Originario de Casas Grandes, una de las tierras predilectas del magonismo y luego del orozquismo, el general Rodrigo M. Quevedo fue el primer gobernador que logr� concluir su mandato desde que el popular gobernador Ahumada lo hiciera a fines del siglo pasado. Por su inclinaci�n al nepotismo y a los negocios privados, Quevedo era hombre protot�pico del "maximato", el periodo de hegemon�a pol�tica del ex presidente Calles. Seg�n un desplegado publicado en un diario de la ciudad de M�xico en mayo de 1936, Quevedo hab�a brindado empleo en el gobierno a sus 11 hermanos y a otros 70 parientes. Su enorme familia tambi�n serv�a para los negocios: comercios y compa��as el�ctricas en Ciudad Ju�rez, clubes nocturnos, ranchos ganaderos originados en el ex latifundio Terrazas y lotes y despepitadores en el sistema de riego de Delicias.
De esa manera, los Quevedo ganaron un peso importante en la econom�a estatal y no tardar�an en vincularse a otros empresarios de origen revolucionario, como los Almeida, y de origen porfiriano, como los mismos Terrazas. Un ejemplo de esta vinculaci�n entre los viejos y los nuevos ricos es que los apellidos Quevedo, Terrazas y Almeida compart�an cargos en la directiva de la Uni�n Ganadera Regional en 1942.
Tambi�n como buen callista, Quevedo exhib�a un radicalismo anticlerical de primera l�nea, que se tradujo en severas restricciones al culto cat�lico, sobre todo a partir del decreto de octubre de 1934 que retir� las licencias a los sacerdotes. Ya desde antes, una iniciativa aprobada por el Congreso local hab�a cambiado los nombres de varias localidades: por ejemplo, Santa Eulalia se llam� Aquiles Serd�n, Santa Isabel pas� a ser General Tr�as, a San Lorenzo le correspondi� el complicado de Doctor Belisario Dom�nguez, a Carretas el de Gran Morelos, y as� sucesivamente. Hubo dos San Franciscos que se salvaron: Conchos y Borja; tambi�n Santa B�rbara. Los cat�licos vivieron a�os dif�ciles pues volvieron las misas y bautizos a escondidas. El 3 de mayo de 1936 hubo un enfrentamiento armado entre cat�licos y sindicalistas en Camargo, con saldo de varios muertos, heridos y detenidos; el gobernador explic� el asunto como una provocaci�n de los fan�ticos cat�licos del lugar.
Quevedo tambi�n adopt� con fervor la educaci�n socialista; se impulsaron campa�as propagand�sticas contra la educaci�n cat�lica y a favor de la educaci�n sexual, lo que provoc� gran enojo entre los sectores cat�licos. Luis Ur�as y Jes�s Barr�n recorrieron el estado llevando el mensaje contra el fanatismo religioso y a favor de la educaci�n socialista. Cuando Quevedo vio que los proletarios se pon�an en labios del presidente L�zaro C�rdenas, no dud� en incorporar a su discurso las declaraciones acerca de su identificaci�n de clase con obreros y campesinos, por ejemplo en la inauguraci�n del Congreso Campesino de 1935. Pero era mucho m�s un discurso que una pr�ctica pol�tica consistente.
A Quevedo le correspondi� una �poca econ�mica mucho m�s favorable que a sus antecesores inmediatos. El de 1935, por ejemplo, fue buen a�o para la miner�a. En Cusihuiriachic la compa��a extranjera reanud� actividades con excelentes resultados, y en Maguarichic un descubrimiento de oro hac�a prosperar a una antigua pero modesta poblaci�n serrana. Entre agosto y octubre de ese a�o, los 1 200 obreros de la fundici�n de �valos, de la ASARCO, sostuvieron una huelga en busca de mejoras salariales y de su contrataci�n colectiva. La huelga fue apoyada por el gobierno local con dinero proveniente de descuentos aplicados a los sueldos de los bur�cratas locales. El triunfo de los huelguistas inaugur� una nueva �poca en las relaciones laborales en este importante sector de la econom�a local, pues consolid� al sindicato minero nacional, formado apenas en 1934. Poco despu�s varias secciones sindicales mineras de Chihuahua imitar�an los pasos de la de �valos; se avanzaba as� en el establecimiento de una relaci�n contractual bilateral en el �mbito nacional.
Sin embargo, en estos a�os se consolid� tambi�n el contraste entre las grandes explotaciones mineras (en su mayor�a en manos extranjeras) ubicadas en el corredor Parral-Chihuahua, y la peque�a miner�a y el gambusinaje en un sinf�n de centros mineros ubicados en la sierra. Este �ltimo sector no ten�a ni la capacidad financiera ni tecnol�gica del sector extranjero. Pero ambos contribu�an a hacer de la miner�a una de las actividades m�s importantes de la econom�a —y de la cultura— de la entidad. El empleo de la peque�a miner�a, la subsistencia de peque�as empresas familiares, era uno de los ingredientes m�s sobresalientes de la historia local en ese tiempo.
En la agricultura, a pesar de que 1935 no fue un buen a�o de lluvias, las cosechas mejoraron notablemente. El precio del algod�n se manten�a al alza y los productores del valle de Ju�rez y de la nueva zona agr�cola de Delicias, abierta apenas en 1933 en virtud de las obras de riego construidas por el gobierno federal, mostraban cifras crecientes en cuanto a rendimientos y ganancias: en 1936 la superficie abierta al cultivo en Delicias superaba las 20 000 hect�reas y el valor de la producci�n casi llegaba a los siete millones de pesos, un monto muy similar al del valor de la producci�n agr�cola estatal en el terrible a�o de 1931. La exportaci�n de ganado se reanud� tambi�n en 1935, para benepl�cito de los ganaderos: la venta de ganado bovino a compradores norteamericanos aument� de unas 60 000 cabezas al a�o en 1933 y 1934, a m�s de 245 000 en 1935.
