero en 1831 llegó a la cantidad de 80 000, en 1839 a 100 000 y a 300 000 en 1843. Las caravanas eran esperadas con gran impaciencia.

Esta nueva red comercial significó un gran cambio para Chihuahua y en general para el norte del país. Por primera vez Chihuahua tenía intercambios y circulación de personas con puntos situados más al norte de Santa Fe, lo que significaba la consolidación del nuevo carácter de la frontera: del norte ya no sólo llegaban nómadas belicosos, sino también mercancías e influencias ideológicas de un país vecino que empezaba a mostrar una gran fortaleza económica y demográfica. Esta nueva frontera acarrearía, como es bien sabido, grandes problemas y pérdidas a los mexicanos en general y a los chihuahuenses en particular.


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