Donde se sufr�a m�s era en las zonas temporaleras, sobre todo en las colonias formadas al amparo de la ley agraria local. Repetidas quejas de los colonos acerca de la dificultad para pagar los abonos y de la falta de cr�ditos llenaban los escritorios de las autoridades. En algunos casos los colonos se olvidaban de su intenci�n de adquirir los lotes de la colonia y prefer�an el reparto por la v�a ejidal, como hab�a pasado en la colonia Gardea en 1927 y como ocurr�a en esos a�os en la colonia Cuauht�moc, del municipio de Chihuahua.
Para los disidentes pol�ticos del gobierno esos a�os fueron de gran rudeza. Por ejemplo, un antiguo aliado de Quevedo, el l�der agrarista Andr�s Mendoza, tuvo que huir del estado, en vista de la fuerte represi�n que el gobierno local ejerc�a sobre �l y sobre su organizaci�n. Mendoza denunci� el hecho ante el presidente Abelardo L. Rodr�guez sin lograr mayor eco, aunque en 1935 el presidente C�rdenas lo envi� como agente general de la Secretar�a de Agricultura y Fomento. No escaseaban las noticias de asesinatos mediante la ley fuga ni de cr�menes ligados al contrabando y a la pol�tica de Ciudad Ju�rez. La dureza fue uno de los rasgos del gobierno de Quevedo.
El sucesor de Quevedo fue el agr�nomo Gustavo L. Talamantes, un pol�tico formado en las lides agrarias desde tiempos de Enr�quez. Talamantes cont� con el apoyo de la maquinaria electoral oficial y con la simpat�a de Quevedo. Pero no pasar�a mucho tiempo antes de que Talamantes y Quevedo se repudiaran mutuamente. Talamantes argument� que su antecesor pretend�a manejar su gobierno y Quevedo alegaba la traici�n de Talamantes. Para fortalecer su posici�n, el gobernador intent� acercarse al presidente C�rdenas y promover su propia organizaci�n campesina. La divisi�n de este sector se hizo evidente en abril de 1937, cuando naci� una liga que se reivindicaba como la aut�ntica representaci�n campesina. Del mismo modo, Talamantes comenz� a desmantelar el anticlericalismo quevedista, aunque no con la rapidez suficiente para impedir el asesinato del sacerdote de Santa Isabel, Pedro Maldonado, el 11 de febrero de 1937. Talamantes tambi�n era acusado de reprimir a los campesinos y de entregar tierras ejidales de mala calidad. El incidente m�s lamentable fue el asesinato, en abril de 1939, del famoso l�der Socorro Rivera, que encabezaba la lucha por la afectaci�n del enorme latifundio de Bav�cora, del periodista norteamericano Randolph Hearst.
Pero las cifras disponibles muestran que el reparto agrario se increment� notablemente en esos a�os, en coincidencia con el radicalismo del gobierno cardenista. Entre 1930 y 1940 la superficie ejidal pas� de poco m�s de un mill�n de hect�reas a casi tres millones.
El enfrentamiento entre Talamantes y Quevedo tomar�a proporciones mucho m�s complejas al acercarse las elecciones para nombrar al nuevo gobernador en julio de 1940, en coincidencia con la elecci�n presidencial. Quevedo, el Partido de la Revoluci�n Mexicana (el sucesor del PNR) y algunos sectores locales expresaron su apoyo a la candidatura del subsecretario de Agricultura, el ingeniero Fernando Foglio Miramontes. Sin embargo, el gobernador Talamantes, los l�deres locales del PRM, algunos l�deres campesinos y de la Confederaci�n de Trabajadores de M�xico (CTM) y hasta el Partido Comunista Mexicano prefirieron apoyar al ex jefe de polic�a estatal, Alfredo Ch�vez.
Buena parte de 1939 y del siguiente a�o se consumi� en la disputa electoral. Los dos candidatos buscaron el favor del presidente C�rdenas y del l�der del PRM, Heriberto Jara. Ambos se manifestaron a favor de Manuel �vila Camacho y atacaban duramente al opositor Juan Andrew Almaz�n. El PRM, a trav�s de su jefe Jara, opt� por Foglio e incluso, en mayo de 1940, aprob� la expulsi�n de los simpatizantes de Ch�vez, incluyendo al propio gobernador Talamantes. As� llegaron a las elecciones de julio de 1940. Pero las elecciones no aclararon mucho. Los dos candidatos se declararon triunfadores, por lo que el gobierno federal tuvo que intervenir. En septiembre se lleg� a un arreglo de altos vuelos cuyos t�rminos apenas se adivinan: Ch�vez gobernar�a el cuatrienio 1940-1944 y Foglio el sexenio 1944-1950; los chavistas tendr�an el Congreso local, pero los foglistas la representaci�n de diputados al Congreso federal y los senadores. El presunto acuerdo se respet�: Ch�vez gobern� durante su periodo y el 4 de octubre de 1944 tomaba posesi�n su ac�rrimo enemigo, el ingeniero Foglio Miramontes, quien concluy� el primer sexenio local en octubre de 1950.